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Archive for the ‘La Reconstrucción’ Category

Comparto este interesante artículo de la colega Valeria L. Carbone sobre los eventos del 6 de enero de 2021. La Dra. Carbone analiza si lo ocurrido ese día en el Capitolio puede ser considerado un golpe de estado o no. Adem´ás, recuerda un episodio ocurrido en 1898 en la ciudad de Wilmington (Carolina del Sur) cuando un grupo de  exconfederados supremacistas blancos, derrocaron violentamente al gobierno local porque estaba compuesto mayoritariamente por negros.

Carbone es historiadora, especialista en Estados Unidos, doctorada en la Universidad de Buenos Aires. Es autora de  Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988) (Universidad de Valencia, 2020) y coeditora de la Revista Huellas de Estados Unidos.

Este artículo es la primera publicación de  Valeria’s Newsletter, a newsletter about A vantage point of the US of A. Esperemos que a esta le sigan más.

@Val_Carbone


El golpe fascista del 6 de enero - World Socialist Web Site

¿Golpe de estado?… Not so fast. But don’t calm down (Ni tanto, ni tan poco)

 

Valeria L. Carbone

19 de enero de 2022

El 6 de enero de 2022 se cumplió un año de lo que será conmemorado como el epítome de la crisis de representatividad política devenida en crisis de legitimidad que viene atravesando Estados Unidos: el asalto al Capitolio.

El escritor Marlon Weems describió este episodio llanamente:

El 6 de enero de 2021, una turba de partidarios de [Donald J.] Trump, compuesta por milicias supremacistas blancas, miembros del ejército y fuerzas del orden, atacaron el Capitolio de los Estados Unidos en una insurrección armada. El objetivo de los insurrectos era detener la transferencia pacífica del poder político.

El 1 de julio de 2021 se formó el House Select Committee to Investigate the January 6th Attack on the United States Capitol con el expreso objetivo de investigar tanto lo acontecido el 6 de enero como sus antecedentes y atenuantes. Los nueve miembros del comité (siete representantes demócratas y dos republicanos) comenzaron sus audiencias públicas el 27 de julio y en enero de 2022 aún llamaban a declarar a miembros del gabinete de Trump, entre ellos, el ex vicepresidente Mike Pence.

A medida que avanzaba la investigación, ciertos analistas y especialistas dejaron de hablar de “insurrección”, o inclusive de “ataque terrorista doméstico al Capitolio” (caracterización utilizada por la Cámara Baja del Congreso de los Estados Unidos), para hablar de intento de golpe de estado.

A lo largo de seis meses, la investigación del January 6th Committe expuso que lo que en un principio se describió como una manifestación espontánea, un incidente aislado que – por efectos del hombre-masa – se tornó violento ante el fragor de las circunstancias (a pesar de que esa masa humana iba, de antemano, armada), tuvo altos niveles de organización, coordinación y premeditación. La misma contó con el involucramiento (en diferentes grados) de personalidades ultra-conservadoras, legisladores que asumían su banca esa misma jornada, personajes de la cadena Fox News, prominentes figuras del Partido Republicano y miembros del círculo íntimo de Trump.

Trecientas indagatorias, 50 intimaciones y miles de páginas de documentos confidenciales después, se reveló desde la existencia de un “Plan de Seis Puntos” elaborado por John Eastman (abogado personal de Trump) con instrucciones para anular las elecciones presidenciales, la existencia de una presentación de power point del Coronel retirado de la Armada Phil Waldron sobre cómo desconocer y reemplazar a los electores de Joe Biden, hasta el despido de autoridades electorales en medio del proceso de recuento, el envío de falsos certificados al colegio electoral y del posible secuestro del “responsable de que las cosas se descarrilasen” en la ceremonia de certificación, el vice-presidente Pence, por parte de una muchedumbre enardecida.

Sumado a la gran cantidad de indicios públicos y advertencias sobre la erupción de episodios de violencia (el Washington Post hizo un detallado seguimiento al respecto), parece haber pocas dudas de la existencia de una conspiración política para alterar el resultado de las elecciones o,  al menos, retrasar la confirmación del presidente demócrata electo lo suficiente como para restarle legitimidad tanto a su victoria como a su mandato.

Los antecedentes históricos latinoamericanos – incluido el rol jugado en ellos por la potencia regional – nos sugieren que hablar de “golpe de estado” es no solo impreciso, sino forzado. Por un lado, las Fuerzas Armadas estadounidenses no tuvieron un rol activo en el desarrollo de los acontecimientos. Inclusive hay quienes sugieren que el retraso de más de tres horas en la intervención de la Guardia Nacional (la fuerza doméstica de reserva del Ejército y la Fuerza Aérea) se debió a la reticencia de sus autoridades a intervenir y lo que de ello se podría inferir (ya sea de la represión a los manifestantes en defensa del proceso en curso que habilitaba a la administración entrante o que el por entonces comandante en jefe apelara a la fuerza militar para detener la transferencia de poder). Por otro, si bien grupos supremacistas se encontraban entre la multitud, milicias armadas como los Proud Boys, los Oath Keepers o los Boogaloo Boys expresaron lealtad al ex presidente, y 81 de las 700 personas acusadas por el Departamento de Justicia por su participación en la insurrección son o fueron miembros de las Fuerzas Armadas, no ha podido demostrarse su accionar como grupo armado organizado con planes de sostener a Trump en el poder.

Lo que queda por determinar es en qué grado el ex presidente estuvo – por acción u omisión, en palabras de la vice-presidenta del Comité, la republicana Liz Cheney – involucrado en el desarrollo de los acontecimientos y puede ser responsabilizado de lo que culminó en la avanzada sobre al Capitolio.

1898

Levantamiento, revuelta, motín, disturbios, insurrección, golpe de estado o conspiración. La visión de una turba armada avanzando sobre el símbolo del sistema democrático estadounidense llevó a incrédulos de todas partes del globo a afirmar: “esto no ha pasado nunca en la historia de los Estados Unidos”.

Sin embargo, lo insólito no hace a lo inédito. Lo que sigue es la breve historia de, sí, el primer golpe de estado en la historia de los Estados Unidos.

En 1898, un grupo de blancos demócratas pro-confederados y milicias supremacistas, derrocaron violentamente al gobierno local democraticamente electo de Wilmington, Carolina del Norte, la ciudad de mayoría negra más progresista del sur.

En las tres décadas que siguieron a la emancipación de las personas esclavizadas (1863) y el fin de la guerra de secesión, Wilmington se había convertido en una ciudad donde la población afrodescendiente había logrado cierta movilidad y progreso social, económico y político. Dicho progreso permitió a un segmento de la población negra convertirse en una pujante clase media profesional y comercial, y ocupar cargos políticos (tanto en la alcaldía y la legislatura como en puestos de menor rango). Sin embargo, ello no fue acompañado de un proceso de “reconciliación racial”.

Hacia fines del siglo XIX, la oposición blanca era no solo una minoría política sino demográfica: los blancos apenas superaban el 20% de la población. Durante años, esa oposición luchó (por medios legales y no tanto) contra el “negro rule”, pero hacía fines del siglo XIX y ante el menor resguardo del gobierno federal, se potenció la campaña de propaganda negativa, desinformación, intimidación y violencia política que concluyó con el golpe al gobierno birracial local y expulsó a la mayoría de los habitantes afro-estadounidenses de la ciudad.

Tom Hanchett, Sorting the New South City

La coalición gobernante formada por el Populist Party (partido de los trabajadores rurales blancos pobres) y el Partido Republicano (que, gracias a las medidas avanzadas por su ala radical en relación a los derechos cívico-políticos de los negros desde los años de Abraham Lincoln, era el partido por el que estos se inclinaban), constituyó un fenómeno conocido como fusion politics: una alianza de intereses tanto clasistas como raciales. Pero del otro lado también había intereses de raza-clase: los representados por los demócratas sureños, antiguos plantadores blancos pertenecientes al establishment político-económico que, con el fin de la guerra, se habían visto desplazados del ejercicio hegemónico del poder. La plataforma del Partido Demócrata de 1898 no podía expresarlo mejor: “Este es un país de hombres blancos, y los hombres blancos deben controlarlo y gobernarlo”.

El 10 de noviembre de 1898, un ex Coronel Confederado organizó – con la venia de miembros del partido demócrata – un grupo de unos 2000 hombres blancos y los lideró primero al saqueo de la armería y luego a la toma de la casa de gobierno. Bajo amenazas de violencia, obligaron a los dirigentes negros y blancos de la coalición del Fusion Party a renunciar. Luego de instalar su propio gobierno encabezado por Alfred Moore Waddell, se dedicaron a incendiar propiedades particulares y comerciales de los habitantes negros de la ciudad con el expreso objetivo de “reinstalar la supremacía blanca”.

Según el informe realizado por la 1898 Wilmington Race Riot Commission, el golpe fue planificado y patrocinado por líderes políticos y medios de comunicación locales, y ejecutado por milicianos armados, muchos de ellos ex miembros o simpatizantes del Ku Klux Klan. Si bien datos oficiales registraron la muerte de 60 afro-estadounidenses, se estima que el número exacto de los asesinados está en el rango de los doscientos. Ciudadanos negros debieron abandonar la ciudad ante amenazas de represalias. Si bien ningún blanco murió durante la masacre, los medios locales y nacionales describieron el incidente como un “motín racial” provocado y perpetrado por negros, una narrativa que se reprodujo durante décadas. Fue recién en 1998 que se estableció la referida comisión, encargada de realizar el primer informe oficial a cargo del Departamento de Recursos Culturales de Carolina del Norte.

Ninguna autoridad estadual o federal intervino en respuesta a lo sucedido. El gobernador republicano de Carolina del Norte siquiera atinó a solicitar asistencia al poder ejecutivo nacional, encabezado por el también republicano William McKinley. En 1900, el Fiscal General de los Estados Unidos inició una investigación, pero nunca nadie fue juzgado.  

El golpe y la masacre diezmaron el poder político y económico de los ciudadanos negros de Wilmington. Una de las primeras medidas del gobierno golpista fue la sanción de una enmienda, aún vigente en la Constitución estadual, que requería a los votantes aprobar una prueba de alfabetización para empadronarse. Esta ley se convirtió en precedente para las leyes de restricción electoral propias del sistema de segregación racial vigentes hasta 1965. Como consecuencia, en 1902, el número de votantes negros registrados en la ciudad se redujo de más de 125.000 a 6.100. Para 1908, todos los estados sureños habían sancionado medidas similares con la intención de privar a los afro-estadounidenses de sus derechos políticos. Ningún ciudadano negro logró ocupar un cargo público en Wilmington hasta 1972. Y fue recién en 1992 que un afro-estadounidense fue electo para una banca en el Congreso.

Así, la violencia y el terrorismo blanco resolvió lo que elecciones democráticas y la práctica política no promovían ya a través de canales institucionales: terminar con la participación de los negros en la vida socio-económica y política de la ciudad.

2022

Todo ejercicio de memoria histórica nos invita a establecer comparaciones y paralelismo.

Una de las diferencias más inmediatas que pueden establecerse con Wilmington es que los sucesos del 6 de enero de 2021 se encuentran hoy bajo escrutinio político y del Departamento de Justicia. Hasta el momento, 738 personas fueron arrestadas y acusadas de delitos de diversa índole, y algunas pocas están cumpliendo simbólicas condenas de prisión, entre ellos, el Shaman del Capitolio.

Sin embargo, importantes figuras con conexiones con el ex presidente se han negado a presentarse ante la Comisión o declarar ante la justicia, como el ex jefe de gabinete Mark Meadows, el asesor Stephen Miller, el abogado del Departamento de Justicia Jeffrey Clark, la vocera Kayleigh McEnany, el asesor de seguridad nacional Teniente Coronel Michael Flynn, John Eastman, e integrantes del gabinete de Pence. Stephen Bannon, el oscuro asesor de Trump durante su primer año de mandato, fue uno de los que se negó a prestar declaración, hoy detenido por desacato y obstrucción de la justicia.

Otro paralelismo, pero que en este caso precede al 6 de enero, es el movimiento en pos de la restricción de derechos electorales. Desde 2013 – año en que la Corte Suprema declaró inconstitucional una de las cláusulas de la ley de derechos al voto de 1965 que obligaba a la supervisión y pre-autorización federal de cambios en los requisitos y procedimientos electorales de estados con una larga historia de segregación y discriminación racial -, leyes que restringen o imposibilitan el ejercicio del derecho al voto fueron sancionadas en los 50 estados. Según el Brennan Center, 2021 ha sido “un año sin precedentes” para la legislación electoral. Luego de la elección presidencial que registró uno de los mayores índices de participación popular, 19 estados promulgaron 33 leyes que dificultan el ejercicio del derecho al voto y la minoría republicana del senado se niega a debatir un proyecto de ley federal de protección de derechos electorales.

Por último, si bien 2021 no fue un golpe, sí podríamos decir que se trata de una conspiración… en curso. Y no solo eso. Está adoptando ciertas características propias de la resistencia guerrillera. En enero de 2021, el Department of Homeland Security (DHS) publicó un boletín sobre amenazas a la seguridad interna que postuló:

“[Algunos] extremistas violentos ideológicamente motivados, con objeciones al ejercicio de la autoridad gubernamental y la transición presidencial, así como otros percibidos agravios alimentados por falsos discursos, podrían continuar movilizándose para incitar o cometer violencia”.

La supremacía y el extremismo blanco fueron declarados como las mayores amenazas a la seguridad interna tanto por el Federal Bureau of Investigations (FBI) como por el DHS mucho antes de las elecciones del 2020. Según este último, las “fuerzas del 6 de enero” siguen vivas y vigentes, se están organizando en nuevos grupos extremistas, fortaleciendo milicias armadas, propagando teorías conspirativas, incitando el accionar de grupos de odio y promoviendo la amenaza de posibles atentados terroristas “contra sistemas de infraestructura crítica, incluidos el eléctrico, de telecomunicaciones y sanitario”.

Por su parte, el director del FBI, Christopher Wray, afirmó en su testimonio de septiembre de 2020 ante el Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de Representantes que:

·         “[L]os promotores del violento extremismo doméstico – como ser la concepción sobre la extralimitación del gobierno o de las fuerzas del orden, las condiciones sociopolíticas, el racismo, el antisemitismo, la islamofobia, la misoginia y las reacciones a las medidas legislativas – permanecen constantes”.

·         “En la categoría de terrorismo doméstico, el extremismo violento por motivos raciales es, creo, el mayor dentro del grupo. Y dentro del grupo de extremistas violentos por motivos raciales, las personas que suscriben a algún tipo de ideología de supremacismo blanco, son el grupo más importante y numeroso.”

A un año del cambio de gobierno, Trump y el ala de extrema derecha del Partido Republicano a la que el personaje dio su “ismo”, perdieron la batalla, pero vienen ganando la guerra. En el plano político, los republicanos son “técnicamente” la minoría en ambas cámaras del Congreso, pero han logrado impedir el avance de la agenda legislativa de la Administración Biden. Asimismo, cooptaron el discurso y la retórica política, logrando que – a pesar de la recuperación de la economía y de la tasa de empleo, y la popularidad de su plan de gobierno – el índice de aprobación de gestión haya bajado sistemáticamente hasta ubicarse en el 43%. Finalmente, si bien la legalidad de la presidencia de Biden ha sido respaldada a nivel institucional en todos los niveles de gobierno (local, estadual, federal) y judicial (desde tribunales inferiores hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos), un segmento significativo de los ciudadanos políticamente activos desconoce la legitimidad de la presente Administración y creen que hay que inclinarse por opciones abiertamente anti-democráticas para recuperar el poder.

Una encuesta sobre realizada por el Public Religion Research Institute arroja datos, al menos, preocupantes:

  • 31% (y 68% republicanos) creen que las elecciones presidenciales de 2020 fueron fraudulentas.
  • el 82% de la audiencia de Fox News y el 97 % de canales de extrema derecha (One America News NetworkNewsmax) cree que Biden no ganó legítimamente las elecciones.
  • 18 % (30% republicanos, 17% independientes, 11% demócratas) cree que la violencia podría estar justificada para “salvar a Estados Unidos”.
  • Al menos uno de cada cinco estadounidenses cree que alguna de las teorías  conspirativas de Q’Anon tienen algún fundamento.

Lo que indica todo esto es que 2020 marcó el cenit de un proceso de deslegitimación del sistema representativo estadounidense que se ha gestado desde arriba y que está teniendo sus frutos: el descreimiento de amplios sectores de la población sobre los sistemas electorales de representación, el rol de las instituciones democráticas y el aval a opciones anti-populares que aseguren legalmente el poder de las minorías políticas. En otras palabras, “democracias sin respaldo popular”.

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Andrew Johnson es, sin lugar a dudas,  uno de los residentes más controversiales de entre quienes han llegado a la Casa Blanca. A Johnson, quien llegó a la presidencia gracias al asesinato de Lincoln, le corresponde el récord de ser el primer presidente residenciando en la historia estadounidense. Juicio del que se salvó por los pelos.

En esta nota, la crítica  literaria Jennifer Szalai reseña el más reciente libro de Robert S. Levine titulado The Failed Promise Reconstruction, Frederick Douglass, and the Impeachment of Andrew Johnson (W.W. Norton & Company, 2021). En este libro, el Dr Levine, profesor de literatuta de la Universidad de Maryland, busca rescatar la figura de Johnson, lo que, según Szalai, no logra.


Biografía de Andrew Johnson, decimoséptimo presidente de los Estados Unidos

Cuando Frederick Douglass conoció a Andrew Johnson

Jennifer Szalai

The New York Times    30 de agosto de 2021

Andrew Johnson, que asumió el cargo más alto después del asesinato de Lincoln en 1865, no solo fue un presidente accidental sino también racista; sobre eso, dice Robert S. Levine, no puede haber ninguna duda.

Photo of Robert Levine

Robert S. Levine

Pero como señala Levine en The Failed Promise, su fascinante aunque defectuoso nuevo libro sobre la Reconstrucción y el eventual juicio político de Johnson, varios líderes negros y republicanos radicales tenían la esperanza de que Johnson demostraría ser un defensor más ardiente de los derechos del pueblo negro que el propio Lincoln.

Lincoln había tardado un tiempo en comprometerse con la causa antiesclavista; también lo había hecho Johnson, pero después de la Proclamación de Emancipación de 1863, comenzó a llamar a la esclavitud «un cáncer en nuestra sociedad», y dijo en voz baja que Lincoln se estaba moviendo demasiado lentamente contra la Confederación para «aplastar la rebelión». En 1864, hablando a una entusiasta audiencia negra en Nashville, Johnson, el gobernador militar de Tennessee en ese momento, emitió una promesa audaz: «De hecho, seré tu Moisés, y te guiaré a través del Mar Rojo de guerra y esclavitud, a un futuro más justo de libertad y paz».

Con este esbelto libro, Levine pretende hacer varias cosas a la vez. A diferencia de otros volúmenes sobre el juicio político de Johnson, que se centran principalmente en los republicanos radicales que querían que fuera destituido de su cargo, The Failed Promise analiza de cerca la perspectiva de Frederick Douglass y otros líderes negros. Levine también trata de recrear la incertidumbre de la época, ofreciendo lecturas cuidadosas de documentos contemporáneos en lugar de enfatizar los relatos retrospectivos que han sido moldeados por el beneficio de la retrospectiva.

Con ese fin, el libro comienza con la famosa descripción mordaz de Douglass de Johnson en la segunda toma de posesión de Lincoln en marzo de 1865. Como Douglass escribiría 16 años después en Life and Times of Frederick Douglass, notó que Johnson lo miraba con una mirada de «amargo desprecio y aversión». Douglass se volvió hacia su compañero y le dijo: «Sea lo que sea Andrew Johnson, ciertamente no es amigo de nuestra raza».

A Failed Promise Robert Levine coverLevine, un profesor de inglés que ha escrito extensamente sobre Douglass, aconseja que el relato de Douglass, quien dramatiza su clarividencia, debe leerse con una medida de escepticismo. Como orador y escritor talentoso, Douglass a veces podía contar historias «mucho después del hecho de que eludió ambigüedades o conflictos», escribe Levine. Life and Times describe la «elección triunfal» de Lincoln en 1860 en los términos más brillantes, pasando por alto la rápida desilusión de Douglass. Un año después de esa «elección triunfal», se burlaba de la «interferencia a favor de la esclavitud del presidente LINCOLN» y la «imbecilidad indefensa» de la administración.

Parte del argumento de Levine es que Johnson, quien según todos los informes estaba borracho en la segunda toma de posesión de Lincoln, no estaba necesariamente condenado a ser el desastroso presidente que demostró ser. Como demócrata pro-Unión del Sur (y eventualmente antiesclavista) durante la Guerra Civil, Johnson no solo se había ganado el cariño de los republicanos y había profundizado a sabiendas su propia carrera política, sino que había puesto en riesgo su propia vida a sabiendas.

El senador Charles Sumner fue uno de los republicanos radicales que se mostró optimista sobre Johnson, declarándose «satisfecho de que es el amigo sincero del negro, y listo para actuar por él con decisión». Del mismo modo, las relaciones de Johnson con los afroamericanos fueron, escribe Levine, en gran medida «amables» desde el principio. El activista afroamericano John Mercer Langston dijo que estaba satisfecho con las garantías de Johnson «de que sus conciudadanos de color deberían encontrar en él un amigo siempre consciente de su bienestar».

Pero Douglass se apresuró a ver lo que Johnson estaba haiendo. Antes del final de su primer año en el cargo, Johnson había anunciado una Proclamación de Amnistía para los ex confederados, permitiendo a los terratenientes del sur que le solicitaron personalmente que se aferraran a su propiedad. En lugar de referirse a la Reconstrucción, insistió en el término «restauración». En el sur, turbas blancas envalentonadas descendieron sobre los negros, perpetrando las masacres de 1866 en Memphis y Nueva Orleans. Douglass, como parte de una delegación de estadounidenses negros que visitó la Casa Blanca para argumentar a favor del sufragio negro, le dijo a Johnson: «Usted otorga derechos a sus enemigos y priva de derechos a sus amigos».

Johnson, terco y de piel delgada, respondió a las críticas indignándose y poniéndose a la defensiva, incluso al borde de perder el control, escribe Levine. Si no hubiera sido por la creciente oposición, continúa, «podría haber surgido un Johnson más benigno y pragmático».

La proposición no es convincente, por decirlo suavemente. Levine pone mucho peso en el hecho de que en 1865, Johnson había expresado en privado un plan para el sufragio negro limitado. Sin embargo, al mismo tiempo, Johnson insistía públicamente en que el sufragio demasiado radical desaconsería «una guerra de las razas». Y independientemente de lo que Johnson haya dicho, lo que realmente hizo  no podría ser más claro. Usó su poder para socavar la Reconstrucción a cada paso, presidiendo lo que la historiadora Annette Gordon-Reed ha llamado un «genocidio a cámara lenta».

Levine narra ágilmente el camino hacia el eventual juicio político de Johnson, incluida una extraña oferta de trabajo que Johnson extendió extraoficialmente a Douglass para convertirse en el comisionado de la Oficina de Libertos, una agencia que Johnson parecía estar haciendo todo lo demás en su poder para perjudicar o incluso destruir.

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Pero cuando Johnson fue finalmente residenciado, no fue por su subversión de la Reconstrucción; fue por no obtener la aprobación del Congreso antes de despedir a su Secretario de Guerra. Los artículos de juicio político eran «secamente legalistas», casi todos ellos se centraron en violaciones de la Ley de Tenencia del Cargo, aprobada por el Congreso justo el año anterior. Los republicanos estaban tratando de retratar a Johnson como un infractor de la ley mientras evitaban estudiadamente el asunto de la raza. Esta fijación en los tecnicismos, dice Levine, «permitió al Congreso destituir a Johnson no por hacer daño a cientos de miles de personas negras en el sur, sino por despedir a un hombre blanco».

Teniendo en cuenta lo endémico que era el racismo tanto en el Norte como en el Sur, sin duda había razones prácticas para esto, pero Levine muestra vívidamente cómo Douglass, como lo hizo durante la Guerra Civil, siguió tratando de llamar la atención sobre el panorama moral más amplio. Incluso antes del juicio político, Douglass estaba explicando a las audiencias cómo Johnson explotó los «defectos» en la Constitución que permitían a un «presidente malo y malvado» asumir «poderes reales». Después del juicio, Douglass explicó que Johnson debería haber sido destituido de su cargo por intentar devolver a los estadounidenses negros a una «condición solo menos miserable que la esclavitud de la que la guerra por la Unión los había rescatado». Hacer un juicio político sobre la Ley de Tenencia del Cargo había enterrado la desgracia de Johnson bajo una pila de objeciones legalistas.

Los impugnadores pueden haber estado tratando de ser pragmáticos, pero ir a lo seguro no funcionó; Johnson se impuso por un solo voto. Como dijo una vez uno de sus biógrafos, Hans Trefousse:»Si destituyes por razones que no son las verdaderas, realmente no puedes ganar».

Sigue a Jennifer Szalai en Twitter: @jenszalai.

 

 

 

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Comparto esta nota de la historidora Heather Cox Richardson conmemorando los 56 años de la firma de la Voting Rights Act. Cox Richardson hace un excelente recuento del proceso que llevó a  la firma de esta histórica ley y de las amenazas actuales al derecho al voto de las minorías en Estados Unidos y, por ende, a la democracia estadounidense.

La Dr. Cox Richardson trabaja en Boston College y es autora, entre otros libros,   de To Make Men Free: A History of the Republican Party (2014). Es la creadora de una popular columna diara, Letters from America, analizando desde una perspectiva histórica la situación política y social estadounidense.


It Is Time to Update the Voting Rights Act - Center for American Progress

Letters from America  

Heather Cox Richardson

6 de agosto de 2021

Monadnock Ledger-Transcript - Lyceum continues with Heather Cox Richardson  on Sunday

Heather Cox Richardson

Hace hoy cincuenta y seis años, el 6 de agosto de 1965, el presidente Lyndon B. Johnson firmó la Ley de Derecho al Voto. La necesidad de la ley se explicó en su título completo: «Una ley para hacer cumplir la decimoquinta enmienda a la Constitución, y para otros fines».

A raíz de la Guerra Civil, los estadounidenses trataron de crear una nueva nación en la que la ley tratara a los hombres negros y a los hombres blancos como iguales. En 1865, ratificaron la Decimotercera Enmienda a la Constitución, prohibiendo la esclavitud excepto como castigo por crímenes. En 1868, ajustaron la Constitución de nuevo, garantizando que cualquier persona nacida o naturalizada en los Estados Unidos, excepto ciertos indígenas americanos, era un ciudadano, abriendo el sufragio a los hombres negros. En 1870, después de que los legisladores de Georgia expulsaran a sus colegas negros recién sentados, los estadounidenses defendieron el derecho de los hombres negros a votar añadiendo ese derecho a la Constitución.

Las tres enmiendas —la Decimotercera, La Decimocuarta y la Decimoquinta— le dieron al Congreso el poder de hacerlas cumplir. En 1870, el Congreso estableció el Departamento de Justicia para hacer precisamente eso. Los sureños blancos reaccionarios habían estado usando las leyes estatales, y la falta de voluntad de los jueces y jurados estatales para proteger a los estadounidenses negros de las pandillas blancas y los empleadores tramposos, para mantener a los negros subordinados. Los hombres blancos se organizaron como el Ku Klux Klan para aterrorizar a los hombres negros y evitar que ellos y sus aliados blancos votaran para cambiar ese sistema. En 1870, el gobierno federal intervino para proteger los derechos de los negros y procesar a los miembros del Ku Klux Klan.

Ciudadanía por nacimiento: qué es la enmienda 14 de la Constitución de  Estados Unidos (y cuán posible es que Trump acabe con ella) - BBC News Mundo

Con el poder federal ahora detrás de la protección constitucional de la igualdad, amenazando con la cárcel para aquellos que violaron la ley, los opositores blancos del voto negro cambiaron su argumento en contra.

En 1871, comenzaron a decir que no tenían ningún problema con que los hombres negros votaran por motivos raciales; su objeción al voto negro era que los hombres negros, sólo por esclavitud, eran pobres e incultos. Estaban votando por legisladores que les prometían servicios públicos como carreteras y escuelas, y que solo se podían pagar con impuestos.

La idea de que los votantes negros eran socialistas —de hecho, usaron ese término en 1871— significó que los norteños blancos que habían luchado para reemplazar la sociedad jerárquica del Viejo Sur con una sociedad basada en la igualdad comenzaron a cambiar su tono. Miraron hacia otro lado, ya que los hombres blancos impedieron que los hombres negros votaran, primero con el terrorismo y luego con las leyes electorales estatales que usaban cláusulas de abuelo, que recortaban a los hombres negros sin mencionar la raza al permitir que un hombre votara si su abuelo lo había hecho; pruebas de alfabetización en las que los registradores blancos pueden decidir quién aprueba; los impuestos electorales; y así sucesivamente. Los estados también redujeron los distritos de manera desigual para favorecer a los demócratas, que dirigían un partido segregacionista totalmente blanco. En 1880 el Sur era sólidamente demócrata, y lo seguiría siendo hasta 1964.

Los estados del sur siempre celebraron elecciones: solo se había previsto que los demócratas las ganarían.

Merrell R. Bennekin on Twitter: "U.S. adopts 15th Amendment, March 30, 1870  Following its ratification by the requisite three-fourths of the states,  the 15th Amendment, granting African-American men the right to vote,Los estadounidenses negros nunca aceptaron este estado de cosas, pero su oposición no ganó una poderosa atención nacional hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

Durante esa guerra, los estadounidenses de todos los ámbitos de la vida habían enfocado en derrotar al fascismo, un sistema de gobierno basado en la idea de que algunas personas son mejores que otras. Los estadounidenses defendieron la democracia y, a pesar de todo lo que los estadounidenses negros lucharon en unidades segregadas, y que los disturbios raciales estallaron en ciudades de todo el país durante los años de guerra, y que el gobierno internó a los estadounidenses de origen japonés, los legisladores comenzaron a reconocer que la nación no podría definirse efectivamente como una democracia si las personas negras y marrones vivían en viviendas deficientes,  recibió una educación deficiente, no podía avanzar de los trabajos de poca importancia y no podía votar para cambiar ninguna de esas circunstancias.

Mientras tanto, los afroamericanos y las personas de color que habían luchado por la nación en el extranjero llevaron a casa su determinación de ser tratados por igual, especialmente a medida que el colapso financiero de los países europeos aflojó su control sobre sus antiguas colonias africanas y asiáticas, dando vida a nuevas naciones.

Thurgood Marshall (1908-1993) •

Thurgood Marshall

Aquellos interesados en promover los derechos de los negros recurrieron, una vez más, al gobierno federal para anular las leyes estatales discriminatorias. Estimulados por el abogado Thurgood Marshall, los jueces utilizaron la cláusula de debido proceso y la cláusula de igualdad de protección de la Decimocuarta Enmienda para argumentar que las protecciones en la Carta de Derechos se aplicaban a los estados, es decir, los estados no podían privar a ningún estadounidense de la igualdad. En 1954, la Corte Suprema bajo el presidente del Tribunal Supremo Earl Warren, el ex gobernador republicano de California, utilizó esta doctrina cuando dictó el caso Brown v. Decisión de la Junta de Educación que declara inconstitucionales las escuelas segregadas.

Los reaccionarios blancos respondieron con violencia, pero los afroamericanos continuaron defendiendo sus derechos. En 1957 y 1960, bajo la presión del presidente republicano Dwight Eisenhower, el Congreso aprobó leyes de derechos civiles diseñadas para facultar al gobierno federal para hacer cumplir las leyes que protegen el voto negro.

En 1961, el Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC) y el Consejo de Organizaciones Federadas (COFO) comenzaron esfuerzos intensivos para registrar a los votantes y organizar a las comunidades para apoyar el cambio político. Debido a que solo el 6,7% de los negros de Mississippi estaban registrados, MIssissippi se convirtió en un punto focal, y en el «Freedom Summer» de 1964, organizado bajo Bob Moses (quien falleció el 25 de julio de este año), los voluntarios se dispusieron a registrar a los votantes. El 21 de junio, miembros del Ku Klux Klan, al menos uno de los cuales era oficial de la ley, asesinaron a los organizadores James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner cerca de Filadelfia, Mississippi, y, cuando fueron descubiertos, se rieron de la idea de que serían castigados por los asesinatos.

Ese año, el Congreso aprobó la Ley de Derechos Civiles de 1964, que fortaleció los derechos de voto. El 7 de marzo de 1965, en Selma, Alabama, los manifestantes liderados por John Lewis (quien pasaría a servir 17 términos en el Congreso) se dirigieron a Montgomery para demostrar su deseo de votar. Los agentes del orden los detuvieron en el puente Edmund Pettus y los golpearon salvajemente.

El 15 de marzo, el presidente Johnson pidió al Congreso que aprobara una legislación que defendiera el derecho al voto de los estadounidenses. Así fue. Y en este día de 1965, la Ley del Derecho al Voto se convirtió en ley. Se convirtió en una parte tan fundamental de nuestro sistema legal que el Congreso lo reautorizó repetidamente, por amplios márgenes, tan recientemente como en 2006.

Pero en el 2013 en su decisión del caso Shelby County v. Holder, la Corte Suprema bajo el presidente del Tribunal Supremo John Roberts destripó la disposición de la ley que requiere que los estados con historiales de discriminación de votantes obtengan la aprobación del Departamento de Justicia antes de que cambien sus leyes de votación. Inmediatamente, las legislaturas de esos estados, ahora dominadas por los republicanos, comenzaron a aprobar medidas para suprimir el voto. Ahora, a raíz de las elecciones de 2020, los estados dominados por los republicanos han aumentado la tasa de supresión de votantes, y el 1 de julio de 2021, la Corte Suprema permitió dicha supresión con la decisión de Brnovich v. DNC.

1965 Voting Rights Act - A Brief History of Civil Rights in the United  States - HUSL Library at Howard University School of Law

Si se permite a los republicanos elegir quién votará en los estados, dominarán el país de la misma manera que los demócratas convirtieron el Sur en un estado de partido único después de la Guerra Civil. Alarmados por lo que equivaldrá a la pérdida de nuestra democracia, los demócratas están pidiendo que el gobierno federal proteja los derechos de voto.

Y, sin embargo, 2020 dejó muy claro que si los republicanos no pueden impedir que los demócratas voten, no podrán ganar las elecciones. Y así, los republicanos están insistiendo en que los estados por sí solos pueden determinar quién puede votar y que cualquier legislación federal es una extralimitación tiránica. Una encuesta reciente de Pew muestra que más de dos tercios de los votantes republicanos no creen que votar sea un derecho y creen que se puede limitar.

Y entonces, aquí estamos, en una crisis existencial sobre los derechos de voto y si son los estados o el gobierno federal los que deben decidirlos.

June 25, 2013 – The Supreme Court Decides Shelby County v. Holder | Legal  Legacy

En este momento, hay dos importantes proyectos de ley de derechos de voto ante el Congreso. Los demócratas han introducido la Ley para el Pueblo, una medida radical que protege el derecho al voto, pone fin al gerrymandering partidista, detiene el flujo de efectivo a las elecciones y requiere nuevas pautas éticas para los legisladores. También han introducido la Ley de Derechos de Voto John Lewis, que se centra más estrechamente en el voto y restaura las protecciones proporcionadas en la Ley de Derechos de Voto de 1965.

Los senadores republicanos han anunciado su oposición a cualquier proyecto de ley de derechos de voto, por lo que cualquier ley que se apruebe tendrá que sortear el filibusterismo en el Senado, que no se puede romper sin 10 senadores republicanos. Los demócratas podrían romper el filibusterismo para un proyecto de ley de derechos de voto, pero los senadores Joe Manchin (D-WV) y Kyrsten Sinema (D-AZ) indicaron a principios de este verano que no apoyarían tal medida.

Y, sin embargo, hay señales de que un proyecto de ley de derechos de voto no está muerto. Los senadores demócratas han seguido trabajando para llegar a un proyecto de ley que pueda pasar por su partido, y no tiene sentido hacerlo si, al final, saben que no pueden convertirlo en una ley. «Todo el mundo está trabajando de buena fe en esto», dijo Manchin a Mike DeBonis del Washington Post. «Es la aportación de todos, no solo la mía, pero creo que la mía, tal vez… nos hizo a todos hablar y rodar en la dirección en la que teníamos que volver a lo básico», dijo.

Volver a lo básico es una muy buena idea. La idea básica de que no podemos tener igualdad ante la ley sin igualdad de acceso a la boleta electoral nos dio las Enmiendas Decimotercera, Decimocuarta y Decimoquinta a la Constitución, y estableció el poder del gobierno federal sobre los estados para hacerlas cumplir.

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Fuentes:

https://www.washingtonpost.com/politics/2021/06/08/how-is-john-lewis-voting-rights-act-different-hr-1/

https://www.ourdocuments.gov/doc.php

https://www.newsweek.com/only-third-republicans-think-voting-fundamental-right-poll-1612336

https://www.pewresearch.org/fact-tank/2021/07/22/wide-partisan-divide-on-whether-voting-is-a-fundamental-right-or-a-privilege-with-responsibilities/

https://cha.house.gov/report-voting-america-ensuring-free-and-fair-access-ballot

https://cha.house.gov/sites/democrats.cha.house.gov/files/2021_Voting%20in%20America_v5_web.pdf

https://www.washingtonpost.com/politics/democrats-craft-revised-voting-rights-bill-seeking-to-keep-hopes-alive-in-the-senate/2021/07/28/855b93fc-efc5-11eb-81d2-ffae0f931b8f_story.html

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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Comparto este interesante artículo del historiador Chad Pearson analizando al Ku Klux Klan como una asociación de patrones  (empresarios) que usaba la violencia y el terror para garantizar el control de la mano de obra negra en el Sur. El Dr. Pearson es  profesor de historia en el Collin College. Es autor de Reform or Repression: Organizing America’s Anti-Union Movement (University of Pennsylvania Press, 2016) y coeditor con Rosemary Feurer de Against Labor: How U.S. Employers Organized to Defeat Union Activism (University of Illinois Press, 2017). Su actual proyecto, titulado Capital’s Terrorists: Klansmen, Lawmen, and Employers in the Long Nineteenth Century será publicado por la University of North Carolina Press.


Ku Klux Klan | Definition & History | Britannica

El Ku Klux Klan también fue una asociación de jefes

CHAD PEARSON

Jacobin  27 de julio de 2021

La Guerra Civil revolucionó las relaciones laborales sureñas. Las personas esclavizadas huyeron de las plantaciones, tomaron las armas contra sus brutales explotadores y forjaron nuevos horizontes políticos. El futuro parecía prometedor.

Para los propietarios de plantaciones, sin embargo, esta transformación fue una pesadillla:  los trabajadores que tenían en servidumbre habían librado una “huelga general”, como W.E.B. Du Bois la llamó más tarde, dejándolos financieramente vulnerables e intensamente sacudidos. Este grupo racista y revanchista no se limitó a llorar sus derrotas, sino que se organizaron.

A través de los años de la Reconstrucción, la clase dominante sureña se resistió ferozmente a la eflorescencia de la libertad negra. Los restrictivos códigos negros, las políticas pro-plantadores del presidente Andrew Johnson, los disturbios racistas en Memphis y Nueva Orleans y, sobre todo, el terrorismo generalizado del Ku Klux Klan demostraron brutalmente los límites de la emancipación. Liderado por antiguos dueños de esclavos, el Klan reunía varias formas de violencia para impedir que los afroamericanos votaran o asistieran a las escuelas, intimidar a los carpetbaggers del norte y garantizar, según un documento sin fecha del Klan, que las personas liberadas continúen con su trabajo correspondiente”.

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Membership card of A.F. Handcock in the Invisible Empire Knights of the Ku Klux Klan (1928)

Los capítulos del Klan, repartidos de manera desigual en muchas partes del Sur, prometieron abordar los problemas laborales más apremiantes de los plantadores. Después de enterarse de la existencia de esta organización, Nathan Bedford Forrest — el ex comerciante de esclavos, principal carnicero en la batalla de 1864 en Fort Pillow, y el primer Gran Mago de la organización — expresó su aprobación de su secretividad, actividades y objetivos: “Eso es algo bueno; eso es muy bueno. Podemos usarla para mantener a los negros en su lugar”.

Mantenerlos  en su lugar no fue una tarea fácil: los afroamericanos abandonaron ansiosamente las granjas y plantaciones, lo que causó una escasez generalizada de mano de obra. Alfred Richardson, un afroamericano de Georgia, observó que los plantadores seguían profundamente frustrados porque no podían cultivar sus productos. Pero el KKK demostró ser una de las mejores herramientas de los empleadores del Sur para imponer violentamente su voluntad.

Los problemas laborales de los plantadores

Durante décadas, los historiadores han debatido la mejor manera de caracterizar al KKK, una organización terrorista supremacista blanca lanzada por veteranos confederados que surgió por primera vez en Pulaski, Tennessee, en 1866 antes de extenderse por todo el sur. Cientos de miles se unieron a ésta, aunque obtener un recuento detallado de los miembros reales es prácticamente imposible debido al secretismo de la organización.

Sin embargo, muchas cosas no están en discusión: los miembros del Klan estaban estrechamente vinculados al Partido Demócrata y usaban la violencia —azotes, ahorcamientos, ahogamientos, violencia sexual, expulsiones— contra afroamericanos y republicanos “insubordinados” de todas las razas. Los miembros del Klan también utilizaron formas “más suaves” de represión, incluyendo la quema de escuelas y libros y la creación en listas negras de maestros procedentes del Norte. También buscaron evitar que los afroamericanos se educaran. Según Z. B. Hargrove de Georgia, los miembros del Klan ocasionalmente azotaban a personas liberadas “por ser demasiado inteligentes”.

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Nathan Bedford Forrest. (Wikimedia Commons)

El racismo unió a los miembros blancos del Klan independientemente de las diferencias de clase, pero no todos jugaron un papel igual en la organización. El liderazgo del Klan consistía principalmente en propietarios de plantaciones, abogados, editores de periódicos y propietarios de tiendas con movilidad descendente, los más perjudicados por la transformación radical de la economía y las relaciones laborales del Sur.

Estos hombres estaban enfurecidos por su posición económica en declive y la ascensión de los hombres negros a posiciones de poder político. El líder del Klan con sede en Carolina del Norte, Randolph Abbott Shotwell, se quejó de que los hombres negros recién empoderados habían ayudado al gobierno federal a derribar “los derechos del amo” y privar de derechos a “una gran proporción de los hombres más capaces y mejores en la raza naturalmente dominante”.

Las miembros resentidos de la élite como Shotwell y Forres estaban decididos a restablecer su poder. Abundante evidencia sugiere que el Klan de la era de la Reconstrucción funcionó como una asociación de patronos con objetivos que, de alguna manera, se asemejaban a los objetivos de otras organizaciones empresariales anti-laborales.

Los líderes del Klan exigieron que las masas negras realizaran una función: participar en formas de trabajo agotadoras y brutalmente intensas que se asemejaban a la vida de las plantaciones anteriores a la Guerra Civil. Los miembros del Klan trataron de evitar que los afroamericanos abandonaran los lugares de trabajo, participaran en reuniones políticas, buscaran educación, accedieran a armas de fuego o se unieran a organizaciones destinadas a desafiar a sus explotadores. Como un observador de Georgia le dijo a un comité de investigación del Congreso en 1871, “Creo que su propósito es controlar el gobierno del estado y controlar el trabajo negro, lo mismo que lo hicieron bajo la esclavitud”.

Cotton Field - Landscape

Campo algodonero

Mientras que los miembros del Klan insistieron en que las masas negras pasaran sus horas de vigilia plantando y recogiendo cultivos, muchos se negaron a creer que estos mismos trabajadores merecían paga por sus esfuerzos. Según un informe de 1871 de Tennessee, con frecuencia “el empleador enmarca alguna excusa y reñía con el trabajador, quien se veía obligado a dejar su cosecha y su salario por el terror al Klan, que, en todos los casos, simpatizaba con los empleadores blancos”. Estos casos eran más parecidos a la esclavitud que al sistema de trabajo libre prometido por la emancipación.

El Klan como asociación de patronos

Pocos estudiosos han etiquetado al Klan como una asociación de empleadores, y la mayoría de los historiadores de la gestión han ignorado la Reconstrucción del Sur. El importante libro de Clarence Bonnett de 1922, Employers’ Associations in the United States: A Study of Typical Associations, es mudo sobre el Klan, centrándose exclusivamente en las organizaciones dirigidas por empresas que se formaron a finales del siglo XIX en el norte para contrarrestar el movimiento laboral cada vez más agitado.

Sin embargo, la definición de Bonnett es flexible, permitiéndonos aplicarla a las acciones de las organizaciones de vigilantes de la Reconstrucción: “Una asociación de patronos es un grupo que está compuesto o fomentado por los empleadores y que busca promover el interés de estos en los asuntos laborales. El grupo, en consecuencia, es (1) una organización formal o informal de empleadores, o (2) una colección de individuos cuya agrupación es fomentada por los empleadores”.

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Libertos votando, New Orleans, 1867.    (Wikimedia Commons)

Por supuesto, las asociaciones de empleadores del Klan de la era de la Reconstrucción y de la Era Progresista enmarcaron sus respectivos problemas laborales de manera muy diferente. Mientras que los miembros de las alianzas de empleadores y ciudadanos del norte promocionaban la libertad de la que supuestamente disfrutaban los trabajadores industriales (a saber, no afiliarse a sindicatos), los miembros del Klan no tenían ningún interés en tratar de ganar legitimidad de las masas afroamericanas.

Esto no quiere decir que las asociaciones de empleadores con sede en el Norte aceptaran estallidos de disturbios laborales. Ellos también utilizaron técnicas coercitivas, como guardias privados y secuestros, palizas y ahorcamientos, y se beneficiaron de las rápidas intervenciones de la policía y los guardias nacionales. Pero retóricamente, las asociaciones de empleadores de la Era Progresista a menudo empleaban el lenguaje Lincolnesque  de “trabajo libre”, señalando a las masas de trabajadores “libres” que lo mejor para ellos era trabajar diligentemente y cooperar con sus jefes. Aquellos que optaron por caminos más belicosos a menudo eran despedidos y colocados en una lista negra -reprimidos, sí, pero muy diferente de lo que experimentaron los libertos.

Los miembros del Klan hablaban el lenguaje sin adornos del dominio racial y de clase, y lo siguieron adelante con extrema brutalidad. Si medimos el número de asesinatos y palizas, el Klan fue mucho más violento que la mayoría de las asociaciones de empleadores con sede en el Norte. El historiador Stephen Budiansky ha calculado  que los vigilantes blancos asesinaron a más de tres mil personas durante el período de Reconstrucción.

Ku Klux Klan: Origin, Members & Facts - HISTORY

Sin embargo, los miembros del Klan eran estratégicos, empleando amenazas, secuestros y azotes para lograr los objetivos principales de las clases dominantes del Sur. Esto significaba mantener a la gente liberada alejada de las urnas electorales, romper reuniones políticas y asesinar a los hombres y mujeres más irremediablemente rebeldes. “Los asaltantes blancos”, ha señalado el historiador Douglas Egerton, “no simplemente atacaron a los negros por ser negros”. En cambio, usaron la intimidación y la violencia contra lo que consideraban hombres y mujeres vagos, poco confiables, irrespetuosos y desafiantes.

Las acciones espantosas como azotes y ahorcamientos sirvieron a las necesidades de la gerencia, ayudando a disciplinar a un número incontable de trabajadores. El cultivador de algodón de Mississippi Robert Philip Howell, por ejemplo, expresó su agradecimiento al Klan porque, en 1868, sus miembros ayudaron a resolver sus problemas con los “negros libres”: “si no hubiera sido por su miedo mortal al Ku-Klux, no creo que pudiéramos haberlos manejado tan bien como lo hicimos”.

Sharecroppers in Georgia · Textbook

Aparceros negros en Georgia

Tampoco el hecho de que los blancos pobres y de clase trabajadora participaran en los capítulos del Klan significa que no deberíamos considerar al KKK como una organización de jefes: lograr el control laboral casi siempre ha implicado coordinar grupos de participantes entre clases. Después de todo, las asociaciones de empleadores, en su mayoría con sede en el norte, no podrían haber logrado romper las huelgas y acabar con los sindicatos sin las movilizaciones de rompe huelgas durante los conflictos laborales.

El Klan, entonces, era una asociación de empleadores particularmente despiadada, particularmente racista,  pero era igual era una asociación de empleadores. Y fue brutalmente efectiva.

El miedo cubrió a la clase obrera negra, en su mayoría agrícola. Aunque los negros en todo el Sur ya no eran “propiedad”, la amenaza de la violencia organizada por el Klan se cernía sobre ellos. Demasiados pasos en falso, incluidas formas sutiles y frecuentes de insubordinación, podrían conducir a encuentros no deseados con hombres encapuchados seguidos de amenazas, palizas e incluso la muerte. Los miembros del Klan eran los despiadados ejecutores de la administración, asegurando que las masas mantuvieran la cabeza baja y trabajaran eficientemente.

Algunas personas liberadas se unieron a organizaciones de resistencia como las Ligas de la Unión. Estas organizaciones aliadas de los republicanos estaban activas en estados como Alabama, donde los miembros celebraban reuniones, movilizaban a los votantes y, a menudo, actividades muy alejadas de sus deberes “apropiados” en el lugar de trabajo.

Pero en respuesta, los miembros del Klan conspiraron entre sí antes de allanar las casas de los miembros de la Liga, azotar a los residentes, arrebatar sus armas y exigir que se mantuvieran alejados de las urnas electorales. Perdonaban vidas sólo cuando sus víctimas prometían abandonar las ligas. Sólo en Alabama, los miembros del Klan asesinaron a  unos quince miembros de la Liga entre 1868 y 1871.

Contrarrevolución de la propiedad”

Asegurar que los afroamericanos permanecieran atados (a veces literalmente) a granjas, plantaciones y otros lugares de trabajo mientras recibían poca compensación era uno de los objetivos centrales de las élites del Sur, las mismas personas que se beneficiaron de la esclavitud antes de la Guerra Civil. Mientras que los blancos de todas las clases se unieron a las ramas del Klan — y participaron con entusiasmo en ataques contra maestros del Norte, administradores del Freedmen Bureau y miembros de la Liga sindical — las élites llevaban la voz cantante.

Esta fue una “Contrarrevolución de la Propiedad”, como dijo  W. E.B. Du Bois. Los reformadores de la era de la Reconstrucción no proporcionaron una libertad genuina a los antiguos esclavos, escribió, en parte “porque la dictadura militar detrás del trabajo no funcionó con éxito frente al Ku Klux Klan”. Al igual que las asociaciones de empleadores con sede en el Norte, el KKK luchó por los intereses de los miembros más poderosos de la sociedad, repartiendo violencia y terror en nombre de los empleadores agrícolas.

Sharecropping and the Great Migration North - ​​Uncle Jessie White

Deberíamos apreciar los enormes avances emancipadores de la Guerra Civil sin perder de vista las formas en que la clase dominante sureña luchó para aferrarse al poder. Lo hicieron en parte desempeñando roles de liderazgo en el Klan y apoyando activamente a las numerosas organizaciones de vigilantes racistas que exigían la subordinación laboral.

Al destacar sus intereses de clase fundamentales, podemos entender mejor las razones de sus actos estratégicos de terror. Estos hombres perdieron quizás el conflicto más significativo para la democracia en la historia de Estados Unidos, pero no dejaron de luchar contra las fuerzas de liberación.

Traducción de Norberto Barreto Velázquez

 

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Comparto con mis lectores esta excelente reseña del más reciente libro de la historiadora Elizabeth Hinton, escrita por Keeanga-Yamahtta Taylor del Departamento de Estudios Afroamericanos de la Universidad de Princeton. Titulado America on Fire: The Untold History of Police Violence and Black Rebellion Since the 1960s, el libro de Hinton examina  las rebeliones de las comunidades afromericanas posteriores a la aprobación de las reformas en que culminó el movimiento de los derechos civiles. La Dra. Hinton es profesora asociada en los departamentos de Historia y Estudios Afromericanos de la Universidad de Yale.


Opinion | It's Police Violence That Spurs Black Rebellion - The New York  Times

La historia desconocida de los levantamientos negros

Keeanga-Yamahia Taylor

Black Agenda Report   1 de julio de  2021

Desde la declaración del cumpleaños de Martin Luther King, Jr. como feriado federal, nuestro país ha celebrado el movimiento por los derechos civiles, valorizando sus tácticas de no violencia como parte de nuestra narrativa nacional de progreso hacia una unión más perfecta. Sin embargo, rara vez nos preguntamos sobre la corta vida útil de esas tácticas. En 1964, la no violencia parecía haber seguido su curso, cuando Harlem y Filadelfia se encendieron en llamas para protestar contra la brutalidad policial, la pobreza y la exclusión, en lo que fueron denunciados como disturbios. Siguieron levantamientos aún más grandes y destructivos en Los Ángeles y Detroit, y, después del asesinato de King, en 1968, en todo el país: un tumulto ardiente que llegó a ser visto como emblemático de la violencia urbana y la pobreza negras. El giro violento en la protesta negra fue condenado en su propio tiempo y continúa siendo lamentado como un trágico retiro de los nobles objetivos y comportamiento del movimiento impulsado por las iglesias afroamericanas.

En el quincuagésimo aniversario de la Marcha sobre Washington, en agosto de 2013, el entonces presidente Barack Obama  cristalizó esta representación histórica cuando dijo:  “si somos honestos con nosotros mismos, admitiremos que, durante el transcurso de cincuenta años, hubo momentos en que algunos de nosotros, afirmando presionar por el cambio, perdimos nuestro camino. La angustia de los asesinatos provocó disturbios contraproducentes. Las quejas legítimas contra la brutalidad policial se inclinaron en la fabricación de excusas para el comportamiento criminal. La política racial podía cortar en ambos sentidos, ya que el mensaje transformador de unidad y hermandad era ahogado por el lenguaje de la recriminación”. Así, dijo Obama, “es como se estancó el progreso. Así se desvió la esperanza. Así es como nuestro país se mantuvo dividido”.

America on Fire: The Untold History of Police Violence and Black Rebellion  Since the 1960s (English Edition) eBook: Hinton, Elizabeth: Amazon.es:  Tienda KindleEsta percepción de los disturbios como el declive del movimiento no violento ha marginado el estudio de los mismos dentro del campo de la historia. Como resultado, la creencia generalizada sobre “los disturbios” de los años sesenta subestima enormemente la escala de la insurgencia negra y su significado político. En su nuevo libro, America on Fire: The Untold History of Police Violence and Black Rebellion Since the 1960s, la historiadora de Yale Elizabeth Hinton recupera un período mucho más largo e intenso de rebelión negra, que continuó en los años setenta. Al hacerlo, desafía el rechazo de lo que ella describe como el “giro violento” en la protesta negra, forjando un nuevo terreno en nuestra comprensión de las tácticas empleadas por los afroamericanos en respuesta a la violencia extralegal de la policía y los residentes blancos y los problemas no resueltos de la desigualdad racial y económica.

Utilizando datos compilados por el Comité del Senado sobre Operaciones Gubernamentales y el Centro Lemberg para el Estudio de la Violencia, Hinton compila una impresionante lista de más de mil levantamientos, mucho más allá de aquellos con los que estamos más familiarizados. Hemos subestimado enormemente el grado en que Estados Unidos estuvo literalmente en llamas de 1968 a 1972, años que Hinton describe convincentemente como el “período de crisol de rebelión”. De hecho, sólo en 1970 hubo más de seiscientas rebeliones. Hinton también llega a la conclusión clave de que casi todas estas rebeliones se produjeron en respuesta a la escalada de intervenciones policiales, intimidación y acoso. Ella escribe: “La historia de la rebelión negra en todas las regiones y décadas demuestra una realidad fundamental: la violencia policial precipita la violencia comunitaria”.

En el verano de 1968, en Stockton, California, dos oficiales de policía intentaron sin éxito disolver una fiesta en un desarrollo de vivienda pública. La situación escaló rápidamente cuando llegaron más de cuarenta policías blancos más, escribe Hinton, convirtiendo la “fiesta en una protesta”. La policía ordenó a la multitud que se dispersara; en su lugar, arrojaron a la policía con piedras y botellas. La policía hizo algunas detenciones, pero apenas restableció el orden. Al día siguiente, dos oficiales fueron enviados a investigar los informes de un disturbio en el gimnasio del proyecto de vivienda; los residentes encerraron a los policías dentro del gimnasio y, escribe Hinton, durante más de dos horas, una multitud de doscientas cincuenta personas “lanzó bombas incendiadas, piedras y botellas contra el edificio gritando ‘¡cerdos!’ y otros insultos”. Más de un centenar de policías, agentes del comisarío y patrulleros de carreteras llegaron al lugar; la multitud liberó a los dos oficiales, pero continuó lanzando bombas incendiarias contra el gimnasio, los automóviles cercanos e incluso una escuela primaria. Muchos de ellos eran adolescentes. Finalmente, la policía llamó a sus padres, una estrategia que funcionó cuando los niños finalmente se fueron a casa.

Harvard's Elizabeth Hinton named 2018 Carnegie Fellow – Harvard Gazette

Elizabeth Hinton

En Akron, Ohio, en agosto de 1970, la policía intentó disolver una pelea entre jóvenes negros; una multitud que los atacó con piedras durante varias horas. Al día siguiente, la violencia se intensificó, ya que los jóvenes lanzaron escombros más pesados, como bloques de hormigón y botellas de vidrio, y dañaron automóviles e hirieron a transeúntes. Finalmente, después de dos días de escaramuzas con la policía, escribe Hinton, “mil personas, en su mayoría en edad de escuela secundaria, salieron lanzando piedras y otros objetos”. La policía desplegó más de treinta botes de gas lacrimógeno para dispersar a los rebeldes, pero la presencia de la policía fue, en sí misma, la provocación. Los agentes se trasladaron al perímetro para poder vigilar pero no agitar más a la multitud. Esta fue una estrategia de corta duración: luego hicieron otra demostración de fuerza, lo que provocó otra ronda de conflicto que, según los informes, resultó en la destrucción de la propiedad.

 

Rebeliones similares ocurrieron desde Lorman, Mississippi, a Gum Spring, Virginia, en 1968, y Pine Bluff, Arkansas, a Erie, Pennsylvania, en 1970. Aunque el Sur es visto como el sitio del movimiento no violento de derechos civiles y el Norte como donde murieron sus nobles objetivos, la gran escala de levantamientos negros, desde las ciudades del sur hasta las ciudades del medio oeste, revela una insatisfacción generalizada con la protesta pacífica como un medio para lograr el cambio social, lo que puede sugerir que reconsideremos la suposición de que el movimiento de derechos civiles tuvo éxito. Para Hinton, la magnitud de los levantamientos, que involucraron a decenas de miles de afroamericanos comunes y corrientes, desafía la idea de que estos fueron “disturbios” sin sentido que involucraron a personas díscolos o equivocadas. También lo hace el hecho de que la violencia negra casi siempre vino en respuesta a la violencia blanca dirigida a controlar las aspiraciones y vidas de los negros. Hinton escribe: “Estos eventos no representaron una ola de criminalidad, sino una insurgencia sostenida. La violencia fue en respuesta a momentos de racismo tangible —’un solo incidente’, como dijo [el presidente Lyndon] Johnson— casi siempre tomando la forma de un encuentro policial. Sin embargo, las decenas de miles de afroamericanos que participaron en esta violencia colectiva se rebelaban no sólo contra la brutalidad policial. Se estaban rebelando contra un sistema más amplio que había arraigado condiciones desiguales y violencia contra los negros a lo largo de generaciones”.

Hinton no solo recupera la resistencia negra; también expone una larga, e ignorada, historia de violencia política blanca, utilizada para mantener el estatus subordinado de las comunidades negras. El libro de Hinton comienza familiarizando a los lectores con la historia del vigilantismo blanco posterior a la emancipación, que duró hasta bien entrado el siglo XX. El más infame de estos asaltos tuvo lugar en 1921, en Tulsa, Oklahoma, donde trescientos afroamericanos fueron masacrados  por sus vecinos blancos. Pero, incluso después de la Segunda Guerra Mundial, cuando millones de afroamericanos escaparon del asfixiante racismo del sur de Estados Unidos, fueron recibidos en otros lugares por turbas blancas ansiosas por mantenerlos confinados en enclaves segregados. No es exagerado decir que  decenas de miles  de personas blancas participaron en formas de violencia alborotadas  para, como escribe Hinton, “vigilar “las actividades de los negros y limitar su acceso a los empleos, el ocio, la franquicia y a la esfera política”.

Revuelta de Watts en 1965

La policía blanca no sólo se mostró reacia a arrestar a los perpetradores blancos; en muchos casos, participaron en la violencia. Hinton dedica un capítulo entero a las formas en que los supremacistas blancos y la policía convergieron, en nombre de la ley y el orden, para dominar a las comunidades negras rebeldes. Fuera de las grandes áreas metropolitanas, las fuerzas policiales con poco personal recurrieron a ciudadanos blancos para patrullar y controlar las protestas negras. Según Hinton, en agosto de 1968, en Salisbury, Maryland, el departamento de policía “instaló una fuerza de voluntarios totalmente blanca de 216 miembros para ayudar a la fuerza regular de 40 hombres en caso de un motín”. En otros casos, los policías blancos permitieron que los residentes blancos acosaran, golpearan, dispararan e incluso asesinaran a los afroamericanos sin represalias. En la pequeña ciudad de Cairo, Illinois, una rebelión negra en 1967 reunió a policías blancos y vigilantes blancos en un esfuerzo concertado para aislar y reprimir a los afroamericanos. Después del levantamiento inicial, provocado por la sospechosa muerte de un soldado negro en la cárcel de la ciudad, los residentes blancos formaron un grupo de vigilantes apodado el Comité de los Diez Millones, un nombre inspirado en una carta escrita por el ex presidente Dwight Eisenhower, que pedía un “comité de diez millones de ciudadanos” para restaurar la ley y el orden después de los levantamientos en Detroit y Newark. La policía de El Cairo delegó a este grupo para patrullar los barrios negros, incluido el complejo de viviendas públicas Pyramid Courts, donde vivía la mayoría de los casi tres mil negros de El Cairo. En 1969, los “sombreros blancos”, como los miembros del comité se habían llamado a sí mismos, dispararon contra Pyramid Courts. Cuando los residentes negros tomaron las armas en defensa propia, periódicamente se impusieron toques de queda, pero se aplicaron solo a los residentes de Pyramid Courts. En respuesta, la Guardia Nacional fue usada periódicamente para vigilar Pyramid Courts. Pero la policía local también disparó contra en el residencial con ametralladoras desde un vehículo blindado (descrito por los lugareños negros como el Gran Intimidador). Nadie murió, pero las familias negras a veces dormían en bañeras para evitar los disparos. Los hombres negros también dispararon a las luces de la calle para oscurecer la vista de los francotiradores blancos. Esto equivalía a una guerra contra los residentes negros de El Cairo, que duró hasta 1972. Hinton cuenta que el alcalde de El Cairo concedió una entrevista a ABC News, en 1970, en la que dijo, de los ciudadanos negros: “Si tenemos que matarlos, tendremos que matarlos… Me parece que esta es la única forma en que vamos a resolver nuestro problema”. Hinton señala que, en todos los cientos de rebeliones de este período, “la policía no arrestó a un solo ciudadano blanco… a pesar de que los ciudadanos blancos habían sido perpetradores e instigadores. Los blancos podrían atacar a los negros y no enfrentar consecuencias; los negros fueron criminalizados y castigados por defenderse a sí mismos y a sus comunidades”.

From the War on Poverty to the War on Crime: The Making of Mass  Incarceration in America: Hinton, Elizabeth: 9780674737235: Amazon.com:  BooksHinton se basa en los argumentos de su libro anterior, From the War on Poverty to the War on Crime, para explicar cómo las rebeliones del período 1968-72 llegaron a ser pasadas por alto. La declaración de Lyndon Johnson de una “guerra contra el crimen”, en 1965, dotó de nuevos recursos a las fuerzas del orden locales, reduciendo la necesidad de usar la Guardia Nacional y las tropas federales para acabar con las rebeliones negras. La ausencia de intervención federal eliminó estos conflictos del foco nacional, convirtiéndolos en asuntos locales. Mientras tanto, la acumulación de fuerzas de policía locales, vagamente empaquetadas como “policía comunitaria”, promovió la invasión policial de todos los aspectos de la vida social de los negros, transformando las transgresiones juveniles típicas en excusas para los ataques policiales contra los jóvenes negros. Los lugares donde se congregaban los jóvenes negros, incluidos los desarrollos de viviendas públicas, las escuelas públicas e históricamente los colegios y universidades negros, ahora eran sitios de vigilancia policial y posible arresto. Estos encuentros entre la policía y los jóvenes negros prepararon el escenario para lo que Hinton describe como “el ciclo” de abuso policial, en el que las incursiones policiales provocaron una respuesta violenta, lo que justificó una mayor presencia policial y, en otro giro, respuestas más combativas. En este período, que vio el ascenso del Partido Pantera Negra y la radicalización de la política negra mucho más allá de la expectativa de simplemente lograr la igualdad con los blancos, los jóvenes negros en las comunidades de clase trabajadora lucharon contra los intentos de la policía de criminalizar sus actividades diarias o de atraparlos en el sistema de justicia penal que altera la vida.

La resistencia negra tomó diferentes formas, desde residentes negros que golpeaban a la policía con ladrillos y botellas hasta francotiradores negros que disparaban contra la policía, con el propósito de expulsarlos de sus comunidades. Los francotiradores negros, en particular, sirvieron a las fantasías políticas que demonizaban todas las formas de resistencia negra como patológicas y merecedoras de una pacificación violenta. De 1967 a 1974, el número de policías muertos en el cumplimiento del deber saltó de setenta y seis a ciento treinta y dos, la cifra anual más alta de la historia. Pero esos totales fueron empequeñecidos por el número de jóvenes negros asesinados por la policía en el mismo período. Hinton informa que, entre 1968 y 1974, “los negros fueron víctimas de uno de cada cuatro asesinatos policiales”, lo que resultó en que casi cien hombres negros menores de veinticinco años murieran a manos de la policía en cada uno de esos años. En comparación, hoy solo una de cada diez personas muertas por la policía es negra, según los Centros para el Control de Enfermedades. (Hinton cita esta cifra, pero señala que puede representar un subregistro).

Soldados reprimiendo protestas en Detroit

Este ciclo de abuso no podía continuar. El período de rebeldía había terminado a finales de los años setenta. No fue la reforma la que puso fin, sino la represión. La prisión se convirtió en una forma de tratar con los jóvenes negros combativos. A mediados de los años setenta, según Hinton, el setenta y cinco por ciento de los afroamericanos encarcelados eran menores de treinta años. La rebelión como rechazo colectivo de los actos cotidianos de violencia policial se volvió poco frecuente, escribe, ya que “los estadounidenses negros se habían resignado más o menos a la vigilancia policial de la vida cotidiana”. Durante los últimos cuarenta años, los levantamientos en respuesta al abuso policial “han tendido a estallar solo después de incidentes excepcionales de brutalidad policial o justicia abortada”.

En algunas de las secciones más importantes de America on Fire, Hinton desentraña sistemáticamente los fracasos de la reforma policial. Hace más de cincuenta años, la Comisión Kerner llegó a la conclusión condenatoria de que, a menos que hubiera una redistribución masiva de recursos en las comunidades negras, los patrones de segregación en todo Estados Unidos se profundizarían y, junto con ellos, el resentimiento y las represalias de los afroamericanos. Como se observa en el informe:

Ningún estadounidense—blanco o negro—puede escapar a las consecuencias de la continua decadencia social y económica de nuestras principales ciudades. Sólo un compromiso con la acción nacional a una escala sin precedentes puede dar forma a un futuro compatible con los ideales históricos de la sociedad estadounidense. La mayor necesidad es generar una nueva voluntad, la voluntad de gravarnos a nosotros mismos en la medida necesaria, para satisfacer las necesidades vitales de la nación.

Pero, sin mecanismos claros para hacer cumplir las recomendaciones de esta comisión, estas   fueron ignoradas. La Comisión Kerner estableció un modelo para las comisiones sobre raza, policía y desigualdad que ha persistido hasta el presente, creando un rico archivo de audiencias públicas que documentan el racismo y el abuso dirigido a los ciudadanos negros que ha llevado a que se haga muy poco al respecto.

Kerner Commission - Wikipedia

Comisión Kerner

Esta sombría realidad es evidencia de la miopía de la premisa liberal de que exponer un problema es el primer paso en su resolución. De hecho, como explicó la Comisión Kerner, solucionar esos problemas requeriría una acción sin precedentes. Significaría usar los poderes del poder judicial y la burocracia federal para desmantelar los sistemas de segregación residencial, segregación escolar y la segmentación racial de los lugares de trabajo estadounidenses. También significaría aprovechar los recursos financieros para poner fin a la pobreza endémica que hizo que los afroamericanos sean desproporcionadamente vulnerables y visibles para la policía en primer lugar. En cambio, pocos meses después de la publicación del Informe Kerner, Richard Nixon  llevó a cabo una exitosa campaña presidencial impugnando la rebelión negra como mero “crimen” mientras argumentaba que podía restaurar la ley y el orden en las ciudades de la nación. Cuando se postuló para la reelección, en 1972, Nixon combinó su tema de la ley y el orden y una nueva declaración de una “guerra contra las drogas” con un mensaje anti-bienestar social que se convertiría en un tema de la política republicana durante una generación, cohesionando una nueva “mayoría silenciosa” blanca en torno a la política del resentimiento racial y subordinando las demandas de la minoría negra. Hinton pinta un panorama sombrío, en el que la doble agenda de la administración Reagan, de fortalecer la aplicación de la ley mientras se debilitan los programas sociales, ayudó a mantener las condiciones que legitimaron los poderes en expansión de la policía y el crecimiento de las poblaciones carcelarias. Aunque el aumento de las tasas de homicidios parecía atenuar la lógica de que más medidas de control del crimen harían a las personas más seguras, cualquier escepticismo se describió fácilmente como una preocupación insuficiente por la seguridad y el crimen. Políticamente, los funcionarios electos se incitaron unos a otros a exigir leyes más duras, castigos más duros, una aplicación más estricta. Entre 1970 y 1980, el número de personas encarceladas en prisiones federales y estatales aumentó en un cincuenta por ciento.

Más de cincuenta años después de la Comisión Kerner, hemos visto en los últimos ocho años el regreso de las rebeliones negras en respuesta a la creciente desigualdad que ha sido manejada por las fuerzas de la policía racista y abusiva. Esto no es historia que se repite; es evidencia de que los problemas que dieron lugar a rebeliones negras anteriores no se han resuelto. Hinton observa que el “movimiento contemporáneo por la justicia racial se ha basado en tradiciones anteriores, creando un tipo de protesta militante y no violenta que mezcló las tácticas de acción directa del movimiento de derechos civiles con las críticas al racismo sistémico que a menudo se identifican con el poder negro”. Hinton argumenta que la persistencia de la desigualdad, junto con los nuevos ciclos de violencia entre los policías y las fuerzas del orden, es evidencia de que debemos “ir más allá de la reforma”. Pero el tamaño de esa tarea parece detener a Hinton en seco. Ella no es ingenua sobre la dificultad de efectuar los cambios que son necesarios para frenar a la policía abusiva y al mismo tiempo resolver las desigualdades profundas y de larga data que siempre legitiman la policía. Con esto en mente, evita la tentación de envolver cuidadosamente esta historia con sugerencias simplistas para más políticas públicas que no tienen ninguna posibilidad de aprobación o que inevitablemente no se aplicarán. Sin embargo, sugiere que se reformen las fórmulas de impuestos regresivos que privan de financiamiento a los programas públicos. También pide que se establezca un sistema de justicia “basado en el principio de reparación en lugar de retribución”. Pero estas recomendaciones palidecen en comparación con el poder de la protesta colectiva que ella expertamente documenta a lo largo del libro.

Los Angeles Riots of 1992 | Summary, Deaths, & Facts | Britannica

Los Ángeles, 1992

No hay respuestas fáciles a la pregunta de cómo poner fin al ciclo de policía racista y abusivo, pero la fuerza de la resistencia y la rebelión ha sido la forma más eficaz de exponer el problema y presionar a las autoridades para que actúen. La mayor diferencia entre ahora y el período de rebelión de crisol anterior es que los levantamientos de hoy son cada vez más multirraciales. Desde el levantamiento en Los Ángeles en 1992 y ciertamente las rebeliones del verano pasado, latinx y la gente blanca común se han inspirado en la rebelión como una forma legítima de protesta. Las rebeliones del verano pasado involucraron a miles de personas blancas que también estaban enojadas por los abusos de la policía y por la creciente injusticia de nuestra sociedad. Las demandas de los manifestantes de “desfinanciar a la policía” reunieron a nuevas coaliciones para desafiar las realidades políticas entrelazadas de financiar la aplicación de la ley e ignorar los servicios de bienestar social, al tiempo que inyectaron nuevos argumentos en la discusión pública de este problema tan antiguo de abuso policial racista. Esto no acabará con la brutalidad policial, pero puede ampliar el número de personas que también se ven a sí mismas como víctimas de políticas públicas deformes. Cuanto más grande es el movimiento, más difícil es mantener el status quo.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez.

 

 

 

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The Black Church: This Is Our Story, This Is Our Song: Gates Jr., Henry  Louis: 9781984880338: Amazon.com: BooksEl pasado 2 de junio el gran historiador afroamericano Henry Louis Gates Jr. conversó sobre su más reciente libro  con Jim Basker, presidente del Gilder Lehrman Institute of American History. Titulado The Black Church: This is our This is Our Song, el libro de Gates explora los 400 años de historia de la iglesia negra en Estados Unidos, y el papel que ésta ha jugado en la historia de la comunidad afroamericana. Este libro acompaña a una serie de televisón del mismo título.

El Dr. Gates es profesor en la Universidad Alphonse Fletcher y director del Hutchins Center for African and African American Research en Harvard Univeristy. Con una carrera de más de cuarenta años, Gates es uno de los estudiosos de la historia y la literatura afroamericana  más destacados y mediáticos. Entre sus libros destacan In Loose Canons: Notes on the Culture Wars (1992), Speaking of Race, Speaking of Sex: Hate Speech, Civil Rights, and Civil Liberties (1994), Colored People: A Memoir (1994), The Future of the Race (1996), Thirteen Ways of Looking at a Black Man (1997), The Trials of Phillis Wheatley: America’s First Black Poet and Her Encounters with the Founding Fathers (2003), America Behind the Color Line: Dialogues with African Americans (2004), In Search of Our Roots (2009) y Stony the Road: Reconstruction, White Supremacy, and the Rise of Jim Crow (2019).

Gates también ha participado en varios documentales de televisión  emitidos por el Public Broadcasting Service (PBS). Fue presentador de las series African American Lives (2006-08), Faces of America (2010) y Finding Your Roots (2012-). Otros de sus trabajos teleivisivos incluyen  la miniserie documental Wonders of the African World (1999), Black in Latin America (2011), The African Americans: Many Rivers to Cross (2013) y Reconstruction: America After the Civil War (2019).

Quienes estén interesados en esta conversación pueden ir aquí.

A Conversation with Henry Louis Gates, Jr. - June 2nd, 2021 on Vimeo

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Andrew Johnson · 1868 Una batalla política por la reunificación del país

El fin de la guerra civil estadounidense dio paso a un nuevo problema: ¿qué hacer con los derrotados estados sureños? Esta pregunta llevó a una crisis constitucional que abrió la puerta al primer juicio de residenciamiento en la historia estadounidense.

Tras el asesinato de Abraham Lincoln asumió la presidencia el Vicepresidente Andrew Johnson, un sureño que no sólo había sido miembro del Partido Demócrata, sino que también había poseído esclavos. Johnson era hijo de la tradición de Andrew Jackson y, por ende, se consideraba un defensor del hombre común frente a la aristocracia corrupta de noreste. El nuevo presidente simpatizaba con los blancos pobres y no tenía mucha empatía para los esclavos. Cuando estalló la guerra civil, Johnson era Senador por el estado de Tennesse, pero se mantuvo fiel a la Unión. Los Republicanos lo eligieron candidato a la vicepresidencia para promover la unidad y cortejar el apoyo de los sureños unionistas. En su gestión como Presidente, Johnson dejó claro que era un creyente en la supremacía de los blancos y, por ende, se opuso a la concesión de derechos políticos a los negros. Su simpatía para con los estados sureños fue más que evidente y le   llevó a una colisión con el Congreso.

En mayo de 1865, Johnson hizo público su plan para readmitir a los estados sureños en la Unión. El plan presidencial ofrecía amnistía a todo sureño que hiciera un juramento de lealtad a la constitución de los Estados Unidos. Sólo quedaban fuera los altos dirigentes civiles y militares de la Confederación, quienes sólo podían ser perdonados por el Presidente mismo. Para que los estados fuesen reintegrados a la unión, los sureños debían también ratificar la Enmienda 13, aboliendo la esclavitud. Rápidamente, los estados confederados aceptaron el plan de Johnson y pudieron elegir gobiernos propios. Para el otoño de 1865 diez de los once estados confederados habían cumplido con los requisitos del plan de Johnson

White League and Ku Klux Klan alliance, in illustration, by Thomas Nast, in Harper's Weekly, October 24, 1874La primera reacción de los congresistas Republicanos al plan del presidente fue favorable. Tanto moderados como radicales decidieron darle una oportunidad a Johnson y a su plan. Éstos esperaban que los nuevos gobiernos sureños aprovecharan la gran oportunidad que el plan Johnson significaba y actuaran de buena fe. Desafortunadamente, esto no ocurrió porque los nuevos gobiernos sureños buscaron resucitar la esclavitud a través de una serie de leyes, conocidas como los códigos negros. Estas leyes buscaban obligar a los negros libres a regresar a trabajar a las plantaciones.  Además, Johnson le otorgó un perdón a básicamente a todo antiguo líder de la Confederación que se lo solicitó. Envalentonados, los sureños eligieron antiguos funcionarios confederados para representarles en el Congreso de los Estados Unidos. Antiguos generales y coroneles, legisladores y hasta el vicepresidente de la Confederación fueron electos al Congreso federal en representación de los estados sureños.

La actitud y las acciones de los sureños enfurecieron a los congresistas Republicanos, quienes decidieron no reconocer a los nuevos legisladores sureños. Para ello, aplicaron una cláusula de la constitución que le reconoce al Congreso el poder de aceptar o rechazar legisladores. De esta forma, todos los congresistas sureños electos bajo el plan de Johnson fueron rechazados por el Congreso.  En respuesta, los estados sureños eliminaron las alusiones raciales en los códigos negros, pero en la práctica sólo aplicaban las leyes a los negros libres.  Para complicar aún más las cosas, se desató una ola de violencia y terror contra los negros libres en diversos estados del sur.  Todo ello llevó a los congresistas republicanos a concluir que el Sur estaba deliberadamente evadiendo la Enmienda 13, y que era necesaria la intervención del Congreso.

En marzo de 1865 el Congreso creó la Oficina de  Libertos  (Freedmen Bureau) para brindar ayuda de emergencia a los antiguos esclavos.  Esta oficina había tenido un éxito limitado.  La Oficina de Libertos operó escuelas ayudando a crear las bases para un sistema de educación pública en el sur. También ayudó a los negros a denunciar los abusos de que eran víctimas. A principios de 1866, el Congreso aprobó extender la vida de esta oficina asignándoles fondos de forma directa y autorizando a sus agentes a investigar casos de maltrato de libertos. Además, el Congreso aprobó una ley de derechos civiles, confiriéndole la ciudadanía norteamericana a los negros. Esta ley definía como ciudadano a toda persona nacida en los Estados Unidos, aunque dejaba fuera a los amerindios. De acuerdo con esta ley, los negros estarían cubiertos por todas las leyes norteamericanas que garantizaban la seguridad y la propiedad de los ciudadanos estadounidenses.

The Freedman´s BureauEn febrero de 1866, el presidente Johnson vetó la nueva ley de la Oficina de Libertos y la Ley de derechos civiles. Además, lanzó un fuerte ataque contra los radicales, acusándoles de traidores que no querían restaurar la Unión.

Los radicales toman control

¿Quiénes eran estos congresistas radicales que provocaron la ira del presidente Johnson?  La mayoría de los unionadicales eran individuos formados al calor de los debates en torno a la esclavitud. Éstos procedían, principalmente, de la zona de Nueva Inglaterra o del medio oeste. Les unía la creencia en la igualdad de derechos políticos y de oportunidades económicas, por lo que creían necesario un gobierno central fuerte. Según ellos, el establecimiento del trabajo libre, la educación universal pública y la igualdad de derechos llevarían al sur a disfrutar del mismo nivel de riqueza, progreso y movilidad social que poseía el norte. Su opinión del Sur no era la mejor, pues le consideraban una región en donde reinaba la ignorancia, se practicaba una agricultura de despilfarro, se rechazaba la manufactura, se despreciaba el trabajo honesto y estaba controlada por una oligarquía majadera. Los radicales querían transformar al Sur desarrollando la pequeña propiedad agraria, fomentando la manufactura, promoviendo la educación, cultivando el respeto al trabajo honesto y extendiendo la igualdad de derechos políticos entres sus habitantes.  Para los radicales, la prioridad no era reestablecer la Unión, sino rehacer al sur.

Charles Sumner

Para los radicales, el gobierno federal debía jugar un papel protagónico en la reconstrucción del sur, sobre todo, garantizando los derechos civiles y el voto de los libertos. Republicanos radicales como Thaddeus Stevens (Pennsylvania) y Charles Sumner (Massachussets) abogaban por una intervención federal directa que protegiera a  los negros y les brindara oportunidades educativas, sociales y económicas.

 

Los vetos de Johnson unificaron a los legisladores republicanos bajo el liderato de los republicanos radicales, quienes decidieron retar el poder del presidente. En abril de 1866, los radicales obtuvieron el respaldo de las dos terceras parte de los legisladores necesarios para aprobar las leyes vetadas por Johnson. Este fue un momento histórico porque por primera vez en la historia de los Estados Unidos el Congreso fue por encima de un veto presidencial.  En junio de 1866, el Congreso aprobó la enmienda la Enmienda 14 declarando ciudadano norteamericano a toda persona nacida en los Estados Unidos. Según la enmienda ningún estado “aprobará o hará cumplir ninguna ley que restrinja los privilegios o inmunidades de los ciudadanos de los Estados Unidos; ni ningún estado privará a persona alguna de su vida, de su libertad, sin el debido procedimiento de ley, ni negará a nadie, dentro de su jurisdicción, al igual protección de las leyes”. Esta enmienda histórica buscaba proteger los derechos de los libertos frente los abusos y atropellos de los sureños garantizando la constitucionalidad de la Ley de Derechos Civiles vetada por Johnson y aprobada por el Congreso.

En las elecciones de 1866, los Republicanos aumentaron su mayoría tanto en la Cámara como en el Senado, y ganaron control de todos los estados del norte. Los Republicanos entendieron su contundente victoria como un mandato, como una muestra de aprobación popular de sus posiciones, como una especie de referéndum que Johnson perdió. La victoria electoral unificó a los congresistas republicanos en su propósito de tomar control de la reconstrucción. Con ello quedó definido el escenario de un choque histórico y peligroso entre las ramas legislativa y ejecutiva del gobierno de los Estados Unidos.

Los Republicanos tomaron la iniciativa rápido aprobando una serie de leyes a comienzos del año 1867. En marzo, los republicanos aprobaron la Ley de la Reconstrucción que fue vetada por Johnson y vuelta a probara por el Congreso por encima del veto presidencial. Esta ley organizaba al sur como un territorio conquistado y ocupado, pues le dividía en cinco distritos militares, cada uno comandado por un general del ejército de la Unión. Para que se retirasen las tropas federales y los estados se reintegrasen a la Unión, era necesario que éstos le concediera en el derecho al voto a los libertos y privara de ese mismo derecho a los confederados que participaron en la rebelión. Cada comandante militar debía registrar a todos los votantes de su distrito, blancos y negros, y supervisar que se llevaran a cabo elecciones para escoger una convención estatal. Ésta debería redactar nuevas constituciones que garantizaran el derecho al voto de los negros en cada estado. Además, los estados sureños debían ratificar la Enmienda 14. Cuando todo ello ocurriese, los estados sureños serían readmitidos a la Unión.

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Edwin M. Stanton

Los republicanos también aprobaron la Ley de Tenencia de un Cargo Público que hacía obligatorio el consentimiento del Senado para remover de su cargo a todo funcionario cuyo nombramiento tuvo que ser confirmado por el Senado. En otras palabras, obligaba a Johnson a solicitar el consentimiento senatorial para poder destituir funcionarios públicos que aunque pudieron haber sido nombrados por el presidente, debieron ser confirmados por el Senado. Con ello, el Senado quería proteger al Secretario de Guerra Edwin M. Stanton, quien había sido nombrado por Lincoln y favorecía la reconstrucción radical del sur. Como Secretario de Guerra, podía hacer mucho para favorecer a los republicanos radicales y bloquear las acciones del presidente. Esta ley atentaba contra los poderes reconocidos por la constitución al presidente de los Estados Unidos, pues exigía que Johnson trasmitiera sus órdenes al ejército a través de su oficial de mayor rango el General Ulises S. Grant.

Johnson no pudo evitar que se aprobaran ambas leyes y hasta pareció dar señales de aceptar el control congresional de la reconstrucción, pues nombró los generales recomendados por Stanton y Grant para comandar los cincos distritos militares creados por la Ley de Reconstrucción. Sin embargo, esto era una maniobra de Johnson para ganar tiempo, pues tan pronto acabó la sesión del Congreso destituyó a Stanton y le sustituyó por Grant, pues creía que el general sería mucho más fácil de controlar. Además, el presidente sustituyó a cuatro de los comandantes de distritos militares del sur. Grant sorprendió a Johnson al objetar públicamente las movidas del presidente. Cuando el Congreso volvió a reunirse anuló la destitución de Stanton. Resultado de imagen para johnson impeachment"

El 21 de febrero de 1868, Johnson oficialmente despidió a Stanton y el secretario se atrincheró en su oficina y se negó a obedecer al presidente. El 24 de febrero de 1868 por primera vez en la historia de los Estados Unidos, el Congreso inició un proceso de residenciamiento para destituir al presidente. Siguiendo el mandato establecido por la constitución, la Cámara de Representantes inició el proceso de residenciamiento contra Johnson acusándole de once cargos de mala conducta presidencial, siete de ellos por haber violado la Ley de tenencia de un cargo público.  Una vez establecidas las acusaciones en la Cámara, el Senado pasó a enjuiciar al presidente. Tras un juicio de once semanas de duración, Johnson se salvó de ser el primer presidente en ser destituido por un voto, pues se requería que dos terceras partes de los senadores le condenaran (36) y sólo 35 senadores lo encontraron culpable de los cargos de que se le acusaba.  Siete republicanos moderados votaron a favor de Johnson porque no estaban seguros de la constitucionalidad de la Ley  de tenencia de un cargo público, que en efecto fue más tarde declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo. Para este grupo de legisladores, destituir a Johnson hubiera sido un acto muy extremo, pues habría establecido un antecedente muy peligroso. En otras palabras, para ellos era más importante salvaguardar el sistema político estadounidense que castigar a Johnson.

Norberto Barreto Velázquez

Lima, 15 de noviembre de 2019

 

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Thin LightAcabo de leer un libro extraordinario, The Thin Light of Freedom: The Civil War and Emancipations in the Heart of America. Su autor, Edward L. Ayers, es un historiador estadounidense, ex Presidente de la Universidad de Richmond y miembro fundador del  podcast de historia estadounidense Backstory.  The Thin Light of Freedom completa su obra In The Presence of Mine Enemies: War in the Heart of America, 1859-1863, ganadora del prestigioso Bancroft Prize del año 2004.

Ganador del 2018 Lincoln Prize, este libro examina la guerra de secesión estadounidense a partir de 1863, desde la perspectiva de dos condados estadounidenses claves por su ubicación estratégica: Franklin (Pensilvania-Unionista) y Augusta (Virginia-Confederado). Ello le permite a su autor hacer un examen  micro de un proceso histórico tan complejo como la guerra civil estadounidense.

Dada la magnitud de esta obra, me limitaré hacer algunos comentarios generales sobre su contenido.

Ayers

Edward L. Ayers

En más de una ocasión he escuchado  a colegas minimizar e inclusive negar la esclavitud como el factor clave de la guerra civil estadounidense. Quienes así piensan, por lo general justifican su argumento subrayando la disposición de Lincoln para un acomodo con el Sur que evitara la secesión y la guerra. Ayers hace un trabajo extraordinario subrayando la centralidad de la esclavitud  en el guerra civil estadounidense. Tal vez Lincoln estuvo dispuesto a llegar a un acuerdo sobre el futuro de la esclavitud, pero el Sur no. En otras palabras, es la tenaz resistencia de los esclavistas lo que lleva al Norte a adoptar una posición abolicionista. Según Ayers, la libertad para los negros avanzó más rápido de lo que sus defensores habían podido imaginar, gracias a la agresividad de los sureños. Para acabar con el Sur – y poner fin a la guerra – era necesario acabar con la esclavitud.

Ayers enfatiza que la emancipación y la Reconstrucción no eran inevitables resultados de la economía moderna, del poder del Norte o de la justicia. Las consecuencias de la guerra permanecieron en duda durante el conflicto y el periodo posterior. Pocos hubieran imaginado en 1860 que en cinco años la esclavitud sería destruida y que los libertos se convertirían en ciudadanos estadounidenses.

En la etapa posterior a la guerra –la llamada Reconstrucción– la actitud de los sureños también jugó un papel clave. Su resistencia y oposición ayudaron a que la revolución que la Reconstrucción significaba avanzara.

Sin embargo, no hay un final feliz. Los enemigos de la libertad de los negros no desaparecieron después de la Reconstrucción. Éstos no se rindieron y por décadas lucharon para hacer retroceder la expansión de la democracia en el Sur, socavando los derechos adquiridos por los negros en la década de 1860.

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The Battle of Nashville (Library of Congress)

No puedo terminara sin subrayar dos elementos impresionantes de este libro: lo bien que está escrito y sus fuentes. Esta es una obra con una narración extraordinaria que atrapa al lector sin perder profundidad académica. Ayers recurre a una variedad extraordinaria de fuentes primaras: periódicos, informes, cartas, etc. Destaca el uso de diarios para reconstruir cómo experimentaron la guerra soldados, esposas de soldados, civiles, etc.

Norberto Barreto Velázquez

Lima, 19 de julio de 2018

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La década de 1960 fue testigo de la lucha de los afro-estadounidenses  por la igualdad social y política. Tras el fin de la guerra civil, los afro-estadounidenses  disfrutaron de un corto periodo de libertad e igualdad. Durante este periodo, ciudadanos negros llegaron ser electos alcaldes, gobernadores y representantes. Sin embargo, a finales de la década de 1870, éstos habían perdido sus derechos políticos gracias al desarrollo de un sistema de segregación racial. Este sistema conocido como “Jim Crow”  creó formas para negar  o limitar el derecho al voto de los afro-estadounidenses,  además de marginarles social y económicamente. Con el fin de separar las razas, se aprobaron leyes segregando racialmente las escuelas, los parques, y hasta las fuentes de agua. Los matrimonios entre blancos y negros fueron declarados ilegales en varios estados de la Unión.

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Los afro-estadounidenses  no sólo fueron arrebatados de sus derechos políticos, segregados y marginados, sino también fueron víctimas de la violencia racial. Entre 1880 y 1920, miles de afro-estadounidenses  fueron linchados por el mero hecho de ser negros.  Durante este largo periodo, el gobierno federal dejó abandonados y sin protección a miles de sus ciudadanos negros.

En los años 1960 se dio un renacer en la lucha de los afro-estadounidenses  por el reconocimiento de sus derechos políticos y por el fin de la segregación racial. Bajo el liderato de personas como Martin Luther King, Malcom X, Rosa Parks, Huey P. Newton y Bobby Seale, los afro-estadounidenses  usaron diversos tipos de medios para luchar contra quienes les oprimían y maltrataban (boicots, marchas, resistencia pacífica, resistencia armada, etc.). El resultado de esta lucha fue el desarrollo de un vasto movimiento a favor de los derechos civiles que logró la aprobación de leyes federales protegiendo los derechos de los ciudadanos afro-estadounidenses . Sin embargo, esta lucha constituyó una verdadera revolución, pues cambió considerablemente las relaciones y actitudes raciales en los Estados Unidos.

 Martin Luther King

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Rosa Parks

Una de las figuras claves de la lucha por los derechos civiles fue un joven pastor negro llamado Martin Luther King. Nacido en Atlanta en 1929, era hijo y hermano de pastores y vivió desde muy niño la segregación racial.  En 1954,   King se convirtió, a los veinticinco años de edad, en pastor de una iglesia bautista de la ciudad Montgomery. Un año más tarde, una mujer afroamericana llamada Rosa Parks se negó a cederle su asiento en un autobús público a una persona blanca, por lo que fue arrestada por violar las leyes segregacionistas vigentes en el estado de Alabama. En respuesta, el reverendo King encabezó un boicot contra el sistema de transportación pública de Montgomery que duró más de trescientos días. En 1956, el Tribunal Supremo declaró ilegal la segregación en los autobuses, restaurantes, escuelas y otros lugares públicos, lo que marcó el fin del famoso boicot de Montgomery.

LBJ & MLK

Martin Luther King y Lyndon B. Johnson

King le dedicará los próximos trece años de su vida a la lucha por la igualdad racial por medio de marchas, boicots, bloqueos, toma de edificios, etc. Creyente en la resistencia pacífica promulgada por Henry David Thoreau y Gandhi, King rechazó el uso de la violencia y se opuso a la intervención de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam, por lo que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1964.

King no sólo defendió el pacifismo, sino que también optó por aliarse con los sectores liberales en busca de reformas. Para él, la integración racial era posible y necesaria. King creía que sólo el cambio pacífico a través de la colaboración con los blancos traería el cambio que los afro-estadounidenses  estaban esperando y del que eran merecedores.

Este gran líder estadounidense fue asesinado el 4 de abril de 1968 en Memphis.  Su muerte provocó fuerte disturbios raciales, pero no frenó la lucha de los afro-estadounidenses  por sus derechos civiles.

La Ley de Derechos Civiles

El asesinato de  John F. Kennedy en noviembre de 1963 ocurrió en un momento que la lucha por los derechos civiles había ganado fuerza y contaba con el apoyo del presidente asesinado. La actitud que asumiría el nuevo residente de la Casa  Blanca preocupaba a los líderes negros, pues Lyndon B. Johnson (LBJ) no se había caracterizado por sus simpatías hacia la lucha de los afro-estadounidenses . Por el contrario, como Senador Johnson había bloqueado legislación a favor de los derechos civiles.

Afortunadamente para los afro-estadounidenses ,  LBJ entendió que la lucha por los derechos había cambiado el panorama político estadounidense. Además, éste quería unir a los Demócratas y demostrar que era un líder nacional por lo que adoptó el tema de los derechos civiles. Johnson hizo claro que estaba dispuesta a transar y uso todo su poder e influencia para conseguir que el Congreso aprobara  una ley de derechos civiles en 1964.

La aprobación de la Ley de Derechos Civiles  es uno de los episodios más importantes en la lucha de los afro-estadounidenses  por la igualdad.  Ésta es, además, la legislación más importante aprobada en los Estados Unidos con relación al tema de los derechos civiles desde el periodo de la Reconstrucción. La ley prohíbe la discriminación en los espacios públicos, ilegaliza la discriminación en el trabajo por sexo, raza u origen nacional, prohíbe la discriminación en programas federales y  autorizaba al Departamento de Justicia a iniciar casos legales para integrar escuelas y otras dependencias públicas.

El “Black Power”

No todos los afro-estadounidenses  adoptaron el pacifismo reformista predicado por Martin Luther King. Otros reclamaron cambios sociales inmediatos y optaron por la confrontación.  Éstos manifestaron su rencor hacia la sociedad blanca que restringía y limitaba sus aspiraciones, así como también  rechazaron la resistencia pacífica, la integración  y las alianzas de King.   Cansados, frustrados y sin fe en la justicia de los blancos, estos afro-estadounidenses  demandaron la creación de un poder negro o “Black Power”,  es decir, la creación de instituciones y movimientos políticos propios que dieran forma a una agenda propia de la comunidad afroamericana. En otras palabras, los defensores del “Black Power” querían definir su destino, no depender de los blancos para ello.

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Muhamad Ali y Malcom X

El movimiento “Black Power” estuvo fuertemente influenciada por las ideas de uno de los más importantes líderes afro-estadounidenses  de la historia, Malcom X.  Nacido como Malcom Little,  éste cambió su apellido a X como un acto simbólico de repudio al pasado esclavista. Tras una temporada en la cárcel por venta de drogas, Malcom fue liberado en 1952 y se convirtió al Islam.  Malcom se unió a una agrupación musulmana afroamericana llamada la Nación del Islam que era dirigida por Elijah Muhammad.  La inteligencia y oratorio de Malcom X le convirtieron muy pronto en una de las figuras más importantes de la comunidad musulmana afroamericana.

El pensamiento de Malcom tenía una fuerte tendencia separatista y nacionalista. Éste insistía en que los negros tomaran conciencia  y se levantaran en defensa de sus derechos para así alcanzar la independencia verdadera.  Según Malcom, los negros debían estar orgullosos de su negritud y de sus raíces africanas.  Crítico acérrimo de King, Malcom insistía que los afro-estadounidenses  debían conseguir su libertad usando cualquier medio posible, incluyendo la violencia.  En 1965, Malcom abandonó la Nación del Islam y fue asesinado por tres hombres vinculados a ese movimiento.

En 1966, Huey P. Newton y Bobby Seale fundaron el Partido de las Panteras Negras, el grupo más famoso en defensa de la autodeterminación de los afro-estadounidenses . Las Panteras Negras recurrieron a la violencia y se enfrentaron a la policía y el FBI en diversas ocasiones, pero fueron encarcelados o resultaron muertos, lo que terminó destruyendo al partido.

Bobby Seale, Huey Newton

Huey P. Newton y Bobby Seale

El movimiento “Black Power” tuvo un efecto importante para los afro-estadounidenses , pues fomentó el desarrollo de organizaciones comunitarias negras independientes de los blancos, ayudó a la creación de programas universitarios dedicados al estudio de los negros estadounidenses y sirvió para movilizar política y electoralmente a los afro-estadounidenses .  Además, sirvió para promover el orgullo racial  y la autoestima de los negros.

Norberto Barreto Velázquez, PhD

Lima, Perú

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download-1El 2018 Lincoln Prize ha sido sido concedido al trabajo de Edward Ayers,  The Thin Light of Freedom: The Civil War and Emancipation in the Heart of America (W.W. Norton and Company). Este premio, que consiste de $50,000, es otorgado anualmente por  el Gilder Lehrman Institute of American History para reconocer el mejor trabajo investigativo sobre Lincoln y el periodo de la guerra civil. Ayers es un historiador estadounidense, ex Presidente de la Universidad de Richmond y miembro fundador de unos de los mejores podcast de historia estadounidense: Backstory. Ha sido merecedor tanto del Bancroft Prize como  del Beveridge Prize.

Vale mencionar a los finalistas de tan prestigioso premio:

  • Ron Chernow, Grant (Penguin Press).
  • Gordon Rhea, On to Petersburg: Grant and Lee, June 4-14, 1864 (LSU Press).
  • Tera Hunter, Bound in Wedlock:  Slave and Free Black Marriage in the Nineteenth Century(Harvard University Press).
  • Cate Lineberry, Be Free or Die (St. Martin’s Press).
  • Graham Peck, Making an Antislavery Nation(University of Illinois Press).
  • Adam I.P. Smith, The Stormy Present: Conservatism and the Problem of Slavery in Northern Politics: 1846—1865 (University of North Carolina Press).

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