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Revisando viejos archivos, encontré este ensayo sobre el expansionismo norteamericano que escribí hace ya varios años por encargo del Departamento de Educación del gobierno de Puerto Rico. Desafortunadamente,  el libro de ensayos del que debió formar parte nunca fue publicado. Lo comparto con mis lectores con la esperanza  que les sea interesante o útil.  

 La expansión territorial es una de las características más importantes del desarrollo histórico de los Estados Unidos. En sus primeros cien años de vida la nación norteamericana experimentó un impresionante crecimiento territorial. Las trece colonias originales se expandieron  hasta convertirse en  un país atrapado por dos océanos. Como veremos, este fue un proceso complejo que se dio a través de la anexión, compra y conquista de nuevos territorios

Es necesario aclarar que la expansión territorial norteamericana fue algo más que un simple proceso de crecimiento territorial, pues estuvo asociada a elementos de tipo cultural, político, ideológico, racial y estratégico. El expansionismo es un elemento vital en la historia de los Estados Unidos, presente desde el mismo momento de la fundación de las primeras colonias británicas en Norte América. Éste fue considerado un elemento esencial en los primeros cien años de historia de los Estados Unidos como nación independiente, ya que se veía no sólo como algo económica y geopolíticamente necesario, sino también como una expresión de  la esencia nacional norteamericana.

No debemos olvidar que la  fundación de las trece colonias que dieron vida a los Estados Unidos formó parte de un proceso histórico más amplio: la expansión europea  de los siglos XVI y XVII. Durante ese periodo las principales naciones de Europa occidental se lanzaron a explorar y conquistar  dando forma a vastos imperios en Asia y América. Una de esas naciones fue Inglaterra, metrópoli de las trece colonias norteamericanas. Es por ello que el expansionismo norteamericano puede ser considerado, hasta cierta forma, una extensión del imperialismo inglés.

Los Estados Unidos  experimentaron dos tipos de expansión en su historia: la continental y la extra-continental. La primera es la expansión territorial contigua, es decir, en territorios adyacentes  a los Estados Unidos.  Ésta fue  vista como algo natural y justificado pues se ocupaba terreno  que se consideraba “vacío” o habitado por pueblos “inferiores”. La llamada expansión extra-continental se dio a finales del siglo XIX y llevó a los norteamericanos a trascender los límites del continente americano para adquirir territorios alejados de los Estados Unidos (Hawai, Guam y Filipinas). Ésta  provocó una fuerte oposición y un intenso debate en torno a la naturaleza misma de la nación norteamericana, pues muchos le consideraron contraria a la tradición y las instituciones políticas de los Estados Unidos.

 El Tratado de París de 1783

El primer crecimiento territorial de los Estados Unidos se dio en el mismo momento de alcanzar su independencia. En 1783, norteamericanos y británicos llegaron a acuerdo por el cual Gran Bretaña reconoció la independencia de las  trece colonias y se fijaron los límites geográficos de la nueva nación. En el Tratado de París las fronteras de la joven república fueron definidas de la siguiente forma: al norte los Grandes Lagos, al oeste el Río Misisipí y al sur el paralelo 31. Con ello la joven república duplicó su territorio.

Los territorios adquiridos en 1783 fueron objeto de polémica,  pues surgió la pregunta de qué hacer con ellos. La solución a este problema fue la creación de las Ordenanzas del Noroeste (Northwest Ordinance, 1787). Con ésta ley se creó un sistema de territorios en preparación para convertirse en estados. Los nuevos estados entrarían a la unión norteamericana en igualdad de condiciones y derechos que los trece originales. De esta forma los líderes norteamericanos rechazaron el colonialismo y crearon un mecanismo para la incorporación política de nuevos territorios. Las Ordenanzas del Noroeste sentaron un precedente histórico que no sería roto hasta 1898: todos los territorios adquiridos por los Estados Unidos en su expansión continental serían incorporados como estados de la Unión cuando éstos cumpliesen los requisitos definidos para ello.

La compra de Luisiana

La república estadounidense nace en medio de un periodo muy convulso de la historia de la Humanidad: el periodo de las Revoluciones Atlánticas. Entre 1789 y 1824, el mundo atlántico vivió un etapa de gran violencia e inestabilidad política producida por el estallido de varias revoluciones socio-políticas (Revolución Francesa, Guerras napoleónicas, Revolución Haitiana, Guerras de independencia en Hispanoamérica). Estas revoluciones tuvieron un impacto severo en las relaciones exteriores de los Estados Unidos y en su proceso de expansión territorial.

Para el año 1801 Europa disfrutaba de un raro periodo de paz. Aprovechando esta situación   Napoleón Bonaparte obligó a España a cederle a Francia el territorio de Luisiana. Con ello el emperador francés buscaba crear un imperio americano usando como base la colonia francesa de Saint Domingue (Haití). Luisiana era una amplia extensión de tierra al oeste de los Estados Unidos en donde se encuentran ríos muy importantes para la transportación.

Esta transacción preocupó profundamente a los funcionarios del gobierno norteamericano por varias razones. Primero, ésta ponía en peligro del acceso norteamericano al río Misisipí y al puerto y la ciudad de Nueva Orleáns, amenazando así la salida al Golfo de México, y con ello al comercio del oeste norteamericano. Segundo, el control francés de Luisiana cortaba las posibilidades de expansión al Oeste. Tercero, la presencia de una potencia europea agresiva y poderosa como vecino de los Estados Unidos no era un escenario que agradaba al liderato estadounidense. En otras palabras, la adquisición de Luisiana por Napoleón amenazaba las posibilidades de expansión territorial y representaba una seria amenaza a la economía y la seguridad nacional de los Estados Unidos. Por ello no nos debe sorprender que algunos sectores políticos norteamericanos propusieran una guerra para evitar el control napoleónico sobre Luisiana. A pesar de la seriedad de este asunto, el liderato norteamericano optó por una solución diplomática. El presidente Thomas Jefferson ordenó al embajador norteamericano en Francia, Robert Livingston, comprarle Nueva Orleáns a Napoleón. Para sorpresa de Livingston, Napoleón aceptó vender toda la Luisiana porque el reinició de la guerra en Europa y el fracaso francés en Haití frenaron sus sueños de un imperio americano. En 1803, se llegó a un acuerdo por el cual los Estados Unidos adquirieron Luisiana por $15,000,000, lo que constituyó uno de los mejores negocios de bienes raíces de la historia.

La compra de Luisiana representó un problema moral y político para el Presidente Jefferson, pues éste era un defensor de una interpretación estricta de la constitución estadounidense. Jefferson pensaba que la constitución no autorizaba la adquisición de territorios, por lo que la compra de Luisiana podía ser inconstitucional. A pesar de sus reservas constitucionales, el presidente adoptó una posición pragmática y apoyó la compra de Luisiana. Para entender porque Jefferson hizo esto es necesario enfocar su visión de la política exterior y del expansionismo norteamericano. Jefferson era el más claro y ferviente defensor del expansionismo entre los fundadores de la nación norteamericana. Éste tenía un proyecto expansionista muy ambicioso que pretendía lograr de forma pacífica.  Según él, los Estados Unidos tenían el deber de ser ejemplo para los pueblos oprimidos expandiendo la libertad por el mundo. De esta forma Jefferson se convirtió en uno de los creadores de la idea de que los Estados Unidos eran una nación predestinada a guiar al mundo a una nueva era por medio del abandono de la razón de estado y la aplicación de las convicciones morales a la política exterior. Esta idea de Jefferson estaba asociada a la distinción entre  republicanismo y monarquía. Las monarquías respondían a los intereses de los reyes y las repúblicas como los Estados Unidos a los intereses del pueblo, por ende, las repúblicas eran pacíficas y las monarquías no. Jefferson rechazaba la idea de que las repúblicas debían de permanecer pequeñas para sobrevivir. Éste creía posible la expansión pacífica de los Estados Unidos, es decir, la transformación de la nación norteamericana en un imperio sin sacrificar la libertad y el republicanismo democrático.

Territorio adquirido en la compra de Luisiana

Para Jefferson, conservar el carácter agrario del país era imprescindible para salvaguardar la naturaleza republicana de los Estados Unidos, pues era necesario que el país continuara siendo una sociedad de ciudadanos libres e independientes. Sólo a través de la expansión se podía garantizar la abundancia de tierra y, por ende, la subsistencia de las instituciones republicanas norteamericanas. Al apoyar la compra de Luisiana, Jefferson superó sus escrúpulos con relación a la interpretación de la constitución para garantizar su principal razón de estado: la expansión.

La era de los buenos sentimientos

Años de controversias relacionadas a los derechos comerciales de los Estados Unidos culminaron en 1812 con el estallido de una guerra contra Gran Bretaña. El fin de la llamada Guerra de 1812 trajo consigo un periodo de estabilidad y consenso nacional conocido como la  Era de los buenos sentimientos. Sin embargo,  a nivel internacional la situación de los Estados Unidos era todavía complicada, pues era necesario resolver dos asuntos muy importantes: mejorar las relaciones con Gran Bretaña y definir la frontera sur. La solución de ambos asuntos estuvo relacionada con la expansión territorial.

Mejorar las relaciones con Gran Bretañas tras dos guerras resultó ser una tarea delicada que fue facilitada por realidades económicas: Gran Bretaña era el principal mercado de los Estados Unidos.En 1818, los británicos y norteamericanos resolvieron algunos de sus problemas a través de la negociación. Los reclamos anglo-norteamericanos sobre el territorio de  Oregon era  uno de ellos. Los británicos tenían una antigua relación  con la región gracias a sus intereses en el comercio de pieles en la costa noroeste del  Pacífico.  Por su parte, los norteamericanos basaban sus reclamos en los viajes del Capitán Robert Gray (1792) y en famosa la expedición de Lewis y Clark  (1804-1806). En 1818, los Estados Unidos y Gran Bretaña acordaron una ocupación conjunta de Oregon.  De acuerdo a ésta, el territorio permanecería abierto por un periodo de diez años.

Una vez resuelto los problemas con Gran Bretaña los norteamericanos se enfocaron en las disputas con España con relación a Florida. El interés norteamericano en la Florida era viejo y basado en necesidades estratégicas: evitar que Florida cayera en manos de una potencia europea. En 1819, España y los Estados Unidos firmaron el Tratado Adams-Onís por el que Florida pasó a ser un territorio norteamericano a cambio de que los Estados Unidos pagaran los reclamos de los residentes de la península hasta un total de $5 millones. La adquisición de Florida también puso fin a los temores de los norteamericanos de un posible ataque por su frontera sur.

