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Archive for septiembre 2020

En 1964 se vivió en Berkeley, California, uno de los movimientos  universitarios más importantes en la historia estadounidense. Un grupo de estudiantes de la Universidad de California desarrollaron una serie de protestas en defensa del derecho a la libre expresión. El Movimiento por la Libertad de Expresión  (MLE) fue parte importante de los turbulentos años 1960. En este artículo que comparto con mis lectores,   el  sociólogo  Samuel Faber comenta el  libro de Hal Draper titulado Berkeley: The Student Revolt. Harper fue un estudioso del marxismo y testigo directo de los eventos que narra en su obra. El MLE jugó un papel muy importante en el desarrollo de la izquierda estadounidense en las décadas de 1960 y 1970.

El movimiento por la libertad de expresión de Berkeley, 56 años después

Samuel Farber 

Sin Permiso   13 de setiembre de 2020

El Movimiento por la Libertad de Expresión (FSM) en Berkeley fue un acontecimiento decisivo en la organización de los estudiantes en la década de 1960 en EEUU. Gracias a una movilización sin precedentes, la oposición a la extensión de las normas inspiradas por los macartistas para estrangular las actividades políticas en las universidades y el rechazo a los esfuerzos de la administración para dividir al movimiento, los estudiantes ganaron su derecho democrático a la libertad de expresión en los campus.

Este ensayo es una recensión de la nueva edición de Berkeley: The Student Revolt de Hal Draper, con una introducción de Mario Savio (Haymarket Books 2020).

***

A principios del otoño de 1964, un grupo de estudiantes de pregrado y posgrado de la Universidad de California en Berkeley iniciaron una protesta contra la administración del campus en defensa de su derecho a la libertad de expresión. En poco tiempo, la protesta creció hasta involucrar a un gran número de estudiantes apoyados por sectores importantes de profesores y personal; y en diciembre, el movimiento había ganado sus principales reivindicaciones: la posibilidad de realizar actividades políticas en los límites del campus e, incluso más allá, dentro del propio campus.

El movimiento también politizó y radicalizó a cientos de estudiantes, muchos de los cuales se unieron a la lucha en curso del Movimiento por los Derechos Civiles en Oakland, Berkeley y San Francisco, y al movimiento contra la guerra en Vietnam el semestre siguiente.

 

Nadie estaba mejor preparado para escribir sobre este movimiento que Hal Draper, un bibliotecario en la universidad de cincuenta años, que estuvo en el centro del movimiento del principio al fin, y que desempeñó un papel extremadamente influyente como mentor político de muchos de los dirigentes y activistas estudiantiles involucrados.

Su conocido panfleto «La mente de Clark Kerr», sobre Kerr, presidente de la Universidad de California en ese momento, tuvo un impacto notable en el movimiento, incluso en la crítica del líder del Movimiento por la Libertad de Expresión (FSM) Mario Savio a la visión de Kerr de la universidad como una fábrica productora de conocimiento. Berkeley: The Student Revolt de Draper es una nueva edición de sus escritos sobre la historia del FSM, publicada por primera vez en 1965, poco después del triunfo del movimiento.

La revuelta de Berkeley – Hal Draper – Razón y Revolución

El libro es un análisis político, basado en una presentación cuidadosa y metódica de una lucha política, por un autor que enfatiza el equilibrio de fuerzas en constante cambio entre las fuerzas contendientes sobre el terreno. Draper analiza esa dinámica en detalle, desde el momento en que se inicia el movimiento, cuando el poder descansaba en las autoridades del campus respaldadas por enormes intereses económicos y políticos, hasta su fin, cuando el poder se había desplazado a favor de los estudiantes, quienes obtuvieron el apoyo de la gran mayoría de los profesores frente a una administración universitaria y del campus intransigente y políticamente sorda.

La historia de Draper del FSM es un ejemplo de cómo es posible desarrollar un análisis objetivo a partir de un punto de vista político claramente favorable al FSM. Se basa en la visión política del «Socialismo desde abajo», que articuló en su «Las dos almas del socialismo«, publicado originalmente como un artículo en 1960, y más tarde como un folleto de amplia distribución, que defiende que son los propios oprimidos y excluidos los que deben emprender directamente la lucha por sus intereses y por su auto-emancipación, en lugar de esperar que luchen por ellos sus gobernantes o aspirantes a salvadores.

Los estudiantes de Berkeley pudieron ganar la batalla por la libertad de expresión gracias a  una protesta sin precedentes y una movilización radical que fue mucho más allá del liberalismo habitual. Los estudiantes rechazaron la extensión de las normas inspiradas en los macartistas de la década de 1950 para estrangular las actividades políticas en el campus, que la administración adoptó bajo la presión de las empresas del área, las autoridades locales y estatales y, finalmente se opusieron a las propias normas. Y el muy democrático movimiento FSM, a través de su creciente militancia, superó las maniobras de la administración para recortar sus concesiones iniciales y sus intentos de dividir el movimiento, sacando partido de la intransigencia y la sordera política de la administración.

Raíces del movimiento por la libertad de expresión

El relato de Draper sobre el FSM comienza con la formación de una coalición de un gran número de organizaciones políticas y sociales del campus que rápidamente se unieron para luchar contra una serie de nuevas restricciones a la actividad política en el campus impuestas por la administración de Berkeley en septiembre de 1964.

Esto, explica Draper, fue parte de la reacción política conservadora ante el alto nivel de participación de los estudiantes en las manifestaciones militantes por los derechos civiles en Berkeley, Oakland y San Francisco, centradas principalmente en el tema de la discriminación laboral contra la gente negra.

A la cabeza de esta reacción se encontraban las fuerzas conservadoras de la comunidad empresarial de Oakland, lideradas por el periódico de derecha Oakland Tribune, cuyo propietario y editor era el exsenador republicano William Knowland, un firme partidario del generalísimo chino Chiang Kai-shek.

Su periódico lideró una campaña contra los «Berkeley Reds» (los Rojos de Berkeley) que estaban perjudicando los intereses de la comunidad empresarial de Oakland, como los restaurantes en la plaza Jack London, la principal atracción turística de Oakland, que eran el objetivo de piquetes para obligarlos a contratar  trabajadores negros.

Estas presiones de la derecha encontraron un fuerte eco en la Junta de Regentes de la universidad, que habían sido designados por el gobernador de California, y que en su mayoría eran empresarios prominentes y partidarios del status quo.

El entonces gobernador de California, Edmund «Pat» Brown (padre del reciente gobernador Jerry Brown) era un liberal partidario de la libertad de expresión siempre que fuera en lugares donde su ejercicio tuviera pocas posibilidades de tener consecuencias prácticas, como en el caso de un discurso que pronunció en defensa del concepto general de la libertad de expresión en la despolitizada Universidad de Santa Clara (Jesuíta) en 1961. Sin embargo, cuando se enfrentó a la protesta del FSM, el gobernador Brown adoptó una estricta línea de ley y orden.

FSM: Free Speech Movement at Berkeley | Tina Kane: Miscellany

Siguiendo la estrategia triangular característica de muchos liberales, Brown se acomodó a las fuerzas de la derecha, presentándose como el defensor de la “ley y el orden” por temor a perder el apoyo electoral de la derecha política conservadora. (Al final resultó que su adaptación a la derecha fue en vano y no impidió que perdiera su campaña de reelección ante Ronald Reagan en 1966, quien prometió mano dura contra los manifestantes).

Las autoridades del campus, encabezadas por el canciller conservador de Berkeley Edward Strong y por Clark Kerr, un tecnócrata liberal del establishment, no necesitaron mucha presión para ceder ante las fuerzas conservadoras externas. Mucho antes del otoño de 1964, las autoridades del campus habían establecido limitaciones a la actividad política que hacían casi imposible celebrar una reunión política en el campus, un residuo importante de la influencia macartista en la política de California de los años cincuenta. Como resultado, las organizaciones políticas estudiantiles estaban obligadas a reunirse fuera del campus en espacios alquilados, principalmente en el cercano Stiles Hall del YMCA.

Esta vez, sin embargo, las autoridades del campus decidieron ir mucho más lejos en la limitación de la actividad política aprovechando un tecnicismo legal: el «descubrimiento» de que parte de una acera era en realidad propiedad del campus en vez de la ciudad y, por lo tanto, no podía haber en ella actividades políticas no autorizadas. Es decir, se prohibía a los estudiantes distribuir folletos y poner puestos de libros en la esquina más concurrida del campus de Bancroft Way y Telegraph Avenue.

Inicialmente, la administración del campus adoptó una línea dura, rechazando las reivindicaciones de la naciente coalición del FSM de continuar usando la ahora famosa franja de acera para la difusión de literatura política. Más tarde, obligados por la creciente militancia de los activistas y el apoyo de los estudiantes de posgrado y pregrado que se produjo en respuesta a la prohibición de la administración, las autoridades de la Universidad de California y las de su campus de Berkeley se embarcaron en una serie de negociaciones, haciendo concesiones y luego retirándolas cuando creían que los manifestantes habían perdido fuerzas.

