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Archive for the ‘Guerra civil norteamericana’ Category

Quienes me conocen saben que el cine es una de mis pasiones, especialmente, el cine histórico. Por ello no debe sorprender que comparta esta nota del periodista Luis Pablo Beauregard sobre una de las películas más importantes y controversiales en la historia del cine estadounidense: Gone with Wind. Estenada en 1939, Gone with the Wind obtuvo ocho premios Oscar, incluidos los de mejor película y mejor director. Pocas obras han sido tan influyentes en reproducir una visión endulcorada de la esclavitud en Estados Unidos.

En su artículo, Beauregard comenta el hallazgo de un libreto  que permite reconstruir el intenso debate que se desarrolló con relación a la representación de la esclavitud durante la filmación de este largometarje.

Beauregard es corresponsal de El país en Estados Unidos, donde cubre noticias relacionadas a la migración, el cambio climático, la cultura y la política estadounidense.


The Long Battle Over 'Gone With the Wind' - The New York Times

La historia secreta de ‘Lo que el viento se llevó’: un guion documenta la tensión racial del rodaje

Luis Pablo Beauregard

El país  3 de marzo de 2023

La plataforma de streaming HBO Max eliminó en junio de 2020 Lo que el viento se llevó durante unos días de su catálogo de Estados Unidos. El clásico de 1939 sucumbió entonces ante la corrección política y las tensiones raciales. El gigante del entretenimiento reconoció que la superproducción glorificaba el pasado esclavista de Estados Unidos y evitaba las críticas a la segregación que sufrió el sur del país. El filme dirigido por Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood ―estos dos últimos no aparecieron en los créditos― volvió a estar disponible días después con un mensaje introductorio que avisa del contexto histórico en el que se desarrolló la película y de la imagen romantizada que ofrece de la época de la esclavitud en el sur estadounidense. En la era digital, este tipo de mensajes acompañan ya muchas producciones del pasado.

Un ejemplar del guion utilizado durante la filmación arroja luz sobre los choques relacionados con el esclavismo que se vivieron dentro del equipo de producción, encabezado por el legendario David O. Selznick. Un historiador doctorando en Yale, David Vincent Kimel, asegura que el libreto, que incluye escenas que posteriormente fueron editadas, indica que se vivió una auténtica “guerra civil” entre el productor, una docena de guionistas (entre los que se encontraba F. Scott Fitzgerald), el elenco negro y organizaciones contra el racismo. Entre estos bloques hubo un tenso tira y afloja con dos posturas encontradas: por un lado, estaban los que consideraban necesario retratar con realismo la crudeza de la esclavitud, y por otro, los que preferían ceñirse a lo que la escritora Margaret Mitchell había plasmado en la novela que sirvió de base a la película, que ganó ocho premios Oscar —además de dos galadornes especiales—, entre estos el primero para una actriz afroamericana, Hattie McDaniel, que fue reconocida como mejor actriz de reparto.

Hattie McDaniel, la primera mujer afroamericana ganadora de un Oscar que hoy hubiera sido una estrella de Hollywood

Hattie McDonald

 

Kimel encontró casualmente el guion en una librería en internet y lo compró por 15.000 dólares (14.100 euros). Se trata de un raro libreto de 301 cuartillas de colores que se utilizó en el rodaje, que se extendió durante varios meses de 1939. Se usaron varios de ese tipo, bautizados como guiones arcoíris por las hojas de colores que marcaban al equipo técnico los cambios en las distintas versiones que se hicieron de la historia. Según Kimel, el que ha comprado él pertenecía al director de casting Fred Schuessler y ha sido autentificado por la casa de subastas Bonhams. Es un documento casi único. Milagrosamente, solo un puñado sobrevivió a la orden de Selznick de destruirlos.

“La visión errónea y romántica de la esclavitud, que se ha convertido en el legado central de la famosa película, se asoma en la producción desde el principio hasta el final, prevaleciendo en muchas de las escenas cortadas del guion arcoíris”, señala el historiador en un texto para The Ankler, una newsletter sobre la industria del cine.

Gone With The Wind | Cox On DemandUna de las escenas eliminadas muestra a Rhett Butler, el personaje interpretado por Clark Gable, sentado frente a una botella de whisky y acariciando un arma de fuego, considerando un posible suicidio. Alguien llama a la puerta de la habitación en la que está y lo distrae de sus pensamientos. Guarda la pistola en una de sus botas de montar y se detiene con dificultad, dejando ver que está bastante ebrio. Kimel asegura que algunas de las escenas borradas sí fueron filmadas, según consta en algunas fotografías tomadas durante el rodaje. Este material habría salido del metraje final en alguna de las ediciones posteriores.

En otra secuencia, que fue después cortada, se muestran los disturbios en Atlanta, la ciudad de Georgia donde se desarrolla la acción de la película, ambientada durante la guerra de Secesión. El movimiento de la cámara mostraba a Butler a caballo moviéndose por una ciudad destruida. El animal se frenaba violentamente en medio del caos. Había hombres y mujeres saqueando comercios y cargando los productos que habían sacado de los negocios. “Todo tiene un ambiente de desorden y embriaguez, una ciudad descendiendo en el caos mientras se aproxima su fin”, indica el guion, que también incluye a un hombre travestido corriendo frente a una carreta cargando vestidos.

La mayoría de los ajustes reflejados en el guion de Schuessler se hacen en la plantación propiedad de Escarlata O’Hara, el personaje femenino interpretado por Vivien Leigh. Selznick pidió cortar algunos detalles que podrían haber mostrado de una forma más cercana a la realidad cómo eran tratados los negros en el Sur esclavista. Esto hizo que quedaran fuera de la película referencias a brutales palizas, la amenaza de despedir a Mammy (Hattie McDaniel) por perezosa, además de otras muestras de violencia física y emocional.

Para comprender qué llevó a prescindir de este material al legendario productor, él mismo un judío que luchó contra el antisemitismo rampante en Los Ángeles, David Vincent Kimel acudió a revisar los documentos del cineasta que se encuentran en el centro Harry Ransom, ubicado en Texas. El archivo del centro refleja que Selznick no solo mostraba preocupación por el ritmo y la calidad del diálogo, sino también por apegarse lo más posible a la novela, publicada en 1936.

En una comunicación a uno de los escritores que participaron en el guion, Val Lewton, el productor se lamenta de no poder utilizar la palabra nigger (negrata), que es hoy impronunciable en Estados Unidos. “Quizá no es muy tarde para salvar su uso dos o tres veces”, dice Selznick a Lewton, a quien le pide que investigue si usar esa palabra, que aparece en la novela, les llevaría a violar alguna ley de censura. Lewton responde que es mejor evitarla porque crea demasiados problemas. Y añade: “Los negratas rechazan ser llamados negratas”.

El investigador señala, no obstante, que Selznick nunca quiso hacer una película racista y que siempre fue “muy cuidadoso” de que su equipo retratara a los afroamericanos de la mejor forma posible. A pesar de la fidelidad que mostró al material original, la producción nunca contó con mucha ayuda de la autora, Margaret Mitchell, quien ganó el Pulitzer con el libro.

Mansion That Was the Inspiration for Gone With the Wind Is Up for Auction | Architectural Digest

El productor terminó en varias ocasiones eliminando diálogos, reescribiendo parlamentos o diluyendo el tono en algunas de las escenas. El libreto arcoíris muestra una versión rebajada respecto a versiones anteriores de una escena en la que la carismática Escarlata O’Hara amenaza con vender a Prissy, una de sus sirvientas. Selznick también borró una escena donde Prissy es pellizcada y se le pide callarse. Pero también omitió un arranque que hubiera glorificado al ejército esclavista del Sur y un primer cuadro que habría mostrado la bandera confederada.

