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Posts Tagged ‘Frederick Douglass’

En esta segunda entrega de la serie de artículos del Dr. Aaron Gamaliel Ramos sobre Haití, el autor enfoca varios temas: el costo para los haitianos del reconocimiento de su independencia por las potencias mundial, la mirada geopolítica estadounidense, la presencia de Frederick Douglass en Haití y la terrible ocupación militar estadounidense.

La primera parte de esta serie la pueden encontrar aquí.


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Haití en el espacio estadounidense

 Aaron Gamaliel Ramos

Claridad  15 de febrero de 2023

Especial para CLARIDAD

Este es el segundo de tres artículos sobre Haití dirigidos a conocer las raíces históricas de su actual crisis. En este capítulo considero el interés estadounidense por controlar el Estado haitiano. El primero de ellos se publicó en las páginas del suplemento cultural En Rojo

Introducción

En el tablero de luchas entre las naciones colonialistas de principios del siglo 19, el Haití liberado se fue convirtiendo en pieza codiciada. A pesar de las pretensiones de las metrópolis colonialistas de aislar a Haití de los circuitos económicos del capitalismo agrario de los primeros decenios de ese siglo, la nueva nación no disminuyó su importancia económica. Antes bien, se fue convirtiendo en un país codiciado por los intereses capitalistas de aquellos tiempos.

Durante sus años finales como colonia, el Sainte-Domingue francés suplió buena parte de las mercancías agrícolas ansiadas por los consumidores de Francia, sobre todo azúcar y café, superando la producción de otras colonias de las Antillas. De modo que, desde los primeros lustros del siglo 19, los intereses económicos y financieros de diversos países se interesaron en penetrar a Haití, iniciativa en la que encontraron el apoyo de la oligarquía haitiana, interesada en proveer continuidad al papel de Haití como principal exportador de mercancías agrícolas, pero bajo su mando.

Aunque Estados Unidos y varios países europeos tuvieron relaciones comerciales con el Haití liberado desde sus inicios, estos se resistieron a reconocer formalmente la existencia de la República de Haití, puesto que ella representaba la anulación de la esclavitud, que era el fundamento de las economías coloniales de aquellos tiempos. De ahí que los poderosos manejadores del colonialismo esclavista, que fueron aniquilados por la revolución haitiana, se transformaran en los principales acreedores de la nueva nación, exigiendo reparaciones a un pueblo que, en justicia, debió de haberlas recibido.

Cuando repensaron su oposición a reconocer la existencia de Haití como país, no lo hicieron como un acto de generosidad hacia un pueblo que pretendía construir un país de afrodescendientes libres desde las más dificultosas condiciones, sino como un modo de reapropiarse de sus recursos y sus riquezas, a través de la inserción de la producción agrícola en los circuitos comerciales de la época.

El reconocimiento de Haití

El reconocimiento por Francia fue el más costoso para Haití, ya que los esclavizadores franceses exigieron una altísima compensación por la pérdida de las propiedades de la clase esclavista.

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Jean-Pierre Boyer

En 1824, el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer envió una delegación a París para negociar una indemnización a cambio del reconocimiento de Haití por su antigua metrópoli colonial. Francia reconoció a Haití en 1826, luego de extorsionar al gobierno de Boyer, obligándole a resarcir en metálico lo que los combatientes antiesclavistas habían conquistado en el campo de batalla. Como resultado de ello, Haití acabó pagando a Francia la suma de 150 millones de francos, que fue muchísimo más que lo que el gobierno de Estados Unidos pagó a la República francesa en 1803 por la compra del territorio de Luisiana. El Reino Unido lo haría una década más tarde, en 1833, junto a la aprobación de la Ley de abolición de la esclavitud en las colonias británicas.

A Estados Unidos se le hizo mucho más difícil reconocer a la primera república afrodescendiente del mundo. A diferencia de las metrópolis europeas, cuyas colonias estuvieron localizadas en una zona ultramarina distante de Europa, Estados Unidos construyó su sistema esclavista en su propio seno. El reconocimiento de Haití amenazaba los intereses de los dueños de las empresas esclavistas del Sur, temerosos de que el ejemplo haitiano sacudiera los fundamentos económicos de la nación. Por ello, las varias propuestas para que Estados Unidos reconociera a la república negra, tropezaran con el monstruoso racismo que existía, tanto en el sector económico de ese país, como en el seno de su propio gobierno.

De ahí que, a pesar de los intercambios comerciales informales que tuvieron ambas naciones durante cuatro décadas, Estados Unidos acabó reconociendo a Haití mucho más tarde que otras naciones. Lo hizo en 1862, justo cuando los estados del sur se separaron de la Unión de estados federados, iniciando la guerra civil de ese país, la cual tuvo como eje las pretensiones de la clase esclavócrata estadounidense de expandir el sistema esclavista hacia el oeste del país.

Haití en la mirada geopolítica estadounidense

Además de sus intereses económicos, los intereses geopolíticos de Estados Unidos fueron determinantes a la hora de entablar relaciones diplomáticas con el nuevo país. Haití había incrementado su papel como exportador de mercancías agrícolas, y los intereses navieros estadounidenses consideraban a Haití como un eje importante en el comercio marítimo en la región del Caribe, el cual aspiraban a controlar.

Además, a Estados Unidos le preocupaban los esfuerzos europeos de ampliar su presencia en esta parte del mundo, que fue precisamente el motivo que llevó al presidente estadounidense James Monroe a advertir a las metrópolis coloniales europeas en 1832, que no debían entremeterse en los asuntos del hemisferio occidental, que Estados Unidos consideraba como suyo. Con ello, se iniciaba las acciones de Estados Unidos dirigidas a dominar, no apenas la economía haitiana, sino toda la isla de La Española. Como parte de ese esquema, intentaron la adquisición del Mole-Saint Nicolas, en la región noroccidental del país, que mira hacia Cuba, para convertirlo en una base naval, garantizando el monopolio estadounidense del comercio marítimo en la región.

De ese modo, Haití se fue convirtiendo en una colonia informal de Estados Unidos, país que pretendía hacer girar las riendas del poder estatal haitiano hacia sus garfios imperiales. Como parte de ese esfuerzo, el presidente estadounidense Benjamin Harrison designó al reconocido abolicionista Frederick Douglass como ministro Residente y Cónsul General de los Estados Unidos en Haití, convirtiéndolo en un instrumento del naciente imperialismo estadounidense.

Un abolicionista negro en Haití

Aunque Douglass aceptó su nombramiento con la esperanza de que su presencia en Haití sería un potente factor para la paz, el bienestar y la prosperidad del pueblo de Haití, el Departamento de Estado tenía otros planes con su presencia, como «la esperanza de usarla para socavar la independencia de Haití mientras fortalecía el proyecto expansionista estadounidense en el Caribe».[1]

Merlin_4129046Durante su breve estancia en Haití, entre 1889 y 1891, Douglass se percató de que su misión no era estimular el desarrollo de una nación habitada por sus congéneres, sino abrirle las puertas al capital estadounidense. Desde el inicio de su gestión, Douglass percibió que, lejos de la visión romántica de un embajador estadounidense negro en afinidad con un país de mayoría negra, el poder imperial estadounidense esperaba de él que utilizara su negritud para abrirle el camino a los intereses económicos de ese país, sobre todo el sector naviero que se expandía por la región.