Como señala Draper, las recalcitrantes maniobras de las administraciones del campus y de la universidad fueron en parte influenciadas por la creciente presión de las fuerzas conservadoras externas, pero también por la desmesurada confianza de la administración, basada en la incuestionada suposición de que podría superar las protestas estudiantiles sin mucha dificultad. No es sorprendente que esta confianza en sí misma condujera a respuestas poco sofisticadas y políticamente sordas que socavaron en gran medida la confianza que la administración aún conservaba entre una parte de los estudiantes y profesores.

Students fight for free speech! | HISTORY IN THE MAKINGSin embargo, aunque el crecimiento del FSM fue impulsado por las maniobras y zig-zags de la administración, que deslegitimaron progresivamente su autoridad, el liderazgo del movimiento jugó un papel clave en la construcción y consolidación del apoyo de los estudiantes y profesores al FSM.

Como muestra Draper, este liderazgo, constituido en su mayor parte por estudiantes de pregrado y posgrado radicales y socialistas con considerable experiencia y formación políticas, pudo mantener una estrategia clara que evitó, por un lado, las tendencias liberales y socialdemócratas entre los estudiantes y profesores que amenazaban con renunciar a los principales objetivos del movimiento, y por otro lado, cualquier ultra-izquierdismo que hubiera desacreditado al movimiento a los ojos de la gran mayoría de sus simpatizantes, que habrían rechazado cualquier provocación innecesaria a las autoridades del campus ajena a las cuestiones que propiciaron el movimiento.

Como señala Draper, este liderazgo no solo tuvo que lidiar con las autoridades universitarias, sino también con divisiones internas dentro de sus propias filas de quienes no estaban especialmente preocupados por la reivindicación de la libertad de expresión en sí misma, enfocada principalmente a restablecer los derechos de los estudiantes a distribuir libremente literatura política en la acera en disputa y dentro del propio campus, sino por los medios cada vez más militantes que la dirección del movimiento adoptó para contrarrestar las tácticas arbitrarias y manipuladoras de las autoridades universitarias, medidas que fueron defendidas principalmente por los socialistas y radicales que participaban en el FSM .

La más importante de estas posibles divisiones internas, escribe Draper, se planteó a partir de una iniciativa del destacado sociólogo de Berkeley, Seymour Martin Lipset. Junto con los dirigentes de los Jóvenes Demócratas de América y de la Liga de Jóvenes Socialistas, una organización de la derecha socialdemócrata, Lipset organizó una reunión en su casa con Clark Kerr. En esa reunión, Kerr instó a los sectores moderados a separarse del FSM para constituir un grupo con el que las autoridades universitarias pudieran negociar. Habiendo acordado hacerlo a cambio de las concesiones prometidas por Kerr en relación con la libertad de expresión, los moderados abandonaron la reunión convencidos de que Kerr cumpliría sus promesas.

Pero en una segunda reunión al día siguiente con Kerr y el vicepresidente de la Universidad de California, Earl Bolton, y la inclusión de representantes estudiantiles de los conservadores Jóvenes Republicanos, descubrieron con gran desilusión que Kerr no estaba dispuesto a hacer ninguna concesión. Draper cita el comentario indignado de uno de los socialdemócratas presentes después de la reunión: «Quería que nos vendiéramos sin ni siquiera ofrecer nada a cambio» (p. 79). Fue esta maniobra de Kerr, como director de la universidad, la que impulsó a muchas de estas fuerzas moderadas a apoyar las acciones militantes propuestas por la dirección del movimiento, que incluyeron varias manifestaciones masivas, sentadas y la convocatoria de una huelga en diciembre de 1964.

FSM Newspaper CoverageLas divisiones en las filas del movimiento no  desaparecieron, señala Draper. A medida que el movimiento se acercaba a su clímax, cuando su dirección convocó la huelga, algunas personas y grupos de estudiantes se opusieron activamente. No lograron ningún apoyo significativo, incluso entre los estudiantes a los que no les gustaba la idea de ir a la huelga o eran ambivalentes. Como escribe Draper:

“En un conflicto dinámico, no hay simplemente una mayoría y una minoría: la oposición no es un todo homogéneo. Una parte puede ser neutralizada, abandonando su oposición por completo, sin que se pase al lado más activo. Otro sector, aunque permanece en la oposición, puede estar tan corroido por la incertidumbre – tan tácitamente impresionado por el atractivo de la posición a la que se opone formalmente – que su oposición se debilita en la práctica. Así como una fuerza dada ejerce una potencia de palanca proporcional a su distancia del fulcro, una fuerza de combate ejerce una influencia en el conflicto que es proporcional no simplemente a su número sino también a la fuerza de sus convicciones y la firmeza de sus seguidores”. (pp. 131)

Esa fue la correlación de fuerzas que, como Draper describe, terminó moviendo a los profesores, que inicialmente había ocupado una posición intermedia, moderadora, en el conflicto, a apoyar al FSM. Unos doscientos profesores habían apoyado inicialmente el movimiento en otoño, pero en diciembre, ante la masiva huelga estudiantil, el claustro de la facultad adoptó una resolución claramente favorable a las reivindicaciones del movimiento estudiantil con una impresionante votación de 824 contra 115, que apoyaba implícitamente la huelga estudiantil.

Pero Draper señala que, en contraste con un estudiantado cada vez más militante y políticamente radicalizado, la victoria de los simpatizantes del FSM en el claustro fue meramente coyuntural. Es decir, no reflejó una radicalización real del cuerpo docente. Así lo indicaron los resultados de unas elecciones convocadas por el claustro de la facultad para formar un Comité Ejecutivo de Emergencia. Para hacer frente a los “problemas derivados de la crisis actual”, una mayoría de “moderados” que no habían formado parte del grupo de los doscientos terminaron siendo elegidos. (p.152)

Al final, el FSM obtuvo todas sus reivindicaciones más importantes relacionadas con la libertad de expresión, lo que hizo posible que las organizaciones estudiantiles reconocidas se reunieran no solo en el tramo de acera en disputa sino en cualquier lugar del campus, y celebraran eventos políticos de forma gratuita y sujetos solo a limitaciones relativamente mínimas. Además, los activistas graduados del FSM formaron uno de los primeros sindicatos de asistentes de enseñanza e investigación en el país (AFT Local 1570), del cual fui miembro fundador como asistente de investigación graduado en Berkeley.

Berkeley FSM | Free Speech Movement 50th Anniversary

Y, por primera vez en el campus de Berkeley, una lista compuesta por activistas de pregrado del FSM ganó las elecciones de la Asociación de Estudiantes de la Universidad de California (ASUC) oficial, de la que los estudiantes graduados habían sido excluidos años antes por una administración que consideraba que esta privación de sus derechos permitiría limitar la influencia de la izquierda en la asociación de estudiantes.

Dadas esas victorias y los miles de estudiantes que se involucraron en el movimiento (incluidos unos ochocientos que fueron arrestados en una sentada en Sproul Hall, el edificio de la administración), Hal Draper puede reclamar legítimamente, como lo hace en su libro, que el FSM «fue probablemente el movimiento más poderoso y con más éxito jamás protagonizado por los estudiantes de Estados Unidos en conflicto con la autoridad» (pp. 135–36).

Sus efectos se sintieron incluso después que terminase: la radicalización de cientos de estudiantes y su victoria sobre la administración universitaria, alimentaron el crecimiento y desarrollo del movimiento radical contra la guerra de Vietnam en el Área de la Bahía de San Francisco el siguiente semestre en la primavera de 1965.

El giro hacia el radicalismo en Berkeley

Cuando llegué al campus en el otoño de 1963 para unirme al Departamento de Sociología como estudiante recien graduado, solo había unos doscientos estudiantes militantes activos en todo el campus. Al ser un número relativamente pequeño, llegué a conocer a la mayoría de ellos de vista, cuando no por su nombre, y comencé a participar en los mítines, manifestaciones y reparto de folletos sobre los derechos civiles en la posteriormente disputada acera de la esquina de Bancroft y Telegraph. A fines del otoño de 1964, sin embargo, ya no podía reconocer a la mayoría de ellos: su número probablemente se había multiplicado por diez.

Un proceso similar tuvo lugar en mi propio departamento, donde al comienzo era solo uno de una docena de estudiantes graduados radicales, socialistas y políticamente activos, aunque terminé rodeado por un número significativamente mayor de ellos gracias al FSM y los debates y eventos relacionados con él organizados por el Club de Sociología de los estudiantes graduados durante el otoño de 1964.

También fui testigo de cómo muchos estudiantes moderados de mi departamento, que a principios del semestre se habían resistido y cuestionado activamente las iniciativas y propuestas de los radicales, se radicalizaron también bajo el impacto de los acontecimientos y se pusieron de nuestro lado.

