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Posts Tagged ‘Imperialismo norteamericano’

Es necesario reconocer que el afán expansionista de Donald J. Trump de las pasadas semanas tomó por sorpresa a muchos historiadores. Su énfasis en la adquisición de Groenlandia, la “recuperación” del canal de Panamá y la anexión de Canadá marcó el regreso a un tipo de imperialismo que caracterizó a Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX, y que parecía superado. No me malinterpreten, pues no estoy negando la naturaleza imperial de los Estados Unidos, sino que hace mucho tiempo los estadounidenses cambiaron la expansión territorial por la construcción de un imperio tecnológico-financiero-comercial, apoyado en una red de bases militares que le permite defender sus intereses y proyectar su poder a nivel global. De ahí que la última colonia adquirida por Estados Unidos fueran la islas Vírgenes en plena primera guerra mundial. Sin reparos Trump ha manifestado la “necesidad” de un crecimiento territorial como parte de su estrategia para “reconstruir” el poder estadounidense. Además, como los imperialistas de finales del siglo XIX, tiene bien claro cuáles son los territorios que apetece.

En esta entrevista del periodista Tim Murphy publicada en la revista Mother Jones, el historiador Daniel Immerwahr  responde una serie de preguntas que buscan  entender las expresiones de Trump desde una perspectiva histórica. En otras palabras, ¿cómo la historia del expansionismo estadounidense puede ayudar a  explicar el neoimperalismo trumpista? ¿Marcan las expresiones de Trump un retroceso o el comienzo de algo nuevo? ¿Se le debe tomar en serio?

Para Immerwahr, Trump podría estar fanfarroneando o siguiendo su estrategia de crear escándalos que destantean a los liberales y venden muy bien entre sus seguidores, añadiría yo. Sin embargo, reconoce que Estados Unidos vive un “nuevo momento histórico en el que  cosas nuevas son posibles”.

Al enfocar el deseo de Trump de cambiarle el nombre al golfo de México por golfo de América,  Immerwahr hace comentarios muy interesantes sobre el uso del concepto América para referirse a Estados Unidos. Según él, este se comenzó a usar de forma dominante a partir de finales del siglo XIX y comienzos del XXI. Esto formó parte del giro imperialista estadounidense. En otras palabras, de un sentido de imperio. Nuevamente vemos a Trump conectado con el pasado imperial de Estados Unidos.

La ausencia de Puerto Rico en el mapa de su America soñada que Trump compartió en la red social Truth Social le sirve a Immerwahr para reflexionar sobre uno de los elementos básicos del imperialismo estadounidense: el deseo de adquirir territorios, pero no a los pobladores de estos, sobre todo, si no son blancos. Al dejar a Puerto Rico fuera de su mapa y a haber planteado el deseo de vender a la isla, Trump coincide con la mentalidad racista de los imperialistas del siglo XIX y principios del XX, a quienes les quitaba el sueño la composición étnica de los territorios adquiridos por Estados Unidos.

Immerwahr no nos da un respuesta precisa a la preguntas planteadas sobre la seriedad de los arranques expansionistas de Trump. Para él, el patrioterismo de Trump podría ser otra de sus provocaciones o un interés real. Curiosamente señala que, de ser los segundo, las aspiraciones del nuevo inquilino de la Casa Blanca podrían formar parte de un renacer imperialista del que la guerra en Ucrania y las ambiciones chinas sobre Taiwán son claros ejemplo. De esta forma estaríamos entrando en una nueva era de anexiones territoriales de las que las aspiraciones de Trump formarían parte.

Una cosa es clara para Immerwahr: contrario a sus predecesores demócratas y republicanos que lo negaron sistemáticamente, Trump no tiene reparos en reconocer que Estados Unidos es un imperio.

Immerwahr es profesor de historia en Northwestern University y autor del   libro   How to Hide an Empire: A History of the Greater United States (2019) que reseñé en diciembre de 2020 (El imperio invisible).

Para un enfoque más detallado del proceso de expansión territorial estadounidense ver mi ensayo El expansionismo norteamericano, 1783-1898.


Lo que la historia de la expansión estadounidense puede decirnos sobre las amenazas de Trump

Tim Murphy

Mother Jones, 15 de enero de 2025

El presidente electo, que impulsó una invasión de México durante su primer mandato, ha pasado el mes previo a la toma de posesión de la próxima semana publicando sobre invitar a Canadá a unirse a Estados Unidos, negándose a descartar el uso de la fuerza militar para obligar a Dinamarca a vender (o regalar) Groenlandia, y prometiendo recuperar la Zona del Canal de Panamá, que Estados Unidos devolvió como parte de un tratado de 1979. Los republicanos y sus aliados se han alineado rápidamente. Charlie Kirk y Donald Trump Jr. hicieron recientemente un viaje de un día a Groenlandia. Algunos conservadores han comparado las adquisiciones amenazadas con la compra de Alaska y Luisiana.

¿Es esto solo un retroceso al pasado de construcción del imperio del país, o un reconocimiento de algo nuevo? Para entender la retórica reciente de Trump, hablé con Daniel Immerwahr, profesor de historia en la Universidad Northwestern, cuyo libro de 2019, How to Hide an Empire: A History of the Greater United States,  contó la historia del pasado y el presente imperial de Estados Unidos.

¿Qué pensó cuando vio al presidente electo Trump anunciar que estaba pensando en adquirir, de alguna manera, Groenlandia?

Aquí vamos de nuevo. Literalmente hemos pasado por todo esto. Lo hemos pasado en Estados Unidos: los presidentes solían estar muy interesados en adquirir terrenos estratégicamente relevantes, y hay una larga historia de eso. También lo hemos pasado con Donald Trump, porque lo hizo durante su primer mandato: amenazó con adquirir Groenlandia. Se consultó a los historiadores: “¿Ha ocurrido esto? ¿Cuándo fue la última vez que sucedió esto? Fue mucha fanfarronería entonces, o al menos creo que fue mucha fanfarronada; no tuve la sensación de que el ejército estadounidense estuviera preparado para hacer algo dramático, y no tuve la sensación de que el gobierno danés estuviera interesado en vender. Así que la pregunta sigue siendo en este momento: ¿Es este un nuevo momento histórico en el que nuevas son posibles? (Y hay algunas razones para pensar que tal vez, sí lo es). ¿O es que Trump está haciendo lo que Trump hace tan bien, que es acabar con los liberales proponiendo cosas escandalosas?