La Doctrina Monroe

El fin de la era de las revoluciones atlánticas a principios de la década de 1820 generó nuevas preocupaciones en los  Estados Unidos. Los líderes estadounidenses vieron con recelo los acontecimientos en Europa, donde las fuerzas más conservadoras controlaban las principales reinos e imperaba un ambiente represivo y extremadamente reaccionario.  El principal temor  de los norteamericanos era la posibilidad da una intervención europea para reestablecer el control español en sus excolonias americanas. A los británicos también les preocupaba tal contingencia  y tantearon la posibilidad de una alianza con los Estados Unidos. La propuesta británica provocó un gran debate entre los miembros de la administración del presidente James Monroe. El Secretario de Estado John Quincy Adams  desconfiaba de los británicos y temía que cualquier compromiso con éstos pudiese limitar las posibilidades de expansión norteamericana. Adams temía la posibilidad de una intervención europea en América, pero estaba seguro que  de darse  tal intervención Gran Bretaña se opondría de todas maneras para defender sus intereses, sobre todo, comerciales. Por ello concluía que los Estados Unidos no sacarían ningún beneficio aliándose con Gran Bretaña. Para él, la mejor opción para los Estados Unidos era mantenerse actuando solos.

Los argumentos de Adams influyeron la posición del presidente Monroe quien rechazó la alianza con los británicos. El 2 de diciembre de 1823, Monroe leyó un importante mensaje ante el Congreso. Parte del  contenido de este mensaje pasaría a ser conocido como la Doctrina Monroe. En su mensaje, Monroe enfatizó la singularidad (“uniqueness”) de los Estados Unidos y definió el llamado principio de la “noncolonization,” es decir, el rechazo norteamericano a la colonización, recolonización y/o transferencia de territorios americanos. Además, Adams estableció una política de exclusión de Europa de los asuntos americanos y definió  así las ideas principales de la Doctrina Monroe. Las palabras de Monroe constituyeron una declaración formal de que los Estados Unidos pretendían convertirse en el poder dominante en el hemisferio occidental.

Es necesario aclarar que la Doctrina Monroe fue una fanfarronada porque en 1823 los Estados Unidos no tenían el  poderío para hacerla cumplir. Sin embargo, esta doctrina será una de las piedras angulares de la política exterior norteamericana en América Latina hasta finales del siglo XX y una de las bases ideológicas del expansionismo norteamericano.

El Destino Manifiesto

John L. O’Sullivan

En 1839, el periodista norteamericano John L. O’Sullivan escribió un artículo periodístico justificando la expansión territorial de los Estados Unidos. Según O’Sullivan, los Estados Unidos eran un pueblo  escogido por Dios y destinado a expandirse a lo largo de América del Norte. Para O’Sullivan, la expansión no era una opción para los norteamericanos, sino un destino que éstos no podían renunciar ni evitar porque estarían rechazando la voluntad de Dios. O’Sullivan también creía que los norteamericanos tenían una misión que cumplir: extender la libertad y la democracia, y ayudar a las razas inferiores.  Las ideas de O’Sullivan no eran nuevas, pero llegaron en un momento de gran agitación nacionalista y expansionista en la historia de los Estados Unidos.  Éstas fueron adaptadas bajo una frase que el propio O’Sullivan acuñó, el destino manifiesto, y se convirtieron en la justificación básica del expansionismo norteamericano.

La idea del destino manifiesto estaba enraizada en la visión de los Estados Unidos como una nación excepcional destinada a civilizar a los pueblos atrasados y expandir la libertad por el mundo. Es decir, en una visión mesiánica y mística que veía en la expansión norteamericana la expresión de la voluntad de Dios. Ésta estaba también basada en un concepto claramente racista que dividía a los seres humanos en razas superiores e inferiores. De ahí que se pensara que era deber de las razas superiores “ayudar” a las inferiores. Como miembros de una “raza superior”, la anglosajona, los norteamericanos debían cumplir con su deber y misión.

La anexión de Oregon

Como sabemos, en 1819, los Estados Unidos y Gran Bretaña acordaron ocupar de forma conjunta el territorio de Oregon. Ambos países reclamaban ese territorio como suyo y al no poder ponerse de acuerdo optaron por compartirlo.  Por los próximos veinte cinco años, miles de colonos norteamericanos emigraron y se establecieron en Oregon estimulados por el gobierno de los Estados Unidos.

Las elecciones presidenciales de 1844 estuvieron dominadas por el tema de la expansión. La candidatura de James K. Polk por los demócratas estuvo basada en la propuesta de “recuperar” Oregon y anexar Texas. Polk era un expansionista realista que presionó a los británicos dando la impresión de ser intransigente y estar dispuesto a una guerra, pero que en el momento apropiado fue capaz de negociar. En 1846, el Presidente Polk solicitó la retirada británica del territorio de Oregon aprovechando que complicada por problemas en su imperio, Gran Bretaña no estaba en condiciones para resistir tal pedido.  Tras una negociación se acordó establecer la frontera en el paralelo 49 y todo el territorio al sur de esa  frontera pasó a ser parte de los Estados Unidos.

American Progress, John Gast , 1872

Texas

En 1821, un ciudadano norteamericano llamado Moses Austin fue autorizado por el gobierno mexicano a establecer 300 familias estadounidenses en Texas, que para esa época era un territorio mexicano. La llegada de Austin y su grupo de emigrantes marcó el origen de una colonia norteamericana en Texas. El número de norteamericanos residentes en Texas creció considerablemente  hasta alcanzar un total de 20,000 en el año 1830. Las relaciones con el gobierno de México se afectaron negativamente cuando los mexicanos, preocupados por el gran número de norteamericanos residentes en Texas, buscaron reestablecer el control político del territorio. Para ello los mexicanos recurrieron a frenar la emigración de ciudadanos estadounidenses y a limitar el gobierno propio que disfrutaban los texanos (norteamericanos residentes en Texas). Todo ello llevó a los texanos a tomar acciones drásticas. En 1836, éstos se rebelaron contra el gobierno mexicano buscando su independencia.  Tras una derrota inicial en la Batalla del Álamo, los texanos derrotaron a los mexicanos en la Batalla de San Jacinto y con ello lograron su independencia.

Después de derrotar a los mexicanos y declararse independientes, los texanos solicitaron se admitiera a Texas como un estado de la unión norteamericana. Este pedido provocó un gran debate en los Estados Unidos, pues no todos los norteamericanos estaban contentos con la idea de que Texas, un territorio esclavista, se convirtiera en un estado de la unión. Los sureños eran los principales defensores de la concesión de la estadidad a Texas, pues sabían que con ello aumentaría la representación de los estados esclavistas en el Congreso (la asamblea legislativa estadounidense). Los norteños se  oponían a la concesión de la estadidad a Texas porque no quería fortalecer políticamente a la esclavitud dando vida a un nuevo estado esclavista. Además, algunos norteamericanos estaban temerosos de la posibilidad de un guerra innecesaria con México por causa de Texas, pues creían que el gobierno mexicano no toleraría que los Estados Unidos anexaran su antiguo territorio.

El tema de Texas sacó a flote las complejidades y contradicciones de la expansión norteamericana. La expansión podría traer consigo la semilla de la libertad como alegaban algunos, pero también de la esclavitud y la autodestrucción nacional. Cada nuevo territorio sacaba a relucir la pregunta sobre el futuro de la esclavitud en los Estados Unidos y esto provocaba intensos debates e inclusive la amenaza de la secesión de los estados sureños.

La guerra con México

La elección de Polk como presidente de los Estados Unidos aceleró el proceso de estadidad para Texas. Éste era un ferviente creyente de la idea del destino manifiesto y de la expansión territorial. Durante su campaña presidencial, Polk se comprometió con la anexión de Texas. En 1845, Texas fue no sólo anexada, sino también incorporada como un estado de la Unión. Ello obedeció a tres razones: la necesidad de asegurar la frontera sur, evitar intervenciones extranjeras en Texas y el peligro de una movida texana a favor de Gran Bretaña. Como habían planteado los opositores a la concesión de la estadidad a Texas, México no aceptó la anexión de Texas y  rompió sus relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Con la anexión de Texas, los Estados Unidos hicieron suyos los problemas fronterizos que existían entre los texanos y el gobierno de México, lo que eventualmente provocó una guerra con ese país. La superioridad militar de los norteamericanos sobre los mexicanos fue total. Las tropas estadounidenses llegaron inclusive a ocupar la ciudad capital del México.

Las fáciles victorias norteamericanos desataron un gran nacionalismo en los Estados Unidos y llevaron a algunos norteamericanos a favorecer la anexión de todo el territorio mexicano. Los sureños se opusieron a la posible anexión de todo México por razones raciales, pues consideraban a los mexicanos racialmente incapaces de incorporarse a los Estados Unidos.  Algunos estados del norte, bajo la influencia de un fuerte sentimiento expansionista, favorecieron la anexión de todo México. Tras grandes debates sólo fue anexado una parte del territorio mexicano.

Territorio arrebatado a México en 1848

En el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848)  que puso fin a la guerra, los Estados Unidos duplicaron su territorio al adquirir los actuales estados de California, Nuevo México, Arizona, Utah, y Nevada; México perdió la mitad de su territorio; México reconoció la anexión de Texas y los Estados Unidos acordaron pagarle  a México una indemnización de  $15 millones. Con ello los Estados Unidos lograron expandirse del océano Atlántico hasta el océano Pacífico. La guerra aumentó del poder de los Estados Unidos, fortaleció la seguridad del país y se abrió posibilidades de comercio con Asia a través de los puertos californianos. Sin embargo, la expansión alcanzada también expuso las debilidades domésticas de los Estados Unidos, exacerbando el  debate en torno a la esclavitud en los nuevos territorios, lo que endureció el problema del seccionalismo y llevó a la guerra civil. La victoria sobre México también promovió la expansión en territorios en poder de los amerindios norteamericanos lo que desembocó en  las llamadas guerras indias y en la reubicación forzosa de miles de nativos americanos.

