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Archive for the ‘Partido Democrata’ Category

Comparto este interesante escrito de la historiadora Heather Cox Richardson analizando el desarrollo económico de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. El objetivo de la Dr. Cox es demostrar la falsedad del «viejo tropo de que los demócratas no manejan la economía tan bien como los republicanos.»

Cox Richardson trabaja en Boston College y es autora, entre otros libros,  de To Make Men Free: A History of the Republican Party (2014) y How the South Won the Civil War: Oligarchy, Democracy, and the Continuing Fight for the Soul of America (2020). Este trabajo fue publicado en su blog, Letters from America, dedicado a analizar la situación política y social estadounidensedesde una perspectiva histórica.


Heather Cox Richardson: America Is Overdue For a Renewal | Video | Amanpour & Company | PBS

febrero 5, 2022

Heather Cox Richardson

Letter from an American

Solo por diversión, porque hoy se siente como un buen día para hablar sobre Grover Cleveland….

La economía ha crecido bajo el presidente Joe Biden, poniendo la mentira al viejo tropo de que los demócratas no manejan la economía tan bien como los republicanos.

Esto no debería sorprender a nadie. La economía ha tenido un mejor desempeño bajo los demócratas que los republicanos desde al menos la Segunda Guerra Mundial. CNN Business informa que desde 1945, el Standard & Poor’s 500, un índice de mercado de 500 compañías líderes que cotizan en bolsa en Estados Unidos, ha promediado una ganancia anual del 11.2% durante los años en que los demócratas controlaban la Casa Blanca, y una ganancia promedio del 6.9% bajo los republicanos. En el mismo período de tiempo, el producto interno bruto creció en un promedio de 4.1% bajo los demócratas, 2.5% bajo los republicanos. El crecimiento del empleo también es significativamente más fuerte bajo los demócratas que bajo los republicanos.

“Ha sido un patrón marcado en los Estados Unidos durante casi un siglo”, escribió David Leonhardt del New York Times el  año pasado, “La economía ha crecido significativamente más rápido bajo los presidentes demócratas que los republicanos”.

La persistencia del mito de que los demócratas son malos para la economía es un ejemplo interesante de la resistencia de la retórica política sobre la realidad.

Comenzó en los años de la posguerra: los años posteriores a la Guerra Civil, es decir. Antes de la Guerra Civil, los hombres adinerados tendían a apoyar a los demócratas, ya que el gran dinero en el país estaba en las empresas de algodón de los principales esclavizadores en el sur de Estados Unidos, y expresaban su poder político a través del Partido Demócrata, que prometía proteger y nutrir la institución de la esclavitud humana. De hecho, cuando los soldados de la Confederación dispararon contra Fort Sumter en el puerto de Charleston, Carolina del Sur, en abril de 1861, no estaba claro en absoluto si los banqueros de la ciudad de Nueva York respaldarían a los Estados Unidos o a los rebeldes del sur. Después de todo, el Sur era la región más rica del país, y el Norte acababa de sufrir el devastador Pánico de 1857. Los líderes del sur se rieron de que sin el sur, los norteños morirían de hambre.

Fort Sumter - Fort Sumter and Fort Moultrie National Historical Park (U.S. National Park Service)

 

Las políticas económicas de los años de guerra, incluyendo nuestro primer dinero nacional, impuestos nacionales, universidades estatales y gasto deficitario, crearon un norte industrial en auge, pero muchos hombres adinerados resentían las políticas republicanas que sentían que ofrecían demasiado a los estadounidenses pobres (la Ley Homestead era una espina especial en sus costados porque significaba que las tierras occidentales tomadas de los indígenas estadounidenses ya no se venderían para traer dinero al Tesoro, sino que serían regalado a los agricultores pobres). Cuando el gobierno estableció bancos nacionales, estableciendo regulaciones sobre la lucrativa industria bancaria, los banqueros estatales estaban descontentos.

Si los hombres adinerados se mantendrían leales a Lincoln en 1864 era una pregunta abierta. Al final, lo hicieron, pero su lealtad después de la guerra estaba en juego.

Las políticas financieras de posguerra de los demócratas llevaron a los hombres adinerados a dar su lealtad al Partido Republicano. Ansiosos por hacer incursiones en la popularidad de los republicanos, los demócratas del norte señalaron que las ganancias económicas de los años de guerra habían ido a parar a los que estaban en la cima de la economía, y pidieron políticas financieras que nivelaran el campo de juego. En particular, querían pagar los intereses de la deuda de guerra con billetes verdes en lugar de oro, lo que haría que los bonos fueran significativamente menos valiosos. La alteración también establecería que los partidos políticos podrían asumir el cargo y cambiar los compromisos financieros del gobierno después de que ya estuvieran en vigor.

Los republicanos reconocieron que si un cambio de este tipo fuera legítimo, la capacidad del gobierno para pedir prestado en el futuro, por ejemplo, para sofocar otra rebelión, se vería obstaculizada. Estaban tan preocupados que en 1868, protegieron la deuda en la propia Decimocuarta Enmienda, diciendo: “La validez de la deuda pública de los Estados Unidos, autorizada por la ley, incluidas las deudas incurridas para el pago de pensiones y recompensas por servicios en la represión de la insurrección o la rebelión, no será cuestionada”.

Cuando parecía que una coalición que incluía a los demócratas podría ganar la presidencia en 1872, los líderes de Wall Street apoyaron públicamente a los republicanos y, a cambio, los republicanos se retiraron de apoyar a los trabajadores que habían formado su base de votantes inicial.

Los supremacistas blancos del sur habían comenzado a señalar que permitir que los hombres pobres votaran conduciría a una redistribución de la riqueza, ya que votaron por carreteras, escuelas y hospitales que solo podían pagarse con impuestos a quienes tenían propiedades. Tal sistema era, acusaron, “socialismo”.

Cotton Field - LandscapeMientras que los blancos del sur dirigían su animosidad hacia sus vecinos negros anteriormente esclavizados, los norteños de medios adoptaron sus ideas y lenguaje, pero atacaron a los inmigrantes y trabajadores organizados. Si esas personas llegaran a controlar el gobierno y, por lo tanto, la economía, argumentaron los estadounidenses más ricos, traerían el socialismo a Estados Unidos y la nación nunca se recuperaría.

Cada vez más, el poder se trasladó a los industriales ricos que, después de 1872, fueron representados por el Partido Republicano. Exigieron aranceles altos que protegieran a sus industrias al mantener fuera la competencia extranjera y, por lo tanto, les permitieran confabularse para aumentar los precios a los consumidores. En la década de 1880, los senadores republicanos estaban sirviendo abiertamente a las grandes empresas; incluso el acérrimo republicano Chicago Tribune se lamentó en 1884 de que “cada uno de la mitad de los miembros portentosos y bien vestidos del Senado se pueden ver los contornos de alguna corporación interesada en obtener o impedir la legislación”.

A medida que el dinero se movía a la cima de la economía, los demócratas retrocedieron, pidiendo al gobierno que restableciera la igualdad de condiciones entre los trabajadores y sus empleadores. Mientras lo hacían, los republicanos aullaron que los demócratas abogaban por el socialismo.

Finalmente, después de la administración espectacularmente corrupta del republicano Benjamin Harrison, que los empresarios habían llamado “sin lugar a dudas la mejor administración de negocios que el país haya visto”, sucedió lo impensable. En las elecciones de 1892, por primera vez desde la Guerra Civil, los demócratas tomaron el control de la Casa Blanca y el Congreso. Prometieron controlar el poder de las grandes empresas reduciendo los aranceles y aflojando la oferta monetaria. Esto, insistieron los republicanos, significaba la ruina financiera.

Los republicanos advirtieron que el capital huiría de los mercados e instaron a los inversores extranjeros, de quienes dependía la economía, a llevarse su dinero a casa. Predijeron una crisis financiera cuando los demócratas abrazaron el socialismo, el anarquismo y la organización laboral. El dinero fluyó fuera del país cuando la administración saliente de Harrison echó gasolina al fuego de los temores de los medios y se negó a actuar para tratar de cambiar el rumbo. El secretario del Tesoro de Harrison, Charles Foster, dijo que su trabajo era solo “evitar una catástrofe” hasta el 4 de marzo, cuando el presidente demócrata Grover Cleveland asumiría el cargo.

Grover Cleveland - Wikipedia

Grover Cleveland

No lo logró del todo. El fondo cayó de la economía el 17 de febrero, cuando la Reading Railroad Company no pudo hacer su nómina, lo que provocó un pánico en todo el país. El mercado de valores se derrumbó. Y, sin embargo, la administración Harrison se negó a hacer nada hasta el día en que Cleveland asumió el cargo, cuando Foster anunció amablemente que el Tesoro “estaba en la base”.

A Cleveland cayó el pánico de 1893, con sus huelgas, marchadores y desesperación, todo lo cual los opositores insistieron en que era culpa de los demócratas. En las elecciones de mitad de período de 1894, los republicanos mostraron las estadísticas de los primeros dos años de Cleveland y dijeron a los votantes que los demócratas destruyeron la economía. Los votantes podrían restaurar la salud de la economía de la nación eligiendo a los republicanos nuevamente. En 1894, los votantes devolvieron a los republicanos el control del gobierno en el mayor deslizamiento de tierra de mitad de período en la historia de Estados Unidos, y la imagen de los demócratas como malos para la economía se consolidó.