Lejos de un embajador, ejerciendo su papel diplomático, la presencia de Douglass en Haití se vio reducida a recibir órdenes de empresarios estadounidenses golosos y racistas en detrimento de los empresarios y ciudadanos haitianos, lo que se convertiría en el estándar de conducta que regiría la asistencia de Estados Unidos hacia ese país durante el siglo veinte, e incluso hasta nuestros días.

La ocupación de Haití

Varias décadas después del experimento con Douglass Estados Unidos optó por el modo directo de control sobre Haití, enviando soldados de la Marina de Guerra en 1915, bajo la presidencia de Woodrow Wilson, con el pretexto de «restaurar el orden y preservar la estabilidad política y económica del país en el Caribe», proceso que se extendió hasta 1934.

En realidad, de lo que se trataba era de sustituir las cúpulas de los estados de América Latina y el Caribe mediante la promoción de golpes militares dirigidos instalar gobiernos favorables a Estados Unidos, o el control directo de ellos mediante su invasión y ocupación. En ambos casos se obligaba a los países a convertirse en repúblicas bananeras, bajo un modelo que privilegiaba los intereses de monopolios dedicados a la producción de mercancías agrícolas para la exportación, apoyado por oligarquías serviles que ejercían su represión sobre sociedades altamente estratificadas.

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Tropas estadounidenses en Haití

Durante la ocupación de casi dos décadas Estados Unidos cumplió buena parte de los objetivos que se propuso, entre ellos la consolidación de un Estado favorable a sus intereses estadounidenses, la creación de la Garde d’Haiti, que fue una fuerza policiaca adiestrada para suprimir a los movimientos de luchas campesinas, y la instalación de instituciones americanas en el país, que canalizarían las llamadas «ayudas» a la población. La ocupación también tuvo una clara preferencia por los mulatos en el poder, que se beneficiaron del esfuerzo estadounidense de implantar la estructura racista de Jim Crow en el seno de la primera república afrodescendiente.

Durante los diecinueve años que duró la intrusión en Haití, el gobierno de Washington realizó obras de infraestructura y servicios agrícolas en ese país, a la vez que incrementaba el flujo de exportaciones estadounidenses, tales como instrumentos y productos agrícolas, hacia ese país. Con ello se incrementó la corrupción gubernamental y el endeudamiento del estado haitiano en el mercado financiero internacional.

Una nueva constitución aprobada en 1918 viabilizó la posesión de tierras por extranjeros. En ese proceso, que fue primordialmente controlado por las élites mulatas, muchos campesinos fueron despojados de sus tierras, obligándolos a emigrar hacia las ciudades del país, en las cuales se topaban con un Estado manejado por élites que despreciaban al pueblo campesino haitiano..

Sin embargo, el control mulato sobre el aparato de Estado se fue debilitando luego de la Segunda Guerra Mundial, como resultado de la fuerza ganada por los movimientos negristas haitianos durante el periodo entre las dos grandes guerras mundiales del siglo veinte.

Conclusión

A lo largo del siglo veinte hubo intentos de modernizar al estado, los cuales se desmoronaba por los vaivenes entre su papel figurativo de representar el bien de la nación en su conjunto y su misión real de ser instrumento para proteger los intereses de la clase dominante haitiana. En ese proceso, el bienestar de la población haitiana quedó siempre relegado en la agenda de los que controlaban las riendas del poder.

Afirmado el control estadounidense de Haití, el país vivió periodos altibajos de luchas entre los diversos sectores de la clase dominante que se resolvieron con asesinatos de varios presidentes. Con la toma del poder por François Duvalier en 1957, Haití se fue tornando en una dictadura servil más, dentro de las muchas que amamantó Washington con el fin de convertir naciones con futuros, en meros tugurios marcados por la pobreza persistente y ciclos de violencia que culminaban en intervenciones militares extranjeras.

Con ello, se trastocaba la agenda trazada por los fundadores de la República de Haití en 1804, quienes imaginaron una nación independiente, con un Estado volcado hacia el bienestar del pueblo que logró destruir las estructuras deshumanizantes que sirvieron para enriquecer al mundo europeo.

 

[1] «Frederick Douglass and American Empire in Haiti». National African-American Rerparations Commission (December 15, 2021)

 

 

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En esta reseña del libro de Matthew E. Stanley Grand Army of Labor: Workers, Veterans, and the Meaning of the Civil War, Dale Kretz nos presenta a la guerra civil estadounidense como  una conmoción revolucionaria que no solo aplastó la esclavitud, sino que también avivó la esperanza de una emancipación anticapitalista en los Estados Unidos.  Según Kretz, Stanley analiza cómo la inconografía y la discursiva  de la guerra civil sobreviven y son usados por la izquierda radical estadounidense hasta la guerra fría.

Dale Kretz es profesor de historia en el Departamento de Historia de la Universidad de California en Santa Barbara. Tanto su trabajo de investigación y su docencia se centran en la historia de los  afroamericanos. Es autor de Administering Freedom: The State of Emancipation after the Freedmen’s Bureau (UNC Press, 2022).

Matthew E. Stanley es doctor en Historia por la Universidad de Cincinnati y profesor  en la Universidad Estatal de Albany (Albany, Georgia), donde imparte cursos sobre esclavitud, la guerra civil y la Reconstrucción. Es también autor de The Loyal West: War and Reunion in Middle America (University of Illinois Press, 2016).


Trabajadores trabajando en ruinas después de la Guerra Civil de los Estados Unidos, alrededor de 1865. (Fotos de archivo / Getty Images)

 

El legado abolicionista de la Guerra Civil pertenece a la izquierda

Dale Kretz 

Jacobin   April 6, 2022

Reseña del libro de  Matthew E. Stanley Grand Army of Labor: Workers, Veterans, and the Meaning of the Civil War (University of Illinois Press, 2021).

¿Cómo debemos recordar la Guerra Civil? Para muchos liberales de hoy, la historia es la del Norte ganando la guerra pero perdiendo la paz, consintiendo una reconciliación seccional que dejó intacta la supremacía blanca. El racismo ganó, simple y llanamente.

Pero esto es solo una parte de la historia. El declive precipitado de la afiliación sindical, la militancia laboral en el lugar de trabajo y los eruditos marxistas en la academia han conspirado para oscurecer lo que el historiador Matthew Stanley saca a la luz en su reciente libro: que la Guerra Civil, para los trabajadores blancos y negros por igual, fue una piedra de toque duradera para las luchas populares desde la Reconstrucción hasta el Nuevo Trato, dando forma a la conciencia de clase en el proceso.

Grand Army of Labor: Workers, Veterans, and the Meaning of the Civil War muestra cómo los trabajadores industriales, los agricultores y los radicales desplegaron una “lengua vernácula antiesclavista” en sus luchas contra la Gilded Age y el capitalismo de la Era Progresista. Se presentaron a sí mismos como los portadores naturales de la antorcha del ideal del trabajo libre antes de la guerra, que, argumentaron, apuntaba no solo a la chattel slavery, sino también al trabajo asalariado, anunciando lo que Karl Marx imaginó como una “nueva era de emancipación del trabajo”.

Stanley detalla la construcción colectiva de una “Guerra Civil roja”, construida por trabajadores radicales en innumerables salas sindicales, pisos de talleres y cajas de jabón de terceros. En esta visión de tonos carmesí, John Brown, Frederick Douglass y Abraham Lincoln aparecieron como parangones del abolicionismo, la vanguardia de la “abolición-democracia” de W.E.B. Du Bois. Y aunque el Ejército de la Unión había aplastado a la aristocracia terrateniente del Poder esclavista, la expansión capitalista había generado nuevos intereses monetarios y creado nuevas formas de dominio corporativo. Ese despotismo exigía una nueva generación de emancipadores.