Los documentos que se conservan en el centro Harry Ransom también abonan otra leyenda de Hollywood. La llegada de F. Scott Fitzgerald al caótico rodaje, marcado por el despido de dos directores antes que Fleming y de varios escritores. Fitzgerald llegó a Los Ángeles en 1937, cuando ya era lejana la fama que le generó la publicación de El gran Gatsby, que llegó a las librerías en 1925. Amargado y con problemas con el alcohol, Selznick lo contrató para suplir a dos guionistas, Sidney Howard (quien se quedó con el crédito final) y Oliver Garrett.

El escritor se encontró con que solo podía usar las palabras de Margaret Mitchell como material para esculpir. Una de sus escasas sugerencias fue un arranque que mostrara la vida en el viejo sur. Fue despedido y llegó después el legendario Ben Hecht, famoso en Hollywood por encauzar historias que no iban a ninguna parte. Fitzgerald murió en 1940 borracho en un gris apartamento de West Hollywood. Pero Lo que el viento se llevó sigue provocando debate 84 años después.

 

 

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En esta corta y hermosa nota, la gran historiadora estadounidense Heather Cox Richardson rinde un merecidísimo homenaje al Regimiento 54 de Infantería, un cuerpo voluntario de soldados negros que combatió con valor y honor en la guerra civil estadounidense. Su gesta al atacar la murallas de Fort Wagner el 18 de julio de 1863,  fue recreada en la película de Edward Zwick Glory (1989) -ganadora de tres premios Oscar.


54o regimiento de infantería de Massachusetts Organización atención  tempranayBatalla de Grimball's Landing

Julio 17, 2022

Heather Cox Richardson

El 18 de julio de 1863, al anochecer, los soldados negros de la 54ª Infantería Voluntaria de Massachusetts del Ejército de los Estados Unidos cargaron contra las murallas de Fort Wagner, una fortificación en Morris Island frente al puerto de Charleston en Carolina del Sur. Debido a que Fort Wagner cubría la entrada sur del puerto, fue clave para permitir que el gobierno de los Estados Unidos tomara la ciudad.

GloryPosterBroderickLos 600 soldados del 54º conformaron el primer regimiento negro de la Unión, organizado después de que la Proclamación de Emancipación pidiera el alistamiento de soldados afroamericanos. El líder del 54 era un abolicionista de Boston de una familia líder: el coronel Robert Gould Shaw.

Shaw y sus hombres habían salido de Boston a finales de mayo de 1863 hacia Beaufort, Carolina del Sur, donde la Unión había ganado un punto de apoyo temprano en su guerra para evitar que los confederados desmembraran el país. Los hombres del 54 sabían que no eran como otros soldados: eran símbolos de lo bien que los hombres negros lucharían por su país. Esto, a su vez, sería una declaración de si los hombres negros podrían ser realmente iguales a los hombres blancos bajo las leyes del país, de una vez por todas, ya que en esta era, luchar por el país les dio a los hombres un reclamo clave de ciudadanía.

Todo el país estaba mirando… y los soldados lo sabían.

En la oscuridad en Fort Wagner, el 54 de Massachussets  demostró que los hombres negros eran iguales a cualquier hombre blanco en el campo de batalla. Lucharon con la determinación que hizo que los regimientos afroamericanos durante la Guerra Civil sufrieran pérdidas mayores que las de los regimientos blancos. El asalto al fuerte mató, hirió o perdió a más de 250 de los 600 hombres e hizo que el sargento William Harvey Carney, anteriormente esclavizado, fuera el primer afroamericano en recibir una Medalla de Honor. Gravemente herido, Carney defendió la bandera de los Estados Unidos y la llevó de vuelta a las líneas de la Unión. Los soldados de los Estados Unidos no tomaron el fuerte esa noche, pero nadie podía pasar por alto que los hombres negros habían demostrado ser iguales a sus camaradas blancos.

La batalla de Fort Wagner dejó 30 hombres de los 54 muertos en el campo, incluido el coronel Shaw, e hirió a 24 más que más tarde morirían a causa de sus heridas. Quince fueron capturados; 52 estaban desaparecidos y se presumía muertos. Otros 149 resultaron heridos. Los confederados tenían la intención de deshonrar al coronel Shaw cuando lo enterraron en una fosa común con sus hombres; en cambio, la familia lo encontró apropiado.

En 2017 tuve la oportunidad de pasar una velada en la casa donde los soldados heridos del 54 fueron llevados después de la batalla.

Es algo humillante estar en esa casa que todavía se ve tanto como lo hizo en 1863 y darse cuenta de que los hombres, llevados calientes y agotados y sangrando y asustados en ella un siglo y medio antes eran solo personas como tú y yo, que hicieron lo que sintieron que tenían que hacer frente a Fort Wagner,  y luego soportaron el viaje en bote de regreso a Beaufort, y fueron llevados por un tramo de escalones, y luego se acostaron en cunas en habitaciones pequeñas y abarrotadas, y esperaban que lo que habían hecho valiera la pena el horrible costo.

No soy de los que creen en fantasmas, pero te juro que podrías sentir la sangre en los pisos.

Traducción de Norberto Barreto Velázquez


A este tema ya la habíamos dedicado tiempo en el año 2011 (LOS SOLDADOS NEGROS EN LA GUERRA CIVIL NORTEAMERICANA) y en 2013 (LA CREACIÓN DEL 54 DE MASSACHUSETTS).

 

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La esclavitud es, sin lugar a dudas, el pecado original de los Estados Unidos y, por ende, origen de muchos de los problemas que enfrenta esa nación en la actualidad. El racismo es uno de ellos. Éste lo ha permeado todo, desde la creación de la Constitución a finales del siglo XVIII hasta la violencia policial del siglo XXI.

En esta breve nota comentando un artículo de Shannen Dee Williams, la escritora Livia Gershon, nos recuerda que la religión no estuvo exenta del impacto de la esclavitud y de su hijo preferido el racismo.

La Dra. Wilson es profesora en el Departamento de Historia de University of Dayton y autora de Subversive Habits: Black Catholic Nuns in the Long African American Freedom Struggle (Duke University Press, April 2022).


Sisters of the Holy Family, New Orleans

La historia oculta de las monjas católicas negras

 Livia Gershon 

JSTOR      26 de mayo de 2022

Al igual que muchas instituciones, sociedades y negocios en los Estados Unidos, los conventos y otras organizaciones católicas fueron generalmente racialmente segregados durante la mayor parte del siglo 20. Y, como explica la historiadora Shannen Dee Williams, hay una historia aún más antigua de monjas negras en entornos predominantemente católicos blancos que ha sido ignorada o incluso encubierta por estas instituciones religiosas.

Según Williams, esta historia del catolicismo afroamericano se remonta a la comunidad católica negra libre de la Florida española, así como a la inmigración haitiana y la tenencia de esclavos por parte de las instituciones católicas estadounidenses. A pesar de las importantes barreras que enfrentaron, muchas mujeres negras a lo largo de los siglos se sintieron llamadas a unirse a las filas de los célibes católicos. Antes de la Guerra Civil, algunas mujeres negras libres fundaron órdenes católicas para sí mismas, pero otras se unieron a órdenes predominantemente blancas, una opción generalmente solo disponible para mujeres de piel más clara. Algunas de este último grupo de mujeres incluso fundaron órdenes que fueron percibidas como blancas. Por ejemplo, Theresa Maxis y Ann Constance (Charlotte Martha) Schaaf ayudaron a fundar el Immaculate Heart of Mary (IHM), una prominente orden educativa para monjas en Michigan y Pensilvania, en 1845.