A partir de entonces, los republicanos retrataron a los demócratas como débiles en la economía. Cuando el siguiente presidente demócrata en asumir el cargo, Woodrow Wilson, socavó el arancel tan pronto como asumió el cargo, reemplazándolo con un impuesto sobre la renta, los opositores insistieron en que la Ley de Ingresos de 1913 estaba inaugurando la caída socialista del país. Cuando el presidente demócrata Franklin Delano Roosevelt  (FDR) fue pionero en el New Deal, los republicanos vieron el socialismo. Durante el siglo pasado, esa retórica solo se ha fortalecido.

Y, sin embargo, por supuesto, han sido las políticas económicas republicanas las que abrieron la posibilidad de que los demócratas prueben nuevos enfoques de la economía, para que sirva a todos los estadounidenses, en lugar de a unos pocos favorecidos. Como dijo FDR: “Es de sentido común tomar un método y probarlo: si falla, admítelo con franqueza y pruebe otro. Pero sobre todo, prueba algo. Los millones de personas que están en situación de necesidad no se quedarán quietos para siempre mientras las cosas para satisfacer sus necesidades estén al alcance de la mano”.

Al final, eso es lo que los economistas entrevistados por Leonhardt el año pasado piensan que está detrás de la capacidad de los demócratas para administrar la economía mejor que los republicanos. Los republicanos tienden a aferrarse a teorías abstractas sobre cómo funciona la economía , teorías sobre altos aranceles o recortes de impuestos, por ejemplo, que tienden a concentrar la riqueza hacia arriba – mientras que los demócratas son más pragmáticos, dispuestos a prestar atención a los hechos en el terreno y a las lecciones históricas sobre lo que funciona y lo que no.

Notas:

https://www.cnn.com/interactive/2019/business/stock-market-by-president/index.html

https://www.nytimes.com/2021/02/02/opinion/sunday/democrats-economy.html

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

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Comparto este interesante artículo de la colega Valeria L. Carbone sobre los eventos del 6 de enero de 2021. La Dra. Carbone analiza si lo ocurrido ese día en el Capitolio puede ser considerado un golpe de estado o no. Adem´ás, recuerda un episodio ocurrido en 1898 en la ciudad de Wilmington (Carolina del Sur) cuando un grupo de  exconfederados supremacistas blancos, derrocaron violentamente al gobierno local porque estaba compuesto mayoritariamente por negros.

Carbone es historiadora, especialista en Estados Unidos, doctorada en la Universidad de Buenos Aires. Es autora de  Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988) (Universidad de Valencia, 2020) y coeditora de la Revista Huellas de Estados Unidos.

Este artículo es la primera publicación de  Valeria’s Newsletter, a newsletter about A vantage point of the US of A. Esperemos que a esta le sigan más.

@Val_Carbone


El golpe fascista del 6 de enero - World Socialist Web Site

¿Golpe de estado?… Not so fast. But don’t calm down (Ni tanto, ni tan poco)

 

Valeria L. Carbone

19 de enero de 2022

El 6 de enero de 2022 se cumplió un año de lo que será conmemorado como el epítome de la crisis de representatividad política devenida en crisis de legitimidad que viene atravesando Estados Unidos: el asalto al Capitolio.

El escritor Marlon Weems describió este episodio llanamente:

El 6 de enero de 2021, una turba de partidarios de [Donald J.] Trump, compuesta por milicias supremacistas blancas, miembros del ejército y fuerzas del orden, atacaron el Capitolio de los Estados Unidos en una insurrección armada. El objetivo de los insurrectos era detener la transferencia pacífica del poder político.

El 1 de julio de 2021 se formó el House Select Committee to Investigate the January 6th Attack on the United States Capitol con el expreso objetivo de investigar tanto lo acontecido el 6 de enero como sus antecedentes y atenuantes. Los nueve miembros del comité (siete representantes demócratas y dos republicanos) comenzaron sus audiencias públicas el 27 de julio y en enero de 2022 aún llamaban a declarar a miembros del gabinete de Trump, entre ellos, el ex vicepresidente Mike Pence.

A medida que avanzaba la investigación, ciertos analistas y especialistas dejaron de hablar de “insurrección”, o inclusive de “ataque terrorista doméstico al Capitolio” (caracterización utilizada por la Cámara Baja del Congreso de los Estados Unidos), para hablar de intento de golpe de estado.

A lo largo de seis meses, la investigación del January 6th Committe expuso que lo que en un principio se describió como una manifestación espontánea, un incidente aislado que – por efectos del hombre-masa – se tornó violento ante el fragor de las circunstancias (a pesar de que esa masa humana iba, de antemano, armada), tuvo altos niveles de organización, coordinación y premeditación. La misma contó con el involucramiento (en diferentes grados) de personalidades ultra-conservadoras, legisladores que asumían su banca esa misma jornada, personajes de la cadena Fox News, prominentes figuras del Partido Republicano y miembros del círculo íntimo de Trump.

Trecientas indagatorias, 50 intimaciones y miles de páginas de documentos confidenciales después, se reveló desde la existencia de un “Plan de Seis Puntos” elaborado por John Eastman (abogado personal de Trump) con instrucciones para anular las elecciones presidenciales, la existencia de una presentación de power point del Coronel retirado de la Armada Phil Waldron sobre cómo desconocer y reemplazar a los electores de Joe Biden, hasta el despido de autoridades electorales en medio del proceso de recuento, el envío de falsos certificados al colegio electoral y del posible secuestro del “responsable de que las cosas se descarrilasen” en la ceremonia de certificación, el vice-presidente Pence, por parte de una muchedumbre enardecida.

Sumado a la gran cantidad de indicios públicos y advertencias sobre la erupción de episodios de violencia (el Washington Post hizo un detallado seguimiento al respecto), parece haber pocas dudas de la existencia de una conspiración política para alterar el resultado de las elecciones o,  al menos, retrasar la confirmación del presidente demócrata electo lo suficiente como para restarle legitimidad tanto a su victoria como a su mandato.

Los antecedentes históricos latinoamericanos – incluido el rol jugado en ellos por la potencia regional – nos sugieren que hablar de “golpe de estado” es no solo impreciso, sino forzado. Por un lado, las Fuerzas Armadas estadounidenses no tuvieron un rol activo en el desarrollo de los acontecimientos. Inclusive hay quienes sugieren que el retraso de más de tres horas en la intervención de la Guardia Nacional (la fuerza doméstica de reserva del Ejército y la Fuerza Aérea) se debió a la reticencia de sus autoridades a intervenir y lo que de ello se podría inferir (ya sea de la represión a los manifestantes en defensa del proceso en curso que habilitaba a la administración entrante o que el por entonces comandante en jefe apelara a la fuerza militar para detener la transferencia de poder). Por otro, si bien grupos supremacistas se encontraban entre la multitud, milicias armadas como los Proud Boys, los Oath Keepers o los Boogaloo Boys expresaron lealtad al ex presidente, y 81 de las 700 personas acusadas por el Departamento de Justicia por su participación en la insurrección son o fueron miembros de las Fuerzas Armadas, no ha podido demostrarse su accionar como grupo armado organizado con planes de sostener a Trump en el poder.

Lo que queda por determinar es en qué grado el ex presidente estuvo – por acción u omisión, en palabras de la vice-presidenta del Comité, la republicana Liz Cheney – involucrado en el desarrollo de los acontecimientos y puede ser responsabilizado de lo que culminó en la avanzada sobre al Capitolio.

1898

Levantamiento, revuelta, motín, disturbios, insurrección, golpe de estado o conspiración. La visión de una turba armada avanzando sobre el símbolo del sistema democrático estadounidense llevó a incrédulos de todas partes del globo a afirmar: “esto no ha pasado nunca en la historia de los Estados Unidos”.

Sin embargo, lo insólito no hace a lo inédito. Lo que sigue es la breve historia de, sí, el primer golpe de estado en la historia de los Estados Unidos.

En 1898, un grupo de blancos demócratas pro-confederados y milicias supremacistas, derrocaron violentamente al gobierno local democraticamente electo de Wilmington, Carolina del Norte, la ciudad de mayoría negra más progresista del sur.

En las tres décadas que siguieron a la emancipación de las personas esclavizadas (1863) y el fin de la guerra de secesión, Wilmington se había convertido en una ciudad donde la población afrodescendiente había logrado cierta movilidad y progreso social, económico y político. Dicho progreso permitió a un segmento de la población negra convertirse en una pujante clase media profesional y comercial, y ocupar cargos políticos (tanto en la alcaldía y la legislatura como en puestos de menor rango). Sin embargo, ello no fue acompañado de un proceso de “reconciliación racial”.

Hacia fines del siglo XIX, la oposición blanca era no solo una minoría política sino demográfica: los blancos apenas superaban el 20% de la población. Durante años, esa oposición luchó (por medios legales y no tanto) contra el “negro rule”, pero hacía fines del siglo XIX y ante el menor resguardo del gobierno federal, se potenció la campaña de propaganda negativa, desinformación, intimidación y violencia política que concluyó con el golpe al gobierno birracial local y expulsó a la mayoría de los habitantes afro-estadounidenses de la ciudad.

