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Archive for the ‘Jim Crow’ Category

Nuevamente comparto un trabajo del historiador Federico Mare, quien  esta vez analiza el significado histórico y político de los monumentos confederados que tanta polémica causaron en Estados Unidos durante el año 2020.  Estos momumentos son muestra material del discurso de la Lost Cause analizado por Mare en una entrada previa titulada «La causa perdida de la Confederación y la anatomía de un mito reaccionario en tiempos del Black Lives Matter


‘Black Lives Matter’ y la iconoclastia contra los monumentos confederados

Federico Mare

Sin Permiso   25 de junio de 2021

La fotografía que ilustra el presente ensayo fue tomada en el Stone Mountain Park, condado de DeKalb, estado de Georgia, en lo que se conoce como Deep South, el Sur Profundo de los Estados Unidos. Una bucólica tarde del verano de 2015, gran cantidad de familias blancas sureñas aguardan un show nocturno de luces láser al pie del memorial de Stone Mountain, en el corazón de los Apalaches meridionales. Mantas, reposeras, canastos, heladeras portátiles y otros bártulos típicos de un día de picnic manchan el verde esmeralda de la pradera. Más atrás, la lente del fotógrafo captura la presencia del tren turístico que ha traído hasta el parque al enjambre de espectadores.

Johnny Reb by owl65 on DeviantArtEl memorial de Stone Mountain rinde homenaje a los héroes de la vieja causa sudista, deidades tutelares de un panteón cívico-militar en clave revisionista, es decir, anti-Yankee, anti-unionista, anti-nordista. Pero no se trata de un monumento confederado más, no. Es el mayor de todo el país. Stone Mountain representa algo así como la versión sureña rebelde del Mount Rushmore. Constituye la plasmación más fatua, cursi, extravagante, de la megalomanía patriotera de Johnny Reb [i], con su regionalismo recalcitrante y propensiones xenofóbicas.

El bajorrelieve está hecho sobre un promontorio de roca adamelita, a 120 metros del suelo, y representa a los tres próceres más populares del Viejo Sur separatista: los generales Robert E. Lee y Thomas Stonewall Jackson, junto al presidente de los Estados Confederados de América Jefferson Davis, los tres a caballo. Este proyecto monumental se puso en marcha hacia 1916, pero recién concluyó en 1972, luego de varias interrupciones y reanudaciones. Diversos artistas trabajaron sucesivamente en la obra, a lo largo de varias décadas. Con sus 23 metros de alto y 48 de ancho, constituye el bajorrelieve más grande del mundo.

En la concepción, ejecución y financiación de semejante proyecto faraónico, que insumió millonadas y millonadas de dólares, trabajaron codo a codo las Hijas Unidas de la Confederación y el gobierno estadual de Georgia. Pero la injerencia y el mecenazgo del segundo Ku Klux Klan (el «imperio invisible», como le decían entonces) fue un secreto a voces desde el primer momento. No sorprende, por ende, que muchos reclamen hoy su eliminación por medio del arenado o chorreado abrasivo. Hubo manifestaciones en contra y a favor de su permanencia. Desde agosto del año pasado, el parque permanece cerrado.

El país del Tío Sam está lleno de monumentos confederados. El de Stone Mountain es el más grande de todos, sin duda, pero de ningún modo el único. Hay cientos y cientos. Y a muchxs estadounidenses no les resultan nada simpáticos, especialmente a quienes son afrodescendientes. Con justa razón, ven en ellos símbolos ultrajantes del antiguo Sur esclavista y secesionista.

Los monumentos confederados constituyen una de las expresiones más emblemáticas del mito romántico de la Lost Cause. Este mito racista –pseudohistoria al servicio de la white supremacy o «supremacía blanca»– lleva un siglo y medio envenenando la sociedad y la cultura estadounidenses (véase mi ensayo La causa perdida de la Confederación: anatomía de un mito reaccionario en tiempos del Black Lives Matter).

Charlottesville: Cubren monumento confederado con tela negra

Desde los trágicos sucesos de 2017, cuando una joven que reclamaba el retiro de la estatua ecuestre del general Lee en el Emancipation Park de Charlottesville (Virginia) fue asesinada, gran número de monumentos confederados han sido removidos o vandalizados a lo largo y a lo ancho de Estados Unidos, de Massachusetts a Texas, y de Florida a California. Hubo no sólo retiros de monumentos confederados dispuestos por las autoridades (retiros hechos con grúas, camiones y cuadrillas de empleados municipales), como en Demopolis, San Antonio, Lexington, Helena, Lynchburg y Kansas City; sino también acciones populares iconoclastas por fuera de la ley. Muchas esculturas, memoriales y placas conmemorativas que honran al Viejo Sur separatista sufrieron vandalizaciones de diverso grado e índole en numerosas ciudades: Atlanta, Filadelfia, Houston, Tampa, Baltimore, West Palm Beach, etc. Estatuas baleadas o derribadas con sogas, monumentos intervenidos con grafitis, esculturas cubiertas con pintura, etc.

Incluso se registró un pintoresco episodio de tarring & feathering[ii]. Fue en la localidad rural de Gold Canyon, Arizona, el 16 de agosto de 2017, cuatro jornadas después de los incidentes de Charlottesville. Una placa de piedra a la vera de la Ruta Federal 80, en homenaje a Jefferson Davis –el único presidente que tuvieron los efímeros Estados Confederados de América (1861-65)–, apareció cubierta con alquitrán y plumas, en señal de repudio y agravio.

Pero hubo también vandalizaciones de signo ideológico opuesto. Por ejemplo, el busto de Lincoln en Chicago un día amaneció quemado. En Madison, Wisconsin, la estatua del abolicionista Hans Christian Heg fue derribada, decapitada y arrojada a un lago. En Boston, el Memorial del Holocausto de Nueva Inglaterra, hecho con paneles de vidrio, fue dañado a piedrazos por un activista neonazi. Estamos, pues, en presencia de una guerra simbólica por los espacios públicos entre el supremacismo blanco y el movimiento de derechos civiles. Cada bando defiende sus liex de mémoire o «lugares de memoria» (al decir de Pierre Nora), a la vez que ataca los del adversario.

jim crow

La mayoría de los monumentos confederados fueron levantados en los dos primeros decenios del siglo pasado, una época de fuertes tensiones raciales: endurecimiento de las leyes segregacionistas de Jim Crow, creación de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, retorno de un demócrata sureño de ideas racistas (Woodrow Wilson) a la presidencia de los EE.UU. luego de muchísimos años, refundación del Ku Klux Klan, estreno de la película El nacimiento de una nación de D. W. Griffith, etc. El año pico de este revival sudista fue 1911, cuando se cumplió el cincuentenario del inicio de la guerra de Secesión (batalla de Fort Sumter, abril de 1861).

El otro momento de auge en el proceso de monumentalización de la Lost Cause –aunque de menor magnitud– fue el centenario de la guerra civil, en el primer lustro de la década del 60. Esta época coincidió –no casualmente, por cierto– con el recrudecimiento del conflicto racial (expansión del movimiento de derechos civiles con Martin Luther King y emergencia del tercer KKK).

Existen centenares de monumentos confederados desperdigados por todo el vasto país del Tío Sam: estatuas ecuestres, obeliscos, bustos, etc. Si a estos monumentos se les suman las placas conmemorativas, la cifra supera cómodamente el millar. No vaya a creerse que estas evocaciones nostálgicas a la «gesta» confederada –mayoritariamente localizadas en el Sur– son todas añejas. Algunas son relativamente nuevas, como el Monumento a los Veteranos Confederados de Arizona, en Phoenix, erigido hacia 1999 (aunque removido el año pasado).

Lo cierto es que, en reacción a la tragedia virginiana de Charlottesville, el proceso de desmonumentalización de la Lost Cause alcanzó una gran magnitud, una intensidad sorprendente. Sin embargo, la ola iconoclasta de 2017 fue casi un hecho menor al lado de la segunda ola –verdadero tsunami– del año pasado, tras el asesinato de George Floyd en Mineápolis, a manos de la policía de Minnesota. En 2017, hubo 36 monumentos removidos. En 2020, casi el triple: 94. La causa de este incremento prodigioso es obvia: la masificación del movimiento Black Lives Matter (BLM) contra la violencia racista. La oleada iconoclasta anticonfederada de 2017-2020 constituye, sin lugar a dudas, uno de los fenómenos culturales, sociológicos, más llamativos de los Estados Unidos de la era Trump. Solamente en Texas se han removido 31 memoriales.

Una mirada a la tragedia de Charlottesville | Newsweek México

Una acalorada polémica, muy densa en sus implicaciones ideológicas y políticas, soliviantó al país del Tío Sam. La sociedad estadounidense se polarizó, se fracturó en dos; y también sus medios de comunicación, sus historiadores e intelectuales, sus legisladores y funcionarios. La memoria, una vez más, fue campo de batalla. El pasado, por enésima vez, dividió aguas y devino objeto de disputa. Dos paradigmas de la historia nacional, dos políticas de la memoria, se batieron a duelo. ¿Cuál fue la postura del expresidente Trump? Una «equidistancia salomónica» que claramente favorecía al supremacismo blanco: no apoyó explícitamente la violencia racista contra las minorías afroamericanas, pero condenó enérgicamente el «vandalismo» del BLM, porque ambos extremos eran –sostuvo– igualmente malos para el orden republicano (equiparación de las acciones iconoclastas con los crímenes de odio racial, de los monumentos dañados con las personas asesinadas). Sin embargo, a nadie se le escapó la tibieza o parquedad con que Trump se distanció del supremacismo blanco, y la vehemencia o énfasis que manifestó en su reprobación de la iconoclastia anticonfederada. Por lo demás, su polémica decisión de comenzar su campaña electoral de 2020 en la mismísima Tulsa, la ciudad sureña de Oklahoma donde ocurrió la peor masacre racista en la historia de Estados Unidos, eligiendo como fecha nada menos que el 19 de junio (efeméride afroamericana del Juneteenth o Día de la Emancipación)[iii], fue mayoritariamente interpretada como una provocación, que sus detractores denunciaron y sus admiradores festejaron.

Charleston aparece en el manifiesto racista difundido en Internet como  objetivo de un ataque | CNNEl proceso de desmonumentalización comenzó en junio de 2015, al calor de la ola de indignación que desató la matanza racista de Charleston (Carolina del Sur), que dejó un saldo aterrador de nueve muertos en una iglesia metodista. La circunstancia de que el asesino, el joven Dylann S. Roof, fuese un segregacionista fanático que había hecho ostentación de su identidad neoconfederada por Internet, exhibiendo fotos donde se lo veía sosteniendo con orgullo la rebel flag (la vieja bandera del Sur esclavista y secesionista), generó un gran debate en torno a la legitimidad de la presencia de dicho símbolo, y otros afines (placas conmemorativas, estatuas, obeliscos, memoriales, topónimos, etc.), en los espacios públicos.

A caballo de esta gran controversia nacional, en muchos puntos del país diversas organizaciones de derechos civiles –el Southern Poverty Law Center, entre otras– reclamaron la remoción de la simbología y la onomástica confederadas, en el marco más amplio del movimiento BLM, incoado en 2013 tras la absolución judicial del asesino de Trayvon Martin. A corto plazo, muy pocas de estas iniciativas tuvieron éxito. Sólo en un puñado de ciudades hubo logros tangibles (en Austin por ej., donde una estatua de Jefferson Davis fue retirada del campus de la Universidad de Texas en agosto de 2015).

Pero en 2017, la desmonumentalización dio un gran salto adelante cuando, entre abril y mayo, las autoridades de Nueva Orleáns –en el corazón mismo del Sur Profundo– tuvieron el coraje de remover cuatro monumentos confederados en un lapso de apenas 25 días, decisión histórica que el supremacismo blanco resistió con vehemencia. A partir de allí, las remociones se hicieron más frecuentes, en un clima de creciente crispación: St. Louis, Orlando…

James Alex Fields Jr., Who Murdered Heather Heyer in Charlottesville, Faces  Life in Prison Plus 419 Years | Vogue

Heather Heyer

Y se multiplicaron notablemente tras la tragedia de Charlottesville, donde una mujer de 32 años llamada Heather Heyer, que reclamaba pacíficamente por el retiro de la estatua ecuestre del general Lee del Emancipation Park,[iv] fue brutalmente asesinada por un manifestante ultraderechista, y donde cerca de cuarenta personas resultaron heridas. Sábado nefando, siniestro, cuya causa directa, ostensible, indubitable, es la vigencia del mito racista de la Lost Cause en el imaginario estadounidense; vigencia exacerbada, desde ya, por el fenómeno Trump.

¿El detonante de la tragedia? Un proyecto que planteó la remoción del antedicho monumento en la pequeña ciudad virginiana del condado de Albemarle, donde otrora viviera el prócer independentista Thomas Jefferson. Diversos grupos de extrema derecha (supremacistas blancos, neoconfederados, milicianos, bikers, neonazis, etc.) lanzaron una cruzada en defensa de la controvertida estatua. La expresión más conspicua y virulenta de esta reacción fue el movimiento Unite the Right, en cuyas movilizaciones callejeras se ha desplegado todo el rancio repertorio simbólico del Ku Klux Klan: consignas patrioteras y segregacionistas, banderas rebeldes con la cruz de San Andrés estrellada, capuchas blancas, la siniestra MIOAK (la insignia de los klansmen), y hasta antorchas tiki ardiendo en la oscuridad de la noche, al estilo Mississippi en llamas… El conflicto por la estatua ecuestre de Lee del Emancipation Park derivó en una larga querella judicial, que todavía sigue en curso. Al día de hoy, el monumento permanece en su sitio, aunque ha sufrido varias vandalizaciones.

