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Archive for the ‘Mujeres’ Category

Comparto con mis lectores este ensayo de la Dra. Jessica George  sobre la periodista, feminista y progresista Bessie Beatty (1886-1947). Debo reconocer que desconocía de la existencia de la señora Beatty. George analiza la vida de Beatty a partir de su primera asignación como reportera: los conflictos laborales en la ciudad de Goldfield en 1907. Esta experiencia marcó a Beatty, quien dedicó el resto de su vida a informar desde una perspectiva progresista y anticapitalista. Testigo presencial de la revolución rusa, Beatty desarrolla un fuerte vínculo con el experimento ruso y lo víncula con otras de sus banderas de lucha: el sufragismo.

Quienes estén interesado en el sufragismo y el progresismo estadounidense encontrarán fascinante a la figura de Bessie Beatty.

En su cuenta de Twitter  George se define como escritora, maestra y diseñadora de contenidos educativos.  Posee un doctorado en Inglés de la Indiana University Bloomington


Un mujer con una misión

Jessica George

JSTOR Daily 21 de setiembre de 2022

En 1907, la estudiante universitaria de veintiún años Bessie Beatty se embarcó en tren desde Los Ángeles a Goldfield, Nevada, una ciudad minera a unas 400 millas al norte. Periodista del Los Angeles Herald, Beatty viajaba para informar sobre las Guerras Laborales de Goldfield, una serie de importantes contiendas entre los propietarios de minas y los sindicatos de mineros.

Animada por la última fiebre del oro de Estados Unidos, Goldfield era una ciudad vivaz, aunque singularmente enfocada. “La gente no tiene tiempo para divertirse”, escribió Beatty, “y si tuvieran tiempo no les importaría.  El juego que están jugando es más fascinante de lo que cualquier hombre ha ideado”. Para Beatty, ese juego era la contienda entre el trabajo y el capital. Ese año, el sindicato minero local de Goldfield, una asociación entre la Western Federation of Miners (WFM) y los Industrial Workers of the World (IWW), obtuvo dos victorias importantes, asegurando salarios más altos para los trabajadores calificados y no calificados y una voz para el sindicato en las políticas laborales relacionadas con el robo. La moral elevada de los trabajadores duró poco; más tarde ese invierno, las tropas federales fueron enviadas a ocupar la ciudad.

Beatty quedó paralizado por los acontecimientos de Goldfield. Brillaban intensamente, escribió, en “la negrura y la vasta esterilidad del desierto“. La ciudad brillante representaba la promesa del poder del trabajo, y sus experiencias allí darían forma al resto del trabajo de su vida.

En 1908, Beatty regresó a California y fue contratado como reportera para el San Francisco Bulletin, habiendo ganado la atención del editor gerente Fremont Older, escribe el historiador Lyubov Ginzburg. Su columna, “On the Margin”, cubrió una variedad de temas progresistas, incluido el sufragio femenino. En 1912, publicó una colección de sus artículos bajo el título, A Political Primer for the New Voter, que se anunció como un manual para las mujeres que recientemente les había sido reconocido el derecho al voto, incluidas las de California, que habían ganado el derecho al voto el año anterior.

A Political Primer for the New Voter. Introduction by William Kent | Bessie  Beatty | First edition

La cartilla tenía un “estilo claro y sencillo… inteligible para todos los capaces de votar”, según el congresista William Kent, autor de la introducción del manual. Cubrió una variedad de temas, como el proceso electoral, las ramas del gobierno, la historia de los partidos políticos y diferentes teorías económicas. Beatty se centró en el socialismo en particular. “El socialista contempla un individualismo superior como el resultado final de un colectivismo que proporcionará oportunidades para cada ser humano“, escribió.

Para Beatty, el sufragio femenino estaba directamente relacionado con la difícil situación del trabajo, ejemplificado por la cruzada por una jornada laboral de ocho horas, una medida en la boleta electoral en California. “Proteger la vida humana cuesta dinero. Reduce las ganancias“, escribió. “La pregunta que deben considerar los trabajadores humanitarios no es cómo hacer posible que las mujeres trabajen más de ocho horas, sino cómo pueden obtener salarios suficientes para ocho horas de trabajo que les permitan vivir”. La cartilla resuena con ideas extraídas del tiempo de Beatty en Goldfield, donde organizadores radicales como Vincent St. John de la IWW habían liderado la lucha por los trabajadores al tiempo que presagiaban el poder internacionalista del emergente movimiento sufragista radical en Estados Unidos.

El Corazón Rojo de Rusia

El “carácter internacional“ del socialismo adquirió un nuevo significado para Beatty varios años después, cuando convenció a sus superiores en el Boletín para que la enviaran al corazón de la Revolución Rusa como corresponsal de guerra. Partió en barco de vapor desde San Francisco en abril de 1917, solo dos meses después de la Revolución. El país estaba, describió en una columna de despedida a los lectores, atrincherado “en el momento más dramático de su historia… liberándose de la esclavitud que todo el mundo, excepto Rusia, aceptó como su destino inevitable y cambiante“.

Para feministas como Beatty, la causa rusa estaba íntimamente ligada a la de las sufragistas. La historiadora Julia L. Mickenberg escribe que en junio de 1917, el National Women’s Party (NWP) hizo un piquete fuera de la Casa Blanca cuando el presidente Woodrow Wilson se reunió con el gobierno provisional de Rusia para obtener el apoyo del país en la lucha contra Alemania en la Primera Guerra Mundial. “Dígale a nuestro gobierno que debe liberar a su pueblo antes de que pueda reclamar la libertad de Rusia como aliado”.

Women soldiers in their last stand before the Winter Palace

Mujeres soldados en su última parada ante el Palacio de Invierno.  Bessie Beatty Collection, Special Collections and College Archives and the Beatty Family, Occidental College, Los Angeles, California.

Ese mismo mes, Beatty llegó a Petrogrado (actual San Petersburgo) en el Trans-Siberian Express, en un momento en que “la libertad era joven … como la primavera, como las hojas de los árboles“. Pronto descubrió que “la Revolución que derrocó al zar y al absolutismo fue algo simple, bellamente lógico, gloriosamente unánime”. Lo que vino después fue más tenso ya que el pueblo ruso “comenzó a ser específico“ sobre el tipo de libertad que deseaban. La revolución era para cada hombre la suma de sus deseos“, reflexionó Beatty más tarde.

Durante ocho meses, informó desde Petrogrado, narrando la complicada política del país, así como sus continuos esfuerzos contra Alemania, mientras la guerra mundial se libraba junto con la revolución interna. El interés de Beatty en los derechos de las mujeres influyó en sus observaciones sobre las muy diferentes relaciones de género en Rusia. “No hubo movimiento feminista”, afirmó. “En lugar de convertirse en feministas, [las mujeres] se convirtieron en cadetes, socialrevolucionarios, mencheviques, maximalistas, bolcheviques, internacionalistas, o se unieron a uno u otro de los partidos y sombras de los partidos. Cuando Beatty entrevistó a soldados del “cuartel general del Batallón de Mujeres”, una le dijo: “Amo todas las armas. Amo todas las cosas que llevan la muerte a los enemigos de mi país.

A pesar de su fascinación por el papel de las mujeres en la Rusia revolucionaria, Beatty se dio cuenta de que las mujeres allí carecían de representación política activa. Fueron relegados a un segundo plano en las reuniones. “Sus esperanzas estaban invertidas en el éxito de la Revolución tan firmemente como las de sus hombres, pero tenían menos tiempo para hablar“, escribió. Beatty, mientras tanto, se sentó en el corazón político de la revolución, informando, entrevistando e incluso estrechando la mano de famosos revolucionarios, incluido León Trotsky. Sus días más peligrosos fueron al final de su estancia, durante la agitación de la Revolución de Octubre. Atrapada en el edificio telefónico cerca del Palacio de Invierno, observó la batalla entre los bolcheviques y los militares del gobierno provisional mientras el primero tomaba el control de los edificios gubernamentales.

En enero de 1918, Beatty declaró “la dictadura del proletariado… un hecho“, habiendo sido testigo de los arrestos finales de los miembros del gobierno provisional cuando los bolcheviques transformaron la capital en un “campo armado”. Partió de Petrogrado poco después, describiendo la ciudad como envuelta en tragedia y terror. Aunque siguió simpatizando con la revolución, Beatty se fue con una visión matizada de los acontecimientos, proponiendo que solo el tiempo “sería capaz de poner a los bolcheviques y los mencheviques, los cadetes y los socialrevolucionarios, en sus propios casilleros“.

A su regreso a los Estados Unidos, Beatty continuó escribiendo sobre Rusia, reflexionando sobre el significado de la Revolución y publicando una colección de sus informes de Petrogrado, titulada El Corazón Rojo de Rusia.  Más tarde regresó al país en un viaje de 1921 para Good Housekeeping y Hearst’s International Magazine, entrevistando a Trotsky, Vladimir Lenin, Georgy Chicherin y Mikhail Kalinin.

Durante el apogeo del primer Red Scare en enero de 1919, fue llamada ante el Comité Overman para testificar sobre el régimen bolchevique. Deliberadamente taciturna, “se negó a condenar a los bolcheviques“, según Mickenberg, reconociendo que el comité buscaba calumniar al socialismo estadounidense y al poderoso movimiento sufragista del país como propaganda bolchevique. Aunque no era una simpatizante de los bolcheviques, Beatty dijo al comité: “Creo que deberíamos tratar de entender lo que están tratando de hacer … para quitarle el poder adquisitivo al dinero“.

