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Ahora que los fascistas están a las puertas del poder en Estados Unidos con la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de 2024, es necesario recordar que el fascismo no es ajeno a la historia estadounidense. Basta recordar la organización pronazi de alemanes residentes de los Estados Unidos conocida como la German American Bund (la Federación Germano-Americana),  el mitin fascista celebrado en el Madison Square Garden y las marchas nazis en la ciudad de Nueva York, ambos a pocos meses del comienzo de la segunda guerra mundial. Y en tiempos muchos más cercanos podríamos mencionar los !Hail, Trump! con lo que los sectores más radicales de la derecha estadounidenses saludaron la «victoria» de Trump en las elecciones de 2016.

En este ensayo, el Dr. Evan Friss nos habla de la  Aryan Library (Librería Aria), que describe como “el cuartel general de facto del nazismo estadounidense”. Esta librería fascista abrió sus puertas en la ciudad de Los Ángeles el mismo mes y año que Franklin D. Roosevelt llegó a la Casa Blanca: marzo de 1933.

Según Friss, el objetivo de la librería era claramente proselitista, pues funcionaba como centro de propaganda pronazi y de reclutamiento. Todo ello con un fuerte mensaje anti-judío que, además, explotaba con fines proselitistas la crisis socioeconómica de la Gran Depresión.

Curiosamente, las autoridades no le prestaron tanta atención a la actividades de los nazis que regenteaban la Aryan Libray, pero los judíos estadounidenses sí. Según el autor, un judío norteamericano llamado Leon Lewis organizó un grupo de personas – judíos y gentiles– que espiaban la librería. Parece que la información que estos recopilaron es una de las fuentes del autor para precisar las actividades que se celebraban en la librería, pero este no lo deja claro.

Friss dedica la segunda parte de su ensayo al análisis de  las librerías de los trabajadores que funcionaron exitosamente antes que  la revolución rusa convirtiera al socialismo en una “amenaza nacional”, y se desatara el famoso red scare de los años 1920. En consecuencia, las librerías socialistas fueron perseguidas por las autoridades federales y estatales.

Evan Friss es profesor de historia en la Universidad James Madison y autor de tres libros: The Cycling City: Bicycles and Urban America in the 1890s (University of Chicago Press, 2015), On Bicycles: A 200-Year History of Cycling in New York City (Columbia University Press, 2019), y The Bookshop: A History of the American Bookstore (Viking, 2024)


Venta de libros intolerantes: cuando los nazis abrieron una librería de propaganda en Los Ángeles

Evan Friss

LITHUB       21 de agosto de 2024

En la primera mitad del siglo XX, las librerías radicales adoptaron muchas formas y, a menudo, sirvieron como parte de campañas multicanal más grandes. Los nazis, al igual que los comunistas y los socialistas, organizaron festivales y desfiles, bailes y conciertos, y escuelas y campamentos para difundir las críticas a la democracia y el capitalismo estadounidenses. Las librerías servían como sus centros intelectuales, los lugares donde circulaban las ideologías, y lugares a los que se les otorgaba al menos un barniz de respetabilidad.

De hecho, la Aryan Library (Librería Aria) era mucho más que un lugar para comprar algo. Fue el cuartel general de facto del nazismo estadounidense.

*

Bigoted Bookselling: When the Nazis Opened a Propaganda Bookstore in Los Angeles ‹ Literary HubLa Librería Aria abrió sus puertas en marzo de 1933, el mismo mes en que Franklin Delano Roosevelt asumió la presidencia y, al otro lado del Atlántico, cuando un antisemita de mediana edad, nacido en Austria, subió al poder. El mensaje de odio de Hitler fue hilado y difundido por una elaborada máquina de propaganda, una máquina con su corazón oficial en Alemania y extremidades que se extendían por todo el mundo a través de un ejército de facilitadores. El objetivo era una revolución internacional, un Imperio Alemán restaurado, una tierra poblada por una raza aria.

Para ganarse a los estadounidenses, se centraron en Los Ángeles, y en Hollywood en particular. Aunque los nazis eran más famosos por quemar libros, también los vendían. La destrucción de libros y el establecimiento de librerías fueron un reconocimiento tácito de la misma verdad: los libros tienen poder.

La librería no ocultaba sus objetivos. En la planta baja, era la parte más visible de la operación de South Alvarado Street que también contaba con un restaurante, una cervecería al aire libre y una sala de reuniones. La comida, la bebida, la socialización y las conferencias de los invitados, junto con la lectura, la discusión y la navegación, tenían la intención de reclutar californianos para la causa nazi.

A medida que se desarrollaba la Depresión, los transeúntes curiosos, incluidos los vagabundos desempleados, aparecían, miraban a su alrededor y charlaban con los libreros, quienes les daban explicaciones fáciles sobre la causa raíz de su sufrimiento. La mayoría de las teorías se reducían fundamentalmente a esto: los judíos controlan todo, y los judíos lo arruinan todo.

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Estadounidenses desempleados en los años 1930

La tienda describía sus especialidades como el anticomunismo y el antisemitismo, que definía como una misma cosa. Una mujer comentó que la librería “realmente le abrió los ojos a las condiciones judeo-comunistas en nuestro país”.

En una noche típica de viernes, veinticinco personas lo visitaron, en su mayoría hombres de unos veinte años que conducían Pontiacs, Buicks y Studebakers. Conocemos estos detalles, así como sus números de matrícula y las horas exactas en las que llegaron y partieron, porque a la vuelta de la esquina había un espía.

Aunque las autoridades minimizaron la amenaza nazi, los judíos estadounidenses no lo hicieron. El mismo año en que abrió la Librería Aria, un abogado judío llamado Leon Lewis estableció un equipo de agentes encubiertos, hombres y mujeres, judíos y gentiles, para exponer los complots nazis, complots para apoderarse de Hollywood y, en última instancia, de Estados Unidos.

El entonces gerente, Paul Themlitz, de treinta y un años, saludaba a todos sus clientes. “Echen un vistazo a esto”, les decía, llevándolos al último número de Liberation, un periódico fascista. Si se mostraban receptivos, los invitaba a una de las oficinas privadas de la trastienda. Aquí estaba el centro neurálgico de los Amigos de la Nueva Alemania, un grupo de inmigrantes alemanes pro-Hitler.

En su tiempo libre, Themlitz escribía cartas a empresas de propiedad alemana advirtiendo sobre los boicots judíos, una obsesión suya. Escribió las cartas en papel oficial con la insignia de la tienda en relieve, un óvalo rojo que rodeaba una gran esvástica.

Themlitz a menudo trabajaba solo, pero a veces empleaba a otro librero, a quien le pagaba un dólar a la semana más alojamiento y comida. Los empleados ideales eran estadounidenses que ya estaban familiarizados con los principios del nazismo. Mein Kampf era lectura obligatoria.

Los periódicos, revistas, folletos y libros, algunos en inglés y otros en alemán, no llegaron por medios tradicionales. La tienda era alimentada por una combinación de editores estadounidenses de nicho que imprimían o reimprimían folletos antisemitas y por barcos de vapor alemanes que transportaban obras ocultas en arpillera. Los funcionarios de aduanas del puerto de Los Ángeles no fueron un gran obstáculo. Themlitz se regodeó (y probablemente exageró) cuando afirmó que un poco de dinero en efectivo y una botella de champán generalmente funcionaban.

Los barcos alemanes también llegaron al muelle 86 de Manhattan, donde los libros llegaron a las estanterías de la librería Mittermeier. Miembro del Partido Nazi, F. X. Mittermeier tenía una tienda en la calle Ochenta y Seis Este. Vendió Mein Kampf, Los judíos te miran y El programa del partido de Hitler.

Cuando los nazis tomaron Manhattan y coparon el Madison Square Garden con esvásticas

Nazis marchando en Nueva York, 1939

En preparación para un mitin de simpatizantes en el Madison Square Garden, la tienda encargó dos mil copias de los cancioneros del Partido Nazi. Una melodía se llamaba “Muerte a los judíos”. Había otras librerías nazis en Chicago y San Francisco.

El negocio en la Librería Aria creció lo suficiente como para justificar un traslado a una ubicación más grande en Washington Boulevard. En la acera había un cartel que dirigía a la multitud, en su mayoría hombres, todos trajes, hacia el interior. Un vendedor de periódicos vendía ejemplares del Silver Ranger. “¡La libertad de expresión se detuvo por los disturbios judíos!”, gritó. Sobre los generosos escaparates de la librería había tres letreros:

ARYAN BOOK STORE
TRUTH BRINGS LIBERATION
SILVER SHIRT LITERATURE

(LIBRERÍA ARIA

LA VERDAD TRAE LIBERACIÓN

LITERATURA DE CAMISAS DE PLATA)

En el interior había un mostrador, un escritorio y una mesa central de tamaño decente. La combinación de colores era verde (para la esperanza) y rojo (para la lealtad). Los discursos de Hitler se reproducían en un fonógrafo.

Un pasillo conducía a una sala de lectura con un generoso pozo de luz donde se reunían los clientes habituales. Doblaron volantes e intercambiaron teorías conspirativas. (Por ejemplo, el presidente Roosevelt era judío, y también lo era el Papa, a pesar de su “nombre italiano”). Fuera de la sala de lectura estaba la oficina de Hermann Schwinn, el líder de los Amigos de la Nueva Alemania y uno de los nazis más notorios de Estados Unidos. La librería no estaba separada de la organización política.

A medida que los espías se infiltraban en la tienda haciéndose pasar por clientes amistosos, otros resistían al aire libre. En dos ocasiones diferentes en 1934, ladrillos y rocas se estrellaron contra las ventanas. Themlitz culpó a los comunistas.

Poco después, Themlitz fue llamado a testificar, aunque no sobre el vandalismo. El Comité McCormack-Dickstein, dirigido por Samuel Dickstein, un congresista judío de Nueva York, fue uno de los varios comités del Congreso de la década de 1930 encargados de investigar las “actividades antiestadounidenses”.

Themlitz no negó haber portado obras antisemitas. Insistió en que no había nada desleal en ello; simplemente estaba compartiendo “la verdad sobre Alemania”. Cuando le mostraron una fotografía de dos banderas con la esvástica en su librería, pidió que el registro reflejara que también había una bandera estadounidense justo fuera de la vista. Y se ofendió gravemente por la acusación de participar en cualquier actividad considerada “antiestadounidense”, un término que consideraba sinónimo de comunismo.

—Si bajaras y miraras por encima de mis ventanas, verías que tengo bastantes libros anticomunistas en mi tienda —añadió con aire de suficiencia—.

Dickstein también interrogó a F. X. Mittermeier, el librero y miembro del Partido Nazi que pagaba cuotas. “¿Tienes a Shakespeare ahí?”, insistió el congresista. —¿Tienes ahí las obras de Dickens?

Mittermeier dijo que no. No era ese tipo de librería.

*

¿Qué era lo que más inquietaba de las librerías? Sin duda, las librerías difundían propaganda y funcionaban como centros de reclutamiento. Sin embargo, el gobierno a menudo sobreestimó la amenaza, especialmente en términos del número y el poder de los comunistas en particular. De hecho, mientras que algunos políticos pintaban a los enemigos con brocha gorda, agrupando a un variopinto grupo de descontentos políticos bajo el singular paraguas del radicalismo, la mayoría de las veces, los nazis estadounidenses (y sus librerías) no eran la principal preocupación.

En las audiencias del Congreso sobre la propaganda nazi, eso se reconoció explícitamente: “Estamos igual de interesados, si no más, en los asuntos anticomunistas”. Las posteriores y más famosas audiencias del Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes se centraron en los comunistas.

De hecho, mientras que algunos políticos pintaban a los enemigos con brocha gorda, agrupando a un variopinto grupo de descontentos políticos bajo el singular paraguas del radicalismo, la mayoría de las veces, los nazis estadounidenses (y sus librerías) no eran la principal preocupación.

Los congresistas estaban alarmados por el creciente número de librerías comunistas. A finales de la década de 1930, probablemente había cerca de cien en los Estados Unidos, algunos dirigidos directamente por el Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA), que enfatizó la importancia de la lectura para que “los trabajadores se armen con el conocimiento teórico como arma indispensable en la lucha de clases”. La organización mantenía “escuadrones de literatura” regionales, con libros en inglés, ruso, alemán y yiddish fácilmente disponibles.

No muy lejos de la Librería Aria de Los Ángeles había una Librería de los Trabajadores, una de las tres tiendas comunistas de la ciudad. También había librerías obreras en Hartford, Pittsburgh, Toledo, Cleveland, Detroit, Filadelfia, Seattle y Minneapolis.

Había una Librería de los Trabajadores de Yugoslavia y otras tres en Chicago (una no muy lejos de Marshall Field & Company). En Nueva York, a mediados de la década de 1930, había una Librería de los Trabajadores en el Bronx, otra en Yonkers, dos en Brooklyn y cuatro en Manhattan, incluida la más prominente de todas en el piso principal (gire a la izquierda) de un edificio de nueve pisos en East Thirteenth Street.

Inaugurada originalmente en 1927 a lo largo de Union Square, la tienda de Manhattan tenía largas filas de libros que abarcaban teoría, “novelas proletarias”, literatura infantil, cultura soviética, artes, sindicalismo, imperialismo y capitalismo. Si existía un barrio radical, era este. Era el hogar de las oficinas del Partido Comunista de los Estados Unidos de América, el cuartel general de las Nuevas Misas y el sitio de los desfiles anuales del Primero de Mayo.