Esta es la razón por la que las interpretaciones contemporáneas del FSM, como el libro de Robert Cohen, The Free Speech Movement, que lo define como un movimiento fundamentalmente liberal, en pos de un objetivo liberal, están equivocadas. Pudiera ser así a principios del semestre del otoño de 1964, cuando comenzó la protesta. Pero a medida que se desarrolló la lucha con las autoridades, cientos de activistas del FSM se radicalizaron al recurrir a acciones cada vez más militantes que iban más allá de los límites de la legalidad del campus.

Daily Cal Archives en Twitter: "About 280 women were arrested during this  Free Speech Movement sit-in on Dec. 3, 1964 https://t.co/G4iDvG7w7I  #internationalwomensday… https://t.co/AlZLFhsGl9"

Esto incluyó la desobediencia civil para resistir a la policía y el cuestionamiento radical de las políticas del campus de Berkeley, de las autoridades universitarias, de los Regentes de la Universidad y de los poderosos intereses empresariales que se opusieron al movimiento estudiantil y a la lucha por los derechos civiles que lo provocó. Tras comenzar como un movimiento compuesto en su mayoría por estudiantes liberales, a fines del semestre de 1964 se había convertido en un movimiento democrático radical que iba mucho más allá de la política y los métodos del liberalismo estadounidense.

Es incuestionable que el movimiento fue liderado desde el principio mayoritariamente por radicales y socialistas que, como Mario Savio, habían adquirido sus dotes políticos en otras luchas, como el Movimiento por los Derechos Civiles, con anterioridad al FSM. En particular, Savio y muchos otros se habían radicalizado hacia poco por sus experiencias en el movimiento Mississippi Freedom Summer, que tuvo lugar durante las vacaciones de verano anteriores al otoño de 1964.

A la cabeza de una federación de grupos muy democrática del FSM, estos experimentados dirigentes, a través de sus numerosos mítines, folletos y discusiones informales en las clases y otras actividades escolares, convencieron y alentaron con exito a los estudiantes a emprender acciones cada vez más radicales.

Como otros estudiosos del FSM, Cohen también subestima el papel clave que jugaron los socialistas de diversas tendencias en el movimiento. A diferencia del resto de los campus estadounidenses, donde los Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS), de tendencia radical, se habían convertido en la organización de izquierda predominante a mediados de los sesenta, la presencia de la izquierda organizada en el campus de Berkeley era predominantemente socialista. El SDS de Berkeley jugó un papel muy secundario en el FSM, y principalmente como una actividad individual de los miembros del SDS, no como grupo organizado.

Tres grupos socialistas formaban la izquierda organizada en Berkeley. El primero, el Club Socialista Independiente (Socialistas Internacionales, o IS después de 1969) bajo el liderazgo ideológico de Hal Draper. Defendían una política revolucionaria socialista de izquierda de «tercer campo», históricamente arraigada en el movimiento trotskista, del que se había apartado casi veinticinco años antes, al defender que la URSS era una nueva forma de sociedad de clases en lugar de que un «estado obrero degenerado», como había sostenido Trotsky.

El segundo grupo socialista era la Alianza de Jóvenes Socialistas (YSA), la organización juvenil del Partido Socialista de los Trabajadores (SWP), trotskista “ortodoxo”. El tercer grupo fue el Club W.E.B. Du Bois con estrechos vínculos con el Partido Comunista de EEUU. Juntos, estos tres grupos tenían aproximadamente un centenar miembros activos entre los estudiantes.

Aunque muchos de ellos eran jóvenes y todavía carecían de experiencia política, estaban organizados y dirigidos por cuadros de gran experiencia política en cada uno de esos grupos. Los dirigentes de estos tres grupos también se convirtieron en líderes del FSM, y se les unieron otros líderes, como Mario Savio, que también eran socialistas aunque no estaban afiliados a ningún grupo. Por lo tanto, el peso político de los líderes del FSM que eran socialistas, organizados o no, fue fundamental a la hora de inyectar militancia, experiencia táctica y astucia al movimiento.

Cohen presta aún menos atención a los numerosos estudiantes, en su mayoría graduados que preparaban sus maestrías y doctorados, que, como Savio, no eran miembros de ninguno de los tres grupos socialistas organizados en el campus, pero que sin embargo eran socialistas con experiencia política. Estos estudiantes eran muy activos en el movimiento y desempeñaron papeles importantes en el FSM como cuadros activistas y organizadores, particularmente en departamentos académicos como sociología, historia y matemáticas, así como en el sindicato local AFT recién fundado y el movimiento contra la guerra que creció enormemente en el campus a partir de la primavera de 1965.

Ellos, junto con muchos de los estudiantes de pregrado y especialmente los de posgrado que pertenecían a los tres grupos socialistas, se habían matriculado deliberadamente en Berkeley por su reputación política, además de académica y la generosa financiación proporcionada por el gobierno estatal y el federal, y por numerosos fundaciones, en un momento en que la educación superior pública estaba en auge en California y en otros lugares. En la década de 1960, la combinación de política radical y socialista, alto nivel académico, abundante apoyo financiero y el excelente clima de Berkeley era difícil de resistir.

Hubo otros factores que contribuyeron a hacer de Berkeley un polo de atracción en la década de 1960. En aquella época, la gran mayoría de los estudiantes de pregrado de Berkeley provenían de California, mientras que los estudiantes de posgrado eran originarios de otras partes de los Estados Unidos y de muchos países extranjeros. La admisión de pregrado estaba reservada a quienes habían obtenido un promedio de B + o superior en la escuela secundaria. Pero, el coste de la matrícula para los estudiantes de pregrado y posgrado era muy baja para aquellos con residencia en California (que los ciudadanos estadounidenses y los inmigrantes con “tarjetas verdes” podían obtener tras vivir un año en el estado). Esto hizo que Berkeley fuera accesible para los estudiantes de pregrado de clase trabajadora y de clase media baja (en ese momento, la mayoría de los estudiantes de posgrado se financiaban a través de becas o ayudas a la enseñanza y la investigación).

Como Berkeley aún no se había gentrificado, la gran mayoría de los estudiantes, tanto de pregrado como de posgrado, vivían a poca distancia del campus, pagaban alquileres relativamente moderados y estaban rodeados de una densa red de cafés, librerías, restaurantes y cooperativas de vivienda estudiantiles. Un par de años más tarde también contaban con un periódico semanal radical, Barb, dirigido principalmente hacia la comunidad universitaria, todo lo cual facilitó enormemente la comunicación y la organización del movimiento estudiantil.

Por ejemplo, yo era parte de un “árbol telefónico” que me informaba de las acciones de emergencia organizadas por el FSM. Como vivía a solo siete cuadras del campus, podía llegar en muy poco tiempo, como miles de otros estudiantes.

Evidentemente, había grandes lagunas en el universo radical de Berkeley. Como ocurría generalmente en la educación superior en California y en el resto de los Estados Unidos, con la excepción de muchos colleges locales, su composición era casi completamente blanca en su profesorado y estudiantes, con la importante excepción de un número significativo de estudiantes japoneses- estadounidenses que eran hijos de los internados en campamentos durante la Segunda Guerra Mundial, y por lo tanto constituían la tercera generación “Sansei” de ese grupo.

No se conocía de verdad ni el término ni la substancia de «acción afirmativa», aunque yo era miembro activo del capítulo universitario del Congreso de la Igualdad Racial (CORE) que había comenzado a organizar acciones estudiantiles basadas en esa noción en 1963 y 1964, a formar comités de estudiantes (en los que participé) para visitar las tiendas de Berkeley y Oakland y pedirles que firmasen acuerdos comprometiéndose a contratar a un trabajador negro de cada dos. El entendimiento tácito era que sufrirían la acción de los piquetes si no firmaban o no cumplían su promesa. Por lo tanto, practicábamos la política de «acción afirmativa» (de hecho, de cuotas) incluso antes de conocer el propio término.

 

Para algunos líderes del FSM, como Michael Rossman, no fue principalmente la política, sino el descontento y la alienación con las prácticas educativas a nivel de pregrado de Berkeley lo que inspiró y alimentó el FSM. La alienación estudiantil de la que hablaba Rossman era real. Gran parte de la educación universitaria en Berkeley, al menos en humanidades y ciencias sociales, adoptaba la forma de largas e impersonales conferencias.

A excepción de algunas estrellas como Carl Schorske en el Departamento de Historia, muchos de los profesores famosos, que eran los imanes que atraían a muchos estudiantes, con frecuencia no estaban disponibles para enseñar y dejaban la enseñanza en manos de miembros desconocidos de la facultad. Además de las clases masivas también había grupos de discusión más reducidos, pero eran responsabilidad de estudiantes graduados que actuaban como asistentes de enseñanza (TA), por lo general solo un poco mayores que los estudiantes universitarios.