Expansionismo y esclavitud

La década de 1850 estuvo caracterizada por un profundo debate en torno al futuro de la esclavitud en los Estados Unidos. Los estados sureños vieron en la expansión territorial un mecanismo para fortalecer la esclavitud incorporando territorios esclavistas a la unión norteamericana. Con ello pretendían alterar el balance político de la nación a su favor creando una mayoría de estados esclavistas. Es necesario señalar que los esfuerzos de los estados sureños fueran bloqueados por el  Norte que se oponía  a la expansión de la esclavitud.

El principal objetivo de los expansionistas en este periodo fue la isla de Cuba por ser ésta una colonia esclavista de gran importancia económica y estratégica para los Estados Unidos. En 1854, los norteamericanos trataron, sin éxito, de comprarle Cuba a España por $130 millones de dólares. Los Estados Unidos tendrían que esperar más de cuarenta años para  conseguir por las armas lo que no lograron por la diplomacia.

La compra de Alaska

William H. Seward

En el periodo posterior a la guerra civil la política exterior norteamericana estuvo desorientada, lo que frenó el renacer de las ansias expansionistas. El resurgir del expansionismo estuvo asociado a la figura del Secretario de Estado William H. Seward (1801-1872). Seward era un ferviente expansionista que tenía interés en la creación de un imperio norteamericano que incluyera  Canadá, América Latina y Asia. Los planes imperialistas de Seward no pudieron concretarse y éste tuvo que conformarse con la adquisición de Alaska.

Alaska había sido explorada a lo largo de los siglos XVII y XVIII por británicos, franceses, españoles y rusos. Sin embargo, fueron estos últimos quienes iniciaron la colonización del territorio. En 1867, los Estados Unidos y Rusia entraron en conversaciones con relación al futuro de Alaska. Ambos países tenían interés en la compra-venta de Alaska por diferentes razones. Para Seward, la compra de Alaska era necesaria para garantizar la seguridad del noroeste norteamericano y expandir el comercio con Asia. Por sus parte, los rusos necesitaban dinero, Alaska era un carga económica y la colonización del territorio había sido muy difícil. Además, el costo de la defensa de Alaska era prohibitivo para Rusia. En marzo de 1867 se llegó a un acuerdo de compra-venta por $7.2 millones.

El problema de Seward no fue comprar Alaska, sino convencer a los norteamericanos de la necesidad de ello. La compra enfrentó fuerte oposición, pues se consideraba que Alaska era un territorio inservible. De ahí que se le describiera con frases como  “Seward´s Folly,” Seward´s Icebox,” o “Polar Bear Garden.” Tras mucho debate, la compra fue eventualmente aceptada y aprobada por el Congreso. Lo que en su momento pareció una locura resultó ser un gran negocio para los Estados Unidos, pues hoy en día Alaska produce el 25% del petróleo de los Estados Unidos y posee el 30% de las reservas de petróleo estadounidenses.

Hawai

Para comienzos de la década de 1840, Hawai se había convertido en una de las paradas más importantes para los barcos norteamericanos en un ruta a China. Esto generó el interés de ciertos sectores de la sociedad norteamericana.  Los primeros norteamericanos en establecerse en las islas fueron comerciantes y misioneros.  A éstos le siguieron inversionistas interesados en la producción de azúcar. Antes de 1890 el principal objetivo norteameamericano no era la anexión de Hawai, sino prevenir que otra potencia controlara el archipiélago. La actitud norteamericana hacia Hawai cambió gracias a la labor misionera, la creciente importancia de la producción azucarera como consecuencia de la reciprocidad comercial con los Estados Unidos y la importancia estratégica de las islas. El crecimiento de la población no hawaiana (norteamericanos, japoneses y chinos)  despertó la preocupación de los locales, quienes se sentían invadidos y temerosos de perder el control de su país ante la creciente influencia de los extranjeros.  La muerte en 1891  del rey Kalākaua y el ascenso al trono de  su hermana Liliuokalani provocó una fuerte reacción de parte de la comunidad norteamericana en la islas, pues la reina era una líder nacionalista que quería reafirmar la soberanía hawaiana. Los azucareros y misioneros norteamericanos la destronan en 1893 y solicitaron la anexión a los Estados Unidos. Contrario a los esperado por los norteamericanos residentes en Hawai, la estadidad no les fue concedida. Además, el Presidente Grover Cleveland encargó a James Blount investigar lo ocurrido en Hawai.  Blount viajó  a las islas y redactó un informa muy criticó de las acciones de los norteamericanos en Hawai, concluyendo que a mayoría de los hawaianos favorecían a la monarquía. Cleveland era un anti-imperialista convencido por lo que el informe de Blount lo colocó en un gran dilema: ¿restaurar por la fuerza a la reina o anexar Hawai?  Lo controversial de ambas posibles acciones llevó a Cleveland a no hacer nada.

Liliuokalani, última reina de Hawaii

Ante la imposibilidad de la estadidad, los norteamericanos en Hawai optaron por organizar un gobierno republicano. El estallido de la Guerra hispano-cubano-norteamericana en 1898 abrió las puertas a la anexión de  Hawai. Noventa  y cinco  años más tarde el Presidente William J. Clinton firmó una  disculpa oficial por el derrocamiento de la reina Liliuokalani.

La expansión extra-continental

Como hemos visto, a lo largo del siglo XIX los norteamericanos se expandieron ocupando territorios contiguos como Luisiana,  Texas y California. Sin embargo, para finales del siglo XIX la expansión territorial norteamericana entró en una nueva etapa caracterizada por la adquisición de territorios ubicados fuera  de los límites geográficos de América del Norte. La    adquisición  de Puerto Rico, Filipinas, Guam y Hawai dotó a los Estados Unidos de un imperio insular.

La expansión de finales del siglo XIX difería del expansionismo de años anteriores por varias razones. Primero, los  territorios adquiridos no sólo no eran contiguos, sino que algunos de ellos estaban ubicados muy lejos de los Estados Unidos. Segundo, estos territorios tenían una gran concentración poblacional. Por ejemplo, a la llegada de los norteamericanos a Puerto Rico la isla tenía casi un millón de habitantes. Tercero, los territorios estaban habitados por pueblos no blancos con culturas, idiomas y religiones muy diferentes a los Estados Unidos. En las Filipinas los norteamericanos encontraron católicos, musulmanes y cazadores de cabezas. Cuarto, los territorios estaban ubicados en zonas peligrosas o estratégicamente complicadas. Las Filipinas estaban rodeadas de colonias europeas y demasiado cerca de una potencia emergente y agresiva: Japón. Quinto, algunos de esos territorios resistieron violentamente la dominación norteamericana. Los filipinos no aceptaron pacíficamente el dominio norteamericano y se rebelaron. Pacificar las Filipinas les costó a los norteamericanos miles de vidas y millones de dólares. Sexto, contrario a lo que había sido la tradición norteamericana, los nuevos territorios no fueron incorporados, sino que fueron convertidos en colonias de los Estados Unidos. Todos estos factores explican porque algunos historiadores ven en las acciones norteamericanas de finales del siglo XIX un rompimiento con el pasado expansionistas de los Estados Unidos. Sin embargo, para otros historiadores –incluyendo quien escribe– la expansión de 1898 fue un episodio más de un proceso crecimiento imperialista iniciado a fines del siglo XVIII.

Para explicar la  expansión extra-continental se han usado varios argumentos. Algunos historiadores  han alegado que los norteamericanos se expandieron más allá de sus fronteras geográficas por causas económicas. Según éstos, el desarrollo industrial que vivió el país en las últimas décadas del siglo XIX hizo que los norteamericanos fabricaran más productos de los que podían consumir. Esto provocó excedentes que generaron serios problemas económicos como el desempleo, la inflación, etc. Para superar estos problemas los norteamericanos salieron a buscar nuevos mercados donde vender sus productos y fuentes de materias primas. Esa búsqueda provocó la adquisición de colonias y la expansión extra-continental.

Otros historiadores han favorecidos explicaciones de tipo ideológico. Según éstos, la idea de que la expansión era el destino de los Estados Unidos jugó, junto al sentido de misión, un papel destacado en el expansionismo norteamericanos de finales del siglo XIX. Los norteamericanos tenían un destino que cumplir y nada ni nadie podía detenerlos porque era la expresión de la voluntad divina.

La religión y la raza también ha jugado un papel importante en la explicación de las acciones imperialistas de los Estados Unidos. Según algunos historiadores, los norteamericanos fueron empujados por el afán misionero, es decir, por la idea de que la expansión del cristianismo era la voluntad de Dios. En otras palabras, para muchos norteamericanos la expansión era necesaria para llevar con ella la palabra de Dios a pueblos no cristianos.  Como miembros de una raza superior –la anglosajona– los estadounidenses debían cumplir un papel civilizador entre las razas inferiores y para ello era necesaria la expansión extra-continental.

Alfred T. Mahan

Los factores militares y estratégicos también han jugado un papel de importancia en la explicación del comportamiento imperialista de los norteamericanos. Según algunos historiadores, la necesidad de bases navales para la creciente marina de guerra de los Estados Unidos fue otra causa del expansionismo extra-continental. Éstos apuntan a la figura del Capitán Alfred T. Mahan como una fuerza influyente en el desarrollo del expansionismo extra-continental . En 1890, Mahan publicó un libro titulado The Influence of Sea Power upon History que influyó considerablemente a toda una generación de líderes norteamericanos. En su libro Mahan proponía la construcción de una marina de guerra poderosa que fuera capaz de promover y defender los intereses estratégicos y comerciales de los Estados Unidos. Según Mahan, el crecimiento de la Marina debía estar acompañado de la adquisición de colonias para la construcción de bases navales y carboneras.

Una de las explicaciones más novedosas del porque del expansionismo imperialista recurre al género. Según la historiadora norteamericana Kristin Hoganson, el impulso imperialista era una manifestación de la crisis de  la masculinidad norteamericana amenazada por el sufragismo femenino y las nuevas actitudes y posiciones femeninas. En otras palabras, algunos norteamericanos como Teodoro Roosevelt defendieron y promovieron el imperialismo como un mecanismo para reafirmar el dominio masculino sobre la sociedad norteamericana.

La expansión norteamericana de finales del siglo XIX fue un proceso muy complejo y, por ende, difícil de explicar con una sola causa. En otras palabras, es necesario prestar atención a todas las posibles explicaciones del imperialismo norteamericano para poder entenderle.

