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Archive for the ‘Progresismo’ Category

Comparto con mis lectores este ensayo de la Dra. Jessica George  sobre la periodista, feminista y progresista Bessie Beatty (1886-1947). Debo reconocer que desconocía de la existencia de la señora Beatty. George analiza la vida de Beatty a partir de su primera asignación como reportera: los conflictos laborales en la ciudad de Goldfield en 1907. Esta experiencia marcó a Beatty, quien dedicó el resto de su vida a informar desde una perspectiva progresista y anticapitalista. Testigo presencial de la revolución rusa, Beatty desarrolla un fuerte vínculo con el experimento ruso y lo víncula con otras de sus banderas de lucha: el sufragismo.

Quienes estén interesado en el sufragismo y el progresismo estadounidense encontrarán fascinante a la figura de Bessie Beatty.

En su cuenta de Twitter  George se define como escritora, maestra y diseñadora de contenidos educativos.  Posee un doctorado en Inglés de la Indiana University Bloomington


Un mujer con una misión

Jessica George

JSTOR Daily 21 de setiembre de 2022

En 1907, la estudiante universitaria de veintiún años Bessie Beatty se embarcó en tren desde Los Ángeles a Goldfield, Nevada, una ciudad minera a unas 400 millas al norte. Periodista del Los Angeles Herald, Beatty viajaba para informar sobre las Guerras Laborales de Goldfield, una serie de importantes contiendas entre los propietarios de minas y los sindicatos de mineros.

Animada por la última fiebre del oro de Estados Unidos, Goldfield era una ciudad vivaz, aunque singularmente enfocada. “La gente no tiene tiempo para divertirse”, escribió Beatty, “y si tuvieran tiempo no les importaría.  El juego que están jugando es más fascinante de lo que cualquier hombre ha ideado”. Para Beatty, ese juego era la contienda entre el trabajo y el capital. Ese año, el sindicato minero local de Goldfield, una asociación entre la Western Federation of Miners (WFM) y los Industrial Workers of the World (IWW), obtuvo dos victorias importantes, asegurando salarios más altos para los trabajadores calificados y no calificados y una voz para el sindicato en las políticas laborales relacionadas con el robo. La moral elevada de los trabajadores duró poco; más tarde ese invierno, las tropas federales fueron enviadas a ocupar la ciudad.

Beatty quedó paralizado por los acontecimientos de Goldfield. Brillaban intensamente, escribió, en “la negrura y la vasta esterilidad del desierto“. La ciudad brillante representaba la promesa del poder del trabajo, y sus experiencias allí darían forma al resto del trabajo de su vida.

En 1908, Beatty regresó a California y fue contratado como reportera para el San Francisco Bulletin, habiendo ganado la atención del editor gerente Fremont Older, escribe el historiador Lyubov Ginzburg. Su columna, “On the Margin”, cubrió una variedad de temas progresistas, incluido el sufragio femenino. En 1912, publicó una colección de sus artículos bajo el título, A Political Primer for the New Voter, que se anunció como un manual para las mujeres que recientemente les había sido reconocido el derecho al voto, incluidas las de California, que habían ganado el derecho al voto el año anterior.

A Political Primer for the New Voter. Introduction by William Kent | Bessie  Beatty | First edition

La cartilla tenía un “estilo claro y sencillo… inteligible para todos los capaces de votar”, según el congresista William Kent, autor de la introducción del manual. Cubrió una variedad de temas, como el proceso electoral, las ramas del gobierno, la historia de los partidos políticos y diferentes teorías económicas. Beatty se centró en el socialismo en particular. “El socialista contempla un individualismo superior como el resultado final de un colectivismo que proporcionará oportunidades para cada ser humano“, escribió.

Para Beatty, el sufragio femenino estaba directamente relacionado con la difícil situación del trabajo, ejemplificado por la cruzada por una jornada laboral de ocho horas, una medida en la boleta electoral en California. “Proteger la vida humana cuesta dinero. Reduce las ganancias“, escribió. “La pregunta que deben considerar los trabajadores humanitarios no es cómo hacer posible que las mujeres trabajen más de ocho horas, sino cómo pueden obtener salarios suficientes para ocho horas de trabajo que les permitan vivir”. La cartilla resuena con ideas extraídas del tiempo de Beatty en Goldfield, donde organizadores radicales como Vincent St. John de la IWW habían liderado la lucha por los trabajadores al tiempo que presagiaban el poder internacionalista del emergente movimiento sufragista radical en Estados Unidos.

El Corazón Rojo de Rusia

El “carácter internacional“ del socialismo adquirió un nuevo significado para Beatty varios años después, cuando convenció a sus superiores en el Boletín para que la enviaran al corazón de la Revolución Rusa como corresponsal de guerra. Partió en barco de vapor desde San Francisco en abril de 1917, solo dos meses después de la Revolución. El país estaba, describió en una columna de despedida a los lectores, atrincherado “en el momento más dramático de su historia… liberándose de la esclavitud que todo el mundo, excepto Rusia, aceptó como su destino inevitable y cambiante“.

Para feministas como Beatty, la causa rusa estaba íntimamente ligada a la de las sufragistas. La historiadora Julia L. Mickenberg escribe que en junio de 1917, el National Women’s Party (NWP) hizo un piquete fuera de la Casa Blanca cuando el presidente Woodrow Wilson se reunió con el gobierno provisional de Rusia para obtener el apoyo del país en la lucha contra Alemania en la Primera Guerra Mundial. “Dígale a nuestro gobierno que debe liberar a su pueblo antes de que pueda reclamar la libertad de Rusia como aliado”.

Women soldiers in their last stand before the Winter Palace

Mujeres soldados en su última parada ante el Palacio de Invierno.  Bessie Beatty Collection, Special Collections and College Archives and the Beatty Family, Occidental College, Los Angeles, California.

Ese mismo mes, Beatty llegó a Petrogrado (actual San Petersburgo) en el Trans-Siberian Express, en un momento en que “la libertad era joven … como la primavera, como las hojas de los árboles“. Pronto descubrió que “la Revolución que derrocó al zar y al absolutismo fue algo simple, bellamente lógico, gloriosamente unánime”. Lo que vino después fue más tenso ya que el pueblo ruso “comenzó a ser específico“ sobre el tipo de libertad que deseaban. La revolución era para cada hombre la suma de sus deseos“, reflexionó Beatty más tarde.

Durante ocho meses, informó desde Petrogrado, narrando la complicada política del país, así como sus continuos esfuerzos contra Alemania, mientras la guerra mundial se libraba junto con la revolución interna. El interés de Beatty en los derechos de las mujeres influyó en sus observaciones sobre las muy diferentes relaciones de género en Rusia. “No hubo movimiento feminista”, afirmó. “En lugar de convertirse en feministas, [las mujeres] se convirtieron en cadetes, socialrevolucionarios, mencheviques, maximalistas, bolcheviques, internacionalistas, o se unieron a uno u otro de los partidos y sombras de los partidos. Cuando Beatty entrevistó a soldados del “cuartel general del Batallón de Mujeres”, una le dijo: “Amo todas las armas. Amo todas las cosas que llevan la muerte a los enemigos de mi país.

A pesar de su fascinación por el papel de las mujeres en la Rusia revolucionaria, Beatty se dio cuenta de que las mujeres allí carecían de representación política activa. Fueron relegados a un segundo plano en las reuniones. “Sus esperanzas estaban invertidas en el éxito de la Revolución tan firmemente como las de sus hombres, pero tenían menos tiempo para hablar“, escribió. Beatty, mientras tanto, se sentó en el corazón político de la revolución, informando, entrevistando e incluso estrechando la mano de famosos revolucionarios, incluido León Trotsky. Sus días más peligrosos fueron al final de su estancia, durante la agitación de la Revolución de Octubre. Atrapada en el edificio telefónico cerca del Palacio de Invierno, observó la batalla entre los bolcheviques y los militares del gobierno provisional mientras el primero tomaba el control de los edificios gubernamentales.

En enero de 1918, Beatty declaró “la dictadura del proletariado… un hecho“, habiendo sido testigo de los arrestos finales de los miembros del gobierno provisional cuando los bolcheviques transformaron la capital en un “campo armado”. Partió de Petrogrado poco después, describiendo la ciudad como envuelta en tragedia y terror. Aunque siguió simpatizando con la revolución, Beatty se fue con una visión matizada de los acontecimientos, proponiendo que solo el tiempo “sería capaz de poner a los bolcheviques y los mencheviques, los cadetes y los socialrevolucionarios, en sus propios casilleros“.

A su regreso a los Estados Unidos, Beatty continuó escribiendo sobre Rusia, reflexionando sobre el significado de la Revolución y publicando una colección de sus informes de Petrogrado, titulada El Corazón Rojo de Rusia.  Más tarde regresó al país en un viaje de 1921 para Good Housekeeping y Hearst’s International Magazine, entrevistando a Trotsky, Vladimir Lenin, Georgy Chicherin y Mikhail Kalinin.

Durante el apogeo del primer Red Scare en enero de 1919, fue llamada ante el Comité Overman para testificar sobre el régimen bolchevique. Deliberadamente taciturna, “se negó a condenar a los bolcheviques“, según Mickenberg, reconociendo que el comité buscaba calumniar al socialismo estadounidense y al poderoso movimiento sufragista del país como propaganda bolchevique. Aunque no era una simpatizante de los bolcheviques, Beatty dijo al comité: “Creo que deberíamos tratar de entender lo que están tratando de hacer … para quitarle el poder adquisitivo al dinero“.

Una nueva era

El interés de Beatty en la política izquierdista y el movimiento obrero estadounidense continuó en la ciudad de Nueva York, donde asumió un puesto como editora en McCall’s Magazine en 1919.  Los editores de McCall la presentaron a los lectores como parte de “la primera fila de las mujeres progresistas en la costa del Pacífico“, dotada de una visión internacional vital. “Las ideas de la señorita Beatty sobre lo que quieren las mujeres y los niños se basan no solo en lo que sabe de Occidente; ha vivido con las mujeres de Suecia y Noruega, de China y Japón, de nuestro Norte y nuestro Sur y nuestro Este, conoce a mujeres y niños en todas partes”, escribieron.

Con la aprobación de la 19ª Enmienda por el Congreso en 1919, la participación política de las mujeres adquirió un nuevo significado. Ahora que tenían el voto, las mujeres asumían la misma responsabilidad por los males económicos y sociales del país. Como Beatty preguntó en la edición de octubre de 1919 de McCall’s, “La culpa pronto será nuestra si el mundo no es un lugar más feliz para la raza humana. ¿Cómo vamos a hacerlo? El sentimiento se remonta al escrito anterior de Beatty en A Political Primer, donde instó al ciudadano recién habilitado a “darse cuenta de su responsabilidad … A él le corresponde el derecho de decir si cree en la humanidad o en la marca del dólar“. Los intereses laborales impregnaron sus editoriales, que abogaban por cambios como el aumento del salario de los maestros y la igualdad de contratación en el lugar de trabajo.

Bessie Beatty Letters: Around The World In War Time," The Bulletin, No. 25,  May 7 1917 - Occidental College - Bessie Beatty Collection - CallimachusEn la década de 1920 en Greenwich Village, Beatty se familiarizó con un nuevo conjunto feminista radical, el club Heterodoxy. El grupo incluía a conocidos escritores, artistas y activistas, entre ellos Charlotte Perkins Gilman y Susan Glaspell y la líder sindical Elizabeth Gurley Flynn. El grupo se reunió “cada dos sábados durante cuarenta años para disfrutar de la compañía del otro, para compartir información y, a veces, para actuar sobre temas como el trabajo, los derechos civiles, el control de la natalidad, el sufragio y el pacifismo. Según la historiadora Joanna Scutts, varios otros miembros de la heterodoxia también habían viajado a Rusia durante la revolución. Al igual que Beatty, eran reacios a condenar a los bolcheviques, que en 1918 aprobaron el Código de Familia; “liberalizó las leyes de divorcio, permitió el acceso al aborto y ofreció licencia de maternidad pagada a mujeres casadas y solteras por igual”. Los bolcheviques ofrecieron nuevos objetivos políticos para las feministas estadounidenses (especialmente las mujeres blancas). A largo plazo, sin embargo, “el giro a Rusia por parte de las feministas estadounidenses que abrazaron el ‘movimiento internacional radical de mujeres’ finalmente fue contraproducente”, escribe Mickenburg, “tanto porque las ganancias prometidas por los soviéticos para las mujeres resultaron ilusorias como porque la mancha del bolchevismo sirvió para reducir el significado del feminismo en los Estados Unidos”.

El período de entreguerras aseguró la posición de Beatty como parte de la izquierda artística e intelectual. Se involucró en el mundo del teatro, escribiendo para MGM y co-escribiendo una obra de Broadway; durante la Gran Depresión se ofreció como voluntaria para el Actor’s Dinner Club, una organización que proporcionaba comidas a actores y dramaturgos con dificultades en la ciudad de Nueva York. Asumió un puesto en el National Label Council, promoviendo productos hechos por sindicatos, y en los últimos años de su vida, tomó un concierto presentando un popular programa de radio para WOR New York, donde entrevistó a figuras como Eleanor Roosevelt y realizó campañas de bonos de guerra para la Segunda Guerra Mundial.

Desde los desiertos de Nevada hasta la ciudad de Nueva York de F.D.R., Beatty pasó su vida adulta participando en las importantes intersecciones y evoluciones del pensamiento feminista y socialista que marcaron la transición de los años progresistas a la era del New Deal. Y aunque la relación entre los movimientos laborales y de mujeres a veces era tensa, Beatty nunca dejó de abogar por el papel del trabajador en la promoción de los derechos de las mujeres, en el país y en el extranjero.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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El Progresismo es uno de los movimientos políticos y sociales más importantes de la historia estadounidense. Una reacción a los efectos de la industrialización, urbanización y  la emigración, el Progresismo conllevó cambios significativos en áreas como la educación, las elecciones, el trabajo infantil, la lucha contra la corrupción, la protección de los consumidores, el sufragismo y la regulación de los monopolios, entre otras. Las mujeres jugaron un papel fundamental en este movimiento.

Comparto este escrito de la Dra. Miriam Cohen con un excelente y detallado análisis de la participación femenina en el Progresismo. Cohen es profesora de Historia en Vassar College y autora de Julia Lathrop: Social Service and Progressive Government (2017 y de Workshop to Office: Two Generations of Italian Women in New York City (1993).