Duke University Press - Subversive Habits

Williams señala que las Sisters of Loretto at the Foot of the Cross en Kentucky tenían una relación particularmente compleja con la raza. Esclavizaron a los trabajadores negros, pero también aceptaron al menos a 14 mujeres afrodescendientes como hermanas laicas. En 1812, la hija de una de esas mujeres, Clare Morgan, se convirtió en miembro de la orden. Las hermanas de Morgan deben haber sabido que ella era la hija de una mujer negra anteriormente esclavizada, pero la orden mantuvo esa información fuera de las historias congregacionales publicadas en los siglos XIX y XX. También es probable que la fundadora de Loretto, Mary Rhodes, fuera hija de una mujer negra anteriormente esclavizada, aunque no está claro si Rhodes era consciente de esto.

Williams escribe que, después de la Guerra Civil, la línea de color dentro de las órdenes católicas femeninas en realidad se endureció de alguna manera. Solo se sabe que cuatro mujeres negras ingresaron a órdenes blancas entre 1865 y 1880, y en 1900, la mayoría de estas órdenes tenían políticas explícitas y formales contra la admisión de mujeres negras. Estas políticas, que aseguraron que la influencia y el poder se mantuvieran con la Iglesia blanca, permanecieron en su lugar hasta la era de los Derechos Civiles.

Radicals Habits: Unearthing the History of Black Catholic Nuns in the Black  Freedom Struggle — Black Women Radicals

En general, docenas de mujeres de ascendencia africana nacidas en Estados Unidos ingresaron a congregaciones blancas en los Estados Unidos y en otras partes del siglo XIX. Es imposible saber el número verdadero dada la probabilidad de que algunas mujeres pasaran por blancas y nunca fueron descubiertas. Pero entre los documentados por Williams y otros eruditos hay muchos cuyas órdenes eran muy conscientes de su herencia y más tarde hicieron todo lo posible para suprimirla. IHM, por ejemplo, restringió el acceso a su archivo para evitar la exposición de las verdaderas identidades de Maxis y Shaaf. Y, en la década de 1930, los líderes de la orden cerraron un esfuerzo para reconocer a Maxis como un santo.

Como escribió la Madre Domitilla Donohue del IHM en 1928, «estamos convencidos de que el silencio es la forma más justa, sabia y agradable de cometer el olvido de este tema».

Forgotten Habits, Lost Vocations: Black Nuns, Contested Memories, and the 19th Century Struggle to Desegregate U.S. Catholic Religious Life

Shannen Dee Williams

The Journal of African American History, Vol. 101, No. 3, “Faith in Action: Historical Perspectives on the Social and Educational Activism of African American Catholics” (Summer 2016), pp. 231–260

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

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La publicación digital Catalog de los Archivos Nacionales estadounidenses rinde tributo – a doscientos años de su nacimiento –  a uno de los fotógrafos más destacados de la guerra civil, Mathew Brody. Nacido en Nueva York en 1822, Brady desarrolló su obra a lo largo del siglo XIX, registrando no solo la guerra civil, sino toda una era.

Comparto con mis lectores este merecido homenaje.


Fotografiando la Guerra Civil: Mathew Brady a sus 200 años

Imagen 1.jpg

Mathew Brady fue uno de los fotógrafos más prolíficos del siglo XIX, creando documentación visual del período de la Guerra Civil. Si bien se desconoce la fecha exacta de nacimiento de Mathew Brady (circa 1822 – 1824), este año marca el comienzo de la conmemoración del cumpleaños número 200 de Brady.
Imagen 2
Fotografías de Mathew Brady de personalidades y escenas de la época de la Guerra Civil, 1921 – 1940. Escena del campamento, cocineros del campamento trabajando.  529421 Identificador de los archivos nacionales
Durante la Guerra Civil, Brady y sus asociados, especialmente Alexander Gardner, George Barnard y Timothy O’Sullivan, viajaron por toda la parte oriental del país y produjeron varios miles de fotografías, capturando los efectos de la guerra a través de fotografías de personas, pueblos y campos de batalla. Además, Brady mantuvo estudios en Washington, D.C. y la ciudad de Nueva York, donde muchos políticos influyentes y héroes de guerra posaron para ser fotografiados.

Imagen 4

Grupo de tres japoneses. Persona a la derecha posiblemente Domin Kawasaki, médico de la misión de 1860. National Archives Identifier 526519

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Capitán Edward P. Doherty, captor del asesino de Lincoln. National Archives Identifier 526894

Los National Archives han digitalizado más de 6.000 imágenes de la serie Mathew Brady Photographs of Civil War-Era Personalities and Scenes (National Archives Local Identifier 111-B). Aunque muchas fotos en los Archivos Nacionales se atribuyen a Brady, muchas fueron tomadas por otros bajo su supervisión. Cuando Brady publicó fotografías de su colección, las acreditó con su propio nombre, ya sea que realmente tomara la fotografía o no.

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Cubierta de monitor en James River, Va. «Onondaga» National Archives Identifier 524460

Estas imágenes se pueden ver en el National Archives Catalog y en nuestra página de Flickr, organizadas en conjuntos temáticos como Civil War Entrenchments and Defenses, Lincoln’s Cabinet y  generales of the Union y  Confederados. La mayoría de las principales batallas están representadas en los sets, así como The Women of the Civil War.

Imagen 8

Sra. Williams National Archives Identification 526469

Sus imágenes representan los múltiples aspectos de la guerra, excepto un elemento crucial: la batalla. Las fotografías muestran la vida en el campamento, las rutinas, los preparativos de guerra, los momentos justo antes de la batalla y las secuelas de la batalla. La tecnología primitiva de la fotografía requería que los sujetos estuvieran quietos en el momento en que se rompía el obturador de la cámara. Las escenas de batalla están, por lo tanto, ausentes del registro de la historia de esta época. Obtenga más información en nuestra página de Resources for Educators y en DocsTeach.

Obtenga más información sobre Mathew Brady y las fotografías de la Guerra Civil en los siguientes recursos de los National Archives: 

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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El Instituto Gilder Lehrman de Historia Americana y el Gettysburg College anunciaron que el Gilder Lehrman Lincoln Award 2022 ha sido concedido a la Dra. Caroline E. Janney, por su libro  Ends of War: The Unfinished Fight of Lee’s Army after Appomattox (The University of North Carolina Press). El  Gilder Lehrman Lincoln Award 2022 se otorga anualmente al mejor trabajo académico en inglés dedicado al estudio de  Abraham Lincoln o de la era de la guerra civil estadounidense.

Amazon.com: Remembering the Civil War: Reunion and the Limits of Reconciliation (Littlefield History of the Civil War Era) eBook : Janney, Caroline E.: Kindle StoreCaroline E. Janney es la John L. Nau III Professor of the American Civil War y Directora de  John L. Nau Center for the History of the Civil War en la University of Virginia. Ha presidido la Society of Civil War Historians y editora de la  Civil War America de la University of North Carolina Press. Entre sus varios libros, destacan Remembering the Civil War: Reunion and the Limits of Reconciliation (2013) y Buying and Selling Civil War Memory in Gilded Age America (2021).