Los estudiantes también tenían que lidiar con una administración asfixiante. En ese momento, Berkeley tenía cerca de treinta mil estudiantes, más de mil profesores y un número aún mayor de personal administrativo o de servicio. Todos ellos estaban sometidos a una burocracia relativamente grande, a menudo muy frustrante y difícil de superar. Había que rellenar muchos documentos y los procesos eran tan complicados que a menudo era difícil discernir quién estaba a cargo de qué.

Esta realidad burocrática se prestó a la crítica y el desprecio de los estudiantes, que se expresó con el lema popular “No doblar, girar ni mutilar” [a los estudiantes], que satirizaba las instrucciones que se pedía seguir a los estudiantes a la hora de proorcionar su información personal y académica en tarjetas rectangulares, como requería la tecnología de IBM utilizada entonces para fines administrativos.

Sin embargo, Draper contradice a Rossman citando las conclusiones de dos encuestas realizadas en aquella época por el profesor Robert Somers del Departamento de Sociología. Estas encuestas mostraban que, si bien podía existir un descontento latente con la calidad de la educación que brindaba la universidad, fue la indignación de los estudiantes por haber sido privados de su derecho a la actividad política lo que claramente motivó su participación en el FSM (pp. 179–180).

El FSM y la nueva izquierda

A pesar del importante papel que jugaron los socialistas de distintas tendencias en el FSM, solo una minoría de estudiantes activistas del mismo podrían ser considerados, o se consideraban a sí mismos, socialistas. Pero la dirección del FSM si contaba con una mayor proporción de socialistas. Como Draper describe con precisión, los activistas y líderes no socialistas eran, en su mayor parte, radicales politizados hacía poco en campañas concretas, reacios a relacionar varios temas para adoptar una visión global de la sociedad. Eso es lo que consideraban un enfoque “pragmático” no ideológico.

Para ilustrar este enfoque, Draper cita a un estudiante radical que describe su política como la suma total de las posiciones que había adoptado sobre una serie de cuestiones concretas, como los derechos civiles y la guerra de Vietnam (p.184). En su excelente análisis y debate sobre este nuevo radicalismo, Draper señala que, en vez de rechazar la ideología y la teoría como tales, este radicalismo «pragmático» rechazaba específicamente las «viejas» ideologías y teorías radicales como el comunismo y, en mucho menor medida, la social-democracia. (pp.184–87)

Agrega que esto sucedía como reacción al “fracaso de todas las corrientes pasadas del radicalismo estadounidense a la hora de transformarse en movimientos de masas” (p. 185), particularmente entre los muchos estudiantes radicales nacidos en antiguas familias comunistas. Este es el núcleo de lo que se denominó la «Nueva Izquierda».

Para estos nuevos izquierdistas, rechazar la ideología comunista, sin caer por ello en la rutina del anticomunismo dominante era rechazar la ideología de sus padres, no porque fuera comunista, sino porque era una ideología. Su posicionamiento no ideológico también respondía a su preocupación de que las diferencias ideológicas pudieran afectar a la unidad del movimiento.

Y de hecho, el FSM, que se formó originalmente como una coalición de organizaciones, evitó sacar demasiadas conclusiones generales sobre lo que estaba haciendo, y correspondió a grupos socialistas como el ISC asumir esa tarea. Por otro lado, eso limitó y restringió el desarrollo político del movimiento (en el sentido de relacionarse con otras luchas en curso) y redujo su alcance. Por lo tanto, como Draper resume, «el FSM pudo desempeñar un papel en la acción, pero no ideológico». (p. 186)

 

Mi experiencia en el FSM influyó en mi desarrollo político mientras vivía y presenciaba la politización y radicalización de los estudiantes, el personal del campus e incluso de algunos profesores a través de sus experiencias en la lucha contra la administración y contra la policía que arrojó sobre nosotros el gobernador demócrata Pat Brown.

Aprendí en la práctica que, a diferencia de los izquierdistas que creen que es más probable que las personas luchen y se rebelen cuando han sido derrotadas y machacadas, ganar – y especialmente ganar a lo grande – empodera a la gente, aumenta sus expectativas y abre su apetito político. La derrota, en cambio, y hubo derrotas temporales en el transcurso de esta lucha, tiende a desmoralizar a la gente, a limitar sus expectativas y las influye a querer conservar lo que tienen en lugar de luchar por su emancipación y a aumentar su poder político.Samuel Farber  nació en Marianao, Cuba. Profesor emérito de Ciencia Política en el Brooklyn College, New York. Entre otros muchos libros, recientemente ha publicado The Politics of Che Guevara (Haymarket Books, 2016) y una nueva edición del fundamental libro Before Stalinism. The Rise and Fall of Soviet Democracy (Verso, 1990, 2018).

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Seguimos conmerando el centenario de la aprobación de la 19ª Enmienda reconociendo el derecho al voto a las estadounidenses. En esta ocasión compartó una corta nota de Alisha Haridasani Gupta, reportera del New York Times, sobre el sufragismo estadounidense.


27 Pictures Of Badass Suffragists From American History

Sufragistas: una lucha con actitud por el voto femenino en EE.UU.

Alisha Haridasani Gupta

Clarín       9 de setiembre de 2020

Cuando en agosto Kamala Harris subió al escenario en una escuela secundaria de Delaware, después que Joe Biden anunciara que la había elegido como compañera de fórmula, intentó definirse como muchas cosas a la vez: senadora, mujer negra, mujer india, fiscal. Pero su papel más importante, “el que más importa”, dijo, es “momala”, madrastra de los dos hijos de su marido, Cole y Ella. Al elegir llevar la insignia de madre en el punto más alto de su carrera, Harris se insertó en un molde pertinaz en el que desde hace mucho se espera que encajen las mujeres poderosas: la figura cálida, maternal y amable que, como escribió Joan Williams, profesora de Derecho y directora del Center for Work Life Law, en una columna de opinión de The New York Times, se “centra en su familia y su comunidad, en lugar de trabajar en el interés propio”.

La idea de que las aptitudes vistas en una mujer están indisolublemente ligadas a su papel de cuidadora abnegada es una de las que han tenido un papel clave en la lucha de décadas por el derecho de la mujer al voto, sostiene Allison K. Lange, autora de Picturing Political Power: Images in the Women’s Suffrage Movement (Representar el poder político: Imágenes del movimiento por el sufragio femenino).

Es que a fines del siglo XIX y principios del XX, tanto los líderes pro-sufragio como los anti-sufragio utilizaron ideas sobre lo que las mujeres “deberían” ser para argumentar a favor y en contra del derecho al voto. Ambos bandos de esa grieta aprovecharon el surgimiento de la tecnología de la impresión y la fotografía para emprender lo que los historiadores definen como una de las primeras campañas políticas visuales coordinadas en la historia de los Estados Unidos. Y las sufragistas “fueron tan hábiles con las herramientas que tenían en ese momento como lo son ahora los manifestantes y los activistas”, en tanto utilizaban medios visuales para perfeccionar su mensaje y crear una marca reconocible al instante, escribe Susan Ware, historiadora y autora de Why They Marched: Untold Stories of the Women Who Fought For the Right of Vote (Por qué marchaban: Historias nunca contadas de las mujeres que lucharon por el derecho al voto). El resultado fue una vibrante propaganda de ambos lados, que ayudó a generar personajes y temas –desde la “comehombres” con sed de poder hasta la mujer moderna y trabajadora que podía compatibilizar todo– transmitidos a lo largo de las décadas y que siguen profundamente arraigados en la cultura actual.

Sufragistas en lucha por el voto femenino Estados Unidos.

Sufragistas en lucha por el voto femenino Estados Unidos.

Un tema recurrente en los antisufragistas –algunos de ellos mujeres– era que las mujeres supuestamente debían ser cuidadoras virtuosas y que darles el derecho al voto iría en detrimento de sus responsabilidades domésticas, como el cuidado de los hijos, la administración del hogar y el “mantenerse linda”, dijo Lange en una entrevista telefónica.

Ni bien se planteó la demanda del voto, quienes se oponían al sufragio femenino comenzaron a argumentar en contra de él, a menudo con medios visuales. Utilizaban grabados que se vendían como decoración para presentar sus ideales de “maternidad” y “femineidad” como diametralmente opuestos al sucio mundo de la política y la búsqueda agresiva del éxito en la vida pública. Las imágenes creadas en 1869 por una de las casas de grabados más destacadas de la época, Currier & Ives, a menudo pintaban a las mujeres que luchaban por el voto como “monstruos feos y desvergonzados”, que amenazaban con derribar el statu quo, reflexionó Lange. A menudo iban vestidas con atuendos considerados escandalosos –faldas que dejaban al descubierto los tobillos, pantalones anchos y cortos o bombachas rurales– y se entregaban a lo que en general se habría considerado un comportamiento inmoral, como fumar, beber o ignorar el llanto de un bebé. “Esos grabados se proponían atacar la femineidad de las mujeres, su sentido del decoro y su respetabilidad”, agrega Kate Clarke Lemay, historiadora y curadora de la Galería Nacional de Retratos. “Se les destinaban epítetos como comehombres”.