Tom Hanchett, Sorting the New South City

La coalición gobernante formada por el Populist Party (partido de los trabajadores rurales blancos pobres) y el Partido Republicano (que, gracias a las medidas avanzadas por su ala radical en relación a los derechos cívico-políticos de los negros desde los años de Abraham Lincoln, era el partido por el que estos se inclinaban), constituyó un fenómeno conocido como fusion politics: una alianza de intereses tanto clasistas como raciales. Pero del otro lado también había intereses de raza-clase: los representados por los demócratas sureños, antiguos plantadores blancos pertenecientes al establishment político-económico que, con el fin de la guerra, se habían visto desplazados del ejercicio hegemónico del poder. La plataforma del Partido Demócrata de 1898 no podía expresarlo mejor: “Este es un país de hombres blancos, y los hombres blancos deben controlarlo y gobernarlo”.

El 10 de noviembre de 1898, un ex Coronel Confederado organizó – con la venia de miembros del partido demócrata – un grupo de unos 2000 hombres blancos y los lideró primero al saqueo de la armería y luego a la toma de la casa de gobierno. Bajo amenazas de violencia, obligaron a los dirigentes negros y blancos de la coalición del Fusion Party a renunciar. Luego de instalar su propio gobierno encabezado por Alfred Moore Waddell, se dedicaron a incendiar propiedades particulares y comerciales de los habitantes negros de la ciudad con el expreso objetivo de “reinstalar la supremacía blanca”.

Según el informe realizado por la 1898 Wilmington Race Riot Commission, el golpe fue planificado y patrocinado por líderes políticos y medios de comunicación locales, y ejecutado por milicianos armados, muchos de ellos ex miembros o simpatizantes del Ku Klux Klan. Si bien datos oficiales registraron la muerte de 60 afro-estadounidenses, se estima que el número exacto de los asesinados está en el rango de los doscientos. Ciudadanos negros debieron abandonar la ciudad ante amenazas de represalias. Si bien ningún blanco murió durante la masacre, los medios locales y nacionales describieron el incidente como un “motín racial” provocado y perpetrado por negros, una narrativa que se reprodujo durante décadas. Fue recién en 1998 que se estableció la referida comisión, encargada de realizar el primer informe oficial a cargo del Departamento de Recursos Culturales de Carolina del Norte.

Ninguna autoridad estadual o federal intervino en respuesta a lo sucedido. El gobernador republicano de Carolina del Norte siquiera atinó a solicitar asistencia al poder ejecutivo nacional, encabezado por el también republicano William McKinley. En 1900, el Fiscal General de los Estados Unidos inició una investigación, pero nunca nadie fue juzgado.  

El golpe y la masacre diezmaron el poder político y económico de los ciudadanos negros de Wilmington. Una de las primeras medidas del gobierno golpista fue la sanción de una enmienda, aún vigente en la Constitución estadual, que requería a los votantes aprobar una prueba de alfabetización para empadronarse. Esta ley se convirtió en precedente para las leyes de restricción electoral propias del sistema de segregación racial vigentes hasta 1965. Como consecuencia, en 1902, el número de votantes negros registrados en la ciudad se redujo de más de 125.000 a 6.100. Para 1908, todos los estados sureños habían sancionado medidas similares con la intención de privar a los afro-estadounidenses de sus derechos políticos. Ningún ciudadano negro logró ocupar un cargo público en Wilmington hasta 1972. Y fue recién en 1992 que un afro-estadounidense fue electo para una banca en el Congreso.

Así, la violencia y el terrorismo blanco resolvió lo que elecciones democráticas y la práctica política no promovían ya a través de canales institucionales: terminar con la participación de los negros en la vida socio-económica y política de la ciudad.

2022

Todo ejercicio de memoria histórica nos invita a establecer comparaciones y paralelismo.

Una de las diferencias más inmediatas que pueden establecerse con Wilmington es que los sucesos del 6 de enero de 2021 se encuentran hoy bajo escrutinio político y del Departamento de Justicia. Hasta el momento, 738 personas fueron arrestadas y acusadas de delitos de diversa índole, y algunas pocas están cumpliendo simbólicas condenas de prisión, entre ellos, el Shaman del Capitolio.

Sin embargo, importantes figuras con conexiones con el ex presidente se han negado a presentarse ante la Comisión o declarar ante la justicia, como el ex jefe de gabinete Mark Meadows, el asesor Stephen Miller, el abogado del Departamento de Justicia Jeffrey Clark, la vocera Kayleigh McEnany, el asesor de seguridad nacional Teniente Coronel Michael Flynn, John Eastman, e integrantes del gabinete de Pence. Stephen Bannon, el oscuro asesor de Trump durante su primer año de mandato, fue uno de los que se negó a prestar declaración, hoy detenido por desacato y obstrucción de la justicia.

Otro paralelismo, pero que en este caso precede al 6 de enero, es el movimiento en pos de la restricción de derechos electorales. Desde 2013 – año en que la Corte Suprema declaró inconstitucional una de las cláusulas de la ley de derechos al voto de 1965 que obligaba a la supervisión y pre-autorización federal de cambios en los requisitos y procedimientos electorales de estados con una larga historia de segregación y discriminación racial -, leyes que restringen o imposibilitan el ejercicio del derecho al voto fueron sancionadas en los 50 estados. Según el Brennan Center, 2021 ha sido “un año sin precedentes” para la legislación electoral. Luego de la elección presidencial que registró uno de los mayores índices de participación popular, 19 estados promulgaron 33 leyes que dificultan el ejercicio del derecho al voto y la minoría republicana del senado se niega a debatir un proyecto de ley federal de protección de derechos electorales.

Por último, si bien 2021 no fue un golpe, sí podríamos decir que se trata de una conspiración… en curso. Y no solo eso. Está adoptando ciertas características propias de la resistencia guerrillera. En enero de 2021, el Department of Homeland Security (DHS) publicó un boletín sobre amenazas a la seguridad interna que postuló:

“[Algunos] extremistas violentos ideológicamente motivados, con objeciones al ejercicio de la autoridad gubernamental y la transición presidencial, así como otros percibidos agravios alimentados por falsos discursos, podrían continuar movilizándose para incitar o cometer violencia”.

La supremacía y el extremismo blanco fueron declarados como las mayores amenazas a la seguridad interna tanto por el Federal Bureau of Investigations (FBI) como por el DHS mucho antes de las elecciones del 2020. Según este último, las “fuerzas del 6 de enero” siguen vivas y vigentes, se están organizando en nuevos grupos extremistas, fortaleciendo milicias armadas, propagando teorías conspirativas, incitando el accionar de grupos de odio y promoviendo la amenaza de posibles atentados terroristas “contra sistemas de infraestructura crítica, incluidos el eléctrico, de telecomunicaciones y sanitario”.

Por su parte, el director del FBI, Christopher Wray, afirmó en su testimonio de septiembre de 2020 ante el Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de Representantes que:

·         “[L]os promotores del violento extremismo doméstico – como ser la concepción sobre la extralimitación del gobierno o de las fuerzas del orden, las condiciones sociopolíticas, el racismo, el antisemitismo, la islamofobia, la misoginia y las reacciones a las medidas legislativas – permanecen constantes”.

·         “En la categoría de terrorismo doméstico, el extremismo violento por motivos raciales es, creo, el mayor dentro del grupo. Y dentro del grupo de extremistas violentos por motivos raciales, las personas que suscriben a algún tipo de ideología de supremacismo blanco, son el grupo más importante y numeroso.”

A un año del cambio de gobierno, Trump y el ala de extrema derecha del Partido Republicano a la que el personaje dio su “ismo”, perdieron la batalla, pero vienen ganando la guerra. En el plano político, los republicanos son “técnicamente” la minoría en ambas cámaras del Congreso, pero han logrado impedir el avance de la agenda legislativa de la Administración Biden. Asimismo, cooptaron el discurso y la retórica política, logrando que – a pesar de la recuperación de la economía y de la tasa de empleo, y la popularidad de su plan de gobierno – el índice de aprobación de gestión haya bajado sistemáticamente hasta ubicarse en el 43%. Finalmente, si bien la legalidad de la presidencia de Biden ha sido respaldada a nivel institucional en todos los niveles de gobierno (local, estadual, federal) y judicial (desde tribunales inferiores hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos), un segmento significativo de los ciudadanos políticamente activos desconoce la legitimidad de la presente Administración y creen que hay que inclinarse por opciones abiertamente anti-democráticas para recuperar el poder.

Una encuesta sobre realizada por el Public Religion Research Institute arroja datos, al menos, preocupantes:

  • 31% (y 68% republicanos) creen que las elecciones presidenciales de 2020 fueron fraudulentas.
  • el 82% de la audiencia de Fox News y el 97 % de canales de extrema derecha (One America News NetworkNewsmax) cree que Biden no ganó legítimamente las elecciones.
  • 18 % (30% republicanos, 17% independientes, 11% demócratas) cree que la violencia podría estar justificada para “salvar a Estados Unidos”.
  • Al menos uno de cada cinco estadounidenses cree que alguna de las teorías  conspirativas de Q’Anon tienen algún fundamento.

Lo que indica todo esto es que 2020 marcó el cenit de un proceso de deslegitimación del sistema representativo estadounidense que se ha gestado desde arriba y que está teniendo sus frutos: el descreimiento de amplios sectores de la población sobre los sistemas electorales de representación, el rol de las instituciones democráticas y el aval a opciones anti-populares que aseguren legalmente el poder de las minorías políticas. En otras palabras, “democracias sin respaldo popular”.