Traduzco la descripción del libro que acompaña el anuncio del premio: “Janney’s Ends of War es una nueva historia dramática de las semanas y meses posteriores a la batalla de Appomattox. Revela que la rendición de Lee fue menos un final que el comienzo de un interregno marcado por la incertidumbre militar y política, la confusión legal y logística, y los continuos estallidos de violencia. Janney lleva a los lectores desde las deliberaciones de las autoridades gubernamentales y militares hasta las experiencias a nivel del suelo de los soldados comunes. En última instancia, lo que se desarrolla es la desordenada narrativa del nacimiento de la Causa Perdida, sentando las bases para la desafiante resistencia de la rebelión en los años que siguieron.”

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Este domingo 19 de diciembre del 2021, y como parte de los Brook Breaks del Gilder Lehrman Institute, el historiador Allen C. Guelzo comentará su más reciente libro, Robert E. Lee: A Life. Publicado en 2021 por Alfred A. Knopf, esta biografía de uno de los personajes más controversiales de la historia de Estados Unidos, ha sido elogiada tanto por histporiadores como por críticos literarios.

Guelzo es profesor en la Universidad de Princenton y ganador, entre otros premios, del  Bradley Prize en 2018.

Los interesados pueden registrarse aquí.


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El escritor y guionista estadounidense Paul Aster ha publicado una novela dedicada a una de las figuras más interesantes de la historia estadounidense en el último tramo del siglo XIX,  Stephen Crane. Reportero de guerra, poeta, periodista y autor de una de las más importantes novelas de la guerra civil estadounidense (The Red Badge of Courage), Crane vivió una vida corta, pero intensa. En su novela, titulada La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral, 2021), Auster rescata del olvido a este agudo observador de su momento histórico.

Comparto esta entrevista a Auster publicada por el diario El Español.


Stephen Crane: Un hombre vio una bola de oro en el cielo – Trianarts

Paul Auster rescata al gran periodista olvidado de EEUU: «Sin él, Hemingway no habría sido lo mismo»

 

Gonzalo Barbero 

El Español     16 de setiembre de 2021 

 

Paul Auster regresa con La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), una investigación colosal en torno a un periodista fascinante y olvidado. La historia a través de la mirada de un hombre que vivió el final de siglo XIX y predijo el siguiente sin vivirlo apenas. Una aproximación que como el autor ha explicado durante una rueda de prensa organizada por Seix Barral, trata de ser «honesta», huyendo de academicismos y entendiendo su libro como «un escritor frente a otro».

Paul Auster

Paul Auster

Auster ha agradecido a los medios españoles el interés por un libro que se publica dos meses antes que en Estados Unidos. «Debo agradecer un interés que, lamentablemente, ya no existe por parte de los medios de mi país por la literatura. Es muy emocionante». Después de 4, 3, 2, 1 (Seix Barral), Auster no descansa y se embarca en una labor de investigación extensísima, intentando entender una figura colosal de las letras estadounidenses, así como la historia de un país con un pie en el Salvaje Oeste, y otro en lo que el siglo XX habría de deparar. 

 

Nacido el día de los difuntos, como una premonición de una vida que se apagó a los 28 años en Alemania por tuberculosis. Su labor, la del periodismo, le arrastró por Cuba durante la guerra hispanoamericana, Europa y los bajos fondos de su país, conociendo de cerca la miseria de las grandes ciudades

«Crane se dedicaba al periodismo por una necesidad económica», ha explicado Auster, «fue repudiado por sus colegas, lo consideraban un artista, no un periodista«. Sus crónicas se basaban en contar historias humanas, con una gran atención a lo que otros decían, recogiendo el pulso de su tiempo con gran sensibilidad. «Crane tenía un ojo fenomenológico enorme, era capaz de tener impresiones visuales que muchos de nosotros no tenemos y convertirlas en crónicas bellísimas».

Stephen Crane Collection by Stephen Crane | Audiobook | Audible.com

Una serie de atributos en los que el autor se ve reflejado. «Tengo más interés por los cuentos que por las novelas a la hora de escribir, prefiero centrarme en las historias y los personajes». Auster confiesa que es mayor, aunque no está «acabado «. Su oficio sigue representando «ciertas dificultades, como lo ha hecho siempre». Para escribir este libro confiesa haberse centrado en leer y entender mejor a un autor que sigue contando con lagunas biográficas insalvables. Un encuentro con Crane basado puramente en el estilo y el oficio de ambos escritores, divididos por un siglo de historia

Crane vivió un tiempo de cambio fascinante, colaborando con distintos diarios y asistiendo a momentos cruciales del fin de siglo, a uno y otro lado del océano. Una edad de oro del periodismo en la que, solo en la ciudad de Nueva York, se editaban miles de ediciones distintas cada día. «Era un mundo de palabras, la gente tenía una capacidad a la hora de escribir que hemos perdido en nuestro tiempo». Ese mismo poder desorbitado de la prensa permitió al magnate de la comunicación William Randolph Hearst iniciar una guerra a través de los titulares de sus diarios. Crane estuvo allí y trató con gran humanidad la huida de los españoles de La Habana en plena guerra hispanoamericana.

La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral)Capaz de observar escenas mundanas y convertirlas en crónicas que se asentaban en las grandes tragedias humanas. Una facultad que no impidió que el autor fuese relegado a un lugar secundario en el panteón de las letras norteamericanas. Demasiado adelantado a su tiempo, su prosa incómoda le granjeó un gran número de detractores. Ahora Auster se aproxima a la figura de un periodista que no tuvo miedo de describir tragedias como el genocidio de los nativos americanos.

«No se puede construir una sociedad sana sin examinar las verdades que la conforman», comenta el autor sobre la política de su propio país. Atravesado por la polarización, Auster da un paso adelante sacando pecho por quien fue «demasiado liberal para un tiempo conservador».

«No trato de demostrar nada con este libro, solo quiero transmitir el legado de alguien que ha sido olvidado paulatinamente. Crane murió muy joven y desapareció antes de que la gente supiese que estaba ahí«. Un personaje fundamental que impactó a autores como Hemingway o F. Scott Fitzgerald en su forma de escribir, desprovista de florituras y centrada en historias humanas. «Hemingway se inspiró mucho en Crane, llegó citarle como una de sus principales referencias a la hora de escribir» explica Auster. Sin olvidar a Joseph Conrad, con quien mantuvo una tempestuosa amistad, «sin declaraciones públicas de afecto, aunque muy cercana».

Crane sobrevivió a la «maldición del dinero». En el difícil equilibrio de la precariedad económica de su oficio, Crane vivió acosado por las deudas que su forma de escribir no podía sufragar. «En cierto momento sus amigos tuvieron que donarle dinero para que pudiese salir de la pobreza». En 1951, John Huston adaptó su novela El rojo emblema del valor a la gran pantalla, y Nicholas Ray tomó un verso de uno de sus poemas para ponerle nombre a una de sus películas: En un lugar solitario (1950). Una pequeña muestra del impacto que Crane tuvo en la cultura de su país años más tarde, a pesar del repudio de sus contemporáneos.

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Los Archivos Nacionales (NARA) son el principal repositorio documental de los Estados Unidos. Creada en 1934 por una ley del Congreso, NARA es una institución independiente encargada de la preservación y documentación de los registros gubernamentales e históricos del gobierno estadounidense. Entre sus tareas está aumentar el acceso público a los documentos que resguarda. Para ello han recurrido a diversas estrategias a lo largo de su historia.  Una de ellas ha sido digitalizar y compartir documentos a través de su página web.

