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Archive for the ‘Teodoro Roosevelt’ Category

En este artículo publicado en la revista History Today, el historiador británico Noam Maggor resume y comenta las actitudes y políticas antimonopolísticas que se desarrollaron en Estados Unidos durante la llamada Gilded Age. Maggor considera que éstas podrían ayudar a la administración Biden a definir una política para enfrentar los nonopolios actuales, es decir, las llamadas Big Tech (Amazon, Apple, Google y Facebook

El Dr. Maggor es Senior Lecturer de historia de Estados Unidos en Queen Mary, University of London. Es autor de Brahmin Capitalism: Frontiers of Wealth and Populism in America’s First Gilded Age (Harvard University Press, 2017).


Takeaways from the congressional report on Big Tech. - The New York Times

Gobernando a Goliat

Noam Maggor 

 History Today  Vol. 71 Núm. 9       septiembre 2021

En octubre de 2020, una investigación de 16 meses sobre ‘Big Tech’ por parte de los demócratas en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos llegó a conclusiones inequívocas. Las principales empresas del sector, Amazon, Apple, Google y Facebook, originalmente consideradas como Davids, han surgido como los Goliat de Internet. Las «startups desvalidas que desafiaron el status quo», afirmó el informe de 449 páginas, «se han convertido en el tipo de monopolios que vimos por última vez en la era de los barones del petróleo y los magnates ferroviarios». En lugar de avanzar a la sociedad hacia nuevas fronteras de libertad y prosperidad, estas compañías han arrastrado a los Estados Unidos de regreso a la temida «Gilded Age» de finales del siglo 19, una época asociada con la corrupción corporativa y el poder sin límites de las grandes empresas. Al igual que sus predecesores, se afirma, los nuevos Goliat han abusado de su dominio del mercado. Han expulsado a los competidores del negocio, han comprado (en lugar de superar) a rivales potenciales y han intimidado a usuarios externos (desarrolladores de aplicaciones, minoristas independientes y pequeños productores) que dependen de sus plataformas.

EU To Big Tech: Police Content Or Pay Fines | PYMNTS.comPara abordar esto, los legisladores han pedido al Departamento de Justicia que reduzca el poder de mercado de los cuatro gigantes tecnológicos. Los recientes nombramientos del presidente Biden indican una determinación de seguir esta agenda. A medida que sus equipos judiciales y de asesoramiento económico se unen a los «nuevos brandeisianos» como Lina Khan y Tim Wu, profesores de derecho que han abrazado el manto del histórico cruzado antimonopolio Louis Brandeis, se está llevando a tomar medidas más agresivas.

El crecimiento ininterrumpido de los monopolios tecnológicos es el resultado del pensamiento legal que ganó fuerza en la década de 1970. Los teóricos legales de la llamada «Escuela de Chicago» reformularon el antimonopolio, el área de la ley relacionada con los monopolios, en torno a una concepción estrecha del «bienestar del consumidor». Forjada por economistas como Robert Bork y Richard Posner, esta doctrina se centró exclusivamente en si el poder de mercado se traducía en precios más altos para los consumidores. Si los precios se mantían bajos, argumentaron los defensores del libre mercado, era evidencia de que las grandes corporaciones beneficiaban al público. No se necesita ninguna acción legal. Bajo esta doctrina, una empresa como Amazon podría expandir su cuota de mercado siempre y cuando sus clientes disfrutaran de un mejor acceso a productos baratos. Este prisma económico inspiró una aplicación laxa de las leyes antimonopolio, incluso cuando las fusiones y adquisiciones han hecho que el capitalismo estadounidense esté cada vez más concentrado.

El informe ha provocado una conversación más amplia sobre los monopolios empresariales. Llama la atención sobre la mala interpretación de la Escuela de Chicago de los objetivos y la importancia de las leyes antimonopolio en la historia de los Estados Unidos. La ley antimonopolio nunca fue creada para satisfacer a los consumidores. Tampoco se trataba de las virtudes inherentes a los mercados competitivos. El antimonopolio tenía más que ver con el avance del bienestar de los productores estadounidenses (principalmente agricultores y pequeños fabricantes), no de los consumidores, y con los esfuerzos para contrarrestar las desigualdades de poder en una sociedad democrática. En el fondo, el antimonopolio siempre ha sido sobre la supremacía del Estado sobre los mercados y la capacidad del gobierno para disciplinar a las corporaciones privadas en nombre de las prioridades públicas.