También fue el hogar de los socialistas, concretamente de la librería Rand School, la librería socialista más importante de Estados Unidos. La Escuela Rand de Ciencias Sociales abrió sus puertas en 1906. Con una espantosa desigualdad de ingresos, condiciones de trabajo inseguras y sin un verdadero estado de bienestar, los estadounidenses recurrían cada vez más al socialismo.

Eugene Debs

En 1912, el socialista Eugene Debs se postuló para presidente, obteniendo más de novecientos mil votos. Esto fue antes de la Gran Guerra. Antes de que el socialismo se volviera tan aterrador. Antes de que Debs fuera encarcelado.

La Escuela Rand era el núcleo educativo del movimiento, ofreciendo cursos sobre la historia y la teoría del socialismo, composición y oratoria, así como una escuela dominical para niños. Destacados pensadores, escritores, activistas y autores, socialistas o no, impartieron clases y conferencias nocturnas, entre ellos W.E.B. Du Bois, William Butler Yeats, Jack London, Charlotte Perkins Gilman, Carl Sandburg, Bertrand Russell, Elizabeth Gurley Flynn, Upton Sinclair, Clarence Darrow, Helen Keller, John Dewey, H.G. Wells y Diego Rivera.

En 1918, más de cinco mil estudiantes, en su mayoría trabajadores veinteañeros, muchos de ellos inmigrantes judíos, asistían a clase en la Casa del Pueblo, un hermoso edificio de piedra rojiza y ladrillos con su nombre estampado en letras de gran tamaño en el quinto piso. Cualquiera que pasara por East Fifteenth Street entre la Quinta Avenida y Union Square, a solo unas vueltas de Book Row, no podía perderse la línea de ventanas enmarcadas en arcos. En el interior había pilas de libros y revistas, periódicos y folletos, y tablones de anuncios con volantes.

Aunque vendía textos a los estudiantes, el Rand era más que una librería escolar. Era un lugar de reunión con un restaurante cooperativo en el mismo edificio. Mientras que otras librerías luchaban por atraer trabajadores (“Nunca llegamos realmente a los trabajadores”, se lamentaban los libreros del Sunwise Turn), el Rand lo hizo, y ganó dinero haciéndolo.

Durante el año académico 1918-1919, totalizó más de $50,000 en ventas, mucho más que la librería promedio. La gente hacía pedidos por correo desde todo el país, y los clientes sin afiliación a Rand hojeaban la selección de periódicos y revistas alternativos de la tienda: The New York Communist, The Workers’ World y Margaret Sanger’s Birth Control Review. Floreció una amplia gama de folletos y libros, algunos publicados por la propia tienda, incluidas las ediciones de El Manifiesto Comunista, Mujeres del Futuro y El hombre asalariado.

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En junio de 1919, los funcionarios estatales lanzaron una redada contra organizaciones de Nueva York sospechosas de conspirar para derrocar al gobierno. Cincuenta agentes marchando en parejas saquearon la librería de la Escuela Rand, llevándose cajas de libros hasta bien entrada la noche. El New York Times aplaudió y calificó al Rand como un centro de lavado de cerebro que fomentaba el “odio”. El fiscal general de Nueva York prometió cerrar la librería para siempre con el argumento de haber distribuido “el tipo más rojo de propaganda roja” y, lo que es peor, de haber radicalizado a “los negros”.

Bajo la Administración de Recuperación Nacional, el gobierno finalmente les había dado a los editores y a la Asociación Estadounidense de Libreros lo que habían estado presionando durante mucho tiempo (y lo que la Corte Suprema había negado anteriormente): una legislación que prohibiera a los libreros hacer descuentos.

El abogado de la Rand School, que trabajaba pro bono y se identificaba a sí mismo como antisocialista, argumentó que la librería vendía miles de títulos, incluidos clásicos que no tenían nada que ver con el socialismo. “La Biblioteca Pública de Nueva York y probablemente todas las demás grandes bibliotecas públicas y librerías tienen en sus estantes cientos de libros del carácter que usted condena”, escribió. “¿Por qué no confiscar sus propiedades y abrir sus cajas fuertes?”

Acusó al Estado de “malgastar” tiempo y dinero “desenterrando” libros expuestos abiertamente en los amplios ventanales, impresos en catálogos y anunciados en los periódicos.

Con facciones que tiraban en direcciones opuestas, el Partido Socialista de América se dividió en 1919, lo que llevó a la formación del CPUSA. El comunismo creció a medida que el Partido Socialista —y las librerías socialistas— comenzaron a desvanecerse. A mediados de la década de 1930, la librería Rand School, que una vez había ayudado a financiar la escuela, tenía solo alrededor de $ 8,000 en ventas anuales, en comparación con los más de $ 50,000 de dos décadas anteriores. Los pequeños gastos —teléfono, toallas, papelería, limpieza de ventanas— se sumaban. La tienda estaba sangrando dinero.

Dos cuadras al sur, la Librería de los Trabajadores se convirtió cada vez más en un destino. Albergaba grupos de lectura, exposiciones sobre la historia del marxismo y una biblioteca circulante donde los miembros del partido tomaban prestados libros por quince centavos a la semana. También se puso a la venta ropa procomunista. Muestre su apoyo a la causa, instó el personal de la tienda, con un botón anti-Hearst o una tarjeta de felicitación progresista.

La tienda ofrecía ventas periódicas a los trabajadores (disponibles en cualquier Librería de Trabajadores de todo el país), distribuía folletos, emitía un boletín informativo regular y vendía entradas para bailes, bailes y charlas de Emma Goldman. Era un centro físico donde cualquiera podía leer sin cesar sobre el comunismo y conocer a los verdaderos comunistas.

Archivo:El libro negro del terror nazi en europa.jpg - Wikipedia, la enciclopedia libreLa Librería de los Trabajadores también almacenaba obras antinazis. Entre ellos se encontraba El Libro Marrón del Terror de Hitler, que afirmaba que el gobierno nazi era responsable del incendio del Reichstag, sede del Parlamento alemán.

En 1934, A.B. Campbell lo encontró en la estantería. Estaba alarmado. No era el contenido. El precio era demasiado bajo. Bajo la Administración de Recuperación Nacional, el gobierno finalmente les había dado a los editores y a la Asociación Estadounidense de Libreros lo que habían estado presionando durante mucho tiempo (y lo que la Corte Suprema había negado anteriormente): una legislación que prohibiera a los libreros hacer descuentos.

La administración Roosevelt coincidió en que la reducción de precios “oprimió a los pequeños libreros independientes”. El nuevo Código de los Libreros exigía que los libros tuvieran un precio, al menos durante los primeros seis meses después de la publicación, a los precios de lista de los editores. Una Autoridad Nacional del Código de Libreros de nueve personas se encargó de la supervisión. En realidad, la ABA se encargó de la mayoría de las quejas.

Resultó que la acusación contra la Librería de los Trabajadores se derivó de una pista de alguien de Macy’s, el objetivo mismo de la legislación federal. El Daily Worker calificó a la tienda departamental como “uno de los más notorios recortadores de precios, cuando se trata de vender la basura de los editores”. Al final, el caso fue abandonado y el Código de los Libreros duró poco más de un año. En ese momento, la Corte Suprema la anuló una vez más, considerando que la NRA era inconstitucional.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

De las muchas mentiras que dijo Trump en la pasada campaña electoral, una de las más terribles por su connotaciones raciales y su peligrosidad, fue afirmar que inmigrantes ilegales haitianos se comían las  mascotas de los vecinos de la pequeña ciudad de Springfield en Ohio. A pesar de que fue rechazada de forma inmediata y categórica por las autoridades de Springfield, la acusación resonó a nivel nacional, especialmente, a través de la redes sociales y los medios noticiosos. Unos de sus propagadores más efectivo es el ahora Vicepresidente electo, J. D.  Vance, cuya entrada en X fue reproducida por millones de personas.

Esta acusación no se dio en un vacío histórico, sino que es una vieja táctica usada por políticos blancos para sembrar miedo y rechazo contra los inmigrantes de color, particularmente los de ascendencia asiática. En este caso los haitianos fueron   víctimas del racismo y la discriminación característicos del trumpismo, que les puso en la mira de los extremistas, quienes no tardaron con sus campañas de acoso y odio.

No todos los estadounidenses han sido tan crueles y racistas con los haitianos. En este ensayo, la historiadora Leslie M. Alexander analiza como un grupo de abolicionistas negros del periodo previo la guerra civil, vieron en Haití un faro de esperanza y cómo presionaron al gobierno estadounidense para que reconociera a la nación haitiana como un país soberano.

Cierra su análisis con una reflexión de cómo Estados Unidos y el Occidente el general nunca le perdonaron – ni parecen todavía perdonarle a Haití– que sea negro. En palabras de la autora: “Debido únicamente a su negritud, el mundo abusó perpetuamente de Haití y se sintió justificado para explotar a sus ciudadanos, su tierra y sus recursos naturales”.

Queda por ver cómo la administración Trump tratará a los haitianos: si los hará víctimas nuevamente solo por ser negros.

La Dra.  Alexander es profesora de Historia en la Universidad de Rutgers, donde se especializa en la historia temprana de los afroamericanos y la diáspora africana. Es autora de African or American?: Black Identity and Political Activism in New York City, 1784-186; African or American?: Black Identity and Political Activism in New York City, 1784-1861 y Fear of a Black Republic: Haiti and the Birth of Black Internationalism in the United States.

Estados Unidos nunca ha perdonado a Haití

 Leslie M. Alexander

Public Books 11 de enero de 2024

Frederick Douglass soñaba con Haiti. Anhelaba estar en suelo haitiano, el único lugar de las Américas donde los africanos esclavizados habían erradicado por completo la esclavitud, derrocado el colonialismo europeo y establecido una nación independiente. En Haití, Douglass vio el potencial de la raza negra, la evidencia física y tangible de que los negros podían ser libres, iguales y soberanos. A pesar de las “astutas maquinaciones” del mundo occidental para “aplastarlo”, Douglass escribió en 1861: “Haití ha mantenido durante más de sesenta años un sistema de gobierno libre e independiente y… Ninguna potencia hostil ha sido capaz de doblegar el orgulloso cuello de su pueblo a un yugo extranjero. Ella se destaca entre las naciones de la tierra, merecedora de respeto y admiración”.1 Para Douglass, no había lugar más importante para la libertad negra global.

Frederick Douglass

Frederick Douglass

La obsesión de Douglass con la soberanía haitiana no era única. La mayoría de los activistas negros estadounidenses durante la era anterior a la guerra veían a Haití con una reverencia similar. Libre del hedor del racismo y la esclavitud que se cernía sobre Estados Unidos, Haití demostró que los antiguos esclavos podían llegar a ser libres, iguales e independientes, y el país sirvió como prueba irrefutable de que la esclavitud y la supremacía blanca podían ser derrotadas. A principios del siglo XIX, la independencia haitiana inspiró el activismo negro, que iba desde revueltas de esclavos hasta olas de migración diseñadas para ayudar a fortalecer la nación negra. Pero, sobre todo, los negros de Estados Unidos se sintieron cautivados por la soberanía de Haití. 2.

En junio de 1804, un autor anónimo que se hacía llamar “Un hombre de color herido” publicó una carta abierta al jefe de estado haitiano Jean-Jacques Dessalines en la que lo honraba por proteger la independencia de Haití hasta su “último aliento”. A través del valiente liderazgo de Dessalines, Haití pudo mostrar al mundo que todos los intentos de negar la libertad y la soberanía de los negros “terminarían en la desgracia y la ruina de sus adversarios”. Al fin y al cabo, recordó a Dessalines, “un pueblo unido y valiente… son un baluarte invencible contra un imperio de traición, violencia y ambición implacable”.3

Otros activistas negros se hicieron eco de estos sentimientos, elogiando el éxito de Haití y su soberanía. En 1824, el abolicionista Thomas Paul elogió la próspera economía, el sistema educativo y el gobierno eficaz de Haití. También elogió a los haitianos por su determinación de “vivir libres o morir gloriosamente en defensa de la libertad”.4 William Watkins, Sr., también declaró que la mera existencia del país asestó un poderoso golpe contra la ideología supremacista blanca. “No recuerdo nada tan cargado de importancia trascendental, tan preñado de interés para millones de personas que aún no han nacido”, reflexionó, sobre la independencia haitiana. La república soberana afirmaba que el pueblo negro “nunca fue diseñado por su Creador para sostener una inferioridad, o incluso una mediocridad, en la cadena de los seres; sino que son tan capaces de mejoras intelectuales como los europeos, o los pueblos de cualquier otra nación sobre la faz de la tierra”.5

Durante décadas, los activistas negros estadounidenses deleitaron al público con historias de la libertad y la independencia de Haití, estableciéndola como el modelo ideal para la lucha por la libertad de los negros. Pero a finales de la década de 1820, este argumento se había vuelto cada vez más difícil de hacer. En 1825, Francia finalmente accedió a reconocer la soberanía haitiana, pero solo después de obligar al gobierno haitiano a un acuerdo desastroso, conocido como la indemnización, que encadenó a la naciente nación en un acuerdo financiero usurario e insostenible.6 Obligado a pagar reparaciones por su independencia, Haití se sumió en una devastadora crisis económica. Los líderes negros de Estados Unidos observaban impotentes, pero su apasionado compromiso nunca flaqueó. En cambio, defendieron fielmente la soberanía haitiana con la firme creencia de que la república negra eventualmente cumpliría sus sueños.