Una nueva era

El interés de Beatty en la política izquierdista y el movimiento obrero estadounidense continuó en la ciudad de Nueva York, donde asumió un puesto como editora en McCall’s Magazine en 1919.  Los editores de McCall la presentaron a los lectores como parte de “la primera fila de las mujeres progresistas en la costa del Pacífico“, dotada de una visión internacional vital. “Las ideas de la señorita Beatty sobre lo que quieren las mujeres y los niños se basan no solo en lo que sabe de Occidente; ha vivido con las mujeres de Suecia y Noruega, de China y Japón, de nuestro Norte y nuestro Sur y nuestro Este, conoce a mujeres y niños en todas partes”, escribieron.

Con la aprobación de la 19ª Enmienda por el Congreso en 1919, la participación política de las mujeres adquirió un nuevo significado. Ahora que tenían el voto, las mujeres asumían la misma responsabilidad por los males económicos y sociales del país. Como Beatty preguntó en la edición de octubre de 1919 de McCall’s, “La culpa pronto será nuestra si el mundo no es un lugar más feliz para la raza humana. ¿Cómo vamos a hacerlo? El sentimiento se remonta al escrito anterior de Beatty en A Political Primer, donde instó al ciudadano recién habilitado a “darse cuenta de su responsabilidad … A él le corresponde el derecho de decir si cree en la humanidad o en la marca del dólar“. Los intereses laborales impregnaron sus editoriales, que abogaban por cambios como el aumento del salario de los maestros y la igualdad de contratación en el lugar de trabajo.

Bessie Beatty Letters: Around The World In War Time," The Bulletin, No. 25,  May 7 1917 - Occidental College - Bessie Beatty Collection - CallimachusEn la década de 1920 en Greenwich Village, Beatty se familiarizó con un nuevo conjunto feminista radical, el club Heterodoxy. El grupo incluía a conocidos escritores, artistas y activistas, entre ellos Charlotte Perkins Gilman y Susan Glaspell y la líder sindical Elizabeth Gurley Flynn. El grupo se reunió “cada dos sábados durante cuarenta años para disfrutar de la compañía del otro, para compartir información y, a veces, para actuar sobre temas como el trabajo, los derechos civiles, el control de la natalidad, el sufragio y el pacifismo. Según la historiadora Joanna Scutts, varios otros miembros de la heterodoxia también habían viajado a Rusia durante la revolución. Al igual que Beatty, eran reacios a condenar a los bolcheviques, que en 1918 aprobaron el Código de Familia; “liberalizó las leyes de divorcio, permitió el acceso al aborto y ofreció licencia de maternidad pagada a mujeres casadas y solteras por igual”. Los bolcheviques ofrecieron nuevos objetivos políticos para las feministas estadounidenses (especialmente las mujeres blancas). A largo plazo, sin embargo, “el giro a Rusia por parte de las feministas estadounidenses que abrazaron el ‘movimiento internacional radical de mujeres’ finalmente fue contraproducente”, escribe Mickenburg, “tanto porque las ganancias prometidas por los soviéticos para las mujeres resultaron ilusorias como porque la mancha del bolchevismo sirvió para reducir el significado del feminismo en los Estados Unidos”.

El período de entreguerras aseguró la posición de Beatty como parte de la izquierda artística e intelectual. Se involucró en el mundo del teatro, escribiendo para MGM y co-escribiendo una obra de Broadway; durante la Gran Depresión se ofreció como voluntaria para el Actor’s Dinner Club, una organización que proporcionaba comidas a actores y dramaturgos con dificultades en la ciudad de Nueva York. Asumió un puesto en el National Label Council, promoviendo productos hechos por sindicatos, y en los últimos años de su vida, tomó un concierto presentando un popular programa de radio para WOR New York, donde entrevistó a figuras como Eleanor Roosevelt y realizó campañas de bonos de guerra para la Segunda Guerra Mundial.

Desde los desiertos de Nevada hasta la ciudad de Nueva York de F.D.R., Beatty pasó su vida adulta participando en las importantes intersecciones y evoluciones del pensamiento feminista y socialista que marcaron la transición de los años progresistas a la era del New Deal. Y aunque la relación entre los movimientos laborales y de mujeres a veces era tensa, Beatty nunca dejó de abogar por el papel del trabajador en la promoción de los derechos de las mujeres, en el país y en el extranjero.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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La esclavitud es, sin lugar a dudas, el pecado original de los Estados Unidos y, por ende, origen de muchos de los problemas que enfrenta esa nación en la actualidad. El racismo es uno de ellos. Éste lo ha permeado todo, desde la creación de la Constitución a finales del siglo XVIII hasta la violencia policial del siglo XXI.

En esta breve nota comentando un artículo de Shannen Dee Williams, la escritora Livia Gershon, nos recuerda que la religión no estuvo exenta del impacto de la esclavitud y de su hijo preferido el racismo.

La Dra. Wilson es profesora en el Departamento de Historia de University of Dayton y autora de Subversive Habits: Black Catholic Nuns in the Long African American Freedom Struggle (Duke University Press, April 2022).


Sisters of the Holy Family, New Orleans

La historia oculta de las monjas católicas negras

 Livia Gershon 

JSTOR      26 de mayo de 2022

Al igual que muchas instituciones, sociedades y negocios en los Estados Unidos, los conventos y otras organizaciones católicas fueron generalmente racialmente segregados durante la mayor parte del siglo 20. Y, como explica la historiadora Shannen Dee Williams, hay una historia aún más antigua de monjas negras en entornos predominantemente católicos blancos que ha sido ignorada o incluso encubierta por estas instituciones religiosas.

Según Williams, esta historia del catolicismo afroamericano se remonta a la comunidad católica negra libre de la Florida española, así como a la inmigración haitiana y la tenencia de esclavos por parte de las instituciones católicas estadounidenses. A pesar de las importantes barreras que enfrentaron, muchas mujeres negras a lo largo de los siglos se sintieron llamadas a unirse a las filas de los célibes católicos. Antes de la Guerra Civil, algunas mujeres negras libres fundaron órdenes católicas para sí mismas, pero otras se unieron a órdenes predominantemente blancas, una opción generalmente solo disponible para mujeres de piel más clara. Algunas de este último grupo de mujeres incluso fundaron órdenes que fueron percibidas como blancas. Por ejemplo, Theresa Maxis y Ann Constance (Charlotte Martha) Schaaf ayudaron a fundar el Immaculate Heart of Mary (IHM), una prominente orden educativa para monjas en Michigan y Pensilvania, en 1845.

Duke University Press - Subversive Habits

Williams señala que las Sisters of Loretto at the Foot of the Cross en Kentucky tenían una relación particularmente compleja con la raza. Esclavizaron a los trabajadores negros, pero también aceptaron al menos a 14 mujeres afrodescendientes como hermanas laicas. En 1812, la hija de una de esas mujeres, Clare Morgan, se convirtió en miembro de la orden. Las hermanas de Morgan deben haber sabido que ella era la hija de una mujer negra anteriormente esclavizada, pero la orden mantuvo esa información fuera de las historias congregacionales publicadas en los siglos XIX y XX. También es probable que la fundadora de Loretto, Mary Rhodes, fuera hija de una mujer negra anteriormente esclavizada, aunque no está claro si Rhodes era consciente de esto.

Williams escribe que, después de la Guerra Civil, la línea de color dentro de las órdenes católicas femeninas en realidad se endureció de alguna manera. Solo se sabe que cuatro mujeres negras ingresaron a órdenes blancas entre 1865 y 1880, y en 1900, la mayoría de estas órdenes tenían políticas explícitas y formales contra la admisión de mujeres negras. Estas políticas, que aseguraron que la influencia y el poder se mantuvieran con la Iglesia blanca, permanecieron en su lugar hasta la era de los Derechos Civiles.

Radicals Habits: Unearthing the History of Black Catholic Nuns in the Black  Freedom Struggle — Black Women Radicals

En general, docenas de mujeres de ascendencia africana nacidas en Estados Unidos ingresaron a congregaciones blancas en los Estados Unidos y en otras partes del siglo XIX. Es imposible saber el número verdadero dada la probabilidad de que algunas mujeres pasaran por blancas y nunca fueron descubiertas. Pero entre los documentados por Williams y otros eruditos hay muchos cuyas órdenes eran muy conscientes de su herencia y más tarde hicieron todo lo posible para suprimirla. IHM, por ejemplo, restringió el acceso a su archivo para evitar la exposición de las verdaderas identidades de Maxis y Shaaf. Y, en la década de 1930, los líderes de la orden cerraron un esfuerzo para reconocer a Maxis como un santo.

Como escribió la Madre Domitilla Donohue del IHM en 1928, «estamos convencidos de que el silencio es la forma más justa, sabia y agradable de cometer el olvido de este tema».

Forgotten Habits, Lost Vocations: Black Nuns, Contested Memories, and the 19th Century Struggle to Desegregate U.S. Catholic Religious Life

Shannen Dee Williams

The Journal of African American History, Vol. 101, No. 3, “Faith in Action: Historical Perspectives on the Social and Educational Activism of African American Catholics” (Summer 2016), pp. 231–260

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

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Women sewing fabric for seats at Pullman Works, Chicago, Illinois.

Mujeres cosiendo tela para asientos

Las mujeres en la Compañía Pullman

Sarah Buchmeier  

Jstor Daily  22 de marzo de 2022

No podía dejar que acabara marzo, mes de las mujeres en Estados Unidos, sin dedicarla una entrada al mal llamado sexo débil. Comparto esta nota sobre el papel que jugaban las mujeres en las fábricas del magnate George M. Pullman.  Su autora, Sarah Buchmeier, obtuvo su doctorado en inglés en la Universidad de Illinois en Chicago y actualmente se desempeña como jefa de investigación  en el Pullman National Monument.