The Progressive Era | Causes & Effects | Britannica

Las mujeres y el movimiento progresista

Miriam Cohen

 The Gilder Lehrman Institute of American History AP Study Guide

A finales del siglo XIX, políticos, periodistas, profesionales y voluntarios estadounidenses se movilizaron en nombre de reformas destinadas a hacer frente a una variedad de problemas sociales asociados con la industrialización. Las mujeres activistas, principalmente de entornos sociales medianos y prósperos, hicieron hincapié en la contribución especial que las mujeres podían hacer para abordar estos problemas. Con los temas de salud y seguridad pública, el trabajo infantil y el trabajo de las mujeres en condiciones peligrosas tan prominentes, ¿quién mejor que éstas para abordarlos? Centrándose en cuestiones que atraían a las mujeres como esposas y madres, y promoviendo la noción de que las mujeres eran particularmente buenas para abordar tales preocupaciones, las activistas practicaron lo que los historiadores de las mujeres llaman política maternalista. Al enfatizar los rasgos tradicionales, las mujeres reformadoras sociales entre 1890 y la Primera Guerra Mundial crearon nuevos espacios para sí mismas en el gobierno local y luego nacional, incluso antes de que tuvieran derecho a votar. Crearon nuevas oportunidades para el trabajo remunerado en profesiones como el trabajo social y la salud pública. Los maternalistas también enfatizaron las necesidades especiales de las mujeres y los niños pobres con el fin de generar apoyo para el estado de bienestar temprano en Estados Unidos. [1]

Miriam Cohen 

Independientemente del sexo, los activistas no siempre valoraron las mismas reformas, ni siempre estuvieron de acuerdo en la naturaleza de los problemas, pero como parte del movimiento progresista, sus preocupaciones compartían algunas características básicas. El historiador Daniel Rodgers argumenta que los progresistas se basaron en tres “grupos distintos de ideas”. Una era la profunda desconfianza en el creciente monopolio corporativo, la segunda implicaba la creciente convicción de que para progresar como sociedad, el compromiso con el individualismo tenía que ser moderado con una apreciación de nuestros lazos sociales. Los progresistas también creían que las técnicas modernas de planificación social y eficiencia ofrecerían soluciones a los problemas sociales en cuestión. Sus ideas no se sumaban a una ideología coherente, pero, como señala Rodgers, “tendían a centrar el descontento en el poder individual no regulado”. [2] A medida que se cerraba el siglo XIX, las recesiones económicas periódicas sirvieron como llamadas de atención a los peligros de confiar únicamente en el funcionamiento del libre mercado para garantizar la prosperidad general.

Home | WCTULas preocupaciones sobre los problemas sociales no son nuevas para las mujeres. Desde la era anterior a la guerra, las mujeres blancas y negras de clase media participaron en diversas formas de actividad cívica relacionadas con el bienestar social y moral de los menos afortunados. La templanza, la abolición y las actividades de reforma moral dominaron la política de las mujeres antes de la Guerra Civil. En la década de 1870, las mujeres estaban ampliando su influencia, trabajando en organizaciones nacionales como la Women’s Christian Temperance Union (WCTU) y la Young Women’s Christian Association (YWCA), que ayudaban a las mujeres solteras en las ciudades de Estados Unidos. Durante la era progresista, una agenda de reforma moral motivó a muchas mujeres; organizaciones como la WCTU, por ejemplo, intensificaron sus actividades en favor de una prohibición nacional del alcohol y contra la prostitución.

Pero fue después de 1890 que los problemas relacionados con el bienestar social adquirieron su mayor urgencia. El pánico de 1893, junto con las crecientes preocupaciones sobre la industrialización, los crecientes barrios marginales en las ciudades estadounidenses, la afluencia de nuevos inmigrantes del sur y el este de Europa, el aumento de las luchas laborales— contribuyeron a ese sentido de urgencia.

En una década, vastas redes de mujeres de clase media y ricas abordaron enérgicamente cómo estos programas sociales afectaban a las mujeres y los niños. Alentados por la National General Federation of Women’s Clubs (GFWC), los clubes de mujeres locales se dedicaron a aprender y luego abordar las crisis de la sociedad en proceso de urbanización. Excluidos por la GFWC, cientos de clubes de mujeres afroamericanas afiliados a la (NACW) se centraron en el bienestar familiar entre los estadounidenses negros que lidiaban con la pobreza y el racismo. El National Council of Jewish Women (NCJW), dominado por prósperas judías alemanas, también entró en acción en la década de 1890, para trabajar con la recién llegada comunidad judía de Europa del este. El National Congress of Mothers (más tarde la Parent Teacher Association) surgió en 1897 para abordar las necesidades de la familia estadounidense y el papel crucial de la madre en el cumplimiento de esas necesidades. Las mujeres activistas en todo el país, desde Boston en el este, hasta Seattle en el oeste y Memphis en el sur, se centraron en mejorar las escuelas públicas, especialmente en los vecindarios pobres. [3]

A Grave Interest: 140 Years of The Women's Christian Temperance UnionEn respuesta a los problemas asociados con la vida industrial urbana, las reformadoras estadounidenses miraron a sus contrapartes en Europa que estaban luchando con problemas similares. Una de esas iniciativas, que se popularizó entre las mujeres estadounidenses que visitaron Inglaterra en la década de 1880, fue Toynbee Hall, una casa de asentamiento ubicada en el East End de Londres, azotado por la pobreza. Los esfuerzos de los hombres de Toynbee para llegar a través de la división de clases inspiraron a Jane Addams, quien fundó Hull House de Chicago en 1889, así como a un grupo de graduados de Smith College que fundaron College Settlement House en Nueva York casi al mismo tiempo. [4]

El movimiento de las settlement houses pronto se afianzó en todo el país. Ubicadas en comunidades urbanas, pobres, a menudo inmigrantes, las casas eran residencias para mujeres jóvenes de clase media y prósperas, y algunos hombres, que deseaban no solo ministrar a los pobres y luego irse a casa, sino vivir entre ellos, ser sus vecinos, participar con ellos en la mejora de sus comunidades. Sus vecinos más pobres no vivían en las settlement houses, sino que pasaban tiempo allí, participando en varios clubes y clases, incluyendo guarderías para niños. Las settlement houses también enviaron voluntarios a la comunidad. Verdaderamente pioneros en el área de la salud pública, sus enfermeras visitantes enseñaron higiene y atención médica a hogares inmigrantes pobres. Las trabajadoras de las settlement houses y otras mujeres reformadoras también hicieron campaña por estaciones públicas de leche en un esfuerzo por reducir la mortalidad infantil.

La mayoría de las settlement houses se identificaron con el cristianismo protestante y, de hecho, en respuesta, los activistas católicos y judíos fundaron sus propias instituciones. Sin embargo, tanto Lillian Wald, directora del famoso Henry Street Settlement en Nueva York, como Addams, entre otros, dirigían instituciones seculares.

Hull House - Wikipedia

Establecerse en settlement houses atrajo a mujeres que deseaban forjar estilos de vida no tradicionales, donde pudieran estar entre sus compañeros cercanos y dedicarse a lo que veían como vidas significativas. A mediados de la década de 1890, la comunidad central de Hull House consistía en Jane Addams, la reformadora social femenina más célebre de su época; Florence Kelley, la primera investigadora de fábricas estatales de Illinois, quien más tarde se mudaría a Nueva York para convertirse en la jefa de la National Consumer League (NCL); Alice Hamilton, fundadora de la medicina industrial en Estados Unidos; y Julia Lathrop, una pionera en el campo del bienestar infantil que se convertiría en la primera mujer en dirigir una agencia federal cuando se convirtió en directora de la recién fundada Oficina de Niños de los Estados Unidos en 1912. La historiadora Kathryn Sklar escribe de la comunidad de Hull House que las mujeres “encontraron lo que otros no podían proporcionarles, amistad, sustento, contacto con el mundo real y la oportunidad de cambiarlo”. [5] Solo un pequeño grupo de mujeres realmente se instaló en la settlement house, pero muchas mujeres en ciudades y pueblos de todo el país trabajaron como voluntarias para estos establecimientos, incluida la joven Eleanor Roosevelt, que trabajó en el asentamiento de Riverside en la ciudad de Nueva York antes de su matrimonio con Franklin.

Más allá de las casas de asentamiento, las mujeres trabajaron arduamente en una variedad de iniciativas sociales. Una de los más importantes involucró esfuerzos para mejorar las condiciones de trabajo en las fábricas de Estados Unidos, particularmente en aquellos oficios, como prendas de vestir y textiles, que empleaban tanta mano de obra inmigrante con salarios bajos. La National Consumer League y el National Committee on Child Labour (NCLC), ambos dominados por mujeres, lanzaron campañas en todo el país, pidiendo a los gobiernos estatales que instituyan leyes laborales protectoras que pongan fin a las largas horas de trabajo para las mujeres y el trabajo de niños y adolescentes. También exigieron que el gobierno estatal proporcione inspectores de fábrica para ver que se apliquen las nuevas leyes.

Algunas mujeres progresistas creían que, en lugar de hacer campaña en nombre de las mujeres pobres, podían ofrecer mejor ayuda alentando los esfuerzos de las mujeres trabajadoras para empoderarse a través de la negociación colectiva. La sindicalización de las mujeres es un desafío especialmente difícil porque la sociedad en general las veía como trabajadoras marginales, en lugar de como sostén de la familia crítica que necesita mantenerse a sí misma o ayudar a mantener a sus familias. La National Women’s Trade Union League (WTUL), con sucursales en varias ciudades, era una organización de mujeres ricas y de clase trabajadora que se unían para ayudar a los esfuerzos de las mujeres que ya estaban trabajando con sus compañeros de trabajo masculinos en los sindicatos de la confección y la industria  textil.

Women's Trade Union League | American organization | Britannica

Si bien muchas hicieron trabajo filantrópico en nombre de las familias pobres, en esta nueva era las mujeres también pidieron la participación del estado en la concesión de alivio financiero a los necesitados. Para ayudar a un grupo de familias pobres, madres solteras obligadas a criar hijos sin ingresos masculinos, hicieron campaña en nombre de la ayuda estatal a las madres viudas. Dada la elevada mortalidad masculina debida a los accidentes de trabajo y a las malas condiciones de trabajo, el creciente número de madres viudas jóvenes y muy pobres era un problema social importante. A principios del siglo XX, muchos expertos en bienestar familiar estaban convencidos de que, si era posible, los hijos pobres de madres viudas debían ser mantenidos en casa, en lugar de colocados en orfanatos, que había sido la costumbre en el siglo XIX. En la segunda década del siglo XX, las ligas de pensiones para las madres que hacían campaña en todo el país tuvieron un éxito notable. Para 1920, la gran mayoría de los estados habían promulgado algún tipo de programa de pensiones para madres. Estas iniciativas financiadas por el estado fueron las precursoras del Dependent Children Assistance Program, que se convirtió en ley federal durante el New Deal como parte de la Social Security Act.

Las campañas de pensiones de las madres ejemplifican cómo los defensores de la expansión del bienestar social apelaron a las sensibilidades maternalistas de las audiencias de clase media. Al escribir en 1916 sobre las actividades de su Comité de Propaganda, Sophia Loeb de la Allegheny County Mothers’ Pension League, haciendo campaña por las pensiones de las madres en el área metropolitana de Pittsburgh, informó sobre la primera celebración pública del Día de la Madre en los Estados Unidos, señalando que la reunión de 1,100 “fue única en el hecho de que no solo se rindió homenaje a la maternidad en el habla y la flor,  pero la Madre fue honrada de una manera más práctica al tratar de ayudar a las madres menos afortunadas, en su lucha por ayudar a sus hijos bajo su propio techo”. [6]

History of child labor in the United States—part 2: the reform movement :  Monthly Labor Review: U.S. Bureau of Labor Statistics

La reforma del sistema de justicia de menores es otra forma de limitar la institucionalización de los niños pobres. Antes de la era progresista, los niños arrestados por una gran cantidad de delitos, incluidos el absentismo escolar y el robo en tiendas, podían terminar siendo juzgados como adultos y colocados en cárceles para adultos. Sin embargo, cada vez más, los estadounidenses prósperos de clase media adoptaron la opinión de que los niños, incluidos los niños pobres, no deberían ser vistos como adultos en miniatura, sino como seres humanos que necesitaban una enseñanza y crianza adecuadas para convertirse en adultos responsables; dicha crianza sería preferiblemente realizada por los padres, no por instituciones externas. En 1899, reformadores de Hull House como Julia Lathrop y Louise DeKoven Bowen persuadieron a los legisladores de Illinois para que instituyeran el primer tribunal de menores; a diferencia de los tribunales de adultos, podría ejercer una mayor flexibilidad en la imposición de penas y podría concentrarse en la rehabilitación en lugar del castigo. Poco después, tales tribunales fueron instituidos en ciudades de todo Estados Unidos. [7]

Ya sea haciendo campaña por las pensiones de las madres, la legislación laboral protectora, los programas de salud pública o el establecimiento del sistema de justicia juvenil, los maternalistas progresistas enfatizaron que estas iniciativas ayudarían a las mujeres a convertirse en mejores madres. Abogaron por programas específicos debido a sus convicciones tradicionales con respecto a los roles de género y la vida familiar, con los hombres como sostén de la familia exitosos y las mujeres como cuidadoras domésticas adecuadas, pero su enfoque también fue estratégico. Las mujeres sabían que su participación en la arena política iba en contra de las normas convencionales; concentrarse en cuestiones ya asociadas con los roles tradicionales de las mujeres disminuyó el impacto de su desafío.

Archivo:Novelist Charlotte Perkins Gilman.jpg - Wikipedia, la enciclopedia  libre

Charlotte Perkins Gilman

Sin embargo, algunas mujeres activistas cuestionaron aspectos de las normas tradicionales de género. La escritora y reconocida conferencista Charlotte Perkins Gilman también creía en los atributos especiales de las mujeres, pero cuestionó la organización misma de la sociedad basada en el hogar privado, argumentando que tanto la limpieza como el cuidado de los niños podrían hacerse mejor en entornos colectivos, lo que liberaría a las mujeres para dedicarse a otras ocupaciones. Otros activistas, a diferencia de los progresistas sociales, promovieron un nuevo abrazo de la sexualidad de las mujeres, algunos abogando por el amor libre. Margaret Sanger hizo campaña por el acceso a métodos anticonceptivos seguros y baratos para que las mujeres pudieran ejercer un mayor control sobre su salud y la forma en que eligieron ser madres.