Dra. Leslie M. Alexander

En 1827, poco después de que las repercusiones de la indemnización se hicieran dolorosamente evidentes, los editores de periódicos negros John Russwurm y Samuel Cornish celebraron el ascenso de Haití como una nación libre y soberana. En sus mentes, Haití era un testimonio del potencial de la raza negra en todo el mundo. “Hemos visto el establecimiento de una nación independiente por hombres de nuestro propio color”, escribieron. “El mundo lo ha visto; y su éxito y durabilidad están ahora fuera de toda duda”.7 Africanus, un corresponsal anónimo de su periódico, compartió puntos de vista similares meses después, aclamando el autogobierno negro y regodeándose en el brillante éxito de Haití. “La república de Haití”, escribió, “exhibe un espectáculo hasta ahora no visto en estos días modernos y degenerados: ahora está demostrado que los descendientes de África son capaces de autogobernarse”.8

A principios de la década de 1830, las condiciones habían empeorado drásticamente. En Haití, la indemnización causó estragos en todo el país, causando depresión económica e inestabilidad política. Y en Estados Unidos, a medida que la esclavitud se expandía rápidamente, los líderes políticos estadounidenses negaron repetidamente la soberanía de Haití.9 Aun así, los activistas negros defendieron firmemente la independencia de Haití e insistieron en el derecho de Haití al reconocimiento mundial. En 1831, María Stewart arremetió contra los estadounidenses blancos por negar la soberanía de Haití y predijo que los enemigos del país sufrirían la ira de Dios. “Has reconocido a todas las naciones de la tierra, excepto a Haití”, escribió. “Estoy firmemente persuadido de que [Dios] no permitirá que usted sofoque para siempre los espíritus orgullosos, intrépidos e intrépidos de los africanos; porque a su debido tiempo, él es poderoso para defender su propia causa contra ti, y derramar sobre ti las diez plagas de Egipto”.10

La rabia justificada de María Stewart pronto se convirtió en un movimiento formal. Entre 1837 y 1844, los abolicionistas bombardearon el Congreso de los Estados Unidos con peticiones que exigían el reconocimiento de la soberanía haitiana.11 Y en una crítica mordaz, Samuel Cornish denunció el poder que el racismo y la esclavitud ejercían sobre la política exterior de Estados Unidos. “No hay disculpas que justifiquen, o incluso atenúen nuestra mezquindad y culpa, al negarnos a reconocer a Haití”, arremetió. “¿Es el pueblo estadounidense tan débil y malvado como para imaginar que puede contrarrestar la economía de Dios y pisotear a los hombres de color para siempre y en todas partes?” Indignado de que el alcance de la esclavitud se extendiera al otro lado del océano para condenar a Haití, la única república negra soberana de las Américas, Cornish resolvió obtener justicia.12

En última instancia, esta primera campaña fracasó, pero los abolicionistas negros de EE.UU. no se rindieron a la causa y continuaron la lucha durante toda la era anterior a la guerra. En 1857, James Theodore Holly reiteró la importancia de Haití en la batalla contra la esclavitud y la supremacía blanca, recordando a sus lectores que durante siglos, se habían acumulado “viles calumnias y calumnias repugnantes” sobre los negros para justificar su esclavitud y opresión, pero Haití había demostrado que todos estaban equivocados. La resiliencia de Haití encendió “las brasas latentes del respeto por sí mismo” que parpadeaban en los corazones de todas las personas negras y las inspiró a abrazar su destino como personas libres e independientes.13 Del mismo modo, Frederick Douglass hizo un llamamiento a la solidaridad panafricana entre los negros estadounidenses y los haitianos, insistiendo: “Haití es un país que debe permanecer siempre… querido por todos los hombres de color en América. Creemos que ella no sólo pertenece a los haitianos, sino también a nosotros, y que nuestra fortuna está en cierta medida relacionada con la suya.14

Mientras tanto, a lo largo de las décadas de 1840 y 1850, los políticos estadounidenses conspiraron en secreto para derrocar al gobierno haitiano y volver a imponer la esclavitud. Cada vez, sus esfuerzos se vieron obstaculizados.15 Entonces, en 1861, sus intrigas tomaron un giro extraño e inesperado. El presidente Abraham Lincoln pidió al Congreso que considerara reconocer formalmente tanto a Haití como a Liberia, país de África occidental. A primera vista, esto parecía ser una victoria para los abolicionistas negros. El Congreso finalmente aprobó un proyecto de ley que reconocía su independencia y extendía el reconocimiento diplomático.16 Sin embargo, pronto surgió un motivo insidioso.

De hecho, los políticos estadounidenses no habían experimentado un repentino despertar moral. Solo acordaron extender las cortesías diplomáticas porque servía a los intereses económicos de Estados Unidos. Empapado de racismo y codicia, el debate en el Congreso expuso su verdadero plan: controlar y explotar los recursos naturales de Haití.17 Como explicó Frederick Douglass, los blancos siempre vieron a los negros con “dólares en los ojos” y, por lo tanto, las políticas del gobierno de Estados Unidos hacia Haití y Liberia fueron impulsadas únicamente por el dinero. Cuando pusieron sus ojos en Haití, no vieron una república negra magnífica y resplandeciente; Solo vieron “Doscientos millones de dólares invertidos en los cuerpos y almas de la raza negra, una montaña de oro… [que servía como] una tentación perpetua de hacer injusticia a la raza de color”.18

Douglass tenía razón. Menos de una década después de que Estados Unidos reconociera la soberanía haitiana, los políticos y empresarios estadounidenses pusieron sus ojos imperialistas en la nación negra. A partir de finales de la década de 1860 y hasta la década de 1870, Estados Unidos intentó, nuevamente, anexionarse la isla, con la esperanza de adquirir los recursos de Haití. Esta idea era particularmente atractiva para los capitalistas estadounidenses, ya que la esclavitud había sido abolida recientemente dentro de las fronteras de los Estados Unidos. Aunque la anexión formal fracasó, las cruzadas del gobierno de Estados Unidos se expandieron drásticamente, comenzando con una brutal ocupación militar en 1915 y continuando a lo largo del siglo XX, logrando finalmente el control económico sobre Haití que los líderes políticos y empresariales de Estados Unidos habían estado buscando durante décadas.19

Soldados estadounidenses durante la ocupación de Haití

Lo que nos lleva al momento contemporáneo, un momento en el que simultáneamente honramos el 220 aniversario de la independencia de Haití y también lamentamos la batalla de siglos que el mundo occidental blanco ha librado contra Haití. Ahora, más que nunca, nos obsesionan las palabras de Frederick Douglass en 1893. Más de tres décadas después de soñar con la soberanía de Haití, reflexionó con tristeza sobre cómo Haití había sido maltratado en la arena política mundial. “Haití es negro”, dijo rotundamente, “y todavía no hemos perdonado a Haití por ser negro”. “Mucho después de que Haití se hubiera sacudido las cadenas de la esclavitud, y mucho después de que su libertad e independencia hubieran sido reconocidas por todas las demás naciones civilizadas”, concluyó, “continuamos negándonos a reconocer el hecho y la tratamos como si estuviera fuera de la hermandad de naciones”. Debido únicamente a su negritud, el mundo abusó perpetuamente de Haití y se sintió justificado para explotar a sus ciudadanos, su tierra y sus recursos naturales.20

Ahora debemos comenzar el arduo trabajo de reparación, para que podamos tener un ajuste de cuentas honesto con el largo y doloroso viaje de Haití: los primeros 100 años, cuando el país sufrió el escarnio, la exclusión y el robo financiero por parte de la comunidad política mundial; sus segundos 100 años, continuando ahora en su tercero, cuando los políticos y líderes corporativos estadounidenses han ocupado, controlado, manipulado y explotado a Haití, promulgando una serie de políticas y estrategias abusivas simplemente porque Haití es una nación negra que insistió en su derecho a la libertad y la soberanía.

Pero esa justicia reparadora no puede comenzar hasta que Estados Unidos y el mundo occidental blanco decidan finalmente que están dispuestos a perdonar a Haití por ser negro.


Este artículo es parte de una serie encargada por Marlene L. Daut en el 220 aniversario de la independencia de Haití.

  1. Douglass’ Monthly, May 1861. 
  2. Leslie M. Alexander, Fear of a Black Republic: Haiti and the Birth of Black Internationalism in the United States(University of Illinois Press, 2022). 
  3. Spectator, June 12, 1804; Alexander, Fear of a Black Republic, pp. 17–24. 
  4. Columbian Centinel, July 3, 1824. 
  5. Genius of Universal Emancipation, August 1825. 
  6. Laurent Dubois, Haiti: The Aftershocks of History(Picador, 2012), pp. 7–8. 
  7. Freedom’s Journal, April 6, 1827. 
  8. Freedom’s Journal, October 12, 1827. 
  9. Alexander, Fear of a Black Republic, pp. 55–62; 70–83. 
  10. Maria W. Stewart, Meditations from the Pen of Mrs. Maria W. Stewart(W. Lloyd Garrison & Knap, 1879), p. 33. 
  11. Alexander, Fear of a Black Republic, pp. 105–32. 
  12. The Colored American, November 10, 1838. Emphasis is his. 
  13. James Theodore Holly, A vindication of the capacity of the negro race for self-government, and civilized progress, as demonstrated by historical events of the Haytian revolution and the subsequent acts of that people since their national independence(W. H. Stanley, printer, 1857), pp. 6, 45. 
  14. Douglass’ Monthly, June 1861. 
  15. Alexander, Fear of a Black Republic, pp. 152–55; 172–79. 
  16. Alexander, Fear of a Black Republic, pp. 221–35. 
  17. Alexander, Fear of a Black Republic, pp. 221–29. 
  18. Douglass’ Monthly, May 1861; Alexander, Fear of a Black Republic, p. 235. 
  19. Millery Polyné, From Douglass to Duvalier: U.S. African Americans, Haiti, and Pan Americanism, 1870–1964(University Press of Florida, 2010), pp. 34–43; Gerald Horne, Confronting Black Jacobins: The United States, The Haitian Revolution, and the Origins of the Dominican Republic (Monthly Review Press, 2015), pp. 285, 288–315; Brandon Byrd, The Black Republic: African Americans and the Fate of Haiti (University of Pennsylvania Press, 2019), pp. 30, 44–49; Alexander, Fear of a Black Republic, pp. 244–58. 
  20. Frederick Douglass, Lecture on Haiti: The Haitian Pavilion Dedication Ceremonies Delivered at the World’s Fair, in Jackson Park, Chicago, January 2nd, 1893(Violet Agents Supply Company, 1893), p. 9. 

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

Como parte del Primer Ciclo de Conferencias: Avances en el Estudio de la Política Exterior del Perú, el 20 de noviembre la Lic. Belén Albinagorta Aparicio analizará las relaciones de Perú con la URSS y China Comunista durante el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. El ciclo dd conferencias es organizado por el Grupo de Investigación de la Historia de las Relaciones Internacionales, al cual me honra pertenecer.

Inscripciones: gihriperu@gmail.com

En esta nota el periodista Juan Navarro comenta el documental Henry Fonda for President del austríaco Alexander Horwarth.  Como bien señala Navarro, Ford fue uno de los actores icónicos de Hollywood, que interpretó una amplia variedad de personajes. Según el autor, Horwarth usa las películas de Ford como fuentes para analizar la historia estadounidense. Desde las guerras contra los amerindios hasta la desastrosa intervención en Vietnam, las películas de Ford retratan la complejidad de la sociedad norteamericana.

El documental también le sirve a su creador para comentar y criticar a la sociedad estadounidense actual: la megalomanía de Trump, el racismo, el discurso anti-inimigrante, el extremismo religioso, la desinformación, el fundamentalismo cristiano, etc.

Navarro es colaborador del diario El País y posee un máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid.


16 mai : 1905, naissance de l'acteur Henry Fonda | Addict Culture

De Lincoln a Trump: guía para entender la historia de EE UU a través de las películas de Henry Fonda

Juan Navarro

 El País 23 de octubre de 2024

Henry Fonda vivió entre 1651 y 1976, al menos cinematográficamente. El actor estadounidense, uno de los mitos del siglo XX, participó en películas ubicadas históricamente entre esas dos fechas, 325 años donde interpretó a personajes de Estados Unidos absolutamente dispares. Desde cowboys de buen corazón en wésterns al miembro rebelde de un jurado, desde galán en varios siglos a político y militar en grandes dramas o presidentes de Estados Unidos como Abraham Lincoln, Fonda plasmó en su legado artístico el desarrollo de su país. El historiador austriaco de cine Alexander Horwath ha presentado en la  Seminci  su documental Henry Fonda for Presidentconstruido con entrevistas y extractos de intervenciones de Fonda, donde analiza la historia ideológica y social de Estados Unidos apoyándose en la figura del mito. “A Henry Fonda le costaría entender el siglo XXI”, asegura Horwath, sobre las tensiones sociales y territoriales, las guerras políticas y las falsedades actuales que triunfan en EE UU.