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Las elecciones presidenciales de 1876 fueron unas históricas caracterizadas por el fraude, la intimidación y la violencia. Los Republicanos nominaron como su candidato al gobernador de Ohio Rutherford B. Hayes, un político insípido, pero integro. Los Demócratas nominaron al gobernador de Nueva York Samuel J. Tilden. Ambos favorecían el gobierno propio para el Sur (es decir, no interferir ni intervenir en los asuntos políticos del Sur) y, además, la reconstrucción no era una de sus prioridades.

Esta elección ha sido una de las más cerradas en la historia de los Estados Unidos. Hayes obtuvo el 48% de los votos populares y 185 votos electorales, mientras que Tilden le superó en votos populares con el 50% de éstos, pero sólo alcanzó 184 votos electorales. Ninguno de los dos candidatos obtuvo el número de votos electorales necesarios para ser electo presidente, lo que provocó una seria crisis política. Para resolver esta crisis el Congreso nombró un comité compuesto por cinco senadores, cinco representantes y cinco jueces del Tribunal Supremo, ocho Republicanos y siete Demócratas. El comité votó en estricta línea partidista a favor de reconocer la elección de Hayes, lo que generó las protestas  de los Demócratas. Éstos controlaban la Cámara de Representantes y amenazaron con bloquear la juramentación de Hayes. Para superar esta crisis se llevaron a cabo negociaciones secretas que culminaron con un acuerdo en febrero de 1877: los Demócratas aceptaron la elección del Hayes a cambio de que éste nombrara a un sureño en su gabinete, no interfiriera en la política del Sur y se comprometiera a retirar las tropas federales que quedaban en el sur.

Poco tiempo después de su juramentación como Presidente de los Estados Unidos, Hayes ordenó la salida de las tropas federales de Florida y Carolina del Sur. La salida de los soldados conllevó la eventual derrota de los gobernadores Republicanos de ambos estados. Al adoptar una política de no interferencia en los asuntos del Sur, los Republicanos abandonaron a los afroamericanos. Aunque formaban parte de la constitución, las Enmiendas 14 y 15 quedaron sin efecto en el Sur porque fueron sistemáticamente ignoradas por los gobiernos sureños. Con ello murió la era de la Reconstrucción y se inició una era vergonzosa caracterizada por la supremacía de los blancos, la violencia racial, la violación sistemática de los derechos de los ciudadanos afroamericanos y la segregación de los negros.


Chief Justice Morrison R. Waite administering the oath of office to Rutherford B. Hayes, 1877.

Chief Justice Morrison R. Waite administering the oath of office to Rutherford B. Hayes, 1877.

The Presidential Election of 1876

In the summer of 1876 the United States celebrated a centenary of independence. Although it was a jubilee year, the American Republic was also deeply troubled. The desperate battles of the Civil War had ended more than a decade before; yet Abraham Lincoln’s call for ‘malice toward none’ remained an unfulfilled appeal, as Federal troops continued to occupy some of the former Confederate States. President Ulysses S. Grant’s second term of office was drawing to a close under a barrage of criticism directed at corruption in his government. The coming Presidential election would take place in November.

It promised to be an exciting fight, but no one foresaw that the struggle between Republican Rutherford B. Hayes and Democrat Samuel J. Tilden would result in an unparalleled scandal and bring America perilously close to another civil conflict. Indeed, the roots of the dispute were firmly woven into the Civil War and its tragic aftermath.

On April 9th, 1865 General Robert E. Lee surrendered the Army of Northern Virginia and the guns at Appomattox stopped firing. The Civil War drew to a close. In four years of grim fighting the troops of both sides had developed a respect for each other, a bond of harsh experiences mutually endured. Now Yankees shared their rations with Confederates and traded wartime stories.

The day after the surrender, Abraham Lincoln returned to Washington after a visit to Richmond. A wildly cheering crowd called for a speech, but the President demurred. Instead, he asked the military band to strike up ‘Dixie’. For a brief moment there seemed to be hope of genuine reconciliation. It was unquestionably Lincoln’s fervent hope. Then, only days later, John Wilkes Booth fired a fatal bullet into the President’s head at Ford’s Theatre in Washington.

Election Cartoon, 1876 Photograph by Granger

With Lincoln’s death, the ‘Radicals’ in the Republican Party gained the upper hand. For men like Thaddeus Stevens of Pennsylvania and Charles Sumner of Massachusetts, the South fully deserved the revenge they had planned. The bitter years of ‘Reconstruction’ followed. Government tax-collectors enjoyed a bonanza below the Mason-Dixon Line. General Lee’s magnificent home at Arlington was seized for taxes. Properties worth thousands of dollars were sold for a few hundred and Federal Treasury agents laid claim to supposedly abandoned land. Even General William Tecumseh Sherman, whose army made the famous march from Atlanta to the sea, burning and destroying everything in its path, spoke in compassionate terms to a veterans’ gathering shortly after the war:

It was in this atmosphere that white Southerners fought to regain control of South Carolina, Texas, Virginia, Florida and other states of the former Confederacy; the newly emancipated slaves fought for a place in a society previously denied them; and political scavengers fought to hang on to the spoils of war. Gradually, however, the South returned to the control of its native white population. In doing so, it became more solidly attached to the Democratic Party than ever before.

Due to the presence of Federal troops and officials in positions of power, Ulysses S. Grant was able to carry eight southern states for the Republican Party in the Presidential election of 1868. Grant won a second term in 1872, but this time only six southern states were in the Republican camp. The grip of Radical Republican power was fading. Perhaps more significant, the immediate post-war zeal in the North for African-American welfare had diminished.

 

Republican election poster

Republican election poster, 1876.

 

As the election of 1876 approached, Grant’s Republican administration reeled under a heavy attack by the press when a great whisky scandal broke. Western distillers had been flagrantly evading Federal taxes, and Grant’s own private secretary, General Babcock, was implicated. The President’s enemies gleefully pointed to corruption in the White House. Instead of dissociating himself from Babcock, Grant leaped to his defence.

Indeed, Grant displayed an almost incredible loyalty to dubious colleagues during his Presidency. His support of Babcock largely contributed to an acquittal. But this was just part of the rapidly mounting troubles faced by the Republican Party.

In March 1876, just eight months before the election, Secretary of War William Belknap was charged with malfeasance in office by the House of Representatives. Rather than remove Belknap from his post, Grant merely accepted the cabinet member’s resignation. One month later it was James G. Blaine’s turn to embarrass the Administration. As Republican leader in the House of Representatives, Blaine was in a most influential position. When the press charged that he had taken favours from the Union Pacific Railroad, the tag of ‘Grantism’ received new life as a synonym for political avarice.

The scandals could not have come at a more inopportune time, for the Republicans desperately needed a politically untarnished standard-bearer in the coming election and Blaine was a strong candidate. Despite the publicity, Blaine’s name was prominent when the Republicans met at Cincinnati, Ohio, on June 14th to nominate a contender for the Presidency. Recognising that public attention had to be focused on something other than the Administration’s record, Blaine attacked the South and stirred up fears of a new war. In doing so, he alienated those members of his party who sought a genuine rapprochement with the old Confederacy. On the seventh ballot, he lost the nomination to a ‘dark horse’ candidate, Rutherford B. Hayes of Ohio. Hayes was a compromise between the extreme wings of the Party. Above all, his personal record and political integrity could not be seriously challenged.

The 53-year-old Hayes had a good, if not spectacular, background. Born in Delaware, Ohio, he had been raised by a widowed mother who, fortunately, enjoyed financial security. He received a degree from the Harvard Law School in 1845 and subsequently accepted a number of fugitive slave cases. During the Civil War, Hayes rose to the rank of brevet major-general of volunteers, participated in many actions and was severely wounded. While the war still raged he was elected to Congress. He was later elected Governor of Ohio on three separate occasions and put through a number of reforms.

In accepting the nomination, Hayes vowed to end the spoils system and called for an end to ‘the distinction between North and South in our common country’. This conciliatory statement was in sharp contrast to Resolution Number 16 of the Party Platform which went so far as to question the loyalty of the Democratic majority in the House of Representatives. This allegation reflected the presence of Congressmen who had fought for the Confederacy.

The Democrats had no problem in devising their campaign strategy. The entire nation was aware of the Administration’s shortcomings. Corruption was the issue and the Democratic Party promised reform. On June 27th they held their convention in St Louis, Missouri. In an auditorium jammed with 5,000 people, Governor Samuel J. Tilden of New York scored a landslide victory on the second ballot.

 

Samuel J. Tilden is announced as the Democratic presidential nominee

Samuel J. Tilden is announced as the Democratic presidential nominee.

 

Tilden was a unique figure, and certainly one of the most interesting to cross the American political scene. This frail, cold, articulate bachelor commanded a crusading zeal from his supporters. As a boy, Tilden was withdrawn and showed little inclination to mix with young people. Politics, however, fascinated him and his father fostered that interest. At the age of 15 he used his own money to buy Adam Smith’s Wealth of Nations. By 1841 he was a qualified lawyer with a continuing and consuming interest in politics. His brilliant grasp of political matters brought him to the attention of Democratic leaders who sought his counsel. For some time Tilden studiously avoided candidacy for high public office, but his own abilities soon brought him national recognition.

A particularly significant event was Tilden’s exposure and prosecution of New York’s notorious racketeer, ‘Boss’ William M. Tweed. His popularity soared and he was elected Governor of New York. Then he broke up the Canal Ring, a group of crooks and unscrupulous politicians. Tilden’s name became associated with integrity in politics. This was just what the Democratic Party wanted as a contrast to the Republican Administration.