Revolución ferroviaria

Arraigadas en una historia más larga de oposición al privilegio especial en la ley estadounidense, las controversias en torno a los monopolios se desarrollaron en el contexto de la revolución ferroviaria de finales del siglo 19. El kilometraje del ferrocarril en los Estados Unidos se duplicó en la década de 1870 y luego se duplicó nuevamente en la década de 1880. Al igual que los monopolios tecnológicos de hoy, las corporaciones ferroviarias llegaron a dominar los medios de comercio y comunicación. El objetivo de los antimonopolistas no era desmantelar esta infraestructura o dividirla en sus partes constituyentes, sino obtener un control democrático más efectivo sobre ella. Lo que indignó sobre todo a los antimonopolistas fueron las tarifas preferenciales que los ferrocarriles ofrecían a los cargadores de gran volumen sobre los más pequeños y a los cargadores de los principales centros de transporte sobre los menores.

The Story of a Great Monopoly - The Atlantic

La lucha contra los monopolios se convirtió en un punto focal del conflicto político. Mientras que los antimonopolistas atacaban las prácticas corporativas como discriminatorias y perjudiciales, muchos expertos veían a los monopolios como heraldos del progreso económico. Economistas como Arthur Hadley y comentaristas como Charles Francis Adams Jr. explicaron al público que las políticas corporativas eran racionales y eficientes. Argumentaron que las «leyes» económicas inmutables hacían que las estructuras de tarifas diferenciadas, según lo dictado por los ferrocarriles, fueran necesarias y deseables. Los votantes, particularmente las circunscripciones rurales en el Medio Oeste, rechazaron esta lógica y contraatachaban. En particular, en 1874, los estados fronterizos de Iowa, Illinois, Wisconsin y Minnesota promulgaron lo que se conoció como «Leyes Granger», llamadas así por la organización de agricultores más importante de la época, creando comisiones ferroviarias estatales. Estos fueron facultados para supervisar la industria y tomar el control sobre el establecimiento de los cargos de flete.

En formas que siguen siendo relevantes, la legislación de Granger no simplemente protegía a los agricultores contra las tarifas de envío exorbitadas con el objetivo de darles acceso barato a los mercados. También desafió el poder de las compañías ferroviarias, en virtud de su control sobre la infraestructura esencial, para dictar los términos del compromiso económico para todos. Los defensores de los monopolios ferroviarios argumentaron que la supervisión gubernamental equivalía a una confiscación irracional de la propiedad privada, con consecuencias potencialmente desastrosas. Sin embargo, en 1876, en un triunfo para los antimonopolistas, la Corte Suprema confirmó estas leyes en la decisión de Munn v.Illinois. El fallo sancionó la regulación gubernamental de las corporaciones privadas cuyo poder abrumador sobre la vida económica «las vestía con el interés público».

¡Petróleo!

La tormenta de fuego sobre la Standard Oil de John D. Rockefeller, que creció hasta controlar el 90 por ciento del mercado estadounidense de petróleo refinado, compartió muchas de las mismas características. Una vez más, el bienestar del consumidor no fue un factor. Bajo el control de Rockefeller, el precio del petróleo disminuyó en más del 50 por ciento. Los estudiosos han debatido durante mucho tiempo el secreto de su éxito. Los relatos favorables, incluido el del historiador de negocios Alfred D. Chandler, lo han elegido como un visionario de los negocios, enfatizando sus eficientes instalaciones de refinación de petróleo y sus métodos de gestión superiores. Han narrado la consolidación empresarial como un paso evolutivo necesario, impulsado por las nuevas tecnologías. Las evaluaciones más críticas, de los economistas Elizabeth Granitz y Benjamin Klein, han demostrado que fue la agresiva adquisición de rivales comerciales por parte de Rockefeller lo que explicó su ascenso.