Cómo Groenlandia se convirtió en la principal preocupación de seguridad  para Dinamarca (por delante del terrorismo) tras el interés de Trump en su  compra - BBC News Mundo

Antes de Trump, ¿estaba Groenlandia en el radar de los imperialistas estadounidenses?

Groenlandia se volvió mucho más interesante para los Estados Unidos en la era de la aviación, porque si dibujas las rutas aéreas más cortas desde los Estados Unidos continentales hasta, por ejemplo, la Unión Soviética, encontrarás que algunas de ellas pasaban cerca o sobre Groenlandia. Así que Groenlandia fue un sitio importante de la Guerra Fría.

Estados Unidos almacenó armas nucleares allí. También sobrevoló armas sobre Groenlandia: lo que eso significa es que los aviones se mantendrían en el aire y listos para entrar en acción en caso de que sonara la alarma. La película Dr. Strangelove tiene imágenes de este tipo de aviones sobre Groenlandia.

También hay una historia de accidentes nucleares en Groenlandia.

¿Accidentes nucleares?

En la década de 1950, tres aviones realizaron aterrizajes de emergencia en Groenlandia mientras transportaban bombas de hidrógeno. Algo salió mal y los aviones se detuvieron. En 1968, un B-52 que volaba sobre Groenlandia con cuatro bombas de hidrógeno Mk-22, no aterrizó, simplemente se estrelló a más de 500 millas por hora, dejando un rastro de escombros de cinco millas de largo. El combustible para aviones se incendió y todas las bombas explotaron. Lo que sucedió en estos casos es que las bombas fueron destruidas en el proceso, pero no detonaron. Sin embargo, estuvo a punto de fallar, y es pensable, dada la forma en que se construyeron las bombas, que estrellarse contra el hielo a 500 millas por hora habría hecho detonar. Se puede ver por qué [tener armas nucleares en la isla] era una propuesta peligrosa para los europeos, y particularmente para la gente de Groenlandia.

Adiós Golfo de México en EEUU: 'Golfo de América' aparece por primera vez en documento oficial

Otro de los grandes anuncios recientes fue la promesa de Trump de cambiar el nombre del Golfo de México por el de “Golfo de América”. Usted escribió en su libro que el término América para referirse a Estados Unidos solo se puso realmente de moda en la época de Theodore Roosevelt. ¿Cuál es la conexión entre ese nombre y este sentido de imperio?

Hubo alguna discusión, no mucha, pero sí alguna, en los primeros años de la república sobre cuál debería ser la abreviatura para referirse a Estados Unidos. Columbia era un término literario que la gente usaba y aparecía en muchos himnos del siglo XIX. Freedonia fue probada, como “la tierra de la libertad”, pero lo interesante es que, desde nuestra perspectiva, la taquigrafía obvia -”América”- no fue la dominante para referirse a los Estados Unidos a lo largo del siglo XIX. Una razón para ello es que los líderes de los Estados Unidos eran plenamente conscientes de que estaban ocupando una parte de América y que también había otras partes de América. Había otras repúblicas en las Américas.

No es hasta finales del siglo XIX que se empieza a ver a “América” como la abreviatura dominante. Una gran razón para ello es que justo a finales del siglo XIX, los Estados Unidos comenzaron a adquirir grandes y populosos territorios de ultramar, de modo que gran parte de la taquigrafía anterior (la Unión, la República, los Estados Unidos) parecían descripciones inexactas del carácter político del país.

Así que “América” es un giro imperialista en dos sentidos. Una es que sugiere que este único país de las Américas es de alguna manera la totalidad de las Américas, como si los alemanes decidieran que en adelante iban a ser “europeos” y que todos iban a tener que ser ingleses-europeos o franceses-europeos o polacos-europeos, y solo los alemanes eran “europeos”. También es imperialista en el sentido de que surgió en un momento en que la gente se preguntaba cuál sería el carácter político del país, y se preguntaba si la adición de colonias hacía que Estados Unidos ya no fuera realmente una república, una unión o un conjunto de estados.

Trump dijo recientemente que iba a “traer de vuelta el nombre de Mount McKinley porque creo que se lo merece”. ¿Cómo se compara lo que está haciendo, y la forma en que habla de lo que está haciendo, con lo que William McKinley y Theodore Roosevelt decían y hacían a finales del siglo XIX?

En cierto modo, se compara claramente, porque hubo una larga época en la historia de Estados Unidos, y no fueron solo McKinley y Roosevelt; fue hasta ellos y un poco después, donde, cuando Estados Unidos se hizo más poderoso, se hizo más grande. El poder se expresaba en la adquisición de territorio. Los Estados Unidos se anexionaron tierras, tierras contiguas de la Compra de Luisiana y tierras de ultramar; Filipinas, Puerto Rico, Guam, etc. Esa es la historia que Trump está invocando, y en la que se imagina participando.

La época de la colonización estadounidense de ultramar fue también una época en la que otras “grandes potencias” colonizaban territorios de ultramar en África y Asia. No me queda claro si estamos en el momento en el que vamos a empezar a ver a los países más poderosos adquiriendo colonias, como solían hacer. Trump está apuntando a ese momento, pero no me queda claro, por ejemplo, cuántos en su base están realmente fuertemente motivados por esto. No está claro a cuántos otros republicanos les importa esto más allá de preocuparse por la lealtad a los caprichos de Trump. Por lo tanto, no es obvio que se trate de un movimiento social, sino más bien de una forma de acabar con los oponentes de Trump y posiblemente distraerlos.

¿Hay alguna lección para Trump y el gobierno de Trump sobre cómo terminó esa era de expansionismo y la reacción violenta a ella?

Hay dos cosas que hicieron que un imperio de esa naturaleza colonial fuera mucho más raro a finales del siglo XX. Una fue una revuelta anticolonial global que comenzó en el siglo XIX pero llegó a su clímax después de la Segunda Guerra Mundial, y simplemente hizo mucho más difícil para los posibles colonizadores mantener o tomar nuevas colonias. La otra es que los países poderosos, incluido Estados Unidos, buscaron encontrar nuevos caminos para la proyección de poder que no implicaran la anexión de territorios, en parte porque se dieron cuenta de que un mundo en el que cada país garantizara su seguridad y expresara su poder mediante la anexión de territorios crearía una situación en la que los países grandes chocarían entre sí.