El cineasta austriaco ha plasmado en las tres horas de su filme esos cuatro siglos abarcados por la filmografía de Fonda, a través de la cual se inmortalizan episodios fundamentales como las guerras contra los nativos americanos o la guerra de Vietnam. “El cine ya no tiene la función de reflejar la sociedad”, teme Horwath, frustrado con la simpleza actual del cine estadounidense en comparación con la variedad de temáticas y dimensiones de la época dorada de Hollywood, con Fonda como rostro principal en filmes que explican un país complejo. El documentalista ha recurrido al archivo para, como un gran puzle, estructurar en torno a sus películas todos los movimientos que conducen hacia los actuales Estados Unidos. Como guía, la voz del actor, tanto en sus interpretaciones como en la última entrevista que concedió en 1981, antes de morir, meses después, a los 77 años.

Henry Fonda | Cine | EL PAÍSEl cineasta cree que a Henry Fonda, un actor camaleónico, destacado por su capacidad para rodar sin repetir, a una sola toma, y por su enorme capacidad de adaptación, le costaría mucho entender los tiempos modernos. Por lo pronto, explica Horwath, sería incapaz de representar a una figura histriónica, promotora de la violencia y el bulo, como el expresidente y vigente candidato republicano Donald Trump. “Creo que no estaría interesado en interpretar el papel y que no podría desde su propia personalidad”, observa el director, sobre un intérprete que durante su carrera demostró sus firmes convicciones a favor del Partido Demócrata, pese a que en su juventud se mostró afín a los republicanos.

Sobre Trump, Horwarth asegura que las inminentes elecciones de Estados Unidos, claves para el devenir internacional porque condiciona el futuro geopolítico, no deberían centrarse en torno a un personaje histriónico y con el historial de Trump. El magnate, reflexiona, opaca la historia y la responsabilidad del Partido Republicano, donde aprecia que aún hay electorado e integrantes defensores de esas ideas centenarias pero contrarias a la megalomanía de Trump: “Antes había un Partido Republicano racional, que pensaba en el bien común y no solo en su bien propio”.

Archivo:Jane Fonda & Henry Fonda & Peter Fonda, 1950s.jpg - Wikipedia, la enciclopedia libreLa hipertensión actual, en la era de los bulos y la desinformación, con la fugacidad de las redes sociales como alternativa a los medios tradicionales, conlleva también repercusiones en el cine. “Antes estaba al mismo nivel que la radio en la clasificación de los medios más influyentes; el papel del cine era central para la cultura popular: por las historias, los significados…”, reflexiona el austriaco. Las películas eran disfrutadas por audiencias masivas y reflejaban lo que experimentaban las sociedades. “El cine daba una visión más compleja de la sociedad que las redes sociales dominantes, que son muy extremas. Hoy el cine ha perdido esa función”, lamenta, pesimista.

También cambia la sociedad, y algunos personajes de Henry Fonda tendrían que mutar radicalmente: del persuasivo integrante de un jurado popular en Doce hombres sin piedad ya no serviría tan fácilmente, expone, su raciocinio y argumentación: “Es capaz de ver desde diferentes perspectivas. No sé quién triunfaría en una situación similar hoy, cuando triunfan los comportamientos seguros de sí mismos, muy agresivos. Por mucho que estamos en una época democrática y deseemos que los argumentos valgan más que la agresividad”.

La corriente internacional ha provocado que en la Austria natal del cineasta haya vuelto a triunfar la extrema derecha, una aciaga deriva política imposible de evitar durante el discurso de Horwath. El director expone los dos ejes del mensaje reaccionario actual, que triunfa a ambos lados del Atlántico: el racial, que usa como arma la inmigración, y el tradicionalista, apoyada en el fundamentalismo cristiano y enemiga de derechos sociales como el aborto: “El extremismo religioso tiene muchos puntos en común, sea cual sea la religión”. De fondo, las guerras en Ucrania, en Gaza, en África, una sucesión incesable de enfrentamientos: “Quizá la Tercera Guerra Mundial consista en estas guerras pequeñas y localizadas, y solo se vea así en 2050”.

 

Es indiscutible que Estados Unidos experimenta un proceso de decadencia y descomposición que la elección presidencial de este año podría acelerar. Atrás quedaron los años de hegemonía e influencia global. Hoy, los Estados Unidos enfrentan serios retos en un mundo cada vez más multipolar y al cual el liderato estadounidense tiene problemas adaptándose.

La causas de esta decadencia son muchas, y como bien nos señalan los periodistas Iker Seisdedos y Miguel Jiménez en esta nota publicada en el diario El País, una de ellas es el estancamiento y la crisis de su sistema político. Según ellos, Estados Unidos es una democracia defectuosa por varias razones. La primera es que su constitución, que fue escrita en 1787,  es casi sagrada y muy difícil de cambiar y, por ende, de adaptar a las necesidades actuales de la nación estadounidense. En segundo lugar, gracias al colegio electoral, Estados Unidos es la única democracia de este planeta cuyo presidente no es electo de forma directa por los ciudadanos. Tercero, un rama legislativa disfuncional  y atrapada por el filibusterismo y la polarización política. En cuarto lugar está el bipartidismo y la crisis de los partidos nacionales. La rama judicial, y en especial la Corte Suprema con jueces nombrados a perpetuidad y sin limitaciones éticas, ocupa el quinto lugar.  Sexto, el famoso gerrymandering, es decir, la redistribución de los límites de los distritos electorales para favorecer a uno u otro de los dos partidos nacionales. Séptimo, la corrupción de la financiación de las campañas políticas que, por ejemplo, le permite a Elon Musk invertir $75 millones en la elección de Donald Trump. Y por último, la tendencia histórica a dificultar el derecho al voto por diversos medios y obstáculos.

Como bien señalan los autores, resolver estos problemas para democratizar a  Estados Unidos es muy complicado por los intereses políticos en pugna.  Pareciera que no hay forma de frenar la decadencia de la que la Madeline Albright llamara en un rapto de arrogancia imperial la nación indispensable. Están por verse las consecuencias de la decadencia del imperio estadounidense.


 

¿Estados Unidos sigue siendo el país de las oportunidades? Un experto analiza el “sueño americano” de hoy | Internacional | Noticias | El Universo

Por qué Estados Unidos es una democracia defectuosa

Iker Seisdedos      Miguel Jiménez

El País  19 de octubre de 2024

El decano de la Facultad de Derecho de Berkeley, Erwin Chemerinsky, imagina en su nuevo libro una solución a los problemas que, considera, se derivan de la virtualmente irreformable Constitución estadounidense: “Un divorcio no violento, de mutuo acuerdo, del que surgieran dos o más países”, escribe en No Democracy Lasts Forever (ninguna democracia dura para siempre, sin edición en español). Los Estados de la costa oeste formarían una nueva nación, llamada Pacífica, a la que podrían unirse los territorios demócratas de la otra costa “e incluso Illinois”. Las partes republicanas del sur y del Medio Oeste se irían por su lado, aunque entre ambos bloques salidos de esa secesión sería necesario un acuerdo para asegurar la libertad de movimientos de sus ciudadanos y el libre comercio.

Algo no funciona cuando los juristas se ven empujados a ejercer de novelistas de ciencia ficción. Para Chemerinsky, eso que no funciona es la Constitución estadounidense, y no está solo en su análisis. Un coro de voces, sobre todo desde la izquierda, coincide en señalar los defectos del texto fundamental como una de las amenazas más graves para el futuro de la democracia más longeva y estable del mundo, después de que sus aciertos hayan cimentado más de dos siglos de prosperidad y libertades. En ese documento, aprobado en 1787 y que no se toca desde hace medio siglo, está, según ese análisis, el origen de tres problemas: la institución del Colegio Electoral, la composición del Senado y el funcionamiento del Tribunal Supremo.

Esos problemas —junto a otros como la supresión del voto de las minorías o la invasión del dinero sucio en las campañas electorales— no son nuevos, pero adquirieron otra dimensión con el ascenso de Donald Trump al poder en 2016, año en el que el índice de The Economist sacó al país del saco de las democracias plenas para meterlo en el de las defectuosas. “Seguimos siendo una democracia, pero sumamente enferma”, coincide Steven Levitsky, cuyo último libro, The Dictatorship of the Minority, escrito junto a Daniel Ziblatt, es una contundente llamada de atención sobre ese deterioro. La proximidad de las elecciones, las más trascendentales que se recuerdan, es una oportunidad para radiografiar los fallos del sistema y plantear, con la ayuda de expertos, posibles soluciones.

US Constitution Fast Facts | CNN

La Constitución ¿intocable?

Del musical Hamilton a la obligación de memorizar su preámbulo en primaria, la Constitución sigue reverencialmente presente en la vida estadounidense. Pero ¿aún es útil un texto escrito hace más de dos siglos para una nación pequeña y en ciernes? “Nadie pudo imaginar entonces que se convertiría en una república tan grande y expansiva”, advierte Josep M. Colomer, politólogo de la Universidad de Georgetown, en Washington. “Su redacción fue un experimento nuevo, y, consecuentemente, sus redactores pagaron la novatada”.

Cambiarla es tan difícil que esa certeza ha matado frecuentemente el debate antes de nacer: hace falta una mayoría cualificada de dos terceras partes de ambas Cámaras y el acuerdo de tres cuartas partes de los 50 Estados, números hoy por hoy inalcanzables, con el Senado y la Cámara de Representantes limpiamente divididos por la mitad. Al texto se le han hecho 27 enmiendas, 10 de las cuales llegaron pronto, cuatro años después de su aprobación y como parte del paquete de la Carta de Derechos. La última vez que se modificó fue en 1971, para rebajar a los 18 años la edad para votar.

Quienes creen en la urgencia de mejorarla —o incluso redactarla de nuevo— consideran que los enormes cambios sociales registrados en ese medio siglo obligan a pensar que es posible. Recuerdan que en ella está también el pecado original de esta nación, porque sus redactores no hicieron nada por acabar con la institución de la esclavitud. Los que la veneran como un milagro de adaptación a los tiempos, casi siempre desde posiciones conservadoras, suelen echar mano de una frase del escritor abolicionista Frederick Douglass: “La Constitución no significa lo que dice”. El politólogo Yuval Levin, que defiende que en el texto fundamental está la “solución y no el problema” de la democracia estadounidense, es uno de ellos. Son, una vez más, dos bandos irreconciliables. “[Este país] se fundó sobre un conjunto de ideas, pero los estadounidenses están tan divididos que ya no se ponen de acuerdo, si es que alguna vez lo estuvieron, sobre cuáles son, o eran, esas ideas”, escribe la historiadora Jill Lepore en These Truths (estas verdades, sin edición en español).

Presidente contra la voluntad del pueblo

Estados Unidos es la única democracia presidencial en el mundo en la que el presidente no es elegido directamente por los votantes, sino por un Colegio Electoral. Eso posibilita que el presidente pueda ser elegido sin una mayoría de votos: George W. Bush y Donald Trump llegaron a la Casa Blanca con menos votos de los que obtuvieron sus rivales, Al Gore y Hillary Clinton, en las elecciones de 2000 y 2016. Esa situación puede repetirse el próximo 5 de noviembre.

La Constitución otorga a cada uno de los 50 Estados un número de electores en el Colegio Electoral equivalente a su representación en el Congreso y el Senado. Con las excepciones de Maine y Nebraska, el candidato que vence en un Estado se lleva todos sus votos electorales, sin importar que gane por un voto o por tres millones. Para salir elegido presidente hay que lograr 270 de los 538 votos electorales. Pese a lo obsoleto y potencialmente antimayoritario de la figura, el Colegio Electoral tiene sus defensores. Como la personalidad de la derecha estadounidense Dennis Prager, para el que más que un obstáculo se trata de una “idea brillante” de los fundadores, que “no querían una democracia, querían una república”. Según Levitsky y Ziblatt, la idea de que el Colegio Electoral forma parte de un sistema de controles y contrapesos calibrados con minuciosidad “no es más que un mito”. Fue una solución de compromiso ante la falta de mejor acuerdo.

Colomer explica que el sistema se diseñó cuando no se esperaba que existiesen partidos. Se contaba con que, al no alcanzarse la mayoría suficiente en el Colegio Electoral, la elección del presidente pasase a la Cámara de Representantes. “Eso muestra el desconocimiento de cómo funcionaría la democracia en un país nuevo, sin experiencia, sin precedentes, sin referencias de otros países para consultar”.

La regla de que el ganador de un Estado se lleva todos sus votos, unida a la sobrerrepresentación de los menos poblados, permite ganar las elecciones a un candidato que pierda en el voto popular. Hoy por hoy, eso favorece a los republicanos, más fuertes en los Estados sobrerrepresentados en el voto popular. En la mayoría de los Estados hay un claro favorito y solo siete están realmente en juego: Arizona, Georgia, Míchigan, Pensilvania, Wisconsin, Nevada y Carolina del Norte. “La presidencia se dirime según los deseos de entre 150.000 y 200.000 votantes indecisos de unos pocos condados clave, en un puñado de Estados bisagra. Ellos serán los que decidan el próximo presidente”, advierte David Schultz, editor de Presidential Swing States (Estados péndulo presidenciales, sin edición en español).

Capitolio de EEUU reabrirá sus puertas con el año nuevo - Prensa Latina

Gangrena legislativa

El imponente Capitolio de Washington encierra bajo su cúpula un Congreso disfuncional. El Senado, cuyos 100 miembros gozan de un mandato de seis años que se renueva por tercios cada dos, es una cámara de representación territorial, en la que cada Estado tiene dos senadores, con independencia de su población, lo que acarrea una sobrerrepresentación de los menos poblados. Eso no es tan infrecuente en otras democracias como el hecho de que la Cámara alta sea más poderosa que la baja, la Cámara de Representantes. Su composición (435 miembros, que se renuevan cada dos años) sí atiende a criterios de población, pero no se actualiza desde 1929.