Giovanna Massarotto 'From Standard Oil to Google: How the Role of Antitrust  Law Has Changed' (2018) World Competition 41(3) 395 – Antitrust Digest by  Pedro Caro de SousaEnfrentando desafíos en su estado natal de Ohio, donde los tribunales amenazaron con revocar la carta corporativa de Standard Oil, Rockefeller se reincorporó bajo los estatutos menos estrictos de Nueva Jersey. La ley finalmente lo alcanzó en la Corte Suprema de los Estados Unidos en 1911, cuando se le ordenó disolver su gigante en 35 compañías separadas. Armado con la Ley Sherman Antimonopolio, aprobada por el Congreso en 1890, la Corte notó el «dominio» de Standard Oil sobre el mercado. Nunca cuestionando la eficiencia de las operaciones de la compañía, el Presidente del Tribunal Supremo Edward D. White se centró en «una intención y propósito … expulsar a los demás del campo y excluirlos de su derecho al comercio».

Roosevelt vs. Wilson

Las elecciones presidenciales de 1912 llevaron el debate a un clímax. Theodore Roosevelt, durante sus mandatos anteriores en el cargo entre 1901 y 1909, había sido el primer presidente en hacer uso de la Ley Sherman y se ganó una reputación exagerada como un «trustbuster». Roosevelt nunca desafió seriamente lo que veía como una tendencia inevitable hacia la concentración industrial. Su uso de la defensa de la competencia tenía como objetivo simplemente eliminar las peores formas de corrupción y abuso. Postulándose como reformador en 1912, su agenda antimonopolio, conocida como el «Nuevo Nacionalismo», permitió que se reanudara la consolidación corporativa, siempre y cuando estuviera bajo la supervisión del ejecutivo federal.

Why did Woodrow Wilson defeat Teddy Roosevelt? - Quora

La candidatura demócrata de Woodrow Wilson era más ambiciosa. Su «Nueva Libertad», moldeada por la fuerte base del partido en el oeste agrario y el sur, aspiraba a dispersar el poder económico. Los demócratas abogaron por una versión vigorosamente aplicada de la Ley Sherman, con multas y penas de cárcel para los infractores. El triunfo de Wilson llevó a la aprobación de la Ley Clayton (reforzando la Ley Sherman) y la formación de la Comisión Federal de Comercio.

La economía corporativa tembló pero no colapsó. La campaña contra Standard Oil fue seguida por enjuiciamientos de American Tobacco y el productor químico DuPont. El Departamento de Justicia demandó al productor de aluminio Alcoa y a US Steel en casos que continuaron en la década de 1920. El efecto de estas confrontaciones no fue desmantelar las estructuras corporativas, sino poner a tales entidades bajo la autoridad disciplinadora del gobierno. Bajo la amenaza de procedimientos antimonopolio, por ejemplo, los reguladores obligaron a corporaciones como Bell Telephone Laboratories, con grandes carteras de patentes, a licenciar su propiedad intelectual a precios justos, o incluso sin costo alguno. Las corporaciones se vieron obligadas a compartir conocimientos con los competidores de manera que facilitaron la innovación.