Así que las dos lecciones, yo diría, de la Era del Imperio son que es extremadamente cruel con aquellos que son colonizados porque están sujetos a un gobierno extranjero que generalmente no tiene sus intereses en mente. Y es extraordinariamente peligroso porque enfrenta a las grandes potencias entre sí de una manera que puede conducir rápidamente a la guerra. Y si las guerras de principios de la primera mitad del siglo XX fueron guerras extraordinariamente sangrientas, al menos, no implicaron intercambios nucleares de ambos bandos, como podrían implicar las versiones del siglo XXI de esas guerras.

Trump asked if Puerto Rico could be sold | Bizzare response to Hurricane Maria

La administración Trump en la primera vuelta pareció toparse con otra parte de esto, que era que realmente no le gustaba tener que lidiar con Puerto Rico. No le gustaba tener que financiar la reconstrucción de Puerto Rico después del huracán María. De hecho, había gente que se refería a Puerto Rico como un país diferente. ¿Es eso parte de este alejamiento del imperio, de no querer tener que lidiar con la gente que has colonizado?

Siempre ha habido una discusión, incluso entre los imperialistas, sobre si las cargas del imperio valen las ventajas. El racismo a veces ha actuado como una ruptura en el imperio. Encontrarás momentos, incluso en la historia de Estados Unidos, en los que a los expansionistas les gustaría, por ejemplo, poner fin a una guerra entre Estados Unidos y México tomando una gran parte de México, y luego los racistas dirán: “Oh no, no, no; si tomamos más de México, por lo tanto, tomaremos más mexicanos”. Y ese tipo de debate se repitió una y otra vez en el siglo XIX en Estados Unidos y a principios del siglo XX.

Esta tendencia se puede ver en la mente de Trump, porque por un lado, expresa una predisposición expansionista, y amenaza con mover las fronteras de EE.UU. hacia varios otros lugares del hemisferio occidental. Por otro lado, Trump imagina claramente a Estados Unidos como un lugar contiguo alrededor del cual se puede construir un muro alto. Y es bastante hostil con los extranjeros.

Cuando habla de Puerto Rico durante la primera administración, tenemos informes desde dentro de la administración Trump que dicen que Trump quería vender a Puerto Rico. Así que esos son, de alguna manera, los dos impulsos enfrentados en las mentes de Trump, y en realidad coinciden bastante bien con algunos de los impulsos dominantes en los líderes estadounidenses del siglo XIX y principios del XX: por un lado, el deseo de crear más territorio; por otro lado, una profunda preocupación por incorporar a más personas, particularmente personas no blancas, dentro de los Estados Unidos.

Me encantaría decir que esa es una situación del pasado, y que estamos muy más allá de ella, porque ya no tenemos los deseos de anexión ni el racismo excluyente que la impulsó. Pero Trump parece estar resucitando, al menos instintivamente, a ambos.

¿Viste el mapa que compartió en Truth Social?

Lo estoy mirando ahora. Así que hablemos de este mapa. Este es un mapa de los Estados Unidos que imagina que sus fronteras se extienden hasta Canadá y abarcan a Canadá, pero también imagina que las fronteras de los Estados Unidos no incluyen a Puerto Rico. Así que es una visión de un Estados Unidos más grande y un Estados Unidos más blanco. Y aborda la contradicción del imperio: tanto el deseo de los imperialistas de expandir el territorio, como el deseo de curar poblaciones dentro de ese territorio. Y se puede ver esto como la ambición de Trump de tener un Estados Unidos más grande, pero también un Estados Unidos más pequeño.

Has usado el término “puntillista“ para describir cómo se ve el imperio estadounidense ahora, con una serie de bases militares y pequeños territorios repartidos por todo el mundo. Ha habido una aceptación dentro del gobierno de los Estados Unidos de la conveniencia de ese acuerdo. ¿Cuánto de esto es solo una forma de hablar de la fuerza, separada de un plan real para hacer cualquier cosa?

Trump a menudo tiene un juicio político terrible, pero tiene instintos políticos interesantes, y a menudo es capaz de ver posibilidades que otros políticos han rechazado, de ver cosas que parecen escandalosas pero que en realidad podrían asegurar una base de votantes. Una gran pregunta sobre todo este patrioterismo que Trump ha estado imponiendo es si se trata simplemente de otra de sus provocaciones y otra de sus idiosincrasias, o si está respondiendo a algo real.

Si se argumentara que Trump está respondiendo a algo real —que las condiciones y las posibilidades reales han cambiado, y que de hecho podríamos estar entrando en una nueva era de imperio territorial, donde el poder se expresa mediante la anexión de grandes franjas de tierras, ni siquiera solo controlando pequeños puntos— señalaría a Ucrania, y señalaría las ambiciones de China de apoderarse de Taiwán. Se podría decir que estamos entrando en una nueva era de anexiones, y que Trump lo percibe y a menudo admira el tipo de fuerza que se expresa en las anexiones semicoloniales, y lo ve como un futuro potencial para Estados Unidos.

Me llama la atención eso, porque a los políticos de ambos partidos les gusta decir que no somos un imperio, lo que significa, al menos, que no nos gusta pensar en nosotros mismos como un imperio. Y el tipo de Trump dice, en realidad, tal vez sí, y hay una corriente subterránea en la que la gente quiere pensar en sí misma como tal.

Básicamente, desde William McKinley, casi todos los presidentes han dicho alguna versión de “Estados Unidos no es un imperio; No tenemos ambiciones territoriales, no codiciamos el territorio de otros pueblos”. Presidente tras presidente, demócratas y republicanos, todos dicen alguna versión de eso. Excepto por Trump. Esa es una piedad liberal sostenida no solo por los demócratas, sino también por los republicanos, en la que Trump parece no tener ninguna inversión. Y creo que en ese sentido, tiene razón, porque cuando los presidentes han dicho que no somos un imperio, siempre han estado hablando desde un país que tiene colonias y tiene territorios. Así que Trump tiene razón al no seguir ese camino, aunque creo que es bastante peligroso que vea la negación del imperio no solo como algo de lo que burlarse, sino como algo que debe ser rechazado desafiantemente por la búsqueda de ambiciones territoriales.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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En este breve escrito, el historiador Aaron Coy Moulton enfoca uno de los temas más comentados en lo que va del año 2025: los reclamos expansionistas del presidente Trump. El nuevo residente de la Casa Blanca se ha manifestado a favor de la compra de Groenlandia, la anexión de Canadá y la recuperación –por la fuerza de ser necesario– del canal de Panamá. Curiosamente, en estos comentarios Trump ha planteado los mecanismos históricos del expansionismo estadounidense: la compra, la anexión y la agresión. A Coy Moulton le interesa en particular el tema del canal de Panamá, que ubica correctamente como uno medular para la derecha más conservadora estadounidense.