Para la aprobación de cualquier ley, hace falta el concurso de ambas Cámaras. Cuando cada partido tiene mayoría en una de las dos, como sucede desde 2023, la parálisis legislativa y el riesgo de cierre parcial de la Administración por falta de aprobación de los presupuestos suelen estar garantizados, dada la polarización entre partidos, que se traslada a las instituciones, explica Colomer.

La mayoría en el Senado —que tiene además la potestad de ratificar el nombramiento de los jueces federales (incluidos los del Supremo) y otros altos cargos— se puede lograr con una minoría de votos, como ocurre con la elección del presidente. Pero los Estados menos poblados nunca admitirán una reforma constitucional que les hurte una sobrerrepresentación que, de nuevo, favorece hoy en día al Partido Republicano.

Por si esa distorsión fuera poca, la normativa de la Cámara alta abrió la veda del filibusterismo, la obstrucción parlamentaria. Inicialmente, no se podía someter un asunto a votación hasta que no acabase el debate, lo que generó intervenciones maratonianas. Como resultaba cansado, solo se recurría a ese subterfugio en casos extremos. La norma se reformó. Por una parte, ya no hacía falta mantener vivo el debate, sino que bastaba manifestar que se quería seguir tratando el tema. Por otra, se permitía que una mayoría cualificada pudiera someter un proyecto de ley a votación en cualquier momento. En la práctica, eso se ha traducido en que no se puede aprobar casi ninguna ley si no se cuenta con 60 de los 100 votos. La buena noticia es que abolirlo no requiere cambios constitucionales ni legales. Muchos consideran que tiene los días contados.

La trinchera bipartidista

Para sus detractores, no hay mejor ejemplo práctico de la crisis del sistema bipartidista estadounidense, que ya se temió George Washington, que la relación de ambos partidos con sus candidatos a estas elecciones. Por un lado, está alguien que, pese a instigar una insurrección y estar condenado por 34 delitos graves, ha logrado tallar a su imagen y semejanza la formación republicana, y ha desterrado a la vieja y no tan vieja guardia del conservadurismo estadounidense, que, nueve años después, aún es incapaz de plantarle cara. Por otro, hay una aspirante que no salió elegida en las primarias, sino que se hizo con las riendas demócratas —a lomos de un enorme entusiasmo inicial entre sus simpatizantes, eso sí— gracias a la renuncia de Joe Biden, un candidato sobre cuyas mermadas capacidades nadie se atrevió a llevarle la contraria hasta que no se hicieron dramáticamente patentes en público.

Además de desprovistos de defensas con las que contaron en otro tiempo para evitar el ascenso de alguien como Trump, los dos partidos han dejado atrás en la última década su vieja aspiración de contener multitudes (a la manera de Walt Whitman) para hundirse más en sus trincheras a medida que la polarización se iba acentuando (y ambas formaciones también iban acentuando) en la vida pública estadounidense. Hasta entonces, “Estados Unidos”, según Lee Drutman, autor de Rompiendo el círculo vicioso del bipartidismo, “tenía algo más parecido a una democracia multipartidista dentro de su sistema bipartidista”. Para revertir esa deriva, Drutman propone una reforma del sistema electoral actual, basada en la idea del ganador-que-se-lo-lleva-todo.

“Desde mediados del siglo pasado, ambos partidos se han ido vaciando: los candidatos a la presidencia, al Senado o los que optan a gobernador de los Estados deciden presentarse por su cuenta, recaudan fondos y luego ganan las primarias. Y entonces esperan que el partido los apoye si ganan”, argumenta el historiador Michael Kazin, autor de la biografía de referencia del Partido Demócrata. “El resultado es que en muchos lugares la estructura del partido no pinta mucho antes de la campaña electoral, y los consultores profesionales son mucho más importantes para el éxito de los candidatos. Creo que sería bueno que hubiera un resurgimiento de las organizaciones partidarias en todos los niveles, pero será difícil revertir esta descentralización a largo plazo. La creación de partidos estatales fuertes ―como han hecho los demócratas en Wisconsin― ayudaría”.

El porcentaje (dos terceras partes) de quienes verían bien un tercer partido registra niveles récord, según Gallup. Aunque esto tampoco podrá ser. La historia de quienes han intentado una tercera vía es la de un fracaso detrás de otro. Como resume el historiador estadounidense Richard Hofstadter (1916-1970): “Los terceros partidos son como las abejas. Una vez han picado, mueren”. Es decir, que lo máximo a lo que pueden aspirar es a hacer daño a un lado o a otro y desaparecer después.

Justices

Un juez del Supremo es para siempre

Más excepcionalidades: Estados Unidos es también el único sistema democrático del mundo en que los magistrados del Tribunal Supremo mantienen el cargo de por vida. Todas las demás democracias consolidadas establecen un límite a su mandato, una edad obligatoria a la que jubilarse, o ambos, según Levitsky y Ziblatt. Ese carácter vitalicio se decidió cuando la esperanza de vida era mucho menor y el cargo no tenía la relevancia actual, con lo que no era raro que los magistrados lo dejasen a la mitad de sus carreras.

Como explica Paul Collins, profesor de Derecho de la Universidad de Massachusetts, ese sistema es en parte responsable de que el tribunal haya dado un giro brusco hacia la derecha, y haya cambiado fundamentalmente la sociedad estadounidense en áreas como la libertad reproductiva, el control de armas y los derechos civiles. Ese volantazo se ha producido con una supermayoría conservadora de seis jueces a tres, conseguida pese a que los republicanos solo han ganado una vez las elecciones en voto popular desde 1992. Trump, que no llegó respaldado por una mayoría de los electores, nombró a tres de esos jueces. El apoyo popular al Supremo ha caído a mínimos históricos por su divorcio de la opinión pública y por los escándalos éticos que afectan a algunos de los magistrados.

“Las dos reformas más urgentes son la limitación del mandato de sus miembros y la aplicación de un código ético de obligado cumplimiento”, sostiene Collins. Es una propuesta que lanzó el actual presidente, Joe Biden, entre los planes para su despedida del cargo, poco después de anunciar que no se presentaría a la reelección. Collins le ve poco futuro. “Dado que el tema de la reforma del Tribunal Supremo se ha polarizado tanto —con los demócratas generalmente a favor y los republicanos en contra—, es poco probable que se produzca, a menos que los primeros se hagan con el control tanto de la Cámara de Representantes como del Senado, y estén dispuestos a eliminar el filibusterismo”, explica.

‘Gerrymandering’: la salamandra que se muerde la cola

El gerrymandering, esa práctica tan estadounidense de dibujar los distritos electorales con fines partidistas, es un mecanismo complejo que resume con contundente sencillez una frase de uso común a la que recurre a menudo el congresista Jamie Raskin, una de las voces más influyentes del Partido Demócrata: “Es como si los políticos escogieran a sus votantes, y no al revés”.

Sucede cada 10 años, tras la publicación del nuevo censo. Los legisladores estatales diseñan los mapas del voto para las elecciones federales, estatales y locales, y crean formas caprichosas que los benefician porque diluyen la fuerza electoral de sus contrarios. El nombre de gerrymandering se debe a Elbridge Gerry (1744-1814), quinto vicepresidente de Estados Unidos, quien, para favorecer a un amigo, imaginó un condado con forma de salamandra (y de ahí la segunda parte del neologismo).

Es una práctica que ejercen ambos partidos, aunque donde gobierna el republicano acostumbra a expresarse de modo más extremo. Y suele desencadenar una cascada de impugnaciones en los tribunales que puede retrasar varios años la entrada en vigor de los nuevos mapas. Es la salamandra que se muerde la cola: su objetivo es que los que están en el poder se perpetúen en él. Además, desincentiva a sus víctimas, normalmente minorías como afroamericanos, latinos o asiáticos, que pierden el interés en la cosa política al no verse representados. Con esas minorías se emplean, según los expertos, tres tácticas: diluirlas en una mayoría de población blanca (stacking), desgajarlas del distrito en el que estaban (cracking) o empaquetarlos en otros condados en los que sus votos quedan amortizados porque ya se dan por perdidos (packing). “La solución al problema está clara”, explica el analista Ricardo Ramírez, especializado en derecho al voto, “arrebatar ese proceso de las manos de los políticos, separarlo de la ideología y encomendar la tarea a una comisión independiente”. Nueve Estados, como California y Nueva York, ya han tomado ese camino. “Es la única salida en un momento como este, en el que hay tanta división, considera Ramírez.

Citizens United Fuels Movement for Overhaul - The American Prospect

La financiación de las campañas: dinero sucio

La Comisión Federal Electoral prohibió en 2008 a Citizens United, entidad conservadora sin ánimo de lucro, emitir tres anuncios de Hillary, la película, un filme pagado por ellos y crítico con la entonces candidata, porque contravenía un siglo de restricciones sobre la financiación electoral. La cruzada legal por conseguirlo desembocó dos años después en una sentencia del Tribunal Supremo que permitió a empresas y otros agentes externos gastar sin límite en campañas electorales. La última manifestación de ese cambio en las reglas del juego democrático llegó esta semana, cuando se supo que el hombre más rico del mundo, Elon Musk, había invertido 75 millones de dólares en intentar devolver a Trump a la Casa Blanca.

Los cinco jueces que votaron a favor del fallo consideraron que la transparencia en las donaciones sería suficiente para evitar la corrupción del sistema. El Supremo no contó con que una parte de ese gigantesco caudal de dinero se canalizaría a través de unas entidades conocidas como Super PAC, que pueden recibir donaciones de organizaciones opacas financiadas de forma anónima. Esas donaciones se conocen como “dinero oscuro” y riegan de fondos a ambos partidos por igual. El gasto en campañas de empresas y otros grupos externos aumentó casi un 900% entre 2008 y 2016, y en 2020 alcanzó el récord de 14.400 millones de dólares, un ciclo en el que esas Super PAC gastaron 3.400 millones de dólares. Casi el 70% de ese dinero lo aportaron solo 100 donantes. En aquella campaña presidencial, Biden superó a Trump en recaudación.

Se trata de un problema conectado con la crisis del sistema de partidos, vulnerables y vaciados del contenido que solían tener, según explica la profesora de Derecho de la Universidad de California en Davis Mary Ziegler, que ha estudiado cómo el movimiento antiabortista inundó de fondos a los republicanos hasta que “acabó secuestrándolo”. “Destruyeron su jerarquía tradicional”, añade, y eso allanó el camino a “líderes populistas”, siempre que “estos cumplieran con el objetivo de colocar jueces en el Supremo dispuestos a criminalizar el aborto”.

Cuando votar es una proeza

En la mayoría de los países, el Estado incentiva la participación en las elecciones. Se suelen celebrar en domingo, los ciudadanos disfrutan de permisos laborales para ir a votar y el censo se elabora de forma automática, sin que sea necesario registrarse. “En Estados Unidos es difícil apuntarse, es difícil obtener información sobre cómo votar, se vota en un día laborable… El derecho a votar no está en la Constitución y durante toda nuestra historia hemos sufrido episodios de gobiernos que lo dificultan”, explicó Levitsky en una conversación reciente. Además, cada Estado regula el acceso a las urnas a su manera: los hay que lo ponen muy fácil, y los hay que ponen trabas, que afectan principalmente a las minorías.

La participación suele ser baja. En 2020, cuando se batieron récords de las últimas décadas, llegó solo al 67%. Tras esa alta asistencia y en vista de la derrota de Trump, las acusaciones infundadas de fraude electoral desencadenaron una oleada legislativa sin precedentes para dificultar el voto en lugares como Georgia. “Los votantes de más de la mitad de los Estados se enfrentarán a obstáculos para votar que nunca habían encontrado en unas elecciones presidenciales”, indica el Brennan Center for Justice, referencia en la denuncia de lo que en Estados Unidos se conoce como supresión del voto, pues es el fin que se atribuye a unas leyes —en su mayoría impulsadas por los republicanos— que imponen requisitos que alejan de las urnas de forma desproporcionada a las minorías —que suelen votar demócrata—. Desde 2020, al menos 30 Estados han promulgado 78 leyes restrictivas. El congresista demócrata por Ohio Greg Landsman tiene clara la solución: “Aprobar la Ley John Lewis de Derechos Electorales”, cuyo debate ha sido torpedeado en varias ocasiones en el Capitolio por los republicanos. La ley quiere devolver las cosas a su sitio: las jurisdicciones con un historial de discriminación en el voto deben obtener la aprobación del Departamento de Justicia o de un tribunal antes de cambiar sus leyes para votar. “Ohio solía ser un famoso Estado decisivo”, aclara Landsman. “Si dejaran votar a la gente, volvería a serlo”.

 

 

La guerra hispano-cubano-estadounidense es uno de los temas al que más espacio le he dedicado en esta bitácora. Ello no debe sorprender a nadie dado su enorme importancia y relevancia en el desarrollo del imperialismo estadounidense. Sin embargo, que recuerde, nunca lo había hecho desde la perspectiva de este artículo del escritor cubano Leandro Estupiñán: la representación pictórica de la guerra.

El autor enfoca el trabajo de tres artistas estadounidenses: Howard Chandler Christy, Frederick Remington y Charles Johnson Post. Según Estupiñan, estos transformaron los hechos y protagonistas de la guerra en leyendas. Sus representaciones heroicas aún se mantienen en las narraciones actuales del conflicto. Como bien señala el autor, esto confirma la importancia de las representaciones ya sean escritas como visuales.