La historia de los Estados Unidos demuestra los efectos políticos y de desarrollo ampliamente beneficiosos de las políticas antimonopolio, marcándolas como uno de los instrumentos más cruciales del arte de gobernar estadounidense. Con el tiempo, la defensa de la competencia dio a las autoridades públicas influencia sobre las fuerzas corporativas, llevó la política democrática al mercado, facilitó la creación y difusión de nuevas tecnologías y fomentó el surgimiento de una base económica más diversa y geográficamente dispersa. Los debates antimonopolio de hoy tienen un parecido sorprendente con estas batallas anteriores. Al igual que los monopolios ferroviarios y petroleros del pasado, los cuatro leviatanes tecnológicos no son simplemente líderes en la producción de bienes particulares. Son, más bien, controladores de recursos estratégicos e infraestructura en el centro de nuestra vida social, política y económica. Como en el pasado, se puede esperar que estas empresas celebren su capacidad para ofrecer buenos servicios a precios baratos, lo que en gran medida sería preciso. También explicarán que su poder se deriva de las nuevas tecnologías como la Internet: combatirlas sería luchar contra el propio progreso. Pero, como los legisladores estadounidenses entendieron hace mucho tiempo, el poder de vigilar la entrada en el mercado y elegir ganadores y perdedores, fomentar ciertos sectores de la economía sobre otros, o decidir dónde canalizar el dinero, son prerrogativas profundamente políticas que pertenecen más propiamente al Estado. El antimonopolio ha demostrado ser una forma crítica de asegurarse de que sigan siéndolo.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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El historiador Nelson Lichtenstein (@NelsonLichtens1) -profesor en la University of California, Santa Barbara- reacciona en este artículo, a la orden ejecutiva firmada por Joe Biden el 9 de julio de 2021, buscando promover la competencia y combatir los monopolios. Lichtenstein nos brinda un conciso pero muy interesante análisis del desarrollo de lo que él denomina  «la gran tradición antimonopolística» estadounidense. El Dr. Lichtenstein es director del Center for the Study of Work, Labor, and Democracy.


Trust Busting the Two-Party System

Biden está restaurando la tradición de Estados Unidos de luchar contra las grandes empresas

Nelson Lichtenstein

The New York Times   July 13, 2021

El viernes, el presidente Biden firmó una amplia orden ejecutiva destinada a frenar el dominio corporativo, mejorar la competencia empresarial y dar a los consumidores y trabajadores más opciones y poder. La orden cuenta con 72 iniciativas que varían ampliamente en el tema: neutralidad de la red y ayuda auditivas más baratas, mayor  escrutinio de la big tech y una ofensiva contra las altas tarifas que cobran los transportistas marítimos.

El presidente calificó su orden como un regreso a las «tradiciones antimonopolísticas» de las presidencias de Roosevelt a principios del siglo pasado. Esto puede haber sorprendido a algunos oyentes, ya que la orden no ofrece una llamada inmediata para la ruptura de Facebook o Amazon, que es la idea distintiva del antimonopolio.

Pero la orden ejecutiva del Sr. Biden hace algo aún más importante que el abuso de confianza. Devuelve a Estados Unidos a la gran tradición antimonopolística que ha animado la reforma social y económica casi desde la fundación de la nación. Esta tradición se preocupa menos por cuestiones tecnocráticas como si las concentraciones de poder corporativo conducirán a precios al consumidor más bajos y más por preocupaciones sociales y políticas más amplias sobre los efectos destructivos que las grandes empresas pueden tener en nuestra nación.

Boston_tea_party

Boston Tea Party

En 1773, cuando los patriotas estadounidenses arrojaron té de la Compañía Británica de las Indias Orientales al puerto de Boston, estaban protestando no sólo por un impuesto injusto, sino también por la concesión de un monopolio por parte de la corona británica a un favorito de la corte. Ese sentimiento floreció en el siglo 19, cuando los estadounidenses de todas las tendencias vieron concentraciones de poder económico que corrompían tanto la democracia como el libre mercado. Los abolicionistas se basaron en el espíritu antimonopolio cuando denunciaron el poder esclavista, y Andrew Jackson trató de desmantelar el Segundo Banco de los Estados Unidos porque sostenía los privilegios de una élite comercial y financiera del este.

Las amenazas a la democracia se volvieron aún más apremiantes con el surgimiento de corporaciones gigantes, a menudo llamadas trusts. Cuando el Congreso aprobó la Ley Antimonopolio Sherman en 1890, su autor, el senador John Sherman de Ohio, declaró: “Si no soportamos a un rey como poder político, no debemos soportar a un rey por la producción, el transporte y la venta de cualquiera de las necesidades de la vida”. Cuarenta y cinco años después, el presidente Franklin Roosevelt se hizo eco de ese sentimiento cuando denunció a la realeza “económica” que había  “creado un nuevo despotismo”. Veía el poder industrial y financiero concentrado como una “dictadura industrial” que amenazaba la democracia.