Antes de ver los planteamientos del autor es necesario recordar el significado simbólico e ideológico del canal en el desarrollo del imperialismo estadounidense. El proceso de “adquisición” de los terrenos para la construcción del canal fue uno de los episodios centrales del intervencionismo imperialista de comienzos del siglo XX. Todavía resuenan las palabras de Teddy Roosevelt: “I took Panama”.  Que los estadounidenses hubieran triunfado donde los franceses fracasaron estrepitosamente, fue para muchos una prueba no solo del ingenio y de la capacidad  de Estados Unidos, sino también de su excepcionalidad y superioridad racial. En otras palabras, el canal se convirtió en un elemento de la identidad nacional estadounidense. Tras su construcción, la defensa del canal se convirtió en una prioridad para los estadounidenses. Defender el canal se convirtió así en una extensión de la doctrina Monroe y una expresión de la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental. Otro tema relacionado con el canal es el de la propiedad, muy bien definida en la famosa cita de Reagan, quien dijo “We Built It, We Paid for It, It’s Ours”. En otras palabras, al devolverle el canal a los panameños se renunciaba, traicioneramente,  a una propiedad, a un pedazo de Estados Unidos. En conclusión, desde su construcción hasta la firma del tratado Carter-Torrijos, el canal fue para muchos estadounidenses un símbolo del poder de los Estados Unidos. De ahí la fuerte reacción que la devolución del canal a los panameños generó en algunos sectores de la sociedad estadounidense.

Es en esa reacción que se concentra Coy Moulton con un análisis breve, pero muy valioso de cómo la oposición al tratado Carter-Torrijos fue usado en los años 1970 para unir a las derecha más rancia estadounidense. Rechazar la devolución del canal sirvió de base para  unir a la derecha y facilitar la victoria de Ronald Reagan en las elecciones de 1980. Para el autor, los reclamos sobre el canal podrían jugar un papel similar para mantener unido “al diverso movimiento MAGA” durante la segunda presidencia de Trump.

Aaron Coy Moulton es profesor asociado de historia latinoamericana en la Stephen F. Austin State University.


El Canal de Panamá podría ser lo que unifique a los partidarios de Donald Trump

Aaron Coy Moulton / Hecho por la historia

16 de enero de 2025

Durante casi un mes, el presidente electo Donald Trump ha advertido que el gobierno panameño necesita reducir las tarifas de envío y las tarifas impuestas a los buques con base en Estados Unidos que atraviesan el Canal de Panamá, a menos que quiera que Estados Unidos recupere el canal. En una reunión de la organización conservadora Turning Point USA el 22 de diciembre, Trump proclamó: “Nos están estafando en el Canal de Panamá como nos están estafando en todas partes“. Luego insinuó que el Canal podría caer en las “manos equivocadas”, las de China. Inmediatamente después, Trump publicó en Truth Social: “¡Bienvenidos al Canal de Estados Unidos!” con una imagen generada por IA de una bandera de EE. UU. a la que le faltan dos de sus 13 franjas.

Trump también ha reflexionado sobre la posibilidad de convertir a Canadá en el estado número 51 y adquirir Groenlandia. Su enfoque expansionista ha provocado un fervor mediático. Algunos se han preguntado si los intereses comerciales de Trump podrían estar impulsando el pensamiento del presidente electo. Pero tal especulación no tiene en cuenta el potencial impulso político que Trump podría obtener al hablar con dureza sobre el Canal de Panamá.

La historia indica que podría ser un buen tema unir al díscolo movimiento Make America Great Again. En la década de 1970, diversas fuerzas de la derecha se unieron para luchar contra la cesión del control del canal a Panamá, considerando que la medida era débil y antitética a los intereses estadounidenses. El tema tapó los desacuerdos divisivos entre los conservadores sobre cuestiones sociales y culturales. Ahora, en 2025, es posible que la amenaza de Trump sea una forma de utilizar las políticas de Estados Unidos Primero para unificar una vez más una coalición conservadora y populista diversa.

A mediados del siglo XX, con los movimientos independentistas anticoloniales estallando en todo el mundo, la frustración panameña por el control estadounidense del Canal comenzó a desbordarse. Se desató una ola de protestas nacionalistas, algunas de las cuales se tornaron violentas y provocaron la muerte de soldados estadounidenses. Reconociendo el potencial explosivo de tales frustraciones, los presidentes estadounidenses, comenzando con Dwight Eisenhower, exploraron posibles compromisos que podrían aliviar los resentimientos sin darle a Panamá el control del canal de inmediato.

Pero mientras los presidentes de ambos partidos veían esto como una necesidad para prevenir más conflictos dentro del hemisferio occidental, la idea de entregar el canal a Panamá enfureció a la derecha. Los conservadores habían sido escépticos durante mucho tiempo de tales llamamientos, y pensaban que las negociaciones personificaban todo lo malo en ambos partidos políticos y en la política de consenso liberal contra la que la derecha había estado luchando durante décadas. Como resumió William Loeb, editor del periódico conservador Manchester Union Leader de New Hampshire: “Si podemos bloquear esto, puede que se detenga esta precipitada retirada para retirarse de todo”.

La intensidad de la oposición en la derecha se hizo evidente en las primarias presidenciales republicanas de 1976. El desafío del ex gobernador de California Ronald Reagan al presidente Gerald Ford se tambaleaba cuando comenzó a criticar a Ford por pedir negociaciones con Panamá. Reagan denunció cualquier compromiso como una renuncia a la soberanía estadounidense frente a los desafíos internacionales, y estos llamados ayudaron a resucitar su campaña. Aunque Ford finalmente triunfó por un estrecho margen, Reagan demostró el potencial político de utilizar el control estadounidense del canal para señalar el apoyo a la hegemonía estadounidense de una manera que energizó y unió a las diferentes facciones de la derecha.

Jimmy Carter terminó ganando la presidencia ese año, y prometió durante la campaña no ceder el control del canal. Sin embargo, cambió de opinión después de ganar las elecciones y en septiembre de 1977 firmó tratados que entregarían el canal a Panamá en el cambio de milenio.