Para contrarrestar los ataques de sus adversarios, en la década de 1870 las sufragistas comenzaron a posar para retratos que se vendían con el fin de recaudar dinero para la causa. Esperaban que esas imágenes ayudaran a mostrar su movimiento bajo una luz más elegante, muy lejos de las caricaturas que circulaban. Todo, desde sus poses hasta su ropa, fue cuidadosamente estudiado para ayudar a difundir una imagen de inteligencia, moralidad y refinamiento.

Untold Stories of Black Women in the Suffrage Movement - YouTube

Las sufragistas negras, que a menudo eran marginadas en los grupos de sufragistas blancas, también crearon sus propios retratos con la esperanza de contrarrestar los estereotipos racistas y sexistas. A mediados del siglo XIX, la abolicionista y sufragista Sojourner Truth vendía tarjetas con su retrato en sus giras de conferencias como forma de afirmar su respetabilidad y la propiedad de su trabajo. Cuando líderes sufragistas negras posteriores como Ida B. Wells-Barnett y Mary McLeod Bethune posaron para retratos, al igual que Stanton y Anthony, se vistieron con ropa elegante y usaron joyas para proyectar riqueza y refinamiento.

NAWSA, (National American Woman Suffrage Association) Collection (Selected  Special Collections: Rare Book and Special Collections Division, Library of  Congress)En la década de 1910, cuando el movimiento cambió de enfoque para lograr una enmienda del sufragio federal e hizo uso de la prensa nacional para conseguir apoyo para esa campaña, las sufragistas se inclinaron por las imágenes de mujeres como figuras puras y heroicas, dijo Lemay. En marzo de 1913, Paul y la NAWSA (la Asociación Pro Sufragio de la Mujer, según sus siglas en inglés) organizaron un enorme desfile de sufragistas en Washington, el día antes de la toma de posesión del presidente Woodrow Wilson. Miles de mujeres con vestidos blancos y algunas incluso montadas a caballo marcharon por la capital.

A la mañana siguiente, la noticia del desfile ocupó gran parte de la portada de The Washington Post. El titular decía: “La belleza, la gracia y el arte de la mujer desconciertan a la capital–Millas de ondulante femineidad presentan una fascinante atracción sufragista”. Al parecer, las primeras caricaturas de las sufragistas representadas como “feas” habían sido refutadas con éxito.

Al mismo tiempo, la NAWSA también trabajaba para revertir la representación antisufragista de la maternidad, planteando como argumento a través de afiches y grabados que el sufragio no le quitaría valor. De hecho, argumentaban que el voto no solo beneficiaba los intereses de las madres, porque les permitía abogar políticamente por los temas que les preocupaban, sino también que el hecho de ser madres haría que las mujeres fueran mejores votantes.

En 1906, Jane Addams, pionera del movimiento de casas de acogida y miembro de la junta de la NAWSA, articuló esa línea de pensamiento en la convención anual de la agrupación. “El trabajo doméstico urbano ha fracasado en parte porque no se ha consultado a las mujeres, las amas de casa tradicionales”, dijo, y los gobiernos “exigen la ayuda de mentes acostumbradas al detalle y a la variedad de trabajo, a un sentido de la obligación por la salud y el bienestar de los niños y a la responsabilidad por la limpieza y la comodidad de otras personas”.

Esta visión idealizada de las sufragistas como inteligentes, bellas, solícitas y maternales dio lugar, dijo Lange, a la idea de que la participación de la mujer en la política no destruiría la vida doméstica. De que ambas cosas no son mutuamente excluyentes y de que una alimenta a la otra.

Mellon Foundation Grant to Radcliffe's Schlesinger Library Will Catalyze  New Scholarship on American Women's Suffrage and the Still-Unrealized  Promise of Female Citizenship | HASTACEn el siglo que siguió a la ratificación de la 19ª Enmienda –que prohibió la discriminación en las urnas por motivos de sexo–, estos debates sobre la femineidad y la maternidad persisten. Y la pregunta sobre cómo los manejan las mujeres que están bajo la mirada pública ha surgido una y otra vez, obligando al creciente número de mujeres que se presentan a elecciones “a negociar su imagen pública desde el punto de vista de su condición de madres, esposas, hijas”, escribe Lange en su libro. Lo vimos en 2008, cuando Sarah Palin, la ex gobernadora de Alaska que fue candidata a la vicepresidencia junto al senador John McCain, se presentó constantemente como una hockey mom, una madre que lleva a sus hijos cada día a jugar al hockey.

Y lo vimos en 1984, cuando a Geraldine Ferraro, que venía de hacer historia al formar parte de la fórmula presidencial de un partido importante, en Mississippi el Comisionado de Agricultura del estado le preguntó si podía preparar muffins de arándanos.

“Claro que puedo”, respondió Ferraro. “¿Y usted?”


©The New York Times.

Traducido por Elisa Carnelli

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El H-Net Book Channel acaba de publicar un ensayo bibliográfico que llamó poderosamente mi atención, ya que enfoca la historiografía reciente de las implicancias internacionales de la guerra civil estadounidense. Escrito por Chase McCarter, candidato doctoral en la Universidad de Nuevo México, este trabajo enfoca el impacto en América Latina de la guerra civil estadoununidense y del periodo de la Reconstrucción.


 The US Civil War Era and Latin America

It would be incorrect to argue that scholars have never considered the international dimensions of the US Civil War Era. However, the vast majority of the tens of thousands of books written about the antebellum US, the war, and Reconstruction usually foreground the domestic elements. In addition, the scholars who considered the international implications tended to focus on the relationship between the US and European powers. Recent studies, however, have begun to pay more attention to Latin America. This is particularly important because, as the author discusses in this essay, historians of the US Civil War Era and of Latin America have a great deal to say to each other. Being more attentive to Latin America also has important contemporary relevance in light of the persistent tensions among the nations of the Western Hemisphere. Chase McCarter is a Ph.D. candidate in the Department of History at the University of New Mexico and resource editor for H-CivWar. He studies the Civil War-era South with particular focus on the postwar migration of ex-Confederates to Latin America. –Book Channel Guest Editor Evan Rothera

In the late 1960s, US historians became increasingly interested in internationalizing the history of the US Civil War era. In his essay for C. Vann Woodward’s 1968 anthology, The Comparative Approach to American History, David M. Potter argued that the turmoil of the US Civil War era and the European revolutions of 1848 were both the product of nationalist struggles and were equally critical in the survival of liberal nationalism around the globe.1 Ian Tyrrell’s call in 1991 for a new history that decentered exceptionalist narratives in American historical writing gave birth to the transnational turn in US history and further influenced historians of the US Civil War era to explore the impact of the period’s major events outside the confines of US national borders. For example, Robert E. May’s anthology The Union, the Confederacy, and the Atlantic Rim (1995) brought together studies by Howard Jones, R. J. M. Blackett, Thomas Schoonover, and James M. McPherson to reveal the impact of the US Civil War on European and Latin American nations. Since the mid-1990s, scholars like Enrico Dal Lago, Peter S. Onuf, Andre Fleche, Timothy M. Roberts, Patrick J. Kelly, and a wave of others have deepened historical understanding of the US Civil War era by thinking about this period through a transnational framework.2

But historians still have more ground to cover. The role of Latin America in the ideologies, debates, and events that transpired in the United States during the Civil War era has been relatively understudied by historians. Historians have directed much more attention to European happenings and their impact on the United States during this period than to Latin American ones. But there is a growing interest in the role of Latin America in the coming of the Civil War, the war itself, and Reconstruction.

New histories of the US sectional crisis frame the prospect of slavery’s expansion in Latin America as a central issue of contention between proslavery advocates and abolitionists in the 1840s and 1850s. Matthew Karp’s This Vast Southern Empire: Slaveholders at the Helm of America Foreign Policy (2016) argues that Latin America was most certainly in the sights of proslavery advocates in the US government during the antebellum period. Karp contends that southern slave-owning elites were not an isolated class of individuals who clung to the dying institution of slavery in the US South. Rather, they were globally minded people and kept a close eye on threats to slavery across the Americas, especially in Cuba and Brazil, whom they saw as allies in an international fight against the forces of abolition. They also believed that the continuity of slavery in the Americas was key to the future prosperity and power of the United States (p. 2).

The mind-set of southern slaveholders Karp depicts in his study was related to the emergence of  what Dale Tomich labels “the second slavery” in his book, Through the Prism of Slavery: Labor, Capital, and World Economy (2003). “Second slavery” describes the remaking of slavery in concert with the expansion of industrial capitalism and the creation of new, highly profitable slave-based zones of commodity production throughout the Americas during the early nineteenth century.3 Throughout the book, Karp details how proslavery advocates within the US government sculpted foreign policy and the US military in efforts to strengthen and preserve this new form of slavery in the United States and Latin America. For the most part, proslavery advocates were successful at doing so until the institution collapsed with the defeat of the Confederacy during the Civil War (p. 3).