Estupiñán es un periodista, escritor, editor y fotógrafo  cubano radicado en Buenos Aires.


Una ilustración de Chandler Christy.  Foto: Tomada de la colección digital de Biblioteca Pública de Nueva York.

Pintores estadounidenses colorean la guerra en Cuba (I)

Leandro Estupiñán

12 de septiembre de 2024    CubaNews

Las memorias de la guerra Hispanoamericana, o hispano-cubano-norteamericana, cuenta con decenas de registros. Habrá pocos como el testimonio visual que sumaron a golpe de pincel y plumilla artistas cuya sensibilidad y buen ojo captó el intríngulis humano de una contienda, de la cual pasaron 126 años este verano.

El tema me mantiene ocupado, al punto que concluyo una novela cuyo trasfondo parte de la sensibilidad de los profesionales que, inscrito en uno de los batallones de voluntarios, llegó a la isla, donde realizó una serie de esbozos que hoy constituyen el cuerpo de su obra pictórica.

Pero es un tema amplio: profesionales que por estilo, técnica y uso del color habrían de encontrar la fama en años posteriores, como los pintores Howard Chandler Christy o Frederick Remington, estuvieron entre los cientos de periodistas, fotógrafos y cineastas que viajaron al oriente de Cuba con la única intención de atestiguar el tono de una contienda.

Un fervor justicialista había ido colándose en el ánimo de la nación estadounidense mediante crónicas y reportajes escritos al calor de los acontecimientos que estallaron con el Maine. Las ilustraciones de estos artistas, sin embargo, habían ido inyectando impresiones, sentimientos, sensaciones a la imaginación del público lector desde las primeras entregas.

Ilustración de Remington  de 1897.

Ilustración de Remington de 1897. Tomada de la Biblioteca del Congreso de EE.UU.

La fuerza de los acontecimientos, captada mediante plumilla, acuarela u óleo, transformó determinados hechos y sus protagonistas en parte de una leyenda. Narraciones nos acompañan hasta hoy y sirven para alentar el valor de la justicia o el coraje y la fuerza de la perseverancia. Tan decisiva fue la acción como la representación que fijó la escritura de la historia.

Fue una guerra trascendental. En unas pocas semanas España y Estados Unidos se disputaron el podio de las superpotencias en las postrimerías del siglo XIX; intervinieron el propio destino de los países donde se disputaban los acontecimientos, como era el caso de Cuba o Filipinas.

Entre los artistas hubo quienes arribaron al terreno como típicos reporteros de guerra, y, en ciertos casos, después de haber permanecido meses componiendo crónicas y dándole forma a escenas que habrían de ser publicadas en la primera plana de los principales diarios de Nueva York.

Frederick Remington (1861-1909) fue un dibujante y escultor neoyorquino que había descollado por el tratamiento a la figura del cowboy como resultado de sus continuos viajes al oeste de Estados Unidos, donde llegó a atestiguar los enfrentamientos de las tropas yanquis contra poblaciones de apaches en su ofensiva de dominación y exterminio. Compuso decenas de cuadros y esculturas inspiradas en estos hechos.

En su paso por la isla, mucho antes de que estallara el Maine en puerto habanero, Remington dibujó escenas inspiradas en la vida en la ciudad y captó el maltrato de las autoridades coloniales a la población civil y, especialmente, a pacíficos e insurrectos que se había exacerbado en un momento álgido de la guerra, desde su reinicio en 1895.

Formando una dupla con una estrella del reporterismo, el periodista Richard Harving Davis, Remington compuso trabajos, algunos de los que pueden encontrarse en un libro interesante como Done in the open, una compilación de su trabajo gráfico durante 20 años que llegó acompañado de textos del escritor Owen Wister.

Otro artista seducido por la guerra en Cuba fue Howard Chandler Christy (1873-1952), más adelante convertido en un exitoso pintor de influencia en la moda, especialmente por la percepción estereotipada de lo que entendía como la “nobleza natural” de la mujer, algo que expuso en libros como The American Girls, un repaso personal del ideal femenino en su país.

En los días de la contienda, en aquel bochornoso verano de 1898, la actividad de Chandler Christy se circunscribió a cubrir los movimientos de una brigada de caballería, desde donde, gracias a su paso por este conflicto y a la adulación de la prensa que lo rodeaba, sería catapultado a la presidencia de los Estados Unidos Teodoro Roosevelt. Como el propio Remington, aprovechaba los momentos de sosiego para componer esbozos de generales u operaciones en el terreno, hoy entre sus más conocidas escenas.

Pero, de entre estos artistas, solo unos pocos dejaron testimonio desde la perspectiva del soldado común, esa figura para quien la guerra es algo más que una ambiciosa pretensión profesional, política u económica, pues la mayoría de las veces se ve movido por la mera necesidad de la supervivencia.

Fue el caso del neoyorquino Charles Johnson Post (1873-1956), quien con poco más de veinte años formó parte del 71 Regimiento de Infantería de Nueva York, una estructura militar que existía desde la guerra de Secesión y que en playa de Siboney inscribió su primer desembarco militar aquel verano de 1898.

Unas de las pinturas de Post. Tomada del Centro de Historia Militar del ejército de EE.UU

Johnson Post, que había sido ilustrador de prensa en uno de los periódicos más influyentes e importantes de ese momento, llegó a escribir en la mayoría de los periódicos y revistas de la ciudad; pero en sus días de servicio, solo tomó apuntes y esbozó escenas que perfeccionaría luego para conformar su obra, dispersa e integrada hoy por una serie de acuarelas y óleos.

De estos trabajos, algunos fueron publicados en forma de esbozos en magazines como American Legion Monthly. Otra parte fue recogida en un libro que vio la luz años después de su muerte bajo el título de The Little war of private Post, una especie de diario de campaña, pero también una curiosa crónica moral en la que se dejan apuntes sobre el ser humano y su contexto.

Aunque no se atestiguan demasiados cubanos en sus pinturas conocidas, a Johnson Post se deben algunas valiosas reflexiones sobre los mambises. Sus palabras constituyen una peculiar visión sobre un ejército por momentos visto como mero lazarillo de las tropas invasoras. Robert Freeman Smith le dedica todo un capítulo a las observaciones de Johnson Post de su libro Background to Revolution, pues pocos valoraron la valentía de aquel ejército de hombres harapientos cuyo carácter algunas veces parecía ser lo único amable en medio del clima salvaje.

Personas en acción, individuos en la batalla, vacilantes, desmejorados, llenos de miedo y coraje por supervivir; personajes anónimos cuya vida la historia ha licuado. Todo ello fue captado por estos artistas o ilustradores de la guerra, sobre quienes seguiré contando detalles en próximas entregas de esta columna.

Le he  prestado muy poca atención en este blog a la Revolución Americana por mi preferencia a temas republicanos. En otras palabras, porque el siglo XVIII me atrae muy poco. Esto es verdaderamente injusto por la importancia innegable de la guerra de independencia de las Trece Colonias en el desarrollo de las Revoluciones Atlánticas.

Para llenar en parte ese vacío comparto este trabajo de Matthew Wills enfatizando la importancia de la Proclamación Real de 1763. Esta estableció una línea de proclamación que le cerró el acceso a los colonos a las tierras al oeste de los montes Apalaches arrebatadas a Francia en la guerra franco-indígena o de los siete años.  Basado en el trabajo del economista Thomas D. Curtis, Wills argumenta que la línea de proclamación no causó la rebelión de las colonias contra Inglaterra, pero abonó significativamente al malestar de los americanos con su metrópoli.

Curtis fue profesor de historia económica en las Universidades de Arizona, Oklahoma y South Florida.


A map outlining the Proclamation of October 7, 1763, overlaid with a portrait of King George III.

El sector inmobiliario y la revolución

Matthew Wills 

JSTOR 4 de julio de 2024

Los firmantes de la Declaración de Independencia en julio de 1776 se implicaron lo suficiente como para “comprometer mutuamente nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor.“ ¿Por qué? ¿Qué motivó a compañeros de cama tan extraños como los dueños de las plantaciones de Virginia, los artesanos de Filadelfia y los radicales de Boston a trabajar juntos para comenzar a romper cosas? Es cierto que los patriotas tenían una larga lista de quejas contra Jorge III —la Declaración es básicamente una declaración de acusación contra él—, pero incluso con todo eso, seguían constituyendo menos de la mitad de los colonos.

El economista Thomas D. Curtis ofrece una tesis intrigante sobre lo que unió a grupos tan dispares como “los plantadores del sur, los comerciantes del norte, los especuladores de tierras, los agricultores de los bosques, los intereses peleteros y los hombres de la frontera” en la causa. Según él, los unió su interés inmobiliario.

La política agraria colonial británica cambió radicalmente en 1763. Tras el tratado que puso fin a la Guerra de los Siete Años, Jorge III emitió una Proclamación Real que prohibía el asentamiento al oeste de una línea que atravesaba los Montes Apalaches. Más allá del Mississippi se encontraba la “Reserva India”, tierra cedida a Gran Bretaña por los franceses derrotados. Esto iba a ser parte del imperio británico, no propiedad de colonias individuales o comerciantes de tierras o de “setller-colonialists. La Proclamación también prohibió que “ninguna persona privada se atreva a hacer ninguna compra a los dichos indios de ninguna tierra reservada a los dichos indios”.

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Curtis describe la Proclamación  como un esfuerzo provisional a corto plazo por parte de los británicos, que necesitaban tiempo para averiguar cómo manejar la vasta franja de territorio que la derrota de los franceses en América del Norte había dejado a sus pies. Sobre todo, querían evitar otra guerra fronteriza con los nativos americanos. También querían ahorrar dinero al no tener que proteger una región escasamente poblada. Y querían contener a los colonos en la costa, donde eran más fáciles de manejar.

Pero para los colonos, la nueva política golpeó profundamente sus intereses económicos.

“Las políticas de tierras reales se vuelven más restrictivas y los ricos intereses de la tierra pierden gran parte del poder político y económico que habían tenido”, escribe Curtis. “Esto socavó la unión entre la Corona británica y los grandes terratenientes”.

undefinedLa Línea de Proclamación contenedora, como se la llamó, no fue lo que, subraya Curtis, causó el levantamiento. No hubo una sola razón para la Revolución, argumenta, pero la prohibición de la expansión hacia el oeste fue una condición previa muy importante para la revuelta, y una que se ha olvidado en gran medida en las recitaciones anuales de la historia de los “impuestos sin representación”.

Significativamente, no fueron sólo los terratenientes los que fueron expulsados por la nueva política imperial de tierras. La política alienó a los “grupos de interés más importantes” en las colonias.

“Tanto las clases altas como las bajas estaban de acuerdo en que la política restrictiva […] no era aceptable y no debía seguirse”. Curtis llega a decir que “si la nueva política de Inglaterra hubiera sido favorable a [estos otros intereses], no se habría establecido la condición previa para la revolución”.

Recursos:

Riches, Real Estate, and Resistance: How Land Speculation, Debt, and Trade Monopolies Led to the American Revolution

By: Thomas D. Curtis

The American Journal of Economics and Sociology, Vol. 73, No. 3, Annual Supplement: Riches, Real Estate, and Resistance: How Land Speculation, Debt, and Trade Monopolies Led to the American Revolution (July, 2014), pp. 474–626


Traducción de Norberto Barreto Velázquez

 

Hoy que los estadounidenses celebran su independencia en medio de grandes amenazas a su democracia, me parece oportuno compartir esta reflexión de W. J. Astore sobre la necesidad de que Estados Unidos abandone el belicismo que ha caracterizado su política externa en, por lo menos, los últimos 20 años. Durante todo este tiempo más de un presidente se ha jactado de que las fuerzas armadas estadounidenses son las más poderosas. Ello, a pesar de que, como bien señala Astore, Estados Unidos “no ha ganado una guerra importante desde 1945”.

El autor declara la necesidad imperante de que la nación estadounidense declare su independencia de la guerra como herramienta de política exterior. Para Astore es claro que la guerra es una locura. Desafortunadamente, no reflexiona en  lo que ha significado casi un cuarto de siglo en guerra para la sociedad y el sistema político estadounidenses. Tampoco reflexiona en lo que esa guerra casi incesante ha significado para el orden internacional y, sobre todo, para los millones de muertos que ha causado directa o indirectamente en Afganistán, Iraq, Palestina, Paquistán, Yemen, Libia, Siria, etc.


Declarando nuestra independencia de la guerra

W.J. Astore

Bracing Views 4 de julio de 2024

“La guerra es un manicomio”

Hoy se celebra el Día de la Independencia en Estados Unidos, por lo que parece un buen día para declarar nuestra independencia de la locura de la guerra.

Lamentablemente, desde la presidencia de George W. Bush, si no antes, se ha convertido en una rutina que los comandantes en jefe de EE.UU. se jacten de tener el mejor ejército del mundo en toda la historia. Obama lo hizo de manera rutinaria, y Biden dijo recientemente lo mismo durante su desastroso debate con Trump. Pocos estadounidenses se detienen a pensar en las implicaciones de jactarse de tener el ejército más grande del mundo: ¿es tal jactancia realmente consistente con la democracia, la libertad y la libertad?

Ciertamente, los imperios dependen de ejércitos fuertes. Pensemos en el Imperio Romano o en el Imperio Mongol, o en el Tercer Reich (Imperio) de la Alemania nazi. ¿Queremos ser como ellos?