Make It Right – Independent Media Institute

En 2018, la periodista Kali Holloway creó el proyecto Make It Right (MIR), destinado a crear conciencia en torno a la necesidad de desmonumentalizar el pasado esclavista y segregacionista del Sur. “Oficialmente, la guerra civil terminó con la derrota de la Confederación en 1865. Pero más de 150 años después del fin de la guerra, cerca de 1.700 monumentos a la Confederación cubren el paisaje de Estados Unidos, y no solo el de los estados sureños. Desde el año 2000, más de 30 nuevos monumentos han sido erigidos. Estas estatuas y placas romantizan la brutalidad de la esclavitud y glorifican a los traidores de los Estados Unidos”. El proyecto MIR trabaja “con múltiples grupos –activistas, artistas, historiadores y medios de comunicación– para remover los monumentos confederados y contar la verdad de la historia”. Su acción propagandística ha sido fecunda.

En la vereda opuesta no se quedaron de brazos cruzados… La legislatura de Alabama, por citar un ejemplo, sancionó en mayo de 2017 una ley prohibiendo a las autoridades municipales remover o renombrar monumentos con más de cuarenta años de antigüedad, sin autorización estadual. Esa restricción dificulta enormemente la desmonumentalización de la Lost Cause en Alabama, puesto que los memoriales sudistas datan, en su inmensa mayoría, de 1911-15 y 1961-65, el cincuentenario y el centenario de la guerra de Secesión. Alabama es uno de los estados más racistas de EE.UU., y uno de los que acumulan más monumentos confederados en sus espacios públicos. Diversas demandas se han interpuesto contra la Memorial Preservation Act. La judicialización del conflicto ameritaría otro escrito aparte.

Pero, ¿por qué esta disputa? ¿Cuál es el secreto de la importancia concedida a los monumentos confederados, tanto por sus valedores como por sus detractores? Nora, el historiador francés mencionado algunos párrafos más arriba, no investigó esos liex de mémoire en especial, sino los que, en su país, se hallan asociados a la Tercera República (1870-1940). No obstante, con cautela, algunas de sus ideas pueden ser extrapoladas a los memoriales y monumentos confederados.

La siguiente observación resulta particularmente pertinente y esclarecedora para el caso que aquí nos ocupa:

Los lugares de memoria nacen y viven del sentimiento de que no hay memoria espontánea, de que hay que crear archivos, mantener aniversarios, organizar celebraciones, pronunciar elogios fúnebres, labrar actas, porque esas operaciones no son naturales. Por eso la defensa por parte de las minorías de una memoria refugiada en focos privilegiados y celosamente custodiados ilumina con mayor fuerza aún la verdad de todos los lugares de memoria. Sin vigilancia conmemorativa, la historia los aniquilaría rápidamente. Son bastiones sobre los cuales afianzarse. Pero si lo que defienden no estuviera amenazado, ya no habría necesidad de construirlos.[v]

No habría monumentos confederados como los del general Lee, no habría monumentos unionistas-abolicionistas como los del presidente Lincoln, si el pasado –o mejor dicho, cierta selección e interpretación del pasado– no fuese, como es, un anclaje identitario para determinados grupos antagónicos de la sociedad que no quieren, ni pueden, armonizar sus autopercepciones (sectores racistas de la población blanca, minorías negras orgullosas de su afrodescendencia, fuerzas de derecha, partidos de izquierda, etc.). Tampoco los habría si la espontaneidad de los recuerdos colectivos, fluida e inorgánica como es, bastase para contrarrestar el olvido. He aquí, pues, a mi modo de ver, la clave del asunto.

The state of the white supremacy and neo-Nazi groups in the US - ABC NewsLa querella de los monumentos confederados tiene como trasfondo, como sustrato, la persistencia del racismo –y de la lucha contra el racismo– en la sociedad estadounidense. Lxs supremacistas se aferran a dichos monumentos porque sienten que la white supremacy fue herida de muerte en los 60, mientras que lxs simpatizantes del BLM bregan por la desmonumentalización porque advierten que la utopía igualitaria, jamás concretada plenamente, zozobra más que nunca con la derechización que produjo Trump como presidente (uno de los mandatarios más reaccionarios que han pisado la Casa Blanca).

Sin embargo, subsiste un interrogante. Son muchas las facetas de la sociedad y la cultura estadounidenses que, directa o indirectamente, remiten al viejo conflicto irresuelto entre supremacistas e igualitaristas: los distintos niveles de ingreso e instrucción entre angloamericanxs y afroamericanxs, los prejuicios racistas (por ej., la creencia de que los negros son más propensos a cometer robos y violaciones sexuales que los blancos), los innumerables casos de violencia policial contra jóvenes afrodescendientes (golpizas, maltratos verbales y psicológicos, asesinatos), la animosidad racial de jurados y jueces en los procesos judiciales, la estratificación residencial, etc. Los monumentos confederados son una arista del problema, entre tantas otras. ¿Por qué razón, entonces, han sido estos, y no cualquiera de las otras iniquidades racistas, la mecha que detonó todo?

David Freedberg | Image Knowledge Gestaltung

David Freedberg

Parafraseando a historiador del arte David Freedberg, la respuesta sería: el poder de las imágenes. Las estatuas y otros monumentos constituyen imágenes, y como tales, no son nada inocuas. Tienen cierto poder sobre nosotros, cierta capacidad de sugestión. Nos provocan. Nos fascinan o enfurecen. Influyen en nuestra subjetividad, ya sea abiertamente en nuestro consciente, ya sea de modo sutil en nuestro inconsciente. Nos apasionan. Nos movilizan. Señala Freedberg al respecto:

Mucho se ha estudiado los grandes movimientos iconoclastas de Bizancio en los siglos VIII y IX, de la Europa de la Reforma, de la Revolución Francesa y de la Revolución Rusa. Desde los tiempos del Antiguo Testamento, gobernantes y pueblos gobernados en general han intentado desterrar las imágenes y atacado determinados cuadros y esculturas. Cualquiera puede aportar un ejemplo de alguna imagen atacada: todos sabemos cuando menos de algún período histórico durante el cual la iconoclasia era espontánea o estaba legalizada. La gente ha hecho añicos imágenes por razones políticas y por razones teológicas; ha destrozado obras que les provocaban ira o vergüenza; y lo han hecho espontáneamente o porque se les ha incitado a ello. Como es natural, los motivos de tales actos se han estudiado y continúan discutiéndose interminablemente; pero en todos los casos hemos de aceptar que es la imagen –en mayor o menor grado– la que lleva al iconoclasta a tales niveles de ira. Esto cuando menos podemos asentar como indiscutible, por más que sepamos que la imagen es un símbolo de otra cosa y que es esta cosa la que se ataca, rompe, arranca o destroza.[vi]

Aunque los monumentos confederados sean “un símbolo de otra cosa”, y que, en definitiva, es esa “otra cosa” (el Viejo Sur esclavista y secesionista, el segregacionismo de las leyes de Jim Crow, la cultura racista actual) “la que se ataca” y defiende, la que se quiere remover o vandalizar en señal de rechazo, o bien, preservar o reparar en señal de identificación, lo cierto es que no deja de haber cierto trasfondo de fetichismo en tales prácticas anicónicas e icónicas, por muy subterráneo e imperceptible que sea ese trasfondo. De todo el abanico de opciones susceptibles de generar una reacción en cadena –en contra y a favor–, han sido las estatuas, los obeliscos, las placas conmemorativas, los memoriales, etc., los que han concentrado mayor atención de ambos bandos.

El regodeo y la saña de la muchedumbre desmonumentalizadora es por demás sintomática, sugerente, igual que lo es la vehemencia de sus oponentes. Estos, por caso, han llegado a la violencia terrorista y el asesinato para demostrar su apego sentimental por la estatua ecuestre del general Lee en Charlottesville… Nada casual hay en ello. Es evidente que los monumentos confederados, en tanto íconos, resultan particularmente irritantes y ofensivos para unos, y seductores y admirables para otros.

Las imágenes son cosa seria, aunque los intelectuales solamos subestimarlas debido a nuestra deformación profesional (predominio excesivo de las palabras, del discurso). ¿Cuántas rebeliones y revoluciones del siglo XX hubiesen quedado grabadas a fuego en nuestra memoria sin la ayuda de fotografías o filmaciones de incidentes iconoclastas, o de muestras exultantes de iconismo popular como la exhibición de banderas?

Entre las muchas ciudades norteamericanas que, durante estos últimos cuatro años, retiraron monumentos confederados de sus espacios públicos, están Montgomery, Houston, Dallas, San Diego, Little Rock, Raleigh, Charleston, Lexington, Decatur, Clarksville, Charlotte… También la mítica Birmingham de Alabama, el reducto segregacionista que Martin Luther King, en el 63, eligió como prueba de fuego para el movimiento de derechos civiles, y donde resultó arrestado. En otras urbes, como Jacksonville, los proyectos de remoción aún no se han concretado, ora porque el proceso deliberativo sigue en curso, ora porque acciones judiciales los han dejado en suspenso. Pero es muy probable que a corto plazo varios de ellos se efectivicen. Por otra parte, no olvidemos que en muchos lugares se registraron acciones directas de tipo «vandálico», por fuera del orden legal, como en Indianápolis, Los Ángeles, Denver, Sacramento y Portland: derribos, grafitis, etc.

La estatua del general confederado Thomas Stonewall Jackson está colocada en el complejo del capitolio del estado de Virginia Occidental.

Estatua del General Stonewall Jackson.

Virginia, el estado con más monumentos confederados de todo el país, merece un párrafo aparte. En marzo del año pasado, al comienzo de la pandemia, una reforma legal habilitó la remoción de los mismos. La reforma entró en vigencia en julio, y desde entonces muchas esculturas y placas conmemorativas han sido retiradas: Appomattox, Norfolk, Fredericksburg, Leesburg, Farmville, Virginia Beach… También hubo derribos y vandalizaciones en el contexto de las protestas y revueltas del BLM, como en Portsmouth y Roanoke. La aristocrática Richmond, capital estadual y otrora capital del Sur secesionista, la ciudad con más memoriales confederados de la nación (algo así como la meca del urbanismo megalómano y nostálgico de la Lost Cause, especialmente en lo que concierne a su Monument Avenue), ha vivido situaciones de todo tipo: iconoclastia revoltosa de masas, remociones efectuadas por las autoridades y retiros frustrados o demorados por la oposición encarnizada de la derecha supremacista. Las estatuas de Jefferson Davis y Williams Carter Wickham fueron derribadas, igual que el Monumento Howitzer. Las esculturas en homenaje a Stonewall Jackson, J. E. B. Stuart y Matthew Fontaine Maury fueron retiradas por el gobierno local. El gigantesco monumento ecuestre de bronce del general Lee todavía sigue en su altísimo pedestal de mármol, pero hay planes oficiales para removerlo. El año pasado, durante las movilizaciones multitudinarias del BLM, la escultura fue intervenida con grafitis, aunque su colosal tamaño impidió que se la tirara abajo. Se trata del último monumento en pie de la Monument Avenue. Creada por el escultor francés Antonin Mercié, fue inaugurada pomposamente en 1890. El anuncio de su remoción por parte del gobernador Ralph Northam, en junio de 2020, soliviantó a los sectores supremacistas, que han plantado una desesperada batalla judicial por su conservación, una nueva Gettysburg en pleno siglo XXI…

El rey belga pide perdón por la cruel y violenta colonización del Congo

Leopoldo II

Cabe hacer una importante acotación. El cimbronazo iconoclasta del BLM de 2017-2020 trascendió las fronteras de Estados Unidos. El racismo y la lucha contra el racismo no son coto exclusivo del Tío Sam. En Gran Bretaña y Bélgica, diversos monumentos asociados a la trata de esclavos y la opresión colonial han sido removidos, derribados o intervenidos con grafitis: la estatua de Edward Colston en Bristol, las esculturas de Robert Milligan y John Cass en Londres, el monumento de Leopoldo II en Amberes, los bustos dedicados a este monarca europeo –déspota genocida del Congo Belga– en Gante y Lovaina… También se registraron episodios de iconoclastia antiimperialista-antirracista en las Antillas francesas y Barbados, protagonizados mayormente por las comunidades negras o afrodescendientes. En Sudáfrica, un busto del magnate minero Cecil Rhodes –jingoísta recalcitrante y adalid de la supremacía blanca– fue descabezado por manifestantes de Ciudad del Cabo, y una estatua de Martinus Theunis Steyn –último presidente de la república bóer separatista de Orange– fue desmantelada en Bloemfontein. La desmonumentalización de la Pax Britannica victoriana tuvo coletazos en India y Nueva Zelanda, donde hindúes y maoríes no han olvidado ni perdonado los crímenes y agravios del Reino Unido. Asimismo, tanto en Estados Unidos como en Canadá, Colombia y Chile hubo acciones iconoclastas indigenistas contra monumentos asociados al «descubrimiento», la conquista y colonización europeas de América: el de Colón en Boston y St. Paul, el de Macdonald en Montreal, el de Belalcázar en Popayán, el de Valdivia en Concepción… Un claro ejemplo de efecto dominó.

Decapitan en Sudáfrica una estatua del colonizador británico Cecil Rhodes

Estatua de Cecil Rhode decapitada, Ciudad del Cabo, Sudáfrica.

“¿Por qué las personas destruyen las imágenes?”, se pregunta Freedberg en otro libro más reciente. Y prosigue su reflexión con más interrogantes incisivos:

¿Qué motiva estos actos individuales y colectivos de violencia contra algo que –al fin y al cabo– es una mera representación en madera, piedra, lienzo o papel? ¿Cómo podemos pensar la iconoclasia en el mundo contemporáneo? Para muchos, la extraordinaria ubicuidad y la repetición de las imágenes desvirtúa su aura pero, sin embargo, los ataques continúan. De hecho, los medios de comunicación tienden a visibilizarlos, haciéndolos cada vez más evidentes.[vii]

Al analizar el Beeldenstorm, el gran estallido iconoclasta de 1566 en la rebelión antiespañola y protestante de Flandes, Freedberg se interroga:

Pero, ¿por qué fueron atacadas las imágenes con tal ferocidad? Después de todo, éstas no eran en sí mismas los tiranos. ¿Hasta qué punto los actos de destrucción de los atacantes eran indiscriminados o selectivos? ¿Atacaban obras de arte reconocidas con mayor o menor vehemencia que otras imágenes, o los iconoclastas eran ciegos e indiferentes? ¿Fueron los ataques espontáneos u organizados? En un principio, los brotes parecían espontáneos, pero pronto surgieron evidencias que demostraban que muchos de los ataques, si no todos, habían sido organizados.