La Guerra hispano-cubano-norteamericana

En 1898, los Estados Unidos y España pelearon una corta, pero muy importante guerra. La principal causa de la llamada guerra hispanoamericana fue la isla de Cuba. Para finales del siglo XIX, el otrora poderoso imperio español estaba compuesto por las Filipinas, Cuba y Puerto Rico. De éstas la más importante era, sin lugar a dudas, Cuba porque esta isla era la principal productora de azúcar del mundo. La riqueza de Cuba era fundamental para el gobierno español, de ahí que los españoles mantuvieron un estricto control sobre la isla. Sin embargo, este control no pudo evitar el desarrollo de un fuerte sentimiento nacionalista entre los cubanos. Hartos del colonialismo español, en 1895 los cubanos se rebelaron provocando una sangrienta guerra de independencia.  Al comienzo de este conflicto el gobierno norteamericano buscó mantenerse neutral, pero el interés histórico en la isla, el desarrollo de la guerra, las inversiones norteamericanas en la isla (unos $50 millones) y la cercanía de Cuba (a sólo 90 millas de la Florida) hicieron imposible que los norteamericanos no intervinieran buscando acabar con la guerra. La situación se agravó cuando el 15 de febrero de 1898 un barco de guerra norteamericano, el USS Maine, anclado en la bahía de la Habana, explotó  matando a 266 marinos. La destrucción del Maine  generó un gran sentimiento anti-español en los Estados Unidos que obligó al gobierno norteamericano a declararle la guerra a España.

El Maine hundido en la bahía de la Habana

La guerra fue una conflicto corto que los Estados Unidos ganaron con mucha facilidad gracias a su enorme superioridad militar y económica. En el Tratado de París que puso fin a la guerra hispanoamericana, España renunció a Cuba, le cedió Puerto Rico a los norteamericanos como compensación por el costo de la guerra y entregó las Filipinas a los Estados Unidos a cambio $20,000,000. A pesar de lo corto de su duración, esta guerra tuvo consecuencias muy importantes. Primero, la guerra marcó la transformación de los Estados Unidos en una potencia mundial. El poderío que demostraron los norteamericanos al derrotar fácilmente a España dio a entender al resto del mundo que la nación norteamericana se había convertido en un país poderoso al que había que tomar en cuenta y respetar. Segundo, gracias a la guerra los Estados Unidos se convirtieron en una nación con colonias en Asia y el Caribe lo que cambió su situación geopolítica y estratégica. Tercero, la guerra cambió la historia de varios países: España se vio debilitada y en medio de una crisis; Cuba ganó su independencia, pero permaneció bajo la influencia y el control indirecto de los Estados Unidos; las Filipinas no sólo vieron desaparecer la oportunidad de independencia, sino que también fueron controladas por los norteamericanos por medio de una controversial guerra; Puerto Rico pasó a ser una colonia de los Estados Unidos.

Con la expansión extra-continental de finales del siglo XIX se cerró la expansión territorial de los Estados Unidos, pero no su crecimiento imperialista ni su transformación en la potencia dominante del siglo XX.

            Norberto Barreto Velázquez, PhD

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La Doctrina Monroe (DM) es uno de los componentes ideológicos más importantes en el desarrollo de la  política exterior de los Estados Unidos.  Por ello no debe sorprender la gran atención que ha recibido por parte de  numerosos y diversos investigadores. Una búsqueda sencilla en el catálogo cibernético de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos daría como resultado la existencia de más de 500 obras relacionadas con la famosa doctrina. La lista de autores es igualmente impresionante, pues entre quienes han dedicado tiempo a su estudio destacan Albert Bushnell Hart, Dexter Perkins, Arthur P. Whitaker, Samuel Flagg Bemis, Hiram Bingham, William Appleman Williams, Armin Rappaport, Ernest R. May, Edward P. Crapol, Gaddis Smith y Greg Grandin.

Sin embargo, es necesario reconocer que pesar de todo lo escrito, no todo está dicho sobre la Doctrina Monroe. El libro The Monroe Doctrine: Empire and Nation in Nineteenth-Century America (New York: Hill and Wang, 2011)del historiador Jay Sexton es una prueba de ello. Sexton, profesor en la Universidad de Oxford, utiliza la DM para examinar el desarrollo histórico de los Estados Unidos en el siglo XIX, transformando las palabras de Monroe en algo más que un pronunciamiento de política exterior. Para el autor, James Monroe no creó una doctrina; sus creadores fueron aquellos que a lo largo del siglo XIX  debatieron su significado, y la usaron para adelantar sus objetivos y causas. Sexton plantea, que la DM evolucionó en relación y/o respuesta a los cambios y dinámicas de  la política interna norteamericana, así como también al contexto geopolítico. Este proceso culminó a principios del siglo XX con su transformación en una pieza clave de la mitología nacional estadounidense. Sin embargo, este carácter icónico escondía, según el autor, la complejidad que caracterizó el desarrollo de la DM a lo largo del siglo XIX.

Jay Sexton

En su análisis de la DM Sexton enfoca tres procesos históricos del siglo XIX estadounidense: la lucha para apuntalar la independencia frente a Gran Bretaña, la consolidación de la unidad nacional y la expansión imperial.

El autor nos recuerda que la DM nace y se desarrolla en el contexto del ascenso hegemónico del imperio británico.  De forma muy convincente Sexton muestra que el británico fue el imperio  más poderoso del siglo XIX y subraya el carácter conflictivo de las relaciones de los Estados Unidos con su antigua metrópoli. El imperio británico proyectaba su sombra sobre los Estados Unidos, pues tras su independencia, la joven nación se mantuvo atrapada en las redes del sistema mundial británico. De acuerdo con el autor, era clara la subordinación-dependencia económica de los Estados Unidos frente a Gran Bretaña, pues entre ambas naciones existía una relación simbiótica en la que los ingleses eran los suplidores de capital, crédito y productos terminados, y mercado para las materias primas exportadas por los estadounidenses. Los beneficios que obtenían los norteamericanos de esta relación eran claros: además de capital de inversión, tenían acceso al mercado británico gracias a la reducción unilateral de las tarifas británicas, lo que dejaba a los estadounidenses en libertad de imponerles tarifas a los productos de su antigua metrópoli. A nivel diplomático, el poder de Gran Bretaña también significó problemas y beneficios para los Estados Unidos. Por ejemplo, tanto la compra de Luisiana  como el pago de la indemnizacion a México en 1848 fueron posibles gracias a préstamos de bancos  británicos. El reto para los norteamericanos era cómo aprovechar ese poder sin convertirse en un peón de los británicos.

A la dependencia en Gran Bretaña Sexton le suma la vulnerabilidad de la joven nación norteamericana. Sexton es muy claro, la Revolución no creó una nación. Esa nación se formó a lo largo del siglo XIX y conllevó compromisos políticos, cambios constitucionales, integración económica, despertares religiosos, el fin la esclavitud, expansión territorial, innovación tecnológica y el desarrollo de una ideología racista y nacionalista. Los Estados Unidos del siglo XIX eran una nación insegura por su debilidad externa frente a las potencias europeas y por su vulnerabilidad interna ante el peligro de la división y destrucción de la unión política entre los estados.

Según Sexton, el  mensaje de Monroe de 1823 recoge la inseguridad de los Estados Unidos y  la desconfianza tradicional hacia los británicos, pero también presagiaba la colaboración imperial anglo-norteamericana.  El Presidente y sus colaboradores actuaron con gran cuidado y aunque mostraron reservas de colaborar con sus primos europeos, también estaban preocupados de actuar sin el apoyo de éstos. Los miembros del gabinete de Monroe estaban de acuerdo en que una intervención exitosa de la Santa Alianza en el Hemisferio Occidental constituiría una amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos. ¿Por qué este temor? Según el autor, los artífices de la DM –James Monroe, John C. Calhoun, John Quincy Adams y William Wirt­– se veían inmersos en una lucha ideológica contra las monarquías europeas. Basados en una mentalidad que Sexton compara con la de  la Guerra Fría, éstos consideraban que era necesario contener la amenaza que representaban las potencias europeas. Para ellos, la colonización o intervención europea en el Hemisferio Occidental constituiría una amenaza directa para los Estados Unidos que  obligaría a la nación estadounidense a aumentar los impuestos, crear un fuerza militar permanente (“standing army”) y centralizar el poder político. Todo ello generaría protestas y problemas regionales, que pondrían en peligro a la Unión, promoviendo el separatismo. En otras palabras, el mensaje de Monroe vinculó de forma directa las percepciones de amenazas extranjeras y vulnerabilidades internas.

Monroe y su equipo llegaron a la conclusión  de que la seguridad de los Estados Unidos sólo estaría garantizada a través de la creación de un sistema hemisférico controlado por los norteamericanos. Para ello elaboraron una doctrina que mantenía la puerta abierta a la colaboración con Gran Bretaña sin aceptar las condiciones de la propuesta del Ministro George Canning, informaba a la Santa Alianza que los Estados Unidos verían cualquier intervención en Hispanoamérica como una amenaza y dejaba claro que el gobierno norteamericano no intervendría en Europa y, además, respetaría  las posesiones coloniales europeas. En otras palabras, la administración Monroe declaró unilateralmente que el anti-colonialismo y el no-intervencionismo regían en el Hemisferio Occidental, sentando así las bases de la DM: las clausulas de no-colonización y no-intervención. Esta declaración dejó claro lo que los europeos no podían hacer, pero evitó la pregunta de qué haría Estados Unidos, manteniendo la puerta abierta a la expansión territorial.

Las palabras pronunciadas por Monroe en 1823 perdieron importancia en la década de 1830 porque las razones que las hicieron importantes dejaron de ser relevantes. Según Sexton, la DM fue rescatada del olvido por los conflictos seccionales de la década de 1840, que generaron múltiples interpretaciones de ésta. En la década de 1860 se materializaron de forma simultánea dos antiguos temores de los líderes norteamericanos: la secesión de un grupo de estados –que además buscaron aliarse con poderes externos– y la intervención directa de un potencia europea en el Hemisferio Occidental. En respuesta, los norteamericanos construyeron una nueva DM  que se convirtió en un poderoso símbolo nacional reclamado como suyo por políticos de diverso origen. Según el autor, esta nueva DM sentó las bases del imperialismo norteamericano de finales del siglo XIX.