Firma del tratado Carter-Torrijos

Los opositores de derecha a la medida comenzaron a organizarse para oponerse a la ratificación incluso antes de que los negociadores terminaran de discutir los términos del acuerdo. Una vez que Carter firmó los tratados, se inició una movilización total que reunió a una coalición de grupos de derecha previamente incómoda, incluida la John Birch Society (JBS), cargada de teorías de conspiración rabiosamente anticomunistas, el creciente grupo conservador antifeminista y pro estadounidense de Phyllis Schlafly, y aquellos alineados con segregacionistas anteriormente vocales como el senador de Carolina del Norte Jesse Helms.

La JBS desplegó etiquetas postales y calcomanías en los parachoques que exigían: “¡No le den a Panamá nuestro Canal! ¡Dales a [Henry] Kissinger [Richard Nixon y al secretario de Estado de Gerald Ford] en su lugar”. Mientras tanto, Schlafly se unió a Loeb y otros líderes conservadores en el Comité de Emergencia para Salvar la Zona del Canal de EE.UU. para criticar cualquier cesión del Canal como una amenaza para la seguridad de la nación. Se cohesionaron en torno a “Keeping the Canal”, a pesar de estar en desacuerdo en otros asuntos con otros miembros, como el antisemita Pedro del Valle. Del mismo modo, el activista y agente Paul Weyrich gastó alrededor de 100.000 dólares en sus propios esfuerzos de “Keep the Canal”, incluso mientras trabajaba en contra de la legalización del aborto y a favor de reducir drásticamente las regulaciones comerciales.

El esfuerzo se convirtió en una pieza central de un floreciente impulso para hacer crecer el movimiento conservador de base utilizando una nueva técnica: el correo directo. Uno de los pioneros de la industria, Richard Viguerie, era un experto en descubrir temas que pudieran despertar respuestas emocionales y generar donaciones y apoyo para una variedad de causas conservadoras. Entendió que la lucha por el Canal era uno de sus mejores temas. Distribuyó a todo el país los materiales de ‘Keep the Canal’.

La gente de la derecha de base se vio inundada por cartas de grupos de interés superpuestos que parecían duplicar y diluir los esfuerzos de los demás. Sin embargo, Viguerie estaba desplegando una estrategia intencional al compartir listas de correo de un grupo a otro, lo que le permitió llegar a los estadounidenses que priorizaron una gran cantidad de organizaciones y temas, lo que indicaba que simpatizarían con la lucha contra la cesión del canal.

Reagan también vio la oposición a los tratados como una forma de mantenerse en el ojo público y generar apoyo para otra candidatura a la presidencia. Su Comité para la República y su principal asesor político, John Sears, denunciaron los preparativos de Carter para el tratado, proclamando: “El único hombre que puede reunir a la opinión pública abrumadora contra estas acciones desastrosas es Ronald Reagan”.

Oponerse a los tratados se convirtió en algo no negociable para cualquier político o grupo que buscara el apoyo de los conservadores.

Mientras el Senado se preparaba para debatir la ratificación, un autoproclamado Truth Squad formado por el senador de Kansas Robert Dole, el representante de Illinois Philip M. Crane, el representante de California John Rousselot y otros líderes del Congreso se prepararon para torpedear los tratados. La presión popular inundó a los senadores con una avalancha de cartas y peticiones de “Keep the canal”.

Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el Senado ratificó los tratados por un margen de 68-32. Al final, el control demócrata del Congreso hizo imposible detener los tratados, especialmente dada la fuerza persistente del ala más moderada del Partido Republicano de Ford.

Sin embargo, la fuerte presión de las bases obligó al líder de la minoría del Senado, Howard Baker, que desempeñó un papel fundamental en la obtención de suficiente apoyo bipartidista para ratificar los tratados, a dar marcha atrás durante su campaña para la nominación presidencial republicana de 1980. Revelando la continua potencia del tema, la campaña de Reagan se vio inundada de cartas que le rogaban que derogara los tratados y mantuviera el poder estadounidense en el extranjero si era elegido.

En 2025, la derecha se ve significativamente diferente de lo que era en la década de 1970. Una cosa que sigue igual, sin embargo, es la naturaleza díscola de la coalición de Trump. Las tensiones sobre el techo de la deuda y el gasto ya han llevado a Trump a convocar un desafío en las primarias al representante de Texas Chip Roy. Estas divisiones amenazan con crearle dolores de cabeza a Trump.

Muchos en la órbita de Trump han hecho a un lado sus amenazas sobre el Canal como una mera táctica de negociación. Sin embargo, una vez más, el Canal de Panamá puede demostrar ser un área que puede unir al diverso movimiento MAGA. Al igual que en la década de 1970, las demandas para restaurar un supuesto declive del poder estadounidense en el extranjero podrían amplificar el nacionalismo populista que subyace en las facetas aparentemente paradójicas de las políticas de “Estados Unidos primero” de Trump y, al menos temporalmente, allanar los cismas republicanos que amenazan con descarrilar su agenda.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

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Who Makes Cents: A History of Capitalism es un programa dedicado a analizar la evolución histórica del capitalismo. A través de entrevistas a historiadores y estudiosos  del capitalismo, este podcast busca explicar cómo los cambios políticos y económicos del pasado han  dado forma al presente. Su énfasis ha estado en el desarrollo histórico de Estados Unidos, especialmente, de su economía.

Comparto con mis lectores el primer episodio del 2025 de Who Makes Cents: A History of Capitalism: una interesante entrevista a la historiadora Mary Bridges sobre su más reciente libro Dollars and Dominion: US Bankers and the Making of a Superpower (Princeton University Press, 2024). En este libro, Bridges analiza el impacto de los banqueros estadounidenses en el desarrollo de las estructuras financieras del emergente imperio norteamericano en los primeros años del siglo XX.

Bridges es profesora en la Universidad de Harvard, donde dirige el Belfer Center for Science and International Affairs.


Mary Bridges sobre los banqueros y el amanecer del imperio americano

Whomakescents 

2 de enero de 2025

Desde nuestro punto de vista contemporáneo, el imperio capitalista global de los Estados Unidos parece omnipresente e inevitable. Gran parte del comercio mundial se hace en dólares. Las instituciones financieras estadounidenses están a la cabeza de la inversión internacional y las transferencias de capital. Y el poderío militar de estadounidense hace cumplir este orden, ya sea implícitamente, o a veces bastante explícitamente.

Pero como argumenta Mary Bridges, el dominio financiero de Estados Unidos no estaba preestablecido ni era monolítico, particularmente en sus primeros días a principios del siglo XX. En su nuevo libro, Bridges sigue a los soldados de a pie en la frontera imperial: banqueros de a pie, que trabajan en sucursales bancarias en el extranjero en lugares como Manila y Hong Kong. Fueron estos banqueros los que hicieron el trabajo diario de construir las finanzas globales estadounidenses. Y llevaron consigo sus visiones clasistas, racializadas y de género, incorporando esas estructuras de desigualdad en los cimientos mismos de la  globalización dominada por el dólar.