Robert E. May’s book Slavery, Race, and Conquest in the Tropics: Lincoln, Douglas, and the Future of Latin America (2013) is his latest addition in a forty-plus-year career of thinking about the transnational dynamics of the US Civil War era. In this study, May asserts that the 1858 Lincoln-Douglas debates featured a clash of ideas over slavery’s expansion in Latin America. Lincoln and Douglas’s feud over this topic also embodied a larger breakdown in relations between the North and South, which contributed to the outbreak of Civil War. Throughout the text, May traces the ideological evolution of both men on the issue of slavery’s expansion in Latin America. For Douglas, the acquisition of territory in Latin America was necessary for the growth and progress of the United States. Under his philosophy of popular sovereignty, Douglas argued that future US colonists in Latin America should have the right to establish slavery in their territories if they desired. Contrary to Douglas, Lincoln held an explicitly anti-expansionist position toward Latin America and believed that the prospect of slavery’s expansion there, where it did not yet exist, would put the Union in mortal danger. In fact, May explains that throughout Lincoln’s presidency he maintained an anti-expansionist attitude toward Latin America. Lincoln also favored exporting African Americans to colonies in Latin America where he believed that they could obtain a level of freedom and equality unavailable to them in the United States. Lincoln’s articulation of this position on Latin America during the Lincoln-Douglas debates informed Southerners that a Lincoln victory in the election of 1860 would destroy any hopes they had of expanding slavery southward. May suggests that the desire to preserve future prospects of expanding slavery into Latin America heavily influenced Southerners’ choice to secede in the wake of Lincoln’s victory. Overall, May’s analysis of the Lincoln-Douglas debates adds a transnational dimension to the sectional crisis and the outbreak of the Civil War by centering the future of slavery’s expansion in Latin America as a leading issue that contributed to the breakdown between North and South.

Rethinking the coming of the US Civil War in a transnational context has also pushed historians to explore the interconnections of the war itself with concurrent conflicts of the 1860s. Don H. Doyle has been at the center of scholarly efforts to do so. Most notably, his book The Cause of All Nations: An International History of the American Civil War (2014) categorizes the US Civil War as part of a broader struggle for democracy throughout the Atlantic world. His latest contribution, an edited anthology, American Civil Wars: The United States, Latin America, Europe, and the Crisis of the 1860s (2017), takes a more direct look at the role of the US Civil War in Latin America. Specifically, American Civil Wars demonstrates that the 1860s was a decade of multiple civil wars, separatist rebellions, slave uprisings, and emancipations throughout the Americas. Furthermore, democratic republics throughout the Americas defeated the attempted reconquest of the hemisphere by European monarchies.

For example, Stève Sainlaude’s essay, “France’s Grand Design and the Confederacy,” argues that the US Civil War neutralized the United States in Latin America as it dealt with the Confederacy. The war presented Napoleon III with an opportunity to reassert France’s former colonial empire in the Americas, which he tried and failed to do in the Second French Intervention in Mexico. This largely resulted from the Union’s victory in the Civil War and the US federal government’s financial and military aid to Benito Juárez’s republican army.

The victories of democratic republics throughout the Americas in the 1860s also prevented the destruction of the international antislavery movement. Rafael Marquese and Matt D. Childs’s respective contributions to this anthology show that the defeat of the Confederacy and abolition of slavery in the United States paved the way for the institution’s demise in Cuba and Brazil. Childs maintains that the US Civil War was the crisis that placed the possibility of abolition on the political horizon for Cuban slaveowners. Likewise, Marquese uses the analogy of a “protective wall” to describe the relationship of US slavery to Brazilian slavery. When this wall came down, it energized an already present and potent antislavery moment in Brazil, which would be vital to the passing of gradual emancipation laws in the 1870s and the final emancipation law in 1888.

In sum, this anthology reframes the US Civil War as a mere chapter in a hemisphere-wide and decade-long struggle between the forces of republicanism and monarchism and between proponents of slavery and emancipation. The Latin American conflicts of the 1860s that scholars have entangled with the US Civil War show that the war was anything but exceptional. Yet this study also emphasizes that the outbreak of the war was a critical factor in the eruption of conflicts in Latin America and that the outcome of the war was essential to the preservation of republicanism in the region.

This turn in the literature has naturally led scholars of US Reconstruction to branch out toward Latin America as well. United States Reconstruction across the Americas (2019), edited by William A. Link, establishes that post-Civil War global political, social, and economic developments entangled and influenced the central elements of Reconstruction (i.e., emancipation, nationalism, and the spread of market capitalism). Additionally, the emergence of the United States in the post-Civil War period as a global power was contingent on developments in several nations throughout the Americas.

Chapter 1, “The Cotton and Coffee Economies of the United States and Brazil, 1865-1904,” by Rafael Marquese, argues that the seemingly disparate transitions from slavery to free labor in Brazil and the US South were quite related. In the aftermath of US emancipation, planters in both nations sought a means by which to transition from slavery to free labor while maintaining the same level of exploitation. Brazilian planters, who saw the end of Brazilian chattel slavery on the horizon after the US Civil War, viewed sharecropping and tenancy in the South as a loss of planters’ power over laborers and the system of production. As an alternative, Brazilian planters instituted the colonato system, which preserved planter power over “the organization of labor and landscape management” (p. 29). Effectively, Brazilian planters were able to maintain some key exploitative elements of slavery under this labor system. Through this example, Marquese shows how the reconfiguration of capitalism during Reconstruction in the United States precipitated change in Latin American countries like Brazil.

From a different direction, Edward B. Rugemer’s essay, “Jamaica’s Morant Bay Rebellion and the Making of Radical Reconstruction,” illustrates the impact of the 1865 Morant Bay Rebellion on Reconstruction policymaking. The reports of the violent rebellion in Jamaica back in the United States, and fears that the same could occur in the South, influenced Congress to enact legislation and enforcement measures (e.g., the Civil Rights Act of 1866 and Reconstruction Acts of 1867) that would ensure political rights for black men and a future for them in the post-emancipation United States. Rugemer emphasizes the great consideration that Republicans gave to the meaning of the rebellion in terms of its implications for the course of Reconstruction, which further shows the direct impact the rebellion had on the shaping of Reconstruction policy.

In terms of diplomacy, Don H. Doyle’s essay, “Reconstruction and Anti-Imperialism: The United States and Mexico,” examines US foreign policy in the aftermath of the US Civil War. Doyle focuses on the US role in expelling the French from Mexico in 1867 as an indication of “spirit of republican camaraderie” that was inherent to US foreign policy in Latin America during the Reconstruction Era (pp. 6-7).

The transnational framing of US Reconstruction literature has also contributed to further scholarly interest in the ex-Confederate migration to Latin America. Todd W. Wahlstrom’s book The Southern Exodus to Mexico: Migration across the Borderlands after the American Civil War (2015) argues that the desire to create surrogate Souths in Mexico was not the driving force behind the migration of a few thousand ex-Confederates to the nation between 1865 and 1866. Rather, it was the pursuit of economic prosperity, which they hoped could be obtained through the creation of agricultural and commercially driven colonies and the exploitation of Mexico’s transborder economic opportunities. For these Southerners, remaining in the US South was not the sole focus of their vision for life after the Civil War. Wahlstrom explains that they believed their future was contingent on the creation of an “entrepôt of southern commerce” through the colonization of Latin America (p. xvii). This dream inevitably died with the failure of Southern colonization in places like Mexico, Brazil, Belize, and Venezuela, but Wahlstrom argues that it marked an important stepping stone in US efforts to “bridge economic borders” in Latin America during the second half of the nineteenth century (p. xxvii).

The literature review in this essay reflects the efforts of scholars of the US Civil War era to incorporate Latin America into what historians have traditionally described as the exceptional history of the United States. Taken together, these studies present strong evidence for the argument that the ideologies and events most identified with the coming of the US Civil War, the war itself, and Reconstruction were deeply entangled with occurrences and ideologies present in Latin America at the same time. More broadly, they demonstrate that US economic, social, and political development during the nineteenth century was internationally interdependent.

Notes

[1]. David M. Potter, “Civil War,” in The Comparative Approach to American History, ed. C. Vann Woodward (New York: Oxford University Press, 1968), 139.

[2]. See Enrico Dal Lago, Agrarian Elites: American Slaveholders and Southern Italian Landowners, 1815-1861 (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 2005), and Civil War and Agrarian Unrest: The Confederate South and Southern Italy (New York: Cambridge University Press, 2018); Peter S. Onuf and Nicholas Onuf, Nations, Markets, and War: Modern History and the American Civil War (Charlottesville: University of Virginia Press, 2006); Timothy Mason Roberts, Distant Revolutions: 1848 and the Challenge to American Exceptionalism (Charlottesville: University of Virginia Pres, 2009).

[3]. Dale W. Tomich, Through the Prism of Slavery: Labor, Capital, and World Economy (Lanham, MD: Rowman & Littlefield, 2003), 61.