La mayoría de estas preguntas, y otras muchas, surgen también al abordar otros episodios iconoclastas. Al igual que en los Países Bajos, los ataques aparentemente espontáneos a menudo resultaron ser organizados y, en efecto, remarcaron eficazmente los resentimientos y las patologías individuales. Determinadas obras de arte fueron señaladas para su destrucción, puesto que ofrecían una mayor posibilidad de ganar publicidad para la causa. La ferocidad de los ataques fue seguramente atribuible, al menos en parte, a la frustración y la rabia ante la ausencia del tirano, dirigiéndose en cambio a su representación. Ciertamente era más fácil atacar a su imagen que a su prototipo viviente.[viii]

Podríamos afirmar algo similar en relación a la iconoclastia anticonfederada del BLM. Hubo monumentos que no podrían haber sido vandalizados sin un esfuerzo planificado y coordinado, como en el caso de varias estatuas de considerable tamaño y peso derribadas con sogas por grupos numerosos de manifestantes, que actuaron velozmente para no darle tiempo a la policía. La elección de ciertas esculturas especialmente significativas tampoco parece casual. Por lo demás, la vehemencia destructiva contra las mismas, el encarnizamiento con que fueron atacadas, sugiere que se dio un fenómeno psicológico de proyección: como los opresores de carne y hueso no están físicamente presentes, se descarga la ira vindicatoria contra aquellas imágenes que los representan, olvidando por un instante que se trata de un procedimiento de transferencia o sustitución.

“Las recurrencias son sorprendentes”, reflexiona Freedberg. “Incluso un estudio superficial deja claro con qué frecuencia la política se mezcla con la teología y cómo patologías individuales pueden cruzarse y a menudo exacerbar los contextos históricos específicos de determinados momentos y movimientos iconoclastas”. Y luego acota:

Amazon.com: La destruccion de la Estatua de Bel por Cornelis Cort: Home &  Kitchen

La destrucción de la estatua de Bel  por Maarten van Heemskerck, 1567

Tomemos, por ejemplo, el cupido que orina en la boca de una antigua estatua ya destruida en el grabado La destrucción de la estatua de Bel, una estampa de 1567 realizada por Maarten van Heemskerck. La acción es prácticamente idéntica a la de un joven que orina sobre el rostro de una estatua caída de Saddam Hussein en 2003. Queda claro que ya no se trata de dioses (de las personas o del arte), sino que simplemente se han derrumbado y ahora tan solo son falsos ídolos que pueden ser insultados de un modo impensable si siguiesen vivos o continuasen siendo deidades. Sin embargo, actos como estos sugieren que este tipo de insultos son percibidos y sentidos como algo verdaderamente importante debido a que transmiten la sensación de ser agresiones físicas a un prototipo viviente.

En esta combinación de religión, política y sensualidad de las imágenes la persistencia asombrosa de formas aparentemente similares de profanación y destrucción se hace aún más comprensible. Los actos iconoclastas y de censura adquieren formas estereotipadas. Esto es el resultado de una etiología común: el acto para eliminar lo viviente en una imagen o su profanación corporal, de modo que su estatus material descalifique su estatus sagrado o superior (ya sea estética o políticamente).

[…] Ver este tipo de imágenes agredidas y dañadas siempre provoca un shock. Los espectadores perciben que dichos ataques no solo se aplican sobre los cuerpos que ven, sino también, de forma inquietante, en cierto modo, sobre sus propios cuerpos. Este sentido de empatía con los objetos observados es lo que garantiza su efectividad. […] Precisamente esto último es lo que demuestra más poderosamente la vida de la imagen, ofreciendo la indicación más clara de la habilidad con la que fue hecha.

Todo esto nos obliga a pensar más detenidamente acerca de la visualización de la iconoclasia solamente en términos históricos o políticos. En ocasiones, los primeros resultan tan clamorosos que parecen anular las limitaciones de estos últimos. No es solo una cuestión relacionada con la persona concreta que representa la imagen. […] Nada de esto puede explicar adecuadamente la violencia con la que fueron eliminadas y las múltiples formas de destrucción de lo que parecía estar vivo aunque tan solo fuera, de hecho, una mera reproducción de lo real.

Siempre hay algo más. La voluntad de destruir una obra a menudo indica el empeño por negar que, en cierto modo, la imagen es algo viviente. Precisamente, es esta capacidad la que la convierte en algo peligroso, en objeto que precisa ser eliminado, mutilado y destruido. Los temas históricos no se pueden resolver al margen de los psicológicos.[ix]

The hashtag #BlackLivesMatter first appears, sparking a movement - HISTORY

Esto se aplica también a la iconoclastia del BLM. El intenso goce material o corporal –y no solo simbólico o metonímico– con que se destruyeron los monumentos confederados revela que hubo un componente psíquico más profundo en este accionar punitivo. Si por unos instantes no se sintiera inconscientemente que las estatuas del general Lee están vivas, el pasado y la política no serían suficientes para explicar tanta pasión y tanto celo iconoclastas. Llega un punto en que la psicología se vuelve irreductible a la historia y la sociología, por mucho que estas nos ayuden a comprender el comportamiento humano a la luz de factores económicos y culturales de carácter contextual.

Aunque la tormenta iconoclasta contra la Lost Cause amainó este año, con el demócrata y «progresista» Joe Biden de presidente, cabe esperar que recrudezca en cualquier momento, tan pronto como el BLM experimente un nuevo auge de protestas y revueltas. No hay de qué extrañarse: los lugares de memoria están saturados de ideología, y, por ende, de política. Cuando el consenso se diluye, cuando el conflicto social se agudiza y sale con ímpetu a la superficie, ¿cómo pretender que los monumentos confederados permanezcan al margen, a salvo? Menos aún si, en tanto obras de arte figurativas, calculadamente vívidas en su artilugio mimético, ejercen ese influjo irresistible de amor-odio que Freedberg llamó, con quirúrgica precisión semántica, the power of the images, el poder de las imágenes.

NOTAS

[i] Personaje imaginario que simboliza al Sur estadounidense en general, y a los antiguos Estados Confederados de América (1861-65) en particular. Se lo representa con chaqueta, pantalones y gorra de color gris –el uniforme que usaban los soldados sudistas–, y a menudo, sosteniendo un arma o la rebel flag. Su contraparte simétrica es Billy Yank, prosopopeya o personificación del Norte.

[ii] El tarring & feathering es una tradición de castigo popular, no oficial, típica de los países anglosajones, actualmente en desuso. Se lo practicaba con quienes transgredían los valores morales de la plebe: criminales, usureros, comerciantes especuladores, terratenientes abusivos, empresarios explotadores, rompehuelgas, adversarios políticos, funcionarios impopulares, policías o militares represores, recaudadores de impuestos, etc. Las víctimas eran inmovilizadas y desnudadas, rociadas con alquitrán de pino caliente y luego cubiertas con plumas, a modo de represalia y escarmiento, de humillación y escarnio públicos. Los orígenes de esta punición popular se remontan a la Inglaterra medieval. Fue muy utilizada por los rebeldes norteamericanos durante la revolución y guerra de Independencia, y también por los pioneros del Far West en el siglo XIX. Durante la centuria pasada fue perdiendo vigencia, hasta su virtual extinción.

[iii] La efeméride hace referencia a la abolición de la esclavitud en Texas, último baluarte esclavista del Sur en la guerra de Secesión. El 19 de junio de 1865, poco después de que el Ejército Confederado de Trans-Mississippi se rindiera, el general nordista Gordon Granger proclamó desde Galveston la liberación de toda la esclavatura texana, de por sí muy numerosa y recientemente acrecentada por la inmigración de plantadores sudistas exiliados desde el este: Alabama, Georgia, etc.

[iv] El monumento retrata al mítico general sudista montando a Traveller, su corcel más famoso. La escultura está hecha en bronce, y fue instalada en 1924, en pleno auge de la Lost Cause y del segundo Ku Klux Klan, cuando todo el Sur se llenó de monumentos confederados. Su autor es el artista plástico Henry Shrady, célebre por su estatua ecuestre del Gral. Grant frente al Capitolio, en Washington DC. Shrady murió prematuramente, y la obra debió ser concluida por otro escultor, el italiano Leo Lentelli.

[v] Nora, Pierre, Pierre Nora en Les liex de mémoire. Santiago de Chile, Trilce, 2009, pp. 24-25.

[vi] Freedberg, David, El poder de las imágenes: estudios sobre la historia y la teoría de la respuesta. Madrid, Cátedra, 1992, p. 29.

[vii] Freedberg, Iconoclasia: historia y psicología de la violencia contra las imágenes. Bs. As., Sans Soleil, 2017, p. 15.

[viii] Ibid., p. 40.

[ix] Ibid., pp. 51-58.

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Comparto con mis lectores este interesante trabajo del historiador argentino Federico Mare sobre la llamada causa perdida (Lost Cause). Tras su derrota en la guerra civil, el Sur desarrolló una narrativa explicando su rebelión como una acto «autodeterminación». Es  así como, el conflicto civil para a sser representado como una guerra de independencia en la que el Sur luchaba por su libertad frente a la agresión del Norte. De acuerdo con los antiguos confederados, su rebelión no había sido causado por su deseo de mantener la esclavitud como la base económica de su sociedad, sino por su deseo de salvar su forma de vida y su «libertad».

Mare analiza muy bien el origen, desarrollo y significado del mito de la  Lost Cause, vinculándole con las actuales luchas raciales en Estados Unidos.


La causa perdida de la Confederación y la anatomía de un mito reaccionario en tiempos del Black Lives Matter

El 12 de agosto de 2017, una mujer murió asesinada en la ciudad sureña de Charlottesville, Virginia, a manos de un activista de extrema derecha, por reclamar la remoción de un monumento del general Robert Edward Lee. La noticia conmocionó a los Estados Unidos. Tras la tragedia, cobró impulso, en muchas partes del país, el movimiento anticonfederado de desmonumentalización. Numerosos memoriales, estatuas, obeliscos, placas conmemorativas, etc., fueron retirados o vandalizados. Cuando parecía que la revuelta iconoclasta era cosa del pasado, el crimen de George Floyd en Mineápolis –perpetrado por la policía de Minnesota el 25 de mayo de 2020, en medio de la crisis pandémica– la revitalizó. Más aún: la potente caja de resonancia del Black Lives Matter (BLM), con sus protestas y puebladas masivas, le dio al movimiento desmonumentalizador una magnitud inédita, nunca antes alcanzada. El presente ensayo aborda un aspecto del imaginario cultural estadounidense que resulta clave para contextualizar y comprender estos sucesos.

No vaya a creerse que el revisionismo histórico de derecha es privativo de Argentina. Los Estados Unidos también tienen uno. Y goza, por cierto, de muy buena salud. Aquí, en estas latitudes australes desde donde escribo, el camino preferido de los historiadores revisionistas de derecha (Carlos Ibarguren, los hermanos Irazusta, Manuel Gálvez y epígonos) ha sido siempre la apología e idealización de Juan Manuel de Rosas y su época. Allá, en el país del Tío Sam, la senda predilecta de los revisionistas conservadores más recalcitrantes ha sido, tradicionalmente, la justificación ideológica y la evocación romántica del Viejo Sur, vale decir, el Sur del Antebellum (1783-1861) y de la guerra de Secesión (1861-65), así como del primer Ku Klux Klan y los redeemers en la era de la Reconstrucción (1865-77).

Historians to the Rescue! - Lawyers, Guns & Money

Esta tradición historiográfica recibe el nombre de Lost Cause of the Confederacy (causa perdida de la Confederación), o, más a menudo, simplemente Lost Cause. Sus fundadores fueron el periodista Edward Pollard (1832-1872), el general retirado Jubal Early (1816-1894) y el expresidente de los Estados Confederados Jefferson Davis (1808-1889). Luego vendrían muchos más, tanto a fines del siglo XIX y a lo largo del XX, como en lo que va del nuevo milenio. Pero Pollard, Early y Davis fueron los pioneros. Ellos sentaron las bases del revisionismo histórico sudista.

Su pathos es la nostalgia; su ethos, el panegírico. Hace gala de una retórica deslumbrante, pero el rigor científico no está entre sus mayores virtudes. Es un discurso plagado de tergiversaciones, omisiones y exageraciones tendenciosas, que nace y termina en la General Order No. 9, el discurso de despedida del general Lee a sus tropas, con motivo de la rendición del Sur. La sentimental General Order No. 9 es la musa inspiradora del relato de la Lost Cause, y también su lecho de Procusto.

Cuartel General, Ejército de Virginia del Norte, 10 de abril de 1865

Orden General

Nº 9

Después de cuatro años de arduo servicio marcado por un coraje y fortaleza insuperables, el Ejército de Virginia del Norte se ha visto obligado a rendirse ante las cifras y los recursos.

No necesito decir a los valientes supervivientes de tantas batallas combatidas, que han permanecido firmes hasta el final, que he consentido este resultado sin ninguna desconfianza hacia ellos, pero la sensación de que el valor y la devoción no podrían conseguir nada que pudiera compensar las pérdidas que supondría la continuación de la contienda, han hecho que decida evitar el inútil sacrificio de aquellos que prestaron servicios y se ganaron el afecto de sus compatriotas.

Según los términos del acuerdo, oficiales y hombres pueden regresar a sus hogares y permanecerán allí hasta el intercambio. Podéis estar satisfechos siendo conscientes del deber fielmente realizado; y yo sinceramente ruego que Dios misericordioso os bendiga y proteja.

Con una incesante admiración por vuestra constancia y devoción hacia vuestro país, y un recuerdo agradecido por vuestra consideración amable y generosa hacia mí, os saludo a todos con una cariñosa despedida.