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La Standard Oil y otros trusts se convirtieron en el blanco de demandas antimonopolísticas no solo porque aplastaron a los competidores y aumentaron los precios al consumidor, sino también porque corrompieron la política y explotaron a sus empleados. Dividir estas compañías gigantes en unidades más pequeñas podría ayudar, pero pocos reformadores pensaron que las iniciativas antimonopolio del gobierno ofrecían la solución principal al desequilibrio de poder tan cada vez más frecuente en el capitalismo moderno. Lo que se necesitaba era una mayor regulación gubernamental y sindicatos poderosos.

En la era progresista, los tribunales dictaminaron que una amplia variedad de corporaciones e industrias “de interés público” podrían estar sujetas a las regulaciones gubernamental — que cubre precios, productos e incluso normas laborales — que en los últimos años se ha restringido en gran medida a las compañías eléctricas y de transporte. Dos décadas más tarde, los partidarios del Nuevo Trato trataron de desafiar el poder monopólico no sólo mediante una renovación de los litigios antimonopolio, sino también alentando el crecimiento del sindicalismo con el fin de crear una democracia industrial dentro del corazón mismo de la propia corporación.

Esa tradición antimonopolio se desvaneció después de la Segunda Guerra Mundial, colapsando en un discurso árido que no hacía más que una pregunta: ¿La prevención de una fusión o la desintegración de una empresa reduciría los precios al consumidor? El profesor de derecho conservador Robert Bork y una generación de abogados y economistas de ideas afines convencieron a la administración Reagan, así como a los tribunales, de que la antimonopolio bloqueaba la creación de formas de negocio eficientes y amigables para el consumidor. Incluso liberales como Lester Thurow y Robert Reich consideraron que la antimonopolio era irrelevante si las empresas estadounidenses competían en el extranjero. En 1992, por primera vez en un siglo, ningún punto antimonopolio apareció en la plataforma del Partido Demócrata.

How Biden Executive Order Affects Big Tech on Antitrust, Net Neutrality |  News Logic

Biden firmando la orden ejecutiva

El Sr. Biden ha declarado correctamente que este “experimento” de 40 años ha fracasado. “Capitalismo sin competencia no es capitalismo”, proclamó en la firma de la orden ejecutiva. “Es explotación¨.

Tal vez la parte más progresista de la orden ejecutiva es su denuncia de la forma en que las grandes corporaciones suprimen los salarios. Lo hacen monopolizando su mercado laboral —piensen en las presiones salariales ejercidas por Walmart en una pequeña ciudad— y obligando a millones de sus empleados a firmar acuerdos de no competencia que les impiden aceptar un mejor trabajo en la misma ocupación o industria.

El presidente y su gabinete antimonopolio han volteado de cabeza a un aspecto importante de la competencia empresarial tradicional. Durante demasiado tiempo, aquellos que abogan por una mayor competencia entre las empresas han ofrecido a los empleadores una orden judicial por recortar los salarios y las prestaciones, así como por subcontratar los servicios y la producción. Pero el Sr. Biden imagina un mundo en el que las empresas compitan por los trabajadores. “Si su empleador quiere mantenerlo, él o ella debería hacer que valga la pena quedarse”, dijo el Sr. Biden el viernes. “Ese es el tipo de competencia que conduce a mejores salarios y mayor dignidad en el trabajo”.

La tradición antimonopolio de la nación surge una vez más.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

 

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fronterawilderness

 De la frontera y el conservacionismo progresista

José Anazagasty Rodríguez

80grados   5 de setiembre de 2014

La democracia estadounidense germinó en el inhóspito, inhabitado y agreste yermo, el wilderness. Esa era al menos la idea básica detrás de la popular “tesis de la frontera” del historiador estadounidense Frederick Jason Turner. Con ella el historiador rechazaba el supuesto de la “germ theory of politics” que situaba la germinación de las instituciones políticas en Europa, convirtiendo las instituciones estadounidenses en un copia de estas. Para Turner las instituciones estadounidenses eran diferentes de las europeas porque los estadounidenses enfrentaron y dominaron un medioambiente formidable y distinto del europeo, una enorme extensión de tierra “gratis” que llamaron la frontera. Según Turner, fue en el contexto de la conquista de ese confín, conocido también como wilderness, y su transformación en un lugar espléndido, habitado y cultivado, que los estadounidenses formaron sus instituciones.