The Woman's Trade Union League, 1903, was formed ... ⋆ Mad4NMDebido a que Gilman, Sanger y los defensores del amor libre promovieron la autonomía de las mujeres, a menudo las asociamos con el movimiento feminista emergente que se volvería tan importante más adelante en el siglo XX. Pero los académicos han argumentado recientemente que las reformadoras sociales progresistas también pueden llamarse feministas, específicamente feministas sociales, porque estaban comprometidas a aumentar los derechos sociales y políticos de las mujeres, incluso cuando usaban argumentos sobre las necesidades y atributos especiales de las mujeres para lograr sus objetivos. Así, las mujeres progresistas promovieron el sufragio femenino; muchas trabajaron vigorosamente en nombre de la causa y pertenecieron a la National American Woman Suffrage Association (NAWSA), la organización pro-sufragio dominante de la época. Al argumentar a favor del sufragio femenino en el Ladies’ Home Journal en 1910, Jane Addams apeló a sus lectores de clase media señalando que las mujeres en la sociedad moderna ya no realizaban las funciones de producir para sus familias todos los bienes que consumirían en casa; si se preocupaban por la salud y la seguridad de sus propias familias, los alimentos que comían,  el agua que bebían, las enfermedades que podrían contraer, deberían preocuparse por las condiciones que los rodeaban, y deberían querer la capacidad de votar sobre estas preocupaciones públicas. [8] Además, las feministas sociales no siempre enfatizaron el papel especial de las mujeres como madres cuando argumentaban en nombre del voto. Como activistas pragmáticos, adoptaron más de una estrategia para lograr reformas. Al igual que los hombres, su política era multifacética y estaba formada por una variedad de preocupaciones. Para lograr sus fines, trabajaron con varias coaliciones de reforma y a menudo adaptaron su retórica para fortalecer esas coaliciones. Y aunque creían que las mujeres tenían una afinidad especial por el trabajo de bienestar social, las mujeres progresistas no confiaban en la noción de que las mujeres tenían una simpatía natural por los pobres. Abordar los problemas sociales de la época, creían, requería una investigación de cabeza dura. “Una colonia de mujeres eficientes e inteligentes”, escribió Florence Kelley sobre sus colegas en Hull House en 1892. [9]

Hull-House Maps and Papers: A Presentation of Nationalities and Wages in a  Congested District of Chicago, Together With Comments and Essays on ... of  the Social Conditions (Classic Reprint) : Hull-House, Residents

Tres años más tarde, las mujeres de Hull House publicaron el famoso estudio detallado de las condiciones sociales en Chicago, Hull House Maps and Papers, ahora considerado un trabajo importante en la historia temprana de las ciencias sociales estadounidenses. Las mujeres llevaron a cabo investigaciones sociales detalladas como parte de sus campañas en favor de la legislación laboral protectora. Y en la Children’s Office, Lathrop hizo campaña en nombre de las iniciativas de salud pública para la atención infantil y materna y contra el trabajo infantil al lanzar primero investigaciones importantes sobre las condiciones que quería que abordara el gobierno.

Social Security History

Julia Lathrop

La convicción de que el conocimiento sobre las condiciones sociales conduciría al cambio social, implementado a través de métodos “científicos” modernos, era un sello distintivo de los reformadores sociales progresistas, tanto hombres como mujeres, pero para las investigadoras, la determinación de estudiar los problemas sociales abrió nuevas oportunidades para forjar un lugar en las ciencias sociales emergentes. Las mujeres a menudo fundaron y desarrollaron las primeras escuelas de posgrado de trabajo social. A su vez, la profesionalización del trabajo social brindó a las mujeres una serie de oportunidades profesionales, no solo como maestras en programas de capacitación de posgrado. A medida que los nuevos campos del bienestar infantil y familiar fueron asumidos por el gobierno local, estatal y, en última instancia, el gobierno nacional, las feministas sociales argumentaron con éxito que las mujeres deberían realizar estos trabajos. En 1919, la Children’s Office bajo Lathrop empleaba a 150 mujeres y sólo 19 hombres. [10] Las mujeres también tomaron trabajos en la U.S. Office of Women, fundada después de la Primera Guerra Mundial para atender las necesidades de las mujeres trabajadoras. En 1914, el Congreso financió programas de extensión educativa en áreas rurales, que incluían economía doméstica. Trabajando para el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos como economistas domésticas, las mujeres proporcionaron información sobre las nuevas tecnologías domésticas y trabajaron para difundir la nueva educación en economía doméstica en el campo. [11]

Al prestar consejos “profesionales” a las madres pobres, abogar por el uso de la limpieza moderna y las prácticas nutricionales y médicas, y promover la supervisión de las familias en el tribunal de menores, las mujeres progresistas seguramente exhibieron sesgos de clase. Los reformadores progresistas a menudo estaban demasiado seguros de que sabían lo que era mejor para los pobres. Pero más que la mayoría de los reformadores de la época, mujeres como Lathrop, Kelley y Adams apreciaban los problemas reales que enfrentaban los pobres; Lathrop, específicamente, tenía un respeto especial por el arduo trabajo de las madres, especialmente las madres pobres. Convencida de que la pobreza y los servicios inadecuados, no los defectos de carácter, eran responsables de enfermedades, desnutrición, delincuencia y muerte prematura entre las familias pobres, Lathrop y su personal en la Children’s Office trabajaron incansablemente para demostrarlo a los demás.

Los esfuerzos genuinos de las feministas sociales para llegar a través de las líneas de clase nacieron de su creencia de que las experiencias compartidas entre las mujeres, y los ideales compartidos, podrían borrar las diferencias de clase. Sin embargo, las mujeres inmigrantes, que vivían con familias que a menudo luchaban solo para llegar a fin de mes, a menudo tenían prioridades que diferían de las mujeres más prósperas que buscaban ayudarlas. Como activista sindical de la clase trabajadora, Leonora O’Reilly trabajó con mujeres de élite en una variedad de organizaciones de reforma, formó amistades cercanas con mujeres ricas y fue fundadora de la WTUL de Nueva York, sin embargo, en varias ocasiones se quejó de la condescendencia de la clase alta. [12] La división de clases también existía entre las mujeres dentro de los grupos minoritarios. Las mujeres judías rusas recién llegadas a menudo resentían lo que percibían como condescendencia por parte de las mujeres del NCJW, a pesar de que las mujeres más ricas proporcionaban ayuda crítica a los inmigrantes. Del mismo modo, el compromiso de elevar por parte de las mujeres negras en el NACW significaba proporcionar servicios sociales esenciales a sus hermanas más pobres, pero las mujeres más prósperas a menudo tenían dificultades para comprender y apreciar algunas de las preocupaciones de las mujeres más pobres.

Lost Womyn's Space: White Rose Home for Colored Working Girls (White Rose  Mission)Si la clase impedía que las mujeres se unieran, llegar a través de las líneas raciales era aún más problemático. Si bien las mujeres blancas podrían ser condescendientes cuando se trata de inmigrantes, su actitud hacia las madres afroamericanas podría ser aún más preocupante e impregnada de suposiciones sobre la superioridad de todas las culturas europeas. Muchas mujeres progresistas asumieron que los inmigrantes europeos podían aprender los valores modernos con respecto a las buenas madres, pero la mayoría creía que los estadounidenses negros no podían. Dado que las settlement houses estaban en gran parte segregadas, las mujeres negras no podían y no dependían de las settlement houses blancas, fundando las suyas propias, como el Frederick Douglass Center en Chicago, desarrollado por las activistas Ida B. Wells-Barnett, Fannie Williams y la reformadora blanca Celia Parker Woolley. En 1897, Victoria Earl Matthews estableció la White Rose Mission de la ciudad de Nueva York, el primer asentamiento negro dirigido exclusivamente por afroamericanos. [13] Las mujeres negras, al igual que sus contrapartes blancas, también impulsaron el sufragio femenino, solo para descubrir que las organizaciones de sufragio como NAWSA eran, en el mejor de los casos, indiferentes con respecto al tema del acceso de los negros al sufragio y, en el peor, hostiles.

La mayoría de los reformadores blancos estaban limitados por los prejuicios de su época, pero algunos de los más prominentes se destacaron por su visión más amplia de la igualdad de derechos. Florence Kelley y Jane Addams eran firmes defensoras del sufragio afroamericano; aunque ambos habían sido miembros activos de NAWSA, protestaron públicamente por el respaldo de la organización a la posición de los derechos de los estados sobre la cuestión de si los estadounidenses negros deberían o no tener igual acceso a las urnas. Kelley, Adams y Lathrop fueron miembros tempranos y activos de la National Association for the Advancement of Colored People.

La década que siguió a la Primera Guerra Mundial vio la desmovilización de la mayoría de las iniciativas progresistas. Los esfuerzos para mejorar la responsabilidad del gobierno por el bienestar social pasaron a un segundo plano frente a las campañas nativistas y los movimientos para disminuir el poder de los sindicatos al tiempo que aumentaban la capacidad de las corporaciones estadounidenses para operar sin obstáculos por las regulaciones gubernamentales. A mediados de la década de 1920, la mayoría de las organizaciones de mujeres progresistas y sus miembros se enfrentaban a acusaciones bien publicitadas de que formaban parte de una vasta conspiración radical que estaba decidida a traer un gobierno comunista a los Estados Unidos, tal como lo habían hecho recientemente los bolcheviques en Rusia.

Frances Perkins, la principal impulsora del New Deal en el gobierno de  Roosevelt - Innovadoras

Frances Perkins

Sin embargo, los logros de las décadas anteriores tuvieron efectos a largo plazo que duraron más que la reacción violenta de la posguerra. Una generación más joven de mujeres seguía empleada en organismos gubernamentales como la Oficina de la Infancia y la Oficina de la Mujer. En 1933, tres años después de la mayor depresión económica de Estados Unidos, los temas de bienestar social se movieron al frente y al centro de la agenda nacional. Cuando Franklin Roosevelt asumió la presidencia en marzo, las mujeres progresistas que habían apoyado activamente su candidatura y trabajado duro para obtener el voto estaban en condiciones de exigir que se les dieran roles aún mayores en el gobierno federal. El nombramiento de Frances Perkins como Secretaria de Trabajo, la primera mujer en encabezar un departamento del gabinete federal, fue evidencia de su poder político. Una ex jefa de la Liga de Consumidores de Nueva York, ex comisionada industrial del estado de Nueva York y ex comisionada laboral estatal del gobernador de Nueva York Franklin Roosevelt, Perkins y las mujeres progresistas que la rodeaban y la primera dama Eleanor Roosevelt, ahora trabajarían con éxito para implementar la legislación nacional sobre el trabajo infantil, los apoyos a los ingresos para los estadounidenses necesitados y toda una serie de temas que durante mucho tiempo habían estado en el centro de su agenda política.

[1]  Véase Molly Ladd-Taylor, Mother Work: Women, Child Welfare, and the State, 1890–1933 (Urbana: University of Illinois Press, 1994); Robyn Muncy, Creating a Female Dominion in American Reform, 1890–1935 (Nueva York: Oxford University Press, 1991).

[2]  Daniel Rodgers, “En busca del progresismo”, Reviews in American History 10, no. 4 (diciembre de 1982), pág. 123.

[3]  Maureen A. Flanagan, America Reformed: Progressives and Progressivisms, 1890–1920s (Nueva York: Oxford University Press, 2007), pág. 46.

[4]  Nancy Woloch, Women and the American Experience, 5ª ed. (Nueva York: McGraw Hill, 2011), 257.

[5]  Kathryn Kish Sklar, Florence Kelley and the Nation’s Work: The Rise of Women’s Political Culture, 1830–1900 (New Haven: Yale University Press, 1995), pág. 186.

[6]  “Informe del Comité de Propaganda”, Informe de la Liga de Pensiones de las Madres del Condado de Allegheny, 1915–1916 (Pittsburgh, PA), n.p.

[7]  Maureen A. Flanagan, America Reformed, págs. 45–46; Michael Willrich, City of Courts: Socializing Justice in Progressive Era Chicago (Nueva York: Cambridge University Press, 2003).

[8]  “Por qué las mujeres deberían votar”, Ladies’ Home Journal 27 (enero de 1910), págs. 1–22.

[9]  Sklar, Florence Kelley y el trabajo de la nación, 194.

[10]  Muncy, Creando un dominio femenino, 51.

[11]  Woloch, Women and the American Experience, pág. 289.

[12]  Lara Vapnek, Breadwinners: Working Women and Economic Independence, 1865–1920 (Urbana: University of Illinois Press, 2009), pág. 75.

[13]  Cheryl D. Hicks, Talk with You Like a Woman: African American Women, Justice, and Reform in New York, 1890–1925 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2010), pág. 100.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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El historiador Nelson Lichtenstein (@NelsonLichtens1) -profesor en la University of California, Santa Barbara- reacciona en este artículo, a la orden ejecutiva firmada por Joe Biden el 9 de julio de 2021, buscando promover la competencia y combatir los monopolios. Lichtenstein nos brinda un conciso pero muy interesante análisis del desarrollo de lo que él denomina  «la gran tradición antimonopolística» estadounidense. El Dr. Lichtenstein es director del Center for the Study of Work, Labor, and Democracy.


Trust Busting the Two-Party System

Biden está restaurando la tradición de Estados Unidos de luchar contra las grandes empresas

Nelson Lichtenstein

The New York Times   July 13, 2021

El viernes, el presidente Biden firmó una amplia orden ejecutiva destinada a frenar el dominio corporativo, mejorar la competencia empresarial y dar a los consumidores y trabajadores más opciones y poder. La orden cuenta con 72 iniciativas que varían ampliamente en el tema: neutralidad de la red y ayuda auditivas más baratas, mayor  escrutinio de la big tech y una ofensiva contra las altas tarifas que cobran los transportistas marítimos.

El presidente calificó su orden como un regreso a las «tradiciones antimonopolísticas» de las presidencias de Roosevelt a principios del siglo pasado. Esto puede haber sorprendido a algunos oyentes, ya que la orden no ofrece una llamada inmediata para la ruptura de Facebook o Amazon, que es la idea distintiva del antimonopolio.

Pero la orden ejecutiva del Sr. Biden hace algo aún más importante que el abuso de confianza. Devuelve a Estados Unidos a la gran tradición antimonopolística que ha animado la reforma social y económica casi desde la fundación de la nación. Esta tradición se preocupa menos por cuestiones tecnocráticas como si las concentraciones de poder corporativo conducirán a precios al consumidor más bajos y más por preocupaciones sociales y políticas más amplias sobre los efectos destructivos que las grandes empresas pueden tener en nuestra nación.

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Boston Tea Party

En 1773, cuando los patriotas estadounidenses arrojaron té de la Compañía Británica de las Indias Orientales al puerto de Boston, estaban protestando no sólo por un impuesto injusto, sino también por la concesión de un monopolio por parte de la corona británica a un favorito de la corte. Ese sentimiento floreció en el siglo 19, cuando los estadounidenses de todas las tendencias vieron concentraciones de poder económico que corrompían tanto la democracia como el libre mercado. Los abolicionistas se basaron en el espíritu antimonopolio cuando denunciaron el poder esclavista, y Andrew Jackson trató de desmantelar el Segundo Banco de los Estados Unidos porque sostenía los privilegios de una élite comercial y financiera del este.

Las amenazas a la democracia se volvieron aún más apremiantes con el surgimiento de corporaciones gigantes, a menudo llamadas trusts. Cuando el Congreso aprobó la Ley Antimonopolio Sherman en 1890, su autor, el senador John Sherman de Ohio, declaró: “Si no soportamos a un rey como poder político, no debemos soportar a un rey por la producción, el transporte y la venta de cualquiera de las necesidades de la vida”. Cuarenta y cinco años después, el presidente Franklin Roosevelt se hizo eco de ese sentimiento cuando denunció a la realeza “económica” que había  “creado un nuevo despotismo”. Veía el poder industrial y financiero concentrado como una “dictadura industrial” que amenazaba la democracia.

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La Standard Oil y otros trusts se convirtieron en el blanco de demandas antimonopolísticas no solo porque aplastaron a los competidores y aumentaron los precios al consumidor, sino también porque corrompieron la política y explotaron a sus empleados. Dividir estas compañías gigantes en unidades más pequeñas podría ayudar, pero pocos reformadores pensaron que las iniciativas antimonopolio del gobierno ofrecían la solución principal al desequilibrio de poder tan cada vez más frecuente en el capitalismo moderno. Lo que se necesitaba era una mayor regulación gubernamental y sindicatos poderosos.