R. E. Lee, General, Orden General nº 9.

La Lost Cause, la causa perdida de la Confederación, es la política de la memoria del supremacismo blanco sureño. La segregación racial institucionalizada (leyes de Jim Crow) que el movimiento de derechos civiles y el Black Power, en los 60, pusieron en crisis y lograron erradicar, lo mismo que la cultura racista de facto que ha pervivido hasta hoy en el Sur profundo (y no solo allí), reconocen, en aquella narrativa histórica mitologizada, un componente medular de su imaginario político y cultural. El relato es más o menos así:

Había una vez, en tiempos del Antebellum (antes de la guerra de Secesión), un Sur próspero, pacífico y feliz. Era una sociedad jerárquica, donde primaban el orden y la armonía. Un organismo sano donde cada órgano cumplía su función. Cada quien ocupaba su lugar en el viejo Dixie (Sur), y todos hacían lo que debían hacer, conforme a la ley natural y divina.

Archivo:1890s pre civil war scene.jpg - Wikipedia, la enciclopedia libre

La cabeza, la élite blanca de los plantadores, gobernaba el cuerpo social con prudencia, sabiduría, probidad y todas las otras virtudes inherentes a la aristocracia. En justa recompensa por ello, la riqueza y el prestigio estaban en sus manos. Los gentlemen sureños eran hombres rectos y cultos, honorables y gallardos. Eran epítomes de la caballerosidad, y nada tenían que envidiarles a los nobles del Viejo Continente, aunque no detentaran títulos de nobleza. Poseían grandes plantaciones de algodón u otros cultivos, mansiones señoriales y muchos esclavos negros, a los que trataban paternalmente, con suma benignidad. Eran buenos patriotas y cristianos devotos (mayormente episcopales, es decir, anglicanos). Los más jóvenes, cortejaban a las Southern belles (bellezas sureñas) con su sofisticado arte de la galantería, cual cortesanos de Versalles en tiempos del Rey Sol.

Más abajo, la clase media: granjeros, artesanos, pequeños y medianos comerciantes, trabajadores de oficios, capataces, maestros de escuela, predicadores… Ciudadanos blancos de condición más modesta, gentes laboriosas y ahorrativas, de vida austera y sencilla. También eran –como los plantadores– buenos patriotas y cristianos devotos (bautistas sobre todo).

En la base de la pirámide social, la esclavatura, la gran masa de esclavos africanos y afrodescendientes. Negros fieles y obedientes, solícitos y diligentes, inocentes y felices, humildes y agradecidos. Y también ovejas mansas del Señor.

Es el Sur idílico, bucólico, que Dan Emmett, allá por 1859, inmortaliza en su canción Dixie, algo así como el canto del cisne de la cultura sureña del Antebellum; canción proesclavista compuesta en reacción a las críticas del abolicionismo Yankee, luego devenida, durante la guerra civil, en himno popular de la Confederación.

Me gustaría estar en la tierra del algodón

Los viejos tiempos allí no se olvidan […]

En Dixieland donde nací […]

Me gustaría estar en Dixie

Lejos, lejos

En Dixieland voy a tomar mi posición

Para vivir y morir en Dixie

Lejos, lejos, lejos hacia el sur, en Dixie.

Pero sigamos narrando el mito. Un día, el Norte tiránico, con sus abusos y agravios, con su prepotencia y agresividad, forzó al Sur a separarse de la Unión y declarar la guerra, en salvaguardia de sus derechos y modo de vida, de su libertad y dignidad (la defensa de la esclavitud fue una preocupación secundaria). La secesión era completamente legítima, pues no transgredía la letra y el espíritu de la Constitución estadounidense. Había que proteger a Dixie de Lincoln, el peor déspota populista que tuvo América en su historia.

Early, Jubal A. (1816–1894) – Encyclopedia Virginia

Los sureños eran mejores soldados. Combatían con más coraje y destreza que los Yankees. Sus generales, formados en West Point, eran los mejores estrategas de Norteamérica: Robert E. Lee, Albert Sidney Johnston, Thomas Stonewall Jackson… La mejor caballería era también la confederada. Pero los Yankees eran mucho más numerosos, y poseían más dinero, más tecnología, más industrias, más recursos. Sus generales (Grant, Sherman, Sheridan, etc.) eran desleales e inescrupulosos, ventajistas y crueles. El general Lee era infalible en sus decisiones estratégicas y tácticas, pero algunos de sus lugartenientes cometieron errores que se pagaron caro. Y así, la guerra civil la ganó finalmente el Norte.

El Sur quedó diezmado, devastado, empobrecido. Y durante largo tiempo, estuvo ocupado por las tropas federales, gobernado por interventores militares foráneos designados en Washington. Se anunció oficialmente, con bombos y platillos, que vendrían años de reparación y reconciliación para el Sur. Fue una cínica mentira. La llamada Reconstrucción resultó ser una época aún más funesta que la guerra civil, una época de opresión y corrupción, de despojo y subversión, de maltratos y humillaciones.

Los negros, desmadrados por la abolición de la esclavitud, pervertidos y soliviantados por la demagogia del ala radical del Partido Republicano (derogación de los Black Codes, otorgamiento de derechos civiles y políticos, promesas o iniciativas de reforma agraria como la forty acres and a mule, asistencialismo del Freedmen’s Bureau, farsa electoral, etc.), se entregaron a la vagancia, al alcoholismo y el libertinaje sexual, al robo y las usurpaciones de tierras, a la venganza y el crimen, a la politiquería sórdida del clientelismo y el fraude. Al volverse freedmen (libertos), los negros se depravaron por completo; y los antiguos amos, desamparados, quedaron expuestos a su revanchismo feroz, a menudo sangriento.

Dixie, además, se llenó de carpetbaggers, blancos norteños que venían a hacer su agosto: funcionarios demagógicos del Partido Republicano, oficiales sedientos de promoción rápida, maestros y médicos de ideas extremistas, ministros religiosos abolicionistas, periodistas y reformadores radicalizados, mercachifles oportunistas, leguleyos deshonestos y otros forasteros advenedizos… Todos ellos tenían un mismo modus operandi: caían de repente y con vehemencia, como una plaga de langostas, como una invasión de harpías; lucraban con rapacidad, devorándolo todo; y cuando nada más quedaba por engullir, desaparecían en un abrir y cerrar de ojos, con sus inmundas carpet bags (maletas de viaje ordinarias hechas con alfombra reciclada) repletas de dólares mal habidos.

El infortunio, para colmo, se vio agravado por blancos sureños traidores que, movidos por el interés y la codicia, se incorporaron al Partido Republicano y prestaron su activa colaboración a los intrusos Yankees, obteniendo una buena tajada por su defección: los scalawags. Con su proceder digno de Judas, se ganaron el desprecio y el odio de la gente sureña de bien.

Hasta que un día, Dixie se puso de pie. Muchos ciudadanos blancos, disconformes con la Reconstrucción, añorando los tiempos del Antebellum, empezaron a unirse y organizarse. Eran los redeemers, los redentores del Sur. Hombres principistas, abnegados, lucharon con denuedo por su tierra natal. Sus objetivos eran nobles: restituir a los estados sureños su autonomía política perdida, y restaurar la paz social implantando un nuevo régimen de supremacía blanca. No pocos redeemers tomaron las armas, y nucleados en una hermandad secreta llamada Ku Klux Klan –digna emulación de los templarios, los cruzados y los caballeros del Rey Arturo– combatieron con heroísmo a los enemigos de Dixie: negros bellacos, carpetbaggers execrables y scalawags predestinados al noveno círculo del infierno dantesco.

La lucha pronto dio sus frutos. Las odiosas tropas Yankees fueron evacuadas. Los republicanos radicales acabaron siendo desalojados del poder por los demócratas borbónicos (conservadores). Los estados sureños volvieron a autogobernarse. Las leyes de Jim Crow, sin restablecer el esclavismo clásico del Antebellum (la transformación de la esclavatura en mano de obra asalariada no tuvo marcha atrás), garantizaron al menos la vigencia de un orden jerárquico aggiornado, basado en la diferenciación y separación de las razas. Y así, por fin, Dixie volvió a ser una sociedad armónica y feliz.

Thomas Nast: His Period and His Pictures (1904) Part 7 — DonkeyHotey

Esta tradición historiográfica tan alejada de la realidad, tan cercana al mito, empezó a formarse no bien concluyó la guerra civil, con el discurso de despedida del general Lee en Appomattox. Fue creciendo, poco a poco, con la efeméride del Confederate Memorial Day, cada 26 de abril; con la aparición de artículos y libros revisionistas, como la obra señera de Pollard The Lost Cause (1866); con la proliferación de asociaciones conmemorativas (Veteranos Confederados Unidos e Hijas Unidas de la Confederación, entre otras); con la construcción de monumentos a los próceres militares y civiles del Sur separatista, como Lee, Stonewall Jackson y Davis (especialmente los de la Monument Avenue, en Richmond); con la inauguración, en 1896, del Museo de la Guerra Civil Estadounidense. Hacia principios del siglo XX, la tradición de la Lost Cause ya había alcanzado su madurez, y estaba firmemente arraigada en el imaginario blanco sureño. Las artes de la época (literatura, teatro, música, pintura, etc.), con su nostalgia omnipresente del viejo Dixie, con su épica marcial del uniforme gris y la rebel flag, así lo evidencian.

Lost Cause of the Confederacy - Wikipedia

El 3 de junio de 1907, con motivo del 99º aniversario del natalicio de Jefferson Davis (el único presidente que tuvieron los Estados Confederados de América en su corta existencia de cuatro años), se realizó un desfile a caballo por las calles de Richmond, Virginia, la antigua capital del Sur secesionista. Fue un acto multitudinario, cuidadosamente organizado, de gran colorido y solemnidad. Miles de añosos veteranos de la Confederación, pulcramente ataviados con sus uniformes de gala y condecoraciones de guerra, cabalgaron hasta el Jefferson Davis Monument enarbolando un sinnúmero de banderas rebeldes, con sus trece estrellas blancas y su cruz azul de San Andrés recortada sobre fondo rojo. Muchas esposas, viudas e hijas de soldados confederados participaron del homenaje. Desafiando el paso del tiempo, el general retirado George Washington Custis Lee, hijo mayor de Robert E. Lee, encabezó el desfile. Tenía a la sazón 74 años de edad. Asumió complacido, orgulloso, el rol que todos esperaban de él: ser una reliquia viviente del Viejo Sur en pleno siglo XX. Una periodista virginiana, Edyth Gertrude Carter Beveridge, capturó con su cámara, para la posteridad, esta conmemoración patriotera rayana en lo grotesco.

The end of the South's Religion of the Lost Cause (COMMENTARY)El relato de la Lost Cause vino a cumplir, en los Estados Unidos de la posguerra civil, una doble función ideológica de importancia capital. Por un lado, religó al Nuevo Sur con el Viejo, exorcizando los sentimientos de culpa, vergüenza y desánimo de muchos sureños blancos. Por otro, reconcilió al Nuevo Sur con el resto del país, y al resto del país con el Nuevo Sur. Recapitulemos sus premisas: 1) la esclavitud no había sido tan mala después de todo, debido a su carácter paternalista; 2) fue la defensa de las autonomías estaduales, más que los intereses creados de los plantadores, lo que condujo a la secesión y la guerra civil; 3) los sureños se escindieron de la Unión no por gusto, sino obligados por las circunstancias; 4) la victoria del Norte fue más demográfica, tecnológica y económica que propiamente militar; 5) el Gral. Lee nunca cometió un error, aunque sí algunos de sus subalternos; 6) los soldados y oficiales confederados merecen el respeto y la admiración de todos –incluso de sus antiguos enemigos– por su valentía, eficiencia, honorabilidad y patriotismo; 7) la política republicana de Reconstrucción, presa del radicalismo, incurrió en demasiados excesos e injusticias; 8) finalizada la ocupación militar, los redeemers pusieron las cosas en su lugar; 9) la violencia del KKK fue en legítima defensa; 10) el nuevo orden sureño del separate but equal (separados pero iguales) consiguió pacificar y armonizar la convivencia de razas, sin transgredir la Enmienda XIV de la Constitución. Pocas veces la historiografía moderna ha estado tan saturada de mitopoiesis, tan abocada a la idealización y falsificación del pasado, como en las narrativas de la Lost Cause.

Muere el último galán que quedaba vivo de 'Lo que el viento se llevó' |  Cultura | Cadena SEREl romanticismo de la Lost Cause dejó una huella indeleble en la literatura y el cine estadounidenses del siglo XX. Lo encontramos, tempranamente, en la trilogía novelística de Thomas Dixon sobre la Reconstrucción, publicada entre 1902 y 1907: The Leopard’s SpotsThe ClansmanThe Traitor. Y más tarde, en la saga que Faulkner le dedicó a los Sartoris, igual que en Lo que el viento se llevó (1936), la obra cumbre de Margaret Mitchell. Lo hallamos también en películas emblemáticas de Hollywood como El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith, basada en la precitada trilogía de Dixon, donde los clansmen, los encapuchados del KKK, idealizados cual paladines de un cantar de gesta medieval, realizan épicas cabalgatas al son del Walkürenritt de Wagner, y ajustician a un negro facineroso que trató de violar a una joven blanca de angelical inocencia. Y lo encontramos, desde luego, en la célebre adaptación cinematográfica que Victor Fleming hizo del bestseller de Mitchell, estrenada en el 39. No podemos olvidarnos, tampoco, de Gods & Generals, tanto en su versión novelística original de Jeff Shaara, que data de 1993, como en su versión fílmica ulterior de Ronald F. Maxwell, que vio la luz en 2003.

Añadamos a la lista los innumerables westerns revisionistas cuyos héroes son veteranos del Ejército confederado, o bushwhackers (guerrilleros sudistas) prófugos, que emigran al Lejano Oeste en busca de supervivencia, libertad o aventuras: vaqueros, pistoleros, bandoleros, justicieros, etc., siempre envueltos en un seductor halo romántico asociado a su «sureñidad» rebelde. Un buen ejemplo es el film El fugitivo Josey Wales (1976), dirigido y protagonizado por Clint Eastwood, basado en la novela de Forrest Carter The Rebel Outlaw: Josey Wales (1972). Al inicio de la película, Josey, un apacible granjero de Misuri, decide unirse a la bushwhacking (guerrilla confederada) luego de que una banda de rufianes jayhawkers (partisanos nordistas) incendia su granja y mata a su familia.