Turner propuso un relato histórico que tornó aquel confín donde se topaban lo salvaje y lo civilizado en el germen primordial de la historia estadounidense. Para el afamado historiador de la frontera fue precisamente sobre ella, y gracias a las acciones de los colonos que en su lucha la transformaron, que se instauró el orden social estadounidense, incluyendo sus instituciones políticas. De acuerdo con el relato de Turner el wilderness dominó inicialmente al colono pero este, ya adaptado, eventual y paulatinamente, lo conformó a sus necesidades. Es por ello que para Turner la frontera era el lugar de la más rápida y efectiva americanización. Allí los colonos y la frontera misma se hacían americanos mientras se efectuaba la historia estadounidense y se desertaba lo europeo. Como explicaba el propio Turner: “Thus the advance of the frontier has meant a steady movement away from the influence of Europe, a steady growth of independence on American lines. And to study this advance, the men who grew up under these conditions, and the political, economic, and social results of it, is to study the really American part of our history.”

Desde una óptica lamarckista, Turner propuso básicamente que el desarrollo de las instituciones estadounidenses era fruto de las interacciones humanas con la frontera, con las fuerzas naturales allí. Ese lamarckismo, muy popular entre los científicos sociales de la época, explica en parte la buena recepción que tuvo la tesis de Turner entre los intelectuales estadounidenses, popularidad que se extendió hasta los años treinta. Como expresó el historiador Ray A. Bellington, la tesis de Turner fue uno de los conceptos más usados para dilucidar la historia estadounidense, aunque también uno de los más controversiales. Poco después que Turner la presentara ante la American Historical Association en 1893 la tesis generó mucho entusiasmo entre los historiadores. El entusiasmo no se limitó a los historiadores, pues la misma fue adoptada, adaptada y reforzada por diversos intelectuales en varias disciplinas, incluyendo varios “antropólogos lineales” como William John McGee, un importante ideólogo del conservacionismo rooseveltiano, y hasta por el propio presidente.

El Presidente Theodore Roosevelt, para quien la frontera era sagrada, un recinto para la comunión con Dios, recurrió al mito de la frontera para así suministrarle a sus políticas ambientales no solo de aires morales sino además de “sueño americano.” Para él, la fortaleza moral y espiritual de la nación requería la conservación de la naturaleza. Pero el conservacionismo rooselveltiano era también progresista y apoyaba como tal la intervención estatal para garantizar la explotación racional de los recursos naturales. Desde la perspectiva de Roosevelt, la fortaleza material de la nación así lo requería. La ciencia garantizaría la racionalidad necesaria, por lo que Rooselvelt recurrió a intelectuales como McGee, quien articuló un discurso conservacionista basado en principios lamarckistas y el “espíritu progresista” del pueblo estadounidense. Los paralelos entre la propuesta de este y la tesis turneriana son innegables.

McGee fue, aparte de antropólogo, geólogo, inventor, etnólogo, y conservacionista. Fue partícipe del desarrollo de las políticas conservacionistas de Roosevelt y colaboró inclusive en la redacción de los discursos del célebre presidente. De hecho, Roosevelt le debía a McGee su construcción de un público conservacionista al que su administración invocaba para legitimar sus políticas ambientales. McGee fue también Vicepresidente y Secretario del Inland Waterway Commision, líder del Bureau of Ethnology, y Presidente y Vicepresidente del National Geographic Society.

Para McGee el conservacionismo era la fase culminante del movimiento evolucionario Lamarckista. Desde esa perspectiva la naturaleza humana se constituía en la interacción histórica de los humanos con las fuerzas ambientales, una lucha que podía y debía proporcionar progreso moral y espiritual. Pero si el imaginario pastoril estadounidense, inspirado en Thomas Jefferson, recurría al pequeño y solitario terrateniente conquistando la frontera, McGee lo socializaba. Para él, el héroe fronterizo era, más que un individuo, el representante de un “espíritu colectivo” que constituía y manipulaba su entorno en colaboración con otros sujetos. Al registrar esa cooperación McGee destacaba la importancia de la organización social, la que para él garantizaba la mejor adaptación al ambiente, así como su conquista, como confirmaba la experiencia estadounidense.