“La guerra dio un tipo de amo por otro”

Los Knight of Labor, una federación sindical fundada en 1869 que alcanzó un pico de 800,000 miembros a mediados de la década de 1880, fue una organización prominente que blandió el lenguaje de la Guerra Civil para luchar contra la “esclavitud asalariada”. “La guerra dio un tipo de amo por otro”, explicó un Caballero en una reunión de la Asociación Azul y Gris en 1886, “y la riqueza que una vez fue propiedad de los amos del Sur ha sido transferida a los monopolistas del Norte y se ha multiplicado por cien en poder, y ahora está esclavizando más que la guerra liberada”. Los Caballeros abogaron por una alianza interracial basada en la clase para librar esta próxima etapa de la guerra por la emancipación. Demostraron ser notablemente hábiles para organizar a los sureños negros y convencer a sus homólogos blancos de la necesidad de ello.

En las décadas de 1880 y 1890, los partidos de reforma agraria como los Greenbackers y los Populistas movilizaron a los “productores” a través de líneas seccionales y raciales. Los veteranos fueron fundamentales para estas campañas. Pero las colaboraciones “Azul-Gris” en el Partido Populista evocaron algo muy diferente a las reuniones nacionalistas blancas de la época que a menudo tenían el mismo nombre bicromático; Dedicados en cambio a “causas aún no ganadas”, como argumenta Stanley, los “trabajadores-veteranos radicales y sus camaradas usaron las palabras y heridas de la guerra para imaginar una alternativa de izquierda” de la clase productora liberada del yugo de la esclavitud económica.

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El líder del Partido Socialista de América, Eugene V. Debs

Apropiadamente, mientras los populistas hablaban en dialecto neo-abolicionista, sus oponentes reciclaron viejos insultos que una vez lanzaron a sus antepasados anteriores a la guerra. Denunciados como jacobinos, socialistas y comunistas, muchos populistas, al menos por un tiempo, se deleitaron en salvar las “divisiones de tiempos de guerra a lo largo de las líneas de clase” mientras sus antagonistas agitaban la camisa sangrienta o lloraban por la Causa Perdida. Los populistas aprovecharon la memoria de la Guerra Civil para un tipo muy diferente de conmemoración, una “reconciliación basada en la oposición mutua a las élites, a las condiciones del capitalismo industrial o al sistema económico en general”.

Mientras que el movimiento populista se extinguió a mediados de la década de 1890, el vocabulario antiesclavista perduró en otros proyectos basados en la clase. El Partido Socialista Americano, fundado en 1901, se basó en gran medida en la lengua vernácula antiesclavista. Los socialistas hablaron con frecuencia de la lucha de clases como un “conflicto incontenible” y una “crisis inminente”. El líder socialista Eugene V. Debs cultivó una autoimagen como un segundo Gran Emancipador, un radical del Medio Oeste que prometió “organizar a los esclavos del capital para votar su propia emancipación”. Preguntó: “¿Quién será el John Brown de la esclavitud asalariada?” y respondió en otra parte: “El Partido Socialista”.

El reto de Gompers

Pero como muestra Stanley, la apropiación de la iconografía de la Guerra Civil por parte de la izquierda radical no pasó desapercibida. La represión del gobierno federal del radicalismo obrero y la política de izquierda durante y después de la Primera Guerra Mundial elevó una corriente “reformista” de la memoria de la Guerra Civil sobre la revolucionaria. La narrativa reformista valoraba el orden social, el legalismo y la lealtad al estado, arrebatando la imagen de Lincoln a los rojos y cubriéndolo con ropa patriótica.

La American Federation of Labor (AFL) desempeñó un papel de liderazgo en la reutilización de Lincoln. Stanley escribe que el presidente conservador de la AFL, Samuel Gompers, “concibió la Guerra Civil no como una etapa inclusiva de la inminente revolución proletaria, sino como un evento nostálgico de prueba nacional, rejuvenecimiento y armonía”. Para Gompers, esto significaba no solo un equilibrio entre el trabajo y el capital, sino, lo que es igual de importante, entre los trabajadores blancos, con énfasis en los blancos, de todas las regiones del país. El sindicalismo artesanal que defendía excluía a los trabajadores negros en masa.

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Atrás quedó el Lincoln que desafió los derechos de propiedad a gran escala con la confiscación no compensada en tiempos de guerra; Lincoln de la AFL defendió la conciliación, el compromiso y la curación. La lengua vernácula antiesclavista sufrió una desradicalización similar. La “emancipación” ahora señalaba una ruptura con el partidismo y la militancia laboral, un proceso incremental de reforma dentro del capitalismo guiado por el liderazgo obrero conservador. Quizás lo más perverso es que Lincoln fue elegido como el gran emancipador de los trabajadores blancos, con una retórica antiesclavista rediseñada para acomodar la segregación en el lugar de trabajo.

En resumen, la política de lealtad de la AFL —económica, patriótica y racial— asimiló el trabajo organizado en el cuerpo político estadounidense en términos conservadores.

La Guerra Civil Radical

Un recuerdo de la Guerra Civil radical siguió vivo.

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Fotografía del abolicionista Frederick Douglass cuando tenía alrededor de veintinueve años. (Galería Nacional de Retratos / Wikimedia Commons)

En la década de 1930, la Guerra Civil roja floreció en la organización del Partido Comunista, particularmente con los sureños negros, que eran vistos como naturalmente hostiles a la clase dominante blanca. “Cuando los comunistas negros Hosea Hudson y Angelo Herndon compararon sus esfuerzos de organización con un abolicionismo restaurado que podría ‘terminar el trabajo de liberar a los negros’, los camaradas blancos estuvieron de acuerdo”, escribe Stanley. Cuando James S. Allen, un historiador marxista de la Reconstrucción y editor del periódico del Partido Comunista, el Southern Worker, escribió una defensa de los Scottsboro Boys, “representó para muchos blancos del sur una amenaza reconstituida de carpetbagger”. El propio Allen “vio al Partido Comunista como un medio para ‘completar las tareas inconclusas de la Reconstrucción revolucionaria’“.

La Guerra Fría finalmente diezmó a la izquierda obrera y con ella al ejemplo revolucionario anticapitalista y antirracista de la Guerra Civil. Pero el estudio exhaustivamente investigado e iluminador de Stanley revela cuán duradera ha sido la contrainsurgencia cultural de la memoria de la Guerra Civil. Como miles de activistas y organizadores sindicales habían insistido durante mucho tiempo, y como demasiados estadounidenses han olvidado hace mucho tiempo, la lucha de la década de 1860 nunca fue solo nacional o racial, sino sobre la liberación de todas las formas de despotismo. Fue un golpe a la supremacía blanca que anunció una emancipación más amplia, un golpe más devastador al dominio de la propiedad.

Para los socialistas de hoy, la historia de la Guerra Civil Americana puede ser nuevamente fuente de inspiración en la elaboración de una política anticapitalista y antirracista,  y de una lengua vernácula radical para la solidaridad y la transformación revolucionaria. La “Guerra Civil Roja” es nuestra.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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Andrew Johnson es, sin lugar a dudas,  uno de los residentes más controversiales de entre quienes han llegado a la Casa Blanca. A Johnson, quien llegó a la presidencia gracias al asesinato de Lincoln, le corresponde el récord de ser el primer presidente residenciando en la historia estadounidense. Juicio del que se salvó por los pelos.