Norte y Sur”, para todos los públicos. | DessjuestLa TV estadounidense también rindió tributo a la Lost Cause, y no pocas veces. Mencionemos, como botón de muestra, la serie Norte y Sur de David L. Wolper, exhibida por primera vez a mediados de los 80 en la pantalla de la ABC. La tira, basada en la trilogía novelística de John Jakes, se hace eco, a través de Orry Main (Patrick Swayze) y otros personajes, de muchos de los mitologemas y estereotipos más arraigados acerca del viejo Dixie: la caballerosidad sureña, las Southern belles, la magnificencia aristocrática de la plantación, el esclavismo benévolo, el heroísmo sobrehumano de los soldados confederados, la abnegación patriota de las ladies sureñas, el extremismo de los abolicionistas norteños, etc. A decir verdad, Norte y Sur no es rabiosamente sudista y confrontativa, sino salomónicamente equidistante y conciliatoria. Muestra también que había plantadores crueles, esclavos infelices, blancos sureños insatisfechos con la esclavitud y muchos Yankees de buen corazón. Norte y Sur retrata la guerra de Secesión como un inexorable choque de civilizaciones muy distintas, en más de un aspecto diametralmente opuestas. Pero en el fondo, hermanadas por una misma nacionalidad: la estadounidense. Civilizaciones que, por lo demás, con sus luces y sombras, resultan ambas entrañables, queribles por igual, si nos esforzamos en comprender sus cosmovisiones y modos de vida, sin caer en los extremos de los esclavistas más obtusos y los abolicionistas más fanáticos… La serie de Wolper es un ejemplo paradigmático de cómo las narrativas de la Lost Cause consiguieron reconciliar al Nuevo Sur con el resto de los Estados Unidos, y viceversa.

Ni siquiera la ciencia ficción más fantasiosa logró sustraerse a los cantos de sirena de la Lost Cause. John Carter, el personaje de la serie marciana de Edgar Rice Burroughs (uno de los héroes pulp fiction más populares, probablemente el más emblemático del subgénero sword & planet), es un caballero sureño de pura cepa, orgulloso de su patria chica y de su veteranía como oficial de caballería del general Lee. En sus andanzas por el planeta Barsoom (Marte), a muchos millones de kilómetros de la Tierra, insiste en presentarse ante los marcianos como el capitán (confederado) John Carter de Virginia, sin hacer alusión a su condición terrícola y humana, ni a su nacionalidad estadounidense, obviando el hecho de que su rango militar es sólo una remembranza (la guerra de Secesión había terminado, los Estados Confederados de América ya no existían más y el Ejército de Virginia del Norte tampoco). Rice Burroughs creó este personaje hacia 1911, en pleno revival de la «sureñidad» neoconfederada, cuando –por caso– la educadora e historiadora Miss Millie Rutherford, integrante conspicua de las Hijas Unidas de la Confederación, lideraba una cruzada que propugnaba la reescritura –en clave sudista– de los manuales escolares de historia. El apego tozudo, casi petulante, del capitán Carter a la identidad virginiana, a la mística confederada, está reflejado, asimismo, en la adaptación cinematográfica de Andrew Stanton, lanzada por Disney en 2012.

Todas las obras mencionadas en los párrafos precedentes, amén de reflejar en sus tramas el imaginario de la Lost Cause, han contribuido decisivamente a masificarlo y naturalizarlo, sobre todo la superproducción de Fleming, acaso el largometraje más famoso en la historia del cine. Resulta difícil exagerar el daño político que este arte nostálgico del viejo Dixie, independientemente de sus méritos o deméritos estéticos, le ocasionó al movimiento afroamericano de derechos civiles con su retahíla de mitos y estereotipos racistas.

El film Lo que el viento se llevó es elocuente en su adhesión al supremacismo blanco sureño, aun cuando dicho supremacismo esté sensiblemente atemperado –por razones oportunistas de marketing– respecto al libro de Mitchell, carente por completo de corrección política. Aparecen house negroes (negros domésticos) bonachones y joviales que no necesitan –ni quieren– ser emancipados de la esclavitud, Yankees invasores más malvados que Satanás, carpetbaggers scalawags corruptos, freedmen pervertidos por la demagogia radical, etc. etc.

Carpetbagger - Wikipedia, la enciclopedia libre

Caricatura donde el KKK amenaza con linchar a los Carpetbaggers, en Tuscaloosa, Alabama, Independent Monitor, 1868. Wikipedia

No sólo eso: la segunda parte del largometraje contiene referencias subrepticias al Ku Klux Klan que distan mucho de ser negativas. Frank Kennedy (Carroll Nye), Ashley Wilkes (Leslie Howard) y otros caballeros sureños de Georgia, hombres de bien que están hartos de los atropellos de la Reconstrucción, asisten a «misteriosos» conciliábulos… David Selznick, el productor de la película, les pidió a los guionistas que evitaran hacer mención expresa al KKK, una organización clandestina y terrorista que, no obstante hallarse en declive a fines de la década del 30, seguía existiendo y generando polémica. Pero la escena está, y a nadie se le escapó su significado, pues la novela de Mitchell –galardonada con un Pulitzer– era un éxito colosal de ventas desde hacía más de tres años; y en ella, la participación de Frank, Ashley y los demás gentlemen de Atlanta en la sociedad secreta de los encapuchados está no sólo explicitada, sino también narrada con tintes románticos.

De modo que, como dice el refrán, a buen entendedor, pocas palabras. El film Lo que el viento se llevó despliega, durante sus casi cuatro horas de duración, un racismo insidioso por demás eficaz en su interpelación ideológica.

La vitalidad que el movimiento neoconfederado de la Liga del Sur exhibe actualmente en Alabama y otros estados meridionales, lo mismo que la contumaz persistencia del KKK, demuestran cuánto éxito tuvieron los narradores de la Lost Cause a la hora de modelar la subjetividad de su público. También lo demuestran, por supuesto, la tragedia de Charlottesville, protagonizada por la coalición de ultraderecha Unite The Right, y la virulenta resistencia al movimiento de desmonumentalización del pasado confederado, que tantos logros y repercusión ha cosechado estos últimos años, con la oleada de remociones y vandalizaciones de memoriales, estatuas, obeliscos, placas conmemorativas y otros símbolos del rancio Dixie separatista. La ideología sureña del supremacismo blanco no hubiese llegado tan lejos sin el concurso de la Lost Cause; mito reaccionario que ya tiene a sus espaldas un siglo y medio de historia.

La tarde del jueves 4 de abril de 1968, en el Lorraine Motel de Memphis, Tennessee, un francotirador segregacionista apostado en el baño gatilló su Remington 760. La bala dio en el blanco, a 60 metros de distancia: un afroamericano de mediana edad que tomaba aire en el balcón del segundo piso, muy cerca de la habitación 306 donde estaba hospedado. La víctima, impactada de lleno en la cabeza, se desplomó en el suelo. Fue un magnicidio. El afroamericano en cuestión era nada menos que un nobel de la paz, el máximo referente del movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos: Martin Luther King. Ya no haría más giras, ni pronunciaría más discursos.

El arma que le arrebató la vida a Martin Luther King en centésimas de segundo fue cargada con odio racial durante más de 150 años. Ese odio sería ininteligible, imposible de comprender, sin el ideologema de la causa perdida de la Confederación. Hay que tener esto presente cada vez que nuestra cinefilia, por inercia o placer, nos haga volver a ver Lo que el viento se llevó. Si este ensayo ha servido para comprender por qué el BLM ha dedicado tanto tiempo y energía, tanta pasión, a remover o destruir los monumentos confederados del Sur, entonces ha cumplido con su misión. La saña iconoclasta, por muy excéntrica e inexplicable que nos parezca, siempre esconde un por qué.

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The Black Church: This Is Our Story, This Is Our Song: Gates Jr., Henry  Louis: 9781984880338: Amazon.com: BooksEl pasado 2 de junio el gran historiador afroamericano Henry Louis Gates Jr. conversó sobre su más reciente libro  con Jim Basker, presidente del Gilder Lehrman Institute of American History. Titulado The Black Church: This is our This is Our Song, el libro de Gates explora los 400 años de historia de la iglesia negra en Estados Unidos, y el papel que ésta ha jugado en la historia de la comunidad afroamericana. Este libro acompaña a una serie de televisón del mismo título.

El Dr. Gates es profesor en la Universidad Alphonse Fletcher y director del Hutchins Center for African and African American Research en Harvard Univeristy. Con una carrera de más de cuarenta años, Gates es uno de los estudiosos de la historia y la literatura afroamericana  más destacados y mediáticos. Entre sus libros destacan In Loose Canons: Notes on the Culture Wars (1992), Speaking of Race, Speaking of Sex: Hate Speech, Civil Rights, and Civil Liberties (1994), Colored People: A Memoir (1994), The Future of the Race (1996), Thirteen Ways of Looking at a Black Man (1997), The Trials of Phillis Wheatley: America’s First Black Poet and Her Encounters with the Founding Fathers (2003), America Behind the Color Line: Dialogues with African Americans (2004), In Search of Our Roots (2009) y Stony the Road: Reconstruction, White Supremacy, and the Rise of Jim Crow (2019).

Gates también ha participado en varios documentales de televisión  emitidos por el Public Broadcasting Service (PBS). Fue presentador de las series African American Lives (2006-08), Faces of America (2010) y Finding Your Roots (2012-). Otros de sus trabajos teleivisivos incluyen  la miniserie documental Wonders of the African World (1999), Black in Latin America (2011), The African Americans: Many Rivers to Cross (2013) y Reconstruction: America After the Civil War (2019).

Quienes estén interesados en esta conversación pueden ir aquí.

A Conversation with Henry Louis Gates, Jr. - June 2nd, 2021 on Vimeo

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The Atlantic es una de las revistas más antiguas en Estados Unidos, pues se viene publicando desde 1857. A lo largo de los últimos 165 años, The Atlantic le ha dedicado sus páginas a temas que podríamos considerar liberales como la abolición de la esclavitud y la lucha por los derechos civiles, así como también a temas literarios. En sus páginas han han publicado escritores como James Russell Lowell, Mark Twain, Ernest Hemingway, Julia Ward Howe y Ta-Nehisi Coates.

Siguiendo su tradición de enfocar criticamente a la sociedad estadounidense, The Atlantic acaba de lanzar un proyecto «sobre la historia estadounidense, la vida de los afroamericanos y la resiliencia de la memoria»  llamado Inheritance. Su obejtivo es rescatar el conocimiento, las historias y los personajes olvidados del pasado estadounidense y, en especial, de los afroestadounidenses. Sus creadores quieren enfatizar en el papel que la capacidad de sobrevivir de los afroamericanos ha jugado en en la historia estadounidense.

Este proyecto consiste de una serie de artículos muy bien diagramados e ilustrados, escritos por periodistas y colaboradores del Atlantic. Quienes estén interesados pueden ir a aquí.

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El fraude y la manipulación electoral son problemas que han acompañado a los estadounidenses a lo largo de su historia. Desde la compra de votos hasta el amendrentamiento y la violencia,  diversos grupos y partidos políticos han usado diferentes mecanismos para manipular la elecciones a nivel local y nacional.  Comparto esta nota escrita por el Dr. Jon Grinspan, curador en el  National Museum of American History, analizando este problema desde la actual coyuntura electoral estadounidense.


In the old days, nobody needed help from a foreign country.

The New York Times      October  24, 2020

Around supper time on Election Day, 1880, the poll workers in Bolivar County, Miss., were getting hungry. Someone ran out for sardines and crackers. The officials noshed and counted votes until the “violent laxative” that had been added to the Republicans’ sardines started to take effect. Then they ran for the outhouses while the remaining Democrats counted a suspiciously large majority.

As a historian of American democracy, I used to collect anecdotes like this from the mid-to-late 1800s. They dramatized, with outlandish gall, just how different America’s past was from the square politics I grew up with in the late 20th century. But on the eve of an election the president of the United States has declared might be stolen from him, a fear he promises to counter with an “army” of partisan poll watchers, dirty tricks don’t feel so distant. As our politics have darkened, I’ve shifted away from studying spiked sardines, wondering instead how Americans ever stopped stealing elections.

 

Such thefts are not cute. They robbed thousands of people of their rights, helped kill Reconstruction, and forestalled political reform. We still suffer from these crimes, over a century later. But in a striving nation dominated by what Charles Dickens called “the love of smart dealings,” crooked politicians often chuckled about their cunning. “Instead of wrath” at stolen elections, the humorist James Russell Lowell complained upon returning from abroad, “I found banter.” When the journalist Lincoln Steffens mentioned a St. Louis trick to a party boss in Philadelphia, the two began excitedly talking shop, “as one artist to another.” Although most elections were (relatively) clean, “majority manufacturers” in teeming Northern cities, racially tense Southern districts and new Western settlements laid out two paths for stealing elections — steal the cast or steal the count.

Understanding how these swindles worked can help shed light on what we should and shouldn’t worry about in 2020.

Stealing elections often started with the U.S. Postal Service — central to this election as well. In a nation that was over 80 percent rural, post offices were a choke point for political news. But they were run by deeply partisan postmasters, appointed by the very congressmen they’d help elect, and they frequently “lost” the opposition’s newspapers or correspondences. And because parties privately printed their own ballots in those days, post offices and newspaper publishers could buy up all the paper in town, making it difficult for rivals to get enough tickets. Even the telegraph wires couldn’t be trusted: In the contested presidential election of 1876, Western Union operators sent Democratic politicians’ private messages straight to Republican headquarters.