Comparto con mis lectores esta interesante y muy bien ilustrada nota, adaptada de las publicaciones de Rachel Bartgis en en el blog de NARA, Pieces of History. Acompañan a este trabajo imágenes de documentos digitalizados sobre el uso de esclavos por las fuerzas confederadas durante la guerra civil.


Explorando las «Nóminas de Esclavos Confederados»

NARA 16 de setiembre de 2021

 

Durante la guerra civil estadounidense, el ejército confederado requirió que los esclavizadores prestaran a sus esclavos a los militares. A lo largo de la Confederación, desde Florida hasta Virginia, estas personas esclavizadas sirvieron como cocineras y lavanderas, trabajaron en condiciones letales para extraer nitrato de potasio necesario crear pólvora, trabajaron en fábricas de artillería y cavaron las extensas redes de trincheras defensivas que defendían ciudades como Petersburg, Virginia.
Black and white photograph of men building fortifications in Petersburg, Virginia

Parapetos confederados, Petersburg, Virginia, 1865National Archives Identifier 524565

Para rastrear esta extensa red de miles de personas esclavizadas y el pago que sus esclavizadores recibieron por su arrendamiento, el Departamento de Intendencia Confederado creó la serie de registros ahora llamada «Nóminas de Esclavos Confederados». Esta serie está totalmente digitalizada y disponible para ver en el Catálogo de archivos nacionales.

 

Payroll record showing names of enslaved persons, work completed and wage for labor paid to enslavers

«Nómina de esclavos confederados 2269».National Archives Identifier 79425315 

Antes de la Guerra Civil, Moses Hunt era un trabajador de campo en una plantación llamada White Hill, que ahora está parcialmente protegida en el límite moderno del Campo de Batalla Nacional de Petersburgo. La Confederate Slave Payroll 1099» muestra que Charles Friend contrató a Moses y a otro hombre llamado Henry para construir movimientos de tierra en Williamsburg en la primavera de 1862.
Portion of payroll record showing wages of enslaved persons

«Nómina de esclavos confederados 18.» National Archives Identifier 24486055

Inusual entre estas «nóminas de esclavos confederados», Ashley Ferry Nitre Works, Charleston Nitre Works y Nitre Works District No. 4 emplearon a mujeres esclavizadas como trabajadoras. Durante la guerra civil, la fabricación de pólvora se convirtió en una seria preocupación para la Confederación. Una de las formas en que la Confederación adquirió nitrato de potasio, un elemento crítico de la pólvora, fue a través de la creación de «lechos nitre», grandes pozos rectangulares llenos de estiércol podrido y paja y cubiertos semanalmente con orina y líquido de privados y fosas sépticas. Las personas empleadas por la Confederación para hacer este trabajo nocivo eran esclavos. Aprende más sobre las mujeres esclavizadas de las Obras Confederadas de Nitre en el
blog Pieces of History.
Payroll record documenting labor of enslaved persons

Nómina de esclavos confederados 1099.» National Archives Identifier 66392823

Puede ver la serie completa de «Nóminas de esclavos confederados» en el Catálogo de lo Archivos Nacionales:National Archives Identifier 719477

Muchas gracias a Rachel Bartgis, técnica conservadora de los Archivos Nacionales en College Park, Maryland. Esta nota fue adaptada de las publicaciones de Rachel en el Pieces of History blog: 

Obtenga más información sobre las «Nóminas de esclavos confederados» en el artículo de Victoria Macchi publicado en el National Archives News, titulado  “Confederate Slave Payrolls Shed Light on Lives of 19th-Century African American Families.”

Traducción Norberto Barreto Velázquez

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Andrew Johnson es, sin lugar a dudas,  uno de los residentes más controversiales de entre quienes han llegado a la Casa Blanca. A Johnson, quien llegó a la presidencia gracias al asesinato de Lincoln, le corresponde el récord de ser el primer presidente residenciando en la historia estadounidense. Juicio del que se salvó por los pelos.

En esta nota, la crítica  literaria Jennifer Szalai reseña el más reciente libro de Robert S. Levine titulado The Failed Promise Reconstruction, Frederick Douglass, and the Impeachment of Andrew Johnson (W.W. Norton & Company, 2021). En este libro, el Dr Levine, profesor de literatuta de la Universidad de Maryland, busca rescatar la figura de Johnson, lo que, según Szalai, no logra.


Biografía de Andrew Johnson, decimoséptimo presidente de los Estados Unidos

Cuando Frederick Douglass conoció a Andrew Johnson

Jennifer Szalai

The New York Times    30 de agosto de 2021

Andrew Johnson, que asumió el cargo más alto después del asesinato de Lincoln en 1865, no solo fue un presidente accidental sino también racista; sobre eso, dice Robert S. Levine, no puede haber ninguna duda.

Photo of Robert Levine

Robert S. Levine

Pero como señala Levine en The Failed Promise, su fascinante aunque defectuoso nuevo libro sobre la Reconstrucción y el eventual juicio político de Johnson, varios líderes negros y republicanos radicales tenían la esperanza de que Johnson demostraría ser un defensor más ardiente de los derechos del pueblo negro que el propio Lincoln.

Lincoln había tardado un tiempo en comprometerse con la causa antiesclavista; también lo había hecho Johnson, pero después de la Proclamación de Emancipación de 1863, comenzó a llamar a la esclavitud «un cáncer en nuestra sociedad», y dijo en voz baja que Lincoln se estaba moviendo demasiado lentamente contra la Confederación para «aplastar la rebelión». En 1864, hablando a una entusiasta audiencia negra en Nashville, Johnson, el gobernador militar de Tennessee en ese momento, emitió una promesa audaz: «De hecho, seré tu Moisés, y te guiaré a través del Mar Rojo de guerra y esclavitud, a un futuro más justo de libertad y paz».

Con este esbelto libro, Levine pretende hacer varias cosas a la vez. A diferencia de otros volúmenes sobre el juicio político de Johnson, que se centran principalmente en los republicanos radicales que querían que fuera destituido de su cargo, The Failed Promise analiza de cerca la perspectiva de Frederick Douglass y otros líderes negros. Levine también trata de recrear la incertidumbre de la época, ofreciendo lecturas cuidadosas de documentos contemporáneos en lugar de enfatizar los relatos retrospectivos que han sido moldeados por el beneficio de la retrospectiva.

Con ese fin, el libro comienza con la famosa descripción mordaz de Douglass de Johnson en la segunda toma de posesión de Lincoln en marzo de 1865. Como Douglass escribiría 16 años después en Life and Times of Frederick Douglass, notó que Johnson lo miraba con una mirada de «amargo desprecio y aversión». Douglass se volvió hacia su compañero y le dijo: «Sea lo que sea Andrew Johnson, ciertamente no es amigo de nuestra raza».

A Failed Promise Robert Levine coverLevine, un profesor de inglés que ha escrito extensamente sobre Douglass, aconseja que el relato de Douglass, quien dramatiza su clarividencia, debe leerse con una medida de escepticismo. Como orador y escritor talentoso, Douglass a veces podía contar historias «mucho después del hecho de que eludió ambigüedades o conflictos», escribe Levine. Life and Times describe la «elección triunfal» de Lincoln en 1860 en los términos más brillantes, pasando por alto la rápida desilusión de Douglass. Un año después de esa «elección triunfal», se burlaba de la «interferencia a favor de la esclavitud del presidente LINCOLN» y la «imbecilidad indefensa» de la administración.