¡Oye el episodio aquí!

Mary Bridges es una estudiosa de la historia de los Estados Unidos en el siglo XX. Su investigación enfoca los vínculos entre las relaciones exteriores de los Estados Unidos y la historia de los negocios. Su  libro Dollars and Dominion: US Bankers and the Making of a Superpower (Princeton University Press, septiembre de 2024), sostiene que los bancos multinacionales estadounidenses proporcionaron una infraestructura crucial tanto para el capitalismo global como para el imperio estadounidense a principios del siglo XX. El proyecto explora las cambiantes prácticas crediticias de los banqueros extranjeros, a medida que los bancos estadounidenses navegaban por nuevas formas de beneficiarse de la financiación comercial y su relación con el gobierno de los Estados Unidos.

Actualmente es investigadora en el Centro Belfer de la Universidad de Harvard. Anteriormente, fue becaria postdoctoral en el programa de Estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Yale y en Johns Hopkins SAIS. Bridges posee un doctorado en historia de la Universidad de Vanderbilt, una maestría de la Universidad de Yale en Relaciones Internacionales, y un bachillerato de la Universidad de Harvard en historia y ciencias.

También trabajó como reportera y editora de negocios.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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La guerra hispano-cubano-estadounidense es uno de los temas al que más espacio le he dedicado en esta bitácora. Ello no debe sorprender a nadie dado su enorme importancia y relevancia en el desarrollo del imperialismo estadounidense. Sin embargo, que recuerde, nunca lo había hecho desde la perspectiva de este artículo del escritor cubano Leandro Estupiñán: la representación pictórica de la guerra.

El autor enfoca el trabajo de tres artistas estadounidenses: Howard Chandler Christy, Frederick Remington y Charles Johnson Post. Según Estupiñan, estos transformaron los hechos y protagonistas de la guerra en leyendas. Sus representaciones heroicas aún se mantienen en las narraciones actuales del conflicto. Como bien señala el autor, esto confirma la importancia de las representaciones ya sean escritas como visuales.

Estupiñán es un periodista, escritor, editor y fotógrafo  cubano radicado en Buenos Aires.


Una ilustración de Chandler Christy.  Foto: Tomada de la colección digital de Biblioteca Pública de Nueva York.

Pintores estadounidenses colorean la guerra en Cuba (I)

Leandro Estupiñán

12 de septiembre de 2024    CubaNews

Las memorias de la guerra Hispanoamericana, o hispano-cubano-norteamericana, cuenta con decenas de registros. Habrá pocos como el testimonio visual que sumaron a golpe de pincel y plumilla artistas cuya sensibilidad y buen ojo captó el intríngulis humano de una contienda, de la cual pasaron 126 años este verano.

El tema me mantiene ocupado, al punto que concluyo una novela cuyo trasfondo parte de la sensibilidad de los profesionales que, inscrito en uno de los batallones de voluntarios, llegó a la isla, donde realizó una serie de esbozos que hoy constituyen el cuerpo de su obra pictórica.

Pero es un tema amplio: profesionales que por estilo, técnica y uso del color habrían de encontrar la fama en años posteriores, como los pintores Howard Chandler Christy o Frederick Remington, estuvieron entre los cientos de periodistas, fotógrafos y cineastas que viajaron al oriente de Cuba con la única intención de atestiguar el tono de una contienda.

Un fervor justicialista había ido colándose en el ánimo de la nación estadounidense mediante crónicas y reportajes escritos al calor de los acontecimientos que estallaron con el Maine. Las ilustraciones de estos artistas, sin embargo, habían ido inyectando impresiones, sentimientos, sensaciones a la imaginación del público lector desde las primeras entregas.

Ilustración de Remington  de 1897.

Ilustración de Remington de 1897. Tomada de la Biblioteca del Congreso de EE.UU.

La fuerza de los acontecimientos, captada mediante plumilla, acuarela u óleo, transformó determinados hechos y sus protagonistas en parte de una leyenda. Narraciones nos acompañan hasta hoy y sirven para alentar el valor de la justicia o el coraje y la fuerza de la perseverancia. Tan decisiva fue la acción como la representación que fijó la escritura de la historia.

Fue una guerra trascendental. En unas pocas semanas España y Estados Unidos se disputaron el podio de las superpotencias en las postrimerías del siglo XIX; intervinieron el propio destino de los países donde se disputaban los acontecimientos, como era el caso de Cuba o Filipinas.

Entre los artistas hubo quienes arribaron al terreno como típicos reporteros de guerra, y, en ciertos casos, después de haber permanecido meses componiendo crónicas y dándole forma a escenas que habrían de ser publicadas en la primera plana de los principales diarios de Nueva York.

Frederick Remington (1861-1909) fue un dibujante y escultor neoyorquino que había descollado por el tratamiento a la figura del cowboy como resultado de sus continuos viajes al oeste de Estados Unidos, donde llegó a atestiguar los enfrentamientos de las tropas yanquis contra poblaciones de apaches en su ofensiva de dominación y exterminio. Compuso decenas de cuadros y esculturas inspiradas en estos hechos.

En su paso por la isla, mucho antes de que estallara el Maine en puerto habanero, Remington dibujó escenas inspiradas en la vida en la ciudad y captó el maltrato de las autoridades coloniales a la población civil y, especialmente, a pacíficos e insurrectos que se había exacerbado en un momento álgido de la guerra, desde su reinicio en 1895.

Formando una dupla con una estrella del reporterismo, el periodista Richard Harving Davis, Remington compuso trabajos, algunos de los que pueden encontrarse en un libro interesante como Done in the open, una compilación de su trabajo gráfico durante 20 años que llegó acompañado de textos del escritor Owen Wister.

Otro artista seducido por la guerra en Cuba fue Howard Chandler Christy (1873-1952), más adelante convertido en un exitoso pintor de influencia en la moda, especialmente por la percepción estereotipada de lo que entendía como la “nobleza natural” de la mujer, algo que expuso en libros como The American Girls, un repaso personal del ideal femenino en su país.