En 1880, George M. Pullman, un magnate del ferrocarril que había hecho su fortuna construyendo vagones de lujo, se embarcó en un nuevo experimento social: una ciudad (llamada así por él mismo) al sur de Chicago que albergaba una fábrica expansiva flanqueada por casas modernas y comodidades para sus trabajadores. Si sabes algo sobre la historia de Pullman, probablemente esté relacionado con la huelga de 1894, cuando miles de empleados de la fábrica detuvieron las operaciones durante casi tres meses e inspiraron un boicot nacional a los trenes Pullman orquestado por la Unión Ferroviaria Americana. O tal vez conozca a los Pullman Porters, los empleados afroamericanos que brindaban servicio a los pasajeros en los trenes, limpiando y reacomodando las literas para dormir, lustrando zapatos, llevando equipaje e incluso brindando entretenimiento aquí y allá. En 1925, formarían la Hermandad de Porteadores de Coches Cama y en 1937, se convertirían en el primer sindicato afroamericano en ganar un contrato con una gran corporación en los Estados Unidos.

Labor Day history: Pullman National Monument officially opens with museum  at birth site of labor movement - ABC7 Chicago

Cuando se cuentan estas historias, se tiende a centrar en los hombres. Entre imágenes de carpinteros, pintores y herreros en huelga, líderes sindicales carismáticos como Eugene V. Debs y A. Philip Randolph; y porteadores bien vestidos, el trabajo de las mujeres en la compañía Pullman ha permanecido en gran medida invisible. Incluso el artículo de Almont Lindsey de 1939, que se centra particularmente en las formas en que el paternalismo guió el diseño y la gestión de la ciudad de la empresa, no tiene nada específico que decir sobre las mujeres Pullman. Y de alguna manera, eso es precisamente lo que Pullman hubiera querido. Pullman se resistió a contratar mujeres e hizo todo lo posible para mantener la atención alejada de las empleadas de la compañía. Por supuesto, desde el principio, las mujeres definieron y desafiaron el experimento social que fue Pullman.

En las tiendas

Como sugiere Douglas Pearson Hoover en su tesis “Women in TXIX Century Pullman“, la ciudad fue planeada con la intención de que el papel principal de las mujeres fuera “criar a los hijos y criarlos en un aire de respetabilidad de clase media con el presupuesto de una familia de clase trabajadora”. Las casas fueron diseñadas con el trabajo doméstico en mente: plomería interior, puntos de basura y una “disposición cubierta de tendederos” en la parte posterior. La escala peatonal del barrio hizo posible que los hombres almorzaran en casa y encontraran descanso en el entorno doméstico.

Pero las mujeres también formaban parte de las operaciones de la fábrica. En los primeros días, el puñado de mujeres que trabajaban en la fábrica eran costureras o grabadoras en el departamento de vidrio. Las costureras, que constituían la categoría más grande de empleadas en ese momento, fabricaban y reparaban todos los textiles utilizados en los automóviles Pullman: alfombras, cortinas, tapicería, ropa de cama, manteles y colchones. Ninguno de los otros más de 60 tipos de trabajo estaba abierto a las mujeres, aunque fuera de la ciudad, cientos de mujeres trabajaban para Pullman en lavanderías que estaban dispersas por todo el país. En 1885, señala Hoover, un desequilibrio de género en la población y los imperativos económicos de las familias de clase trabajadora obligaron a Pullman a ampliar las oportunidades para que las mujeres ganaran salarios dentro de la ciudad y la fábrica.

El objetivo era ofrecer a las mujeres un trabajo que estuviera en línea con un papel doméstico y “no interfiriera con sus deberes maternos primarios”. Pullman centralizó las operaciones de lavandería y construyó una nueva instalación en Florence Boulevard (ahora 111th Street), donde en 1892, más de 100 mujeres lavaban “ropa de cama sucia, manteles y servilletas”. En 1899, un artículo del Chicago Tribune se maravilló de las máquinas de lavandería que podían lavar y planchar “30,000 piezas en un día” y de las “mujeres jóvenes” que alimentaban piezas a través del vaso y el mangler, las doblaban y las ataban en paquetes. El libro enciclopédico de 1893, The Town of Pullman, describía la lavandería en términos aún más efusivos: una estructura “provista de todas las comodidades modernas para la comodidad de los empleados [sic]”, habitaciones llenas de “chicas ocupadas, todas con gorras blancas y delantales blancos mientras atienden sus múltiples deberes” y ropa de cama impecablemente limpia que “cuando es manejada por las chicas,  [eran] dulces y limpios”.

Las condiciones idealizadas de la lavandería ejemplifican lo que Lindsey postula como la visión particular de Pullman del paternalismo, un enfoque para mejorar las condiciones de las clases trabajadoras, no como filantropía, sino “como una propuesta de negocio que produciría dividendos … y crear una fuerza contenta y laboriosa de trabajadores calificados”. Lindsey expone cuidadosamente las formas en que Pullman mantuvo un estricto control sobre las operaciones de la ciudad, así como su imagen pública, principalmente con agentes de la ciudad como Duane Doty, quien con frecuencia daba visitas a los visitantes para resaltar todos los beneficios de vivir y trabajar para Pullman.

Pullman Company Stock Certificate - Famous sleeper train car manufacturer  1924 - Scripophily.com | Collect Stocks and Bonds | Old Stock Certificates  for Sale | Old Stock Research | RM Smythe |Durante la huelga de 1894, Pullman perdió el control, no sólo de sus trabajadores sino de la reputación de su ciudad. La huelga comenzó como respuesta a la negativa de la compañía a reducir los alquileres de las viviendas incluso después de meses de salarios y horas reducidas durante el pánico económico de 1893. Aunque la fuerza laboral abrumadoramente masculina de la compañía significaba que los huelguistas eran en su mayoría hombres, las mujeres que se unieron a la huelga desempeñaron un papel fundamental. Que las mujeres en Pullman fueran miembros del sindicato era en sí mismo inusual. Alice Kessler-Harris señala que, a finales del siglo XIX, las tasas de mujeres sindicalizadas eran mucho más bajas que las de los hombres, “algo así como el 3,3 por ciento de las mujeres que se dedicaban a ocupaciones industriales en 1900”. Eso se debe en parte a que las mujeres en ese momento “eran trabajadoras jóvenes y temporales que miraban al matrimonio como una forma de escapar de la tienda o la fábrica” y en parte porque los hombres sindicalizados veían a las mujeres como sus competidoras más que sus aliados. Pero la recién formada Unión Americana de Ferrocarriles (ARU), encabezada por Eugene V. Debs, permitió que las mujeres estuvieran en sus filas, y esos miembros fueron participantes motivados y efectivos en la huelga de Pullman. Una semana después, el Chicago Tribune, informó que “las chicas de la tienda están tomando la parte más activa y en realidad están logrando más … que los hombres. También son más entusiastas y están decididos a permanecer fuera de las tiendas hasta que lleven su punto”.

Una joven costurera de las tiendas Pullman, Jennie Curtis, se desempeñó como presidenta del Girls’ Union Local No. 269. Su impacto en la  huelga se convirtió en una leyenda de Pullman. Su discurso exagerado pero apasionado, convenció a los miembros de la ARU de apoyar un boicot a los trenes Pullman, que efectivamente expandió la huelga de Pullman en todo el país, ya que los trabajadores ferroviarios se negaron a tocar un tren con un vagón Pullman conectado a él. Y quizás lo más dañino para la reputación de Pullman, su carta describiendo los abusos que presenció en la sala de costura rompió cualquier ilusión sobre las condiciones de trabajo de las empleadas:

… el trato tiránico y abusivo que recibimos de nuestra capataz hizo que nuestros cuidados diarios fueran mucho más difíciles de soportar. Era una mujer que había cosido y vivido entre nosotros durante años, una, uno, pensarías, que tendría algo de compasión de nosotros cuando la pusieran en condiciones de hacerlo. Cuando el superintendente la puso encima como nuestra capataz, parecía deleitarse en mostrar su poder para lastimar a las niñas de todas las maneras posibles. A veces su conducta era casi insoportable… Cuando una trabajadora estaba enferma y pedía irse a casa durante el día, les decía a la cara que no estaban enfermas, que había que sacar los coches y que no podían regresar a casa. También tenía algunos favoritos en la habitación, a quienes les dio todo el mejor trabajo …

En el ferrocarril

En las tiendas Pullman, las asalariadas eran casi exclusivamente blancas, muchas de ellas inmigrantes europeas. Pero la compañía Pullman también fue uno de los mayores empleadores de trabajadores negros en el país. Esos trabajadores eran principalmente Pullman Porters, hombres elegantemente vestidos y altamente profesionales que prestaban servicio en los trenes que coincidían con la opulencia y la comodidad del vagón. Durante décadas, estos servicios fueron proporcionados solo por hombres negros, pero a principios de siglo, la compañía Pullman comenzó a ofrecer sirvientas en sus automóviles como un nivel adicional de lujo a los pasajeros.