Parte del argumento de Levine es que Johnson, quien según todos los informes estaba borracho en la segunda toma de posesión de Lincoln, no estaba necesariamente condenado a ser el desastroso presidente que demostró ser. Como demócrata pro-Unión del Sur (y eventualmente antiesclavista) durante la Guerra Civil, Johnson no solo se había ganado el cariño de los republicanos y había profundizado a sabiendas su propia carrera política, sino que había puesto en riesgo su propia vida a sabiendas.

El senador Charles Sumner fue uno de los republicanos radicales que se mostró optimista sobre Johnson, declarándose «satisfecho de que es el amigo sincero del negro, y listo para actuar por él con decisión». Del mismo modo, las relaciones de Johnson con los afroamericanos fueron, escribe Levine, en gran medida «amables» desde el principio. El activista afroamericano John Mercer Langston dijo que estaba satisfecho con las garantías de Johnson «de que sus conciudadanos de color deberían encontrar en él un amigo siempre consciente de su bienestar».

Pero Douglass se apresuró a ver lo que Johnson estaba haiendo. Antes del final de su primer año en el cargo, Johnson había anunciado una Proclamación de Amnistía para los ex confederados, permitiendo a los terratenientes del sur que le solicitaron personalmente que se aferraran a su propiedad. En lugar de referirse a la Reconstrucción, insistió en el término «restauración». En el sur, turbas blancas envalentonadas descendieron sobre los negros, perpetrando las masacres de 1866 en Memphis y Nueva Orleans. Douglass, como parte de una delegación de estadounidenses negros que visitó la Casa Blanca para argumentar a favor del sufragio negro, le dijo a Johnson: «Usted otorga derechos a sus enemigos y priva de derechos a sus amigos».

Johnson, terco y de piel delgada, respondió a las críticas indignándose y poniéndose a la defensiva, incluso al borde de perder el control, escribe Levine. Si no hubiera sido por la creciente oposición, continúa, «podría haber surgido un Johnson más benigno y pragmático».

La proposición no es convincente, por decirlo suavemente. Levine pone mucho peso en el hecho de que en 1865, Johnson había expresado en privado un plan para el sufragio negro limitado. Sin embargo, al mismo tiempo, Johnson insistía públicamente en que el sufragio demasiado radical desaconsería «una guerra de las razas». Y independientemente de lo que Johnson haya dicho, lo que realmente hizo  no podría ser más claro. Usó su poder para socavar la Reconstrucción a cada paso, presidiendo lo que la historiadora Annette Gordon-Reed ha llamado un «genocidio a cámara lenta».

Levine narra ágilmente el camino hacia el eventual juicio político de Johnson, incluida una extraña oferta de trabajo que Johnson extendió extraoficialmente a Douglass para convertirse en el comisionado de la Oficina de Libertos, una agencia que Johnson parecía estar haciendo todo lo demás en su poder para perjudicar o incluso destruir.

Andrew Johnson Impeachment Ticket sold at auction on 21st July | Bidsquare

Pero cuando Johnson fue finalmente residenciado, no fue por su subversión de la Reconstrucción; fue por no obtener la aprobación del Congreso antes de despedir a su Secretario de Guerra. Los artículos de juicio político eran «secamente legalistas», casi todos ellos se centraron en violaciones de la Ley de Tenencia del Cargo, aprobada por el Congreso justo el año anterior. Los republicanos estaban tratando de retratar a Johnson como un infractor de la ley mientras evitaban estudiadamente el asunto de la raza. Esta fijación en los tecnicismos, dice Levine, «permitió al Congreso destituir a Johnson no por hacer daño a cientos de miles de personas negras en el sur, sino por despedir a un hombre blanco».

Teniendo en cuenta lo endémico que era el racismo tanto en el Norte como en el Sur, sin duda había razones prácticas para esto, pero Levine muestra vívidamente cómo Douglass, como lo hizo durante la Guerra Civil, siguió tratando de llamar la atención sobre el panorama moral más amplio. Incluso antes del juicio político, Douglass estaba explicando a las audiencias cómo Johnson explotó los «defectos» en la Constitución que permitían a un «presidente malo y malvado» asumir «poderes reales». Después del juicio, Douglass explicó que Johnson debería haber sido destituido de su cargo por intentar devolver a los estadounidenses negros a una «condición solo menos miserable que la esclavitud de la que la guerra por la Unión los había rescatado». Hacer un juicio político sobre la Ley de Tenencia del Cargo había enterrado la desgracia de Johnson bajo una pila de objeciones legalistas.

Los impugnadores pueden haber estado tratando de ser pragmáticos, pero ir a lo seguro no funcionó; Johnson se impuso por un solo voto. Como dijo una vez uno de sus biógrafos, Hans Trefousse:»Si destituyes por razones que no son las verdaderas, realmente no puedes ganar».

Sigue a Jennifer Szalai en Twitter: @jenszalai.

 

 

 

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John Dower es un destacado historiador estadounidense miembro emérito del Departamento de Historia del Massachussets Institute of Technology. En su larga y fructífera carrera,  el Dr. Dower  se ha destacado como analista de la historia japonesa y de las relaciones exteriores de Estados Unidos. El análisis de la guerra ha ocupado una parte importante de su trabajo académico. Su libro Embracing Defeat: Japan in the Wake of World War II (1999) ganó varios premios prestigiosos, entre ellos, el Pulitzer y el Bancroft. Es autor, además, de War Without Mercy: Race and Power in the Pacific War (1986), Japan in War and Peace: Selected Essays (1994),  Cultures of War: Pearl Harbor/Hiroshima/9-11/Iraq (2010), and Ways of Forgetting, Ways of Remembering: Japan in the Modern World (2012). 

En el siguiente artículo publicado en TomDispatch, Dower enfoca cómo a lo largo de su historia, los estadounidenses han, no sólo recordado, sino también olvidado las guerras en las que han participado para preservar así su auto-representación de víctimas, tema que discute a profundidad en su último libro The Violent American Century: War and Terror Since World War Two (2018).


The last near-century of American dominance was extraordinarily violent |  Business Standard News

Pérdida de memoria en el jardín de la violencia

JOHN DOWER

TomDisptach  30 de julio de 2021

Hace algunos años, un artículo periodístico atribuyó a un visitante europeo la irónica observación de que los estadounidenses son encantadores porque tienen una memoria muy corta. Cuando se trata de las guerras de la nación, no estaba del todo incorrecto. Los estadounidenses abrazan las historias militares del tipo heroico «banda de hermanos [estadounidenses]», especialmente en la Segunda Guerra Mundial. Poseen un apetito aparentemente ilimitado por los recuentos de la Guerra Civil, de lejos el conflicto más devastador del país en lo que respecta a las muertes.

Ciertos momentos históricos traumáticos como «el Álamo» y «Pearl Harbor» se han convertido en palabras clave —casi dispositivos mnemotécnicos— para reforzar el recuerdo de la victimización estadounidense a manos de antagonistas nefastos. Thomas Jefferson y sus pares en realidad establecieron la línea de base para esto en el documento fundacional de la nación, la Declaración de Independencia, que consagra el recuerdo de «los despiadados salvajes indios», una demonización santurrona que resultó ser repetitiva para una sucesión de enemigos percibidos más tarde. «11 de septiembre» ha ocupado su lugar en esta invocación profundamente arraigada de la inocencia violada, con una intensidad que raya en la histeria.