La invasión francesa de México y la creación de una monarquía marioneta gobernada por Maximiliano,  conllevó un gran reto para la DM y una amenaza ideológica a la visión republicana de los estadounidenses. Además, México era considerado vital por los norteamericanos para la seguridad nacional por las fronteras compartidas y las relaciones económicas. Complicado por la guerra civil, Abraham Lincoln asumió una actitud moderada ante la invasión francesa. De ahí que  entre 1861 y 1865, ni Lincoln ni su Secretario de Estado William H. Seward usaran en público la frase Doctrina Monroe.  Ante los problemas en casa, se evitó provocar a los franceses. Lincoln  no invocó la DM, pero sí buscó, como Monroe en 1823, usar el poder británico en beneficio de los Estados Unidos y le pidió a los británicos que presionaran a Francia sobre el tema de México.

La DM también jugó un papel importante durante la guerra civil. Tal como había intentado Stephen Douglas antes del inicio de las hostilidades, la DM fue usada durante el conflicto civil  como un mecanismo para buscar la reunificación de los estados. Según el autor, Seward le sugirió a Lincoln que le declarara la guerra a España o Francia por su intervencionismo en el Hemisferio Occidental, para cambiar así el foco de atención pública de la esclavitud. La DM también fue usada por los enemigos y opositores políticos de Lincoln en el norte,  quienes acusaron a Seward de debilidad en la defensa de la seguridad nacional de los Estados Unidos. Tanto demócratas como republicanos atacaron a la administración Lincoln por la no aplicación de la DM en el caso de México. Un grupo de senadores demócratas buscó introducir en el Congreso resoluciones pidiendo la aplicación estricta de DM en México. En 1864, el republicano por Maryland Henry Winter Davis logró que la Cámara de Representantes aprobara, de forma unánime, una resolución condenando la intervención francesa en México. La DM también formó parte de la campaña presidencial de 1864, ya que los oponentes de Lincoln –demócratas y republicanos– hicieron uso de ella para atacarle.

Maximiliano I

Según el autor, el resultado de todas estas movidas fue una discusión pública sin precedentes sobre la naturaleza de la DM, que definió como los norteamericanos entendían el papel de su país a nivel internacional.   Los políticos y los partidos competieron por ser los defensores más ardientes de la DM, y en el proceso defendieron la necesidad de la supremacía hemisférica estadounidense. Sexton es muy claro al señalar que sus acciones no estaban motivadas por  la defensa o solidaridad con América Latina, sino por el deseo de lucir como defensores de la seguridad nacional y promotores de los intereses nacionales, y con ello ganar votos. Además, tenían una visión negativa de América Latina ya que justificaban la aplicación de la DM basados en la alegada inferioridad racial de los latinoamericanos y la lealtad de éstos a la Iglesia Católica. Erróneamente explicaron la salida de Francia de México como un resultado exclusivo de la DM, ignorando la lucha de los mexicanos y la oposición que enfrentó la aventura napoleónica en la propia Francia. De acuerdo con Sexton, esta falsedad fue repetida por décadas por políticos y libros de textos. Sexton concluye que para finales de la guerra civil, la DM se había convertido en un importante símbolo nacionalista que apelaba a distintos sectores políticos. La DM pasó a representar una política exterior  más activa y asertiva.

El imperialismo es un elemento clave en este libro, ya que Sexton interpreta la llamada expansión continental norteamericana como una empresa imperial en la que DM jugó un papel  fundamental. Un elemento central en el análisis de Sexton es el concepto “imperial anticolonialism” (anti-colonialismo imperial), que el autor toma prestado a nada más y nada menos que al gran historiador estadounidense William Appleman Williams. Sexton habla de la simultaneidad e interdependencia del anticolonialismo y el imperialismo en el siglo XIX estadounidense, y les identifica como factores importantes para entender la evolución de la DM.  Según él, ambos conceptos se funden a nivel de las políticas internas y externas de los Estados Unidos en el período que estudia. El anti-colonialismo norteamericano se fundamenta, de acuerdo con el autor, en las luchas contra Gran Bretaña y quedó consignado en dos documentos de gran importancia histórica: la Constitución y las Ordenanzas del Noroeste. La nueva república también fue anticolonial en el sentido de que sus líderes se opusieron a la expansión colonial europea en el Hemisferio Occidental. Sin embargo, los principios anticoloniales de la república norteamericana estaban entrelazados con la creación de un imperio desde bien temprano en su historia republicana.

Este  proceso imperialista –así le llama el autor– conllevó: la expulsión de los indios de sus tierras, la emigración y colonización de los blancos, la expansión de la esclavitud y la conquista de territorio a otros países (guerra con México). Durante el siglo XIX, Estados Unidos también buscó proyectar su poder en otras regiones no anexadas como México y el Caribe. También  hubo quienes plantearon la transformación del mundo a imagen de los Estados Unidos, idea que, según el autor, ganó fuerza a lo largo del siglo XIX, fomentando una política intervencionista que a su vez hizo que muchos apoyaran la adquisición de colonias en 1898.

Como parte de su análisis del imperialismo estadounidense, el autor enfoca el papel que  la DM jugó en el expansionismo de mediados de la década de 1840. Una de las figuras claves de este periodo fue el Presidente James K. Polk. Además de un amigo del Sur y de la esclavitud, Polk fue también un nacionalista convencido de que la expansión territorial –la creación de un imperio transcontinental, le llama Sexton– beneficiaría a todos los estados de la Unión, uniéndoles en un fervor nacionalista que solucionaría el debate en torno a la esclavitud. Polk y otros nacionalistas de su época acogieron el destino imperial de los Estados Unidos revelado por la ideología del Destino Manifiesto, pero enfrentaron las limitaciones que imponía la tradición anticolonial norteamericana.  El problema de Polk era ganar apoyo popular para su política expansionista, ya que no todos los norteamericanos compartían sus ansias imperialistas.

Tropas norteamericanas en el Zócalo

La política exterior de Polk estuvo definida por una percepción exagerada de amenaza y por la transformación del mensaje de Monroe de 1823 en un llamado a la expansión. El objetivo de Polk era transformar a Estados Unidos en un imperio transcontinental a través de la adquisición de California. Para ello se inventó una supuesta conspiración británica para  tomar control de las ricas tierras y estratégicos puertos californianos. En su mensaje ante el Congreso en diciembre de 1845, el Presidente defendió el derecho de los Estados Unidos a expandirse como una acción defensiva y de reafirmación de la DM, evitando la colonización europea de territorio americano. En otras palabras, la guerra contra México no sería una agresión, sino una movida defensiva para evitar que Gran Bretaña tomara control de California.

Sexton reconoce que es común entre los historiadores preguntarse por qué los EEUU no formó un imperio colonial antes de 1898. Para el autor, quienes se hacen esta pregunta olvidan que tanto la expansión al Oeste como el sometimiento de las tribus amerindias fueron actos coloniales. Este proceso consumió gran parte de los recursos y la atención de los norteamericanos en el periodos posterior a la guerra civil, pero ello no conllevó que la nación se hiciera aislacionista. Todo lo contrario, después de la guerra civil los norteamericanos vivieron lo que Sexton denomina como un poderosos internacionalismo cultural. Durante el periodo de la globalización temprana –y las innovaciones tecnológicas y el aumento comercial que ésta conllevó– los estadounidenses se vieron a sí mismos como propagadores de la civilización.

En este contexto, la DM fue muy debatida, pero no desde la perspectiva que combinaba amenazas externas e internas  que predominó en el periodo previo  a la guerra civil. Sexton identifica tres grupos que participaron en este debate. El primero de ellos estaba compuesto por los conservadores aislacionistas, quienes veían a la DM como parte de una lucha irreconciliable entre el Viejo y el Nuevo Mundo. El segundo grupo –los liberales intervencionistas– planteaban que la DM tenía que ser actualizada para que reflejara la nueva situación internacional. El último grupo, dirigido por James Blaine, veía a la DM como un símbolo para una política exterior activa  y nacionalista.  Éstos querían que Estados Unidos tuviese el control comercial y estratégico sobre el Hemisferio Occidental e invocaban la DM para apoyar políticas  como la anexión de islas caribeñas, la construcción de una canal interoceánico y el establecimiento de la supremacía comercial estadounidense en América Latina, pero siempre escudándose detrás del anticolonialismo. Para la década de 1890, los defensores de una política activa y nacionalista se impusieron, pero ese no fue proceso libre de controversia y debate.

La crisis venezolana de 1895 marcó un momento muy importante en la evolución de la DM, ya que la actitud asumida por el Presidente Grover Cleveland y por el Secretario de Estado Richard Olney durante la crisis llevó la DM a donde nadie antes la había podido llevar. Éstos  declararon la soberanía norteamericana en el Hemisferio Occidental al lograr que los británicos acataran la DM. Cleveland y Olney  expandieron el alcance de la DM usándole como justificación para intervenir en la controversia británica-venezolana, pero también buscaban limitar su alcance para que no fuera usada para justificar intervenciones en América Latina.  Según ellos, Monroe  se limitó a condenar la colonización europea del Hemisferio Occidental y no propuso o justificó la intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de los países de la región.

La crisis con España y la eventual guerra de 1898 abrió un periodo muy importante en el desarrollo de la DM. Quienes favorecían la intervención de Estados Unidos en Cuba ­–y luego la adquisición de ésta, las Filipinas, Guam y Puerto Rico– evitaron el uso de la DM. Imperialistas como Theodore Roosevelt,  Alfred T. Mahan y Henry Cabot Lodge no recurrieron a la DM porque ésta  estaba asociada a los demócratas conservadores como  Cleveland,  que querían evitar una intervención en Cuba. Éstos tampoco usaron la DM para justificar la adquisición de un imperio insular porque ésta encarnaba un excepcionalismo nacional que contradecía, según Sexton, la justificación de la expansión colonial. Los imperialistas apelaron a conceptos cosmopolitas como el deber civilizador y la responsabilidad racial.

Quienes sí usaron la DM fueron los opositores de la anexión de las colonias españolas, los anti-imperialistas. Éstos recurrieron a la tradición anticolonial, el realismo geopolítico y el racismo para rechazar el imperio insular. Los anti-imperialistas creían que la DM simbolizaba una tradición anticolonial que era violada por la  anexión de las Filipinas. De esta forma ignoraban el pasado imperial estadounidense, en especial, la guerra con México y la conquista del Oeste.