The tricks grew more confrontational on Election Day itself. Most states lacked voter registration systems, so partisans hung around the polls, challenging illegal voters — on account of age, race or residency — and intimidating legal ones they believed would vote for the rival ticket. Challenges could be oddly intimate, like the elderly Democrat in Civil War-torn Missouri who was threatened by a young man who “I have known ever since he was a child.” They could also lead to atrocious brutality. In the South at the end of Reconstruction, white Democratic rifle clubs “policed” the polls. They invented the term “bulldoze” in 1876 to describe the use of a “dose” of the bullwhip to terrorize African-American voters.

No Registry Law and Tammany | ClipArt ETC

Unlike today, there actually was widespread fraud in casting ballots, what Rudyard Kipling called the uniquely American “art of buying up votes retail.” A glass of lager, $5 or a pork chop sandwich might win over a decisive minority, up to 10 percent in some states. A Norwegian immigrant in Minneapolis was struck by how open this illegal behavior was, often “considered clever and was not concealed.” But an odd code dominated this illicit activity. Jane Addams described the consequences for an unscrupulous man who sold his vote to both parties. He was punished with a Chicago-style tar-and-feathering, his head held under a blasting fire hydrant on a cold November day.

Wholesale fraud trumped buying votes retail. In big cities and new settlements where many voters were strangers, parties practiced what became known as “colonizing”: filling a district with temporary voters. Mid-Atlantic cities saw an election season shell game, with Philadelphians sent to vote in Manhattan and New Yorkers swinging Baltimore elections. In the South, elections were sometimes stolen in the opposite manner. White Democrats conspired to win north Florida in 1876 by sending a large crew of Republican African-American railroad workers to work in Alabama. Their train mysteriously broke down there, stranding them on Election Day.

Ballot fraud was even easier than moving men around, at a time when voters cast a galaxy of paper tickets. There were “tissue ballots,” so thin that a voter could cast ten folded up to look like a single vote, or “tapeworm ballots,” long and skinny to prevent dissenters from “scratching” in names of candidates not approved by the party. When parties began to color-code ballots, some used the opposition’s chosen color to fool illiterates. Among election thieves, “every body thought it was a pretty sharp trick.”

“Stealing the cast” on Election Day was a lot of work, much of it illegal and confrontational. “Stealing the count” was easier. It required quietly turning power into more power, using local officials to swing state elections with national consequences. The notorious Democratic journalist Marcus (Brick) Pomeroy later bragged about throwing opposition votes into the fire when he worked one election in Wisconsin. Missing ballots sometimes showed up, charred and deserted, on Mississippi roads.
The Republican Convention in Chicago in June 1880, at which James A. Garfield became the nominee. This era of outlandish dirty tricks no longer seems so distant.

Credit…C.D. Mosher, via Getty Images

In the 1876 election, while the Democrats decisively won the popular vote, Republican-controlled returning boards in disputed states used fraud, bribery and the U.S. Army to steal the count. In Louisiana, they disqualified whole parishes, throwing out one in 10 votes statewide, 85 percent of them for Democrats. To figure out who would win an election, wrote a furious Democrat watching Republicans inaugurate President “Ruther-fraud” B. Hayes, you needn’t predict the future: “You need only to know what kind of scoundrels constitute the returning boards.”

This ugly history tells us some useful things about the present. First, stealing the vote itself takes an incredible amount of labor. Coordinating machines capable of casting large numbers of fraudulent ballots required massive efforts, amounting to organized criminal conspiracies. Study after study finds that there is no significant voting fraud today, a claim borne out by history: Such a crime takes a lot of work and leaves a lot of evidence.

History also shows that there is a choice to be made. Around 1890 the nation came to a fork in the road. Southern states systematized “bulldozing,” writing new constitutions that made it nearly impossible for African-Americans to vote. With Jim Crow laws and minuscule turnouts, those states ceased to be functioning democracies.

But in the rest of the nation, many were tired of the smirking frauds. The radical Nebraska activist Luna Kellie wrote that until elections were cleaned up, there was “very little use of thinking of any other reform.” James Russell Lowell warned that democracy was in more danger than it had been during the Civil War, because while Confederates seceded with half the nation, crooked politicians were “filching from us the whole of our country.”

Acts of Enforcement: The New York City Election of 1870Electoral reform became a hot topic, attracting canny reformers and rapt attention. Men who had once colonized districts wrote new elections laws. Steffens, a muckraking journalist whom the Philadelphia boss described as “a born crook that’s gone straight,” published wildly popular studies of different political machines’ dirtiest tricks. Many of our election rules date from that moment, around 1900, when Americans redirected their “love of smart dealings” toward tightening up electoral systems, rather than finding ways around them.

In 2020, America may be at another fork. “Bad men at the ballot box,” as one Texas preacher called them in 1890, may reappear to intimidate voters. Accusations of fraud might motivate spiraling political thefts. Or perhaps all of this anxiety will focus our wandering attention back to neglected electoral practices, as it did after 1890. How elections work — once a powerfully unsexy topic — may well attract the vital interest of activists, donors and students once again.

There’s no telling how the cast and count will go in 2020, but we can hope that the American people know a rotten sardine when they smell one.

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Tráiler de 'Da 5 Bloods', la película de Spike Lee para Netflix ...Que recuerde, no he reseñado películas en esta bitácora, pero acabo de ver una que lo amerita. Se trata del largometraje de Spike Lee  Da 5 Bloods. A través de la historia de cuatro veteranos negros que regresan a Vietnam en búsqueda de un tesoro y de los restos de un camarada, Lee enfoca de forma genial la inmoralidad de la intervención estadounidense en Indochina. Claramente enmarcada en el contexto actual de conflicto racial en Estados Unidos, esta película nos muestra, como bien señala unos de sus personajes, el impacto en cuatro veteranos -y sus allegados y familiares- de una guerra en la que pelearon en «defensa» de derechos que como afroamericanos, ellos no tenían.

Norberto Barreto Velázquez,PhD

Lima 5 de agosto de 2020

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Acabo de leer una fascinante nota sobre un episodio que desconocía y que confirma la profundidad de la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos. Se trata de un escrito de Deborah Tulani Salahu-Din publicado en la página del National Museum of African American History and Culture. Titulado   «Hidden Herstory: The Leesburg Stockade Girls«, el trabajo de la Sra. Salahu-Din relata la historia de quince niñas afroamericanas de entre 12 y 15 años que, en julio de 1963 fueron encarceladas en Atlanta por retar la segragación racial. Las llamadas Leesburg Stockade Girls se negaron a sentarse en los asientos de la parte posterior de un cine, como les «correspondía» según ley, y por ello fueron arrestadas.  Encarceladas por casi tres meses, las niñas fueron liberadas el 15 de setiembre de 1963. La valentía de estas chicas demuestra que la lucha a favor de los derechos civiles fue un movimiento amplio en el que los niños también hicieron su aportación.


Hidden Herstory: The Leesburg Stockade Girls

Tulani Salahu-Din

I never fully realized the monumental role that massive numbers of children played in civil rights protests. Law enforcement arrested and jailed children by the thousands for days, and sometimes months, and their involvement helped to enable one of the greatest legal and social assaults on racism in the 20th century—the Civil Rights Act of 1964. The Leesburg Stockade Girls are an incredible example of these courageous, young freedom fighters.

You may ask, “Who were the Leesburg Stockade Girls?” In July of 1963 in Americus, Georgia, fifteen girls were jailed for challenging segregation laws. Ages 12 to 15, these girls had marched from Friendship Baptist Church to the Martin Theater on Forsyth Street. Instead of forming a line to enter from the back alley as was customary, the marchers attempted to purchase tickets at the front entrance. Law enforcement soon arrived and viciously attacked and arrested the girls. Never formally charged, they were jailed in squalid conditions for forty-five days in the Leesburg Stockade, a Civil War era structure situated in the back woods of Leesburg, Georgia. Only twenty miles away, parents had no knowledge of where authorities were holding their children. Nor were parents aware of their inhumane treatment.

A month into their confinement, Danny Lyon, a twenty-one year old photographer for the Student Non-violent Coordinating Committee (SNCC), learned of the girls’ whereabouts and sneaked onto the stockade grounds to take pictures of the girls through barred windows. After SNCC published the photos in its newspaper The Student Voice, African American newspapers across the country printed the story, and the girls’ ordeal soon gained national attention.On August 28, 1963, as Martin Luther King Jr. gave his historic “I Have a Dream” speech in Washington, DC,  these children sat in their cell bolstering their courage with freedom songs in solidarity with the thousands of marchers listening to Dr. King’s indelible speech on the National Mall. Soon after the March on Washington, during the same week of the bombing of the five little girls at Sixteenth Street Baptist Church on September 15, 1963, law enforcement released the Leesburg Stockade Girls and returned them to their families.

Their story was part of the broader Civil Rights effort that engaged children in a variety of nonviolent, direct actions. In Alabama, for example, thousands of youth participated in the 1963 Children’s Crusade, a controversial liberation tactic initiated by James Bevel of the Southern Christian Leadership Conference (SCLC) and led by Dr. Martin Luther King, Jr. After careful deliberation about the merit of involving children in street protests and allowing them to be jailed, Dr. King decided that their participation would revive the waning desegregation campaign and would appeal to the moral conscience of the nation.

On May 2, 1963, in response to an invitation from Dr. King, roughly a thousand students—elementary through high school—gathered enthusiastically at Sixteenth Street Baptist Church and joined a civil rights march throughout the streets of Birmingham. By day’s end, law enforcement had jailed over 600 children.

The next day the number of children doubled. However, the training classes provided by SCLC leaders could not have prepared the children for the violence they would encounter. The Commissioner of Public Safety Eugene “Bull” Connor directed the use of fire hoses and attack dogs on the children, and people in America and around the world witnessed this brutality. Authorities arrested nearly 2,000 children—one as young as four years old.  These protests continued throughout the first week of May, with over 5,000 children being jailed.

Within days, SCLC and local officials reached an agreement, in which the city agreed to repeal the segregation ordinance and release all jailed protestors.  Ultimately, the activism of thousands of African American children in 1963, including the Leesburg Stockade Girls, provided the momentum for the March on Washington and contributed to the passage of the Civil Rights Act the following year.

The history of children’s Civil Rights activism continues to be important to tell. The Leesburg Stockade Girls realize this importance, and they are documenting their story. In 2015, as the keynote speaker at a commemorative event for the Leesburg Stockade Girls at Georgia Southwestern State University, I engaged with ten of the surviving women, who shared recollections about the day of their arrest. Remarkably, these women still possess a collective spirit of resistance to social injustice, and they are beginning to embrace their place in history.

As we reflect on their story and the broader history of youth activism, let us consider:  How might children today play an equally significant role in promoting racial equality in the United States?
Written by Tulani Salahu-Din, Museum Specialist, National Museum of African American History and Culture.

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La Editorial de la Universidad de Valencia acaba de publicar el libro de la colega Valeria L. Carbone, Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles. La Dr. Carbone  (@Val_Carbone) es profesora en la Universidad de Buenos Aires y editora de la revista Huellas de Estados Unidos.

Comparto la descripción del libro que aparece en el portal de la editorial y felicito a su autora, pues su obra ayuda a llenar el vacio existente de trabajos monográficos en castellano sobre temas de historia estadounidense.


Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988)La presente obra analiza la evolución de la lucha y la resistencia de los afro-norteamericanos a lo largo de las décadas de 1970 y 1980 desde una perspectiva que incorpora las categorías de racismo, raza y clase. Desde la centralidad de las elaboraciones discursivas e institucionales de las nociones de raza y racismo, así como desde el papel fundamental que ha adquirido la ideología de la supremacía de la raza blanca en el devenir histórico estadounidense, la población negra ha entendido su lucha desde la noción de raza como lugar de resistencia, lo que ha delimitado sus acciones a la hora de perfilar estrategias de lucha colectiva. El estudio de determinados movimientos significativos de cada región del territorio (centro-oeste, el sur profundo, noreste, este) evidencia cómo estos permiten establecer conexiones y continuidades en cuanto a problemas, tácticas y estrategias, formas de organización, retóricas discursivas y tipos de participación, que dieron forma a un complejo, heterogéneo y versátil proceso de incesante movilización nacional mediante el cual la comunidad negra desafió al racismo institucional estadounidense bajo las consignas de raza y clase.

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Eric Foner es uno de los más importantes historiadores estadounidenses. Profesor de Columbia University y ganador de premios tan prestigiosos como el Lincoln, Bancroft y  Pulitzer, Foner ha dedicado su  carrera al estudio del Partido Republicano,  la esclavitud, la guerra civil y, sobre todo, la Reconstrucción. Es a este periodo posterior a la guerra civil que Foner dedica su último libro, Second Founding: How the Civil War and Reconstruction Remade the Constitution (Norton, 2019). Enfocado en el significado de las tres enmiendas constitucionales aprobadas entre 1865 y 1870 (XIII, XIV y XV), Foner plantea que la Reconstrucción cambió radicalmente el ordenamiento político estadounidense. Al acabar con la esclavitud, definir la ciudadanía y garantizar el derecho al voto, tales enmiendas, propone Foner, conllevaron un renacer de la nación estadounidense.

Comparto con mis lectores la transcripción de una entrevista que el  historiador Ed Ayers, del podcasts Backstory, le hiciera a Foner sobre su último libro y otros temas. La entrevista se puede escuchar aquí

February 18, 1865 Harper’s Weekly cartoon depicting celebration in the House of Representatives after adoption of the Thirteenth Amendment. Source: Internet Archive.

HOW RECONSTRUCTION TRANSFORMED THE CONSTITUTION

A FEATURE CONVERSATION WITH PULITZER PRIZE-WINNING HISTORIAN ERIC FONER

If you turn on the news, you’re likely to find a heated debate about big issues, from citizenship to voting rights. For Pulitzer Prize-winning historian Eric Foner, these issues are at the heart of what are often called the “Reconstruction Amendments”: the 13th, 14th and 15th amendments to the US Constitution. They were passed in 1865, 1868 and 1870, respectively. And if you ask Eric, they’ve been misinterpreted and overlooked for generations.

On this episode, Ed sits down with Eric Foner, a professor emeritus of history at Columbia University, to talk about public perceptions of Reconstruction, the landmark amendments to the Constitution and how they have the power to change the country today. Foner’s new book is The Second Founding: How the Civil War and Reconstruction Remade the Constitution.