Al igual que los porteadores, las sirvientas de Pullman eran negras, y su trabajo tenía vínculos incómodos con el trabajo de los esclavos. De hecho, como señala Theodore Kornweibel, Jr., la introducción de las sirvientas Pullman fue un retorno a un servicio similar ofrecido por las líneas ferroviarias durante los años anteriores a la guerra. “Al menos dos líneas anteriores a la guerra, Richmond & Danville y Philadelphia, Wilmington & Baltimore, asignaron sirvientas a los trenes de pasajeros, [mujeres esclavizadas] para el personal de los autos de las damas en la primera línea y probablemente liberaron a las mujeres negras para trabajar en coches cama para la segunda”. Las sirvientas Pullman trabajaban en viajes de larga distancia y, al igual que sus contrapartes porteadoras, se esperaba que “mantuvieran ordenadas las habitaciones de los pasajeros, recogieran basura, rehicieran camas, repararan prendas y realizaran otros servicios personales”. Se esperaba que las criadas dieran manicuras o peinados gratis siempre que el tiempo lo permitiera, y se les pagaba “menos de $ 80 al mes en la década de 1920”.

From the B&O Railroad Museum...Mientras que las sirvientas realizaban un trabajo similar al de los porteadores, sus luchas eran a menudo mayores. Ambas posiciones dependían de propinas para ganar un salario decente, pero como su clientela eran “mujeres, ancianos y enfermos”, señala Kornweibel, las sirvientas ganaban menos que los porteadores, “que se codeaban con… empresarios, políticos, actores y estrellas del deporte”.  Y cuando la Hermandad de Porteadores de Coches Cama estaba luchando por mejores condiciones, las sirvientas finalmente fueron eliminadas del nombre oficial a favor de que se unieran a las Damas Auxiliares, cuyos miembros eran en su mayoría esposas de porteadores. Como resultado, las necesidades de los porteadores tuvieron prioridad sobre las criadas en las negociaciones con la empresa.

Peor aún fue la posición de los limpiadores de vagones. Muchas mujeres negras encontraron trabajo limpiando los interiores de los vagones Pullman, “barriendo basura y basura; fregar pisos; desinfección de escupideras; limpieza de tolvas (inodoros); cepillado de asientos; lavado de ventanas; desempolvado de carpintería; limpiar alfombras a mano, de rodillas; y pulir superficies metálicas”. Estos trabajos eran difíciles y pagaban poco, pero dado que las opciones de empleo eran limitadas para las mujeres negras, constituían la abrumadora mayoría de la fuerza laboral de limpieza de automóviles de la compañía Pullman en los patios de automóviles del sur.

Nuevo trabajo para la mujer moderna

A principios del siglo XX, más mujeres asumieron roles como empleadas, secretarias y vendedoras. Cuando la compañía instaló una nueva centralita a principios de la década de 1920, contrataron a un puñado de operadores telefónicos, que podían manejar colectivamente la impresionante cantidad de 850 llamadas al día. Por supuesto, junto con la mayoría de las industrias, los límites de género del trabajo se desmoronaron durante las guerras mundiales. La fábrica Pullman en Chicago pivotó para ayudar al esfuerzo de guerra, construyendo tropas y autos de hospital, así como aviones, tanques y proyectiles. Aquí, las mujeres intervinieron como soldadoras y remachadoras, y otros trabajos que los hombres habían dejado vacantes cuando fueron a luchar al extranjero.

Historic Pullman Foundation

Soldadores de la Segunda Guerra Mundial, cortesía de Historic Pullman Foundation

Si bien la visión de Pullman puede haber sido crear un entorno donde el trabajo de las mujeres fuera únicamente doméstico y / o materno, sin él, la compañía Pullman probablemente no habría sobrevivido hasta el siglo XX, mucho menos durante más de un siglo. Tal vez sea apropiado e irónico, entonces, que desde la designación de Pullman como Monumento Nacional en 2015, el parque ha sido dirigido completamente por mujeres, y la Torre del Reloj de la Administración en el centro de los terrenos de la fábrica que durante mucho tiempo estuvo dominada por hombres ahora cuenta con un personal permanente exclusivamente femenino.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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FS We Can Do It Woman - Cartel de chapa (20 x 30 cm), diseño de mujer:  Amazon.es: HogarLa entrada de Estados Unidos a la segunda guerra mundial  provocó un aumento sin precedentes de la fuerza laboral estadounidense.  El reclutamiento y la economía de guerra generaron una gran demanda de mano de obra. Las fuerzas armadas sacaron de la fuerza laboral a 15 millones de hombres y mujeres. Sin embargo, ésta creció casi un 20% durante la guerra gracias a la incorporación de trabajadores y trabajadoras procedentes de los sectores marginales o minoritarios. Más de 200,000 braceros fueron traídos de México para trabajar en la granjas. Los afro-estadounidenses vieron como se abrían oportunidades laborales antes inexistentes por su color de piel. Casi un millón de afro-americanos se incorporaron a la fuerza laboral durante la guerra. Los mexicano-norteamericanos y los nativo-americanos también disfrutaron de nuevas oportunidades laborales en áreas reservadas tradicionalmente para los blancos.

Uno de los sectores que más se benefició de la demanda de mano obra fue el de  las mujeres, pues el empleo entre éstas creció un 50%. Para 1945, casi 20 millones de mujeres eran parte de esa fuerza laboral. Las blancas casadas y mayores de treinta y cinco años fueron las principales beneficiadas del aumento en las oportunidades de trabajo. Muchas afro-americanas dejaron trabajos tradicionales como el servicio doméstico y obtuvieron trabajos mejor remunerados en fábricas. La guerra le abrió las puertas a las mujeres a trabajos reservados para los hombres. Por ejemplo, el número de féminas trabajando en la industria automotriz aumentó de 29,000 a 200,000. Es necesario aclarar que el empleo de mujeres era visto como algo temporero tanto por las empresas como por el gobierno.

Comparto este artículo de Carlos Hernández-Echeverría sobre uno de los simbolos más importantes del papel que jugaron las estadounidenses durante la guerra. Se trata de la famosa Rosie the Riveter inmortalizada en el afiche de J. Howard Miller  «We can Do It».


La traición a ‘Rosie the Riveter’: de la fábrica a la cocina

Carlos Hernández-Echeverría

La Vanguardia    19 de mayo de 2021

Todos tenemos la imagen de Rosie en la cabeza: una mujer joven, vestida con un mono azul de trabajo, que con gesto desafiante muestra su bíceps y dice “podemos hacerlo”. Y pudieron. Los pósteres promocionales de Rosie the Riveter, “Rosita la remachadora”, cuentan la historia de casi siete millones de mujeres estadounidenses que se incorporaron al trabajo durante la Segunda Guerra Mundial. Todo un ejército de “Rosies” que fue imprescindible para la victoria aliada.

Todo empezó por una cuestión de necesidad. EE. UU. tenía que mantener a plena marcha su industria bélica, y muchos hombres jóvenes estaban luchando en el frente. Había que producir ingentes cantidades de balas, aviones o tanques, y para lograrlo no había otra manera que abrir las puertas de las fábricas a las mujeres. Ellas respondieron a la llamada, pero en cuanto acabó la guerra su país les dio de lado. Los hombres regresaban y, sin preguntar a las interesadas, se decidió que ellas debían volver a casa y dejarles su sitio en las fábricas.

Superando estereotipos

Los pósteres de propaganda pueden resultar muy engañosos. En ellos Rosie siempre es blanca, aunque las mujeres negras fueran las protagonistas del relevo en las fábricas de armamento. También lleva los labios bien pintados de rojo, tal vez para no disipar demasiado su imagen femenina y así quitarle temporalmente al trabajo industrial el sambenito de ser “cosa de hombres”. Convenientemente para las empresas, esos carteles también evitaban decir que a ellas iban a pagarles la mitad que a los hombres por el mismo trabajo.

Una ‘Rosie’ afroamericana pone remaches en un Vultee A-31 Vengeance en Nashville, Tennessee, 1943. Library of Congress.

Una ‘Rosie’ afroamericana pone remaches en un Vultee A-31 Vengeance en Nashville, Tennessee, 1943. Library of Congress.
Dominio público

 

Y, sin embargo, la propaganda tuvo éxito: durante la contienda se duplicó el número de mujeres que trabajaban fuera del hogar en EE. UU. Ya venían haciéndolo en sectores concretos de los llamados “femeninos”, como la enseñanza, la enfermería o el secretariado, pero, entre 1940 y 1944, la cantidad de las que lo hacían en el muy masculino sector de la Defensa aumentó un 462%, y la industria en general acogió a más de tres millones de nuevas trabajadoras. Enormes fábricas como la de Ford en River Rouge pasaron en unos pocos años de tener 45 empleadas a casi 15.000.

Naomi Parker Fraley death: How N.J. professor solved Rosie the Riveter  mystery - nj.com

Para sostener ese crecimiento del empleo femenino, había que convencer a un grupo clave: las casadas. Lo más habitual entonces era que las mujeres, particularmente las blancas de clase media, dejaran de trabajar al contraer matrimonio. Las que decidían seguir con su empleo eran vilipendiadas tanto por la derecha, que las acusaba de desatender a sus familias, como por la izquierda, que las acusaba de “robar” el trabajo a viudas o solteras que lo necesitaban más. Antes de la guerra, multitud de estados tenían incluso leyes que en la práctica expulsaban del mercado laboral a las casadas

La necesidad de trabajadoras que trajo la conflagración llevó a la derogación de esas leyes y a una reconsideración social del empleo entre las mujeres casadas. Antes de la guerra trabajaba un 14% de ellas, y durante el conflicto esa cifra subió hasta el 22%. Para animar a las madres a empezar a trabajar y evitar el absentismo entre las que ya lo hacían, EE. UU. tuvo que organizar un ambicioso programa público de los que solo suelen salir adelante en tiempos de crisis: la ley Lanham. Una inversión equivalente a más de 800 millones de euros para crear un enorme programa de guarderías.

