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BlackLivesMatter: El racismo es histórico, es cultural y todos ...En este corto ensayo, el profesor Pedro J. Rodríguez Martin (Universidad Pontificia Comillas-ICADE), identifica seis elementos claves para entender las reacciones al asesinato del George Floyd por la policía de Mianneapolis.  Estos son: la esclavitud, la desigualdad, las condiciones socioeconomicos de los negros en Estados Unidos, la brutalidad policíaca, Donald J. Trump y lo que Rodríguez Martin llama el regreso a 1968, en relación al año más violento en la segunda mitad del siglo XX estadounidense.

Comparto con mi lectores este interesante escrito.

Norberto Barreto Velázquez


Black Lives Matter

Seis claves para entender el peor estallido racial de Estados Unidos en cincuenta años

Pedro J. Rodríguez Martin

Diálogo Atlántico     4 de junio de 2020

Los disturbios raciales registrados en más de un centenar de ciudades de EE. UU. no se explican únicamente por la muerte del afroamericano George Floyd después de que un agente blanco, al detenerle el pasado 25 de mayo en Minneapolis por supuestamente utilizar un billete falso de 20 dólares para comprar cigarrillos, le aplastase el cuello durante 8 minutos y 46 segundos. El peor estallido racial sufrido por el gigante americano en 50 años debe entenderse también como la consecuencia inevitable de una profunda y dolorosa crisis de desigualdad.

  1. El pecado original

La esclavitud es conocida como el pecado original de EE. UU. en una saga de sufrimiento que comenzó hace 400 años. En agosto de 1619, un barco holandés desembarcó en la colonia inglesa de Virginia a más de veinte africanos cautivos y esclavizados. América todavía no era América pero no se puede entender a EE. UU. sin los 250 años de esclavitud que siguieron a ese primer desembarco en Jamestown.

El profesor Eric Foner, en su elocuente manual de historia americana Give me Liberty, explica que entre 1492 y 1820 más de diez millones de hombres, mujeres y niños procedentes de África cruzaron el Atlántico con destino al Nuevo Mundo, la gran mayoría como esclavos. En EE. UU. donde la esclavitud marcaría las diferencias entre el norte y el sur, esta mano de obra cautiva fue empleada sobre todo en el especulativo cultivo de algodón. Para 1860, en vísperas de la guerra civil americana, el valor de todos los esclavos era superior al valor combinado de todos los ferrocarriles, factorías y bancos de la joven nación.

  1. La dolorosa desigualdad americana

Una de las imágenes más sobrecogedoras de la pandemia se registró el pasado mes de abril en la ciudad de Nueva York. Se trataba de una fosa común excavada en la isla de Hart, un enclave del Bronx, para dar sepultura a los cuerpos que nadie reclamaba en las desbordadas morgues de la Gran Manzana. Estas tareas son tradicionalmente realizan presos de la cercana prisión de Rikers. Y estadísticamente, los afroamericanos tienen muchas más probabilidades terminar como enterradores o enterrados.

El estallido racial en EE. UU. debe entenderse como parte de la corrosiva crisis de desigualdad agravada por la pandemia de coronavirus. Los afroamericanos –y también los hispanos– son los que de forma desproporcionada están sufriendo la pandemia de la COVID-19. Ya sea en su condición de víctimas del virus o damnificados de la subsecuente crisis económica. De acuerdo a The Economistaunque los guetos contra los que luchaba Martin Luther King en los sesenta ya no existen como tales, EE. UU. se mantiene profundamente segregada tanto por la clase como por la raza a pesar de ser un país fundado con las mejores intenciones igualitarias.

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  1. La peor parte

No hay indicador social –desde fracaso escolar hasta desempleo– en el que los negros de EE. UU. no salgan claramente perdiendo. De todos los enfrentes de esta desigualdad, el económico es el más doloroso y fácil de cuantificar. Según ha recalculado The Financial Timesen la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, los niveles de desempleo de los afroamericanos han sido típicamente el doble de los niveles de los americanos blancos. Con todo, en los últimos 10 años se han hecho algunos progresos en la reducción de la brecha gracias al casi pleno empleo que precedió al estallido del coronavirus.

El gran problema de los afroamericanos es que la crisis del coronavirus ha fraccionado la fuerza laboral de EE. UU. y de otras economías avanzadas tres grupos: los que han perdido sus trabajos o al menos alguna parte de sus ingresos; los que son considerados trabajadores “esenciales” que deben seguir trabajando durante la crisis –con riesgo para su propia salud–; o los que son teletrabajadores del conocimiento virtual cuyas vidas apenas se han visto afectadas. Los afroamericanos han caído desproporcionadamente entre los dos primeros grupos.