Suggested Readings

Dawsey, Cyrus B., and James M. Dawsey. The Confederados: Old South Immigrants in Brazil. Tuscaloosa: The University of Alabama Press, 1995.

Doyle, Don H. The Cause of All Nations: An International History of the American Civil War. New York: Basic Books, 2015.

Fleche, Andre M. The Revolution of 1861: The American Civil War in the Age of Nationalist Conflict. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2012.

Guterl, Matthew Pratt. American Mediterranean: Southern Slaveholders in the Age of Emancipation. Cambridge, MA: Harvard University Press, 2008.

Jarnagin, Laura. A Confluence of Transatlantic Networks: Elites, Capitalism, and Confederate Migration to Brazil. Tuscaloosa: The University of Alabama Press, 2008.

Kelly, Patrick J. “The Lost Continent of Abraham Lincoln.” The Journal of the Civil War Era 9, no. 2 (June 2019): 223-48.

——. “The North American Crisis of the 1860s.” The Journal of the Civil War Era 2, no. 3 (September 2012): 337-68.

Mahoney, Harry Thayer. Mexico and the Confederacy, 1860-1867. San Francisco: Austin & Winfield, 1998.

May, Robert E. Manifest Destiny’s Underworld: Filibustering in Antebellum America. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2002.

——. ed. The Union, the Confederacy, and the Atlantic Rim. West Lafayette, IN: Purdue University Press, 1995.

——. The Southern Dream of a Caribbean Empire, 1854-1861. Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1973.

Roark, James L. Masters Without Slaves: Southern Planters in the Civil War and Reconstruction. New York: W. W. Norton, 1977.

Rolle, Andrew F. The Lost Cause: Confederate Exodus to Mexico. Norman: University of Oklahoma Press, 1965.

Rugemer, Edward Bartlett. The Problem of Emancipation: The Caribbean Roots of the American Civil War. Baton Rouge: Louisiana State University Press, 2008.

Scott, Rebecca J. Degrees of Freedom: Louisiana and Cuba after Slavery. Cambridge, MA: Harvard University Press, 2005.

Stevenson, Louise L. Lincoln in the Atlantic World. New York: Cambridge University Press, 2015.

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Comparto este artículo publicado en Diálogo Atlántico  -blog del Instituto Franklin– sobre un grupo de escritoras que derribaron el monopolio masculino de la literatura proletariada estadounidense en la década de 1930. Su autora es la Doctora Luisa Juárez, profesora de la Universidad del Alcalá de Henares.


Getty Images - Fábrica Mujeres Años 30

El proletarianismo de Tillie Olsen y su vigencia en el presente social norteamericano

Diálogo Atlántico  10 de

Los años treinta fueron un periodo fértil para la denominada literatura proletaria en los Estados Unidos, un discurso a caballo entre las demandas formales del modernismo y la temática social propia del realismo, que sirvió como herramienta de activismo político por el cambio social. Las escritoras que participaron en este movimiento estético-político quedaron provisionalmente canonizadas a finales del siglo XX al aparecer sus nombres y algunas de sus obras en varias publicaciones académicas esenciales, a saber, el capítulo que Paul Lauter escribió para Columbia History of the American Novel (1991) y las grandes antologías de literatura norteamericana como la Norton o la Heath. Los nombres de Tillie Olsen, Josephine Herbst, Meridel Le Sueur, Mira Page, Fielding Burke o Tess Slesinger aparecieron junto al de autores consagrados como John Steinbeck, Sherwood Anderson, Henry Roth, o Mike Gold. Fue Gold quien más trabajó por dar coherencia al discurso del proletarianismo que surgió durante la Gran Depresión. La publicación de su manifiesto literario, que inevitablemente recuerda a las declaraciones modernistas que vieron la luz en los años veinte, definía en términos esencialistas el compromiso literario con los valores de la izquierda: el escritor proletario era por definición varón. Tras la Segunda Guerra Mundial, la fórmula literaria del proletarianismo perdió visibilidad, pero fueron las escritoras coetáneas a Gold quienes quedaron en el olvido más absoluto. Las críticas y directoras de editoriales feministas de la segunda ola rescataron y reeditaron las obras de estas autoras, cuyo legado posee una excepcional vigencia hoy día para entender la función del arte como palanca de cambio social y de agitación política.

The Unpossessed by Tess Slesinger

El proceso de arqueología literaria que describo tuvo lugar en los últimos años del siglo XX y partía de un serio compromiso intelectual y político con las categorías de género, raza y clase, cuya intersección iluminaba el sesgo androcéntrista blanco que había definido la herencia textual de la izquierda norteamericana. La lectura de Le Sueur, Slesinger, Olsen y otras refutaba la idea de que “work is male”. La galería de personajes y situaciones que las autoras retrataron suponían, y me atrevo a decir que en cierto modo siguen suponiendo, una provocación a las convenciones socioculturales: las reporteras que cubren las manifestaciones por salarios justos; las obreras en paro que esperan infructuosamente un trabajo en las oficinas de empleo; el sentimiento de indignidad con el que algunas mujeres aguardan su turno en las colas del hambre. También aparecían en estas obras referencias a nuevos trabajos desempeñados casi con exclusividad por mujeres en las nuevas urbes de la sociedad capitalista y consumista norteamericana de la primera mitad del siglo XX, y se denunciaban los efectos dañinos de un crecimiento económico basado en la explotación depredadora de recursos y trabajadores. Me refiero a personajes inspirados en una multitud de jóvenes secretarias y oficinistas que, abrazando la ideología patriarcal, ponían más entusiasmo en lograr un buen matrimonio que en lograr su autonomía por medio de una carrera profesional, y que terminaban siendo acosadas sexualmente en el trabajo; o las dependientas de grandes almacenes, a quienes se obligaba a seguir un código de vestimenta y maquillaje que mermaba el exiguo salario, llevándolas incluso a privarse de comida; o a las amas de casa y madres que padecían los efectos de la polución generada por las industrias cárnicas.

Tillie Olsen: One Woman, Many Riddles: Reid, Panthea: 9780813551876:  Amazon.com: BooksCasi todas estas autoras estuvieron ligadas al rotativo del movimiento comunista americano: New Masses. Además de relatos y poesía, las escritoras publicaron allí artículos políticos, reportajes, cartas y otros textos híbridos de difícil catalogación que ofrecían una visión crítica de los acontecimientos desde posturas que hoy llamaríamos feministas. En algunos casos, las noticias del periódico marxista servían de inspiración para la creación literaria, como ocurrió con el poema, “I Want You Women up North to Know” (1934), que Tillie Olsen publicaría en The Partisan. Olsen leyó una carta de Felipe Ibarro en New Masses en la que se denunciaban las condiciones laborales de las costureras de San Antonio, Texas. Profundamente afectada por los datos objetivos que ofrecía aquella carta al diario, Olsen puso su talento literario una vez más al servicio del activismo político, produciendo un poema sobre la explotación que sufrían sus hermanas trabajadoras del sur. El poema adopta un lenguaje lírico con imágenes aparentemente convencionales e inocuas de pájaros o flores, que resultan ser, además de una parodia de la literatura como mero ejercicio estético, una denuncia furiosa de la economía de frontera. Olsen logra un poderoso alegato contra la explotación laboral de las trabajadoras de ascendencia mejicana. El poema ofrece una visión cruda de aquellas mujeres consumidas por las labores de la aguja, que bordan exquisitas piezas durante horas sin fin, durante el día y en la oscuridad, hasta que se secan sus ojos y se agarrotan sus manos por una cantidad insignificante de dinero, que nunca aliviará la miseria material en la que viven. La carga política del texto apela a las conciencias de los consumidores, en este caso, señoras ricas que adquirían aquellos primorosos bordados en las tiendas bonitas de las ciudades. Sin embargo, Olsen no peca de ingenua pues entiende que será poco probable que las señoras ricas lean su poema y sabe que, de hacerlo, difícilmente se sentirán interpeladas por la denuncia allí descrita, y mucho menos se reconocerán como cómplices en aquel intercambio macabro. Por este motivo, el poema, al igual que hiciera la novela de Mike Gold, Jews without Money, termina con unas líneas que presagian la revolución de los trabajadores, objetivo del arte proletario:

“Women up North, I want you to know,

I tell you this can´t last forever.

I swear it won’t”


Luisa Juarez / Sobre el autor

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William Edward Burghardt  (W.E.B.) Du Bois fue uno de los intelectuales negros más importantes de la historia estadounidense. El alcance de la obra de Du Bois trascendió a nivel global y siempre buscó vincular el problema racial estadounidense con fuerzas como el imperialismo y el avance del capitalismo globalizador. Su debates y diferencias con Booker T. Washington, otros de los grandes pensadores afroamericanos del siglo XX, le colocan a la izquierda del movimiento contra lam segregación racial. Mientras Washington pregonaba a favor de la autoayuda, la solidaridad y el acomodo de los afroamericanos en un sociedad donde les lichaban, Du Bois defendió la organización y acción política,  la rebeldía. Su pensamiento y accionar le coviertieron en un referente para quienes en las décadas de 1950 y 1960 cuestionaron de forma directa la opresión de los blancos contra los negros, y exigieron la igualdad.