A cambio de unos seis euros actuales, las mujeres cuyo trabajo tuviera algo que ver con el esfuerzo bélico podían dejar a sus hijos en la guardería durante su turno y además entregar una lista para que les hicieran la compra durante ese tiempo.

“¡Cuantas más mujeres trabajen antes ganaremos!”. Póster del gobierno estadounidense de 1943. Library of Congress.

Enter a c“¡Cuantas más mujeres trabajen antes ganaremos!”. Póster del gobierno estadounidense de 1943. Library of Congress.

Unos 600.000 niños se beneficiaron de la ley Lanham, que además rompió el mito de que el trabajo de las madres perjudicaba a sus hijos. Un seguimiento posterior durante años demostró que esos chicos tenían “más posibilidades de obtener trabajo y mayores ingresos” que los hijos de madres que permanecían en casa. El programa fue muy popular, pero, como descubrirían pronto las mujeres de EE. UU., el interés de su gobierno en la conciliación iba a durar muy poco.

El amargo final

Según las encuestas realizadas entre 1943 y 1945, hasta un 85% de las trabajadoras quería mantener su empleo después de la contienda. Sin embargo, solo en los últimos meses de 1945 un millón de ellas fueron despedidas. En las fábricas, el sector que había concentrado gran parte del aumento del empleo femenino, echaron al doble de mujeres que de hombres. Y no solo hablamos de la industria bélica: en 1951, seis años después de terminada la guerra, las factorías estadounidenses de coches no empleaban ni a la mitad de mujeres que en 1944.

Una soldadora en los astilleros de Richmond, California, en 1943. Library of Congress.

Una soldadora en los astilleros de Richmond, California, en 1943. Library of Congress.

 

De repente, ya no servían para los empleos que habían realizado más que adecuadamente durante el conflicto. Además de las políticas para favorecer la contratación de veteranos de guerra, un estudio de las nuevas ofertas laborales señala que entre un 60% y un 80% de ellas se publicitaban como “trabajos solo para hombres”. La famosa fábrica de Ford en River Rouge que había pasado de emplear 45 mujeres a casi 15.000 vio cómo en 1946 las mujeres volvían a ser un 1% de la plantilla. Y, por supuesto, el gobierno echó el cierre a las guarderías y las ayudas de la ley Lanham.

El empleo femenino en EE. UU. tardaría todavía 10 años en alcanzar los niveles de la Segunda Guerra Mundial. A ‘Rosie the Riveter’ la echaron de la fábrica y la mandaron de vuelta a casa, pero ya había roto muchos tabúes que habían dejado de tener sentido. Muchas de las mujeres que hicieron la guerra trabajando en las fábricas, separadas de los obreros varones y cobrando la mitad que ellos, habían experimentado un grado de independencia al que no quisieron ya renunciar. Todo eso consiguió Rosie.

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Comparto con mis lectores este interesante capítulo del libro de la historiadora Josefina L. Martínez, ¡No somos esclavas! Huelgas de mujeres trabajadoras, ayer y hoy . Esta obra analiza el papel que han jugado las mujeres en el desarrollo del movimiento obrero y, en especial, en huelgas a nivel global. En el caso específico del capítulo que comparto, Martínez enfoca una huelga en Lawrence (Massachussets) llevada a cabo en marzo de 1912. Aquellos interesados en la historia obrera, de género y de la intersección entre ambas, podrían encontrar muy útil este capítulo.


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Manifestación en Lawrence (Massachusetts) durante la huelga de 1912.
LAWRENCE HISTORY CENTER PHOTOGRAPH COLLECTION

La huelga de Pan y Rosas

Josefina L. Martínez

Ctxt.com     16/01/2021

Desde que comenzó la pandemia hemos visto en varios países la irrupción de luchas de mujeres trabajadoras cruzadas por la explotación y los agravios del racismo y las migraciones. El grito de las jornaleras contra los abusos en el campo, la protesta de las enfermeras y limpiadoras en los hospitales, las trabajadoras del hogar contra la esclavitud moderna o las vecinas autoorganizadas para frenar los desahucios. Estas experiencias muestran la potencialidad de apostar por la construcción de un feminismo de clase, alejado tanto del punitivismo moralista de las disputas en redes sociales como de los techos de cristal del feminismo meritocrático.

El libro ¡No somos esclavas! Huelgas de mujeres trabajadoras, ayer y hoy recupera algunas de estas luchas, sus dolores y también sus deseos de emancipación. Pero el hilo rojo y morado que entrevera género y clase no comienza hoy. Por eso la primera parte está dedicada a huelgas de mujeres en la historia: la huelga de Pan y Rosas en 1912 en EE.UU., la revuelta de las mujeres contra el aumento de los precios en Barcelona, Málaga y Alicante en 1918, las huelgas de las inquilinas en las primeras décadas del siglo XX o las luchas de las trabajadoras textiles contra el Corte Inglés en la Transición española. Varios capítulos están basados en artículos publicados en los últimos años en CTXT, ahora reeditados, junto con historias nuevas. Para la publicación del libro, ilustrado por Emma Gascó, se ha lanzado una campaña de crowdfunding en Verkami. Presentamos aquí, como adelanto editorial, el capítulo sobre la huelga de Pan y Rosas, una de las más importantes de la historia de la clase obrera en Estados Unidos. Protagonizada por decenas de miles de trabajadoras textiles, jóvenes, inmigrantes y precarias, se desarrolló en Lawrence entre el 11 de enero y el 14 de marzo de 1912.

La mañana del 11 de enero el frío cortaba la respiración en Lawrence, Massachusetts. Antes de las 6 de la mañana, miles de bocas tragaron pequeños trozos de pan en cocinas oscuras, las mujeres alimentaron a los niños y se calzaron los abrigos. Minutos después, los portales escupían figuras que se multiplicaban al doblar la esquina; polleras, sombreros y botines cruzaban puentes y aceleraban el paso, mientras el humo de las chimeneas y el chillido de los silbatos indicaba el camino de tan temprana procesión. El torrente se precipitaba por calles y avenidas, bifurcándose en los portones de cada fábrica: la Everett Mills, la Pacific Mills, la Washington Mills, unas 30 en total. Lawrence abría sus fauces, enormes mandíbulas mecánicas, trituradoras de ladrillo y metal, para engullir esa masa de carne y nervios, músculos y cerebros. En cada taller, los hilos se tensaban y los brazos se acoplaban a las máquinas, iniciando el traqueteo infernal que iba a martillear los tímpanos durante 10 horas.

Portada del libro. Ilustración: Emma Gascó

La ciudad había sido fundada en 1845 por la Asociación de empresarios de Boston en un lote de tierras despobladas de Nueva Inglaterra. Abbot Lawrence la había imaginado como un modelo ideal de laboriosidad y puritanismo donde las jóvenes solo se ocuparían unos años en la confección, hasta que llegara la edad de casarse y estuvieran listas para engendrar hijos devotos. Cuarenta años después, las ‘chicas de Lawrence’ seguían trabajando con la espalda doblada 14 horas al día en talleres mugrientos, pariendo hijos que entraban a trabajar antes de tener un solo pelo en la caraHacia 1910, Lawrence se transformó en uno de los centros de la industria textil norteamericana –sus fábricas procesaban el 25% del total del tejido de lana en Estados Unidos–, una urbe de casi 86.000 habitantes, en su mayoría trabajadores y trabajadoras no cualificadas que llegaban en oleadas desde el sur de Italia, Polonia, Lituania, Grecia, Francia, Bélgica, Alemania y Rusia para abastecer la creciente demanda de mano de obra. En su Informe sobre la huelga de los trabajadores textiles de Lawrence de 1912, el Gobierno Federal indicaba que al menos la mitad de la población mayor de 14 años se ocupaba en la industria textil de lana y algodón y más del 80% de la población era extranjera.

Ese día invernal, sin embargo, debajo de la rutina aparente, circulaba una potente corriente subterránea, una tensión que se transmitía en las miradas, en frases intercambiadas en diferentes lenguas, en rostros endurecidos. Las polacas fueron las primeras. 200 mujeres que, al recibir la paga semanal y comprobar que les habían bajado el salario, estallaron con furia y pararon la producción. Bajaron los brazos y con esa declaración de inmovilidad, dejando caer hilos y agujas, condenaron a las máquinas a su impotencia de cacharros sin alma. Con ese gesto, iniciaron una huelga que iba a ser imparable.  Short Pay, short pay! All out! ¡Menos salario, todas afuera! Durante 63 días, trabajadoras y trabajadores inmigrantes sostuvieron una huelga que desafió a las corporaciones textiles más importantes de Estados Unidos, enfrentó a los gobiernos, a la policía y la milicia armada, a los medios de comunicación conservadores y al clero reaccionario, hasta conseguir un triunfo.

La lucha tuvo varios hitos: la creación de un comité de huelga, con 56 miembros, donde estaban representadas más de veinte comunidades étnicas y nacionales; la organización de cocinas populares que garantizaron dos comidas diarias a miles de huelguistas y sus familias; una caja de resistencia que recibió aportes desde todo el país; los piquetes móviles de las mujeres para burlar a la policía. Y lo que quizás sea el evento más conocido: el “éxodo de los niños”, cuando las trabajadoras enviaron en tren a cientos de sus hijos hacia otras ciudades, para ser alimentados y cuidados por familias solidarias durante la huelga.