En los días de la contienda, en aquel bochornoso verano de 1898, la actividad de Chandler Christy se circunscribió a cubrir los movimientos de una brigada de caballería, desde donde, gracias a su paso por este conflicto y a la adulación de la prensa que lo rodeaba, sería catapultado a la presidencia de los Estados Unidos Teodoro Roosevelt. Como el propio Remington, aprovechaba los momentos de sosiego para componer esbozos de generales u operaciones en el terreno, hoy entre sus más conocidas escenas.

Pero, de entre estos artistas, solo unos pocos dejaron testimonio desde la perspectiva del soldado común, esa figura para quien la guerra es algo más que una ambiciosa pretensión profesional, política u económica, pues la mayoría de las veces se ve movido por la mera necesidad de la supervivencia.

Fue el caso del neoyorquino Charles Johnson Post (1873-1956), quien con poco más de veinte años formó parte del 71 Regimiento de Infantería de Nueva York, una estructura militar que existía desde la guerra de Secesión y que en playa de Siboney inscribió su primer desembarco militar aquel verano de 1898.

Unas de las pinturas de Post. Tomada del Centro de Historia Militar del ejército de EE.UU

Johnson Post, que había sido ilustrador de prensa en uno de los periódicos más influyentes e importantes de ese momento, llegó a escribir en la mayoría de los periódicos y revistas de la ciudad; pero en sus días de servicio, solo tomó apuntes y esbozó escenas que perfeccionaría luego para conformar su obra, dispersa e integrada hoy por una serie de acuarelas y óleos.

De estos trabajos, algunos fueron publicados en forma de esbozos en magazines como American Legion Monthly. Otra parte fue recogida en un libro que vio la luz años después de su muerte bajo el título de The Little war of private Post, una especie de diario de campaña, pero también una curiosa crónica moral en la que se dejan apuntes sobre el ser humano y su contexto.

Aunque no se atestiguan demasiados cubanos en sus pinturas conocidas, a Johnson Post se deben algunas valiosas reflexiones sobre los mambises. Sus palabras constituyen una peculiar visión sobre un ejército por momentos visto como mero lazarillo de las tropas invasoras. Robert Freeman Smith le dedica todo un capítulo a las observaciones de Johnson Post de su libro Background to Revolution, pues pocos valoraron la valentía de aquel ejército de hombres harapientos cuyo carácter algunas veces parecía ser lo único amable en medio del clima salvaje.

Personas en acción, individuos en la batalla, vacilantes, desmejorados, llenos de miedo y coraje por supervivir; personajes anónimos cuya vida la historia ha licuado. Todo ello fue captado por estos artistas o ilustradores de la guerra, sobre quienes seguiré contando detalles en próximas entregas de esta columna.

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Este blog acaba de superar las 1,250,000 vistas, lo que me alegra muchísimo. Por su naturaleza y nivel de especialización, no esperaba al crearlo en el 2008, que llegará a ser extremadamente popular.  Me preguntaba entonces cuántas personas podrían estar interesadas en la historia de Estados Unidos y en el análisis del imperialismo estadounidense.  Debo reconocer casi 15 años y varios meses después, que el alcance del Imperio de Calibán ha superado la más optimista de mis expectativas. No solo ha sido sobrevivido al embate del tiempo (una hija, mis responsabilidades pedagógicas, etc.), sino que ha llegado  a 1.25 millones de personas, mucho más que cualquiera otro de mis trabajos y proyectos  académicos y/o educativos.  Es realmente lamentable que desde su torre de marfil la Academia (y las Universidades) no valoren el trabajo -y el alcance- de blogs como el Imperio de Calibán.

El objetivo ahora es llegar a los 1.5 millones de vistas. ¿Cuánto nos tomará?

Norberto

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Reseña de «Estados Unidos más allá de la crisis»

Castillo Fernández, Dídimo y Gandásegui (Hijo), Marco A. (coordinadores): Estados Unidos más allá de la crisis, México, Siglo XXI y CLACSO, 2012. 537 páginas.*