  1. Brutalidad policial

Durante los disturbios contagiados a más de un centenar de ciudades americanas, además del grito “I can’t breathe”, la otra consigna más repetida es “Hands up, don’t shoot”. De esta forma se intenta llamar la atención sobre el número anormalmente elevado de asesinatos cometidos por la policía en EE. UU. (1099 personas el año pasado), en particular de afroamericanos, que tienen tres veces más probabilidades que los blancos de morir a causa de acciones policiales. Cuando se consiguen formalizar cargos contra los agentes implicados en estos casos, los procesamientos que terminan en veredictos de culpabilidad y condenas son excepcionales.

En el capítulo de las muertes por disparos de policías, información que el Washington Post rastrea cuidadosamente desde 2015, 235 personas negras fueron disparadas hasta la muerte el año pasado por agentes de la autoridad en EE. UU. Cifra que representa un 23,5 por ciento de todas las muertes a manos de policías, o casi el doble del porcentaje de la población estadounidense que es negra.How The Civil Rights Movement Was Covered In Birmingham : Code ...

  1. La gran diferencia: Trump

En sus tres años como presidente, Donald Trump ha confirmado con creces su vocación de agitador-en-jefe. Dentro de esa interesada espiral de tensiones, Trump ha jugado con fuego apelando a los peores instintos e instrumentalizando de forma implícita y explicita el problema racial americano. Al demostrar que no hacía falta ser inclusivo para ganar la Casa Blanca, su ganadora estrategia del Make America White Again que tanto sintoniza con el “nacionalismo blanco” ha terminado por contar con la silenciosa complicidad del Partido Republicano.

En política, el caos suele llevar al fracaso. Sin embargo, en la Casa Blanca de Trump la anarquía ha formado parte desde el primer minuto de su forma de hacer política. Dentro de un tono permanente de tensión, y con la excusa del ajuste de cuentas contra las élites del nacional-populismo, Trump ha alimentado constantemente provocaciones más propias de un pirómano político que del presidente de una de las naciones más diversas del mundo.

  1. El retorno a 1968

Descrédito internacional, violencia extrema, sobredosis de miedo e incertidumbre, retroceso económico, polarización política, protestas raciales y populismo desatado. Por el principio de que la historia no se repite pero a veces rima bastante, la misma descripción a brocha gorda de EE. UU. en 2020 se puede aplicar a 1968, el año que realmente nunca ha terminado para el gigante americano y que se ha convertido en la última fuente de inspiración electoral para Donald Trump. En su último paroxismo populista, ante la intensidad del estallido racial sin comparación desde el asesinato de Martin Luther King, no ha dudado en autoproclamarse como el candidato de la ley y el orden, amenazando literalmente con la Biblia y el despliegue de tropas federales.

Para disimular su demencial gestión de la pandemia, el Trump pirómano-y-bombero-a-la-vez ha copiado a Richard Nixon en su victoriosa campaña de 1968. Durante aquel memorable pulso presidencial, que transformó y fracturó para siempre la política americana, Nixon entendió que cuanto más violentos fueran los enfrentamientos raciales en EE. UU., y peores las noticias provenientes de Vietnam, mayores serían sus posibilidades de llegar a la Casa Blanca.

Además de inventarse y jugar con “mayorías silenciosas” y “estrategias sureñas”, Richard Nixon también contó con la maléfica perspicacia de un joven asesor llamado Kevin Philipps que le hizo saber que “el gran secreto” de la política americana no era otro que identificar quién odia a quién. Con toda la zafiedad de la que es capaz para cortejar una minoría más bien vociferante pero suficiente para ganar un segundo mandato, Trump también intenta utilizar el mismo secreto odioso que hizo posible Nixonlandia.

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The Republican Party’s Hidden Racial History

by Timothy N. Thurber

History News Network

On September 17, lawyers from the Brennan Center for Justice at New York University joined the Texas State Conference of the NAACP, the Mexican American Legislative Caucus of the Texas House of Representatives, and others in a lawsuit to overturn a new state voter identification law (Brennan Center).

A month earlier, North Carolina enacted a statute containing several reforms, including a requirement that voters produce government-issued photo identification and a seven-day reduction in the period for early voting.

These and similar proposals in other states have sparked sharp partisan fights. Democrats believe that they violate the Voting Rights Act and constitute deliberate efforts by Republicans to suppress voting by nonwhites, students, and others who by and large do not favor the GOP. Firmly denying any intent of malice against any demographic group, Republicans insist that reforms are needed to combat voter fraud.

Conflicts over voting are as old as the republic, but they have intensified since President Barack Obama’s 2012 re-election and the Supreme Court’s June 2013 decision striking down Section Four of the Voting Rights Act, which determined the states and localities required to seek federal approval for changes in election laws. “Preclearance,” as this policy was commonly known, applied primarily to the South. Republicans have tended to applaud the Court’s ruling, arguing that discrimination against nonwhites once was a problem but is now so rare that federal oversight is no longer needed. Colin Powell stands a rare exception within the GOP; he has denounced the North Carolina statute as morally wrong, based on inaccurate beliefs about the extent of fraud, and politically suicidal. The Republican Party, he contends, should be reaching out to blacks and other nonwhites.

For some observers, these developments are the latest chapter in the shift of the pro-civil rights “party of Lincoln” to a southern-controlled, states’ rights GOP that has little room for African Americans. Didn’t overwhelming majorities of congressional Republicans favor the Voting Rights Act in 1965? Yes. In the Senate, thirty Republicans backed the legislation, and only two opposed. House Republicans voted five-to-one for it. As Republicans have been noting ever since, that was a higher percentage of support than registered by Democrats.

A closer look at the events of 1965, however, reveals that the current Republican approach to voting is more similar to that of a half century ago than the final congressional tallies indicate. So, too, is the contemporary political context.

In March 1965, President Lyndon Johnson proposed legislation that greatly expanded federal authority over state election laws, particularly in the South. The bill contained a “trigger” provision that used voter participation data from 1964 to automatically suspend literacy tests in several southern states and bring those states under the preclearance requirement. This approach would relieve individuals and organizations of many of the considerable legal hurdles (and, in numerous instances, personal risk) of filing lawsuits. That case-by-case method had been tried under the 1957 and 1960 civil rights laws but had resulted in few new black voters.

Led by Everett Dirksen (Ill.), Senate Republicans allied with non-southern Democrats to defeat southerners’ efforts to preserve local autonomy, most notably their attempts to delete the trigger and preclearance provisions. Republicans also backed cloture, which ended the southern Democrats’ filibuster and ensured that the bill would pass.

House Republicans initially rallied behind legislation, offered by Gerald Ford (Mi.) and William McCulloch (Oh.), that enhanced federal jurisdiction compared to earlier civil rights laws but nevertheless preserved more state autonomy compared to Johnson’s. Their bill did not automatically ban literacy tests or contain preclearance requirements. Since the early twentieth century, Republicans had favored literacy tests in their own states and insisted upon maximizing state authority over voting rules, largely in response to high levels of immigration to the Northeast and Midwest. Low levels of black voting, Ford and McCulloch argued, might stem from factors unrelated to discrimination. The pair also pointed out that their legislation would apply to more southern states than did the president’s. Prominent civil rights groups and leaders preferred Johnson’s approach, however.

The Senate’s action, plus the sizable Democratic majority in the House, meant that the Ford-McCulloch legislation had no chance. House Republicans then fell in line with the winning side. Just one of the seventeen Republicans from the ex-Confederate states voted for Johnson’s measure. Southern Republicans, in other words, were just as eager as southern Democrats to limit Washington’s reach.

The political context of the mid-1960s also echoes the present. In 1965, Republicans were debating how to rebuild their party. The 1964 election had been a disaster not just for presidential nominee Barry Goldwater, but for the party as well. A handful of Republicans wanted to more closely align the GOP with the civil rights movement. Doing so, they argued, would increase African American support and help the party with the expanding number of whites, in the South and elsewhere, who favored a more racially egalitarian society. “We have got to get the party away from being an Anglo-Saxon Protestant white party,” Charles Percy asserted. Percy had just lost his bid to be governor of Illinois; he would be elected to the Senate in 1966. Likewise, Governor George Romney (Mi.) fired off a twelve page letter to Goldwater in which he noted that the Arizona senator had received eight million fewer votes than Richard Nixon did in 1960 and voiced alarm over the “southern-rural-white” thrust of the senator’s campaign. “The party’s need to become more broadly inclusive and attractive,” Romney emphasized, “should be obvious to anyone.”

Romney and Percy were minority voices within their party. Most Republicans continued to agree with Goldwater that the black vote was largely unwinnable and essentially irrelevant. Whites far outnumbered African Americans in most of the nation, including most of the South. As Johnson’s bill was being debated, state and local Republicans from Dixie warned northern GOP lawmakers that allying with president would undermine the party’s recent growth in Dixie. Worried that the elimination of literacy tests would mean a large influx of black voters, one Louisiana organization appealed to Nixon to lobby congressional Republicans on the South’s behalf. Illiterate African Americans, they wrote the former vice president, simply followed Democrats’ instructions or sold their votes for beer or a few dollars. The head of the Mississippi GOP predicted chaos “if large numbers of ignorant, illiterate persons are suddenly given the vote.”

Concerns over fraud were not limited to the South. Believing that the Democrats had stolen the 1960 election through fraud in Chicago and elsewhere, the RNC had launched Operation Eagle Eye in 1964. Republicans across the nation tried a variety of techniques to prove that many African American voters were ineligible. Republicans also worked to dissuade blacks from voting by spreading false information in African American neighborhoods regarding the voting process. Operation Eagle Eye flopped, but Republicans would continue to use many of these methods in the decades ahead.

Timothy N. Thurber is Associate Professor of History at Virginia Commonwealth University, and author of The Politics of Equality: Hubert H. Humphrey and the African American Freedom Struggle, and, most recently, Republicans and Race: The GOP’s Frayed Relationship with African Americans, 1945–1974.
– See more at: http://hnn.us/article/153358#sthash.xPizvkxg.dpuf

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