Esos imperios vivieron por la espada (literalmente, con el Imperio Romano) y también murieron por ella. Sus ejércitos, diría yo, también fueron más efectivos que el de Estados Unidos, que no ha ganado una guerra importante desde 1945, este último con mucha ayuda de nuestros “amigos” como la Unión Soviética. Los imperios romano, mongol y germánico ya no existen, desgastados en parte por los constantes costos y exigencias de la guerra. Necesitamos aprender más de la historia que el “hecho” de que el ejército de Estados Unidos es supuestamente el mejor del mundo desde hace mucho tiempo.

NADA Y ASÍ SEA - ORIANA FALLACI | AlibrateHe estado leyendo  Nada, y que así sea de Oriana Fallaci, en el que relató su tiempo informando sobre la guerra de Vietnam. Dos conversaciones con las tropas estadounidenses en Vietnam me llamaron la atención. En las páginas 22-23, relata una conversación con el capitán del ejército Scher, durante la cual Scher confiesa su disgusto con la guerra:

Dios, qué repugnante es la guerra. Déjame decirlo: soy un soldado. Las personas que disfrutan haciendo la guerra, que la encuentran gloriosa y emocionante, deben tener mentes retorcidas. No hay nada glorioso, nada emocionante; Es solo una tragedia sucia por la que solo puedes llorar. Lloras por el hombre al que le negaste un cigarrillo y que no volvió con la patrulla. Lloras por el hombre al que gritaste y que vuela en pedazos frente a ti. Lloras por el hombre que mató a tus amigos…

Más adelante en el libro, entrevista a un teniente de la Infantería de Marina cuyo apellido es Teanek (páginas 174-75). Esto es lo que dijo:

Teanek: “Los hombres han estado diciendo que [deberíamos abolir la guerra] durante miles de años, y con la justificación de que están aboliendo la guerra, han empapado en sangre los períodos más grandes de su civilización”.

Fallaci: “Esa no es una buena razón para seguir haciéndolo”

Teanek: “Teóricamente, tienes razón, pero en la práctica lo que estás diciendo es muy tonto. Es como convencerte a ti mismo, como apuesto a que lo haces, de que cuando describes a las personas que mueren en la guerra estás ayudando a abolir la guerra. Al contrario. Cuanto más ves a personas que han muerto en la guerra, más quieres seguir luchando en las guerras: es un misterio del alma humana”.

De hecho, es “un misterio del alma humana” por qué los humanos persistimos en matarnos unos a otros en cantidades tan grandes a través de la guerra. Por supuesto, es en parte porque la glorificamos, cuando deberíamos reconocer, como lo hace Fallaci en la página 187, que “la guerra es un manicomio”.

The Big Red One [Crazy or Sane?]

¡Estoy cuerdo!

Una de mis escenas favoritas de cualquier película de guerra fue en “The Big Red One”, una película de la Segunda Guerra Mundial de Samuel Fuller protagonizada por Lee Marvin como un sargento canoso de la 1ª División de Infantería del ejército estadounidense. Es una escena en la que las tropas estadounidenses liberan un manicomio.

La parte inolvidable de esta escena para mí es cuando uno de los residentes del manicomio toma una metralleta y comienza a disparar, gritando: “Soy uno de ustedes. ¡Estoy cuerdo!”

Tenemos que declarar nuestra independencia de eso.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

Continuamos con los elementos no “tradicionales” de la guerra fría, es decir, aquellos que escapan del estricto análisis geopolítico. Esta vez le toca a la música popular y en especial al jazz. En esta nota, la Dra. Lisa Reynolds Wolfe analiza el uso que hizo el Departamento de Estado del jazz como herramienta diplomática en los primeros años de la guerra fría. El Jazz Ambassador Program financió la presentación de grandes figuras del jazz en Europa África y Asia. Participaron de este programa músicos de la talla de Louis Armstrong, Dizzy Gillespie, Dave Brubeck, Thelonius Monk, Benny Goodman y Miles Davis. El programa arrancó en 1956 con una gira mundial de Dizzy Gillespie. También se usaron las ondas de la Voz de America para llevar al jazz detrás de la cortina de acero.

No deja de llamarme la atención el importante papel que jugaron músicos afroamericanos promoviendo a su país, a pesar de que la segregación racial de que eran víctimas les hacía ciudadanos de segunda clase.

Reynolds Wolfe tiene un Doctorado en Política de la Universidad de Nueva York y una Maestría en Ciencias en Análisis de Políticas y Gestión Pública de la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook. Esta nota fue publicada en  la bitácora que administra Cold War Studies.

Adam Clayton Powell Jr. | All That Philly Jazz

Recuerda el Poder Blando: ¡Envía las Bandas!

Lisa Reynolds Wolfe

Cold War Studies    25 de junio de 2024

Hace más de medio siglo, en los primeros años de la Guerra Fría, el Departamento de Estado de Estados Unidos organizó giras para contrarrestar la propaganda soviética. Al principio enviaron orquestas sinfónicas y compañías de ballet a giras internacionales. Pero Adam Clayton Powell Jr., el congresista por Harlem, tuvo una idea mejor: ¡Enviar a las bandas, es decir, a las bandas de jazz!

El razonamiento de Powell era simple. Competir con el Bolshoi o con músicos clásicos rusos era inútil. Era mejor mostrar una forma de arte auténticamente autóctona que los rusos no pudieron igualar.

Los Embajadores del Jazz

El Jazz Ambassador Program se lanzó en un momento amargo de la Guerra Fría para llevar lo mejor de la cultura estadounidense al resto del mundo. El programa no sólo se centró en las naciones de la Cortina de Hierro, sino también en el Tercer Mundo, donde muchos países en desarrollo estaban explorando el marxismo como una posible identidad política.

Las giras de jazz fueron de la mano con la  transmisión de jazz en la Voz de América (VOA), 7 noches a la semana por Willis Conover. Uno de los locutores estadounidenses más famosos del siglo XX, Conover era un gran desconocido en su país. Presentador de la Hora del Jazz de la VOA, Willis fue una celebridad desde Varsovia hasta Moscú durante la Guerra Fría. Su programa tuvo millones de oyentes detrás de la Cortina de Hierro y “ayudó a sentar las bases para el surgimiento de los Embajadores del Jazz”.

Por lo general, Conover evitaba la propaganda abierta a favor de Estados Unidos, pero describía el jazz como “estructuralmente paralelo al sistema político estadounidense” y consideraba que su estructura encarnaba la libertad estadounidense.

Como señaló el New York Times en un titular de 1955: el jazz era el “arma sónica secreta” de Estados Unidos. El novelista Ralph Ellison intervino, llamando al jazz una “contraparte artística del sistema político estadounidense. El solista puede tocar lo que quiera”, dijo, “siempre y cuando se mantenga dentro del tempo y los acordes cambien, al igual que, en una democracia, el individuo puede decir o hacer lo que quiera siempre que obedezca la ley”.

Dizzy in Greece - Wikipedia

Dizzy se va a Grecia

Dizzy Gillespie encabezó la primera gira de jazz de buena voluntad del Departamento de Estado en marzo de 1956, viajando por todo el sur de Europa, Oriente Medio y el sur de Asia con su banda de 18 músicos. Quincy Jones ayudó a organizar esa primera gira y esto es lo que   que ha dicho al respecto.

Todo el viaje fue una aventura. No sabíamos en lo que nos estábamos metiendo; tampoco lo hizo el Departamento de Estado. Era algo nuevo para todos.

Desde Pakistán hasta Irán, Siria y Yugoslavia, nos lo pasamos muy bien, aprendiendo sobre las costumbres locales, tocando con los músicos de cada país y dejando que la música nos uniera. Nos convertimos en la banda kamikaze que representaba a nuestro país. Lo digo porque había algún tipo de conflicto en cada lugar que visitábamos.

Lo creas o no, algunos de estos países nunca habían visto u oído trompetas, trombones o saxofones tocar juntos.

 Las giras posteriores  de Jazz Ambassador duraron semanas, a veces meses, con la participación de grandes como Dave Brubeck, Thelonius Monk, Benny Goodman y Miles Davis.

Las giras fueron bien recibidas, llegando a audiencias de millones. El alcance de los artistas fue multifacético, actuaron, se reunieron con jefes de estado y llegaron a miles de ciudadanos comunes a través de su música.

The Jazz Ambassadors | PBS

Louis Armstrong en Ghana

Louis Armstrong se desempeñó de muchas maneras como el principal embajador del jazz de Estados Unidos. Él y su All Stars Band hicieron su primer viaje no oficial como embajador a la Costa de Oro británica en 1956, que pronto se convertiría en la nueva nación independiente de Ghana. Cuando Armstrong fue recibido por trece bandas africanas encaramadas en camiones y cantando All for You, Louis, All for You, levantó su trompeta y se unió. Asegúrese de ver las maravillosas imágenes de este viaje a continuación.

En octubre de 1960, cuando Luis llegó al Congo, tamborileros y bailarines lo hicieron desfilar por las calles en un trono.

Episode 3: Dave Brubeck and The Jazz Ambassadors – The Echo Chamber

Dave Brubeck detrás del telón de acero

La gira de 1958 del pianista y compositor de jazz Dave Brubeck y su Cuarteto clásico integrado en el Departamento de Estado marcó la primera incursión de los Embajadores del Jazz a través de la Cortina de Hierro. La experiencia de cruzar a Berlín Oriental para obtener los visados necesarios para Polonia inspiró la composición de Brubeck Puerta de Brandeburgo. Aquí hay una actuación en Juan Les Pins, Antibes, Francia, el 23 de julio de 1967.

Brubeck hablaba a menudo en sus actuaciones y arrancaba un tremendo aplauso cuando decía:

Ninguna dictadura puede tolerar el jazz. Es la primera señal de un retorno a la libertad.

Más tarde, Dave y su esposa Lola celebraron los viajes al Departamento de Estado en su musical de 1961-1962 The Real Ambassadors, una colaboración con Louis Armstrong. Lola dijo: . . . toda la comunidad del jazz [estadounidense] estaba eufórica con el reconocimiento oficial del jazz y sus implicaciones internacionales.”

Take The "A" Train: Listening to Duke Ellington - The Conny Plank Session,  '70

Duke Ellington en Moscú

Duke Ellington, compositor, pianista y director de orquesta, realizó más giras para el Departamento de Estado que cualquier otro músico. Todavía en 1971, cuando el duque Ellington llegó a Moscú, un diplomático estadounidense escribió en su informe oficial que las multitudes saludaban al duque como si fuera la “Segunda Venida”. Un joven ruso gritó: “Te hemos estado esperando durante siglos”.

Los encuentros de Duke con músicos locales, así como con formas musicales desconocidas, influyeron en sus composiciones y se pueden escuchar en su álbum Far East Suite.

El mayor triunfo diplomático de Duke se produjo en 1971, cuando su orquesta realizó una gira por la Unión Soviética. El crítico de jazz Leonard Feather calificó la gira como “el mayor golpe en la historia de la diplomacia musical”. El gran jazzista de 72 años siguió inmediatamente la experiencia soviética con actuaciones en Europa del Este y una gira por América Latina a finales de 1971. Visitó Asia en 1972 mientras la guerra de Vietnam se desarrollaba a su alrededor.

Jazz Diplomacy and the Cold War | Public and Cultural Diplomacy 3

Benny Goodman en la Unión Soviética

El clarinetista Benny Goodman y su orquesta comenzaron su primera gira organizada por el Departamento de Estado en 1956. En 1962, se convirtió en el primer músico de jazz en realizar una gira por la Unión Soviética para el Departamento de Estado, haciendo 30 apariciones en 6 ciudades. El primer ministro soviético Nikita Khruschev asistió a la noche de apertura de la banda en Moscú y fue recibido con Let’s Dance y Greetings Moscow, un número basado en una canción folclórica rusa.

Aunque la política soviética había declarado durante mucho tiempo que el jazz era una forma de arte moderno decadente, Goodman y su orquesta descubrieron miles de fanáticos clandestinos.

El jazz y los derechos civiles

Debido a que muchos músicos de jazz eran negros y sus bandas eran racialmente mixtas, fueron un poderoso antídoto contra las visiones del sur segregado de Estados Unidos. Aun así, en casa, ayudaron a impulsar a las administraciones de Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon para que ampliaran los derechos civiles.

Por ejemplo, Armstrong canceló un viaje a Moscú en 1957 después de que el presidente Eisenhower se negara a enviar tropas federales a Little Rock, Arkansas, para hacer cumplir la integración escolar. “Por la forma en que están tratando a mi gente en el sur, el gobierno puede irse al infierno”, dijo. “Se está poniendo tan mal que un hombre de color no tiene país”. En respuesta, el secretario de Estado, John Foster Dulles, le dijo al fiscal general que la situación en Arkansas estaba “arruinando nuestra política exterior”. Dos semanas después, Ike envió a la Guardia Nacional.

Jazz ambassadors - Wikipedia

La idea era demostrar la superioridad de Estados Unidos sobre la Unión Soviética, la libertad sobre el comunismo. Aquí había evidencia de que un estadounidense, incluso un hombre negro, podía criticar a su gobierno y no ser castigado.

Dave Brubeck sostenía que el jazz era “la voz de la libertad en todo el mundo. Nuestro gobierno está hablando de libertad. El jazz parecía funcionar y expresar siempre la libertad. De eso se trata. La forma de llegar al resto del mundo es a través del intercambio cultural”.