John W. Dower | The New Press

John Dower

Esa «conciencia de víctima» no es, por supuesto, única de los estadounidenses. En Japón después de la Segunda Guerra Mundial, esta frase —higaisha ishiki  en japonés— se convirtió en el centro de las críticas de izquierda a los conservadores que se obsesionaron con los muertos de guerra de su país y parecían incapaces de reconocer cuán gravemente el Japón imperial había victimizado a otros, millones de chinos y cientos de miles de coreanos. Cuando los actuales miembros del gabinete japonés visitan el Santuario Yasukuni, donde se venera a los soldados y marineros fallecidos del emperador, están alimentando la conciencia de las víctimas y son duramente criticados por hacerlo por el mundo exterior, incluidos los medios de comunicación estadounidenses.

En todo el mundo,  los días y los monumentos conmemorativos de guerra garantizan la preservación de ese recuerdo selectivo. Mi estado natal de Massachusetts también hace esto hasta el día de hoy al enarbolar la bandera «POW-MIA» en blanco y negro de la Guerra de Vietnam en varios lugares públicos, incluido Fenway Park, hogar de los Medias Rojas de Boston, todavía afligidos por los hombres que luchaban que fueron capturados o desaparecieron en acción y nunca regresaron a casa.

De una forma u otra, los nacionalismos populistas de hoy son manifestaciones de la aguda conciencia de víctima. Aún así, la forma estadounidense de recordar y olvidar sus guerras es distintiva por varias razones. Geográficamente, la nación es mucho más segura que otros países. Fue la única entre las principales potencias que escapó de la devastación en la Segunda Guerra Mundial, y ha sido inigualable en riqueza y poder desde entonces. A pesar del pánico por las amenazas comunistas en el pasado y las amenazas islamistas y norcoreanas en el presente, Estados Unidos nunca ha estado seriamente en peligro por fuerzas externas. Aparte de la Guerra Civil, sus muertes relacionadas con la guerra han sido trágicas, pero notablemente más bajas que las cifras de muertes militares y civiles de otras naciones, invariablemente incluidos los adversarios de Estados Unidos.

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Soldados filipinos, 1899.

La asimetría en los costos humanos de los conflictos que involucran a las fuerzas estadounidenses ha sido el patrón desde la aniquilación de los amerindios y la conquista estadounidense de Filipinas entre 1899 y 1902. La Oficina del Historiador del Departamento de Estado cifra el número de muertos en esta última guerra en «más de 4.200 combatientes estadounidenses y más de 20.000 filipinos», y procede a añadir que «hasta 200.000 civiles filipinos murieron de violencia, hambruna y enfermedades». (Entre otras causas precipitantes de esas muertes de no combatientes, está  la matanza por tropas estadounidense de búfalos de agua de los que dependían los agricultores para producir sus cultivos). Trabajos académicos recientes eleven el número muertes de civiles filipinos.

 

La misma asimetría mórbida caracteriza las muertes relacionadas con la guerra en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, la Guerra del Golfo de 1991 y las invasiones y ocupaciones de Afganistán e Irak después del 11 de septiembre de 2001.

Bombardeo terrorista de la Segunda Guerra Mundial a Corea y Vietnam al 9/11

Si bien es natural que las personas y las naciones se centran en su propio sacrificio y sufrimiento en lugar de en la muerte y la destrucción que ellos mismos infligen, en el caso de los Estados Unidos ese astigmatismo cognitivo está relegado por el sentido permanente del país de ser excepcional, no sólo en el poder sino también en la virtud. En apoyo al «excepcionalismo estadounidense», es un artículo de fe que los valores más altos de la civilización occidental y judeocristiana guían la conducta de la nación, a lo que los estadounidenses agregan el apoyo supuestamente único de su país a la democracia, el respeto por todos y cada uno de los individuos y la defensa incondicional de un orden internacional «basado en reglas».

Tal autocomplacencia requiere y refuerza la memoria selectiva. «Terror», por ejemplo, se ha convertido en una palabra aplicada a los demás, nunca a uno mismo. Y sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial, los planificadores de bombardeos estratégicos estadounidenses y británicos consideraron explícitamente su bombardeo de bombas incendiadas contra ciudades enemigas como bombardeos terroristas, e identificaron la destrucción de la moral de los no combatientes en territorio enemigo como necesaria y moralmente aceptable. Poco después de la devastación aliada de la ciudad alemana de Dresde en febrero de 1945, Winston Churchill, cuyo busto circula dentro y fuera de la Oficina Oval presidencial en Washington, se refirió  al «bombardeo de ciudades alemanas simplemente por el bien de aumentar el terror, aunque bajo otros pretextos».

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Hiroshima, setiembre de 1945.

En la guerra contra Japón, las fuerzas aéreas estadounidenses adoptaron esta práctica con una venganza casi alegre, pulverizando 64 ciudades  antes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Sin embargo, cuando los 19 secuestradores de al-Qaeda bombardearon el World Trade Center y el Pentágono en 2001, el «bombardeo terrorista» destinado a destruir la moral se desprendió de este precedente angloamericano y quedó relegado a «terroristas no estatales». Al mismo tiempo, se declaró que atacar a civiles inocentes era una atrocidad totalmente contraria a los valores «occidentales» civilizados y una prueba prima facie del salvajismo inherente al Islam.

La santificación del espacio que ocupaba el destruido World Trade Center como «Zona Cero» —un término previamente asociado con las explosiones nucleares en general e Hiroshima en particular— reforzó esta hábil manipulación de la memoria. Pocas o ninguna figura pública estadounidense reconoció o le importó que esta nomenclatura gráfica se apropiaba de Hiroshima, cuyo gobierno de la ciudad sitúa el número de víctimas mortales del bombardeo atómico «a finales de diciembre de 1945, cuando los efectos agudos del envenenamiento por radiación habían disminuido en gran medida», en alrededor de 140.000. (El número estimado de muertos en Nagasaki es de 60.000 a 70.000). El contexto de esos dos ataques —y de todas las bombas incendiadas de ciudades alemanas y japonesas que les precedieron— obviamente difiere en gran medida del terrorismo no estatal y de los atentados suicidas con bombas infligidos por los terroristas de hoy.  No obstante, «Hiroshima» sigue siendo el símbolo más revelador y preocupante de los bombardeos terroristas en los tiempos modernos, a pesar de la eficacia con la que, para las generaciones presentes y futuras, la retórica de la «Zona Cero» posterior al 9/11 alteró el panorama de la memoria y ahora connota la victimización estadounidense.

Dong Xoai June 1965

Civiles vietnamitas, Dong Xoai, junio de 1965

La memoria corta también ha borrado casi todos los recuerdos estadounidenses de la extensión estadounidense de los bombardeos terroristas a Corea e Indochina. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, el United States Strategic Bombing Survey calculó  que las fuerzas aéreas angloamericanas en el teatro europeo habían lanzado 2,7 millones de toneladas de bombas, de las cuales 1,36 millones de toneladas apuntaron a Alemania. En el teatro del Pacífico, el tonelaje total caído por los aviones aliados fue de 656.400, de los cuales el 24% (160.800 toneladas) se usó en islas de origen de Japón. De estas últimas, 104.000 toneladas «se dirigieron a 66 zonas urbanas». Impactante en ese momento, en retrospectiva, estas cifras han llegado a parecer modestas en comparación con el tonelaje de explosivos que las fuerzas estadounidenses descargaron en Corea y más tarde en Vietnam, Camboya y Laos.