Al parecer, los días previos al 11 de enero ya había circulado el rumor de la huelga en varios idiomas. El disparador fue una reducción salarial de unos pocos centavos en las nóminas. Una ley reciente establecía la reducción de la jornada laboral para mujeres y menores de edad, que debía pasar de 56 a 54 horas semanales. Y como en la industria textil la mayoría eran mujeres, tenía un gran impacto en la ciudad. Los empresarios aceptaron recortar la jornada de trabajo, pero a cambio redujeron también los salarios, no pensaban perder ni un céntimo en esta operación.

20 centavos equivalían a varias barras de pan, pero fue mucho más que eso lo que desencadenó el conflicto. Según la Comisión del Trabajo de Massachusetts, el salario mínimo que necesitaba una familia obrera para sobrevivir era de 8,28 dólares por semana, mientras un tercio de los hogares cobraba por debajo de esa cifra, menos de siete dólares. Por un piso con tres piezas, se pagaba entre dos y tres dólares semanales; el salario no alcanzaba. Si eras abogado o cura, tenías una esperanza de vida de 64 años, pero si eras una trabajadora textil, con suerte podías superar los 40 años. Eran frecuentes las enfermedades respiratorias, provocadas por la inhalación de partículas de algodón y productos tóxicos. A esto se sumaba un récord nacional de accidentes laborales: brazos amputados, dedos arrancados, piernas machacadas. La pujante industria norteamericana se alimentaba de sangre fresca, y no era una metáfora.

Cuando se supo que las polacas habían bloqueado la producción, miles de trabajadoras se reunieron espontáneamente fuera de las plantas, gritando: “¡Todas afuera!”. En minutos, una lluvia de piedras y trozos de hielo volaron hacia las ventanas, una buena forma de llamar la atención de quienes todavía dudaban. Al día siguiente, las trabajadoras se dirigieron al salón de la asociación franco-belga, constituyeron el comité de huelga y pidieron ayuda a la IWW (Industrial Workers of the World). Este era un sindicato militante y combativo que, a diferencia de la conservadora central AFL, organizaba a los trabajadores no cualificados, los más precarios, los afroamericanos y las mujeres. La IWW enviaba a sus mejores organizadores, los wobblys, a todos los puntos del país para apoyar las huelgas y organizar las cajas de resistencia.

Enseguida, el comité de huelga lanzó un mensaje a las trabajadoras y trabajadores de Lawrence: “Ahora que la asociación de los capitalistas ha mostrado la unidad de todos nuestros adversarios, os llamamos como hermanos y hermanas a unir vuestras manos junto con nosotros en este gran movimiento. Nuestra causa es justa… Trabajadores y trabajadoras, dejad vuestros martillos, tirad vuestras herramientas, dejad que las máquinas se paren, que la energía deje de hacer girar las ruedas y los telares, dejad la maquinaria, apagad los fuegos, paralizad las plantas, paralizad la ciudad”.

Pájaros de fuego, chicas rebeldes

Las investigadoras Anne F. Mattina y Domenique Ciavattone señalan que los tres ingredientes claves para el triunfo de la huelga fueron el papel de la IWW, las redes de solidaridad creadas por las organizaciones nacionales de inmigrantes y el activismo militante de las mujeres obreras.

One Big Union: Ireland and the Wobbly World | Irish Centre for the  Histories of Labour & Class, NUI GalwayElizabeth Gurley Flinn fue una de las principales organizadoras de la huelga. La ‘Chica Rebelde’, como se la conocía popularmente, tenía 21 años cuando llegó a Lawrence, enviada por la IWW. Hija de socialistas irlandeses, militaba desde muy joven. Durante la huelga de Lawrence, organizó reuniones especiales para las mujeres, tomando en cuenta las dificultades que tenían para organizarse. Lo explicaba así: “Las mujeres querían hacer piquetes. Eran huelguistas, tanto como esposas y valientes luchadoras”. Otra organizadora destacada era Annie Walzenback, de 34 años. Había ingresado en las fábricas textiles cuando tenía 14. Hablaba inglés, alemán, polaco y yiddish. Era una agitadora y organizadora de los piquetes diarios, junto a sus dos hermanas. Se dice que una noche, 2.000 mujeres la acompañaron hasta su casa después de una manifestación, solo para asegurarse de que llegara bien y no fuera detenida por la policía, que la tenía fichada. Finalmente, la noche del 15 de febrero fue trasladada directamente desde su cama a la cárcel por las fuerzas policiales.

El papel de estos experimentados organizadores y organizadoras de la IWW fue fundamental para la lucha que sacudió a Lawrence, pero la fuerza de propulsión brotaba de la rebelión de las trabajadoras inmigrantes. Esas mujeres jugaron un papel crucial por su presencia en múltiples espacios: en las fábricas, en los piquetes callejeros y en los barrios. Allí mantenían redes, tejidas durante años, cuando intercambiaban con sus vecinas un poco de comida o se ayudaban para cuidar a los niños. Durante la huelga, aquellos contactos permitieron que la información diaria circulara de casa en casa, en tiempos en que no había redes sociales ni teléfonos móviles.

Tan solo un año antes, muchas trabajadoras habían comentado entre ellas, con los ojos llenos de rabia y dolor, los acontecimientos ocurridos en la fábrica Triangle Shirwaist de Nueva York, cuando un incendio causó la muerte de 146 trabajadoras. Cuando comenzó ese incendio, las operarias que estaban en el octavo piso pudieron escapar, pero en el noveno las mujeres se dieron cuenta demasiado tarde de lo que ocurría. 50 trabajadoras se lanzaron por las ventanas huyendo del humo abrasador y murieron por el impacto: pájaros de fuego. Otras fueron aplastadas en las escaleras de incendio o en el hueco del ascensor. Y el resto murieron asfixiadas y quemadas. Todo esto ocurrió en menos de media hora. Una verdadera tragedia causada por la codicia patronal, que conmovió a la clase trabajadora de este a oeste. Días después, 400.000 personas marcharon en una procesión de homenaje a las mujeres de Triangle. En su mayoría, se trataba de jóvenes trabajadoras e inmigrantes, muy parecidas a las que unos meses después se lanzarían a la huelga en Massachusetts. Parecía como si todo ese dolor acumulado hubiera explotado en Lawrence, desatando la huelga.

Flashback Photo: The 1912 Bread and Roses Strike - New England Historical  Society

Los mítines multitudinarios se traducían en simultáneo a 30 idiomas, superando las divisiones étnicas y nacionales al interior de la clase obrera. Desde siempre, las patronales habían utilizado esas diferencias para enemistar a unos trabajadores contra otros, debilitando su fuerza colectiva. Pero ahora eso ya no funcionaba. Las mujeres descubrieron la táctica de formar piquetes móviles para desbordar a las fuerzas policiales y a las milicias armadas. Todos los días marchaban en largas cadenas humanas, con los brazos entrelazados, cortejos de miles de personas, cantando y gritando. Se cuenta que un grupo de mujeres italianas desarmó a un policía; entre varias le quitaron la placa, la porra y hasta los pantalones, antes de arrojarlo al río helado. Uno de los empresarios dijo, horrorizado, acerca de aquellas mujeres: “Tienen demasiada astucia y demasiado carácter. Están por todos lados, y se está poniendo cada vez peor”. El intendente también dejó caer una frase que se hizo famosa: “Un policía puede controlar a diez hombres, mientras que hacen falta 10 policías para controlar a una sola mujer”.

Durante la primera semana de huelga hubo una tormenta de nieve y la temperatura llegó a 10 grados bajo cero. El 15 de enero, miles de huelguistas montaron un piquete para impedir la entrada de rompehuelgas en las instalaciones de la Washington and Wood Mills. Cuando llegaron hasta la Prospect Mill, lanzaron piedras y bolas de hielo. Se dirigían hacia la Atlantic y Pacific Mills cuando la policía los interceptó, lanzando agua helada a los manifestantes con mangueras de apagar incendios.

“Pueden usar su manguera, pero se está encendiendo en el corazón de los trabajadores una llama de revuelta proletaria que ninguna manguera de incendios en el mundo puede apagar”, declaró después Joseph Ettor. En los barrios, los panaderos polacos bajaron los precios para los huelguistas, mientras que los peluqueros se negaban a atender a los rompehuelgas. En las calles, miles de personas cruzaban miradas cómplices, se reconocían fácilmente porque llevaban insignias con el lema: “No seas rompehuelgas” o con las siglas de la IWW.

Amazon.com: Lawrence Strike 1912 Ncartoon 1912 By Art Young On The Lawrence  Massachusetts Textile Worker Strike Of That Year Poster Print by (24 x 36):  Posters & PrintsLa represión y la batalla por la opinión pública

La jornada del 29 de enero fue un punto de inflexión. Ese día la policía asesinó a la trabajadora Anna LoPizzo durante una concentración y varios dirigentes de la huelga fueron detenidos.

La ofensiva represiva iba creciendo semana a semana. El alcalde Michael Scanlon había desplegado a la policía local, pero al tomar nota de la determinación de las huelguistas, el 15 de enero convocó a la milicia armada y llegó a declarar la ley marcial. Varios escuadrones de la milicia (antecesora de la Guardia Nacional) se establecieron en Lawrence, reforzados por la policía de Boston y francotiradores de los Marines.

Así trascurrían las semanas, las fuerzas se tensaban y las huelguistas no daban el brazo a torcer, a pesar del hambre y el frío. Pero lo que terminó de definir el futuro de la huelga fue el “éxodo de los niños” y la feroz represión. Entonces se logró ganar la batalla por la opinión pública. A principios de febrero apareció un aviso en el periódico socialista de Nueva York, The Call:

RECIBID A LOS NIÑOS

Los niños de Lawrence tienen hambre. Su padres y madres están luchando, pero el hambre puede romper la huelga. Estas mujeres y hombres están dispuestos a sufrir, pero no pueden ver el dolor de sus hijos o soportar sus llantos pidiendo comida. Se solicita a aquellos trabajadores y simpatizantes de la huelga que puedan acoger al hijo de un huelguista hasta que la huelga termine, que envíen con urgencia su nombre y domicilio al Call. Hacedlo de inmediato.