Para McGee la historia de Estados Unidos era la de un pueblo forjado en su lucha con la naturaleza, uno que además de adaptarse a las condiciones ambientales podía alterar esas condiciones a su favor, tomando, como se desprende de la propuesta evolucionista de Lamarck, una participación activa en la transformación del ambiente y consecuentemente de su propia especie. Y esa transformación era para McGee, como para muchos otros conservacionistas de la Era Progresista, tan espiritual y moral como material. En la lucha con la naturaleza, y como otro derivado del proceso, se construían la sociedad estadounidense y su identidad nacional.

Si en fases previas a la conservacionista el dominio de la naturaleza había resultado en el deterioro ambiental y la sobreexplotación de los recursos naturales, el paso a la fase conservacionista significaba para McGee la normalización e institucionalización del uso racional y planificado de esos recursos. Para él, los estadounidenses ya se movían en esa dirección y esa movida era un producto normal de su evolución. Y como en otras fases, la intervención de las instituciones era inevitable y deseable. Ante los retos ambientales, estas debían establecer los medios para concretar el proyecto conservacionista. Para el ideólogo conservacionista, el pueblo estadounidense, la más avanzada variación de la especie humana, consumaría la fase culminante del proceso evolutivo. Y ejecutarlo era no solo natural sino además el deber patriótico y moral de los estadounidenses.

El conservacionismo de McGee, como el de muchos otros conservacionistas progresistas, era utilitarista. Estos progresistas promovían un manejo científico —racional, metódico, juicioso, y planificado— de la explotación capitalista de los recursos naturales. En su imaginario la naturaleza era una reserva de recursos necesaria para el crecimiento económico. Lo que McGee y estos rechazaban no era el usufructo capitalista sino la explotación ineficiente, depredadora, y descomedida de los recursos naturales a manos de algunos capitalistas glotones. Se trataba de un llamado a la prudencia en el uso y manejo de recursos naturales. Para muchos conservacionistas del “momento progresista” conservar las reservas naturales era apremiante dada la clausura de la frontera a finales del siglo 19. El fin de la misma significó para ellos la potencial liquidación de la abundancia natural que para muchos había hasta entonces sostenido el exitoso crecimiento económico de la nación. La situación requería una política abarcadora de conservación, lo que se convirtió en uno de los proyectos medulares de la administración Roosevelt.

Fue precisamente durante los primeros años de la Era Progresista que Estados Unidos se inició como fuerza imperialista tras adquirir un imperio directo transcontinental. El nuevo imperio representó recursos naturales adicionales así como nuevas oportunidades para el proyecto conservacionista. Las nuevas colonias sirvieron como laboratorios para la puesta en práctica de varios programas y políticas conservacionistas, particularmente en el campo de la silvicultura, que más tarde serían aplicadas en Estados Unidos. De hecho, fue en Filipinas que Glifford Pinchot implantó algunos de sus políticas y programas, las que inspirarían la silvicultura estadounidense desde entonces. Sin embargo, se la ha dado muy poca atención a la articulación ideológica y discursiva del imperio en el movimiento conservacionista-progresista.

Me propongo, en una columna subsecuente, una lectura de un escrito de McGee publicado en National Geographic Magazine de 1898, antes de que sirviera como oficial gubernamental bajo Roosevelt, para develar algunos aspectos de esa construcción.

José Anazagasty Rodríguez es Catedrático Asociado en el programa de Sociología del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez. Es especialista en sociología ambiental, estudios americanos y teoría social, y ha realizado investigaciones en la retórica imperialista estadounidense y la producción capitalista de la naturaleza en Puerto Rico. Es co-editor, con Mario R. Cancel, de los libros «We the people: la representación americana de los puertorriqueños 1898-1926 (2008)» y «Porto Rico: hecho en Estados Unidos (2011)».

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