En la era progresista, los tribunales dictaminaron que una amplia variedad de corporaciones e industrias “de interés público” podrían estar sujetas a las regulaciones gubernamental — que cubre precios, productos e incluso normas laborales — que en los últimos años se ha restringido en gran medida a las compañías eléctricas y de transporte. Dos décadas más tarde, los partidarios del Nuevo Trato trataron de desafiar el poder monopólico no sólo mediante una renovación de los litigios antimonopolio, sino también alentando el crecimiento del sindicalismo con el fin de crear una democracia industrial dentro del corazón mismo de la propia corporación.

Esa tradición antimonopolio se desvaneció después de la Segunda Guerra Mundial, colapsando en un discurso árido que no hacía más que una pregunta: ¿La prevención de una fusión o la desintegración de una empresa reduciría los precios al consumidor? El profesor de derecho conservador Robert Bork y una generación de abogados y economistas de ideas afines convencieron a la administración Reagan, así como a los tribunales, de que la antimonopolio bloqueaba la creación de formas de negocio eficientes y amigables para el consumidor. Incluso liberales como Lester Thurow y Robert Reich consideraron que la antimonopolio era irrelevante si las empresas estadounidenses competían en el extranjero. En 1992, por primera vez en un siglo, ningún punto antimonopolio apareció en la plataforma del Partido Demócrata.

How Biden Executive Order Affects Big Tech on Antitrust, Net Neutrality |  News Logic

Biden firmando la orden ejecutiva

El Sr. Biden ha declarado correctamente que este “experimento” de 40 años ha fracasado. “Capitalismo sin competencia no es capitalismo”, proclamó en la firma de la orden ejecutiva. “Es explotación¨.

Tal vez la parte más progresista de la orden ejecutiva es su denuncia de la forma en que las grandes corporaciones suprimen los salarios. Lo hacen monopolizando su mercado laboral —piensen en las presiones salariales ejercidas por Walmart en una pequeña ciudad— y obligando a millones de sus empleados a firmar acuerdos de no competencia que les impiden aceptar un mejor trabajo en la misma ocupación o industria.

El presidente y su gabinete antimonopolio han volteado de cabeza a un aspecto importante de la competencia empresarial tradicional. Durante demasiado tiempo, aquellos que abogan por una mayor competencia entre las empresas han ofrecido a los empleadores una orden judicial por recortar los salarios y las prestaciones, así como por subcontratar los servicios y la producción. Pero el Sr. Biden imagina un mundo en el que las empresas compitan por los trabajadores. “Si su empleador quiere mantenerlo, él o ella debería hacer que valga la pena quedarse”, dijo el Sr. Biden el viernes. “Ese es el tipo de competencia que conduce a mejores salarios y mayor dignidad en el trabajo”.

La tradición antimonopolio de la nación surge una vez más.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

 

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Seguimos conmerando el centenario de la aprobación de la 19ª Enmienda reconociendo el derecho al voto a las estadounidenses. En esta ocasión compartó una corta nota de Alisha Haridasani Gupta, reportera del New York Times, sobre el sufragismo estadounidense.


27 Pictures Of Badass Suffragists From American History

Sufragistas: una lucha con actitud por el voto femenino en EE.UU.

Alisha Haridasani Gupta

Clarín       9 de setiembre de 2020

Cuando en agosto Kamala Harris subió al escenario en una escuela secundaria de Delaware, después que Joe Biden anunciara que la había elegido como compañera de fórmula, intentó definirse como muchas cosas a la vez: senadora, mujer negra, mujer india, fiscal. Pero su papel más importante, “el que más importa”, dijo, es “momala”, madrastra de los dos hijos de su marido, Cole y Ella. Al elegir llevar la insignia de madre en el punto más alto de su carrera, Harris se insertó en un molde pertinaz en el que desde hace mucho se espera que encajen las mujeres poderosas: la figura cálida, maternal y amable que, como escribió Joan Williams, profesora de Derecho y directora del Center for Work Life Law, en una columna de opinión de The New York Times, se “centra en su familia y su comunidad, en lugar de trabajar en el interés propio”.

La idea de que las aptitudes vistas en una mujer están indisolublemente ligadas a su papel de cuidadora abnegada es una de las que han tenido un papel clave en la lucha de décadas por el derecho de la mujer al voto, sostiene Allison K. Lange, autora de Picturing Political Power: Images in the Women’s Suffrage Movement (Representar el poder político: Imágenes del movimiento por el sufragio femenino).

Es que a fines del siglo XIX y principios del XX, tanto los líderes pro-sufragio como los anti-sufragio utilizaron ideas sobre lo que las mujeres “deberían” ser para argumentar a favor y en contra del derecho al voto. Ambos bandos de esa grieta aprovecharon el surgimiento de la tecnología de la impresión y la fotografía para emprender lo que los historiadores definen como una de las primeras campañas políticas visuales coordinadas en la historia de los Estados Unidos. Y las sufragistas “fueron tan hábiles con las herramientas que tenían en ese momento como lo son ahora los manifestantes y los activistas”, en tanto utilizaban medios visuales para perfeccionar su mensaje y crear una marca reconocible al instante, escribe Susan Ware, historiadora y autora de Why They Marched: Untold Stories of the Women Who Fought For the Right of Vote (Por qué marchaban: Historias nunca contadas de las mujeres que lucharon por el derecho al voto). El resultado fue una vibrante propaganda de ambos lados, que ayudó a generar personajes y temas –desde la “comehombres” con sed de poder hasta la mujer moderna y trabajadora que podía compatibilizar todo– transmitidos a lo largo de las décadas y que siguen profundamente arraigados en la cultura actual.

Sufragistas en lucha por el voto femenino Estados Unidos.

Sufragistas en lucha por el voto femenino Estados Unidos.

Un tema recurrente en los antisufragistas –algunos de ellos mujeres– era que las mujeres supuestamente debían ser cuidadoras virtuosas y que darles el derecho al voto iría en detrimento de sus responsabilidades domésticas, como el cuidado de los hijos, la administración del hogar y el “mantenerse linda”, dijo Lange en una entrevista telefónica.

Ni bien se planteó la demanda del voto, quienes se oponían al sufragio femenino comenzaron a argumentar en contra de él, a menudo con medios visuales. Utilizaban grabados que se vendían como decoración para presentar sus ideales de “maternidad” y “femineidad” como diametralmente opuestos al sucio mundo de la política y la búsqueda agresiva del éxito en la vida pública. Las imágenes creadas en 1869 por una de las casas de grabados más destacadas de la época, Currier & Ives, a menudo pintaban a las mujeres que luchaban por el voto como “monstruos feos y desvergonzados”, que amenazaban con derribar el statu quo, reflexionó Lange. A menudo iban vestidas con atuendos considerados escandalosos –faldas que dejaban al descubierto los tobillos, pantalones anchos y cortos o bombachas rurales– y se entregaban a lo que en general se habría considerado un comportamiento inmoral, como fumar, beber o ignorar el llanto de un bebé. “Esos grabados se proponían atacar la femineidad de las mujeres, su sentido del decoro y su respetabilidad”, agrega Kate Clarke Lemay, historiadora y curadora de la Galería Nacional de Retratos. “Se les destinaban epítetos como comehombres”.

Para contrarrestar los ataques de sus adversarios, en la década de 1870 las sufragistas comenzaron a posar para retratos que se vendían con el fin de recaudar dinero para la causa. Esperaban que esas imágenes ayudaran a mostrar su movimiento bajo una luz más elegante, muy lejos de las caricaturas que circulaban. Todo, desde sus poses hasta su ropa, fue cuidadosamente estudiado para ayudar a difundir una imagen de inteligencia, moralidad y refinamiento.

Untold Stories of Black Women in the Suffrage Movement - YouTube

Las sufragistas negras, que a menudo eran marginadas en los grupos de sufragistas blancas, también crearon sus propios retratos con la esperanza de contrarrestar los estereotipos racistas y sexistas. A mediados del siglo XIX, la abolicionista y sufragista Sojourner Truth vendía tarjetas con su retrato en sus giras de conferencias como forma de afirmar su respetabilidad y la propiedad de su trabajo. Cuando líderes sufragistas negras posteriores como Ida B. Wells-Barnett y Mary McLeod Bethune posaron para retratos, al igual que Stanton y Anthony, se vistieron con ropa elegante y usaron joyas para proyectar riqueza y refinamiento.

NAWSA, (National American Woman Suffrage Association) Collection (Selected  Special Collections: Rare Book and Special Collections Division, Library of  Congress)En la década de 1910, cuando el movimiento cambió de enfoque para lograr una enmienda del sufragio federal e hizo uso de la prensa nacional para conseguir apoyo para esa campaña, las sufragistas se inclinaron por las imágenes de mujeres como figuras puras y heroicas, dijo Lemay. En marzo de 1913, Paul y la NAWSA (la Asociación Pro Sufragio de la Mujer, según sus siglas en inglés) organizaron un enorme desfile de sufragistas en Washington, el día antes de la toma de posesión del presidente Woodrow Wilson. Miles de mujeres con vestidos blancos y algunas incluso montadas a caballo marcharon por la capital.

A la mañana siguiente, la noticia del desfile ocupó gran parte de la portada de The Washington Post. El titular decía: “La belleza, la gracia y el arte de la mujer desconciertan a la capital–Millas de ondulante femineidad presentan una fascinante atracción sufragista”. Al parecer, las primeras caricaturas de las sufragistas representadas como “feas” habían sido refutadas con éxito.

Al mismo tiempo, la NAWSA también trabajaba para revertir la representación antisufragista de la maternidad, planteando como argumento a través de afiches y grabados que el sufragio no le quitaría valor. De hecho, argumentaban que el voto no solo beneficiaba los intereses de las madres, porque les permitía abogar políticamente por los temas que les preocupaban, sino también que el hecho de ser madres haría que las mujeres fueran mejores votantes.

En 1906, Jane Addams, pionera del movimiento de casas de acogida y miembro de la junta de la NAWSA, articuló esa línea de pensamiento en la convención anual de la agrupación. “El trabajo doméstico urbano ha fracasado en parte porque no se ha consultado a las mujeres, las amas de casa tradicionales”, dijo, y los gobiernos “exigen la ayuda de mentes acostumbradas al detalle y a la variedad de trabajo, a un sentido de la obligación por la salud y el bienestar de los niños y a la responsabilidad por la limpieza y la comodidad de otras personas”.

Esta visión idealizada de las sufragistas como inteligentes, bellas, solícitas y maternales dio lugar, dijo Lange, a la idea de que la participación de la mujer en la política no destruiría la vida doméstica. De que ambas cosas no son mutuamente excluyentes y de que una alimenta a la otra.

Mellon Foundation Grant to Radcliffe's Schlesinger Library Will Catalyze  New Scholarship on American Women's Suffrage and the Still-Unrealized  Promise of Female Citizenship | HASTACEn el siglo que siguió a la ratificación de la 19ª Enmienda –que prohibió la discriminación en las urnas por motivos de sexo–, estos debates sobre la femineidad y la maternidad persisten. Y la pregunta sobre cómo los manejan las mujeres que están bajo la mirada pública ha surgido una y otra vez, obligando al creciente número de mujeres que se presentan a elecciones “a negociar su imagen pública desde el punto de vista de su condición de madres, esposas, hijas”, escribe Lange en su libro. Lo vimos en 2008, cuando Sarah Palin, la ex gobernadora de Alaska que fue candidata a la vicepresidencia junto al senador John McCain, se presentó constantemente como una hockey mom, una madre que lleva a sus hijos cada día a jugar al hockey.

Y lo vimos en 1984, cuando a Geraldine Ferraro, que venía de hacer historia al formar parte de la fórmula presidencial de un partido importante, en Mississippi el Comisionado de Agricultura del estado le preguntó si podía preparar muffins de arándanos.

“Claro que puedo”, respondió Ferraro. “¿Y usted?”


©The New York Times.

Traducido por Elisa Carnelli

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Para comenmorar el centenario de la ratificación de la Enmienda 19 reconociendo el derecho al voto a las ciudadanas estadounidenses, comparto esta antología de artículos sobre del sufragismo en Estados Unidos, publicados en el Journal of American History.  El acceso a ellos será gratuito hasta el 20 de noviembre de este año.


Today in History, June 4, 1919: Congress approved 19th amendment ...

Women, Voting, and the Nineteenth Amendment: a JAH Suffrage Reader

On August 18, 1920, the General Assembly of Tennessee—the requisite thirty-sixth state—ratified the Nineteenth Amendment. After decades of public activism, and more than a year of legislative debate, the amendment, which prohibited the denial or abridgement of the right of citizens to vote “on account of sex,” at last became part of the U.S. Constitution. Woman suffrage became a right—though not for all women a reality—throughout the nation.

To mark the centennial of the Nineteenth Amendment, and to encourage critical assessment of the broader histories of suffrage and suffrage restriction in the United States, the Journal of American History has assembled “Women, Voting, and the Nineteenth Amendment: A JAH Suffrage Reader.” This reader offers a sampling of numerous articles and reviews published in the JAH over the past half century. By no means exhaustive, it is intended to provide readers with a brief introduction to the history and historiography of woman suffrage, and women’s political activism more generally, in the United States. As part of our ongoing series Sex, Suffrage, Solidarities: Centennial Reappraisals, we hope that this reader will benefit students, educators, and researchers who wish to learn more about these topics. We invite all readers to revisit as well the JAH Women’s History Index, published in our March 2020 issue.

The following articles and reviews will be freely available through November 30, 2020:

Detail, Votes for Women: Song (1914). Library of Congress, Music Division.