En esta nota, la crítica  literaria Jennifer Szalai reseña el más reciente libro de Robert S. Levine titulado The Failed Promise Reconstruction, Frederick Douglass, and the Impeachment of Andrew Johnson (W.W. Norton & Company, 2021). En este libro, el Dr Levine, profesor de literatuta de la Universidad de Maryland, busca rescatar la figura de Johnson, lo que, según Szalai, no logra.


Biografía de Andrew Johnson, decimoséptimo presidente de los Estados Unidos

Cuando Frederick Douglass conoció a Andrew Johnson

Jennifer Szalai

The New York Times    30 de agosto de 2021

Andrew Johnson, que asumió el cargo más alto después del asesinato de Lincoln en 1865, no solo fue un presidente accidental sino también racista; sobre eso, dice Robert S. Levine, no puede haber ninguna duda.

Photo of Robert Levine

Robert S. Levine

Pero como señala Levine en The Failed Promise, su fascinante aunque defectuoso nuevo libro sobre la Reconstrucción y el eventual juicio político de Johnson, varios líderes negros y republicanos radicales tenían la esperanza de que Johnson demostraría ser un defensor más ardiente de los derechos del pueblo negro que el propio Lincoln.

Lincoln había tardado un tiempo en comprometerse con la causa antiesclavista; también lo había hecho Johnson, pero después de la Proclamación de Emancipación de 1863, comenzó a llamar a la esclavitud «un cáncer en nuestra sociedad», y dijo en voz baja que Lincoln se estaba moviendo demasiado lentamente contra la Confederación para «aplastar la rebelión». En 1864, hablando a una entusiasta audiencia negra en Nashville, Johnson, el gobernador militar de Tennessee en ese momento, emitió una promesa audaz: «De hecho, seré tu Moisés, y te guiaré a través del Mar Rojo de guerra y esclavitud, a un futuro más justo de libertad y paz».

Con este esbelto libro, Levine pretende hacer varias cosas a la vez. A diferencia de otros volúmenes sobre el juicio político de Johnson, que se centran principalmente en los republicanos radicales que querían que fuera destituido de su cargo, The Failed Promise analiza de cerca la perspectiva de Frederick Douglass y otros líderes negros. Levine también trata de recrear la incertidumbre de la época, ofreciendo lecturas cuidadosas de documentos contemporáneos en lugar de enfatizar los relatos retrospectivos que han sido moldeados por el beneficio de la retrospectiva.

Con ese fin, el libro comienza con la famosa descripción mordaz de Douglass de Johnson en la segunda toma de posesión de Lincoln en marzo de 1865. Como Douglass escribiría 16 años después en Life and Times of Frederick Douglass, notó que Johnson lo miraba con una mirada de «amargo desprecio y aversión». Douglass se volvió hacia su compañero y le dijo: «Sea lo que sea Andrew Johnson, ciertamente no es amigo de nuestra raza».

A Failed Promise Robert Levine coverLevine, un profesor de inglés que ha escrito extensamente sobre Douglass, aconseja que el relato de Douglass, quien dramatiza su clarividencia, debe leerse con una medida de escepticismo. Como orador y escritor talentoso, Douglass a veces podía contar historias «mucho después del hecho de que eludió ambigüedades o conflictos», escribe Levine. Life and Times describe la «elección triunfal» de Lincoln en 1860 en los términos más brillantes, pasando por alto la rápida desilusión de Douglass. Un año después de esa «elección triunfal», se burlaba de la «interferencia a favor de la esclavitud del presidente LINCOLN» y la «imbecilidad indefensa» de la administración.

Parte del argumento de Levine es que Johnson, quien según todos los informes estaba borracho en la segunda toma de posesión de Lincoln, no estaba necesariamente condenado a ser el desastroso presidente que demostró ser. Como demócrata pro-Unión del Sur (y eventualmente antiesclavista) durante la Guerra Civil, Johnson no solo se había ganado el cariño de los republicanos y había profundizado a sabiendas su propia carrera política, sino que había puesto en riesgo su propia vida a sabiendas.

El senador Charles Sumner fue uno de los republicanos radicales que se mostró optimista sobre Johnson, declarándose «satisfecho de que es el amigo sincero del negro, y listo para actuar por él con decisión». Del mismo modo, las relaciones de Johnson con los afroamericanos fueron, escribe Levine, en gran medida «amables» desde el principio. El activista afroamericano John Mercer Langston dijo que estaba satisfecho con las garantías de Johnson «de que sus conciudadanos de color deberían encontrar en él un amigo siempre consciente de su bienestar».

Pero Douglass se apresuró a ver lo que Johnson estaba haiendo. Antes del final de su primer año en el cargo, Johnson había anunciado una Proclamación de Amnistía para los ex confederados, permitiendo a los terratenientes del sur que le solicitaron personalmente que se aferraran a su propiedad. En lugar de referirse a la Reconstrucción, insistió en el término «restauración». En el sur, turbas blancas envalentonadas descendieron sobre los negros, perpetrando las masacres de 1866 en Memphis y Nueva Orleans. Douglass, como parte de una delegación de estadounidenses negros que visitó la Casa Blanca para argumentar a favor del sufragio negro, le dijo a Johnson: «Usted otorga derechos a sus enemigos y priva de derechos a sus amigos».

Johnson, terco y de piel delgada, respondió a las críticas indignándose y poniéndose a la defensiva, incluso al borde de perder el control, escribe Levine. Si no hubiera sido por la creciente oposición, continúa, «podría haber surgido un Johnson más benigno y pragmático».

La proposición no es convincente, por decirlo suavemente. Levine pone mucho peso en el hecho de que en 1865, Johnson había expresado en privado un plan para el sufragio negro limitado. Sin embargo, al mismo tiempo, Johnson insistía públicamente en que el sufragio demasiado radical desaconsería «una guerra de las razas». Y independientemente de lo que Johnson haya dicho, lo que realmente hizo  no podría ser más claro. Usó su poder para socavar la Reconstrucción a cada paso, presidiendo lo que la historiadora Annette Gordon-Reed ha llamado un «genocidio a cámara lenta».

Levine narra ágilmente el camino hacia el eventual juicio político de Johnson, incluida una extraña oferta de trabajo que Johnson extendió extraoficialmente a Douglass para convertirse en el comisionado de la Oficina de Libertos, una agencia que Johnson parecía estar haciendo todo lo demás en su poder para perjudicar o incluso destruir.

Andrew Johnson Impeachment Ticket sold at auction on 21st July | Bidsquare

Pero cuando Johnson fue finalmente residenciado, no fue por su subversión de la Reconstrucción; fue por no obtener la aprobación del Congreso antes de despedir a su Secretario de Guerra. Los artículos de juicio político eran «secamente legalistas», casi todos ellos se centraron en violaciones de la Ley de Tenencia del Cargo, aprobada por el Congreso justo el año anterior. Los republicanos estaban tratando de retratar a Johnson como un infractor de la ley mientras evitaban estudiadamente el asunto de la raza. Esta fijación en los tecnicismos, dice Levine, «permitió al Congreso destituir a Johnson no por hacer daño a cientos de miles de personas negras en el sur, sino por despedir a un hombre blanco».

Teniendo en cuenta lo endémico que era el racismo tanto en el Norte como en el Sur, sin duda había razones prácticas para esto, pero Levine muestra vívidamente cómo Douglass, como lo hizo durante la Guerra Civil, siguió tratando de llamar la atención sobre el panorama moral más amplio. Incluso antes del juicio político, Douglass estaba explicando a las audiencias cómo Johnson explotó los «defectos» en la Constitución que permitían a un «presidente malo y malvado» asumir «poderes reales». Después del juicio, Douglass explicó que Johnson debería haber sido destituido de su cargo por intentar devolver a los estadounidenses negros a una «condición solo menos miserable que la esclavitud de la que la guerra por la Unión los había rescatado». Hacer un juicio político sobre la Ley de Tenencia del Cargo había enterrado la desgracia de Johnson bajo una pila de objeciones legalistas.

Los impugnadores pueden haber estado tratando de ser pragmáticos, pero ir a lo seguro no funcionó; Johnson se impuso por un solo voto. Como dijo una vez uno de sus biógrafos, Hans Trefousse:»Si destituyes por razones que no son las verdaderas, realmente no puedes ganar».

Sigue a Jennifer Szalai en Twitter: @jenszalai.

 

 

 

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El Public Domain Review acaba de hacer disponible una versión digital de la primera edición del discurso pronunciado por Fredrick Douglas el 5 de julio de 1852, criticando la hipocrecia de celebrar la independencia de Estados Unidos cuando millones de negros seguían siendo esclavos.  Bajo el título First Edition Pamphlet of Frederick Douglass’ «What to the Slave Is the 4th of July?» (1852), este documento viene acompañado de un breve análisis de su importancia como una de las piezas de oratoria más significativas de la historia estadounidense, así como también una fuente invaluable para el estudio de la esclavitud en Estados Unidos.

Los interesados en este documento pueden ir aquí.

Para mis lectores hispano parlantes incluyo a continuación la traducción de las primeras dos páginas de este discurso producida por la página Mass Humanities.


Frederick Douglass's "What to the Slave is the Fourth of July ...

El significado del cuatro de julio para el negro Frederick Douglass July 5, 1852

Nota: Por razones históricas, en esta traducción se han empleado las formas de vosotros para la segunda persona plural. Aunque vosotros ya no se usa en el español hispanoamericano, era común durante el siglo xix, y sobre todo en la oratoria; por consiguiente, ayuda a captar, por analogía, el estilo decimonónico del inglés de Douglass.

1 Sr. Presidente, Amigos, y Ciudadanos de Compañero: La tarea antes de mi es alguno lo que requiere mucho pensamiento anterior y estudio para su desempeño adecuado. No me recuerdo nunca haber a parecer como un altavoz en frente de alguna asamblea con nerviosismo, ni con más desconfianza en mi habilidad que hago este día. Los papeles y los carteles dicen que voy a entregar una oración sobre el cuatro de julio. El hecho es, señores y señoras, la distancia entre esta plataforma y la plantación de esclavos, desde que me escapé, es considerable-y los dificultades para superar para que mover del último al anterior, no son leves. Lo que estoy aquí es algo de asombro así como de agradecimiento.

2 Esto, para el propósito de esta celebración, es el cuatro de julio. Esto es el cumpleaños de tu Independencia Nacional, y de tu libertad política. Esto, para ti, tiene la significa de la Pascua para la gente emancipada de Dios. Se lleva a tus mentes al día, y al momento de tu gran liberación. También, esta celebración significa la empieza de otro año de tu vida nacional; y te recuerda que la República de América ahora tiene 76 años. Estoy feliz, ciudadanos de compañero, porque tu nación está muy joven. Eres, incluso ahora, sólo a la empieza de tu carrera nacional, todavía persistiendo en el período de infancia. Repito, me alegre que esto es verdad. Hay esperanza en el pensamiento, y la esperanza es muy necesaria, debajo de los nubes oscuros que se bajan sobre el horizonte.

3 Ciudadanos del compañero, hace 76 años, las personas de este país eran súbditas británicas. El estilo y el título de tu «gente soberana» (en el cual tu ahora gloria) no nació. Estabas debajo de La Corona Británica. Tus padres estimaron el Gobierno Inglés como el gobierno de tu casa. Inglaterra como la patria, aunque una distancia muy lejos de tu casa, les impone, por el ejercito de sus prerrogativas de los padres, a sus niños coloniales, tales restricciones, cargas, y limitaciones, como, en su juicio maduro, se considere sabio, correcto, y adecuada.

4 Pero tus padres, cuyos no adoptaron la idea que el gobierno es infalible, y el carácter absoluto de sus acciones, presumieron a ser diferente del gobierno local en respeto al sabio y la justicia de algunos de las cargas y restricciones. Ellos se fueron en lo que para pronunciar las medidas del gobierno que son injustas, irrazonables, opresivas, y en total medidas que no la gente no debe someter a silencio. No necesito decir, ciudadanos de compañero, que mi opinión sobre las medidas son completamente en conformidad con los opiniones de tus padres. Tus padres se sentían tratados duramente e injustamente por el gobierno local, entonces tus padres, como hombres de honestidad, y hombres de espíritu, buscaron la compensación. Ellos solicitaron y protestaron; lo hicieron con una manera decorosa, respetuosa, y leal. Esto, sin embargo, no respondió al propósito. Ellos fueron maltratados con indiferencia soberana, frialdad, y desdén. Aún perseveraron.

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5 La opresión hace enojado al hombre sabio. Tus padres estuvieron intranquilos debajo de este trato. Ellos sintieron como las víctimas de errores graves que son incurables en su capacidad colonial. Con hombres valientes siempre hay un remedio para la opresión. Aquí, ¡la idea de separación total de las colonias de la corona nació! Era una idea sorprendente, mucho más que lo consideramos a esta distancia del tiempo. La gente tímida y prudente de esa día, por supuesto, estaban sorprendidas por esta idea. Su oposición al pensamiento, lo que consideraba peligroso durante en ese tiempo, estaba serio y poderoso; pero, durante de su terror y vociferaciones asustados contra de la idea, la idea alarmante y revolucionaria continuaba, y el país continuaba también. 6 El dos de julio, 1776, el Congreso Continental, para la consternación de los amantes de la facilidad y de los adoradores de la propiedad, alarmante y revolucionaria. Lo hicieron por una forma de una resolución. Casi nunca concebimos resoluciones, las que creamos en nuestras días, que tienen significados mejores que la resolución del Congreso Continental: «Resuelto, que estas colonias unidas son correctos y deben ser estados independientes y libres; también son absueltos de la lealtad de la Corona Ingles en total. 7 Ciudadanos, la resolución cumplió por tus padres. Ellos triunfaron; y hoy cosechas las frutas del triunfo de tus padres. La libertad que ganaron es tuyo; y tú, por lo tanto, puedes celebrar este aniversario. El cuatro de julio es el primer gran hecho en la historia de tu nación-la parte tan importante que todo en tu destino subdesarrollado. 8 El orgullo y patriotismo, no menos que el agradecimiento, te inspiran a celebrar y recordarlo perpetuamente. Lo he dicho que la Declaración de la Independencia es anillo – perno de la cadena del destino de tu nación; entonces, de hecho, lo considero. Los principales que están en ese instrumento son principales de salvación. Adhiere a estos principales, sea leal a estos en todos las situaciones, en todos los lugares, contra de todos los enemigos, y a cualquier precio.

Para la traducción completa se puede ir aquí.

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Frederick Douglas

Hoy 4 de julio, los estadounidenses celebran el día de la declaración de su independencia. Para conmemorar tan relevante evento, comparto con ustedes un discurso titulado «What to Slave is the 4th of July» que fue pronunciado por Frederick Douglas el 4 de julio de 1852 en Rochester, Nueva York.  Douglas, quien nació esclavo, se convirtió en una de las voces más poderosas contra la esclavitud en los Estados Unidos.  Leído por James Earl Jones, este discurso forma parte de una serie de actuaciones organizadas por el gran historiador Howard Zinn bajo el título Voices of a People’s History of the United States.

Norberto Barreto Velázquez

Lima, Perú, 4 de julio de 2018

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Celebrating Emancipation

Frederick Douglass and the story of New York City’s 1865 “Emancipation Jubilee.”

 
Jacobin   August 1, 2015
An 1865 illustration in Harper's magazine celebrating Emancipation.

An 1865 illustration in Harper’s magazine celebrating Emancipation.

The ongoing campaign to eradicate Confederate symbols marks an important moment in American public memory, perhaps allowing the scars of slavery and segregation to start healing. Yet while the actions of Bree Newsome and company have been truly inspiring, the collective feeling when the flags began to come down seemed mainly to be a sigh of relief.

One hundred fifty years earlier, in the first summer after the actual downfall of the Confederacy, African Americans across the land were more upbeat. Emancipation did not immediately bring full equality, but the war’s end was still cause for optimism. The shackles had come off in the South, while in the North, blacks no longer had to fear being sent back to slavery. It was time for celebration.

In New York, their previous efforts to do so had sparked controversy. Just a few weeks after Gen. Robert E. Lee’s surrender in April 1865, the New York Common Council had denied blacks the right to formally participate in President Lincoln’s funeral procession. At a Cooper Union event in early June, an indignant Frederick Douglass called the council’s action “the most disgraceful and scandalous proceeding ever exhibited by people calling themselves civilized.”

But on August 1, both Douglass and Manhattan’s African-American community were in a far better mood as they traveled across the East River for an “Emancipation Jubilee” in Brooklyn. And though he only spoke for a few minutes at the gathering, Douglass again memorably captured the spirit of the moment.

The jubilee was timed to coincide with West Indian Emancipation Day, which marked the end of slavery in the British Empire in 1834. Initially celebrated in abolitionist centers like Philadelphia, Boston, and Upstate New York, by the 1850s Emancipation Day events could be found across the frontier, from Indiana to California.

Douglass had regularly attended such events near his home in RochesterBut while he had close ties to many Brooklyn abolitionists, Douglass hadn’t yet journeyed down for one of the local jubilees, which had been held regularly since the early 1850s. Everyone knew that the first one after the Civil War would be grand, though.

At just over 5,000 (or 1.5% of the city total), Brooklyn’s black population was still relatively small in 1865. Yet over the preceding two decades, black communities in Williamsburg and Weeksville had served as abolitionist strongholds. During and after the Draft Riots of July 1863, many blacks from Manhattan had also taken refuge on the other side of the East River.

The August 1 festivities took place in what is now Bedford-Stuyvesant, at two sites that have since been demolished — the vast Hanft’s Myrtle Avenue Park and the nearby, smaller Lefferts Park.

Despite their racist caricatures of “exultant darkies” or “dancing darkies,” lengthy accounts in the Democratic Brooklyn Daily Eagleand the Republican New York Times conveyed the mood of the attendees. “Twenty thousand men, women and children of sable hue yesterday mingled their joys and experiences in the suburban parks of the city of churches,” the Times wrote. At stands outside Myrtle Avenue Park, the Eagle reported, “quaint-looking damsels in gorgeously striped dresses with brilliant turbans on their heads” dispensed peaches and pigs’ feet, with sides of corn, cabbage, apple dumplings, and chicken potpie.

Writing in Horace Greeley’s New York TribuneSydney Howard Gay— a leading white abolitionist and longtime friend of Douglass — maintained a more genteel tone. “Colored people” turned out in great numbers in their “Sunday best,” Gay noted. He described a range of activities on display, from formal dancing to less high-brow amusements like a Jefferson Davis knock-down game, with three tosses costing a nickel.

In addition to live bands, carnival attractions, and sporting events (including a game played by the Weldenken Colored Baseball Club of Williamsburg), there were also talks given by an array of distinguished African-American speakers. At Myrtle, Professor William Howard Day (who had challenged segregation in Michigan in the late 1850s) explained the history of West Indian emancipation; while at Lefferts, two leading local abolitionist ministers, James Pennington and James Gloucester, urged receptive listeners to continue the fight for full equality.

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When Douglass addressed the Myrtle gathering, the great orator was surprisingly brief. But what he said was also surprising, as illustrated by the divergent reports found in the various daily newspapers.

By most accounts, Douglass cheerfully told the enthusiastic crowd, “No man here wants to know whether liberty is a good thing or slavery a bad thing; we all know it already; we don’t want any instruction.” After all, he said, the main message of abolitionists had always been that “‘every man is his own master; every man belongs to himself.”

But what Douglass said next remains open to dispute. According to the Times (and the Eagle), he stated: “Every man has the right to do as he pleases, to come and go, to make love, get married, and do all sorts of things that are pleasant and profitable. [Applause.] We are here to enjoy ourselves — to sing, dance and make merry. I am not going to take up your time; go on; enjoy yourselves. [Prolonged cheering.]” The Tribune account by Douglass’s friend Sydney Gay, however, says nothing about love or marriage, and skips right to “[w]e are here…to sing, dance, and make merry.”

Perhaps the most convincing reportage can be found in the New York Herald. James Gordon Bennett’s paper — which had the largest circulation in the US — may have been a house organ of the War Democrats (who supported the Union but opposed Lincoln). But during the Civil War, the Herald bolstered its journalistic reputation by sending numerous correspondents into the field.

Near the end of its lengthy August 2, 1865 recap of the preceding day’s Jubilee events, the Herald presented Douglass’s statements as follows:

The only thing abolitionists ever taught the American people was that every man is himself. That is all. Every man belongs to himself — can belong to nobody else. We are not here for instruction. We are here to enjoy ourselves, to play ball, to dance, to make merry, to make love (laughter and applause), and to do everything that is pleasant. I am not going to take up your time. Go on, and enjoy yourselves.

The moral instruction to “get married” is conspicuously absent here. Yet of the various reports, the Herald’s is the one that most reads like an impromptu direct address. Such carefree comments by Douglass ultimately seem most befitting for an ecstatic day-long jubilee, one filled with joy in every sense of the word.

Beyond simply playful encouragement, Douglass in his brief remarks urged African Americans in Brooklyn and elsewhere to start envisioning their own future, and to fully enjoy their freedom. Any hopes for a bright future would be short-lived, of course. But in the summer after the war, blacks everywhere could echo Douglass’s insistence that at last, “every man belongs to himself.”

Theodore Hamm is chair of journalism and new media studies at St Joseph’s College in Clinton Hill, Brooklyn.

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Women’s History Month: The Legacy of the Fight over the 15th Amendment

African American Intellectual History Society  March 2, 2015

frederick_douglass_cc_img         sbanthony_ecstanton          patricia arquette

During the past week, Patricia Arquette’s comments during her Oscars acceptance speech have ignited debate across the internet. Arquette issued a rallying cry for equal pay for women, stating that women have done enough for everyone else; it’s time that gays and people of color support women. Her comments are problematic because they ignore the concept of intersectionality.[1] Arquette’s comments are also a manifestation of a long running conflict within the American women’s movement, the schism between white women of wealth and privilege, and women of color. Since March is women’s history month, it is appropriate in the midst of this controversy to step back and examine one of the earlier conflicts over this very issue, the fight over the fifteenth amendment. This conflict would pit longtime abolitionist and women’s rights activist Frederick Douglass against Elizabeth Cady Stanton and Susan B. Anthony. 

During the beginning of Reconstruction, one of the key efforts on behalf of the African Americans was the securing of suffrage. Initially, abolitionists like Douglass, Stanton, and Anthony rallied behind the cause of universal suffrage so that both men and women, black and white, would be enfranchised. However, when the fourteenth amendment passed without a suffrage clause, the universal suffrage campaign was dropped in favor of a black male suffrage campaign. Stanton and Anthony vigorously opposed Black male suffrage. Their opposition would result in the severing of relationships with many of their black colleagues, especially Frederick Douglass.

Frederick Douglass described himself as a woman’s rights man. Douglass attended the landmark convention in Seneca Falls, New York in 1848 and signed the Declaration of Rights and Sentiments. He worked side by side with women abolitionists on numerous occasions. In the aftermath of the Civil War, he supported universal enfranchisement, but the brutal reality of Reconstruction forced him to reconsider his position. Douglass would support black male suffrage and the fifteenth amendment because he realized that without an amendment to guarantee suffrage for the black community, African Americans would lack any position or influence in the country’s political future. The initial years of Reconstruction saw numerous changes and reforms for African Americans. In essence, the momentum of the time was in the favor of African Americans. In the mind of Douglass and many others, this was the “Negro’s hour.” Douglass realized that if the change did not occur at this particular moment, it possibly would never happen.[2]

Douglass’s dedication to black male suffrage would not dampen his fervor for women’s rights. He maintained his dedication to the cause and participated in the American Equal Rights Association (AERA). The May 1869 meeting of AERA would prove to be the destruction of the organization. Most of the debate was over whether or not the organization should support the fifteenth amendment if it only referenced black men. Douglass argued that suffrage was needed for black men because they were being dragged from their homes and lynched. Someone in the audience would challenge Douglass stating that the same things were happening to black women; therefore, women needed the right to vote. Douglass’s response was that the ill-treatment of black women was not because they were women, but because they were black. In Douglass’s estimation, black women needed some form of representation for the racial violence and injustice inflicted upon them. In the midst of the tense debate, Douglass composed a compromise resolution which would welcome the fifteenth amendment and black male suffrage while also emphasizing their continued dedication to the creation of an amendment that would guarantee equal rights for all. Douglass’s proposal was endorsed by poet Frances Ellen Watkins Harper, but ignored by Stanton and Anthony.[3]

Stanton and Anthony fervently believed in their position. When black male suffrage became the focus of an enfranchisement amendment they shifted their tactics. Stanton would appeal to Democratic politicians by affirming their beliefs in black inferiority. In an 1868 editorial in her newspaper The Revolution she stated: “Think of Patrick and Sambo and Hans and Yung Tung who do not know the difference between a monarchy and a republic, who never read the Declaration of Independence or Webster’s spelling book, making laws for Lydia Maria Childs, Lucretia Mott, or Fanny Kemble.”[4] Her argument was that immigrants and blacks were uneducated and unqualified to vote while white women, of a certain class and privilege, were qualified. In another issue of The Revolution, when they listed reasons for opposition to the fifteenth amendment, they stated that it would result in women being dominated by inferior men. Ultimately, Stanton and Anthony would never agree with Douglass on this issue. The American Equal Rights Association was disbanded; the National Woman’s Suffrage Association was created to promote the Stanton – Anthony agenda.[5]

March is women’s history month. The rarely told fifteenth amendment conflict illuminates a long standing conflict in the women’s movement in this country, the denial of the diversity in the experiences of the American woman. The fifteenth amendment conflict is perhaps the most dubious aspect of the Stanton – Anthony legacy. Patricia Arquette’s statement, and its endorsement by people like Meryl Streep, promotes this legacy. A claim to advocate for equality while simultaneously ignoring the nuances of race, class, and gender perpetuates an elitist legacy. In the twenty first century this is a legacy we should leave behind.

[1] Intersectionality was a term created by Kimberlé Crenshaw in 1980s to address how different power structures interact in the lives of black women especially race and gender.

[2] Philip Foner, Frederick Douglass, (New York: Citadel Press, 1969). Benjamin Quarles, Frederick Douglass, (Washington, DC: Associated Publishers, 1948). Waldo E. Martin Jr., The Mind of Frederick Douglass, (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1982).

[3] The Revolution, “Annual Meeting of the American Equal Rights Association,” May 20, 1869. May 27, 1869.

[4] Ibid., “Manhood Suffrage,” December 24, 1868.

[5] Faye Dudden, Fighting Change: The Struggle Over Woman Suffrage and Black Male Suffrage in Reconstruction America. (New York: Oxford University Press, 2011).

Noelle Trent

UntitledNoelle Trent recently earned her doctorate in American history at Howard University. Her dissertation, “Frederick Douglass and the Making of American Exceptionalism,” examines how noted African-American abolitionist and activist, Frederick Douglass, influenced the development of the American ideas of liberty, equality, and individualism which later coalesced to form the ideology of American exceptionalism. Dr. Trent also holds a Master’s degree in Public History from Howard University and is a member of Phi Beta Kappa. She has worked with several noted organizations and projects, including the National Archives and Records Administration, the National Park Service, Catherine B. Reynolds Civil War Washington Teacher’s Fellows, and the Smithsonian Institution’s National Museum of African American History and Culture and the National Museum of American History. She has presented papers and lectures at the American Historical Association, Association for the Study of African American Life and History, the Lincoln Forum, and the Frederick Douglass National Historic Site. She currently resides in suburbs of Washington, DC.

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How Douglass Came Around to Lincoln

Tom Chaffin

The New York Times   December 7, 2014

civil-war-sumter75-popupBy December 1864, Frederick Douglass had become an admirer of the man he later called “our friend and liberator,” and he savored President Lincoln’s re-election the previous month. But Douglass’s path to that admiration had been anything but direct.

Four years earlier, he had quietly supported candidate Lincoln in the November 1860 election. But the Republican president-elect soon gave him pause. Lincoln’s silence during the final months of Democrat James Buchanan’s presidency irked Douglass, and he complained of Lincoln’s failure to condemn pro-South actions by Buchanan’s lame-duck administration.

Moreover, during Lincoln’s days as president-elect and his presidency’s first months, Douglass was also disturbed by the new chief executive’s receptiveness to proposed peace deals with the South that would have left its “peculiar institution” — slavery — intact. He was likewise troubled by Lincoln’s continuing advocacy of black emigration schemes as a means of addressing the secession crisis — schemes that would have sent African-Americans, both free and slave, to Africa or the Caribbean. Indeed, in spring 1861, Douglass, though throughout most of his life an opponent of such schemes, grew so wary of President Lincoln that he planned a 10-week trip to Haiti to ponder emigrating there himself (he eventually canceled the trip).