The battle lines were clearly defined. Left to themselves, it is possible that Hayes and Tilden might have kept the election campaign free from distortion of facts and bitter personal invective, but it was not to be. Tilden was subjected to a number of damaging of charges. There seemed to be no limit to the accusations: that he was a liar, swindler, perjurer, counterfeiter and even an absurd claim that he had been in league with the infamous Tweed. In line with their basic campaign strategy, the Republicans alleged that Tilden had supported the Confederacy, the right of secession and the continuation of slavery. This all stemmed from his opposition to Lincoln in 1860, but that was because he was a Democrat and feared a Republican victory would bring disaster to the United States. This feeling had no bearing on his fundamental loyalty to the Union, and once the war began he had urged the quick suppression of the Confederacy.

As election day approached, excitement grew with each rally and parade. It was, after all, the centenary of American independence. Even politically apathetic citizens came out for Hayes or Tilden with great enthusiasm. But on polling day, November 7th, calm prevailed as people made their way to voting centres. It was a stillness soon to be shattered. Hayes’ hopes began to sink as swing states such as Connecticut, Indiana and New Jersey went to Tilden. When New York finally fell into Tilden’s camp, Hayes admitted defeat to those around him and went to bed.

Tilden was not only leading in the popular vote: he had 184 of the far more important electoral votes to Hayes’ 166. The 19 votes of South Carolina, Florida, and Louisiana were had not yet been declared, but they were in the heartland of the Democratic South. At the Republican National Headquarters, exhausted and dispirited party workers began to go home. On the morning of November 8th, the press of both parties was crowded with news of Tilden’s victory. Even the militantly Republican New York Tribune conceded the election.

The New York Times, however, would do no more than admit a Democratic lead. Two days after the election, John C. Reid, the newspaper’s influential editor, sat in the editorial room with two assistants. It was after 3am when a message arrived from the State Democratic Committee: ‘Please give your estimate of the electoral votes secured by Tilden. Answer at once.’ Reid was astounded. If they urgently needed such information, then the Democrats were not certain of victory. In a matter of minutes he conceived a scheme to wrest the election away from Tilden and put Rutherford B. Hayes into the White House. Tilden had 18 more electoral votes than Hayes, but if the 19 from South Carolina, Louisiana and Florida were secured by the Republicans, Hayes would win by one vote, 185 to 184.

Tilden (left) and Hayes

Samuel J. Tilden (left) and Rutherford B. Hayes (right).

Reid, accompanied by a Republican official, hurried into the night and awakened Zachariah Chandler, National Republican Chairman. Chandler agreed to Reid’s proposal: telegrams must be sent immediately to Republican officials in the three states, with the following message: ‘Hayes is elected if we have carried South Carolina, Florida and Louisiana. Can you hold your state? Answer immediately.’ The meaning was clear: those states were to be held at any cost. At the same time, Republican headquarters proclaimed Hayes’ election.

The key to the plot’s success lay in the state canvassing boards. They had the power to certify the votes and cast out those that, in the board’s opinion, were questionable. The need for absolute honesty by the boards in exercising their power was self evident, but the personnel of some made comedy of that requirement. Of course, all of the boards were Republican and backed by Federal troops.

Initially, Hayes dissociated himself from the plan, saying: ‘I think we are defeated … I am of the opinion that the Democrats have carried the country and elected Tilden.’ A few weeks later, however, he changed his mind: ‘I have no doubt that we are justly and legally entitled to the Presidency.’

From the beginning there was an outside chance that Hayes could have carried South Carolina and Louisiana on the strength of votes from African-Americans and ‘carpetbaggers’ (a pejorative term for Northerners who moved South during the Reconstruction). Florida’s heavily Democratic white majority, however, made that state a dim prospect for Republican hopes. But they had to have Florida or Tilden would win by 188 to 181. During the actual election campaign, all three states witnessed a wide variety of attempts by both sides to cow voters and fraud was rampant. In one shameful tactic, the Democrats tried to distribute ballots with the Republican emblem prominently displayed over the names of Democratic candidates. It was worth the chance in the hope of picking up votes from illiterate voters. On the Republican side, one inspired person devised ‘little jokers’. These were tiny Republican tickets inside a regular ballot. A partisan clerk could slip them into the ballot box with little chance of being detected.

In Louisiana, Tilden held a comfortable majority over Hayes. And in New Orleans, the Democratic elector with the smallest plurality had more than 6,000 votes over his Republican opponent. The canvassing board solved the problem in that state by simply throwing out 13,000 Tilden votes against only 2,000 for Hayes. Then the electors for Hayes were certified.

The prelude to the election in South Carolina was a bloody affair. The Governor was Daniel H. Chamberlain of Massachusetts, a strict dogmatist on the race question and thoroughly loathed by white South Carolinians. In addition to the Presidential election, there was a gubernatorial race. The Democrats were running a war hero, former Confederate General Wade Hampton. ‘Rifle clubs’ were organised over the entire state by Hampton’s supporters and there were numerous clashes with African-American groups. As far back as July 8th, there had been a sharp fight in Aiken County at which African-Americans suffered a severe defeat. Chamberlain appealed to President Grant for help. Grant described the rifle clubs as ‘insurgents’ and sent all readily available troops to South Carolina. The resultant fury at this action was compounded when the Republican canvassing board ensured the certification of Hayes’ electors.

The Election of 1876 & The End of Reconstruction

Florida was the most critical problem. As the polling booths closed, each side claimed victory. Once again, the canvassing board held the decision in its hands. The three-man board was dominated by two Republicans, Florida’s Secretary of State and its Comptroller. The third man was the Democratic Attorney General. The board had the right to exclude ‘irregular, false or fraudulent’ votes. In a complete travesty of integrity, the board voted for Hayes by virtue of its Republican majority. Thus, Florida’s key electoral votes went to Hayes. The Republican Governor certified them with the official blessing of the state. The outraged Democrats held a meeting and had the Attorney General certify the Tilden electors. With this action, a new and dangerous complication entered the scene. Democrats, claiming dishonesty by the canvassing boards, were certifying their own electors by whatever legal or quasi-legal means they could. To further complicate matters, Florida Democrats elected G. F. Drew as Governor and he appointed a new board of canvassers who promptly judged Tilden’s electors to be victorious. In South Carolina, where Wade Hampton had been elected Governor, there were unqualified demands to disenfranchise the Hayes electors.

As a precaution, General Grant ordered Federal troops into all three state capitals, directing General Sherman ‘to see that the proper and legal boards of canvassers are unmolested in the performance of their duties’. That meant Hayes would win. At this point, Samuel Tilden’s followers almost begged him to denounce the plot publicly, but he would no nothing to prejudice the legal process. This is somewhat difficult to understand in view of his previous anti-fraud successes.

The Senate and House of Representatives convened for the second session of the 44th Congress on December 4th, 1876. It was just two days before the date set for Presidential electors chosen in each state to meet and declare their choice for President and Vice-President of the United States. It was the responsibility of each state Governor and Secretary of State to affix the official state seal to the voting certificates and send them to the President of the Senate in Washington D.C. who would then count them before a joint session of Congress.

Since the Senate was controlled by Republicans, the Democratic House demanded the right to decide which votes were valid. The Senate, understandably, refused. Here was an incredible situation; each day bringing the United States closer to March 4th, the date when Grant’s term expired. Who would succeed him and how would it be done? Rumblings of a new civil war rolled ominously across America. There were drills and parades and wartime units began to reform. Even cool heads discussed the possibility of the National Guard, under the command of Democratic Governors in most states, marching on Washington to install Tilden by force, if necessary. In that case, the Regular Army under Grant would oppose the Guard as Hayes had been ‘legally’ elected.

Amazon.com: Presidential Campaign 1876 Ncontemporary American Newspaper  Cartoon Attacking William Eaton Chandler Who Directed Republican Tactics In  The Rutherford B Hayes And Samuel J Tilden Election In Which Twe: Posters &  PrintsIt was an unthinkable prospect. Fortunately, there were men of influence on both sides who saw that a peaceful solution was absolutely mandatory. On December 14th, the House appointed a committee to approach the Senate in the hope that a tribunal could be created; one ‘whose authority none can question and whose decision all will accept as final’. After much debate, an Electoral Commission was approved. Congress proceeded to set up a group of 15 men; five from the Senate, five from the House and five from the Supreme Court. Presumably, the Court Justices would be non-partisan. Both Hayes and Tilden declared the Commission unconstitutional, but they reluctantly agreed to accept its verdict.

It was clear to everyone what would happen without the Commission. Republican Senator Thomas Ferry of Michigan, presiding officer of the Senate, would open the certificates before a joint session and declare Hayes the winner by 185 to 184 electoral votes. The House would then immediately adjourn to its own chambers where Speaker Samuel Randall would declare no electoral majority and throw the election into a vote by each state delegation in the House. That would assure Tilden’s victory, and on March 4th, 1877 both Hayes and Tilden would be in Washington to be inaugurated as President of the United States. Senator Roscoe Conkling of New York described this route as a ‘Hell-gate paved and honeycombed with dynamite’. It was no understatement.

The Commission held its first session just four weeks before the inauguration. Democratic members of the Commission pressed for a searching examination of the honesty of the canvassing boards. The Republican members claimed that the legal state authorities had filed legitimate certificates and Congress had no power to interfere.

The Commission finally voted along party lines with the decision going to Hayes, 8 to 7. On Friday, March 2nd at 4am, the Senate awarded the last certificate to Hayes. It was just two days before the inauguration. The fury of the South was matched by its Democratic allies in the North. All eyes turned to Samuel J. Tilden. If he claimed that the will of the American people had been frustrated by partisan duplicity and fraud, then America faced civil war. Instead, Tilden said: ‘It is what I expected.’

Electoral map of 1876: Republican wins in red, Democrat in blue, non-states in grey.

Electoral map of 1876: Republican wins in red, Democrat in blue, non-states in grey.

 

Open conflict might still have been a possibility except for a meeting that has since been the subject of much speculation. One week before the inauguration, Southern Democrats and Republicans met at the Wormley Hotel in Washington in an effort to find some compromise before it was too late. There is ample evidence to suggest that a quid pro quo was reached; the South to agree to Hayes’ election if the North would agree to abandon all efforts to maintain carpetbag regimes in the South. That meant withdrawal of Federal troops. In return, the South presumably agreed not to take reprisals against African-Americans or carpetbag officials.

For that matter, the South and its Democratic friends in the North already held a powerful sword over the head of the United States Army. They attached a clause to the Army Appropriations Bill that outlawed the use of Federal troops to sustain state governments in the South without Congressional approval. When the Senate refused the clause, the House simply adjourned and left the Army without funds to pay soldiers. Morale collapsed and the end of Reconstruction was at hand.

After the decision, Tilden commented: ‘I can retire to private life with the consciousness that I shall receive from posterity the credit for having been elected to the highest position in the gift of the people, without any of the cares.’ That summer he sailed for Europe for a year’s vacation. Rutherford B. Hayes took the oath of office in private, kissing the open Bible at Psalm 118:13 ‘… the Lord helped me’.

There was no inaugural parade or ball. There was little to celebrate.

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AHuellas2caba de salir el cuarto número de la revista on-line Huellas de los Estados Unidos. Estudios, perspectivas y debates desde América Latina. Este número está dedicado al análisis de las recientes elecciones presidenciales norteamericanas con  trabajos de Tom Engelhardt (creador de la famosa y valiosa TomDispatch.com), del puertorriqueño Raúl L. Cotto Serrano, de Valeria L. Carbone y de Fabio Nigra, entre otros.

Completan este número un grupo de ensayos dedicados a temas tan variados como esclavitud, raza e ideología,  guerra fría y criminalidad en Puerto Rico, así como también un análisis de la película  El Álamo (1960).

Nuestras felicitaciones a lo editores de Huellas de los Estados Unidos por otra aportación valiosa al estudio  de los Estados Unidos en América Latina.

Norberto Barreto Velázquez, PhD

Lima, Perú, 18 de marzo de 2013

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Comparto con todos ustedes mi participación el pasado 8 de noviembre en el programa HablaPUCP, donde fui entrevistado por el Dr. Eduardo Dargent sobre el resultado de las elecciones estadounidenses.

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Aunque han existido más de dos partidos nacionales de manera simultánea, la historia política de los Estados Unidos ha estado caracterizada por la presencia dominante de dos partidos políticos. El nombre y la orientación política de estos dos partidos  ha variado a lo largo de la historia estadounidense.

El bipartidismo estadounidense nace en los primeros años de vida independiente de la nación norteamericana bajo la influencia de los eventos asociados a la Revolución Francesa. La crisis internacional provocada por los acontecimientos en Europa atrapó a los Estados Unidos entre las dos principales naciones en lucha: Francia y Gran Bretaña. La joven y aún vulnerable república norteamericana se vio amenazada por un conflicto del que no era responsable ni podía controlar.

En este contexto, la lucha entre dos grupos políticos provocó el desarrollo de los primeros partidos políticos norteamericanos: el Partido Federalista y el Partido Republicano. Los federalistas estaban liderados por Alexander Hamilton y se identificaban con los intereses de la región más urbana y comercial del país, el noreste. Éstos proponían el desarrollo de los Estados Unidos como un país manufacturero y comercial, por lo que defendían la creación de un banco nacional, el pago de la deuda nacional y el cobro de aranceles a los productos importados. A nivel internacional, los federalistas veían con recelo los eventos de la Revolución Francesa y no escondían sus simpatías por Gran Bretaña. Los republicanos estaban liderados por Thomas Jefferson y representaban los intereses del sur esclavista y agrario. Éstos favorecían el desarrollo de una economía agrícola de pequeños propietarios y se oponían a los aranceles y a la creación de un banco nacional porque creían que afectarían los intereses de los ciudadanos comunes. A nivel internacional, Jefferson y sus seguidores simpatizaban con la Francia revolucionaria y manifestaban una actitud claramente anti-británica.

Thomas Jefferson

Estos dos partidos se enfrentaron por primera vez en las elecciones de 1796. Los federalistas resultaron victoriosos, ganando la mayoría del Congreso y eligiendo a John Adams como el segundo presidente de los Estados Unidos. Éste mantuvo una política pro-británica, provocando serios problemas con Francia. En las elecciones de 1800 resultó electo Jefferson presidente, marcando el inicio de un dominio político republicano sobre el gobierno federal.

Ambos partidos mantuvieron una dura lucha hasta que la guerra de 1812 conllevó el fin del Partido Federalista. Los fracasos sufridos por las fuerzas norteamericanas durante la guerra –unida al costo económico del conflicto– provocaron críticas y una oposición popular, especialmente, donde los federalistas eran más poderosos: los estados de la zona de Nueva Inglaterra, al noreste del país. Dado que eran la principal fuerza política de la región, los federalistas lideraron la oposición a la guerra. En diciembre de 1814, un grupo de delegados de los estados de Nueva Inglaterra se reunieron en la ciudad de Hartford en el estado de Connecticut, para discutir las quejas contra la guerra y el gobierno del entonces Presidente James Madison, un republicano. Como parte de los debates de la convención se discutió la posibilidad de la secesión, es decir, de que la región se independizara y formara un nuevo país. Aunque los seguidores de esta idea eran una minoría, la euforia nacionalista provocada por la victoria de Andrew Jackson en la batalla de Nueva Orleans en 1814, hizo que los participantes de la Convención de Hartford fueron considerados unos traidores, lo que condenó a muerte al Partido Federalista.

La crisis y eventual desaparición del Partido Federalista llevó a los republicanos a dominar el escenario político nacional hasta 1824. Ese año las elecciones presidenciales fueron disputadas por cinco candidatos: John Quincy Adams, John C. Calhoun, William Crawford, Henry Clay y Andrew Jackson. Este último obtuvo la mayoría de votos populares, pero no la cantidad de votos electorales necesaria, por lo que la Cámara de Representantes tuvo que decidir entre los tres candidatos con más votos: Jackson, Adams y Crawford. Adams resultó electo con el apoyo de Clay, entonces Presidente de la Cámara, provocando las críticas de Jackson, quien fundó un nuevo partido político, el Demócrata.

En 1828 Jackson ganó las elecciones convirtiéndose en séptimo presidente de los Estados Unidos. El estilo personalista y enérgico de Jackson provocaron duras críticas entre sus opositores, que le acusaron de ser un dictador. En 1834, un grupo de legisladores se unieron para oponerse Jackson. Éstos se autodenominaron como los “whigs”, en alusión a los británicos que se opusieron a las arbitrariedades del rey Jorge III durante el periodo revolucionario. Los whigs alegaban que ellos se enfrentaban a un presidente que se comportaba como un rey tiránico y abusivo. Liderados por Calhoun, Clay y Daniel Webster, los whigs se convirtieron en una fuerza política coherente y organizada que defendía que el gobierno estuviese controlado por hombres capaces. En otras palabras, los whigs defendían un elitismo político basado en el talento: que los “mejores” gobernaran al país. A nivel económico, favorecían la libre empresa, la iniciativa privada, la expansión del gobierno federal y el estimulo al desarrollo industrial y comercial del país. Según ellos, Estados Unidos debía convertirse en una nación industrial con un comercio vigoroso El tema de la expansión al oeste era uno delicado para los whigs, pues temían que el crecimiento territorial produjera inestabilidad política. Rechazaban la lucha de clases, alegando que el crecimiento económico redundaría en beneficios para todos los norteamericanos, fuesen éstos agricultores, trabajadores o dueños de las fábricas.

Aunque los whigs tuvieron más simpatías entre los comerciantes y empresarios del noreste, también hubo whigs entre los sureños, quienes apoyaron el nuevo partido por razones muy especificas. Los whigs sureños no simpatizaban con el cobro de aranceles a las importaciones, pero sí tenían inversiones en bancos y ferrocarriles y, por ende, les atraía el programa económico del partido. Otros eran hacendados que querían acabar con el poder político que habían alcanzado los granjeros blancos libres durante la presidencia de Jackson. Algunos whigs sureños se había unido al partido en reacción a la actitud que asumió Jackson con relación a los derechos de los estados y el caso de Carolina del Sur y la teoría de la invalidación en 1828. En el oeste, los whigs fueron apoyados por una clase comercial emergente que favorecía el programa de mejoras internas y que estaba compuesta por inmigrantes.

Los seguidores de Jackson estaban agrupados bajo el Partido Demócrata. La filosofía de éstos estuvo influida por las políticas y acciones de Jackson. De ahí que éstos favorecieran limitar la intervención económica del gobierno federal, promovieran los derechos de los estados y se declararan defensores de los trabajadores, los granjeros y los “hombres honrados”, y enemigos de los monopolios, los aristócratas y los corruptos. Contrario a los whigs, los demócratas favorecían la expansión territorial porque creían que ésta aumentaría las oportunidades para los norteamericanos comunes. Los demócratas defendían la remoción y el traslado de los indios. Su base de apoyo político estaba entre los pequeños comerciantes y trabajadores del noreste y los agricultores sureños. Contrario a los líderes whigs, los líderes demócratas eran menos ricos y de origen popular.

Whigs y demócratas compitieron por el control del gobierno entre 1836 y 1852, alternándose en la presidencia. En 1836 fue electo presidente Martin Van Buren, un demócrata. Cuatro años más tarde fue electo William H. Harrison, un whig. En 1844, los demócratas volvieron a la Casa Blanca con la elección de James K. Polk, pero fueron derrotados en 1848 por Zachary Taylor, un whig veterano de la guerra con México. En el año 1852 se dio el último enfrentamiento entre estos dos partidos y los demócratas lograron la victoria con la elección de Franklin Pierce como décimo cuarto presidente de los Estados Unidos.

En la década de 1840 surgió un partido anti-inmigrante conocido como el Partido Americano, también conocido como el Partido Know Nothing. El origen de este nombre está en el hecho de cuando alguien les preguntaba algo a alguno sus miembros, éste respondía que no sabían nada (“know nothing”) y de ahí les quedo el calificativo. El nuevo partido contaba con el apoyo de pequeños granjeros, hombres de negocios modestos y gente trabajadora. Los “Know Nothings” poseían una rara combinación entre un fuerte nacionalismo anti-inmigrante conocido como “nativism” y anti-esclavismo, pues se oponían abiertamente a la inmigración de irlandeses y alemanes católicos (como también de los chinos) y su segmento norteño rechazaba la esclavitud. Su fuerte anti-catolicismo les llevaba a plantear la existencia de una conspiración entre el Papa y los propietarios de plantaciones esclavistas contra la democracia norteamericana. La llegada de miles de pobres inmigrantes católicos era, según ellos, parte de este complot, que amenazaba la idea que tenían los Know Nothings de los Estados Unidos como una sociedad protestante de individuos libres e iguales.

Aunque  logró algunas victorias electorales en ciudades de la zona de Nueva Inglaterra, el Partido Know Nothing entró en crisis como consecuencia de las divisiones internas, especialmente, sobre el tema de la esclavitud y eventualmente desapareció.

El tema de la esclavitud no afectó solamente a los Know Nothing. Los debates sobre el futuro de la esclavitud que caracterizaron la década de 1850 tuvieron serias consecuencias sobre otros partidos políticos. En 1854 fue aprobada por el Congreso la Ley Kansas-Nebraska revocando el Acuerdo de Missouri que prohibía la esclavitud al sur de paralelo 36º30´, permitiendo así que los territorios a sur de ese paralelo fuesen organizados sobre la base de la soberanía popular. Los residentes de los territorios de Kansas y Nebraska decidirían a través del voto si eran territorios, y por ende, estados esclavistas o no.

La ley Kansas-Nebraska tuvo consecuencias desastrosas para el sistema político norteamericano, pues destruyó al Partido Whig y dañó severamente al Demócrata. Los whigs y demócratas opuestos a la ley la denunciaron como un esfuerzo más para imponer la esclavitud en el país. Estos abandonaron sus respectivos partidos y se unieron a los “free-soilers” –un partido político opuesto a la expansión de la esclavitud fundado en 1848– y los grupos abolicionistas para fundar, en 1854, un nuevo partido político, el Republicano. Este partido estaba formado por grupos muy diferentes unidos por su rechazo de la esclavitud. Los miembros del Partido Republicano afirmaban los valores republicanos de libertad e individualismo, y consideraban que la esclavitud negaba ambos. La lucha entre republicanos y demócratas fue intensa en el periodo previo a la guerra civil.

El detonante de la guerra civil fue la victoria en las elecciones presidenciales de 1860 del Partido Republicano y de su candidato Abraham Lincoln. Estas elecciones jugaron un papel decisivo en la historia de los Estados Unidos. La victoria de Lincoln fue facilitada por la división del Partido Demócrata. La lucha por la candidatura presidencial llevó a los demócratas a una crisis interna y a la destrucción de ese partido. Como el Partido Demócrata agrupaba tanto a sureños como norteños, había jugado un importante papel como instrumento de conciliación durante las crisis regionales que vivió el país en la década de 1850. Su destrucción no sólo facilitó la victoria de Lincoln, sino que dejó a la nación sin una herramienta útil para enfrentar la crisis regional más severa de su historia: la secesión del Sur.

Los delegados del Partido Demócrata se reunieron en abril de 1860 en la ciudad de Charleston, Carolina del Sur, para elegir su candidato a la presidencia. El Senador Stephen Douglas contaba con una mayoría de votos, pero no tenía el apoyo necesario de dos terceras partes de los delegados. Para ello necesitaba el apoyo de los delegados sureños, que le exigieron garantizar la protección de la esclavitud en los territorios. Para Douglas, ello conllevaba violar su apoyo histórico a la doctrina de la soberanía popular, por lo que declinó la oferta de los sureños. Sin el apoyo de los sureños, la convención no pudo elegir un candidato. En junio de 1860, los delegados demócratas se reunieron nuevamente en la ciudad de Baltimore, Maryland, para intentar resolver las diferencias entre las facciones norteñas y sureñas y elegir un candidato a la presidencia. Esta segunda convención fue un total fracaso, pues los delegados sureños abandonaron la asamblea y luego nominaron John C. Breckinridge como su candidato presidencial. Sin la participación de los demócratas sureños, los norteños nominaron a Douglas su candidato presidencia, lo que selló la división y destrucción del Partido Demócrata.

Por su parte los republicanos nominaron a Abraham Lincoln como su candidato presidencial. Para complicar aún más la situación política, algunos whigs sureños se unieron a nativistas y crearon el Partido Unión Constitucional, con John Bell como su candidato a presidente.

Durante la campaña electoral, Breckinridge apoyó la extensión de la esclavitud en los territorios, mientras Lincoln se manifestó claramente a favor de su exclusión. Douglas buscó mantener un punto medio con su apoyo a la doctrina de la soberanía popular. Bell también buscó un compromiso, pero de forma más vaga que Douglas. Douglas fue el único candidato que alertó con insistencia sobre el peligro de la secesión.

Esta elección histórica produjo una enorme participación popular, pues votó el 81% de los electores. La división de los demócratas posibilitó la victoria de Lincoln, quien obtuvo 180 votos electorales y 1,865,593 votos populares. Breckinridge llegó en segundo lugar con 72 votos electorales y 848,356 votos populares. Bell llegó en tercer lugar con 592,906 votos populares y 39 votos electorales. Los 1,382,713 votos populares que obtuvo Douglas sólo le permitieron ganar dos estados y acumular 12 votos electorales. El resultado de la elección fue de un marcado regionalismo, pues todo el sur voto por Breckinridge, mientras Lincoln ganó en todos los estados libres de esclavos. Tan regionalista fue esta elección que en diez estados sureños el nombre de Lincoln ni siquiera apareció en la papeleta electoral.

Elecciones de 1860

El trauma de la guerra civil marcó el desarrollo de los partidos políticos en los años de la posguerra. El Partido Democrático resurgió con un claro control de los estados sureños, mientras que el Republicano controlaba el Norte. Entre 1860 y 1894, los republicanos ganaron 8 de las10 elecciones presidenciales que se celebraron. Sin embargo, no pudieron romper el dominio demócrata en el sur, y prueba de ello es que entre 1880 y 1924, ningún candidato republicano a la presidencia ganó ni uno solo de los estados que fueron parte de la Confederación.

Uno de los fenómenos políticos más importantes de la segunda mitad del siglo XIX fue el surgimiento de un partido de los granjeros norteamericanos. El nacimiento de este nuevo partido político estuvo directamente vinculado a los cambios económicos que experimentó la sociedad estadounidense en las últimas décadas de siglo XIX. Los granjeros norteamericanos comenzaron a organizarse a partir de la década de 1860 en respuesta a los problemas que enfrentaban, especialmente, con los precios de sus productos. El gran crecimiento de la agricultura a nivel mundial provocó la caída de los precios y, por ende, de los ingresos de los agricultores. Los agricultores tenían también problemas con los bancos por los altos intereses que pagaban por sus préstamos e hipotecas de sus fincas. En otras palabras, los granjeros vieron sus ingresos reducir, haciendo difícil el pago de sus hipotecas y poniendo en riesgo su supervivencia económica y, por ende, su forma de vida.

La dependencia en los ferrocarriles era otro serio problema que enfrentaban los agricultores, dado que la única forma rentable que tenían de enviar sus productos a los mercados era través de los trenes y las compañías ferrocarrileras se aprovechaban de esto cobrándoles tarifas abusivas.

La primera organización nacional de agricultores fue fundada en 1867 en la zona del medio oeste y fue conocida como los “Patrons of Husbandry”. También conocida como el “Grange” –otro palabra en inglés para granja– esta organización creció rápidamente entre los agricultores de las grandes planicies y entre agricultores al oeste y sur del río Misisipi, afectados todos por el descenso de los precios de sus productos. En poco tiempo el Grange llegó a tener 1,500,000 miembros.