La historia oficial de la guerra aérea en Corea (The United States Air Force in Korea 1950-1953)  registra que las fuerzas aéreas de las Naciones Unidas lideradas por Estados Unidos volaron más de un millón de incursiones y, en total, dispararon un total de 698.000 toneladas de artillería contra el enemigo. En su libro de memorias de 1965  Mission with LeMay, el general Curtis LeMay, que dirigió el bombardeo estratégico tanto de Japón como de Corea, señaló: «Quemamos casi todas las ciudades de Corea del Norte y Corea del  Sur… Matamos a más de un millón de civiles coreanos y expulsamos a varios millones más de sus hogares, con las inevitables tragedias adicionales que en consecuencia se producirían».

Otras fuentes sitúan el número estimado de civiles muertos en la Guerra de Corea hasta  tres millones, o posiblemente incluso más. Dean Rusk, un partidario de la guerra que luego se desempeñó como secretario de Estado,  recordó que Estados Unidos bombardeó «todo lo que se movía en Corea del Norte, cada ladrillo de pie encima de otro». En medio de esta «guerra limitada», los funcionarios estadounidenses también se cuidaron de dejar claro en varias ocasiones que no habían descartado  el uso de armas nucleares. Esto incluso implicó ataques nucleares simulados en Corea del Norte por B-29 que operaban desde Okinawa en una operación de 1951 con nombre en código Hudson Harbor.

En Indochina, como en la Guerra de Corea, apuntar a «todo lo que se movía» era prácticamente un mantra entre las fuerzas combatientes estadounidenses, una especie de contraseña que legitimaba la matanza indiscriminada. La historia reciente de la guerra de Vietnam, extensamente investigada por Nick Turse, por ejemplo, toma su título de una orden militar para «matar a cualquier cosa que se mueva». Los documentos publicados por los National Archives en 2004 incluyen una transcripción de una conversación telefónica de 1970 en la que Henry Kissinger  transmitió  las órdenes del presidente Richard Nixon de lanzar «una campaña masiva de bombardeos en Camboya». Cualquier cosa que vuele sobre cualquier cosa que se mueva».

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Masacre de My Lai

En Laos, entre 1964 y 1973, la CIA ayudó a dirigir el bombardeo aéreo per cápita más pesado de la historia, desatando más de dos millones de toneladas de artefactos en el transcurso de 580.000 bombardeos, lo que equivale a un avión cargado de bombas cada ocho minutos durante aproximadamente una década completa. Esto incluía alrededor de 270 millones de bombas de racimo. Aproximadamente el 10% de la población total de Laos fue asesinada. A pesar de los efectos devastadores de este ataque, unos 80 millones de las bombas de racimo lanzadas no detonaron, dejando el país devastado plagado de mortíferos artefactos explosivos sin detonar hasta el día de hoy.

La carga útil de las bombas descargadas en Vietnam, Camboya y Laos entre mediados de la década de 1960 y 1973 se calcula comúnmente que fue de entre siete y ocho millones de toneladas, más de 40 veces el tonelaje lanzado sobre las islas japonesas en la Segunda Guerra Mundial. Las estimaciones del total de muertes varían, pero todas son extremadamente altas. En un artículo del Washington Post  en 2012, John Tirman  señaló  que «según varias estimaciones académicas, las muertes de militares y civiles vietnamitas oscilaron entre 1,5 millones y 3,8 millones, con la campaña liderada por Estados Unidos en Camboya resultando en 600.000 a 800.000 muertes, y la mortalidad de la guerra laosiana estimada en alrededor de 1 millón».

Civil War Casualties | American Battlefield Trust

Estadounidenses muertos en batalla

En el lado estadounidense, el Departamento de Asuntos de Veteranos sitúa las muertes en batalla en la Guerra de Corea en 33.739. A partir del Día de los Caídos de 2015, el largo muro del profundamente conmovedor Monumento a los Veteranos de Vietnam en Washington estaba inscrito con los nombres de  58.307  militares estadounidenses asesinados entre 1957 y 1975, la gran mayoría de ellos a partir de 1965. Esto incluye aproximadamente  1.200 hombres  listados como desaparecidos (MIA, POW, etc.), los hombres de combate perdidos cuya bandera de recuerdo todavía ondea sobre Fenway Park.

Corea del Norte y el espejo agrietado de la guerra nuclear

Hoy en día, los estadounidenses generalmente recuerdan vagamente a Vietnam, y Camboya y Laos no lo recuerdan en absoluto. (La etiqueta inexacta «Guerra de Vietnam» aceleró este último borrado.) La Guerra de Corea también ha sido llamada «la guerra olvidada», aunque un monumento a los veteranos en Washington, D.C., finalmente se le dedicó en 1995, 42 años después del armisticio que suspendió el conflicto. Por el contrario, los coreanos no lo han olvidado. Esto es especialmente cierto en Corea del Norte, donde la enorme muerte y destrucción sufrida entre 1950 y 1953 se mantiene viva a través de interminables iteraciones oficiales de recuerdo, y esto, a su vez, se combina con una implacable campaña de propaganda que llama la atención sobre la Guerra Fría y la intimidación nuclear estadounidense posterior a la Guerra Fría. Este intenso ejercicio de recordar en lugar de olvidar explica en gran medida el actual ruido de sables nucleares del líder de Corea del Norte, Kim Jong-un.

Con sólo un ligero tramo de imaginación, es posible ver imágenes de espejo agrietadas en el comportamiento nuclear y la política arriesgada de los presidentes estadounidenses y el liderazgo dinástico dictatorial de Corea del Norte. Lo que refleja este espejo desconcertante es una posible locura, o locura fingida, junto con un posible conflicto nuclear, accidental o de otro tipo.

North Korea leader Kim Jong Un could have 60 nuclear weapons: South Korea  minister estimates atomic bomb count - CBS News

Kim Jong-un

Para los estadounidenses y gran parte del resto del mundo, Kim Jong-un parece irracional, incluso seriamente desquiciado. (Simplemente combine su nombre con «loco» en una búsqueda en Google). Sin embargo, al agitar su minúsculo carcaj nuclear, en realidad se está uniendo al juego de larga data de la «disuasión nuclear» y practicando lo que se conoce entre los estrategas estadounidenses como la «teoría del loco». Este último término se asocia más famosamente  con Richard Nixon y Henry Kissinger durante la Guerra de Vietnam, pero en realidad está más o menos incrustado en los planes de juego nuclear de Estados Unidos. Como se rearticula en «Essentials of Post-Cold War Deterrence«, un  documento secreto de política redactado por un subcomité en el Comando Estratégico de Estados Unidos en 1995 (cuatro años después de la desaparición de la Unión Soviética), la teoría del loco postula que la esencia de la disuasión nuclear efectiva es inducir «miedo» y «terror» en la mente de un adversario, para lo cual «duele retratarnos a nosotros mismos como demasiado racionales y de cabeza fría».

 

Cuando Kim Jong-un juega a este juego, se le ridiculiza y se teme que sea verdaderamente demente. Cuando son practicados por sus propios líderes y el sacerdocio nuclear, los estadounidenses han sido condicionados a ver a los actores racionales en su mejor momento.

El terror, al parecer, en el siglo XXI, como en el XX, está en el ojo del espectador.

 Traducción de Norberto Barreto Velázquez

 

 

 

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