 

The New Woman: Changing Views of Women in the 1920s (September 1974)

Estelle B Freedman

Journal of American History, Volume 61, Issue 2, September 1974, Pages 372–393, https://doi.org/10.2307/1903954

Leadership and Tactics in the American Woman Suffrage Movement: A New Perspective from Massachusetts (September 1975)

Sharon Hartman Strom

Journal of American History, Volume 62, Issue 2, September 1975, Pages 296–315, https://doi.org/10.2307/1903256

Feminist Politics in the 1920s: The National Woman’s Party (June 1984)

Nancy F Cott

in Journals

Journal of American History, Volume 71, Issue 1, June 1984, Pages 43–68, https://doi.org/10.2307/1899833

Working Women, Class Relations, and Suffrage Militance: Harriot Stanton Blatch and the New York Woman Suffrage Movement, 1894–1909 (June 1987)

Ellen Carol DuBois

in Journals

Journal of American History, Volume 74, Issue 1, June 1987, Pages 34–58, https://doi.org/10.2307/1908504

Outgrowing the Compact of the Fathers: Equal Rights, Woman Suffrage, and the United States Constitution, 1820–1878 (December 1987)

Ellen Carol DuBois

in Journals

Journal of American History, Volume 74, Issue 3, December 1987, Pages 836–862, https://doi.org/10.2307/1902156

What’s in a Name? The Limits of “Social Feminism”; or, Expanding the Vocabulary of Women’s History (December 1989)

Nancy F Cott

Journal of American History, Volume 76, Issue 3, December 1989, Pages 809–829, https://doi.org/10.2307/2936422

Political Style and Women’s Power, 1830–1930 (December 1990)

Michael McGerr

Journal of American History, Volume 77, Issue 3, December 1990, Pages 864–885, https://doi.org/10.2307/2078989

Review of New Women of the New South: The Leaders of the Woman Suffrage Movement in the Southern States by Marjorie Spruill Wheeler (September 1994)

Laura F Edwards

in Journals

Journal of American History, Volume 81, Issue 2, September 1994, Page 731, https://doi.org/10.2307/2081305

Review of Women against Women: American Anti-Suffragism, 1880-1920 by Jane Jerome Camhi and The Home, Heaven, and Mother Party: Female Anti-Suffragists in the United States, 1868-1920 by Thomas J. Jablonksy (June 1996)

Anne M Boylan

in Journals

Journal of American History, Volume 83, Issue 1, June 1996, Pages 247–249, https://doi.org/10.2307/2945572

“The Liberty of Self-Degradation”: Polygamy, Woman Suffrage, and Consent in Nineteenth-Century America (December 1996)

Sarah Barringer Gordon

Journal of American History, Volume 83, Issue 3, December 1996, Pages 815–847, https://doi.org/10.2307/2945641

Review of African American Women in the Struggle for the Vote, 1850-1920 by Rosalyn Terborg-Penn (June 1999)

Jane Rhodes

Journal of American History, Volume 86, Issue 1, June 1999, Page 273, https://doi.org/10.2307/2567500

Review of Woman Suffrage and Women’s Rights by Ellen Carol DuBois (June 2001)

Louise M Newman

in Journals

Journal of American History, Volume 88, Issue 1, June 2001, Pages 215–216, https://doi.org/10.2307/2674975

Review of Suffragists in an Imperial Age: U.S. Expansion and the Woman Question, 1870-1929 by Allison L. Sneider (December 2008)

Tracey Jean Boisseau

in Journals

Journal of American History, Volume 95, Issue 3, December 2008, Page 866, https://doi.org/10.2307/27694455

The Incorporation of American Feminism: Suffragists and the Postbellum Lyceum (March 2010)

Lisa Tetrault

Journal of American History, Volume 96, Issue 4, March 2010, Pages 1027–1056, https://doi.org/10.1093/jahist/96.4.1027

Suffragettes and Soviets: American Feminists and the Specter of Revolutionary Russia (March 2014)

Julia L Mickenberg

Journal of American History, Volume 100, Issue 4, March 2014, Pages 1021–1051, https://doi.org/10.1093/jahist/jau004

Review of The Myth of Seneca Falls: Memory and the Women’s Suffrage Movement, 1848-1898 by Lisa Tetrault (September 2015)

Nicole Eaton

Journal of American History, Volume 102, Issue 2, September 2015, Pages 559–560, https://doi.org/10.1093/jahist/jav368

Review of Counting Women’s Ballots: Female Voters from Suffrage through the New Deal by J. Kevin Corder and Christina Wolbrecht (March 2018)

Eileen McDonagh

in Journals

Journal of American History, Volume 104, Issue 4, March 2018, Page 1043, https://doi.org/10.1093/jahist/jax493

Interchange: Women’s Suffrage, the Nineteenth Amendment, and the Right to Vote (December 2019)

Ellen Carol DuBois, Liette Gidlow, et al.

in Journals

Journal of American History, Volume 106, Issue 3, December 2019, Pages 662–694, https://doi.org/10.1093/jahist/jaz506

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El Dr. Mark Allan Jackson profesor de la Middle Tennessee State University, nos recuerda en este corto ensayo publicado en la revista Aeon, que la música country no siempre estuvo, como lo está ahora, asociada al conservadurismo. Por el contrario, este género musical estuvo enraizado en los movimientos progresistas de principios del siglo XX. 

When Donald Trump took the first international trip of his presidency to Saudi Arabia in May 2017, another US icon also travelled along as part of the celebration of the alliance between these two countries: the country-music star Toby Keith. For many observers, Keith was a surprise choice for an appearance in a Muslim country, as he rose to conservative prominence in the US through his post-9/11, jingoistic anthems in praise of intervention in the Middle East, such as The Taliban Song (2003) and Courtesy of the Red, White and Blue (2002, with its signature warning: ‘We’ll put a boot in your ass. / It’s the American way.’)

Perhaps Keith’s appearance at the Trump inauguration urged the Saudis to make this unusual pick, with them hoping to curry favour by appealing to the new president’s tastes – although Trump has never been a country fan. Maybe the choice acknowledged Keith’s popularity with some members of Trump’s voter base. But, for whatever reason, the singer became pegged as a kind of cultural emissary as a result of this visit. What was he representing and to whom?

Alyssa Rosenberg, writing in The Washington Post in May 2017, speculated that Keith ‘sees himself as an ambassador for a certain version of American society, for cold beers and women in crop-tops and backyard poker games and the redeeming power of Christianity’. Although these positions (and others Keith has taken) do not fit Saudi Arabia’s particular brand of conservatism, they do play well in the US – at least to some voters and listeners. But at the same time, they misrepresent the whole of what country music stands for (or against).

This recent episode does not stand alone in how country music has often been presented to the world. Early on, it was deemed ‘hillbilly music’ by the very recording industry producing it, stereotypically linking it to a supposedly degenerate and backwards culture. We can see this image echoed on the front page of Variety in 1926, where the music critic Abel Green first defines the audience: ‘The “hill-billy” is a North Carolina or Tennessee and adjacent mountaineer type of illiterate white whose creed and allegiance are to the Bible … and the phonograph.’ Then the music got its lashing when Green described it as ‘the sing-song, nasal-twanging vocalising of a Vernon Dalhart or a Carson Robison … reciting the banal lyrics of a Prisoner’s Song or The Death of Floyd Collins …’

These kinds of negative projections of the people who have made country music, and have listened to it, linger even unto today. The stereotype is that they all harbour conservative political and social beliefs, setting them as sexist, racist, jingoistic and fundamentalist Christian by nature. But this image is a lie. For, right from the start, country music spoke up with a progressive voice.

One early example of this is from Blind Alfred Reed, who crafted How Can a Poor Man Stand Such Times and Live? (1929). The song takes on the unjust practices of groups in power, such as in the lines: ‘preachers preach for gold and not for souls’ and ‘Officers kill without a cause.’ It presents the entirety of the working class as being victimised at the very dawn of the Great Depression. But Reed also wrote the religious song There’ll Be No Distinction There (1929), which illustrated an egalitarian afterlife in the lines: ‘We’ll all sit together in the same kind of pews, / The whites and the coloured folks, the gentiles and the Jews.’ But Reed was not alone in expressing sympathy for the working class or in calling out for a more equitable society: others from this early era – such as Uncle Dave Macon, Fiddlin’ John Carson and Henry Whitter – expressed similar sentiments, just as Johnny Cash, Steve Earle and John Rich have done in later decades.

Country music has also spoken out on women’s issues, such as in Loretta Lynn’s hit The Pill (1975). The song celebrates freedom from pregnancy, with the narrator noting how her husband has always been carefree and unfaithful while she was tied down with ‘a couple [babies] in my arms’ and another one on the way. Lynn’s message here is clear – she despises this kind of unequitable relationship, as she bluntly states in her autobiography Coal Miner’s Daughter (1976): ‘Well, shoot, I don’t believe in double standards, where men can get away with things that women can’t.’ In the country-music market, this song stands out as an unabashed and rather radical call for sexual liberation and biological control, challenging the man’s past sexual prerogative and presenting a situation where the woman may also enjoy a variety of sexual liaisons without the social/economic restrictions that come with pregnancy, childbirth and childcare. Lynn rejoices both in the song and in her own overall personal belief that the contraceptive pill will allow women greater control of their own lives: ‘I really believe in those words. It’s all about how the man keeps the woman barefoot and pregnant over the years. I think it’s great that women have a way of protecting themselves now, without worrying about the man.’ And Lynn has not been alone in advocating for women’s rights, joining others, from Kitty Wells to Margo Price, in pointing out gender prejudices and abuses.

Performers have also taken up racial issues throughout the history of country music. In the late 1960s and early ’70s, Merle Haggard recorded Go Home and Irma Jackson, which both centre on interracial love affairs, with the lyrics siding with the couple, not the prejudice. Both of these songs appeared in the era of Loving v Virginia (1967), the US Supreme Court decision that overturned several states’ laws against miscegenation. Thus, Haggard repeatedly took an explicitly progressive stand at a time when interracial relationships remained contentious, especially in the South. More recently, Garth Brooks, Brad Paisley and Jason Isbell have taken bold stands on race relations in the US.

Country music, from its very beginnings to its latest hits, has ranged about, speaking out on any number of issues and not just with one voice. Many have explored its sonic landscape. Yet when figures such as Keith strut out onto the political stage – whether it be in Washington, DC or Riyadh – too often the mainstream media, Right-wing politicians and others ignorant of the rich and varied history of this essential American music point to them and try to paint it as a conservative-only expression. To counter this false impression, country music deserves better cultural ambassadors, artists who can and have voiced the full range of views that have always been part of the tradition, the full truth of country music.

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“1898”, McGee y el imperialismo progresista

José Anazagasty Rodrìguez

 

80 grados   3 de octubre de 2014

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William J. McGee

La Era Progresista fue un periodo de la historia estadounidense, entre la última década del siglo 19 y las primeras dos del siglo 20, protagonizada por un movimiento social reformista que concretó diversas reformas en los campos sociales, políticos, económicos, y ambientales. Este movimiento acogió la instauración del progreso como su problemática primordial. Se trataba de un progresismo liberal y crítico del Gilded Age que, pese a ello, no se alejaba demasiado del polo conservador del liberalismo.

El progresismo, indeterminado, desafía cualquier intento de definirlo, esto por haber sido un movimiento heterogéneo, dinámico y complejo. Se trataba también de un movimiento que de muchas formas intentó reconciliar varias tendencias opuestas: entre lo nuevo y lo viejo, entre el individuo y la sociedad, entre la racionalidad científica y la lógica del protestantismo cristiano, entre el fomento del crecimiento económico y los excesos del desarrollo capitalista, entre otras tensiones. Sin embargo, muchos progresistas, arraigados a la modernización, defendieron y promovieron tenazmente la racionalidad científica, reclamando eficiencia y apoyando la intrusión tecnocrática en el ordenamiento y control social. Y algunos favorecieron la intervención estatal para garantizar incluso un crecimiento económico eficiente pero sensato, oponiéndose a los monopolios y los excesos corporativos. Pero el movimiento también apoyó la expansión territorial de los Estados Unidos, su ingreso a los círculos imperialistas a finales del siglo 19.

El origen de la Era Progresista coincidió con la génesis de la fase hemisférica del imperialismo estadounidense. Fue en los primeros años de la Era Progresista que Estados Unidos se inició como fuerza imperialista, esto tras adquirir en 1898 un imperio directo transcontinental que incluyó a varias islas. Sin embargo, las conexiones entre el progresismo y el imperialismo estadounidense son pocas veces destacadas por los estudiosos de la historia imperial estadounidense. Entre los historiadores estadounidenses y otros estudiosos de esa nación predomina una interpretación ortodoxa y dogmática que imagina el progresismo y el imperialismo como incompatibles. Pero contrario a esta tesis, y como demostró William E. Leuchtenburg, la mayoría de los progresistas favorecieron el imperialismo, algunos más que otros. Más aún, el contenido ideológico del progresismo y del imperialismo concordó muchas veces, un contenido también palpable en varias políticas coloniales estadounidenses. Un buen ejemplo fue la Ley de los 500 Acres, implantada en Puerto Rico por la administración militar-colonial estadounidense, la que estaba fundamentada en el llamado progresista a regular los monopolios, esfuerzo concretizado en las llamadas “antitrust laws.” Otro buen ejemplo fue el manejo de los recursos naturales en las colonias, como el ordenamiento racional y científico de los bosques puertorriqueños a través de la dasonomía y la silvicultura durante la Era Progresista, prácticas asociadas a Gifford Pinchot, conocido conservacionista progresista. De hecho, el conservacionismo de la época nos permite examinar algunos de los paralelos entre el contenido ideológico del progresismo y el imperialismo.

Me propongo a continuación, y mediante una lectura de uno de los escritos de William J. McGee publicado en National Geographic Magazine en 1898 antes de que este sirviera como oficial gubernamental bajo Theodore Roosevelt, develar algunos aspectos de esa afinidad y del apoyo progresista al imperialismo.

El movimiento conservacionista, antecesor del ambientalismo moderno estadounidense, se dividió en dos tendencias principales. Una de estas tendencias enfatizó el uso y manejo eficiente de los recursos naturales para garantizar el crecimiento económico sostenido de la nación. La otra tendencia enfatizaba la restauración y conservación de los recursos naturales por razones estéticas, morales y recreacionales. La tensión entre estas tendencias han marcado las políticas ambientales estadounidenses desde entonces, como ilustra la historia del US Forest Service. Jhon Muir fue el gestor más importante de la segunda tendencia mientras que Gifford Pinchot fue el gestor más importante de la primera.

William Joseph McGee, quien ya discutí en un artículo previo, también fue un importante representante de esta segunda tendencia y ambos apoyaron el imperialismo estadounidense, inclusive como actores importantes en la administración de Theodore Roosevelt. McGee fue antropólogo, etnólogo, inventor, geólogo y conservacionista. Fue ideólogo del conservacionismo en las esferas gubernamentales de la administración Roosevelt, participando inclusive de la redacción de los discursos presidenciales. McGee fue también Vicepresidente y Secretario del Inland Waterway Commision, dirigente del Bureau of Ethnology, y Presidente y Vicepresidente del National Geographic Society.

Para McGee el conservacionismo era la fase más avanzada de la evolución, esta entendida desde la perspectiva lamarckista. McGee, igual que Frederick J. Turner, consideraba la expansión territorial determinante en la evolución de los Estados Unidos. Es por ello que McGee celebró y justificó la adquisición de un imperio directo transcontinental a finales del siglo 19. Fue precisamente en el mismo año de la Guerra Hispanoamericana, 1898, que McGee pronunció ante una sección conjunta de la National Geographic Society y la American Society for the Advancement of Science un discurso sobre el crecimiento territorial de los Estados Unidos en el que explicaba, elogiaba y hasta legitimaba la expansión territorial. Su discurso sería más tarde publicado en National Geographic Magazine ese mismo año.

Según McGee, la anexión de Hawái, Filipinas y Puerto Rico resumían una larga pero interrumpida historia de expansión territorial estadounidense, la que describió como una carrera sin paralelos, esto por el tremendo y rápido crecimiento territorial que envolvió. Además, McGee afirmaba que esta fue una carrera expansionista amigable y de anexiones voluntarias que no envolvieron conquistas inspiradas en “motivos mercenarios.” Insistía además en que esa carrera benefició a los habitantes de las tierras agregadas tanto como a los estadounidenses. Afirmaba también que el crecimiento territorial de los Estados Unidos no era sino la expresión de su “destino manifiesto”, un destino afín con las leyes naturales de la evolución. En adición, McGee alegaba que el crecimiento territorial envolvió la rápida asimilación y “conquista noble” de la naturaleza, la superación de diversos obstáculos naturales mediante la innovación tecnológica producto del carácter innovador de los estadounidenses. Finalmente, cada extensión territorial, insistía McGee, estuvo precisamente caracterizada por efectos positivos y significativos en el carácter nacional e individual de los estadounidenses.