El Grange concentró sus ataques contra los bancos, los ferrocarriles y los productores de maquinaria agrícola. A los bancos se les acusaba de cobrar intereses demasiado altos por sus préstamos. A los fabricantes de maquinaria, les acusaban de abusar de los agricultores vendiendo sus productos a precios más altos en los Estados Unidos que en Europa. A las compañías ferrocarrileras le acusaron de sobornar a legisladores estatales para cobrarle a los granjeros tarifas discriminatorias, ya que cobraban más caro por transportar productos agrícolas en rutas corta que en las largas. Gracias a la presión de los miembros del Grange varios estados del medio oeste aprobaron leyes estableciendo tarifas máximas de transporte ferroviario.

En la década de 1870 la economía estadounidense entró en una crisis económica que afectó severamente a los agricultores y acabó con el Grange. Para 1880, su membresía se había reducido a 100,000 personas. Además, el Tribunal Supremo llegó a varias decisiones que afectaron los logros legislativos alcanzados por el Grange a nivel estatal.

El fin del Grange no puso fin a los problemas de los agricultores y, por ende, a su necesidad de estar organizados. Por el contrario, la década de 1880 fue testigo del surgimiento de poderosas alianzas regionales de agricultores. En el sur, los agricultores se unieron para enfrentar el descenso en los precios del algodón y fundaron la Alianza Sureña de Granjeros en 1877. A los granjeros afroamericanos del Sur se les negó acceso a la Alianza Sureña por lo que se vieron obligados a fundar, en 1886, su propia organización, la Alianza de los Granjeros de Color (“Colored Farmer´s Alliance”). En el norte fue fundada la Alianza de Agricultores Norteños, que ganó mucha fuerza en estados como Nebraska, Iowa y Minnesota. Contrario a la Granger, las alianzas dieron más importancia a la participación política. Éstas desarrollaron una visión política que buscaba no sólo defender sus intereses, sino también crear un nuevo tipo de sociedad que dejase a un lado la competencia y estuviera basada en la cooperación.A finales de la década de 1880, las crecientes frustraciones convencieron al liderato de las alianzas de la necesidad de crear un partido nacional para defender sus intereses e iniciar una renovación nacional. En 1889, las alianzas del norte y el sur decidieron cooperar.

En diciembre de 1890, celebraron una convención nacional en la Ocala, Florida y aprobaron lo que se convertiría en la plataforma de un partido político, las llamadas Exigencias de Ocala. Los delegados decidieron seguir adelante con la fundación de un tercer partido nacional que atrajese no sólo a los granjeros, sino también a las organizaciones laborales y reformistas. En febrero de 1892, 1,300 delegados de las alianzas agrícolas (incluyendo a los afro-americanos) y de un sindicato nacional conocido como los Knights of Labor se reunieron en la ciudad de San Luis, y fundaron el Partido del Pueblo o Partido Populista.

Miembros del Partido Populista, Nebraska, 1892

El programa del nuevo partido era muy ambicioso, ya que proponía la nacionalización de la banca, los ferrocarriles y los telégrafos, la prohibición de latifundios de propiedad absentista, la elección directa de los senadores federales, la creación de un impuesto gradual a los ingresos, el establecimiento de la jornada laboral de ocho horas y la restricción de la inmigración. Los populistas, como fueron llamados los seguidores de este nuevo partido político, querían que el gobierno federal construyera almacenes donde pudieron ser depositados las cosechas hasta que sus precios mejorasen y que concediera préstamos a muy bajo interés a los agricultores para que pudieran sobrevivir la espera de mejores precios.

Los populistas participaron en las elecciones de 1892, obteniendo victorias en Idaho, Nevada, Kansas y Dakota del Norte. A nivel nacional, eligieron tres gobernadores, diez representantes y cinco senadores. Su candidato a la presidencia, James B. Weaver, recibió 1,000,000 de votos y acumuló 22 votos electorales. Aunque Partido del Pueblo demostró muy poca fuerza en los centros urbanos del este, es incuestionable que hizo una gran demostración política, sobre todo, si tomamos en cuenta que era un partido de menos de un año de vida.

En las elecciones de 1896, los populistas se enfrentaron un gran dilema, pues el candidato del Partido Demócrata, William Jennings Bryan, tenía un discurso muy cercano al del Partido Populista y, por ende, se ganó el apoyo de un buen número de agricultores. Temerosos de que Bryan les debilitara, los populistas decidieron nominarle como su candidato a la presidencia, pero rechazaron una fusión o alianza con el Partido Demócrata. Por su parte, los republicanos nominaron a un veterano de la guerra civil llamado William McKinley. Éste recibió el apoyo de los grandes intereses económicos (la banca, la industria y los ferrocarriles) y ganó las elecciones con el 51% del voto popular y 271 votos electorales. Bryan obtuvo 6,492,449 votos populares y 176 votos electorales. La victoria del Partido Republicano desilusionó a los populistas y debilitó al partido, que comenzó a disolverse rápidamente.

A lo largo del siglo XX, y lo que va del XXI, el bipartidismo ha sido la norma, excepto por la aparición temporal de terceros partidos que trataron, sin éxito, retar el control tradicional de republicanos y demócratas. Veamos algunos de ellos.

  • Partido Socialista: En 1900 fue fundado el Partido Social Demócrata, mejor conocido por el Partido Socialista. Los socialistas proponían hacerle cambios a la estructura económica del país, pero estaban divididos en torno a cuáles debían ser esos cambios. Los más radicales planteaban la eliminación del capitalismo, otros proponían reformas para reducir el poder de las empresas privadas. Bajo el liderato de Eugene Debs, este partido se convirtió en una fuerza importante, pero no en una amenaza seria para los partidos principales. En las elecciones de 1912 Debs obtuvo cerca de un millón de votos procedentes de las zonas urbanas de inmigrantes, sobre todo, alemanes y judíos.
  • Partido Progresista: En 1912, diferencias políticas entre el entonces Presidente Willliam H. Taft y el ex Presidente Teodoro Roosevelt llevaron a este último a abandonar el Partido Republicano y fundar un nuevo partido, el Progresista. En su campaña presidencial Roosevelt prometió un Nuevo Nacionalismo para el pueblo estadounidense caracterizado por un aumento del poder del gobierno federal, con más planificación y regulación para defender al pueblo de los intereses privados. La división de los republicanos facilitó la victoria del candidato demócrata Woodrow Wilson.
  • Partido Verde: En agosto de 1984 un grupo de organizaciones ecologistas se reunieron en San Paul, Minnesota, y dieron vida a la primera organización nacional verde en los Estados Unidos, los Comités Verdes de Correspondencia. Con ello buscaban darle una carácter político a su lucha ecológica. A nivel estatal fueron organizados varios partidos ecologistas locales hasta que en 1996 se organizó un partido ecologista nacional, el Partido Verde. Este es una especie de confederación de partidos ecologistas locales que busca la protección del medioambiente y la creación de una sociedad más justa y democrática. Los verdes rechazan el control que, según ellos, las grandes corporaciones tienen de la política norteamericana y aspiran a una democracia popular. En el año 2000 el Partido Verde ganó notoriedad al nominar a Ralph Nader su candidato a la presidencia. Nader es un activista y abogado que por años se han enfrentado a las grandes corporaciones en defensa de los consumidores y el medio ambiente. En las elecciones del 2000 Nader no acumuló votos electorales, pero sí obtuvo 2,888,955 votos o el 2.74 de los votos a nivel nacional. Para algunos analistas, la candidatura de Nader pudo haber ayudado a la victoria del candidato republicano George W. Bush en la elección presidencial más cerrada de la historia estadounidense, ya que le restó votos a Albert Gore, candidato demócrata. Este fue un factor especialmente importante en Florida donde Bush y Gore terminaron empate, mientas Nader obtuvo 97,419 votos. En el año 2008, el Partido Verde hizo historia altener dos mujeres como candidatas a la presidencia y vicepresidencia de los Estados Unidos. La legisladora afroamericana Cynthia McKinney fue la candidata verde a la presidencia, mientras que la activista comunitaria de origen puertorriqueño Rosa Clemente fue la candidata a la vicepresidencia. McKinney sólo recibió unos 160,000 votos. o
  • Partido Reformista: En las elecciones de 1992 se presentaron tres candidatos a la presidencia: el entonces Presidente George H. W. Bush por el Partido Republicano, el gobernador del estado de Arkansas William J. Clinton por el Partido Demócrata y un multimillonario de Texas llamado Ross Perot. Este último se presentó como candidato del Partido Reformista, fundado por él en 1995, y gastó $60 millones de su fortuna en un esfuerzo para llegar a la Casa Blanca. La campaña electoral de Perot estuvo basada en su imagen de empresario exitoso. Según éste, su conocimiento del mundo de los negocios le capacitaba para resolver los problemas económicos del país. El día de la elección Clinton obtuvo 43,728,275 votos, Bush 38,167,416 y Perot un impresionante total de 19,237,247 votos.
  • Partido del Té: Uno de los fenómenos más interesantes de la política estadounidense de principios del siglo XXI es el surgimiento del Tea Party (Partido del Te). Producto de las protestas populares en contra del rescate económico de la administración de George W. Bush y de las políticas instauradas por Barack Obama a su llegada a la Casa Blanca, el Tea Party toma su nombre de uno de los eventos más importantes en la etapa previa al inicio de la guerra de independencia de los Estados Unidos. Sus miembros se oponen al incremento de los impuestos, la expansión del gobierno federal, la creación de un seguro de salud nacional, el déficit presupuestario, etc.

Norberto Barreto Velázquez, PhD

Lima, 10 de mayo de 2012

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