Los primeros años del siglo XX fueron testigos, de acuerdo con Sexton, del resurgir de la DM como el principal símbolo de la política exterior de los Estados Unidos. Tal renacer estuvo acompañado de nuevos significados que reflejaran la convergencia de las posiciones opuestas del debate 1898. En otras palabras, se dio una fusión entre la tradición realista y el  nuevo lenguaje que enfatizaba las responsabilidades y deberes civilizadores. Roosevelt es uno de los artífices de esta fusión, ya que presentó a la DM como un instrumento que promovía los intereses estadounidenses y de la civilización occidental. Según el autor, este casamiento entre el nacionalismo y el internacionalismo amplió el atractivo de la DM.  Los imperialistas no optaron por más anexiones coloniales y los anti-imperialistas siguieron siendo enemigos del colonialismo, pero no necesariamente de un imperialismo general.  Esto permitió crear un DM muchos más explícitamente intervencionista, pero que a la vez reflejaba dudas sobre la anexión de pueblos no blancos que habitaban territorios no continuos a los Estados Unidos.  Sexton usa la Enmienda Platt y la adquisición de la zona del canal de Panamá como ejemplos de esta conciliación entre anti-colonialismo y la promoción de intereses estratégicos y económicos estadounidenses. En ambas se camuflaron acciones imperialistas en términos anticoloniales (independencia de Cuba) y de la defensa de la auto-determinación (independencia de Panamá). Estas acciones generaron críticas, pero no un debate nacional como en 1898. En otras palabras, hubo muy poca oposición doméstica por la combinación de alegados elementos humanitarios y anticoloniales con una lógica estratégica y económica.

The Monroe Doctrine por William Allen Rogers

El último tema tocado por Sexton es el Corolario Roosevelt a la DM. Según el autor, en las primeras décadas del siglo XX la amenaza británica fue sustituida por la amenaza alemana, ya que los estadounidense percibieron, erróneamente, a Alemania como una amenaza para sus planes de hegemonía hemisférica. Las crisis con la deuda de Venezuela y de la República Dominicana y el peligro de posibles intervenciones europeas llevaron a Roosevelt a declarar su famoso Corolario. Roosevelt había favorecido una política exterior agresiva desde principios de la década de 1890 y usó la amenaza  europea como excusa y pretexto. Como no todos sus compatriotas compartían su visión de la política exterior, el Presidente se refugió en una tradición reverenciada: la DM. En vez de crear la Doctrina Roosevelt optó por usar un símbolo anticolonial para legitimar una política claramente intervencionista.  Según Sexton, Roosevelt temía enfrentar una oposición como la que se desató en 1898.

Theodore Roosevelt and his Big Stick in the Caribbean (1904) de William Allen Rogers

El corolario anunciaba de forma descarada la intención de los Estados Unidos de llevar a cabo una políica intervencionista, de convertirse en un gendarme internacional. Limitado por la oposición doméstica, Roosevelt no buscó la expansión territorial ni el colonialismo formal. Esto, sin embargo, no significó que renunciara  a la búsqueda de hegemonía hemisférica. Contrario a otros planteamientos anteriores –el  de Monroe en 1823 y el de Olney en  1895– el Corolario no mencionó la amenaza de una monarquía europea como medio de unión nacional ni buscaba aislara a los EEUU de las potencias europeas porque anunciaba el comienzo de un nuevo papel internacional para los Estados Unidos.

Este libro es uno muy valioso por varios factores. En primer lugar, porque su autor hace un análisis excelente de la evolución de la Doctrina Monroe a lo largo del siglo XIX. Sexton examina de forma magistral los diversos debates que se dieron en torno a la famosa doctrina demostrando su carácter controversial y reñido. No hubo una DM, sino varias que dependieron no solo de factores geopolíticos e internacionales, sino también domésticos. En esto último punto radica el segundo valor de este libro: su  autor no ve a la DM como un mero pronunciamiento de política exterior. Para él, la DM fue también un importante elemento en el desarrollo político de los Estados Unidos, especialmente vinculado a temas como la unidad nacional, la guerra civil, el expansionismo, etc. Es en estas dos esferas –la nacional y la internacional­– que la DM es construida y reconstruida a lo largo del siglo XIX hasta convertirse en un elemento  icónico de la historia norteamericana.

El tercer valor de este libro esta asociado al análisis que hace su autor del imperialismo norteamericano. Para Sexton, el imperialismo no fue una experiencia casi accidental que tuvieron los Estados Unidos a finales del siglo XIX como consecuencia de una corta e involuntaria, pero importantísima guerra contra España.  No, para el autor el imperialismo es un elemento constitutivo de la formación nacional estadounidense. Por ello cataloga sin tapujos a la conquista del Oeste y las guerras contra los indios como actos coloniales.  De esta forma se une a un número, afortunadamente en crecimiento, de historiadores que han superado la mitología del expansionismo continental y del imperialismo por accidente para enfrentar de forma  crítica las prácticas, instituciones y discursos del imperialismo estadounidense. Este valiente reconocimiento me parece un aportación singular, especialmente cuando se analiza una de los elementos más importantes de tal imperialismo, la Doctrina Monroe.

Norberto Barreto Velázquez, PhD

Lima, Perú, 23 de setiembre de 2012

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Stephen M. Walt

El excepcionalismo norteamericano sigue siendo un tema de discusión en los medios estadounidenses gracias a los ataques de los pre-candidatos republicanos a la presidencia contra Obama por su supuesto rechazo a la excepcionalidad norteamericana. Una de las aportaciones más interesantes a esta discusión es un artículo del Dr. Stephen M. Walt aparecido en  la edición de noviembre  del 2011 de la revista Foreign Policy.  El Dr. Walt es profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard y coautor junto a John Mearsheimer del controversial e importante libro The Israeli Lobby and the U. S. Foreign Policy (2007), analizando la influencia de los grupos de presión pro-israelíes sobre la política exterior norteamericana.

Titulado “The Myth of American Exceptionalism”, el artículo de Walt examina críticamente la alegada excepcionalidad de los Estados Unidos. Lo primero que hace el autor es reconocer el peso histórico y, especialmente político, de esta idea. Por más de doscientos años los líderes y políticos estadounidenses han  hecho uso de la idea del excepcionalismo. De ahí las críticas que recibe Obama por parte de los republicanos por su alegada abandono del credo de la excepcionalidad.

Esta pieza clave de la formación nacional norteamericana parte, según Walt, de la idea de que los valores, la historia  y el sistema político de los Estados Unidos no son sólo únicos, sino también universales. El autor reconoce que esta idea está asociada a la visión de los Estados Unidos como nación destinada a jugar un papel especial y positivo, recogida muy bien por la famosa frase de la ex Secretaria de Estado Madeleine Albright, quien en 1998 dijo que Estados Unidos era la nación indispensable (“we are the indispensable nation”).

Para Walt, el principal problema con la idea del excepcionalismo es que es un mito, ya que el comportamiento internacional de los Estados Unidos no ha estado determinado por su alegada unicidad, sino por su poder y por lo que el autor denomina como la naturaleza inherentemente competitiva de la política internacional (Walt compara la política internacional con un deporte de contacto (“contact sport”). Además, la creencia en la  excepcionalidad no permite que los estadounidenses se vean como realmente son: muy similares a cualquier otra nación poderosa de la historia. El predominio de esta imagen falseada tampoco ayuda a los estadounidenses a entender  cómo son vistos por otros países ni a comprender las críticas a la hipocresía de los Estados Unidos en temas como las armas nucleares, la promoción de la democracia y otros. Todo ello le resta efectividad a la política exterior de la nación norteamericana.

Como parte de su análisis,  Walt identifica y examina cinco mitos del excepcionalismo norteamericano:

  1. No hay nada excepcional en el excepcionalismo norteamericano: Contrario a lo que piensan muchos estadounidenses, el comportamiento de  su país no ha sido muy diferente al de otras potencias mundiales. Según Walt, los Estados Unidos no ha enfrentado responsabilidades únicas  que le han obligado a asumir cargas y responsabilidades especiales. En otras palabras, Estados Unidos no ha sido una nación indispensable como alegaba la Sra. Albright. Además, los argumentos  de superioridad moral y de buenas intenciones tampoco han sido exclusivos  de los norteamericanos. Prueba de ello son el “white man´s burden” de los británicos, la “mission civilisatrice” de los franceses o la “missão civilizadora” de los portugueses. Todo ellos, añado yo, sirvieron para justificar el colonialismo como una empresa civilizadora.
  2. La superioridad moral: quienes creen en la excepcionalidad de los Estados Unidos alegan que ésta es una nación virtuosa, que promueve la libertad, amante de la paz, y respetuosa de la ley y de los derechos humanos. En otras palabras, moralmente superior y siempre regida por propósitos nobles y superiores. Walt platea que Estados Unidos tal vez no sea la nación más brutal de la historia, pero tampoco es el faro moral que imaginan algunos de sus conciudadanos. Para demostrar su punto enumera algunos de los  “pecados” cometidos por la nación estadounidense: el exterminio y sometimiento de los pueblos americanos originales como parte de su expansión continental, los miles de muertos de la guerra filipino-norteamericana de principios del siglo XX, los bombardeos que mataron miles de alemanes y japoneses durante la segunda guerra mundial, las más de 6 millones de toneladas de explosivos lanzadas en Indochina en los años 1960 y 1970, los más de 30,000 nicaragüenses muertos en los años 1980 en la campaña contra el Sandinismo y los miles de muertos causados por la invasión de Irak.  A esta lista el autor le añade la negativa a firmar tratados sobre derechos humanos, el rechazo a la Corte Internacional de Justicia, el apoyo a dictaduras violadores de derechos humanos en defensa de intereses geopolíticos, Abu Ghraib, el “waterboarding” y el “extraordinary rendition”.
  3. El genio especial de los norteamericanos: los creyentes de la excepcionalidad han explicado el desarrollo y poderío norteamericano como la confirmación de la superioridad y unicidad de los Estados Unidos. Según éstos, el éxito de su país se ha debido al genio especial de los norteamericanos. Para Walt, el poderío estadounidense ha sido producto de la suerte, no de su superioridad moral o genialidad. La suerte de poseer una territorio grande y con abundante recursos naturales. La suerte de estar ubicado lejos de los problemas y guerras de las potencias europeas. La suerte de que las potencias europeas estuvieran enfrentadas entre ellas y no frenaran la expansión continental de los Estados Unidos. La suerte de que dos guerras mundiales devastaran a sus competidores.
  4. EEUU como la fuente de “most of the good in the World”: los defensores de la excepcionalidad ven a Estados Unidos como una fuerza positiva mundial. Según Walt, es cierto que Estados Unidos ha contribuido a la paz y estabilidad mundial a través de acciones como el Plan Marshall, los acuerdos de Bretton Wood y su retórica a favor de los derechos humanos y la democracia. Pero no es correcto pensar que las acciones estadounidenses son buenas por defecto. El autor plantea que es necesario que los estadounidenses reconozcan el papel que otros países jugaron en el fin de la guerra fría, el avance d e los derechos civiles, la justicia criminal, la justicia económica, etc.  Es preciso que los norteamericanos reconozcan sus “weak spots” como el rol de su país como principal emisor de  gases de invernadero, el apoyo del gobierno norteamericano al régimen racista de Sudáfrica, el apoyo irrestricto a Israel, etc.
  5. “God is on our side”: un elemento crucial del excepcionalismo estadounidense es la idea de que Estados Unidos es un pueblo escogido por Dios, con una plan divino a seguir. Para el autor, creer que se tiene un mandato divino es muy peligroso porque lleva a creerse  infalible y caer en el riesgo de ser víctima de gobernantes incompetentes o sinvergüenzas como el caso de la Francia napoleónica y el Japón imperial. Además, un examen de la historia norteamericana en la última década deja claro sus debilidades y fracasos: un “ill-advised tax-cut”, dos guerras desastrosas y una crisis financiera producto de la corrupción y la avaricia. Para Walt, los norteamericanos deberían preguntarse, siguiendo a Lincoln, si su nación está del lado de Dios y no si éste está de su lado.