En pocas horas hubo cientos de llamados y cartas ofreciendo un lugar para los niños de Lawrence. La táctica se había inspirado en tradiciones de lucha del movimiento obrero europeo, a propuesta de varios activistas. En pocos días, la enfermera Margaret Sanger junto con Elizabeth Gurley Flinn y otros miembros del comité organizaron todo. Un primer grupo de 119 niños viajó a Nueva York el 10 de febrero. Un millar de personas recibió a los pequeños con euforia en la Estación Central. Cuando un segundo grupo llegó a Nueva York, el 17 de febrero, se organizó una manifestación. En las fotos vemos los pequeños rostros orgullosos. Una pancarta decía: “Piden pan, reciben bayonetas”. La noticia seguía corriendo en toda la prensa nacional y otras ciudades también querían recibir a los niños de Lawrence. Su “éxodo” representaba todo lo humano de esta lucha contra la codicia de los empresarios. Y para tratar de frenar esa corriente de simpatía, el alcalde de Lawrence no tuvo mejor idea que prohibir los viajes de niños. Pero una nueva delegación de 200 pequeños ya estaba preparada para montar al tren, el 24 de febrero. Ese día, decenas de madres con sus hijos se dirigieron a la estación, donde se encontraron con un inmenso dispositivo policial.

Cuando el tren se acercaba a los andenes, las mujeres trataron de avanzar. Entonces llovieron los palos, golpes y empujones, la policía cargando contra mujeres y niños. –¡Tened cuidado con los niños, los estáis matando! –gritó Tema Camitta, del comité de solidaridad de Philadelphia. Minutos después, se produjeron más de 50 arrestos y una docena de niños fue trasladada en coches de la milicia. Una multitud de huelguistas se lanzó sobre ellos, muchos eran los padres desesperados buscando a sus hijos. Y la represión continuó.

Barre, the Socialist Labor Party Hall, and the Lawrence Strike of 1912 -  Old Labor Hall

El New York Times informó al día siguiente que para “desanimar cualquier intento de los huelguistas de rescatar a los niños, cuatro compañías de infantería y un escuadrón de caballería rodearon la estación de trenes”. Lo que no sabían aquellas mujeres, cuando resistieron como leonas para que la policía no les arrancara de los brazos a sus pequeños, era que, en ese preciso instante, habían ganado la huelga. Después de la represión se produjo tal escándalo a nivel nacional, que los empresarios se vieron obligados a ceder. Pocos días después, una asamblea multitudinaria aprobó por aclamación el acuerdo alcanzado.

Josefina L. Martinez

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Seguimos conmerando el centenario de la aprobación de la 19ª Enmienda reconociendo el derecho al voto a las estadounidenses. En esta ocasión compartó una corta nota de Alisha Haridasani Gupta, reportera del New York Times, sobre el sufragismo estadounidense.


27 Pictures Of Badass Suffragists From American History

Sufragistas: una lucha con actitud por el voto femenino en EE.UU.

Alisha Haridasani Gupta

Clarín       9 de setiembre de 2020

Cuando en agosto Kamala Harris subió al escenario en una escuela secundaria de Delaware, después que Joe Biden anunciara que la había elegido como compañera de fórmula, intentó definirse como muchas cosas a la vez: senadora, mujer negra, mujer india, fiscal. Pero su papel más importante, “el que más importa”, dijo, es “momala”, madrastra de los dos hijos de su marido, Cole y Ella. Al elegir llevar la insignia de madre en el punto más alto de su carrera, Harris se insertó en un molde pertinaz en el que desde hace mucho se espera que encajen las mujeres poderosas: la figura cálida, maternal y amable que, como escribió Joan Williams, profesora de Derecho y directora del Center for Work Life Law, en una columna de opinión de The New York Times, se “centra en su familia y su comunidad, en lugar de trabajar en el interés propio”.

La idea de que las aptitudes vistas en una mujer están indisolublemente ligadas a su papel de cuidadora abnegada es una de las que han tenido un papel clave en la lucha de décadas por el derecho de la mujer al voto, sostiene Allison K. Lange, autora de Picturing Political Power: Images in the Women’s Suffrage Movement (Representar el poder político: Imágenes del movimiento por el sufragio femenino).

Es que a fines del siglo XIX y principios del XX, tanto los líderes pro-sufragio como los anti-sufragio utilizaron ideas sobre lo que las mujeres “deberían” ser para argumentar a favor y en contra del derecho al voto. Ambos bandos de esa grieta aprovecharon el surgimiento de la tecnología de la impresión y la fotografía para emprender lo que los historiadores definen como una de las primeras campañas políticas visuales coordinadas en la historia de los Estados Unidos. Y las sufragistas “fueron tan hábiles con las herramientas que tenían en ese momento como lo son ahora los manifestantes y los activistas”, en tanto utilizaban medios visuales para perfeccionar su mensaje y crear una marca reconocible al instante, escribe Susan Ware, historiadora y autora de Why They Marched: Untold Stories of the Women Who Fought For the Right of Vote (Por qué marchaban: Historias nunca contadas de las mujeres que lucharon por el derecho al voto). El resultado fue una vibrante propaganda de ambos lados, que ayudó a generar personajes y temas –desde la “comehombres” con sed de poder hasta la mujer moderna y trabajadora que podía compatibilizar todo– transmitidos a lo largo de las décadas y que siguen profundamente arraigados en la cultura actual.

Sufragistas en lucha por el voto femenino Estados Unidos.

Sufragistas en lucha por el voto femenino Estados Unidos.

Un tema recurrente en los antisufragistas –algunos de ellos mujeres– era que las mujeres supuestamente debían ser cuidadoras virtuosas y que darles el derecho al voto iría en detrimento de sus responsabilidades domésticas, como el cuidado de los hijos, la administración del hogar y el “mantenerse linda”, dijo Lange en una entrevista telefónica.

Ni bien se planteó la demanda del voto, quienes se oponían al sufragio femenino comenzaron a argumentar en contra de él, a menudo con medios visuales. Utilizaban grabados que se vendían como decoración para presentar sus ideales de “maternidad” y “femineidad” como diametralmente opuestos al sucio mundo de la política y la búsqueda agresiva del éxito en la vida pública. Las imágenes creadas en 1869 por una de las casas de grabados más destacadas de la época, Currier & Ives, a menudo pintaban a las mujeres que luchaban por el voto como “monstruos feos y desvergonzados”, que amenazaban con derribar el statu quo, reflexionó Lange. A menudo iban vestidas con atuendos considerados escandalosos –faldas que dejaban al descubierto los tobillos, pantalones anchos y cortos o bombachas rurales– y se entregaban a lo que en general se habría considerado un comportamiento inmoral, como fumar, beber o ignorar el llanto de un bebé. “Esos grabados se proponían atacar la femineidad de las mujeres, su sentido del decoro y su respetabilidad”, agrega Kate Clarke Lemay, historiadora y curadora de la Galería Nacional de Retratos. “Se les destinaban epítetos como comehombres”.

Para contrarrestar los ataques de sus adversarios, en la década de 1870 las sufragistas comenzaron a posar para retratos que se vendían con el fin de recaudar dinero para la causa. Esperaban que esas imágenes ayudaran a mostrar su movimiento bajo una luz más elegante, muy lejos de las caricaturas que circulaban. Todo, desde sus poses hasta su ropa, fue cuidadosamente estudiado para ayudar a difundir una imagen de inteligencia, moralidad y refinamiento.

Untold Stories of Black Women in the Suffrage Movement - YouTube

Las sufragistas negras, que a menudo eran marginadas en los grupos de sufragistas blancas, también crearon sus propios retratos con la esperanza de contrarrestar los estereotipos racistas y sexistas. A mediados del siglo XIX, la abolicionista y sufragista Sojourner Truth vendía tarjetas con su retrato en sus giras de conferencias como forma de afirmar su respetabilidad y la propiedad de su trabajo. Cuando líderes sufragistas negras posteriores como Ida B. Wells-Barnett y Mary McLeod Bethune posaron para retratos, al igual que Stanton y Anthony, se vistieron con ropa elegante y usaron joyas para proyectar riqueza y refinamiento.

NAWSA, (National American Woman Suffrage Association) Collection (Selected  Special Collections: Rare Book and Special Collections Division, Library of  Congress)En la década de 1910, cuando el movimiento cambió de enfoque para lograr una enmienda del sufragio federal e hizo uso de la prensa nacional para conseguir apoyo para esa campaña, las sufragistas se inclinaron por las imágenes de mujeres como figuras puras y heroicas, dijo Lemay. En marzo de 1913, Paul y la NAWSA (la Asociación Pro Sufragio de la Mujer, según sus siglas en inglés) organizaron un enorme desfile de sufragistas en Washington, el día antes de la toma de posesión del presidente Woodrow Wilson. Miles de mujeres con vestidos blancos y algunas incluso montadas a caballo marcharon por la capital.

A la mañana siguiente, la noticia del desfile ocupó gran parte de la portada de The Washington Post. El titular decía: “La belleza, la gracia y el arte de la mujer desconciertan a la capital–Millas de ondulante femineidad presentan una fascinante atracción sufragista”. Al parecer, las primeras caricaturas de las sufragistas representadas como “feas” habían sido refutadas con éxito.

Al mismo tiempo, la NAWSA también trabajaba para revertir la representación antisufragista de la maternidad, planteando como argumento a través de afiches y grabados que el sufragio no le quitaría valor. De hecho, argumentaban que el voto no solo beneficiaba los intereses de las madres, porque les permitía abogar políticamente por los temas que les preocupaban, sino también que el hecho de ser madres haría que las mujeres fueran mejores votantes.

En 1906, Jane Addams, pionera del movimiento de casas de acogida y miembro de la junta de la NAWSA, articuló esa línea de pensamiento en la convención anual de la agrupación. “El trabajo doméstico urbano ha fracasado en parte porque no se ha consultado a las mujeres, las amas de casa tradicionales”, dijo, y los gobiernos “exigen la ayuda de mentes acostumbradas al detalle y a la variedad de trabajo, a un sentido de la obligación por la salud y el bienestar de los niños y a la responsabilidad por la limpieza y la comodidad de otras personas”.

Esta visión idealizada de las sufragistas como inteligentes, bellas, solícitas y maternales dio lugar, dijo Lange, a la idea de que la participación de la mujer en la política no destruiría la vida doméstica. De que ambas cosas no son mutuamente excluyentes y de que una alimenta a la otra.

Mellon Foundation Grant to Radcliffe's Schlesinger Library Will Catalyze  New Scholarship on American Women's Suffrage and the Still-Unrealized  Promise of Female Citizenship | HASTACEn el siglo que siguió a la ratificación de la 19ª Enmienda –que prohibió la discriminación en las urnas por motivos de sexo–, estos debates sobre la femineidad y la maternidad persisten. Y la pregunta sobre cómo los manejan las mujeres que están bajo la mirada pública ha surgido una y otra vez, obligando al creciente número de mujeres que se presentan a elecciones “a negociar su imagen pública desde el punto de vista de su condición de madres, esposas, hijas”, escribe Lange en su libro. Lo vimos en 2008, cuando Sarah Palin, la ex gobernadora de Alaska que fue candidata a la vicepresidencia junto al senador John McCain, se presentó constantemente como una hockey mom, una madre que lleva a sus hijos cada día a jugar al hockey.

Y lo vimos en 1984, cuando a Geraldine Ferraro, que venía de hacer historia al formar parte de la fórmula presidencial de un partido importante, en Mississippi el Comisionado de Agricultura del estado le preguntó si podía preparar muffins de arándanos.

“Claro que puedo”, respondió Ferraro. “¿Y usted?”


©The New York Times.

Traducido por Elisa Carnelli

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When Cigarettes Were Good for Women

by Blain Roberts

HNN  March 17, 2014

A recent advertisement in the Sports Illustrated swimsuit edition for blu eCigs, a popular brand of electronic cigarettes, hit what one public health expert has called “a new high in terms of chutzpah.” It is audacious, though a more literal description might be that the ad hit a new low: it’s a crotch shot, showing a woman’s body cropped from just above her pierced belly button to her mid-thighs. A miniscule black bikini bottom, adorned with the company’s logo, barely covers what’s underneath.  Posed provocatively around the bikini, the woman’s hands appear ready to remove the item of clothing, if you can call it that. The caption reads, “Slim. Charged. Ready to Go.”

Doctors and public health advocates worry about ads like these, which associate e-cigarettes with female sexuality in a bid to attract male consumers, especially teenage boys, who may be tempted to take up vaping and thus put themselves at risk for nicotine addiction.

Beyond the health consequences of such marketing tactics, anyone who cares about the effects of exploiting and sexualizing women’s bodies has obvious reason for concern, too. After all, the blu eCig model seems as much the commodity as the e-cigarette. She is objectified by the ad’s producers, as she will be, presumably, by its consumers as well.

Tobacco and women’s bodies have a long history, to which e-cigarettes (technically tobacco-less) are indebted. Yet this ad belies the complexity of this past. Surprisingly, the sexual sell in the tobacco market—and tobacco use itself—provided modern American women a way to lay claim to their desires, sexual and otherwise.

For years, Americans frowned upon both female tobacco use and female sexuality. Throughout the nineteenth century, the Victorian understanding of separate spheres, which deemed women morally superior and sexually passive, proscribed a variety of activities, like sex (outside of procreation), drinking, business, and politics. These pursuits and pleasures were for men, as was enjoying tobacco—whether it was by chewing it or smoking it in a pipe or cigar, all sensual activities that bordered on the sexual. Tobacco use was simply off-limits to respectable, middle-class women, white and black. Only prostitutes, actresses, and bohemians indulged in the tobacco habit, which sealed its association with a lack of womanly virtue.

Change came fitfully.  In the 1880s and ‘90s, the American Tobacco Company, the Durham, North Carolina, manufacturer that pioneered the selling of cigarettes, bucked traditional standards. It wasn’t that the company targeted potential female smokers; rather, it introduced salacious trade cards into cigarette packs to appeal to men. The cards featured pictures of women scantily dressed, at least by the conventions of the day. Uncovered arms and legs were in abundance, as were stockings, ribbons, and fringe. The cards were brazen acknowledgements of women’s sexuality. Respectable Americans were not ready, and critics pounced.

Image via Duke University Library.

Yet by the 1910s and ‘20s, a full-blown challenge to Victorianism was underway, with young women leading the charge. They demanded the right to bob their hair, wear cosmetics and short skirts, and, like their male peers, dance, drink alcohol, have sex, and, of course, smoke cigarettes. As Zelda Sayre Fitzgerald, a precocious teenage smoker and quintessential Jazz Age figure put it, flappers altered everything about their behavior and appearance and “went into the battle.”  The battle to break free from restrictive norms and assert their individuality was waged, and largely won, in cities and on college campuses, in cars and in nightclubs, and in tobacco advertising campaigns, which increasingly supported women’s new desires. Liggett and Myers, maker of Chesterfields, released a magazine ad in 1926 with the tag line “Blow Some My Way.” The illustration featured a woman gazing longingly at her cigarette-smoking companion.

Several years later, a woman in a Chesterfield spot, shown lighting her partner’s cigarette, said coyly,  «Somehow, I just like to give you a light.»  The Chesterfield slogan, «They Satisfy,» drove home the message: female sexuality and tobacco use were now celebrated.»

By the 1930s and ‘40s, the use of female sexuality to promote tobacco had even migrated to the tobacco farms of the Southeast. This region grew much of the tobacco sold in the United States, and during the lean years of the Depression, it needed to pump up demand. Trade boards sponsored beauty pageants for rural women (all white, given Jim Crow customs), who vied for the title of tobacco queen and sometimes competed in skimpy two-piece outfits made out of dried tobacco leaves. Hardly asked to shun the product, women and tobacco were one and the same.

This fact alone made the photographs taken of the beauties arresting, but the images were also suffused with sexual innuendo and phallic images. These photos show contestants and queens putting themselves up for evaluation and auction, like tobacco brought to market for sale. They leisurely puff on foot-long cigarettes and smoke corncob pipes as men, standing in intimate proximity, look on with rapt attention.  What these men were thinking was an open question. In one photograph from the mid-1940s, a North Carolina tobacco queen held a tobacco leaf over her breasts. It was obvious that with one movement she could have been topless.

Image via North Carolina Department of Archives.

Used for marketing purposes, these images were intended for tobacco consumers everywhere, but it’s worth emphasizing that this unusual iconography was intended, in part, to chip away at deep-rooted objections to female smoking in rural areas, where only 8 per cent of women smoked, compared to about 40 percent in cities. The photographs glamorized the sensuous pleasures of tobacco use, suggesting to farm women that smoking, and freer expressions of sexuality, were theirs to claim. Women in more conservative parts of America who subsequently picked up the tobacco habit thus redefined what it meant to be female in their communities.  In the South especially, where a Gordian knot of patriarchy and white supremacy depended upon the sexual subordination of women, this was not an inconsequential development.

All of this culminated in the famous Virginia Slims campaign, launched by the Richmond, Virginia-based Phillip Morris Company in 1968, to promote the new, slimmer cigarette made just for women. Capitalizing on the modern women’s movement, Phillip Morris embraced the language of feminism to demonstrate, as the tag line proclaimed, “You’ve Come a Long Way, Baby.” Ads contrasted the contemporary, sexually liberated woman, Virginia Slims in hand, with her oppressed female forebears. In one magazine spot, images of a turn-of-the century housewife suffering from the drudgery of household chores—like churning butter!—were paired with the tongue-in-cheek rhyme, “I want a girl, just like the girl that married Dear Old Dad. She’ll wash the floors, polish up the doors, and never make me mad. She won’t smoke or be a suffragette, she will always be my loving pet.” Underneath, the Virginia Slims smoker smiled knowingly at the reader.

The modern woman had come a long way, and tobacco, as this history demonstrates, had helped get her there. Still, there were clearly pitfalls in this strategy of advancing women’s emancipation. Lung disease and death seem a poor trade-off for not having to wash the floors.

Moreover, the line between sexual empowerment and sexual objectification was a thin one, easily transgressed. Sometimes it was difficult to determine who controlled the sexuality on display. The recent blu eCigs advertisement highlights this problem in a striking way: it’s hard to argue that the bikini-clad woman is empowered when you can’t even see her face. This ad, in short, provides a cautionary reminder. When it comes to fighting for women’s liberation, we must be careful in selecting our weapons.

Blain Roberts is associate professor of history at California State University, Fresno. She is the author of Pageants, Parlors, and Pretty Women:  Race and Beauty in the Twentieth-Century South

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