 

TRANSCRIPT

Download a pdf of the full transcript here.

Speaker 1: Major funding for Backstory is provided by an anonymous donor, the National Endowment for The Humanities and the Joseph and Robert Cornell Memorial foundation.

Ed Ayers: From Virginia Humanities, this is Backstory. This is Backstory, the show that explains the history behind today’s headlines. I’m Ed Ayers. If you’re new to the podcast, my colleagues, Joanne Freeman, Brian Balogh, Nathan Connolly, and myself are all historians and each week we explore the history of one topic that’s been in the news.

Speaker 3: Neither slavery nor involuntary servitude except as a punishment for a crime shall exist within the United States or any place subject to [crosstalk 00:00:48]-

Speaker 4: All persons born or naturalized in the United States are citizens of the United States and of the state wherein [crosstalk 00:00:58]-

Ed Ayers: What you’re hearing are portions of the 13th, 14th, and 15th Amendments to the US constitution.

Speaker 4: Which shall outweigh the privileges or [crosstalk 00:01:02]-

Speaker 3: No state shall make or enforce any law which shall abridge the privileges or immunities of citizens of the United States.

Speaker 5: The right of citizens of the United States to vote shall not be denied on account of race, color, or previous condition of servitude.

Ed Ayers: They’re known as the Reconstruction Amendments passed in 1865, 1868 and 1870 respectively. And if you ask Pulitzer Prize winning historian Eric Foner, they make up a second founding of the United States of America. The amendments are so important, Eric has made them the subject of his brand new book, The Second Founding: How the Civil War and Reconstruction Remade the Constitution. He says they have the power to bring progressive change on deep seated issues from citizenship to voting rights if only we’d give them their due. So today on Backstory, we’re bringing you a feature interview I did with Eric about his new book. It joins a host of others he’s written including Reconstruction: America’s Unfinished Revolution, 1863-1877, and The Fiery Trial: Abraham Lincoln and American Slavery. We talked about many things from public perceptions of Reconstruction to what Eric and I learned about the period when we were in elementary school. But I started our conversation by asking Eric why he felt we needed a book about the Reconstruction Amendments right now.

Foner

Eric Foner

Eric Foner: Two things; one the 13th, 14th and 15th Amendments, I argue and I think many scholars would agree, really transformed the constitution and are essential to understanding the Civil War era and indeed our current situation today, and yet they are not widely known or understood. Even though they really are central documents of American history, they don’t occupy the same place in our historical imagination as other key documents such as the Declaration of Independence or the Emancipation Proclamation. Your man or woman in the street has probably never heard of the people who wrote these amendments, people like John Bingham and James Ashley and Henry Wilson. They’re not part of the Pantheon of key figures in American history. I just wanted to draw attention to why they’re important, why those people are important, why the amendments are important.

Eric Foner: But secondly, as I said, I lecture a lot, as you do, to all sorts of audiences within the university, outside, or people who are just interested in history and I’ve found that there’s very little understanding of what these amendments were attempting to accomplish. Even in law schools, I hate to say it, I’m not a lawyer or a law scholar, I find that there’s a lot of misconception and even, dare I say it, on the halls of the Supreme Court. One of my arguments is that there’s a long history of what I can think of as misconceived Supreme Court decisions that are still embedded in our jurisprudence. If my book can help nudge the nine members of the Supreme Court toward a more expansive vision of these amendments, then I think that would be all to the good.

Ed Ayers: Yeah, that would be quite a return on your investment here. So you talk about being out in the world talking about Reconstruction, and I find that people don’t even claim to know anything about Reconstruction. My joke is that Reconstruction happens over the winter break and between volume one and volume two, and that it-

Eric Foner: They don’t reach it in the first semester if you’re teaching the survey of American history or if it’s the beginning of the second. They scoot right through it because there’s a heck of a lot of history coming along afterwards, but that’s a step forward Ed. You and I know that not that long ago when you mentioned Reconstruction, people knew “about it.” What they knew was that it was a period of misgovernment, corruption, the lowest point in the saga of American democracy. And that the reason for that was one, vindictive Northern radicals who wanted to fasten their power on the South, but also the former slaves who were just incapable of exercising democratic rights. They were manipulated by whites. They were childlike, and that giving them the right to vote was a disastrous mistake.

71DfIQ9brpL._SY741_Eric Foner: That played an important part in the ideological edifice of the Jim Crow era. The supposed horrors of Reconstruction were part of the justification for taking the right to vote away from black men in the late 19th, early 20th Century. That people no longer generally hold that view and actually know little is better. That at least now if people are interested, they can go at it with a fresh, a clean slate rather than having to disabuse themselves of a lot of mythologies.

Ed Ayers: That’s a very optimistic interpretation. I like that. Now it’s my sense that a lot of people still take their general idea about Reconstruction from Gone with the Wind, in which we have this great saga of that in which the victim is a slave holding white woman from the South. We’re sympathetic with her and it creates the impression that Reconstruction began immediately after the end of the war and the devastation there. Is this your experience? Do you think that people are still filtering this through … What do they think they know about Reconstruction? Where does it come from?

Eric Foner: Yeah. Well certainly Gone with the Wind or if you want to push back further Birth of a Nation, which of course is even much more pernicious because it’s a direct defense and glorification of the Ku Klux Klan, Gone with the Wind is probably the most popular American movie ever made and it’s constantly being shown on Turner movie channels. Look, people don’t watch Gone with the Wind for a history lesson on Reconstruction. They watch so they can trace out Scarlet O’Hara’s ups and downs. But yes, the Klan is in there, the whole idea that black people were just ignorant and incapable of taking part of democracy is in there. Whether it’s that or just what you learned in school.

Eric Foner: I’m old enough to have learned in high school, and this was in Long Island, the suburbs of New York. I learned the old Dunning School view that Reconstruction was the worst period in all of American history. I think today most scholars see Reconstruction, or at least I’ve tried to argue, as a important moment in the history of democracy, the first effort to really make the United States an interracial democracy, which it had never been before the Civil War and then would not be again that until our own era. The tragedy of Reconstruction is not that it was attempted, but that it failed, and that left to subsequent generations, including our own, this question of racial justice in America.

Ed Ayers: Yeah. I should say in full disclosure, you learned about Reconstruction on Long Island in New York. I learned about it at Andrew Johnson Elementary School in East Tennessee, and I’m not kidding. There’s only two in the United States, and I was at one of them, but I had my students and for a class here at the University of Richmond go online and say, “What do we think about Reconstruction? What’s the general sense that you get?” And they came back with one word; failure. That’s a word that you used, a description right now. And so what’s the consequences of thinking of Reconstruction as failure? It’s been a great continuity, as you’re saying that people who hated Reconstruction defined it as a failure and people who admire it defined it as a failure. Does that have any cost?

9781912128228Eric Foner: I think that’s a great question and I will withdraw my word failure. You’re absolutely right. It is so embedded. That idea is so embedded that it’s just impossible to avoid. The problem with declaring Reconstruction a failure is that then it makes the question at hand why did it fail, rather than what it seek to accomplish and how much of that was accomplished? If you define Reconstruction as the effort to create a utopian society, it failed. We haven’t had one yet, and certainly if you go a little less expansive than that and just say the effort to put into the laws and constitution and to enforce them, the basic rights of citizens for all Americans, including African-Americans, well it’s not exactly that it failed, but it didn’t become secure enough that later on these rights couldn’t be taken away.

Eric Foner: But of course Reconstruction was many, many things and not all of them were a failure. Reconstruction saw the creation of the black church as really a major, major institution throughout the country. That’s still here and as you well know, the black church has been the springboard for all sorts of activism among African Americans. Schooling, which was denied to almost all black people before the Civil War, this is when the public school systems of the South were created. This was when the black colleges were created. Those survived and so the black family, which had been it really disrupted in many ways by slavery now is consolidated and becomes the foundation of black communities. That didn’t go away when Reconstruction ended.

Eric Foner: So yeah, we should amend failure at least to say, well, in what realms did it fail and in what realms did it succeed? Because my definition of Reconstruction is not a specific time period, let’s say 1865 to 1877 or other people have other dates, but as a historical process. How does the United States deal with the end of slavery?

Ed Ayers: As we’re thinking really about the place of Reconstruction in the current American imagination, we have seen signs of awakened acknowledgement and interest in it. You and I both were fortunate to be in the Henry Louis Gates series on the Reconstruction on PBS, and people seem to really engage with that. So where do you think this interest is coming from?

Eric Foner: Well, I, like your students, I look around and say, “Well, how is …” I look particularly at how Reconstruction is referred to in the press by journalists almost offhandedly. It’s not that long ago. I remember in the 1990s, a distinguished, I’m not going to name any names, but a pretty distinguished journalist for the New York Times wrote a little article about the Bosnian Civil War. And he said, “Well, I hope that after the Bosnian Civil War is over that the victorious side just doesn’t wreak vengeance on the losers as happened in the United States in Reconstruction.” And I, as a complainer, I send him a note. And I said, “You’re not writing about Reconstruction really, but I think it’s important to know that that’s not how historians view it anymore. You’re reinforcing the idea that giving rights to black people is an act of vengeance against white people, which is a really dangerous idea.”

920x920Eric Foner: He wrote back and said, “You’re absolutely right. I shouldn’t have said that, but my wife is from South Carolina,” and I’ve heard this all the time. And I said to myself, “That’s a funny way of running journalism.” You put in your article what your wife told you over breakfast. But be that as it may, you don’t see that anymore. I think what now, if Reconstruction pops up is Tim Scott is the first black Senator from South Carolina and the first ones were in Reconstruction. I think Reconstruction is being seen as a time when positive things happened even though negative things happened as well. So I think it’s good. And of course the Gates series was very important as you well know, that there’s now a national park site being developed in Beaufort, South Carolina to highlight the history of Reconstruction. So I think Reconstruction is, people are encountering it in all sorts of venues and I think in a more modern form than the old what we call Dunning School approach.

Ed Ayers: Well you were modest before in walking away from the word failure, but in many ways you came up with the right word back in 1988 with your great book on Reconstruction; unfinished revolution. Are you willing to stand by that phrase still?

Eric Foner: Yeah, I am. That was the very last words of the Gates series, if you may remember. Professor Kimberlé Crenshaw got the very last word in Reconstruction was an Unfinished Revolution. So I said, “Oh, look at that. That’s nice. My phrase still reverberating out there.” The funny thing is that that wasn’t the title of the book. The title of book was just Reconstruction, and the day before it finally went to the printer, my editor called me and said, “People here don’t think anyone’s going to buy that book. It needs a good subtitle. By tomorrow morning, give us a subtitle.” And I thought, “Gee whiz.” And I thought and thought and thought and suddenly this popped into my head, The Unfinished Revolution and I told it to him. So it wasn’t something that had shaped the way I wrote the book or anything like that.

Eric Foner: But anyway, yeah, it’s unfinished, and particularly, when you talk about the legal and constitutional aspects, yes. The Reconstruction put forward a whole set of ideals, a whole set of principles for our society and they weren’t fully accomplished, certainly. I want to give the impression of something that’s still ongoing, that Reconstruction is not just the dead past. It’s still happening in the sense that the issues of Reconstruction; who should be a citizen? Who should have the right to vote? How do we deal with terrorism and others? These are on our agenda today. So that debate is still unfinished.

Ed Ayers: Your new book, let’s talk about the title of it. The Second Founding. So why did United States need a second founding? What was it about the first founding that was inadequate?

Eric Foner: Well, as you well know, there’s a lot of debate among historians about exactly what the relationship between the constitution and slavery was. I don’t want to get into that right here. The abolitionist movement debated that forever, but I think we would all have to say that slavery in some form was embedded in the original constitution. We had the Fugitive Slave Clause, which required the return of those who managed to escape to freedom. We had the Three-Fifths Clause, which gave the slave South added representation in the House of Representatives by counting part of their slave population. So we needed a second founding to cleanse the constitution of slavery and to clarify issues which the constitution had left undecided.

Eric Foner: Number one, who is a citizen of the United States? One of the funny things is the constitution refers to citizens all over the place, but it never defines who is a citizen. What do you need to be to be a citizen? My view of Reconstruction, I use this phrase, a modern phrase, I didn’t use it back then, is this is regime change that’s going on. A pro-slavery regime is being replaced with what? With some kind of antislavery regime and you’ve got to rewrite the constitution in order to cleanse it of the remnants of the pro-slavery regime.

Ed Ayers: And that regime wasn’t just in the South. The whole nation was a regime based on slavery.

Eric Foner: Absolutely. That’s why Lincoln in his second inaugural address referred to it as American slavery, not Southern slavery. Lincoln always said that, that we are complicitous in the North. We don’t own slaves right now, but we are complicitous. We profit from slavery.

Ed Ayers: So as you know from out giving talks, people think that the Civil War itself ended slavery and that the 13th Amendment was just a codification of something that had already happened with the Emancipation Proclamation and so forth. So I thought that was one thing that was interesting about the Lincoln movie focusing on the 13th Amendment. So why did we need the 13th Amendment if the Civil War ended slavery?

GatewayEric Foner: Well there were still slaves on the ground when the Civil War ended, quite a few of them. People who had gotten to Union lines or where the Union Army had come and established control, yeah. Part of their job, part of the Union Army’s job once the Emancipation Proclamation was issued, was to protect the freedom that Lincoln had announced. But legally speaking, emancipation and abolition are not quite the same thing. Slavery is created by state law, not federal law, state law. States can abolish slavery as the Northern states did soon after the American Revolution, but freeing individuals does not abrogate the state laws that create slavery. That’s why Lincoln’s, even though you wouldn’t quite see this in the movie. That’s fine. It’s not a historical treatise. Lincoln’s preferred route to the end of slavery during the war was state by state abolition.