Walt concluye señalando que, dado los problemas que enfrenta Estados Unidos, no es sorprendente que se recurra al patriotismo del excepcionalismo con fervor. Tal patriotismo podría tener sus beneficios, pero lleva a un entendimiento incorrecto del papel internacional que juega la nación norteamericana y  a la toma de malas decisiones. En palabras de Walt,

  Ironically, U.S. foreign policy would probably be more effective if Americans were less convinced of their own unique virtues and less eager to proclaim them. What   we        need, in short, is a more realistic and critical assessment of America’s true  character and contributions.

Este análisis de los elementos que componen el discurso del excepcionalismo norteamericano es un esfuerzo valiente y sincero  que merece todas mis simpatías y respeto. En una sociedad tan ideologizada como la norteamericana, y en donde los niveles de ignorancia e insensatez son tal altos, se hacen imprescindibles  voces como las  Stephen M. Walt. Es indiscutible que los norteamericanos necesitan superar las gríngolas ideológicas que no les permiten verse tal como son y no como se imaginan. El mundo entero se beneficiaría de un proceso así.

Norberto Barreto Velázquez, PhD

Lima, 14 de diciembre de 2011

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Gracias a la generosidad de la amiga Lourdes García, he tenido la oportunidad de leer un interesante libro de Emilio Ocampo sobre la figura de Carlos María de Alvear, embajador de la Argentina en los Estados Unidos entre 1838 y 1852, titulado De La Doctrina Monroe al Destino Manifiesto: Alvear en Estados Unidos, 1835-1852 (Buenos Aires: Claridad, 2009).  Ocampo es un economista y banquero argentino convertido en historiador y autor de  varios libros,  entre ellos una obra titulada La última campaña del Emperador: Napoleón y la independencia de América (Buenos Aires, Argentina: Claridad, 2007), traducido al inglés por la University of Alabama Press bajo el título The Emperor’s Last Campaign: A Napoleonic Empire in America. Ocampo es también el creador de un interesante blog sobre historia argentina.

Carlos María de Alvear (1789-1852) fue un militar y político rioplatense que tuvo una participación destacada en el proceso de independencia  argentino. Una vez alcanzada la soberanía, Alvear jugó un papel importante en el desarrollo político de la Argentina, especialmente, en la guerra contra el Imperio Brasileño (1825-1828). Figura controversial por su relación con el caudillo Juan Manuel de Rosas, Alvear fue el primer embajador argentino en los Estados Unidos, posición que ocupó hasta su muerte en 1852. Como tal,  Alvear fue testigo de uno de los periodos más importantes de la historia norteamericana, lo que Ocampo llama el nacimiento de la “república imperial”. En otras palabras, Alvear vivió el desarrollo de un fuerte nacionalismo expansionista en la sociedad estadounidense, definido por la famosa frase “Destino Manifiesto”, y  que provocó la anexión de Texas y la guerra contra México. Gran admirador de los Estados Unidos, Alvear sufrió una profunda decepción que le llevó a criticar el expansionismo norteamericano como una amenaza para América Latina.

Emilio Ocampo

El objetivo de Ocampo es analizar la evolución de las opiniones y observaciones de Alvear  sobre los Estados Unidos a través del estudio de la  correspondencia y los despachos oficiales del embajador.  El producto de este interesante análisis es un valioso testimonio no sólo sobre un momento de gran importancia en el desarrollo del imperialismo estadounidense, sino también de la historia latinoamericana. Veamos algunos de los elementos más destacados de este libro.

En primer lugar, el autor ve el expansionismo norteamericano de mediados del siglo XIX como parte de un proceso de agresión neo-colonial contra América Latina. Según Ocampo, durante la gestión de Alvear como embajador, las repúblicas latinoamericanas enfrentaron la mayor amenaza desde su nacimiento a manos de “las tres grandes potencias marítimas de la época”: los EEUU, Francia y Gran Bretaña. Independientemente de que se puede cuestionar que los EEUU era una de las grandes potencias marítimas de ese periodo, el planteamiento de Ocampo sugiere que la guerra con México fue parte de un proceso más amplio de agresiones extranjeras contra países latinoamericanos en los años 1840 y 1850, producto de las “ambiciones expansionistas” francesas, británicas y norteamericanas. Los estadounidenses concentraron sus acciones contra el territorio mexicano, mientras que ingleses y franceses contra Argentina y el Uruguay. Debo reconocer que el carácter hemisférico de este planteamiento me sorprendió, pero no me convenció del todo.

La visión de Alvear de la Doctrina Monroe es otro tema muy interesante. Para el embajador,   la agresividad norteamericana contra México y la falta de interés estadounidense en ayudar a Argentina contra la agresividad anglo-francesa por el tema del Uruguay,  comprobaban que “los Estados Unidos había abandonado el principio fundamental en el que estaba basada la Doctrina Monroe”. (81) Para el embajador, la nueva versión de la Doctrina Monroe “no tenía como objetivos librar a las nuevas repúblicas americanas de la opresión colonial europea, sino dejar libre a los Estados Unidos para realizar sus sueños expansionistas en América del Norte”. (81) En otras palabras, para asegurar su hegemonía en el norte, los norteamericanos tenían que “neutralizar la ingerencia de las potencias europeas en su área de influencia”, dejándoles mano libre el América del Sur. Este planteamiento de Alvear me provoca dos comentarios. Primero, todo parece indicar que Alvear entendió la Doctrina Monroe como  un compromiso verdadero del gobierno norteamericano de mantener a los europeos fuera del continente americana y que esperaba que los Estados Unidos hicieran buena su promesa. ¿Vieron sus contemporáneos latinoamericanas la famosa doctrina del presidente Monroe desde el mismo prisma optimista de Alvear? Segundo, no me puedo dejar de preguntar,  ¿hasta qué punto podía EEUU hacer cumplir la Doctrina Monroe en la década de 1840? Creo que la respuesta es un rotundo no.

La llegada de miles de inmigrantes y el aumento poblacional  que ello provocaba era, según Alvear, una de las causas el expansionismo estadounidense. A este factor demográfico era necesario añadir un elemento cultural: el carácter emprendedor que impulsaba a los norteamericanos a expandirse. La esclavitud era otro elemento tomado en cuenta por Alvear a la hora de explicar el expansionismo de los Estados Unidos. Éste tenía claro que de Texas convertirse en estado de la Unión habría sido un estado esclavista , dándole más votos   a los defensores de la esclavitud  y, por ende, fortaleciendo esa institución.

Carlos María de Alvear

Como Gran Bretaña era incapaz de frenar a los Estados Unidos, era necesario, planteaba Alvear, que los países latinoamericanos adoptaran “los medios capaces para conservarse en posesión de la tierra que la Providencia les tiene acordada hasta ahora.” (78) Para ello, era necesario que los latinoamericanos tomaran conciencia del peligro que enfrentaban y copiaran la política migratoria estadounidense, fomentando la  llegada de inmigrantes europeos. Además, era necesario crear instituciones políticas –constituciones– que “permitieran una rápida generación de riqueza”. (93) Sólo así los latinoamericanos podrían contrarrestar la inminente hegemonía hemisférica norteamericana.

Dos temas son cruciales en este libro: la anexión de Texas y la guerra Mexicano-norteamericana. En 1836, colonos norteamericanos establecidos en el hasta entonces territorio mexicano de Texas, se rebelaron y ganaron su independencia. Los colonos habían llegado a Texas como parte de un suicida programa de colonización llevado a cabo por los mexicanos. Casi de forma inmediata la República de Texas solicitó su ingreso a la Unión norteamericana, pero le fue negado, ya que el ambiente en los Estados Unidos a mediados de la  década de 1830 no era el más propicio para la anexión de un territorio esclavista. No será hasta 1846 que la   anexión de Texas se haga realidad y provoque una desastrosa guerra para México. Alvear fue testigo del debate y proceso de anexión, como también del desarrollo de la guerra.  Sus comentarios y observaciones  son muy valiosos.