Para McGee, con toda aquella épica historia expansionista como precedente, no había razones para pensar que sería distinto con “la isla jardín de Porto Rico,” y “las cientos de islas filipinas.” Con esos planteamientos McGee movilizó varios de los mismos conceptos utilizados por los imperialistas estadounidenses, incluyendo la idea de los Estados Unidos como una nación excepcional y benevolente cuyo destino expreso, aparte de perfeccionar continuamente su carácter, era expandirse alrededor del globo, conquistar la naturaleza y llevar las buenas nuevas de sus innovaciones, el progreso, al resto de los habitantes del planeta. Pero quizá lo más interesante de las expresiones de McGee fue su caracterización de la expansión territorial estadounidense, del imperialismo, como un proceso natural.

Según McGee, si los nuevos territorios representaban una pequeña extensión de tierra, una mera “onda en la corriente del progreso nacional,” el proceso y sus consecuencias serían similares a expansiones previas. Los estadounidenses, realizando su destino manifiesto, incorporarían esas tierras y sus habitantes rápidamente para, y guiados por la benevolencia, transferirles grandes beneficios a los habitantes de aquellas tierras, de paso conquistando la naturaleza y sus frenos al progreso humano mediante la ciencia y la tecnología. Para McGee la posesión de las islas les requería a los estadounidenses producir dispositivos que le permitieran acortar el tiempo y aniquilar el espacio, una fuerza naval para McGee. El entonces Vicepresidente de la National Geographic Society vaticinaba, probablemente inspirado en Alfred T. Mahan, que Estados Unidos se convertiría en la “nación naval de la Tierra.” Para McGee, vencer esos obstáculos marítimos significaba, como significó vencer las fuerzas naturales en expansiones previas, el avance del carácter estadounidense, tanto a nivel individual como a nivel nacional. Y eso no era otra cosa para él que el progreso mismo de la humanidad.

En su artículo McGee recurrió a los números y varias tablas y gráficas para detallar la expansión territorial de los Estados Unidos a lo largo de su historia. Para él, cada expansión territorial, medida en millas cuadradas, fue seguida de un aumento poblacional considerable así como de un incremento significativo en la actividad comercial. Pero para McGee el auténtico crecimiento de la nación no estaba en esos indicadores territoriales, poblacionales y comerciales sino más bien en el avance de la iniciativa estadounidense, en la progresión de su vigor intelectual, físico y moral, en lo que llamó la “individualidad inteligente” de los estadounidenses, quienes unidos laboraban para “elevar” la humanidad y mejorar el mundo. Este énfasis en los lazos sociales y la cooperación era característico del progresismo. Para McGee el mejor indicador, aunque indirecto, del crecimiento en dicho vigor e individualidad, donde recaía el verdadero crecimiento de la nación, era la riqueza derivada de la expansión territorial:

The strenght of America is indeed faintly suggested by broad territorial expanse, teeming millions of people, and half the railways of the world; the real strenght lies in the immeasurable capabilities of individuals, who have already made noble conquest of nature’s forces; and there are no units for measuring the spontaneous powers of freemen united by common impulse in the common task of elevating mankind and bettering the world. While there is no direct way of measuring the individuality—much less the unity—of the American people, there are certain values indicating this quality even more clearly tan area or population; one of these is wealth, individual and collective.

McGee, al convertir la lucrativa expansión territorial estadounidense en un proceso natural, y por ende normal, ofreció a sus oyentes, miembros de la National Geographic Society y la American Society for the Advancement of Science, una interpretación lamarckista de imperialismo estadounidense, una similar a la de la “Tesis de la Frontera” de Frederick Jason Turner. Para McGee, y como el mismo expresó, el progreso estadounidense residía en la “conquista de la naturaleza” y no en la “conquista de las naciones” o en políticas nacionales. Para el conocido conservacionista-progresista la historia de Estados Unidos era la de una nación formada en su choque con la naturaleza, una historia en la que los estadounidenses además de acomodarse a las circunstancias ambientales transformaban su entorno a su favor, tomando, como se infiere del evolucionismo de Lamarck, una participación activa en la mutación del ambiente y consecuentemente de su propia especie. Y esa transformación era para McGee tan subjetiva como material. En la lucha con la naturaleza se construían la sociedad estadounidense y su identidad nacional. Allí también se construía el imperio y el futuro mismo de toda la humanidad, con los Estados Unidos a la vanguardia de su evolución.

El resultado ideológico de la narrativa lamarckista, turneriana y progresista de McGee fue conspicuo, coherente y efectivo: la naturalización del imperialismo. Y lo hizo, como es típico también de la retórica colonialista, en dos sentidos. Primero, McGee redujo el imperialismo a un fenómeno natural; el imperialismo estadounidense, parte de la historia humana, solo seguía las leyes naturales. Segundo, McGee convirtió el imperialismo en un fenómeno regular, un fenómeno que corrientemente ocurre, y por ende normal o natural. McGee lo hizo regular, habitual, ordinario. La expansión territorial era para McGee una expresión corriente de la conquista de la naturaleza y además conforme a las leyes de la evolución. El imperialismo estadounidense, como confirmaba el influyente conservacionista, no era una nueva política nacional sino la continuación de un proceso natural, centenario, exitoso y usual en la historia de la nación estadounidense:

He errs who forgets the history of this country. Every citizen of the United States would do well to remember the decades past, and realize that the growth of 1898 marks no new policy, and is but the normal continuation of a course of development successfully pursued for a century.

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What We Can Learn from the Progressives Is What Not to Do 

HNN  May 18, 2014

The crime ridden area of Bandit's Roost (1888) by Jacob Riis, from How the Other Half Lives.  - See more at: http://hnn.us/article/155583#sthash.3RP6JbgP.dpuf

The crime ridden area of Bandit’s Roost (1888) by Jacob Riis, from How the Other Half Lives.

Inequality seems to be on everyone’s radar these days. Barack Obama has declared it the “defining issue” of our time. The American public’s appetite for a 700-page book explaining the economics of inequality has Harvard University Press scrambling to fill orders. And the recent “Money Issue” of the New York Times Magazine weighed in on May 4, evoking Jacob Riis’s 1890 exposé of Lower East Side tenement squalor, How the Other Half Lives, with this cover headline:

“Rich City, Poor City: What it Feels Like to Have and Have Not in New York.”

The Magazine’s “Money Issue” is only the latest evidence that the collective distress over disparity is stimulating a revival of Progressive-era thinking: prominent historians, economists, and former government officials have all issued explicit calls for a return to Progressivism.i The Magazine deserves close attention, however, because it captures various pitfalls of heeding that call if we don’t maintain some critical historical perspective.

One reporter’s commentary, noting the political unlikelihood of large tax increases on the wealthy, stresses the equalizing potential of education, echoing (without invoking) Progressive-era philanthropists and educational reformers such as Andrew Carnegie, John D. Rockefeller, Andrew Mellon, and John Dewey. “The great income gains for the American middle class and poor in the mid-to-late 20th century,” he writes, “came after this country made high school universal and turned itself into the most educated nation in the world.”

This distorts history by conflating sequence and causation. Progressive philanthropists and advocates of universal secondary education, while providing avenues for individual social mobility, did not bring about widespread democratization. Workers’ movements, redistributionist programs, and protective labor legislation during the Depression preceded education as the cause of increasing equality, ensuring a more equitable division of wartime and postwar economic growth thereafter…in part through increased funding for education!

The mid-century educational boom, in other words, was primarily an effect, not a cause of economic leveling. In the earlier era of inequality, educational opportunities and the chance to take advantage of them remained off-limits for most Americans (and immigrants) for reasons of race, national origin, gender, and (most importantly, because it transcended all those categories) money. That is the case again today.

Another piece in the Magazine provides a glimpse into the life of teenagers in the Brownsville, Brooklyn projects. This article, “On the Brink in Brownsville,” updates How the Other Half Lives for 2014, presenting mostly bourgeois readers with alarming conditions—including domestic abuse in teenage relationships, violence as play, and normalized petty theft—in a low-income urban area.

2Riis’s reports from the city’s “dark corners” may have launched the Progressive Era, but his lurid tales and graphic photographs of non-white delinquency also fed racist and xenophobic fears (it did not help that Riis was himself a racist). The Brownsville story falls into this Progressive-era trap. Its detached account of a black community’s apparent apathy to mob behavior, and its concluding anecdote of its black teenage subject’s smirking about plans “to hang out in the neighborhood again this summer”—absent any meaningful form of analysis—are like cattle-prods for racism.

A quick glance at Times readers’ online comments confirms this: the bulk of them, including the seven top “Reader’s Picks” as of Tuesday afternoon, spew bile about “sociopathology,” a lack of “discipline and purpose,” and “subcultures…based on laziness, stupidity, and an incomprehensible tendency to ‘blame somebody else.’ ” Without deeper insight into the political-economic roots of conditions in Brownsville, the Magazine’s story tends to incite reaction instead of inspiring intervention.

The cover story, meanwhile, describes “an exercise in ‘radical empathy’ ” between students at the $43,000-per-year Fieldston Ethical Culture School, and University Heights High, a public school in the poorest area of the Bronx. As the story explains, each student paired up with one from the other school, shared a story “that in some way defined them,” and then recounted the partner’s anecdote as if it were his or her own.

Bourgeois Progressives made similar, or even more ambitious attempts to meet New York’s working poor on “equal” terms. Some, such as Lillian Wald, moved to the Lower East Side to live among immigrant workers in settlement houses. Wealthy women, such as Alva Belmont and Anne Tracy Morgan (J.P.’s daughter), joined immigrant socialists Pauline Newman and Rose Schneiderman in the 1909-1910 strike of shirtwaist makers. That strike galvanized the International Ladies’ Garment Workers’ Union, one of twentieth-century New York’s most progressive organizations, and a forerunner to the CIO.

The cross-class mutual interests that emerged from such encounters between rich and poor New Yorkers laid much of the intellectual groundwork for the regulatory reform in public health, workplace safety, and urban zoning that most people think of as among the Progressive Era’s greatest successes in redressing inequality. So perhaps we should be glad that a more recent generation of the affluent and afflicted are reaching out to each other, and that the press is noticing.

But Progressive-era New Yorkers indulged in less inspiring exercises in “radical empathy” across class lines, and the Magazine’s story reflects these as well.

On Christmas, 1899, thousands of the city’s poor gathered on the arena floor at Madison Square Garden for a dinner of suckling pig and cranberry relish, courtesy of the Salvation Army. Meanwhile, as the New-York Tribune reported, “thousands of well-fed and prosperous people” paid a dollar each to congregate in the mezzanine and watch the poor eat. One organizer of the event declared, “It means the dawning of a new era, the bridging of the gulf between the rich and the poor.”ix Most newspapers celebrated the event in similar terms the next day.x

Comparing this event to the Fieldston and University Heights exercise may seem unfair. The Salvation Army made little effort to mask the sheer class voyeurism of its Christmas Dinner, whereas the contemporary high schoolers shared personal stories and made honest attempts to inhabit each other’s experiences.

Yet for the Progressive-era New York newspapers and the Magazine’s May 4 “Money Issue,” the accounts of such cross-class encounters serve the same purpose: to offer their readers hope that the inequality gap might be bridgeable through improved education, empathy, or even proximity.

The Progressives have more valuable lessons to teach us. The fact is, despite decades of optimistic reformism, American income and wealth disparity continued to increase until the Crash of 1929. Progressive reforms made material differences in the lives of U.S. workers, but they failed in their larger goal of slowing or reversing inequality.

At the same time, those reforms necessitated the growth of the regulatory state. This provided the foundation upon which New Deal workers and reformers built to make real inroads against inequality—through legislation protecting collective bargaining rights, restraining the power of businessmen and financiers, and distributing the benefits of economic growth far more widely than Progressives ever dreamed possible.

Progressives never realized the full potential of the regulatory state to lessen inequality because they were too busy trying to change the behavior of the working class through educational reform, racist moral crusades in low-income neighborhoods, and empathy-building exercises. Rather than follow them down these well-worn paths, we should emulate—and improve upon—New Deal-era movements, using democracy to change the behavior that really needs changing: the wealthy’s.

David Huyssen is a Lecturer in U.S. History at Yale, and the author of Progressive Inequality: Rich and Poor in New York, 1890-1920 (Harvard UP, 2014).

 

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Aunque han existido más de dos partidos nacionales de manera simultánea, la historia política de los Estados Unidos ha estado caracterizada por la presencia dominante de dos partidos políticos. El nombre y la orientación política de estos dos partidos  ha variado a lo largo de la historia estadounidense.

El bipartidismo estadounidense nace en los primeros años de vida independiente de la nación norteamericana bajo la influencia de los eventos asociados a la Revolución Francesa. La crisis internacional provocada por los acontecimientos en Europa atrapó a los Estados Unidos entre las dos principales naciones en lucha: Francia y Gran Bretaña. La joven y aún vulnerable república norteamericana se vio amenazada por un conflicto del que no era responsable ni podía controlar.

En este contexto, la lucha entre dos grupos políticos provocó el desarrollo de los primeros partidos políticos norteamericanos: el Partido Federalista y el Partido Republicano. Los federalistas estaban liderados por Alexander Hamilton y se identificaban con los intereses de la región más urbana y comercial del país, el noreste. Éstos proponían el desarrollo de los Estados Unidos como un país manufacturero y comercial, por lo que defendían la creación de un banco nacional, el pago de la deuda nacional y el cobro de aranceles a los productos importados. A nivel internacional, los federalistas veían con recelo los eventos de la Revolución Francesa y no escondían sus simpatías por Gran Bretaña. Los republicanos estaban liderados por Thomas Jefferson y representaban los intereses del sur esclavista y agrario. Éstos favorecían el desarrollo de una economía agrícola de pequeños propietarios y se oponían a los aranceles y a la creación de un banco nacional porque creían que afectarían los intereses de los ciudadanos comunes. A nivel internacional, Jefferson y sus seguidores simpatizaban con la Francia revolucionaria y manifestaban una actitud claramente anti-británica.

Thomas Jefferson

Estos dos partidos se enfrentaron por primera vez en las elecciones de 1796. Los federalistas resultaron victoriosos, ganando la mayoría del Congreso y eligiendo a John Adams como el segundo presidente de los Estados Unidos. Éste mantuvo una política pro-británica, provocando serios problemas con Francia. En las elecciones de 1800 resultó electo Jefferson presidente, marcando el inicio de un dominio político republicano sobre el gobierno federal.

