Gracias a la generosidad de la amiga Lourdes García, he tenido la oportunidad de leer un interesante libro de Emilio Ocampo sobre la figura de Carlos María de Alvear, embajador de la Argentina en los Estados Unidos entre 1838 y 1852, titulado De La Doctrina Monroe al Destino Manifiesto: Alvear en Estados Unidos, 1835-1852 (Buenos Aires: Claridad, 2009). Ocampo es un economista y banquero argentino convertido en historiador y autor de varios libros, entre ellos una obra titulada La última campaña del Emperador: Napoleón y la independencia de América (Buenos Aires, Argentina: Claridad, 2007), traducido al inglés por la University of Alabama Press bajo el título The Emperor’s Last Campaign: A Napoleonic Empire in America. Ocampo es también el creador de un interesante blog sobre historia argentina.
Carlos María de Alvear (1789-1852) fue un militar y político rioplatense que tuvo una participación destacada en el proceso de independencia argentino. Una vez alcanzada la soberanía, Alvear jugó un papel importante en el desarrollo político de la Argentina, especialmente, en la guerra contra el Imperio Brasileño (1825-1828). Figura controversial por su relación con el caudillo Juan Manuel de Rosas, Alvear fue el primer embajador argentino en los Estados Unidos, posición que ocupó hasta su muerte en 1852. Como tal, Alvear fue testigo de uno de los periodos más importantes de la historia norteamericana, lo que Ocampo llama el nacimiento de la “república imperial”. En otras palabras, Alvear vivió el desarrollo de un fuerte nacionalismo expansionista en la sociedad estadounidense, definido por la famosa frase “Destino Manifiesto”, y que provocó la anexión de Texas y la guerra contra México. Gran admirador de los Estados Unidos, Alvear sufrió una profunda decepción que le llevó a criticar el expansionismo norteamericano como una amenaza para América Latina.
El objetivo de Ocampo es analizar la evolución de las opiniones y observaciones de Alvear sobre los Estados Unidos a través del estudio de la correspondencia y los despachos oficiales del embajador. El producto de este interesante análisis es un valioso testimonio no sólo sobre un momento de gran importancia en el desarrollo del imperialismo estadounidense, sino también de la historia latinoamericana. Veamos algunos de los elementos más destacados de este libro.
En primer lugar, el autor ve el expansionismo norteamericano de mediados del siglo XIX como parte de un proceso de agresión neo-colonial contra América Latina. Según Ocampo, durante la gestión de Alvear como embajador, las repúblicas latinoamericanas enfrentaron la mayor amenaza desde su nacimiento a manos de “las tres grandes potencias marítimas de la época”: los EEUU, Francia y Gran Bretaña. Independientemente de que se puede cuestionar que los EEUU era una de las grandes potencias marítimas de ese periodo, el planteamiento de Ocampo sugiere que la guerra con México fue parte de un proceso más amplio de agresiones extranjeras contra países latinoamericanos en los años 1840 y 1850, producto de las “ambiciones expansionistas” francesas, británicas y norteamericanas. Los estadounidenses concentraron sus acciones contra el territorio mexicano, mientras que ingleses y franceses contra Argentina y el Uruguay. Debo reconocer que el carácter hemisférico de este planteamiento me sorprendió, pero no me convenció del todo.
La visión de Alvear de la Doctrina Monroe es otro tema muy interesante. Para el embajador, la agresividad norteamericana contra México y la falta de interés estadounidense en ayudar a Argentina contra la agresividad anglo-francesa por el tema del Uruguay, comprobaban que “los Estados Unidos había abandonado el principio fundamental en el que estaba basada la Doctrina Monroe”. (81) Para el embajador, la nueva versión de la Doctrina Monroe “no tenía como objetivos librar a las nuevas repúblicas americanas de la opresión colonial europea, sino dejar libre a los Estados Unidos para realizar sus sueños expansionistas en América del Norte”. (81) En otras palabras, para asegurar su hegemonía en el norte, los norteamericanos tenían que “neutralizar la ingerencia de las potencias europeas en su área de influencia”, dejándoles mano libre el América del Sur. Este planteamiento de Alvear me provoca dos comentarios. Primero, todo parece indicar que Alvear entendió la Doctrina Monroe como un compromiso verdadero del gobierno norteamericano de mantener a los europeos fuera del continente americana y que esperaba que los Estados Unidos hicieran buena su promesa. ¿Vieron sus contemporáneos latinoamericanas la famosa doctrina del presidente Monroe desde el mismo prisma optimista de Alvear? Segundo, no me puedo dejar de preguntar, ¿hasta qué punto podía EEUU hacer cumplir la Doctrina Monroe en la década de 1840? Creo que la respuesta es un rotundo no.
La llegada de miles de inmigrantes y el aumento poblacional que ello provocaba era, según Alvear, una de las causas el expansionismo estadounidense. A este factor demográfico era necesario añadir un elemento cultural: el carácter emprendedor que impulsaba a los norteamericanos a expandirse. La esclavitud era otro elemento tomado en cuenta por Alvear a la hora de explicar el expansionismo de los Estados Unidos. Éste tenía claro que de Texas convertirse en estado de la Unión habría sido un estado esclavista , dándole más votos a los defensores de la esclavitud y, por ende, fortaleciendo esa institución.
Como Gran Bretaña era incapaz de frenar a los Estados Unidos, era necesario, planteaba Alvear, que los países latinoamericanos adoptaran “los medios capaces para conservarse en posesión de la tierra que la Providencia les tiene acordada hasta ahora.” (78) Para ello, era necesario que los latinoamericanos tomaran conciencia del peligro que enfrentaban y copiaran la política migratoria estadounidense, fomentando la llegada de inmigrantes europeos. Además, era necesario crear instituciones políticas –constituciones– que “permitieran una rápida generación de riqueza”. (93) Sólo así los latinoamericanos podrían contrarrestar la inminente hegemonía hemisférica norteamericana.
Dos temas son cruciales en este libro: la anexión de Texas y la guerra Mexicano-norteamericana. En 1836, colonos norteamericanos establecidos en el hasta entonces territorio mexicano de Texas, se rebelaron y ganaron su independencia. Los colonos habían llegado a Texas como parte de un suicida programa de colonización llevado a cabo por los mexicanos. Casi de forma inmediata la República de Texas solicitó su ingreso a la Unión norteamericana, pero le fue negado, ya que el ambiente en los Estados Unidos a mediados de la década de 1830 no era el más propicio para la anexión de un territorio esclavista. No será hasta 1846 que la anexión de Texas se haga realidad y provoque una desastrosa guerra para México. Alvear fue testigo del debate y proceso de anexión, como también del desarrollo de la guerra. Sus comentarios y observaciones son muy valiosos.
Alvear comienza sus observaciones sobre la anexión de Texas comentando el intento fallido del décimo presidente de los Estados Unidos, John Tyler. A pesar de que el intento de anexión de Tyler fue frenado por la oposición de los abolicionistas, entre ellos John Quincy Adams, era claro para Alvear el desarrollo de una fuerte actitud anexionista y belicista en la opinión pública norteamericana. Según éste,
“En comunicaciones anteriores he tenido el honor de instruir al Gobierno de la tendencia ambiciosa que se empezaba a desenvolver en el pueblo y gobierno norteamericanos a adquirir nuevos territorios y posesiones a costa de los nuevos Estados de Sudamérica, tendencia que crece y aumenta rápidamente siendo de notar que la moral de pública de este país es tal, que el principio de la justicia o de fe guardada a los tratados que los logan con México se mira con el más alto desprecio”. (99)
El crecimiento del chauvinismo en el pueblo norteamericano irritaba fuertemente a Alvear, en especial, por el creciente desprecio a las naciones latinoamericanas. El efecto de este proceso en el ánimo de Alvear es evidente, quien comenta con dureza,
“Pero es preciso saber, aunque con dolor, que entre todos los pueblos cristianos que habitan el globo, el pueblo norteamericano es el que menos respeto tiene a la justicia y a la probidad y que sus costumbres se han alterado a tal punto y con tanta rapidez que han hecho poner en problema las alabanzas exageradas que hasta ahora se han dado a las formas democráticas.” (100)
La victoria del nacionalista James K. Polk en las elecciones de 1846 llevaría, según Alvear, a que la política expansionista norteamericana “se despliegue de un modo hipócrita y pérfido caminando siempre a su objeto con precisión y tenaz perseverancia; tal es pues, la marcha y conducta de este pueblo cuya moral ha sido incauta y erróneamente preconizada como digno ejemplo y de imitación.” (102)
Alvear se pregunta que ha llevado a los estadounidenses a traicionar los principios sobre los que se creo su república anexando a Texas. Para el que hasta entonces había sido un gran admirador de los Estados Unidos, esta debió ser una pregunta muy difícil. Según el embajador, el “rápido progreso” había alterado marcadamente “los hábitos y costumbres de este pueblo”, cambiando su moral y la de su gobierno. En otras palabras, los Estados Unidos habían perdido su “compás moral” y por ello la justicia y la moral “han perdido toda fuerza en este país.” (105)
Sus observaciones sobre la guerra con México no son menos duras ni dolidas. Sin embargo, El dolor que le provoca la actitud norteamericana no ciega su visión geopolítica, pues Alvear plantea que el objetivo de la guerra contra México no era Texas, sino California; el acceso al océano Pacífico y a China. Además creía que la agresión contra México no era el fin, sino el principio pues “el imperialismo se había instalado en la política exterior norteamericana y nada se podía hacerse al respecto. El embajador estaba convencido de que los Estados Unidos se lanzaría contra América Latina y, en especial, contra Panamá, Cuba, Chile, Perú y Ecuador. De acuerdo con el embajador,
“Un república americana considerada hasta ahora como la protectora de las demás se convierte de pronto en el enemigo más terrible supuesto que todos sus planes de engrandecimiento se fundan en todo el resto de la América como presa fácil de devorar”. (106)
Tal amenaza demandaba la reacción vigorosa de los países latinoamericanos que debían, entre otras cosas, conocer mejor a los Estados Unidos. Alvear es muy claro: los norteamericanos tenían agentes consulares en todos los países latinoamericanos, lo que demostraba su profundo interés en los asuntos de las repúblicas latinoamericanas. Desafortunadamente, sólo Argentina, Brasil y México tenían representación consular en los Estados Unidos, lo que debía ser corregido urgentemente.
Ocampo termina señalando que las observaciones de Alvear no eran producto de una reacción visceral contra el imperialismo norteamericano de mediados del siglo XIX, sino “el producto de más de un década de observador imparcial de la cultura y la sociedad norteamericanas”. (155) De igual nos señala que Alvear criticase duramente la política exterior de los Estados Unidos significase que rechazase o dejara de admirar “las instituciones políticas” y la “cultura cívica” norteamericanas. De ahí que recomendara en su testamento político que Argentina adoptase un sistema republicano y federal. Propuestas que se vieron concretadas en la Constitución de 1853, un año después de su muerte en la ciudad víctima de una afección pulmonar.
El primer comentario que me provoca este libro tiene que ver con el origen del imperialismo estadounidense. De acuerdo con el autor, “el imperialismo norteamericano nació cuando [James K.] Polk le declaró la guerra a México” porque “hasta entonces los Estados Unidos nunca habían recurrido a las armas para engrandecer su territorio”. Aunque el propio Ocampo reconoce que su planteamiento deja fuera la violencia usada contra los pueblos aborígenes norteamericanos, es necesario subrayar que éste no deja de tener un gran valor, ya que reta la visión historiográfica tradicional de identificar como expansionismo, no como imperialismo, las adquisiciones territoriales estadounidenses previas a la guerra con España. Concuerdo con Ocampo en que las prácticas imperiales estadounidenses no comenzaron con la adquisición del imperio insular (Filipinas, Guam y Puerto Rico) en 1898. Como el autor, creo que la guerra de agresión contra México constituyó un expresión imperialista que fue frenada no por eventos internacionales, sino por el conflicto doméstico provocado por el tema de la esclavitud entre 1848 y 1860. Contrario a Ocampo, incluyo la violencia contra las tribus indias como parte de un proceso de agresión imperialista originado mucho antes de la independencia de los Estados Unidos.
En segundo lugar, es necesario destacar la gran importancia del análisis de las observaciones y comentarios de Alvear sobre una sociedad donde vivió los últimos catorce de años de su vida. Éstos constituyen un valiosísimo testimonio un periodo de gran importancia en la historia de los Estados Unidos que reflejan una gran ojo geopolítico como al subrayar la importancia de la eventual construcción de un canal interoceánico en América Central o una total falta de visión política al descartar que el tema de la esclavitud podría provocar una guerra civil.
Por último, no puedo dejar de subrayar un tema muy afín a esta bitácora: el estudio y conocimiento de los Estados Unidos. Para Alvear, era imprescindible que América Latina estudiara y conociera la sociedad y el sistema político estadounidenses para que estuviera en mejor posición de enfrentar lo que el embajador veía como una amenaza inminente para la región: el imperialismo norteamericano. Han trascurrido más ciento cincuenta años de la muerte del Carlos María de Alvear y este consejo sigue siendo valido y necesario.
Norberto Barreto Velázquez, PhD
Lima, Perú, 29 de noviembre de 2010