Llevando este pensamiento un paso más allá, la esposa de Brubeck escribió una canción para que la cantara Louis Armstrong. La letra dice así.

The State Department has discovered jazz
It reaches folks like nothing ever has.
When our neighbors called us vermin,
We sent out Woody Herman.
That’s what they call cultural exchange.

El jazz y la política exterior estadounidense

El jazz parecía algo natural para la Guerra Fría. Pero como  escribió Penny M. Von Eschen en su libro Satchmo Blows Up the World, las audiencias en el extranjero “nunca confundieron o combinaron su amor por el jazz y la cultura popular estadounidense con la aceptación de la política exterior estadounidense”.

Desde finales de la década de 1960 en adelante, el alto costo de las giras llevó al Departamento de Estado a desarrollar una relación fructífera con el Festival de Jazz de Newport. Los colaboradores pudieron aprovechar la presencia de músicos famosos que ya actuaban en el extranjero enviándolos a zonas diplomáticamente sensibles al final de sus giras comerciales.

El Departamento de Estado recibió un gran impulso cuando el Festival de Jazz de Newport llevó a los artistas a reuniones musicales detrás de la Cortina de Hierro, al tiempo que los envió a países en desarrollo. Los grupos también fueron capaces de llegar a un público más joven atraído por el jazz de vanguardia.

En 2006, la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleeza Rice, inauguró la ceremonia de conmemoración del 50 aniversario de la gira mundial de 1956 de Dizzy Gillespie, financiada por el Departamento de Estado. Recordó cómo, durante una fase crucial de la confrontación ideológica de la Guerra Fría, la administración Eisenhower recurrió a la música jazz para contener el comunismo. Como escribe el novelista emigrado Vasily Aksyonov en su libro In Search of a Melancholy Baby:

En aquellos días, el jazz era el arma secreta número uno de Estados Unidos: todas las noches, la Voz de América transmitía un programa de jazz de dos horas a la Unión Soviética desde Tánger. Cuántos niños rusos soñadores llegaron a la pubertad con los acordes de “Take the A Train” de Ellington y la dulce voz de Willis Conover, el Mr. Jazz de la VOA.

Jazz At Lincoln Center Orchestra, Wynton Marsalis – The Rhythm Road - American Music Abroad (2007, CD) - Discogs

Camino rítmico

Es interesante notar que el Departamento de Estado tiene un programa de diplomacia del jazz incluso ahora. Se llama Rhythm Road y está dirigido por Jazz at Lincoln Center. Si bien se ha escalado más modestamente que los programas anteriores, envía 10 bandas a 56 países al año.

¿Recuerdas el poder blando? Joseph Nye acuñó el término, afirmando que se caracteriza por la capacidad de una nación para atraer y persuadir. Surge del atractivo de la cultura, los ideales políticos y las políticas de un país.

Vivimos en una era en la que el liderazgo estadounidense es desafiado una vez más. ¡Tal vez sea hora, una vez más, de ‘Send Out the Bands’!

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Joseph Nye acuñó el término “poder blando”, introduciéndolo por primera vez en su libro Bound to Lead: the Changing Nature of American Power (Nueva York: Basic Books, 1990), capítulo 2.

En resumen, el poder duro es la capacidad de coaccionar, y surge del poderío militar o económico de un país. El poder blando, por otro lado, se caracteriza por la capacidad de una nación para atraer y persuadir. Surge del atractivo de la cultura, los ideales políticos y las políticas de un país.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

Los cambios económicos experimentados por los Estados Unidos en las últimas décadas de siglo XIX afectaron de una forma u otra a todos los sectores de la sociedad estadounidense. Lo que varió fue cómo estos sectores reaccionaron ante los nuevos retos y problemas que trajo la industrialización, la urbanización y la inmigración. Los granjeros vieron con espanto como aumentaba su dependencia en los mercados externos, los ferrocarriles y los bancos, y reaccionaron de forma vigorosa llegando, inclusive, a fundar un partido político. Los trabajadores industriales se organizaron en sindicatos y uniones obreras exigiendo mejores sueldos, reducir la jornada laboral y mayor seguridad en sus centros de trabajo. La clase media reaccionó buscando soluciones políticos y sociales para los problemas generados por la industrialización, especialmente, en las ciudades. Así nació el progresismo, uno de los movimientos reformistas más importantes y exitosos en la historia política de los Estados Unidos.

Una de las manifestaciones más vigorosas del progresismo provino de un grupo de periodistas conocidos como los “muckrackers”, quienes desarrollaron un nuevo tipo de periodismo, el reportaje investigativo. A través de investigaciones -muchas de ellas encubiertas-  de problemas como la corrupción, la pobreza, el hacinamiento y el trabajo infantil, estos periodistas denunciaron el impacto sociopolítico de los cambios que sufrió la sociedad estadounidense en el último cuarto del siglo XIX.

En esta nota, la periodista británica Imogen Lepere enfoca a una de las más famosas muckracker de la historia estadounidense: Nellie Bly. Con tan solo 23 años, Bly se hizo famosa por sus reportajes sobre los hospitales psiquiátricos de la ciudad de Nueva York a finales del siglo XIX. Lepere nos regala un interesante relato sobre la vida de esta impresionante mujer.


A hand colored portrait of Nellie Bly, circa 1890

Nellie Bly lo experimenta todo

 Imogen Lepere 

JSTOR  17 de junio de 2024

En septiembre de 1887, una joven menuda fue llevada ante los médicos del Hospital Bellevue de Nueva York.  Al observar la mirada vacía en sus ojos y escucharla murmurar repetidamente algo sobre un baúl perdido, la declararon histérica y la internaron en el Manicomio de la Ciudad de Nueva York en Blackwell‘s Island. Hoy en día, este nombre es sinónimo de condiciones abusivas, enfermeras sádicas y mujeres cuerdas retenidas contra su voluntad, a menudo porque no hablaban inglés. Lo sabemos porque la joven de rostro pálido en cuestión era en realidad Nellie Bly, una de las primeras reporteras encubiertas.

La denuncia de Bly, una serie de artículos publicados en el New York World titulados “Diez días en un manicomio”, provocó la indignación pública y, en última instancia, la reforma del asilo. También catapultó a la tenaz joven de veintitrés años a la cima de la escena periodística de Nueva York, todo un giro de 180 grados dado que había pasado los meses anteriores con puertas cerradas en su cara debido a su género.

Blackwell's Island (Roosevelt Island), New York City (U.S. National Park Service)

Como escribe David Randall en su libro de 2005, Great Reporters, “la vida de Nellie Bly no se parece en nada a la trama de una novela victoriana particularmente inverosímil”. Nacida como Elizabeth Jane Cochran el 5 de mayo de 1864 y apodada Pinky, Bly experimentó inicialmente una infancia feliz. Esa felicidad se vio truncada después de seis años cuando su padre, el juez Cochran, murió intestado. La situación habría sido bastante confusa dado que tenía quince hijos, pero se complicó aún más por el hecho de que tenía dos esposas, una de ellas en el derecho consuetudinario. El resultado fue la indigencia; la fortuna de la familia cayó aún más cuando la madre de Bly, Mary, se volvió a casar con un alcohólico violento. Limitada por la pobreza, así como por las expectativas de que se convertiría en madre y ama de casa, Bly comenzó a planear su escape.

En 1885, a la edad de veintiún años, Bly escribió una ardiente carta al Pittsburgh Dispatch sobre los derechos de género, firmándola como “Lonely Orphan Girl” (Niña huérfana solitaria) para añadir melodrama. El editor, George Madden, reconoció el talento cuando lo vio y le ofreció un trabajo en el acto, escribe Randall. Durante su tiempo en el Dispatch, escribió sus primeras denuncias sobre las condiciones de las prisiones y las fábricas; también emprendió una temporada de seis meses en México con su madre como chaperona, cubriendo los abusos de la dictadura de Porfirio Díaz. Su recompensa fue un aumento de sueldo y ser nombrada editora de las páginas de sociedad. Con su pasión por luchar contra la discriminación y la injusticia, Bly estaba consternada por el nombramiento. Poco después, sus colegas encontraron una nota garabateada a mano en su escritorio que decía: “Me he ido a Nueva York. Cuídenme”.

Una vez instalada en el New York World, Bly asumió una serie de papeles que le permitieron exponer problemas no reportados que perseguían la vida de las mujeres: una madre soltera con un hijo nacido fuera del matrimonio, una prostituta en un hogar para “mujeres caídas”, una vendedora de guantes para descubrir cómo las vendedoras eran tratadas por la élite de Nueva York. A pesar de que demostró ser una maestra del disfraz y una hábil artífice de las palabras muchas veces, sus editores se horrorizaron cuando sugirió la historia por la que es más conocida: una épica circunnavegación del mundo en solo setenta y cinco días. Inspirada en la novela de Julio Verne La vuelta al mundo en 80 días, la maniobra era particularmente ambiciosa en una época en la que una mujer que viajaba sola podía causar un escándalo.

A las 9:40 a.m. del 14 de noviembre de 1889, Bly zarpó en el Auguste Victoria con destino a Londres. Llevaba consigo poco más que un vestido, papel y bolígrafos y un gran frasco de crema fría. Más de 1 millón de lectores devoraron sus irregulares despachos, que incluían momentos destacados como la compra de un mono llamado McGinty, que lucía un poco de fez y una actitud tan irreverente como su dueño, en Singapur; pasar el día de Navidad en una  colonia de leprosos en las afueras de Guangzhou, China; y amenazó con degollarla cuando la tripulación del Oceanic le dijo que había un retraso burocrático que añadiría catorce días al viaje.

The boardgames Round the World with Nellie Bly (1890)

El juego de mesa La vuelta al mundo con Nellie Bly (1890). Wikimedia Commons

A pesar de los numerosos contratiempos y las condiciones climáticas adversas, Bly superó su objetivo, llegando a Estados Unidos setenta y dos días, seis horas, once minutos y catorce segundos después de su partida para encontrar multitudes entusiastas esperándola. Su estatus como la novia del mundo del periodismo de Estados Unidos parecía asegurado y su libro, La vuelta al mundo en 72 días, voló de los estantes. El 26 de enero de 1890, al día siguiente de su regreso a los Estados Unidos, el New York World publicó la primera versión del juego de mesa La vuelta al mundo con Nellie Bly, un juego novedoso y fascinante con mucha emoción por tierra y mar. Como describe la historiadora cultural y estudiosa de la ciencia ficción Marie-Hélène Huet, cada una de las setenta y dos plazas presentaba lugares o personas que había visto durante su viaje (una presentaba a Julio Verne, a quien había visitado en Amiens).

Al más puro estilo Bly, hizo algo totalmente inesperado después de su regreso victorioso: se fugó con el industrial Robert Livingston Seaman, que era más de cuarenta años mayor que ella y a quien conocía desde hacía un total de dos semanas. Como detalla Brooke Kroeger en su libro de 1994 Nellie Bly: Daredevil, Reporter, Feminist, Bly se retiró del periodismo y cuando su marido murió, heredó su fortuna y se convirtió en presidenta de su empresa. Poco después, sus socios la malversaron por más de 1,6 millones de dólares. Una vez más, se encontró en bancarrota.

Uno podría imaginar que esta desgracia, combinada con su avanzada edad, podría hacerla un poco más reacia al riesgo. Sin embargo, cuando se declaró la guerra en Europa, desempolvó su máquina de escribir y corrió al frente. En su reseña del libro de Kroeger, Emily Toth nos recuerda que Bly

“fue la primera mujer en hacerlo todo: arriesgarse a ser arrestada como espía británica; visitar la zona de guerra; se sube a una trinchera y casi se mata. Odiaba el frío y la suciedad, pero abandonó su abrigo de piel (pesaba cincuenta libras) cuando le impidió moverse rápidamente de un frente a otro. Tenía cincuenta y tantos años y estaba en su elemento”.

Nellie Bly Online – A Resource WebsiteQuedaba por llegar una hazaña de victoria, arrebatada a la desesperación. Cuando Bly regresó de Europa en 1919 y descubrió que su hermano se había apoderado de todo lo que poseía, incluso de su casa, comenzó a hacer campaña en las páginas del New York Evening Journal por derechos legales más equitativos para las mujeres trabajadoras. A la edad de cincuenta y siete años, adoptó un bebé expósito. Pero un año después, agotada por las aventuras de varias vidas, contrajo neumonía. Murió el 27 de enero de 1922.

Su trabajo allanó el camino para las generaciones de reporteras venideras. Pudo haber dado la vuelta al mundo en setenta y dos días, pero en sus demasiado breves cincuenta y siete años había recorrido casi toda la gama de la experiencia femenina.

Recursos

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Reseña: The Amazing Nellie Bly by Mignon Rittenhouse

By:  Alban T. Smith

New York History, Vol. 38, No. 2 (April 1957), pp. 208–209

Cornell University Press

AROUND THE WORLD IN EIGHTY SPACES

By:  Marie-Hélène Huet

The Princeton University Library Chronicle, Vol. 74, No. 3 (Spring 2013), pp. 397–414

Princeton University Library

The Personification of Pluck [Review of Nellie Bly: Daredevil, Reporter, Feminist, by B. Kroeger]

By:  Emily Toth

The Women’s Review of Books, Vol. 11, No. 9 (June 1994), pp. 9–10

Old City Publishing, Inc.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez