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Archive for the ‘Historia de Estados Unidos’ Category

La lucha de los afroamericanos por la igualdad ha dado grandes figuras. Mujeres y hombres que han hecho enormes sacrificios en defensa de su comunidad. Destacan nombres como el de Angela Davis, W. E. B. DuBois, Fred Hampton, Martin Luther King, Malcom X, Myrlie Evers, Medgar Evers, Kathleen Cleaver, Fannie Lou Hammer, Bayard Rustin, Johnn Lewis, Diane Nash, Rosa Parks, entre muchos otros y otras.

Uno de ellos destaca por la profundidad y la solidez de su actitud y sus argumentos frente al racismo y la segreagación racial. Se trata del escritor James Baldwin. Nacido en Harlem en 1924, Baldwin fue novelista, ensayista, poeta y activista. Pocos han analizado el supremacismo blanco estadounidense con lo claridad y contundencia con la que lo hizo Baldwin.

En este artículo, el escritor Steven Hill comenta uno de los momentos cumbre en la lucha de Baldwin contra el racismo: su famoso debate con el escritor conservador Wiliam Buckley. Invitados por la Cambridge Union Society, Buckely y Balwind debatieron el 18 de febrero de 1965. Esta asociación estudiantil organiza debates de 1815, por lo que se le considera la sociedad de debate más antigua del mundo.

No voy a  abundar en el contenido y desarrollo del debate, pero no puedo dejar de subrayar algo que Hill destaca: la relevancia del año 1965 no solo en la historia de Estados Unidos, sino en la lucha por los derechos civiles. Ese año fue contradictorio, pues por un lado fue aprobada una ley protegiendo el derecho al voto de los afroamericanos, por el otro,  ocurrió el domingo sangriento,  cuando el 7 de marzo la policía reprimió salvajemente una marcha pacífica en el puente Edmund Pettus en Selma, Alabama.   Malcom X fue asesinado el 21 de  febrero de 1965.  Los interesados en el significado del año 1965 en la historia estadounidense, pueden consultar el libro de James Patterson. The Eve of Destruction: How 1965 Transformed America (Basic Books, 2012).

Steven Hill es editor jefe de @DemocracySOS  y autor de   «10 Steps to Repair American Democracy, Europe’s Promise: Why the European Way Is the Best Hope in an Insecure Age y Raw Deal: How the Uber Economy and Runaway Capitalism Are Screwing American Workers.


 

Remembering James Baldwin - Boston Review

James Baldwin, tan relevante hoy como hace 60 años

Steven Hill

Los Angeles Progressive  20 de febrero de 2023

Todos tenemos héroes personales. Uno de los míos es el escritor James Baldwin.

En una era violenta de injusticia racial, Baldwin fue un faro brillante en el claroscuro de la tormenta. Sus penetrantes palabras y profundas ideas sobre la naturaleza de la supremacía blanca estadounidense fueron entregadas con arte, dignidad, compasión, aplomo y perspicacia aguda sobre el ser humano. Sus novelas, ensayos, poemas y obras de teatro ayudaron a elevar la comprensión pública de la opresión racial y sexual.

Pero su estilo característico fue su retrato honesto de sus propias experiencias personales, que desafió a los estadounidenses a defender esos valores universales y democráticos que supuestamente estaban entretejidos en el marco constitucional de la nación.

Gandhi dijo que los argumentos convencen a la mente racional, pero que el sufrimiento convence al corazón humano, que el sufrimiento abre el corazón. Los incisivos ensayos de Baldwin, sus apasionantes discursos y entrevistas, y sus majestuosas novelas trágicas, al igual que las marchas y la desobediencia civil de Martin Luther King, encarnaron el espíritu de Gandhi de una manera fascinante.

El año 1965 iba a ser un hito en la batalla por el alma y la cordura de los Estados Unidos de América. El 7 de marzo, Domingo Sangriento, doscientos policías estatales de Alabama atacaron a más de 500 manifestantes de derechos civiles, incluido el futuro congresista John Lewis, con caballos, palos y gases lacrimógenos mientras los manifestantes cruzaban el puente Edmund Pettus en Selma, Alabama. El 8 de marzo, 3500 marines llegaron, no a Alabama para proteger y defender a sus compatriotas afroamericanos contra la violencia blanca sin paliativos, sino a Vietnam del Sur, convirtiéndose en las primeras tropas de combate estadounidenses en ese teatro explosivo de guerra colonial.

Durante el resto de marzo, las marchas de protesta no violentas dirigidas por el Dr. Martin Luther King Jr., el Nonviolent Student Coordinating Committee y otros líderes negros continuaron entre Selma y Montgomery, Alabama, primero con cientos y luego con miles. Estados Unidos y sus cacareados ideales estaban parados en el precipicio.

El establishment político se tambaleó y se crispó. En agosto, el presidente Lyndon Johnson promulgó la Voting Rights Act of 1965, prohibiendo las pruebas de alfabetización y otras prácticas electorales discriminatorias que habían sido responsables de la privación generalizada del derecho al voto de los afroamericanos. Días después, los disturbios de Watts explotaron en Los Ángeles. Unos días más tarde, los Beatles actuaron en el Shea Stadium de Nueva York. She loves you, yes-yes-yes

Syracuse Stage opens its fall 2021 theater season with 'Baldwin vs. Buckley'  - The Daily Orange

En medio de toda esta tensión amplificada y escalofrío cultural, justo antes de la embestida del Bloody Sunday, el debate de Baldwin con Buckley cautivó la imaginación del público. Ocurrió en Gran Bretaña en una sala llena de la Cambridge Union en la Universidad de Cambridge, una prestigiosa serie de debates de 150 años de antigüedad, que televisó el evento (aquí hay un enlace de YouTube al debate, y debajo está la transcripción). El aire crepitaba, la emoción era espesa entre los más de 700 asistentes, aparentemente conscientes de que algo trascendental estaba a punto de ocurrir. En la transmisión de la BBC, el narrador prepara el escenario:

“I don’t think I’ve ever seen the union so well attended. There are undergraduates everywhere: They’re on the benches; they’re on the floor; they’re in the galleries; and there are a lot more outside clamoring to get in.”

(«Creo que nunca he visto al sindicato tan bien atendido. Hay estudiantes universitarios en todas partes: están en los bancos; están en el suelo; están en las galerías; Y hay mucho más afuera clamando por entrar».)

A los dos gladiadores de la oratoria se les pidió que debatieran el tema: «¿Se ha logrado el sueño americano a expensas del negro estadounidense?»  Baldwin se pone de pie después de una breve introducción del moderador, y su reticencia y tal vez incluso miedo se siente palpable 58 años después, ya que está rodeado por un mar de caras blancas. Baldwin no era exactamente una voz militante como Malcolm X o Stokely Carmichael, o la voz apasionada de un predicador como el reverendo King; El suyo era el comportamiento de una furia profética silenciosa que aún conservaba suficiente inocencia e incredulidad como para que cualquier humano pudiera tratar a otro de la misma manera que los blancos trataban a los negros. Y, sin embargo, a lo largo de su discurso, Baldwin se niega a permitirse perder su propia humanidad. De hecho, encuentra compasión incluso por sus opresores.

“I suggest that what has happened to white Southerners is in some ways, after all, much worse than what has happened to Negroes there, because Sheriff Clark in Selma, Alabama, cannot be considered—you know, no one can be dismissed as—a total monster. I’m sure he loves his wife, his children… You know, after all, one’s got to assume, and he is visibly, a man like me. But he doesn’t know what drives him to use the club, to menace with the gun and to use the cattle prod. Something awful must have happened to a human being to be able to put a cattle prod against a woman’s breasts, for example. What happens to the woman is ghastly. What happens to the man who does it is in some ways much, much worse.”

(«Sugiero que lo que les ha sucedido a los sureños blancos es de alguna manera, después de todo, mucho peor que lo que les ha sucedido a los negros allí, porque el sheriff Clark en Selma, Alabama, no puede ser considerado, ya sabes, nadie puede ser descartado como un monstruo total. Estoy seguro de que ama a su esposa, a sus hijos… Ya sabes, después de todo, uno tiene que asumir, y es visiblemente, un hombre como yo. Pero no sabe qué lo impulsa a usar el garrote, a amenazar con el arma y a usar la picana de ganado. Algo horrible debe haberle sucedido a un ser humano para poder poner una picana de ganado contra los pechos de una mujer, por ejemplo. Lo que le sucede a la mujer es espantoso. Lo que le sucede al hombre que lo hace es de alguna manera mucho, mucho peor».)

Este es el Baldwin vintage, convocando una empatía inexplicable por los lamentables supervisores. Para aquellos de ustedes que están familiarizados con él y su trabajo, tómense 20 minutos para revisar su brillantez y dominio de  la narrativa, al servicio de su enjuiciamiento de los cargos de injusticia y tribalismo crudo que nos marca y estigmatiza a todos. Para aquellos de ustedes que nunca han experimentado a James Baldwin, les espera un verdadero placer.

File:James Baldwin 35AllanWarren Allan Warren.jpg - Wikimedia CommonsLos comentarios de Baldwin son seguidos por una ovación de pie, y ganó el debate sobre Buckley en un deslizamiento de tierra, 544-164. Para ese momento, esos jóvenes blancos ingleses estaban despertando a su privilegio y al horror de la realidad negra. La mordaz acusación de Baldwin no solo de Estados Unidos sino también de la civilización occidental (de nuevo, ecos de Gandhi) sigue siendo hasta el día de hoy un testimonio memorable y poderoso del poder de los individuos y los movimientos de masas para luchar por un mundo mejor. Estoy inspirado, y enojado, porque el racismo todavía está muy presente con nosotros, cada vez que veo este discurso.

Baldwin se pone de pie y pronuncia alrededor de las 13:50 después de una breve introducción del moderador, y su elocución dura hasta aproximadamente las 38:00. Cuando termina, para su aparente sorpresa, es tratado con una ovación de pie. En la década de 1960 y los años anteriores, generalmente las multitudes blancas de este tamaño significaban cosas terribles para los negros.

¿Estoy imaginando un grado de incomodidad para Baldwin, rodeado al final por una multitud cercana de personas blancas adoradoras? Había perseguido nada menos que un desafío duradero a las narrativas de la libertad y la civilización occidentales construidas por los blancos, y al menos durante ese tiempo y momento, la gente blanca en la sala parecía entenderlo.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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Uno de los libros que más ha influido en mi desarrollo como historiador es, sin lugar dudas, la obra de Charles A. Beard, An Economic Interpretation of the U.S. Constitution. Publicado en 1913, el libro de Beard cuestionó de forma brillante, directa y sin tapujos los mitos que habían adornado la creación de la constitución estadounidense presentándole como uno de los principales ejercicios democráticos en la historia de la Humanidad. Sin compasión alguna por los llamados Padres Fundadores, Beard analiza cómo la defensa de los intereses económicos de la oligarquía estadounidense fue el factor determinante en la redacción de la constitución.  Obviamente, esta obra no fue bien recibida por el establishment académico y Beard se convirtió en un historiador marcado, lo que eventualmente le terminó costando su trabajo en la Universidad de Columbia. Su salida de la gran universidad neoyorquina no detuvo su trabajo. Junto a su esposa Mary Beard, otra gran historiadora, continuó desmontado mitos históricos

En este corto ensayo, el doctor Richard Drake reacciona ante acusaciones de racismo hechas en contra de los Beard. Drake resalta el antisemitismo y el rechazo a la esclavitud de los Beard. El profesor Drake ocupa la Cátedra de Investigación Lucile Speer en Política e Historia en la Universidad de Montana. Es autor de Charles Austin Beard: The Return of the Master Historian of American Imperialism (2018) y de The Education of an Anti-Imperialist: Robert La Follette and U.S. Expansion (2013).

Charles Beard: Bob La Follette's Friend - Progressive.org

¿Fue Charles Austin Beard un historiador racista?

Richard Drake

Counterpunch

10 de febrero de 2023

La controversia sobre Charles Austin Beard comenzó en 1913 cuando publicó An Economic Interpretation of the U.S. Constitution.  Cumplió treinta y nueve años ese año. Hasta entonces, sus libros habían aparecido con elogios generalizados dentro de la profesión y con el descuido benigno del público lector en general. Un profesor de gran éxito en la Universidad de Columbia y un prolífico autor y crítico de libros sobre inglés e historia estadounidense, avanzó rápidamente en la profesión. Como muestra de su promesa profesional, la principal revista en su campo lo buscó temprano para servir en su junta de editores.

El ascenso profesional normal de un académico talentoso, enérgico y ambicioso cambió repentinamente su trayectoria en 1913. Lo hizo bruscamente en dos direcciones. Los socialistas y los liberales progresistas elogiaron a Beard por su análisis realista de la Convención Constitucional como el lugar de nacimiento de un gobierno nacional destinado desde el principio a servir como el ayudante político de las élites económicas del país. Para la izquierda, Beard se convirtió y siguió siendo una figura heroica y un avatar de la forma en que se debe escribir la historia crítica. Los conservadores, sin embargo, nunca perdonarían a Beard por su retrato de los Padres Fundadores como una asamblea de políticos, por muy brillantes y eruditos que fueran, actuando necesariamente en el engrandecimiento de las élites que los habían enviado a Filadelfia en 1787, más o menos estableciendo el patrón de la política estadounidense desde entonces. Por hacer tal argumento y documentarlo, se convirtió en el historiador más famoso e influyente del país, pero también en el más notorio y controvertido.

Las batallas sobre la interpretación de Beard de la Constitución palidecieron en comparación con las consecuencias del papel que desempeñó durante los debates nacionales sobre la intervención estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Para entonces también era el principal intelectual público del país. Utilizó su influencia para oponerse a la política intervencionista de Franklin Delano Roosevelt, argumentando que esta guerra, como la Gran Guerra que la precedió, se refería principalmente al imperio. Basó su apelación en las tradiciones imparciales de política exterior consagradas en el discurso de despedida de Washington. Abandonar esas tradiciones en favor de apoyar a los imperios británico, francés y soviético en una guerra que sería la más catastrófica de la historia le pareció el principio del fin de una auténtica civilización democrática estadounidense.

An Economic Interpretation of the Constitution of the United States: Beard,  Charles A.: 9780486433653: Amazon.com: BooksBeard despreciaba a los nazis, pero pensaba que su derrota era sólo incidental al objetivo principal del gobierno de los Estados Unidos, establecer su hegemonía sobre la economía mundial. Al igual que con la Convención Constitucional y todas las guerras estadounidenses que comenzaron con la Revolución en 1775, entendió la Segunda Guerra Mundial en su nivel más profundo como un evento económico. El espectacular ascenso del poder del gobierno estadounidense que luego comenzó con la creación del complejo militar-industrial sería el principal legado de la guerra y convertiría a los Estados Unidos en un estado de guarnición permanente en eterna vigilancia para el bienestar y el aumento del orden capitalista corporativo. Beard no entendió todo bien sobre la Segunda Guerra Mundial, pero vio claramente la dirección en la que se dirigía el país.

En septiembre del año pasado, Beard fue atacado en un tercer frente, su presunto racismo. El ataque ocurrió en las páginas de The New York Review of Books en un artículo de uno de los historiadores más eminentes del país, Eric Foner. En reacción a ese cometario escribí la siguiente carta a los editores de esa publicación.

A los editores:

En “La complicidad de los libros de texto” (NYRB, 22 de septiembre de 2022), Eric Foner afirma: “Charles y Mary Beard, en un libro de texto escrito en la década de 1920, prácticamente ignoraron el movimiento abolicionista, reflejando no solo el racismo, ciertamente presente en su libro, sino también la comprensión ‘beardiana’ de la historia como una serie de luchas entre clases económicas, con ideologías políticas que son esencialmente máscaras para el interés económico propio”.

Los Beards ciertamente no estaban imbuidos de todas las actitudes iluminadas de nuestro tiempo hacia la igualdad humana. Como podríamos esperar de la mayoría de los estadounidenses nacidos en la década de 1870, es poco probable que alguno de ellos pueda aprobar un examen estrictamente calificado de entrenamiento de sensibilidad en el lugar de trabajo.

Sin embargo, a los Beards les fue bien en los debates sobre la igualdad humana de su propio tiempo. Mary Ritter Beard avanzó la historia de las mujeres como un campo de investigación vital. The Rise of American Civilization, el libro de texto citado por el profesor Foner y que ella coescribió con su esposo, atrajo nueva atención a los problemas de las mujeres.

Charles Austin Beard, el principal historiador e intelectual público de la época, se opuso vigorosamente al antisemitismo en la vida estadounidense. En 1917, protestó por el despido en la ciudad de Nueva York de tres maestros de escuela judíos de izquierda: Samuel Schmalhausen, Thomas Mufson y A. Henry Schneer, quienes, según el New York Times, habían sido despedidos por “tener puntos de vista subversivos de buena disciplina y de socavar la buena ciudadanía en las escuelas”. Beard avaló a estos hombres y protestó en una carta citada por  el Times que había habido “no poco sentimiento antisemita en el caso”. También se involucró en otro notorio episodio de antisemitismo más de veinte años después, la denegación de un nombramiento para el historiador Eric Goldman en la Universidad Johns Hopkins a pesar del respaldo unánime del departamento de historia. Beard, un profesor visitante allí en ese momento, criticó la decisión como un caso flagrante de prejuicio.

Beard también atacó el antisemitismo como una fuerza maligna en todo el mundo. A principios y mediados de la década de 1930, cuando muchos en Europa y Estados Unidos vitorearon a Adolf Hitler como un baluarte contra el comunismo soviético, Beard atacó implacablemente al régimen nazi. Condenó a los nazis por su antisemitismo y actitudes racistas en general. Escribiendo para The New Republic  en 1933 y 1934, condenó “el salvajismo nazi habitual en el trato con los judíos” y protestó por las conferencias de los portavoces nazis que intentaban influir en los estadounidenses “en beneficio del juego de propaganda de Hitler”. En un discurso pronunciado en 1934 en la New School for Social Research, Beard retrató el nazismo como “una filosofía diabólica baja” responsable de un reino de terror en el corazón de Europa. Ese octubre, criticó a Roscoe Pound, decano de la Facultad de Derecho de Harvard, por aceptar un título honorario de la Universidad de Berlín. Un honor de los nazis contó en contra del destinatario, en la economía moral de Beard. En un  artículo de Foreign Affairs  de 1936, criticó el sistema nazi de educación por su obsesión con la higiene racial y el programa de aplastar “toda libertad de instrucción y toda búsqueda independiente de la verdad”.

¿La interpretación económica de los Beards de la Guerra Civil reflejó motivos racistas como afirma el profesor Foner? Los Beards odiaban la esclavitud como una institución irremediablemente malvada. Su relato de la esclavitud comienza: “En los amargos anales de los humildes no hay capítulo más espantoso que la historia de este comercio de carne humana”. La esclavitud surge para una discusión sostenida a lo largo del primer volumen, siempre como una tragedia para el país. Entre los escritores de la época de la Guerra Civil que los Beards admiraban, Ralph Waldo Emerson recibe elogios singularmente altos y no solo por su penetrante discernimiento de las conexiones entre la propiedad y la política. También señalan con evidente aprobación sus “golpes rotundos a la esclavitud como institución”. Presentan el caso a favor de la esclavitud que el Sur se hizo a sí mismo, al tiempo que señalan que su naturaleza autoengañosa condujo a la aplastante derrota militar de la región y a la ruina económica a largo plazo. También examinan la agenda económica del Norte, esencialmente siguiendo el razonamiento presentado brevemente por Henry Adams, un historiador ejemplar para ellos, en su autobiografía. Adams sintetizó en una sola imagen el significado último de la Guerra Civil como el triunfo de los intereses económicos del Norte: “El mundo después de 1865 se convirtió en un mundo de banqueros”.

El análisis de los Beards, sin embargo, no puede atribuirse legítimamente al racismo. Escribieron su libro inmediatamente después de la Gran Guerra. Partidarios de la política intervencionista del presidente Wilson en ese conflicto, posteriormente se desilusionaron por la codicia imperialista que triunfó en la Conferencia de Paz de París de 1919. La guerra para hacer que el mundo fuera seguro para la democracia había enseñado a los Beards a descartar las profesiones de idealismo sobre la libertad como una explicación persuasiva de las políticas de guerra de Washington. A esta regla, no hicieron una excepción para la Guerra Civil. No el racismo, sino la lógica de su convicción sobre la guerra en general los guió en su interpretación de la Guerra Civil.

Richard Drake

Missoula, Montana

Mary Beard and the Beginning of Women's History - JSTOR Daily

Mary Beard

La carta no encontró el favor de los editores de NYRB. Este resultado era quizás comprensible. Los editores explican en su sitio web que reciben miles de tales cartas. Sin embargo, es necesario hacer algunos esfuerzos para aportar equidad y precisión al debate sobre Beard. Se lo debemos. Fue, después de Henry Adams, nuestro mayor historiador. Su idea de seguir el rastro del dinero para una comprensión adecuada del imperialismo y el militarismo estadounidenses constituye un rayo de luz en la niebla de propaganda que nos envuelve hoy. Descartar a Beard como racista en esta época puede ser un medio efectivo, aunque históricamente irresponsable, para deshacerse de él de una vez por todas. Como siempre desde 1913, cancelar Beard vendría como una consumación devotamente deseada por los guardianes de nuestras mitologías nacionales.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

 

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El catálogo de los Archivos Nacionales de Estados Unidos –el famoso NARA– ha sido rediseñado. Según su página web: «¡El Catálogo de los Archivos Nacionales tiene un nuevo aspecto! Nos complace presentar un catálogo de acceso público en línea totalmente rediseñado y modernizado. Este nuevo y mejorado catálogo maximiza nuestra capacidad de hacer que los registros de los Archivos Nacionales sean aún más accesibles».

El nuevo catálogo busca facilitar el  acceso  a la documentación que contienen los archivos, especialmente, a las fuentes digitales. Según NARA, están muy cerca de  las  500 millones de páginas digitalizadas. Esta es una gran noticia para quienes estudiamos la historia estadounidense desde la distancia, dado el hecho que NARA es uno de los principales depositorios de fuentes primarias para ello.

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Traducción de Norberto Barreto Velázquez

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En este ensayo del historiador militar William J. Astore, se subraya algo que me parece muy rasonable: la necesidad de enseñar más sobre la guerra en las universidades. Pero no se trata de enaltecerla, sino de  “estudiar la guerra como una forma de desmitificarla, de reducir su atractivo, de desacreditar sus supuestas glorias”.

Esta es una necesidad mayor aun para un país como Estados Unidos, que aunque históricamente se ha proclamado como una nación de paz, su formación nacional ha estado marcada por la guerra. Astore es partidario de enseñar la guerra desde una perspectiva crítica y  reprueba que los profesores universitarios la eviten como tema de análisis y discusión, pues le hacen un flaco favor a Estados Unidos.

Si los historiadores no le prestamos atención a la guerra, los aficionados seguirán controlando lo que se aprende sobre la guerra y  a la vez perpetuando una imagen de ésta que no nos permitirá entender y evaluar el papel que ha jugado, juega y jugará en la historia de la  humanidad. En palabras de Astore: “Para bien o para mal, y generalmente para mal, nosotros como pueblo [los estadounidenses] estamos hechos y definidos por la guerra. Todos haríamos bien en estudiarla y entenderla mejor.»

Astore es un teniente coronel retirado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Posee un D. Phil en Historia Moderna de la Universidad de Oxford y es coautor de Hindenburg: Icon of German Militarism (Potomac, 2005). Ha enseñado en la Air Force Academy y la Naval Postgraduate School. Actualmente enseña en el Pennsylvania College of Technology.


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Estudiar la guerra un poco más

William J. Astore

Los Angeles Progressive   6 de noviembre de 2022

Seguro que podríamos dar buen usos a una enseñanza honesta y crítica sobre la historia militar y la guerra en Estados Unidos.

No me refiero a una celebración disparatada. No me refiero a historias resumidas de la Revolución Americana y sus luchadores por la libertad, la Guerra Civil y su liberación de los esclavos, la Segunda Guerra Mundial y la generación más grande de Estados Unidos, etc. Me refiero a la historia que destaca la importancia de la guerra junto con su horror sangriento.

Me vienen a la mente dos libros (y títulos de libros): War is a force that gives us meaning, de Chris Hedges, y A country made by war, de Geoffrey Perret. Hedges tiene razón al argumentar que la guerra a menudo proporciona significado a nuestras vidas: lo que significa que a menudo no la examinamos lo suficientemente de cerca, si es que lo hacemos. Y Perret tiene razón al argumentar que Estados Unidos fue (y es), de maneras muy importantes, un país hecho por la guerra, brutalmente de hecho.

¿Por qué estudiar la guerra? ¿No deberíamos afirmar que no vamos a estudiar más la guerra? Bueno, como se rumorea que dijo León Trotsky: puede que no estés interesado en la guerra, pero la guerra está interesada en ti. Entre otras razones, los estudiantes de historia deberían estudiar la guerra como una forma de desmitificarla, de reducir su atractivo, de desacreditar sus supuestas glorias. La guerra siempre es una mala elección, aunque puede haber momentos en que la guerra sea la menos mala en una serie de malas decisiones. (La participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial fue, creo, menos mala que alternativas como perseguir el aislacionismo).

OBAMASTAN

¿Cómo vamos a tener sentido y llegar a decisiones acertadas sobre la guerra si nos negamos a estudiarla y entenderla? Un colega envió un artículo interesante (de 2016) que argumenta que no se enseña suficiente historia militar en los colegios y universidades de los Estados Unidos, especialmente en las escuelas privadas de élite. Aquí está el enlace.

Visite su librería local y probablemente verá mucha historia militar: ¡es muy popular en Estados Unidos! Pero la historia militar crítica dentro de los entornos universitarios es mucho menos común. Esto es así por varias razones, creo:

  • A muchos profesores no les gusta el “hedor” de la historia militar. Cuando estaba en Oxford a principios de la década de 1990, tuve un profesor que básicamente se disculpó por pasar tanto tiempo hablando sobre los capitanes mercenarios y la guerra en la Europa moderna temprana. Sin embargo, la guerra y el control de ella fue una razón clave para el crecimiento de los estados-nación fuertes y centralizados en Europa en los siglos 17 y 18.
  • Muchos profesores simplemente no tienen exposición a los militares, lo ignoran, casi con orgullo. Después de haber enseñado en la universidad durante quince años, incluyendo cursos como la historia mundial, conozco la dificultad de enseñar temas y materias donde tu conocimiento es superficial o dudoso. Es mucho más fácil pararse en terreno firme y enseñar lo que sabes e ignorar lo que no sabes, o no te gusta. Pero el camino más fácil no siempre es el mejor.
  • La historia militar crítica sugiere falta de patriotismo. Enseñé en la universidad como profesor civil durante nueve años, y una vez me dijeron que “cuidara mis espaldas” porque escribí artículos que criticaban las guerras militares de Estados Unidos en Irak y Afganistán. ¡Y soy un oficial retirado de la Fuerza Aérea!

Por lo tanto, dado que los profesores de historia a menudo prefieren ignorar o eludir las materias militares, la historia militar se deja a los aficionados y entusiastas que se centran en grandes capitanes, batallas emocionantes y armas famosas (a menudo presentadas en libros brillantes de mesa de café) como tanques Tiger y cazas Spitfire. Tales libros a menudo se venden bien y hacen que las lecturas sean emocionantes. Lo que no hacen es hacernos pensar críticamente sobre los costos de la guerra y cómo las guerras desastrosas a menudo resultan.

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Una materia que enseñé en la Academia de la USAF fue tecnología y guerra, y una de mis preocupaciones era (y sigue siendo) la fe ciega de Estados Unidos en la tecnología y las enormes sumas de dinero dedicadas a la misma. El Pentágono gastará incontables miles de millones en los últimos dispositivos mortales (en realidad, hasta $ 1.7 billones solo en el caza a reacción F-35 a lo largo de su vida útil), pero la academia no gastará millones para pensar y enseñar más críticamente sobre la guerra.

Por otro lado, las armas por sí solas no hacen un ejército efectivo. No es la espada gladius lo que hizo dominante a Roma, sino el ciudadano-soldado que la empuña, empoderado por ideales republicanos, disciplina de hierro y un sistema probado de liderazgo con el ejemplo.

Cuando el ideal ciudadano-soldado de principios murió en Roma, un ideal guerrero consistente con un imperio hegemónico lo reemplazó. Hay mucho que los estadounidenses pueden aprender aquí, ya que su propio ejército hoy se identifica como guerreros y se encuentra al servicio de un imperio global.

Hay más en la historia militar que tambores y trompetas, o balas y bombas. Para bien o para mal, y generalmente para mal, nosotros como pueblo estamos hechos y definidos por la guerra. Todos haríamos bien en estudiarlo y entenderlo mejor.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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Ya está disponible el número 22 de la revista digital Huellas de Estados Unidos. Para quienes no estén enterados, Huellas  de Estados Unidos es publicada desde el año 2011 como un proyecto de las Cátedras de Historia de Estados Unidos de América (Departamento de Historia) y de Literatura Norteamericana (Departamento de Letras) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Argentina). A lo largo de estos once años se ha convertido en el medio de difusión  más importante  de quienes nos dedicamos al estudio de Estados Unidos en América Latina y desde una perspectiva latinoamericana. Los veintidós  números que han publicado hasta el momento son el producto del trabajo y la dedicación de sus editores Flavio Nigra y Valeria Carbone, a quienes va mi agradecimiento. 

Este número, dedicado al neoliberalismo reaccionario y la resistencia popular, consiste de un editorial, nueve artículos y dos reseñas y ensayos bibliográficos. Entre los artículos encontramos el trabajo de Ana Bochicchio y Marisa Miranda sobre eugenesia y cine,  y el ensayo de Jorge Hernández Martínez sobre el fascismo en Estados Unidos. Márgara Averbach e Ivonne Calderón comparten sus artículos sobre feminismo y feminidad, respectivamente. Raphael Barreriros de Farias  comenta la relación de Bernie Sanders, las mujeres y el anti-capitalismo. Debo destacar dos trabajos sobre mi patria, Puerto Rico. El primero de ellos de Raúl Guadalupe de Jesús sobre el programa de esterilización del que fueron víctimas miles de puertorriqueñas, entre ellas mi abuela. Roberto Ferrero enfoca en su trabajo la figura del máximo líder independentista puertorriqueño del siglo XX,  Pedro Albizu Campos. No puedo terminar sin mencionar que este número incluye un trabajo de mi autoría sobre el presidente peruano Fernando Belaunde Terry y su relación con el Congreso estadounidense.

Nuevamente vaya mi agradecimiento a los editores de Huellas de Estados Unidos.


-> Huellas de Estados Unidos / #22 / Octubre 2022

Edicion 22

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Reseñas y Ensayos Bibliográficos



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Fallece historiador ganador del Pulitzer David McCullough

Ayer 7 de agosto de 2022 murió a los 89 años el historiador, biógrafo y periodista estadounidense David McCullough. A lo largo de una larga y fructífera carrera como narrador e investigador del pasado de Estados Unidos, McCullogh produjo una cantidad impresionante de libros sobre temas muy diversos. Entre ellos destacan The Johnstown Flood (1968), The Great Bridge (1972), The Path Between the Seas (1977), Mornings on Horseback (1981), Brave Companions (1991), Truman (1992), John Adams (2001), 1776 (2005), The Greater Journey: Americans in Paris (2011), The Wright Brothers (2015), The American Spirit: Who We Are and What We Stand For (2017), and The Pioneers (2019).

McCullough ganó  premios prestigiosos como el Pulitzer (en dos ocasiones), el National Book Award y  el Francis Parkman Prize (dos veces). Fue honrado con la Presidential Medal of Freedom, el National Book Foundation Distinguished Contribution to American Letters Award, la National Humanities Medal y la Gold Medal for Biography otorgada por la American Academy of Arts and Letters. Fue elegido miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias, así como de la Academia Americana de Artes y Letras, y recibió 56 títulos honorarios.

McCullough también tuvo una presencia destacada en  la televisión pública, como presentador de Smithsonian World, The American Experience y narrador de numerosos documentales, incluido The Civil War de Ken Burns.  John Adams la miniserie de siete partes de HBO basada en su biografía del segundo presidente de Estados Unidos, producida por Tom Hanks, fue aclamada.

Qué descanse en paz.

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En esta reseña del libro de Matthew E. Stanley Grand Army of Labor: Workers, Veterans, and the Meaning of the Civil War, Dale Kretz nos presenta a la guerra civil estadounidense como  una conmoción revolucionaria que no solo aplastó la esclavitud, sino que también avivó la esperanza de una emancipación anticapitalista en los Estados Unidos.  Según Kretz, Stanley analiza cómo la inconografía y la discursiva  de la guerra civil sobreviven y son usados por la izquierda radical estadounidense hasta la guerra fría.

Dale Kretz es profesor de historia en el Departamento de Historia de la Universidad de California en Santa Barbara. Tanto su trabajo de investigación y su docencia se centran en la historia de los  afroamericanos. Es autor de Administering Freedom: The State of Emancipation after the Freedmen’s Bureau (UNC Press, 2022).

Matthew E. Stanley es doctor en Historia por la Universidad de Cincinnati y profesor  en la Universidad Estatal de Albany (Albany, Georgia), donde imparte cursos sobre esclavitud, la guerra civil y la Reconstrucción. Es también autor de The Loyal West: War and Reunion in Middle America (University of Illinois Press, 2016).


Trabajadores trabajando en ruinas después de la Guerra Civil de los Estados Unidos, alrededor de 1865. (Fotos de archivo / Getty Images)

 

El legado abolicionista de la Guerra Civil pertenece a la izquierda

Dale Kretz 

Jacobin   April 6, 2022

Reseña del libro de  Matthew E. Stanley Grand Army of Labor: Workers, Veterans, and the Meaning of the Civil War (University of Illinois Press, 2021).

¿Cómo debemos recordar la Guerra Civil? Para muchos liberales de hoy, la historia es la del Norte ganando la guerra pero perdiendo la paz, consintiendo una reconciliación seccional que dejó intacta la supremacía blanca. El racismo ganó, simple y llanamente.

Pero esto es solo una parte de la historia. El declive precipitado de la afiliación sindical, la militancia laboral en el lugar de trabajo y los eruditos marxistas en la academia han conspirado para oscurecer lo que el historiador Matthew Stanley saca a la luz en su reciente libro: que la Guerra Civil, para los trabajadores blancos y negros por igual, fue una piedra de toque duradera para las luchas populares desde la Reconstrucción hasta el Nuevo Trato, dando forma a la conciencia de clase en el proceso.

Grand Army of Labor: Workers, Veterans, and the Meaning of the Civil War muestra cómo los trabajadores industriales, los agricultores y los radicales desplegaron una “lengua vernácula antiesclavista” en sus luchas contra la Gilded Age y el capitalismo de la Era Progresista. Se presentaron a sí mismos como los portadores naturales de la antorcha del ideal del trabajo libre antes de la guerra, que, argumentaron, apuntaba no solo a la chattel slavery, sino también al trabajo asalariado, anunciando lo que Karl Marx imaginó como una “nueva era de emancipación del trabajo”.

Stanley detalla la construcción colectiva de una “Guerra Civil roja”, construida por trabajadores radicales en innumerables salas sindicales, pisos de talleres y cajas de jabón de terceros. En esta visión de tonos carmesí, John Brown, Frederick Douglass y Abraham Lincoln aparecieron como parangones del abolicionismo, la vanguardia de la “abolición-democracia” de W.E.B. Du Bois. Y aunque el Ejército de la Unión había aplastado a la aristocracia terrateniente del Poder esclavista, la expansión capitalista había generado nuevos intereses monetarios y creado nuevas formas de dominio corporativo. Ese despotismo exigía una nueva generación de emancipadores.

“La guerra dio un tipo de amo por otro”

Los Knight of Labor, una federación sindical fundada en 1869 que alcanzó un pico de 800,000 miembros a mediados de la década de 1880, fue una organización prominente que blandió el lenguaje de la Guerra Civil para luchar contra la “esclavitud asalariada”. “La guerra dio un tipo de amo por otro”, explicó un Caballero en una reunión de la Asociación Azul y Gris en 1886, “y la riqueza que una vez fue propiedad de los amos del Sur ha sido transferida a los monopolistas del Norte y se ha multiplicado por cien en poder, y ahora está esclavizando más que la guerra liberada”. Los Caballeros abogaron por una alianza interracial basada en la clase para librar esta próxima etapa de la guerra por la emancipación. Demostraron ser notablemente hábiles para organizar a los sureños negros y convencer a sus homólogos blancos de la necesidad de ello.

En las décadas de 1880 y 1890, los partidos de reforma agraria como los Greenbackers y los Populistas movilizaron a los “productores” a través de líneas seccionales y raciales. Los veteranos fueron fundamentales para estas campañas. Pero las colaboraciones “Azul-Gris” en el Partido Populista evocaron algo muy diferente a las reuniones nacionalistas blancas de la época que a menudo tenían el mismo nombre bicromático; Dedicados en cambio a “causas aún no ganadas”, como argumenta Stanley, los “trabajadores-veteranos radicales y sus camaradas usaron las palabras y heridas de la guerra para imaginar una alternativa de izquierda” de la clase productora liberada del yugo de la esclavitud económica.

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El líder del Partido Socialista de América, Eugene V. Debs

Apropiadamente, mientras los populistas hablaban en dialecto neo-abolicionista, sus oponentes reciclaron viejos insultos que una vez lanzaron a sus antepasados anteriores a la guerra. Denunciados como jacobinos, socialistas y comunistas, muchos populistas, al menos por un tiempo, se deleitaron en salvar las “divisiones de tiempos de guerra a lo largo de las líneas de clase” mientras sus antagonistas agitaban la camisa sangrienta o lloraban por la Causa Perdida. Los populistas aprovecharon la memoria de la Guerra Civil para un tipo muy diferente de conmemoración, una “reconciliación basada en la oposición mutua a las élites, a las condiciones del capitalismo industrial o al sistema económico en general”.

Mientras que el movimiento populista se extinguió a mediados de la década de 1890, el vocabulario antiesclavista perduró en otros proyectos basados en la clase. El Partido Socialista Americano, fundado en 1901, se basó en gran medida en la lengua vernácula antiesclavista. Los socialistas hablaron con frecuencia de la lucha de clases como un “conflicto incontenible” y una “crisis inminente”. El líder socialista Eugene V. Debs cultivó una autoimagen como un segundo Gran Emancipador, un radical del Medio Oeste que prometió “organizar a los esclavos del capital para votar su propia emancipación”. Preguntó: “¿Quién será el John Brown de la esclavitud asalariada?” y respondió en otra parte: “El Partido Socialista”.

El reto de Gompers

Pero como muestra Stanley, la apropiación de la iconografía de la Guerra Civil por parte de la izquierda radical no pasó desapercibida. La represión del gobierno federal del radicalismo obrero y la política de izquierda durante y después de la Primera Guerra Mundial elevó una corriente “reformista” de la memoria de la Guerra Civil sobre la revolucionaria. La narrativa reformista valoraba el orden social, el legalismo y la lealtad al estado, arrebatando la imagen de Lincoln a los rojos y cubriéndolo con ropa patriótica.

La American Federation of Labor (AFL) desempeñó un papel de liderazgo en la reutilización de Lincoln. Stanley escribe que el presidente conservador de la AFL, Samuel Gompers, “concibió la Guerra Civil no como una etapa inclusiva de la inminente revolución proletaria, sino como un evento nostálgico de prueba nacional, rejuvenecimiento y armonía”. Para Gompers, esto significaba no solo un equilibrio entre el trabajo y el capital, sino, lo que es igual de importante, entre los trabajadores blancos, con énfasis en los blancos, de todas las regiones del país. El sindicalismo artesanal que defendía excluía a los trabajadores negros en masa.

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Atrás quedó el Lincoln que desafió los derechos de propiedad a gran escala con la confiscación no compensada en tiempos de guerra; Lincoln de la AFL defendió la conciliación, el compromiso y la curación. La lengua vernácula antiesclavista sufrió una desradicalización similar. La “emancipación” ahora señalaba una ruptura con el partidismo y la militancia laboral, un proceso incremental de reforma dentro del capitalismo guiado por el liderazgo obrero conservador. Quizás lo más perverso es que Lincoln fue elegido como el gran emancipador de los trabajadores blancos, con una retórica antiesclavista rediseñada para acomodar la segregación en el lugar de trabajo.

En resumen, la política de lealtad de la AFL —económica, patriótica y racial— asimiló el trabajo organizado en el cuerpo político estadounidense en términos conservadores.

La Guerra Civil Radical

Un recuerdo de la Guerra Civil radical siguió vivo.

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Fotografía del abolicionista Frederick Douglass cuando tenía alrededor de veintinueve años. (Galería Nacional de Retratos / Wikimedia Commons)

En la década de 1930, la Guerra Civil roja floreció en la organización del Partido Comunista, particularmente con los sureños negros, que eran vistos como naturalmente hostiles a la clase dominante blanca. “Cuando los comunistas negros Hosea Hudson y Angelo Herndon compararon sus esfuerzos de organización con un abolicionismo restaurado que podría ‘terminar el trabajo de liberar a los negros’, los camaradas blancos estuvieron de acuerdo”, escribe Stanley. Cuando James S. Allen, un historiador marxista de la Reconstrucción y editor del periódico del Partido Comunista, el Southern Worker, escribió una defensa de los Scottsboro Boys, “representó para muchos blancos del sur una amenaza reconstituida de carpetbagger”. El propio Allen “vio al Partido Comunista como un medio para ‘completar las tareas inconclusas de la Reconstrucción revolucionaria’“.

La Guerra Fría finalmente diezmó a la izquierda obrera y con ella al ejemplo revolucionario anticapitalista y antirracista de la Guerra Civil. Pero el estudio exhaustivamente investigado e iluminador de Stanley revela cuán duradera ha sido la contrainsurgencia cultural de la memoria de la Guerra Civil. Como miles de activistas y organizadores sindicales habían insistido durante mucho tiempo, y como demasiados estadounidenses han olvidado hace mucho tiempo, la lucha de la década de 1860 nunca fue solo nacional o racial, sino sobre la liberación de todas las formas de despotismo. Fue un golpe a la supremacía blanca que anunció una emancipación más amplia, un golpe más devastador al dominio de la propiedad.

Para los socialistas de hoy, la historia de la Guerra Civil Americana puede ser nuevamente fuente de inspiración en la elaboración de una política anticapitalista y antirracista,  y de una lengua vernácula radical para la solidaridad y la transformación revolucionaria. La “Guerra Civil Roja” es nuestra.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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El Instituto Gilder Lehrman de Historia Americana y el Gettysburg College anunciaron que el Gilder Lehrman Lincoln Award 2022 ha sido concedido a la Dra. Caroline E. Janney, por su libro  Ends of War: The Unfinished Fight of Lee’s Army after Appomattox (The University of North Carolina Press). El  Gilder Lehrman Lincoln Award 2022 se otorga anualmente al mejor trabajo académico en inglés dedicado al estudio de  Abraham Lincoln o de la era de la guerra civil estadounidense.

Amazon.com: Remembering the Civil War: Reunion and the Limits of Reconciliation (Littlefield History of the Civil War Era) eBook : Janney, Caroline E.: Kindle StoreCaroline E. Janney es la John L. Nau III Professor of the American Civil War y Directora de  John L. Nau Center for the History of the Civil War en la University of Virginia. Ha presidido la Society of Civil War Historians y editora de la  Civil War America de la University of North Carolina Press. Entre sus varios libros, destacan Remembering the Civil War: Reunion and the Limits of Reconciliation (2013) y Buying and Selling Civil War Memory in Gilded Age America (2021).

Traduzco la descripción del libro que acompaña el anuncio del premio: “Janney’s Ends of War es una nueva historia dramática de las semanas y meses posteriores a la batalla de Appomattox. Revela que la rendición de Lee fue menos un final que el comienzo de un interregno marcado por la incertidumbre militar y política, la confusión legal y logística, y los continuos estallidos de violencia. Janney lleva a los lectores desde las deliberaciones de las autoridades gubernamentales y militares hasta las experiencias a nivel del suelo de los soldados comunes. En última instancia, lo que se desarrolla es la desordenada narrativa del nacimiento de la Causa Perdida, sentando las bases para la desafiante resistencia de la rebelión en los años que siguieron.”

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El mes de febrero es dedicado en Estados Unidos a la historia afroamericana. Por ello, Diálogo Atlántico, blog del Instituto Franklin UHA, publica una nota del Dr. Rubén Peinado Abarrio, reseñando seis películas con temas afroamericanos.  Son estas: Selma (2014), Judas y el mesías negro (2021), Doce años como esclavo (2013), Los chicos del barrio (Boyz n the Hood, 1991),  Moonlight (2016) y Killer of Sheep (1978). 

El Dr. Peinado Abarrio es Doctor en Filología Inglesa por la Universidad de Oviedo y  profesor en la Universidad de Zaragoza.


Black-History-Month

Black History Month: Un itinerario cinematográfico para conmemorar la historia negra de Estados Unidos

Diálogo Atlántico    3 de febrero de 2021

Cada país tiene sus propios fantasmas. En Estados Unidos, la esclavitud institucionalizada y su legado de racismo ocupan un lugar central en el imaginario colectivo. Iniciativas periodísticas como los proyectos Inheritance y 1619 se han propuesto dibujar una nación vertebrada en torno a la negritud, objetivo similar al del Black History Month, que durante el mes de febrero conmemora a figuras y momentos clave de la diáspora africana. Con motivo de la celebración, proponemos un itinerario cinematográfico que alterna grandes acontecimientos y héroes nacionales con luchas desde abajo y experiencias fuera de foco. Unos y otras sirven para convertir nuestras pantallas en espacios de recuerdo y homenaje.

Selma (Ava DuVernay, 2014)

Verano de 1963: cuatro niñas se disponen a abandonar una iglesia baptista de Alabama cuando la bomba plantada por miembros del Ku Klux Klan la hace saltar por los aires. En una cinta donde predomina el acercamiento solemne a la figura de Martin Luther King, es esta representación de terrorismo doméstico la que permanece en la retina del público. Con su puesta en escena, su iluminación, y su uso del ruido, el silencio y la cámara lenta, DuVernay muestra la fragilidad de la existencia afroamericana, sumergiéndonos en un horror que convierte un momento banal en parteaguas, tanto para las víctimas individuales como para todo el Movimiento por los Derechos Civiles.

 

Judas y el mesías negro (Shaka King, 2021)

Dos actitudes -no siempre excluyentes- surgen como respuesta a esa violencia blanca: una pacífica, cargada de amor cristiano y orientada a la integración, y otra beligerante y revolucionaria, articulada en torno al Nacionalismo Negro. Como líder de los Panteras Negras de Illinois, Fred Hampton seguía la segunda ruta, y así lo atestiguan los incendiarios discursos que salpican el film de King. Por ello, entre escenas de violencia potencial y consumada, brilla con luz propia el cortejo entre Hampton (Daniel Kaluuya) y Deborah Johnson (Dominique Fishback): los futuros amantes intiman mientras recitan un apasionado discurso del héroe común, Malcolm X. Como en el poema de Yeats, también de la lucha puede nacer una belleza terrible.

 

Moonlight (Barry Jenkins, 2016)

En una sociedad en la que la masculinidad tóxica ofrece refugio ante la precariedad histórica del cuerpo negro, el deseo consumado de dos adolescentes homosexuales adquiere valor subversivo. Ante las mismas aguas en las que Chiron (Ashton Sanders) había sido bautizado por una figura paterna de breve aparición -evocación de un ideal de amor en un mundo hostil-, tiene lugar este instante de intimidad, que permite olvidar temporalmente el acoso escolar y la homofobia y atreverse a abrazar una identidad sexual en construcción.

 

Killer of Sheep (Charles Burnett, 1978)

Saltamos de una joven pareja bañada por la luz de la luna a un matrimonio que baila al son de la elegante voz de Dinah Washington. Con caricias desesperadas, la esposa (Kaycee Moore) pelea por sacar a su marido (Henry Sanders) de la parálisis emocional propiciada por la precariedad económica y su trabajo alienante en un matadero. En este clásico perdido durante décadas, Burnett traslada al barrio angelino de Watts de los años 70 el impacto emocional y los hallazgos formales del neorrealismo, al tiempo que huye de los estereotipos de drogas, tiroteos y pandillas en el gueto.

 

Los chicos del barrio (John Singleton, 1991)

Recorremos ahora los cinco kilómetros que separan Watts de Compton, donde Furious (Laurence Fishburne) disecciona el complejo entramado de intereses que obstaculizan la justifica racial en Estados Unidos. Con un didacticismo tan efectista como efectivo, Singleton proyecta una espiral de catástrofe: los jóvenes negros permanecen sujetos a la violencia causada por el alcohol, las drogas y la falta de expectativas, el crimen devalúa el precio de las propiedades, sus dueños venden a bajo precio y son desplazados, con la consiguiente subida de precios que solo compradores blancos pueden permitirse. Como terrible consecuencia final: la dispersión y erosión de las comunidades negras.

 

12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2013)

De la gentrificación retrocedemos a la manifestación más extrema del supremacismo blanco: la esclavitud basada en la raza. McQueen evoca el terror con la milimétrica composición del linchamiento de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), pero también abre ventanas desde las que celebrar la fuerza y belleza del legado cultural afroamericano. De entre todas ellas, nos quedamos con la imagen de comunión durante los cánticos espirituales en el funeral de un esclavo de la plantación. En un primer plano de poco más de un minuto, Ejiofor consigue transmitir el trayecto que va desde la desesperanza individual hasta el drama colectivo, y de ahí a la convicción de que un futuro mejor aguarda, ya sea a esta generación o a las siguientes. Esta escena, al igual que el resto del itinerario, funciona a un tiempo como recordatorio de la vulnerabilidad de las vidas negras y como monumento a la resiliencia de la comunidad afroamericana.

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Durante la pandemia, el Instituto de Cultura Puertorriqueño ha desarrollado un exitoso programa de conferencias virtuales sobre temas de Puerto Rico y el Caribe.  Bajo el nombre Coloqueo, este programa ha producido casi 200 episodios. El más reciente de ellos, el número 194,  llamó poderosamente mi atención por tratar un tema relacionado a la historia estadounidense: el papel que jugó el Caribe durante la guerra de independencia de Estados Unidos. Se trata de la pesentación de dos libros del Dr. José E. Muratti Toro, que recogen su tesis doctoral: El Caribe en la guerra de independencia de los Estados Unidos: la justificación de la preferencia e Historiografía, historicismo y el rescate de lo invisible: reflexión sobre el acercamiento teórico al Caribe en la guerra de independencia de los Estados Unidos, ambos publicados por la Editorial 360. Presentan estos libros dos destacadísimos historiadores puertorriqueños, el Dr. Jorge Rogríguez Beruff y el Dr. Mario Cancel Sepulveda.

Quienes quieran ver esta presentación pueden ir aquí.

Emblema | ICP

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