Eric Foner: Even after he issued the Emancipation Proclamation, he was pressing Southern states. If any of them wanted to come back in the union, they would have to abolish slavery. That’s how you get rid of slavery on the ground, by having the state laws abrogated. But that couldn’t really happen in the Civil War very much, and so by 1864, many people particularly abolitionists are saying the simpler way is just to have this constitutional amendment. That will completely abrogate slavery everywhere in the country. We won’t have to go state by state and let’s do it that way. Lincoln got onboard of course, and as the movie shows, twisted a lot of arms in January, 1865 to get some people in the House of Representatives to vote for the 13th Amendment, so to completely get rid of slavery. It’s certainly true. The war disrupted slavery. Many people fled. Some states like Maryland, a border state and Louisiana where Lincoln was trying to push a Reconstruction plan, they abolished slavery on the state level, but there were plenty of places slavery was still existing when the Civil War ended.

Ed Ayers: Well, why would Lincoln have to twist so many arms if the United States awakened to the great injustice of slavery during the war and mobilized 200000 African American men to be soldiers and sailors? Why was there still resistance to it as late as 1864 and early 1865?

Eric Foner: Yeah, well, of course the first time they tried, the 13th Amendment failed in the House of Representatives. Remember, it needs two-thirds vote in the Congress, which is often not that easy to get. The Democratic Party was still there. It was still, if not pro-slavery, it was still resistant to abolition. The border slave states, the people there were quite adamant that they didn’t, Kentucky, Maryland said they didn’t want this constitutional amendment. They were still in the union, but it took arm twisting because the 13th Amendment gets lost in the shuffle in a way. We talk about the 14th and 15th much more for complicated reasons, but the 13th Amendment was really a constitutional revolution in and of itself.

Eric Foner: Never before had the constitution been written or amended to just abrogate a whole type of property. Some of the people in Congress said, “Wait a minute. If we’re going to say this kind of property is gone, next year there’ll be demanding that we confiscate the factories of New England.” It also completely reversed the position and that was traditional, but from the constitution arm, with the ratification of the constitution arm, that this was a state matter. Now it’s a, “Forget it. I don’t care what the states want. No slavery anymore in this country, do supersede.” That is a fundamental shift of power from the states to the federal government. And then the second clause. The first clause, abolition of slavery. The second clause, Congress shall have the power to enforce this amendment. A lot of southerners, once the war is over and Andrew Johnson’s Reconstruction plan is moving along, a lot of white Southerners say, “Wait a minute, wait a minute. Yeah, slavery is dead. We understand that. We’re not going to have slavery back, but this second clause seems to give Congress the right to legislate about anything they want.”

Eric Foner: How do you enforce the abolition of slavery? Do you give black people the right to vote? Yeah. People said that’s what they need if they’re going to be free. Do you give them land? That’s what African Americans wanted. In other words, it’s very open-ended. Enforcing the abolition of slavery is a very complicated idea. Unfortunately, for very complex legal reasons, it has never really been implemented. The Supreme court has barely ever used the 13th Amendment as a weapon against the racial inequality that is, of course, tied up in slavery.

Ed Ayers: Yeah, so the 13th Amendment, it’s a breakthrough in thinking about what the nation is as well as ending slavery right?

Eric Foner: Right.

Ed Ayers: Does that help explain why the 14th Amendment comes so quickly after the 13th after there have been decades, really, without constitutional change?

WhoEric Foner: Yeah. The 14th Amendment, I would say, is working out the consequences of the 13th Amendment as well as the consequences of the Civil War. I see the 14th Amendment as putting the Northern Republicans understanding of what they had achieved in the Civil War into the constitution. Some of it has something to do with race or slavery, for example, that Confederate bonds are never going to be repaid. If you patriotically loaned money to the Confederacy, forget it. You’re never getting that back. It has to do with various other things related to the war. But the first section, which is the key one, is really henceforth because of the abolition of slavery, everybody born in the United States is a citizen of the United States.

Eric Foner: You needed that because the status of citizenship was still very uncertain and then more important, all those citizens are going to enjoy the equal protection of the law. The original constitution said nothing about equality among Americans, nothing. It’s the 14th Amendment that makes the constitution as it has been in our own time, a vehicle through which all sorts of people can claim greater equality. The gay marriage decision a few years ago was a 14th Amendment decision. They weren’t thinking of gay marriage when they were writing the 14th Amendment, but they were thinking of how do you make people equal before the law?

Ed Ayers: The last amendment you talk about of course, is the 15th, which I think often tends to be seen as a footnote to the 14th but was that also a hard fought battle to create that?

Eric Foner: That was very hard fought because the principle that the states controlled the right to vote was deeply embedded North and South. There were plenty of Northern states that were nervous. In Congress, they were those who said, “We want an amendment that just says every male citizen age 21 has the right to vote.” If they had gotten that through, just think of all the trouble that would have been avoided. Even today when we’re debating voter IDs and all that, a positive statement. Now they weren’t willing to give women the right to vote and the women’s movement was very outraged by that. But Northern states, the Chinese couldn’t vote in California. Immigrants couldn’t vote on the same basis as a native born in Rhode Island. Massachusetts had a literacy test for voting. They didn’t want to give up their control of the rights. So instead of a positive amendment, it’s what you might call a negative amendment; that no state can deny anyone the right to vote because of race.

Ed Ayers: Well, it’s a work-around in a way, right? It’s-

Eric Foner: It’s a work-around and it has a serious flaw, which is any other limit on the right to vote is not prohibited right? You can have a literacy test. You can have a poll tax. When the Southern states, as you well know, took away the right to vote, they didn’t do it by saying, “Hey, black people can’t vote anymore,” because that would’ve violated the 15th Amendment. What they did was put all these other qualifications and then understanding clauses. You’ve got to prove to the registrar that you understand the state constitution, but the Supreme Court allowed this to happen. They said, “Well, look, they’re not talking about race actually. This law says nothing about race so it doesn’t violate the 15th Amendment.”

Ed Ayers: Well and there’s other parts of these amendments that have come back to haunt us in some ways. Perhaps you could talk a little bit about the clause about involuntary servitude and the 13th Amendment?

Eric Foner: That’s been highlighted a few years ago by the documentary of, the Hollywood documentary, 13th. 13th Amendment, the language is taken just about directly from the Northwest Ordinance of Thomas Jefferson, and it says, “Neither slavery nor involuntary servitude except as a punishment for crime, can exist in the United States.” That criminal exemption. Now this is not a conspiracy as some people think, “Oh look. They were looking ahead to mass incarceration, to convict labor, to the exploitation of the labor.” They were hardly any prisons in 1865. There was a little bit of a history of convict labor to help pay the cost of prisons, but it wasn’t a mass system. But this little, this exemption, which was not even debated in Congress, nobody even mentioned it except Charles Sumner, the abolitionist Senator from Massachusetts. It wasn’t debated in the press. I looked through the newspapers. Nobody mentions it.

Eric Foner: It’s just boilerplate language really. But nonetheless, inadvertently, it created this loophole through which the Southern states particularly drove this Mack truck in the late 19th century of massive convict labor, either within prisons or leasing out of convicts to work in mines and plantations and on roadwork and stuff like this, under terribly oppressive conditions. The courts have persistently ruled that the 13th Amendment allows the requirement, the involuntary labor of people convicted of a crime. And then after Reconstruction, Southern states began making almost anything a felony. You steal a chicken, it’s a felony, and you’re eight years in jail and you are sent out pretty soon to labor on some guy’s plantation who has rented the labor of the prisoners from the federal government. So it’s disastrous really in Southern history later on, but it was inadvertent almost. What it shows you is people talk a lot about the original intention. Sometimes unintended consequences can be just as important as the intended consequences of an amendment.

Ed Ayers: You talked before, Eric, about the way that even though women played such a crucial role in bringing about these amendments; petitioning Congress during the war and afterwards, that they were excluded from this. How about the place of American Indians in all this? Who’s been born in this country more than American Indians? So why is that a blind spot in these laws of the post Civil War era?

Eric Foner: The legal status of Native Americans was murky, to say the least. You still had the remnants of the idea that they were not Americans. They were members of their own tribal sovereignties. People talked about the Cherokee Nation, the Choctaw Nation. You are not a citizen of the United States. You were a citizen of the Cherokee Nation. Now, of course, by this time, the power of the Indian nations in most places had been broken, and it wasn’t as if you had the United States government dealing with equal nations on the other side. But the people who wrote the [inaudible 00:29:15] did not, their aim was not to make Native Americans citizens. The exemption in the 14th Amendment says, “Anybody born in the United States or naturalized coming from abroad except and subject to the jurisdiction of the United States.” And the idea, well Native Americans are not subject to the jurisdiction of the United States. They’re subject to the laws of their own national sovereignties.

ForeverEric Foner: So Indians were not citizens and it’s not until 1924 that Congress enacts a law making all Native Americans, regardless of where they are living, regardless of what tribe they in, citizens of the United States. So yeah. These amendments had exemptions, they had loopholes, they had serious flaws. Women, as you said, certainly objected to the 15th Amendment, which didn’t give them the right to vote, and the second clause of the 14th Amendment, which introduces the word male for the first time into the constitution. These measures were compromises. They were worked out after long debate and amendments and ups and downs in Congress. There’s no single mind behind the 13th, 14th or 15th Amendments. They were the result of all sorts of negotiation and controversy. Nonetheless, the basic principles are pretty clear. The abolition of slavery, the establishment of a universal notion of citizenship, despite without the native Americans and of equality among those citizens and the vast expansion of the right to vote.

Ed Ayers: And they are alive in today’s political and legal culture. What do you see as the issues that are most salient right now on either being contested or helping drive forward some kind of change?

Eric Foner: Well, sadly, yeah. Many of these issues are still unresolved and I’d have to say sadly, our Supreme Court has adopted an increasingly narrow definition of the implications of these amendments. The most notable was a few years ago in the Shelby County decision, which overturned a very important part of the Voting Rights Act of 1965. That’s a law passed under the 15th Amendment. It was passed with virtual unanimity in Congress, forcing jurisdictions in the South that had a long history of discrimination and voting to get prior approval from the federal government before they changed the voting rules. Supreme Court a few years ago said, “Well that’s a violation of federalism. It treats some states more harshly than other states.” Well, these are states that had slavery and not every state did. And also these are states that had consciously removed the right to vote over many years.

Eric Foner: But anyway, so their narrowing the 15th Amendment. Who should have the right to vote is a hot issue in our politics as you well know, with gerrymandering, with various ID and other voter suppression laws. Citizenship, how relevant can you be on our border today? This is being debated all the time. Who has the right to be an American citizen? For example, does the child born in the United States of a undocumented immigrant, is that child automatically an American citizen? Well, language of the 14th Amendment is pretty clear. Yes. Any person born in the United States. Your parents can be bank robbers. That doesn’t mean that you can’t be a citizen of the United States. But President Trump, among other things, has said that he feels he has the right as president to abrogate the first sentence of the 14th Amendment, the birthright citizenship sentence for the children of undocumented immigrants.

Eric Foner: I don’t personally think the president can all by himself eradicate part of the constitution, but some people have tried to do that. So these issues are certainly on our political agenda today and I think an understanding of how the 13th, 14th and 15th Amendments were enacted, what they were intended to accomplish, can help us think through the implications of that today.

Ed Ayers: Eric Foner is professor emeritus of history at Columbia University. His latest book is The Second Founding: How the Civil War and Reconstruction Remade the Constitution. That’s going to do it for us today, but you can keep the conversation going online. Let us know what you thought of the episode or ask us your questions about history. You’ll find this at backstoryradio.org or send an email to backstory@Virginia.edu. We’re also on Facebook and Twitter at Backstory Radio. Special thanks this week to Jerry [inaudible 00:34:10] and Katie Gary.

Ed Ayers: Backstory is produced at Virginia Humanities. Major support is provided by an anonymous donor, the Joseph and Robert Cornell Memorial foundation, the Johns Hopkins University and the National Endowment for the Humanities. Any views, findings, conclusions or recommendations expressed in this podcast do not necessarily represent those that the National Endowment for the Humanities. Additional support is provided by the Tomato Fund, cultivating fresh ideas in the arts, the humanities, and the environment.

Speaker 6: Brian Balogh is professor of history at the University of Virginia. Ed Ayers is professor of the humanities and president emeritus of the University of Richmond. Joanne Freeman is professor of history and American studies at Yale University. Nathan Connolly is the Herbert Baxter Adams associate professor of history at the Johns Hopkins University. Backstory was created by Andrew Wyndham for Virginia Humanities.

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Chicago, 1919

Este año conmemoramos el centenario de uno de los episodios de violencia racial más vergonzosos de la historia estadounidense, el llamado Red Summer. En 1919,  se registraron en Estados Unidos 89 linchamientos y 25 motines raciales en un periodo de siete meses.  El peor de estos motines duró trece días en la ciudad de  Chicago y causó 38 muertes y 537 heridos, dejando a mil familias sin casa. El regreso de miles de veteranos negros de Europa fue visto por muchos blancos como una amenaza contra el orden racial predominante. Los veteranos negros regresaron pensando que sus sacrificios en defensa de la nación serían recompensados con un trato más justo de parte de su sociedad. Desafortunadamente, sus expectativas no se cumplieron, pues a su regreso continuaron siendo víctimas del racismo y la discriminación. Sus justos reclamos fueron respondidos con violencia.

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Turba de hombres blancos tratando de secuestrar a un negro.

Se desconoce el número exacto de afro-americanos que fueron asesinados durante los siete meses que se extendió la violencia en su contra. Se sospecha que fueron cientos. Tal nivel de violencia inspiró al poeta afroamericano Claude McKay su famoso poema “If We Must Die”.

If We Must Die

If we must die, let it not be like hogs
Hunted and penned in an inglorious spot,
While round us bark the mad and hungry dogs,
Making their mock at our accursèd lot.
If we must die, O let us nobly die,
So that our precious blood may not be shed
In vain; then even the monsters we defy
Shall be constrained to honor us though dead!
O kinsmen! we must meet the common foe!
Though far outnumbered let us show us brave,
And for their thousand blows deal one death-blow!
What though before us lies the open grave?
Like men we’ll face the murderous, cowardly pack,
Pressed to the wall, dying, but fighting back!

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