Frederick Douglass

Frederick Douglass Library of Congress

By late 1862, though, Lincoln had begun to change, and so did Douglass’s estimation of him. In January 1863, Douglass and his fellow abolitionists exulted over Lincoln’s Emancipation Proclamation, freeing slaves in all rebel-controlled areas and authorizing the recruitment of black troops. With the stroke of a pen, Lincoln, acting in his role as commander in chief, had elevated the war effort from a fight to preserve a political nation-state, the Union, into a moral campaign against human bondage.

The proclamation did not abolish American slavery, nor did it free all American slaves. It left in bondage close to a million souls in areas exempted by the edict: the nominally Union and free-soil “border states” of Kentucky, Delaware, Missouri and Kentucky, as well as all parts of the Confederacy already occupied by Union forces. But Douglass saw that Lincoln’s edict put the nation on an irreversible course. “For my own part,” he later recalled, “I took the proclamation, first and last, for a little more than it purported, and saw in its spirit a life and power far beyond its letter.” He added:

Its meaning to me was the entire abolition of slavery, wherever the evil could be reached by the Federal arm, and I saw that its moral power would extend much further. It was, in my estimation, an immense gain to have the war for the Union committed to the extinction of slavery, even from a military necessity.

Douglass’s voice was, by then, being heard at the nation’s highest levels; at Douglass’s request, President Lincoln met with him, at the White House, on Aug. 10, 1863. “I was somewhat troubled with the thought of meeting someone so august and high in authority, especially as I had never been in the White House before, and had never spoken to a President of the United States before.” Upon entering the office, however, Douglass was put at ease. He found the tall president seated in a low chair, surrounded by books and papers. “On my approach he slowly drew his feet in from the different parts of the room into which they had strayed, and he began to rise, and continued to rise until he looked down upon me, and extended his hand and gave me a welcome.”

“Reaching out his hand, he said, ‘Mr. Douglass, I know you; I have read about you, and Mr. Seward” — Secretary of State William H. Seward — “has told me about you’; putting me quite at ease at once.” Their ensuing conversation focused on the black regiments then being organized, those from Massachusetts and other Union states, as well as others, made up of former slaves, in South Carolina, Tennessee and other Union-controlled areas of the South. To the president, Douglass made several requests: He asked for an end to pay inequities between black and white soldiers; that black soldiers be promoted, just as white soldiers, for “meritorious” battlefield performance; and that the president enunciate a policy for the Union’s military to retaliate in kind against rebel prisoners of war if the Confederacy made good on threats to execute captured black soldiers. Lincoln, in turn, asked Douglass how the Union Army might more effectively recruit former slaves now in Union-occupied parts of the South.

As their exchange drew to a close, Senator Samuel C. Pomeroy of Kansas, who, at its start, had introduced Douglass to the president, told Lincoln that Secretary of War Edwin M. Stanton intended to commission Douglass adjutant-general to Gen. George H. Thomas. The commission would authorize Douglass to travel down the Mississippi and recruit former slaves into the army. The president, by Douglass’s account of the meeting, seemed pleased with that news: “I will sign any commission that Mr. Stanton will give Mr. Douglass.”

When they met that August, Lincoln was well into his first term and already pondering his re-election campaign the following year. He was facing stiff political headwinds from both Republicans and Democrats: Radical Republicans were demanding that he move more aggressively against the South; and Democrats — motivated by the sort of anti-black sentiment that flared during New York’s Draft Riots — were complaining that, through the Emancipation Proclamation and similar measures, he was pursuing policies injurious to whites, and unduly favorable toward blacks.

The president thus exercised caution in answering Douglass’s requests. Lincoln said that, while he was prepared, eventually, to accede to the equal pay request, he would, in the meantime — for political reasons — be unable to grant the other entreaties. Moreover, Lincoln cautioned that he regarded the very idea of any black enlistments as, for the time being, an “experiment.” Regardless of his own favorable view of the value of recruiting black soldiers into the war effort, the president said that he was also aware that many whites remained skeptical of the change in policy. “He spoke,” Douglass recalled, “of the opposition generally to employing negroes as soldiers at all.”

By the war’s end, Lincoln did remove most pay disparities between black and white soldiers, and after atrocities were inflicted on black soldiers, he also issued a warning to the Confederacy that any similar, future actions against black soldiers would produce commensurate retaliations against rebel prisoners. However, the change in policy, requested by Douglass, concerning promotions for black soldiers, never occurred; for the war’s duration, black enlistees were rarely elevated to higher ranks. As for Douglass’s military commission, that too never came — whether for reasons of bureaucratic error or deliberate policy, he never learned.

Even so, Douglass left the meeting satisfied that, in Lincoln, he had met a trustworthy leader with whom he could work. Speaking to an abolitionist convention the following December, Douglass reflected, “I never met with a man, who, on the first blush, impressed me more entirely with his sincerity, with his devotion to his country, and with his determination to save it at all hazards.”

disunion45A year later, on Aug. 19, 1864, Douglass met again with Lincoln at the White House, but this time, at the president’s request. “I need not say I went most gladly,” he recalled. “The main subject on which he wished to confer with me was as to the means most desirable to be employed outside the army to induce the slaves in the rebel States to come within the Federal lines,” where, by terms set forth in the Emancipation Proclamation, the bondsmen would be guaranteed their liberty.

Growing war opposition in the North — much of it fueled by complaints that the Emancipation Proclamation had rendered it an “abolition war,” recalled Douglass — “alarmed Mr. Lincoln.” The president was also “apprehensive that a peace might be forced upon him which would leave still in slavery all who had not come within our lines.”

Fearing such a forced peace, the president told Douglass that he wanted to render the Emancipation Proclamation “as effective as possible” as long as it remained the law of the land. While the order was in effect, he wanted it to liberate as many slaves as possible. More specifically, Lincoln worried that slaves in rebel areas “are not coming so rapidly and so numerously to us as I had hoped.” To increase their numbers, Lincoln made a proposal: He asked if Douglass would be willing to organize “a band of scouts, composed of colored men, whose business should be somewhat after the original plan of John Brown, to go into the rebel States, beyond the lines of our armies, and carry the news of emancipation, and urge the slaves to come within our boundaries.” Union military advances, however, soon rendered Lincoln’s idea unnecessary.

By the fall 1864 presidential campaign — following the Emancipation Proclamation and the two White House meetings — Lincoln had thus earned Douglass’s trust and admiration. Even so, Douglass, again as he had in 1860, remained mostly quiet in his support for the president’s election campaign. This time, Lincoln’s opponent was the former Union general George McClellan, who had expressed a willingness to discuss an armistice with the rebel South that would have left the region’s slavery in place. Explaining his reticence to the journalist Theodore Tilton, Douglass confided, “I am not doing much in this Presidential Canvass for the reason that Republican committees do not wish to expose themselves to the charge of being the ‘Niggar’ party.” In the end, Lincoln handily defeated McClellan — winning by 2,218,000 to 1,813,000 in the popular vote, 212 to 21 in the Electoral College.

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Tom Chaffin

Tom Chaffin’s books include “Pathfinder: John Charles Frémont and the Course of American Empire,” recently reissued with an updated introduction, and the just published “Giant’s Causeway: Frederick Douglass’s Irish Odyssey and the Making of an American Visionary,” from which the above essay is adapted. For

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