Ambos partidos mantuvieron una dura lucha hasta que la guerra de 1812 conllevó el fin del Partido Federalista. Los fracasos sufridos por las fuerzas norteamericanas durante la guerra –unida al costo económico del conflicto– provocaron críticas y una oposición popular, especialmente, donde los federalistas eran más poderosos: los estados de la zona de Nueva Inglaterra, al noreste del país. Dado que eran la principal fuerza política de la región, los federalistas lideraron la oposición a la guerra. En diciembre de 1814, un grupo de delegados de los estados de Nueva Inglaterra se reunieron en la ciudad de Hartford en el estado de Connecticut, para discutir las quejas contra la guerra y el gobierno del entonces Presidente James Madison, un republicano. Como parte de los debates de la convención se discutió la posibilidad de la secesión, es decir, de que la región se independizara y formara un nuevo país. Aunque los seguidores de esta idea eran una minoría, la euforia nacionalista provocada por la victoria de Andrew Jackson en la batalla de Nueva Orleans en 1814, hizo que los participantes de la Convención de Hartford fueron considerados unos traidores, lo que condenó a muerte al Partido Federalista.

La crisis y eventual desaparición del Partido Federalista llevó a los republicanos a dominar el escenario político nacional hasta 1824. Ese año las elecciones presidenciales fueron disputadas por cinco candidatos: John Quincy Adams, John C. Calhoun, William Crawford, Henry Clay y Andrew Jackson. Este último obtuvo la mayoría de votos populares, pero no la cantidad de votos electorales necesaria, por lo que la Cámara de Representantes tuvo que decidir entre los tres candidatos con más votos: Jackson, Adams y Crawford. Adams resultó electo con el apoyo de Clay, entonces Presidente de la Cámara, provocando las críticas de Jackson, quien fundó un nuevo partido político, el Demócrata.

En 1828 Jackson ganó las elecciones convirtiéndose en séptimo presidente de los Estados Unidos. El estilo personalista y enérgico de Jackson provocaron duras críticas entre sus opositores, que le acusaron de ser un dictador. En 1834, un grupo de legisladores se unieron para oponerse Jackson. Éstos se autodenominaron como los “whigs”, en alusión a los británicos que se opusieron a las arbitrariedades del rey Jorge III durante el periodo revolucionario. Los whigs alegaban que ellos se enfrentaban a un presidente que se comportaba como un rey tiránico y abusivo. Liderados por Calhoun, Clay y Daniel Webster, los whigs se convirtieron en una fuerza política coherente y organizada que defendía que el gobierno estuviese controlado por hombres capaces. En otras palabras, los whigs defendían un elitismo político basado en el talento: que los “mejores” gobernaran al país. A nivel económico, favorecían la libre empresa, la iniciativa privada, la expansión del gobierno federal y el estimulo al desarrollo industrial y comercial del país. Según ellos, Estados Unidos debía convertirse en una nación industrial con un comercio vigoroso El tema de la expansión al oeste era uno delicado para los whigs, pues temían que el crecimiento territorial produjera inestabilidad política. Rechazaban la lucha de clases, alegando que el crecimiento económico redundaría en beneficios para todos los norteamericanos, fuesen éstos agricultores, trabajadores o dueños de las fábricas.

Aunque los whigs tuvieron más simpatías entre los comerciantes y empresarios del noreste, también hubo whigs entre los sureños, quienes apoyaron el nuevo partido por razones muy especificas. Los whigs sureños no simpatizaban con el cobro de aranceles a las importaciones, pero sí tenían inversiones en bancos y ferrocarriles y, por ende, les atraía el programa económico del partido. Otros eran hacendados que querían acabar con el poder político que habían alcanzado los granjeros blancos libres durante la presidencia de Jackson. Algunos whigs sureños se había unido al partido en reacción a la actitud que asumió Jackson con relación a los derechos de los estados y el caso de Carolina del Sur y la teoría de la invalidación en 1828. En el oeste, los whigs fueron apoyados por una clase comercial emergente que favorecía el programa de mejoras internas y que estaba compuesta por inmigrantes.

Los seguidores de Jackson estaban agrupados bajo el Partido Demócrata. La filosofía de éstos estuvo influida por las políticas y acciones de Jackson. De ahí que éstos favorecieran limitar la intervención económica del gobierno federal, promovieran los derechos de los estados y se declararan defensores de los trabajadores, los granjeros y los “hombres honrados”, y enemigos de los monopolios, los aristócratas y los corruptos. Contrario a los whigs, los demócratas favorecían la expansión territorial porque creían que ésta aumentaría las oportunidades para los norteamericanos comunes. Los demócratas defendían la remoción y el traslado de los indios. Su base de apoyo político estaba entre los pequeños comerciantes y trabajadores del noreste y los agricultores sureños. Contrario a los líderes whigs, los líderes demócratas eran menos ricos y de origen popular.

Whigs y demócratas compitieron por el control del gobierno entre 1836 y 1852, alternándose en la presidencia. En 1836 fue electo presidente Martin Van Buren, un demócrata. Cuatro años más tarde fue electo William H. Harrison, un whig. En 1844, los demócratas volvieron a la Casa Blanca con la elección de James K. Polk, pero fueron derrotados en 1848 por Zachary Taylor, un whig veterano de la guerra con México. En el año 1852 se dio el último enfrentamiento entre estos dos partidos y los demócratas lograron la victoria con la elección de Franklin Pierce como décimo cuarto presidente de los Estados Unidos.

En la década de 1840 surgió un partido anti-inmigrante conocido como el Partido Americano, también conocido como el Partido Know Nothing. El origen de este nombre está en el hecho de cuando alguien les preguntaba algo a alguno sus miembros, éste respondía que no sabían nada (“know nothing”) y de ahí les quedo el calificativo. El nuevo partido contaba con el apoyo de pequeños granjeros, hombres de negocios modestos y gente trabajadora. Los “Know Nothings” poseían una rara combinación entre un fuerte nacionalismo anti-inmigrante conocido como “nativism” y anti-esclavismo, pues se oponían abiertamente a la inmigración de irlandeses y alemanes católicos (como también de los chinos) y su segmento norteño rechazaba la esclavitud. Su fuerte anti-catolicismo les llevaba a plantear la existencia de una conspiración entre el Papa y los propietarios de plantaciones esclavistas contra la democracia norteamericana. La llegada de miles de pobres inmigrantes católicos era, según ellos, parte de este complot, que amenazaba la idea que tenían los Know Nothings de los Estados Unidos como una sociedad protestante de individuos libres e iguales.

Aunque  logró algunas victorias electorales en ciudades de la zona de Nueva Inglaterra, el Partido Know Nothing entró en crisis como consecuencia de las divisiones internas, especialmente, sobre el tema de la esclavitud y eventualmente desapareció.

El tema de la esclavitud no afectó solamente a los Know Nothing. Los debates sobre el futuro de la esclavitud que caracterizaron la década de 1850 tuvieron serias consecuencias sobre otros partidos políticos. En 1854 fue aprobada por el Congreso la Ley Kansas-Nebraska revocando el Acuerdo de Missouri que prohibía la esclavitud al sur de paralelo 36º30´, permitiendo así que los territorios a sur de ese paralelo fuesen organizados sobre la base de la soberanía popular. Los residentes de los territorios de Kansas y Nebraska decidirían a través del voto si eran territorios, y por ende, estados esclavistas o no.

La ley Kansas-Nebraska tuvo consecuencias desastrosas para el sistema político norteamericano, pues destruyó al Partido Whig y dañó severamente al Demócrata. Los whigs y demócratas opuestos a la ley la denunciaron como un esfuerzo más para imponer la esclavitud en el país. Estos abandonaron sus respectivos partidos y se unieron a los “free-soilers” –un partido político opuesto a la expansión de la esclavitud fundado en 1848– y los grupos abolicionistas para fundar, en 1854, un nuevo partido político, el Republicano. Este partido estaba formado por grupos muy diferentes unidos por su rechazo de la esclavitud. Los miembros del Partido Republicano afirmaban los valores republicanos de libertad e individualismo, y consideraban que la esclavitud negaba ambos. La lucha entre republicanos y demócratas fue intensa en el periodo previo a la guerra civil.

El detonante de la guerra civil fue la victoria en las elecciones presidenciales de 1860 del Partido Republicano y de su candidato Abraham Lincoln. Estas elecciones jugaron un papel decisivo en la historia de los Estados Unidos. La victoria de Lincoln fue facilitada por la división del Partido Demócrata. La lucha por la candidatura presidencial llevó a los demócratas a una crisis interna y a la destrucción de ese partido. Como el Partido Demócrata agrupaba tanto a sureños como norteños, había jugado un importante papel como instrumento de conciliación durante las crisis regionales que vivió el país en la década de 1850. Su destrucción no sólo facilitó la victoria de Lincoln, sino que dejó a la nación sin una herramienta útil para enfrentar la crisis regional más severa de su historia: la secesión del Sur.

Los delegados del Partido Demócrata se reunieron en abril de 1860 en la ciudad de Charleston, Carolina del Sur, para elegir su candidato a la presidencia. El Senador Stephen Douglas contaba con una mayoría de votos, pero no tenía el apoyo necesario de dos terceras partes de los delegados. Para ello necesitaba el apoyo de los delegados sureños, que le exigieron garantizar la protección de la esclavitud en los territorios. Para Douglas, ello conllevaba violar su apoyo histórico a la doctrina de la soberanía popular, por lo que declinó la oferta de los sureños. Sin el apoyo de los sureños, la convención no pudo elegir un candidato. En junio de 1860, los delegados demócratas se reunieron nuevamente en la ciudad de Baltimore, Maryland, para intentar resolver las diferencias entre las facciones norteñas y sureñas y elegir un candidato a la presidencia. Esta segunda convención fue un total fracaso, pues los delegados sureños abandonaron la asamblea y luego nominaron John C. Breckinridge como su candidato presidencial. Sin la participación de los demócratas sureños, los norteños nominaron a Douglas su candidato presidencia, lo que selló la división y destrucción del Partido Demócrata.

Por su parte los republicanos nominaron a Abraham Lincoln como su candidato presidencial. Para complicar aún más la situación política, algunos whigs sureños se unieron a nativistas y crearon el Partido Unión Constitucional, con John Bell como su candidato a presidente.

Durante la campaña electoral, Breckinridge apoyó la extensión de la esclavitud en los territorios, mientras Lincoln se manifestó claramente a favor de su exclusión. Douglas buscó mantener un punto medio con su apoyo a la doctrina de la soberanía popular. Bell también buscó un compromiso, pero de forma más vaga que Douglas. Douglas fue el único candidato que alertó con insistencia sobre el peligro de la secesión.

Esta elección histórica produjo una enorme participación popular, pues votó el 81% de los electores. La división de los demócratas posibilitó la victoria de Lincoln, quien obtuvo 180 votos electorales y 1,865,593 votos populares. Breckinridge llegó en segundo lugar con 72 votos electorales y 848,356 votos populares. Bell llegó en tercer lugar con 592,906 votos populares y 39 votos electorales. Los 1,382,713 votos populares que obtuvo Douglas sólo le permitieron ganar dos estados y acumular 12 votos electorales. El resultado de la elección fue de un marcado regionalismo, pues todo el sur voto por Breckinridge, mientras Lincoln ganó en todos los estados libres de esclavos. Tan regionalista fue esta elección que en diez estados sureños el nombre de Lincoln ni siquiera apareció en la papeleta electoral.

Elecciones de 1860

El trauma de la guerra civil marcó el desarrollo de los partidos políticos en los años de la posguerra. El Partido Democrático resurgió con un claro control de los estados sureños, mientras que el Republicano controlaba el Norte. Entre 1860 y 1894, los republicanos ganaron 8 de las10 elecciones presidenciales que se celebraron. Sin embargo, no pudieron romper el dominio demócrata en el sur, y prueba de ello es que entre 1880 y 1924, ningún candidato republicano a la presidencia ganó ni uno solo de los estados que fueron parte de la Confederación.

Uno de los fenómenos políticos más importantes de la segunda mitad del siglo XIX fue el surgimiento de un partido de los granjeros norteamericanos. El nacimiento de este nuevo partido político estuvo directamente vinculado a los cambios económicos que experimentó la sociedad estadounidense en las últimas décadas de siglo XIX. Los granjeros norteamericanos comenzaron a organizarse a partir de la década de 1860 en respuesta a los problemas que enfrentaban, especialmente, con los precios de sus productos. El gran crecimiento de la agricultura a nivel mundial provocó la caída de los precios y, por ende, de los ingresos de los agricultores. Los agricultores tenían también problemas con los bancos por los altos intereses que pagaban por sus préstamos e hipotecas de sus fincas. En otras palabras, los granjeros vieron sus ingresos reducir, haciendo difícil el pago de sus hipotecas y poniendo en riesgo su supervivencia económica y, por ende, su forma de vida.

La dependencia en los ferrocarriles era otro serio problema que enfrentaban los agricultores, dado que la única forma rentable que tenían de enviar sus productos a los mercados era través de los trenes y las compañías ferrocarrileras se aprovechaban de esto cobrándoles tarifas abusivas.

La primera organización nacional de agricultores fue fundada en 1867 en la zona del medio oeste y fue conocida como los “Patrons of Husbandry”. También conocida como el “Grange” –otro palabra en inglés para granja– esta organización creció rápidamente entre los agricultores de las grandes planicies y entre agricultores al oeste y sur del río Misisipi, afectados todos por el descenso de los precios de sus productos. En poco tiempo el Grange llegó a tener 1,500,000 miembros.

El Grange concentró sus ataques contra los bancos, los ferrocarriles y los productores de maquinaria agrícola. A los bancos se les acusaba de cobrar intereses demasiado altos por sus préstamos. A los fabricantes de maquinaria, les acusaban de abusar de los agricultores vendiendo sus productos a precios más altos en los Estados Unidos que en Europa. A las compañías ferrocarrileras le acusaron de sobornar a legisladores estatales para cobrarle a los granjeros tarifas discriminatorias, ya que cobraban más caro por transportar productos agrícolas en rutas corta que en las largas. Gracias a la presión de los miembros del Grange varios estados del medio oeste aprobaron leyes estableciendo tarifas máximas de transporte ferroviario.

En la década de 1870 la economía estadounidense entró en una crisis económica que afectó severamente a los agricultores y acabó con el Grange. Para 1880, su membresía se había reducido a 100,000 personas. Además, el Tribunal Supremo llegó a varias decisiones que afectaron los logros legislativos alcanzados por el Grange a nivel estatal.

El fin del Grange no puso fin a los problemas de los agricultores y, por ende, a su necesidad de estar organizados. Por el contrario, la década de 1880 fue testigo del surgimiento de poderosas alianzas regionales de agricultores. En el sur, los agricultores se unieron para enfrentar el descenso en los precios del algodón y fundaron la Alianza Sureña de Granjeros en 1877. A los granjeros afroamericanos del Sur se les negó acceso a la Alianza Sureña por lo que se vieron obligados a fundar, en 1886, su propia organización, la Alianza de los Granjeros de Color (“Colored Farmer´s Alliance”). En el norte fue fundada la Alianza de Agricultores Norteños, que ganó mucha fuerza en estados como Nebraska, Iowa y Minnesota. Contrario a la Granger, las alianzas dieron más importancia a la participación política. Éstas desarrollaron una visión política que buscaba no sólo defender sus intereses, sino también crear un nuevo tipo de sociedad que dejase a un lado la competencia y estuviera basada en la cooperación.A finales de la década de 1880, las crecientes frustraciones convencieron al liderato de las alianzas de la necesidad de crear un partido nacional para defender sus intereses e iniciar una renovación nacional. En 1889, las alianzas del norte y el sur decidieron cooperar.

En diciembre de 1890, celebraron una convención nacional en la Ocala, Florida y aprobaron lo que se convertiría en la plataforma de un partido político, las llamadas Exigencias de Ocala. Los delegados decidieron seguir adelante con la fundación de un tercer partido nacional que atrajese no sólo a los granjeros, sino también a las organizaciones laborales y reformistas. En febrero de 1892, 1,300 delegados de las alianzas agrícolas (incluyendo a los afro-americanos) y de un sindicato nacional conocido como los Knights of Labor se reunieron en la ciudad de San Luis, y fundaron el Partido del Pueblo o Partido Populista.

Miembros del Partido Populista, Nebraska, 1892

El programa del nuevo partido era muy ambicioso, ya que proponía la nacionalización de la banca, los ferrocarriles y los telégrafos, la prohibición de latifundios de propiedad absentista, la elección directa de los senadores federales, la creación de un impuesto gradual a los ingresos, el establecimiento de la jornada laboral de ocho horas y la restricción de la inmigración. Los populistas, como fueron llamados los seguidores de este nuevo partido político, querían que el gobierno federal construyera almacenes donde pudieron ser depositados las cosechas hasta que sus precios mejorasen y que concediera préstamos a muy bajo interés a los agricultores para que pudieran sobrevivir la espera de mejores precios.

Los populistas participaron en las elecciones de 1892, obteniendo victorias en Idaho, Nevada, Kansas y Dakota del Norte. A nivel nacional, eligieron tres gobernadores, diez representantes y cinco senadores. Su candidato a la presidencia, James B. Weaver, recibió 1,000,000 de votos y acumuló 22 votos electorales. Aunque Partido del Pueblo demostró muy poca fuerza en los centros urbanos del este, es incuestionable que hizo una gran demostración política, sobre todo, si tomamos en cuenta que era un partido de menos de un año de vida.

En las elecciones de 1896, los populistas se enfrentaron un gran dilema, pues el candidato del Partido Demócrata, William Jennings Bryan, tenía un discurso muy cercano al del Partido Populista y, por ende, se ganó el apoyo de un buen número de agricultores. Temerosos de que Bryan les debilitara, los populistas decidieron nominarle como su candidato a la presidencia, pero rechazaron una fusión o alianza con el Partido Demócrata. Por su parte, los republicanos nominaron a un veterano de la guerra civil llamado William McKinley. Éste recibió el apoyo de los grandes intereses económicos (la banca, la industria y los ferrocarriles) y ganó las elecciones con el 51% del voto popular y 271 votos electorales. Bryan obtuvo 6,492,449 votos populares y 176 votos electorales. La victoria del Partido Republicano desilusionó a los populistas y debilitó al partido, que comenzó a disolverse rápidamente.

A lo largo del siglo XX, y lo que va del XXI, el bipartidismo ha sido la norma, excepto por la aparición temporal de terceros partidos que trataron, sin éxito, retar el control tradicional de republicanos y demócratas. Veamos algunos de ellos.

  • Partido Socialista: En 1900 fue fundado el Partido Social Demócrata, mejor conocido por el Partido Socialista. Los socialistas proponían hacerle cambios a la estructura económica del país, pero estaban divididos en torno a cuáles debían ser esos cambios. Los más radicales planteaban la eliminación del capitalismo, otros proponían reformas para reducir el poder de las empresas privadas. Bajo el liderato de Eugene Debs, este partido se convirtió en una fuerza importante, pero no en una amenaza seria para los partidos principales. En las elecciones de 1912 Debs obtuvo cerca de un millón de votos procedentes de las zonas urbanas de inmigrantes, sobre todo, alemanes y judíos.
  • Partido Progresista: En 1912, diferencias políticas entre el entonces Presidente Willliam H. Taft y el ex Presidente Teodoro Roosevelt llevaron a este último a abandonar el Partido Republicano y fundar un nuevo partido, el Progresista. En su campaña presidencial Roosevelt prometió un Nuevo Nacionalismo para el pueblo estadounidense caracterizado por un aumento del poder del gobierno federal, con más planificación y regulación para defender al pueblo de los intereses privados. La división de los republicanos facilitó la victoria del candidato demócrata Woodrow Wilson.
  • Partido Verde: En agosto de 1984 un grupo de organizaciones ecologistas se reunieron en San Paul, Minnesota, y dieron vida a la primera organización nacional verde en los Estados Unidos, los Comités Verdes de Correspondencia. Con ello buscaban darle una carácter político a su lucha ecológica. A nivel estatal fueron organizados varios partidos ecologistas locales hasta que en 1996 se organizó un partido ecologista nacional, el Partido Verde. Este es una especie de confederación de partidos ecologistas locales que busca la protección del medioambiente y la creación de una sociedad más justa y democrática. Los verdes rechazan el control que, según ellos, las grandes corporaciones tienen de la política norteamericana y aspiran a una democracia popular. En el año 2000 el Partido Verde ganó notoriedad al nominar a Ralph Nader su candidato a la presidencia. Nader es un activista y abogado que por años se han enfrentado a las grandes corporaciones en defensa de los consumidores y el medio ambiente. En las elecciones del 2000 Nader no acumuló votos electorales, pero sí obtuvo 2,888,955 votos o el 2.74 de los votos a nivel nacional. Para algunos analistas, la candidatura de Nader pudo haber ayudado a la victoria del candidato republicano George W. Bush en la elección presidencial más cerrada de la historia estadounidense, ya que le restó votos a Albert Gore, candidato demócrata. Este fue un factor especialmente importante en Florida donde Bush y Gore terminaron empate, mientas Nader obtuvo 97,419 votos. En el año 2008, el Partido Verde hizo historia altener dos mujeres como candidatas a la presidencia y vicepresidencia de los Estados Unidos. La legisladora afroamericana Cynthia McKinney fue la candidata verde a la presidencia, mientras que la activista comunitaria de origen puertorriqueño Rosa Clemente fue la candidata a la vicepresidencia. McKinney sólo recibió unos 160,000 votos. o
  • Partido Reformista: En las elecciones de 1992 se presentaron tres candidatos a la presidencia: el entonces Presidente George H. W. Bush por el Partido Republicano, el gobernador del estado de Arkansas William J. Clinton por el Partido Demócrata y un multimillonario de Texas llamado Ross Perot. Este último se presentó como candidato del Partido Reformista, fundado por él en 1995, y gastó $60 millones de su fortuna en un esfuerzo para llegar a la Casa Blanca. La campaña electoral de Perot estuvo basada en su imagen de empresario exitoso. Según éste, su conocimiento del mundo de los negocios le capacitaba para resolver los problemas económicos del país. El día de la elección Clinton obtuvo 43,728,275 votos, Bush 38,167,416 y Perot un impresionante total de 19,237,247 votos.
  • Partido del Té: Uno de los fenómenos más interesantes de la política estadounidense de principios del siglo XXI es el surgimiento del Tea Party (Partido del Te). Producto de las protestas populares en contra del rescate económico de la administración de George W. Bush y de las políticas instauradas por Barack Obama a su llegada a la Casa Blanca, el Tea Party toma su nombre de uno de los eventos más importantes en la etapa previa al inicio de la guerra de independencia de los Estados Unidos. Sus miembros se oponen al incremento de los impuestos, la expansión del gobierno federal, la creación de un seguro de salud nacional, el déficit presupuestario, etc.

Norberto Barreto Velázquez, PhD

Lima, 10 de mayo de 2012

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Crucible 2La Editorial de la Universidad de Wisconsin acaba de publicar un libro que está destinado a convertirse en lectura obligatoria de todos aquellos interesados en el estudio del imperialismo norteamericano,  su  título: Colonial Crucible: Empire in the Making of the Modern American State (University of Wisconsin Press, 2009, ISBN: 978-029923104-0). Editado por el estudioso del sudeste asiático Alfred W. McCoy y el historiador puertorriqueño Francisco Scarano, Colonial Crucible es una obra de más de seiscientas páginas que recoge unos cuarenta ensayos escritos por académicos filipinos, puertorriqueños, españoles, norteamericanos y australianos. Los escritos de este  grupo amplio de investigadores  siguen un línea común: examinar cómo el imperio insular obtenido por los Estados Unidos en 1898 influyó el desarrollo del Estado norteamericano. En ese sentido buscan superar el estudio unidimensional del imperialismo estadounidense, analizando cómo las colonias o posesiones insulares han influido en el desarrollo político de los Estados Unidos.

Dada la magnitud de esta obra, me es imposible reseñarle toda. Lo que sí me propongo es reseñar algunos de los ensayos que me parezcan más interesantes y pertinentes, comenzando con uno de los dos trabajos que sirven de introducción a esta obra. Se trata del  ensayo “On the Tropic of Cancer: Transition and Transformation in the U. S. Imperialism” escrito por McCoy, Scarano y Courtney Johnson, profesora del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Wisconsin.

Moro School Zamboanga, Mindanao

Escuela pública, Mindanao

Este ensayo comienza con tres planteamientos muy importantes. Primero, que el imperialismo norteamericano no fue excepcional, pero sí  diferente del resto de los imperialismos que le fueron contemporáneos. Según los autores, los Estados Unidos fueron un poder colonial paradójico que sólo poseyó una cadena de islas localizadas a lo largo del Trópico de Cáncer. Contrario a sus contrapartes europeos, los norteamericanos  controlaron sus principales posesiones por sólo unas décadas y gobernaron a un grupo reducido de personas (“few million people”). Segundo, que a pesar de su corta duración y del número reducido de seres humanos bajo su custodia, ese imperio tuvo un severo impacto sobre los Estados Unidos. Tercero, a pesar de su enorme importancia, el imperialismo estadounidense es el menos entendido de los imperialismos modernos. Según los autores, llenar ese vacío es el objetivo de este libro.

Estos tres planteamientos me parecen fundamentales. Primero que nada,  reconozco la necesidad de negar la excepcionalidad del imperialismo norteamericano, pero reconociendo que éste fue muy diferente a su homólogo inglés, francés u holandés. Diferenciar al imperialismo norteamericano es un factor fundamental para integrarle al estudio del imperialismo con mayúscula. Además, concuerdo totalmente con los autores en el impacto del imperialismo sobre la sociedad y el gobierno norteamericanos. Por último, me llena de enorme alegría y satisfacción que Scarano, McCoy y Johnson subrayen lo poco estudiado que es el imperialismo estadounidense, a pesar de  su inmensa importancia no sólo para los Estados Unidos, sino también para el resto de mundo y América Latina, en particular.  Ayudar a llenar ese vacío es la razón de ser de esta bitácora.

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Alfred McCoy

Uno de los puntos más  importantes de este ensayo es la representación que hacen sus autores del imperialismo como una vía en dos sentidos que afecta tanto  a las colonias  como  a sus metrópolis.  Citando trabajos del gran historiador  Charles S. Maier, los autores reconocen al imperialismo como un sistema que transforma tanto al centro como a la periferia.  El caso norteamericano no fue la excepción, pues el imperio insular adquirido en 1898 representó serios retos que terminaron transformando al Estado norteamericano. Siguiendo esa línea, los ensayos que componen Colonial Crucible buscan explorar los efectos  del imperialismo norteamericano de principios del siglo XX no sólo sobre las colonias, sino también sobre la geopolítica de los Estados Unidos y, especialmente, sobre el arte norteamericana de gobernar (“statecraft”).  Para los autores,   los cambios causados por el control  de las posesiones insulares en el mar Caribe y el océano Pacífico “radiaron gradualmente” hasta filtrarse en lo que ellos denominan como “los capilares de imperio norteamericano”, transformando a la sociedad y al estado metropolitano norteamericanos.

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Francisco Scarano

El tema de la invisibilidad es un asunto inevitable al hablar del imperialismo norteamericano. Según Scarano, McCoy y Johnson, el imperialismo fue uno de los factores que dio forma al estado norteamericano moderno, pero su papel ha permanecido oculto (“obscured”) por el énfasis dado por la historiografía estadounidense a factores endógenos.  De ahí que el objetivo principal de este libro sea rescatar el impacto del imperialismo analizando el estado que se desarrolla en Washington a partir de la adquisición de las islas arrebatadas a España. En otras palabras, el libro busca superar “la insularidad de la historiografía norteamericana colocando la cuestión imperial en el centro de la historiografía metropolitana”. De esta forma se une el estudio de los colonos y de los colonizados, presentándoles como entes interdependientes.

Los ensayos recogidos  en Colonial Crucible argumentan que la expansión de 1898 dio vida a un estado imperial único (“unique”) que gobernó las colonias por medio de una burocracia reducida, pero muy poderosa. Los oficiales coloniales estadounidense estaban libres de la supervisión de Washington por lo que pudieron desarrollar experimentos sociales que hubiesen sido difíciles de llevar a cabo en los Estados Unidos, pero que una vez realizados en las colonias encontraron su camino hacia la metrópoli. En el proceso se  fortaleció a un gobierno federal que históricamente se había mostrado débil.

En áreas como la educación pública y la reforma carcelaria, los Estados Unidos habían desarrollado importantes cambios que luego aplicaron en sus colonias. Sin embargo, en áreas como la policía, la prohibición del consumo de drogas, la inteligencia policíaca y militar, la salud pública y el manejo ambiental, los norteamericanos innovaron en sus colonias y luego aplicaron sus innovaciones en la metrópoli.  Los autores subrayan que de  todos los

Native Guard

Miembros del Philippine Constabulary, pieza clave del aparato policiaco colonial en las Filipinas

programas aplicadas por el gobierno colonial el más efectivo fue el policíaco, pues permitió el desarrollo de un sistema de vigilancia que sirvió de modelo para crear un aparato de seguridad nacional durante la primera guerra mundial (McCoy acaba de publicar un libro sobre este tema titulado Policing America’s Empire: The United States, the Philippines, and the Rise of the Surveillance State [The University of Wisconsin Press, 2009, ISBN 978-0-299-23414-0]). Otro buen ejemplo es el de las drogas, pues los autores subrayan que los norteamericanos prohibieron el consumo de opio en las Filipinas primero que en los Estados Unidos (Anne L. Foster aborda este tema en un brillante ensayo titulado “Prohibiting Opium in the Philippines  and the United States: The Creation of an Interventionist State” que  forma parte de este libro y que espero poder reseñar pronto).

Este ensayo es una excelente introducción a un libro que, sin lugar a dudas, hará por el estudio del imperialismo norteamericano lo que a finales de la década de 1990 hizo el libro Close Encounter of Empire (Duke University Press, 1998) por el estudio de la historia de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.

Colonial Crucible es como una regalo de Navidad largamente esperado.

Norberto Barreto Velázquez, Ph. D.

Lima, Perú, 16 de noviembre de 2009

Nota: Todas las traducciones del inglés son mías. Alfred W. McCoy acaba de publicar un ensayo en TomDispatch.com  («Welcome Home, War! How America´s Wars Are Sistematically Destroying Our Liberties«) abordando el tema de la construcción de una aparato represivo colonial en las Filipinas y sus implicancias en la historia reciente de los EEUU..

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