Alvear comienza sus observaciones sobre la anexión de Texas comentando el intento fallido del décimo presidente de los Estados Unidos, John Tyler. A pesar de que el intento de anexión de Tyler fue frenado por la oposición de  los abolicionistas, entre ellos John Quincy Adams, era claro para Alvear el desarrollo de una fuerte actitud anexionista y belicista en la opinión pública norteamericana. Según éste,

En comunicaciones anteriores he tenido el honor de instruir al Gobierno  de la tendencia ambiciosa que se  empezaba a desenvolver en el pueblo y   gobierno norteamericanos a adquirir nuevos territorios y posesiones a    costa de los nuevos Estados de Sudamérica, tendencia que crece y  aumenta  rápidamente siendo de notar que la moral de pública de este  país es tal, que el principio de la justicia o de fe guardada a los tratados  que los logan con México se mira con el más alto desprecio”. (99)

El crecimiento del chauvinismo en el pueblo norteamericano irritaba fuertemente a Alvear, en especial, por el creciente desprecio a las naciones latinoamericanas. El efecto de este proceso en el ánimo de Alvear es evidente, quien comenta con dureza,

Pero es preciso saber, aunque con dolor, que entre todos los pueblos cristianos que habitan el globo, el pueblo norteamericano es el que menos respeto tiene a la justicia y a la probidad y que sus costumbres se han alterado a tal punto y con tanta rapidez que han hecho poner en problema las alabanzas exageradas que hasta ahora se han dado a las formas democráticas.” (100)

La victoria del nacionalista James K. Polk en las elecciones de 1846 llevaría, según Alvear, a que la política expansionista norteamericana “se despliegue de un modo hipócrita  y pérfido caminando siempre a su objeto con precisión y tenaz perseverancia; tal es pues, la marcha y conducta de este pueblo cuya moral ha sido incauta y erróneamente preconizada como digno ejemplo y de imitación.” (102)

Alvear se pregunta que ha llevado a los estadounidenses a traicionar los principios sobre los que se creo su república anexando a Texas.  Para el que hasta entonces había sido un gran admirador de los Estados Unidos, esta debió ser una pregunta muy difícil. Según el embajador, el “rápido progreso” había alterado marcadamente “los hábitos y costumbres de este pueblo”, cambiando su moral y la de su gobierno. En otras palabras, los Estados Unidos habían  perdido su “compás moral” y por ello la justicia y la moral “han perdido toda fuerza en este país.” (105)

Tropas norteamericanas en el Zócalo

Sus observaciones sobre la guerra con México no son menos duras ni dolidas.  Sin embargo, El dolor que le provoca la actitud norteamericana no ciega su visión geopolítica, pues Alvear plantea que el objetivo de la guerra contra México no era Texas, sino California;  el acceso al océano Pacífico y a China. Además creía que la agresión contra México no era el fin, sino  el principio pues “el imperialismo se había instalado en la política exterior norteamericana y nada se podía hacerse al respecto. El embajador estaba convencido de que los Estados Unidos se lanzaría contra América Latina y, en especial, contra Panamá, Cuba, Chile, Perú y Ecuador.  De acuerdo con el embajador,

Un república americana considerada hasta ahora como la protectora de las demás se convierte de pronto en el enemigo más terrible supuesto que todos sus planes de engrandecimiento se fundan en todo el resto de la América como presa fácil de devorar”. (106)

Tal amenaza demandaba la reacción vigorosa de los países latinoamericanos que debían, entre otras cosas, conocer mejor a los Estados Unidos. Alvear es muy claro: los norteamericanos tenían agentes consulares en todos los países latinoamericanos, lo que demostraba su profundo interés en los asuntos de  las repúblicas latinoamericanas.  Desafortunadamente, sólo Argentina, Brasil y México tenían representación consular en los Estados Unidos, lo que debía ser corregido urgentemente.

Ocampo termina señalando que las observaciones de Alvear no eran producto de una reacción visceral contra el imperialismo norteamericano de mediados del siglo XIX, sino “el producto de más de un década de observador imparcial de la cultura y la sociedad norteamericanas”. (155) De igual nos señala que Alvear criticase duramente la política exterior de los Estados Unidos significase que rechazase o dejara de admirar “las instituciones políticas” y la “cultura cívica” norteamericanas. De ahí que recomendara en su testamento político que Argentina adoptase un sistema republicano  y federal. Propuestas que se vieron concretadas en la Constitución de 1853, un año después de su muerte en la ciudad víctima de una afección pulmonar.

El primer comentario que me provoca este libro tiene que ver con el  origen del imperialismo estadounidense. De acuerdo con el autor, “el imperialismo norteamericano nació cuando  [James K.] Polk le declaró la guerra a México” porque “hasta entonces los Estados Unidos nunca habían recurrido a las armas para engrandecer su territorio”. Aunque el propio Ocampo reconoce que su planteamiento deja fuera la violencia usada contra los pueblos aborígenes norteamericanos, es necesario subrayar que éste no deja de tener un gran valor, ya que reta la visión historiográfica tradicional de identificar como expansionismo, no como imperialismo, las adquisiciones territoriales estadounidenses previas a la guerra con España.  Concuerdo con Ocampo en que las prácticas imperiales estadounidenses no comenzaron con la adquisición del imperio insular (Filipinas, Guam y Puerto Rico) en 1898. Como el autor, creo que la guerra de agresión contra México constituyó un expresión imperialista que fue frenada no por eventos internacionales, sino por el conflicto doméstico provocado por el tema de la esclavitud entre 1848 y 1860. Contrario a Ocampo, incluyo la violencia contra las tribus indias como  parte de un proceso de agresión imperialista originado mucho antes de la independencia de los Estados Unidos.

En segundo lugar, es necesario destacar la gran importancia del análisis de las observaciones y comentarios de Alvear sobre una sociedad donde vivió los últimos catorce de años de su vida. Éstos constituyen un valiosísimo testimonio   un periodo de gran importancia en la historia de los Estados Unidos que reflejan una gran ojo geopolítico como al subrayar la importancia de la eventual construcción de un canal interoceánico en América Central o una total falta de visión política al descartar que el tema de la esclavitud podría provocar una guerra civil.

Por último, no puedo dejar de subrayar un tema muy afín a esta bitácora: el estudio y  conocimiento de los Estados Unidos. Para Alvear, era imprescindible que América Latina estudiara y conociera la sociedad y el sistema político estadounidenses para que estuviera en mejor posición de enfrentar lo que el embajador  veía como una amenaza inminente para la región: el imperialismo norteamericano.  Han trascurrido más  ciento cincuenta años de la muerte del Carlos María de Alvear y  este consejo sigue siendo valido y necesario.

Norberto Barreto Velázquez, PhD

Lima, Perú, 29 de noviembre de 2010

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Dramatización narrada por Viggo Mortensen del artículo del historiador Howard Zinn, «Empire or Humanity», relatando cómo llegó al entendimiento de la naturaleza imperialista de los Estados Unidos. http://www.tomdispatch.com/post/174913/howard_zinn_the_end_of_empire_

 

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Morris Berman

Con la traducción y publicación de la conferencia dictada por Morris Berman en la Southern Utah University el 6 de marzo de 2007 titulada Localizar al enemigo: mito versus realidad en la política exterior de los Estados Unidos, la editorial Sextopiso hace una importante aportación al análisis del imperialismo norteamericano. Publicado como un acompañante gratuito de la edición en español del libro El crepúsculo de la cultura americana, también de la autoría de Berman, Localizar al enemigo es un análisis breve y muy bien escrito de las bases ideológicas de la política exterior norteamericana desde el periodo colonial hasta nuestros días. Berman, un historiador y critico social norteamericano (http://morrisberman.blogspot.com/) autor de interesantes e incisivos análisis de la sociedad estadounidense, analiza el desarrollo de lo que él denomina la “identidad negativa” de los Estados Unidos y su impacto histórico. Según él, desde el periodo colonial, los norteamericanos han desarrollado una identidad nacional a partir de lo que no son, siempre rechazando otra cosa, por ejemplo, el Viejo Mundo, la nobleza, etc. El problema con este tipo de identidad, subraya Berman, es que no te permite ver qué realmente eres. Ese precisamente es uno de los problemas fundamentales de la política exterior de los Estados Unidos, pues ésta ha estado basada en la percepción ideologizada que los norteamericanos tienen de sí mismo y no una examen crítico de lo que realmente son.

Esta ideología-religión secular se fundamenta en el rechazo a la disensión camuflado de patriotismo (un americano de verdad no critica a su país y menos en tiempos de guerra); en un fuerte sentido de misión divina, de una necesidad de propagar por el mundo la democracia y las bendiciones de la sociedad norteamericana (de hacer cumplir la voluntad de Dios); en el desarrollo de una identidad nacional que no está basada en un historia común, sino en un compromiso moral y religioso con el país; en una visión maniquea que reduce la realidad a una lucha entre el bien (los Estados Unidos) y el mal (sus opositores); en la idea de una bondad e inocencia innatas que guían las acciones norteamericanas; y en la creencia en la universalidad de los valores y la forma de vida norteamericana (a pesar de lo que puedan decir sus líderes, los pueblos del mundo quieren ser como los estadounidenses).darkages

Originada en el siglo XVII por los puritanos creadores de la idea de ciudad sobre una colina, esta religión secular ha evolucionado a lo largo de la historia norteamericana convirtiendo a los Estados Unidos, según Berman, en una nación peligrosa. Inculcada en los niños desde la escuela primaria, la idea de la excepcionalidad norteamericana ha tenido consecuencias desastrosas, pues ha llevado a los Estados Unidos a perder de vista los colores de espectro luminoso y adoptar una política exterior sin matices y profundamente ideologizada. Según Berman, la política exterior de los Estados Unidos en los últimos sesenta años ha estado basada en la constante búsqueda de un enemigo a quien enfrentar representándole “como una gran fuerza unificada” con la que no se razona, sino se enfrenta, se combate. En palabras de Berman,

“El resultado fue la incapacidad de entender los movimientos nacionalistas, las guerras de liberación o las guerras civiles, porque todo lo que se desviara de nuestra visión del mundo, se definía ahora como malvado. El nacionalismo a menudo se confundió con el comunismo y repentinamente nos hicimos responsables de casi cualquier evento político que tuviera lugar en el planeta, y a todos se les asignaba la misma importancia en términos de nuestra seguridad.” (p. 15)

Este pequeño, pero fascinante escrito, debería ser lectura obligada de todos aquellos que quieran entender los patrones culturales, ideológicos, sicológicos y religiosos con que opera la política exterior de los Estado Unidos.

Norberto Barreto Velázquez, Ph. D.

Lima, 4 de mayo de 2008.

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