Comparto con mis lectores este artículo de Edward Carson profesor de la The Governor’s Academy, sobre el libro de Charisse Burden-Stelly y Gerald Horne’s W.E.B. Du Bois: A Life in American History.  


W.E.B. Du Bois, 1868-1963.

W.E.B. Du Bois: A Life in American History

In 2018, scholars celebrated the 150th anniversary of the birth of W.E.B. Du Bois via published essays, symposiums, and commemorative celebrations, such as the one held in his hometown of Great Barrington, Massachusetts—a community that once rejected the scholar due to his communist affiliation. Charisse Burden-Stelly and Gerald Horne’s W.E.B. Du Bois: A Life in American History is a timely book, addressing Du Bois’s challenges as a radical, with contemporary issues in mind. Today, terms like socialism, communism, and hash tags pronouncing Black Lives Matter are trendy among those suspicious of the police state and capitalism; however, one is reminded throughout this book of his exhaustively yet committed life devoted to socialism, democracy, and the souls of Black folks. And his work was not just confined to the Jim Crow South; the crisis of the race problem extended beyond its periphery to Du Bois’s home in New York. “It was no accident that African Americans were sited mostly in segregated neighborhoods, such as Harlem, and were subjected to harassment by often trigger-happy police officers” (131).

Amazon.com: W.E.B. Du Bois: A Life in American History (Black History  Lives) eBook: Horne, Gerald, Burden-Stelly, Charisse: Kindle StoreW.E.B. Du Bois: A Life in American History is a well-crafted compilation of primary and secondary sources. Burden-Stelly and Horne skillfully navigate the reader through twelve chapters of exquisite narratives, and ninety-five years of Du Bois’s life, using illustrative constructions of his transformation from his childhood in the Berkshires of Western Massachusetts, to his resting ground in Accra, Ghana. Along this journey, the reader is captivated by Du Bois as a global and domestic intellectual, an activist prophesying within an ever expansive radical framework. The authors persistently juxtapose the American color line to the endemic forces of global imperialism and capitalism, and how they were construed in a fashion shaped by a paradoxical Du Bois. A man who sought justice for Black Americans, but found himself rejected, particularly when it came to his regrettable endorsement of Woodrow Wilson in 1912, and again when he campaigned to support the war effort (80-81). “Du Bois had failed African Americans, who no longer trusted him and now rejected his leadership” (86). The nuance of such complexity entices the reader by examining his desire for a better world.

From the start, the reader senses Du Bois’s emotional longing for friendship during his adolescent years, when he was reminded of the color line, as a “[white] girl, a tall newcomer, refused my card—refused my peremptorily with a glance. Then it dawned upon me with a certain suddenness that I was different from the others; or like, mayhap, in heart and life, and longing, but shut out from their world by a vast veil” (3). This early dawn of race and the power of white supremacy sets the stage to further his intellectual prowess as an anti-racist—a thread referenced throughout the book. Moreover, it humanizes Du Bois as a man who often sought companionship, forcing one to empathize with the savior of a race. He is showcased as a disciplined Du Bois, one who managed an ever increasing travel, speaking, and writing schedule that seemed incomprehensible to mere mortals. The reader is reminded of the emotional toll Du Bois carried. His first wife, Nina Gomer (1896-1950), was invisible at times in the book, as she was in the life of Du Bois. As noted by Du Boisian biographer David Levering Lewis, she had “a sad record of psychosomatic debility and superego…and their relationship ended at the borders of Du Bois’s cosmic concerns.” While a great champion for the plight of women, a radical arguing for the expansion of the franchise to encompass women’s equality, such passion did not extend to his first marriage. As such, “while [Du Bois] has been criticized for his ‘masculinism,’ detractors have nonetheless acknowledged his vehement opposition to patriarchy and misogyny” (80). Unlike Nina, he found such stimulation and equality in his second wife, Shirley Graham—who helped move him further to the left (1951-1963) (170). Du Bois’s apex in marital bliss was aptly addressed as Burden-Stelly and Horne examined Du Bois distancing himself from Nina, after the death of his first born son.

His grief was exacerbated by the lynching of Sam Hose, ”[whose] mangled knuckles were on display in a store window—when he espied this ghastly sight, Du Bois could hardly contain himself” (31). However, a resilient Du Bois did not reside in self pity. The professor turned activist, feeling as though facts were not enough to challenge white supremacy and the Tuskegee Machine. Thus, what really mattered for the American Negro was political power.

NAACP | NAACP History: W.E.B. Dubois

Readers who are marginally familiar with Du Bois will find a home in the narrative of his combative rivalry with Booker T. Washington, yet such nonfiction is just a silhouette of their relationship. Burden-Stelly and Horne delve into a Faustian dual, pitting two giants against one another. Du Bois, who is depicted as the protagonist in this struggle, faced escalating odds against Washington, who engendered a northern capitalist class of insurmountable wealth and power, aided by industry and the White House of Theodore Roosevelt. Readers will quickly feel sympathy with Du Bois, and a sense of disdain toward Washington throughout this narrative; however, in an attempt to be fair to Washington, the authors balanced the complexity of this dual rivalry, and, noted that Du Bois was unaware of Washington’s double-dealing when it came to his legal support for suffrage in the Deep South, or how he funded lawyers to combat racist discrimination (37). While this was Washington incognito, the public battle centered on political power. In the end, one is drawn to a climax where the activist in Du Bois drives him to contest by organizing the NAACP. The reader escapes any notions of pedestrian storytelling, and is ushered into his life of rivalries, which extended well beyond Washington.

The portrait of Du Bois, as a pronounced intellectual framing a synthesis of analysis for the American Negro, and the darker people of the world, was captured throughout his political thought and evolution into the Communist Party USA. Starting from his sojourn to Germany, “Du Bois began attending socialist meetings in his neighborhood and took notice of their spectacular electoral rise and the wafer-thin distinctions that separated one faction in this fractious movement from another” (17). Burden-Stelly and Horne further their outline of Du Bois’s radicalism in an exemplary way, from his membership in the Socialist Party (SP) in 1911 to his evacuation of the SP in 1913, due to the exclusion of nonwhites (54).

There is a rich narrative of Du Bois’s burgeoning formulation in his radical orientation, as noted by the tension created from his teachings of Marxism while at Atlanta University. Du Bois struggled with a Republican Party that sought industry over the Negro, and a Democratic Party that placated Negroes in support of lynching. A great deal of space is devoted to him as an internationalist—organizing major conferences devoted to resolving colonialism as a globetrotter. Burden-Stelly and Horne analyze his concerns not only for the darker people of the world, but the changing dynamics regarding democracy. During his travels to Germany in 1933, he was alarmed at Germany’s xenophobia, as he notes, “there is a campaign of race prejudice carried on, openly, continuously, and determinedly against all non-Nordic races but specifically against the Jews, which surpasses in vindictive cruelty and public insult anything I have ever seen and I have seen much” (140). Such articulation draws a synthesis to the American empire of white supremacy, as Du Bois writes “[t]he Nazis made a mistake in beginning their propaganda in New York…. They should have started in Richmond or New Orleans. Hitler himself could learn a beautiful technique by visiting [the United States]” (141). Du Bois saw Stalin as a tyrant, however, followed that with “I still believe in Russia”, which provided the world the greatest revolution ever. After all, Du Bois proclaimed to be a Bolshevik.

W.E.B. Du Bois: A Life in American History provides the reader with much contextualization: a study of both the United States and world history. His motives were on stage, as he contemplated and ran for the U.S. Senate, and his fears of living out his life in a U.S. prison for treasonous acts. Burden-Stelly and Horne’s use of historical synthesis nicely fosters a pattern of development to the activist work of Malcolm X and Martin Luther King, Jr., during the civil rights movement of the 1950s and 1960s. A cautious reader will note a number of themes presented, such as the surveillance state, gender, police brutality, Black-Jewish relationship, propaganda, and Black liberation. While very little is discussed about Du Bois’s proclivities toward religion, there is enough to force the curious reader to take pause, and ask questions. I particularly enjoyed not only the primary sources and timeline of Du Bois’s life, but the clever use of sidebars in exploring a vast array of historical topics. Students and scholars will greatly enjoy this delightful read. One must compliment both Burden-Stelly and Horne for capturing Du Bois’s life in 228 pages.


Edward Carson  is the Dean of Multicultural Education at The Governor’s Academy. His research explores 20th century American race and religion. Joined by Gerald Horne and Phillip Luke Sinitiere, he is the co-editor of the book, Socialism and Democracy in W.E.B. Du Bois’s Life, Thought, and Legacy

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