Por Leandro Morgenfeld

Vecinos en conflicto 8 de julio de 2014

UnknownPara comprender América Latina hay que estudiar a Estados Unidos. Acostumbrados a interpretar nuestro pasado y presente a través del prisma de la academia anglosajona, a primera vista puede parecer extraño o antojadizo que se analice el devenir de la crisis estadounidense desde el punto de vista latinoamericano. Y eso es justamente lo que se propone este libro: desentrañar diversas aristas vinculadas con la actual crisis de la potencia hegemónica mundial, desde el punto de vista latinoamericano. Luego de seis años de labor colectiva, un conjunto de intelectuales de la región, en el marco de un Grupo de Trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), presenta este libro, el tercero luego de Crisis de hegemonía de Estados Unidos y Estados Unidos: la crisis sistémica y las nuevas condiciones de legitimación. Coordinado por los sociólogos Dídimo Castillo Fernández y Marco A. Gandásegui, hijo, esta obra de nutre de 20 capítulos -sus autores son reconocidos investigadores de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Cuba, México, Panamá, Puerto Rico y Estados Unidos-, divididos en los tres grandes ejes que la articulan: Crisis mundial o crisis del capitalismo; Crisis de hegemonía y decadencia interna en Estados Unidos; Nueva geopolítica de Estados Unidos, escenarios para América Latina.
La primera parte trata sobre la crisis desatada en 2008 y las consecuencias para Estados Unidos y el resto del mundo a mediano y largo plazo. Theotonio Dos Santos analiza el carácter estructural de la misma; Carlos Eduardo Martins la compara con la de 1929 y avanza en planteos teóricos, abrevando en Marx, Braudel, Dos Santos y Marini; Orlando Caputo Leiva rebate los argumentos de quienes sostienen que es una crisis financiera; Jaime Ornelas Delgado se centra en el agotamiento del modelo económico neoliberal; y Gandásegui se ocupa de la crisis de hegemonía del sistema mundo, vinculándola con el cambio de época en el desarrollo capitalista.
La segunda parte plantea el debate sobre la declinación de Estados Unidos a nivel mundial. Adrián Sotelo Valencia sostiene el carácter estructural y global de la crisis, y discute con la idea de su posible encapsulamiento a partir de medidas correctivas; Katia Cobarrubias Hernández explica cómo la hegemonía financiera y monetaria de Estados Unidos, desde 1971, fue una de las causas de los desequilibrios actuales y terminó debilitando el propio dominio económico estadounidense; Daniel Munevar se centra en el déficit fiscal de Estados Unidos, su vínculo con la deuda pública y las opciones para evitar la depresión económica; Fabio Grobart Sunshine analiza el agotamiento relativo y la pérdida de liderazgo de Estados Unidos en materia de ciencia y tecnología, y las promesas incumplidas de Obama en relación a ese sector de punta; Castillo Fernández analiza los cambios en el proceso de producción y trabajo que acompañaron el neoliberalismo y el crecimiento de la informalidad, el desempleo y la precarización laboral, vinculados al aumento de la explotación; Alejandro I. Canales estudia la inmigración latinoamericana y la relaciona con el proceso de creciente precarización del trabajo; James Martín Cypher analiza las consecuencias regresivas de la crisis actual para los trabajadores y la clase media; y Jorge Hernández Martínez examina las redefiniciones ideológicas y los cambios en la geopolítica mundial a partir de la asunción de Obama, esencialmente continuador de la política exterior de Bush.
La tercera parte se centra en la nueva geopolítica de Estados Unidos, la política exterior de Obama hacia América Latina -en su primer año y medio como presidente- y también en los potenciales escenarios para la región. Darío Salinas Firgueredo analiza las supuestas amenazas actuales a la seguridad estadounidense, la ubicación de la región en la agenda de ese país y las respuestas latinoamericanas; Luis Suárez Salazar critica las estrategias del «gobierno permanente» de Estados Unidos hacia el resto del continente americano, enfatizando las continuidades Bush-Clinton-Bush(h)-Obama, por sobre las rupturas; Silvina M. Romano desarrolla una perspectiva crítica del vínculo entre democracia y desarrollo, y su relación con la seguridad, desde los años sesenta hasta la actualidad; Jaime Zuluaga Nieto se centra en los cambios en las políticas de seguridad y en su incidencia en América Latina, desde los atentados de septiembre de 2001; María José Rodríguez Rejas explica cómo las transformaciones en la política de seguridad hemisférica inciden en el proceso de militarización de América Latina, enfocándose en los proyectos del Plan México y el Plan Colombia; Catalina Toro Pérez indaga en las continuidades en la política de Washington hacia la región y se pregunta si hay posibilidad de alternativas; y Gian Carlo Delgado Ramos estudia el papel de los recursos naturales -en particular los minerales estratégicos- en las relaciones interamericanas, contraponiendo las nociones de seguridad que plantea el gobierno estadounidense con el concepto de «seguridad ecológica».
Además, completan el libro una Presentación, escrita por Theotonio dos Santos, un Prólogo, de John Saxe-Fernández, y una Introducción, a cargo de los dos coordinadores de la obra. El reconocido teórico brasilero de la teoría de la dependencia reafirma justamente la necesidad imperiosa de estudiar a Estados Unidos y el sistema imperial desde el punto de vista de América Latina y recuerda los obstáculos enfrentados desde los años setenta: «Fue difícil establecer una tradición de investigación sobre Estados Unidos en la región. La idea es de que bastaban los estudios hechos en Estados Unidos para informarnos sobre lo que era y lo que pasaba en ese país» (p. 7). Reivindica este libro, entonces, como parte de la lucha contra los retrasos de la academia latinoamericana en institucionalizar el estudio sistemático de los intereses y estrategias de los poderes del centro del sistema imperialista, producto de la mentalidad subordinada y dependiente que promueven las oligarquías locales y sus aliados externos.
Este análisis del centro imperial, desde una de las regiones históricamente más subordinadas al poder de Washington, se inscribe en la creciente preocupación por la reversión de esa dependencia. En palabras de Saxe-Fernández, «Los lazos oligárquico-imperiales de sujeción económica, empresarial y policial militar, se basan en la propensión histórica de las oligarquías criollas a estar satisfechas y hasta propiciar arreglos de coparticipación en la apropiación del excedente y en el manejo fiscal, presupuestal y de seguridad de las naciones que depredan: ya hay condiciones y contradicciones para superar esa trabazón de intereses» (p. 21). El desafío de este colectivo de investigación, que se proyecta a futuro en el marco de un nuevo Grupo de Trabajo CLACSO para el período 2013-2016, es entender el carácter de la crisis estadounidense, el devenir de la declinación imperial y las alternativas que este proceso presenta para Nuestra América en el siglo XXI, en la marco de su histórica lucha emancipadora.

*Revista de la Red Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea (Segunda Época), Año 1, N° 1, Córdoba, Junio de 2014. ISSN 2250.7264

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Huellas2

Acaba de salir el úlimo número de la revista Huellas de Estados Unidos de la Cátedra de Historia de Estados Unidos de la UBA. Componen este número un interesante grupo de trabajos sobre aspectos ideológicos de política exterior estadounidense y sobre el tema del consenso político. Completan este número un par de valiosos documentos sobre el racismo. Todos los ensayos y reseñas están disponibles en PDF.

Comparto aquí el índice de este número.
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Educación e imperio

por EFRÉN RIVERA RAMOS

El Nuevo Día, 19 de septiembre de 2013

indexUn libro publicado recientemente por la Editorial de la Universidad de Wisconsin arroja nueva luz sobre la relación entre las reformas educativas, el colonialismo y la modernización de Puerto Rico en la primera mitad del siglo 20.

En la obra, titulada “Negotiating Empire: The Cultural Politics of Schools in Puerto Rico, 1898-1952”, su autora, la profesora Solsiree del Moral, de la Universidad de Amherst, documenta la centralidad de las escuelas públicas puertorriqueñas en el proceso de configuración de una nueva sociedad colonial embarcada en una profunda transformación social, política y cultural.

El libro complementa la valiosa investigación de Aida Negrón de Montilla, que analizó los esfuerzos de americanización a través del sistema de educación pública desplegados por los comisionados de instrucción designados por el presidente de Estados Unidos. Del Moral escudriña el período desde otra perspectiva: la de los maestros, padres y estudiantes de la época. Constituye, pues, una historia escrita “desde abajo”, que ilustra las complejidades de las respuestas de la heterogénea comunidad escolar a las políticas educativas de la nueva metrópolis imperial.

Sobresale en este trabajo meticuloso el examen constante de las variables de la raza, el género y la clase social, no sólo en la composición del magisterio de entonces, sino en el abordaje de los administradores y el liderato profesional, intelectual y político a los problemas de la educación en Puerto Rico.

Las consideraciones de género se detallan particularmente en el capítulo tres, dedicado al examen de la ciudadanía, el género y las escuelas. La autora examina desde las discusiones sobre las supuestas debilidades de las maestras para enfrentar los retos de la escolarización en el mundo rural hasta la estructura patriarcal de las asociaciones magisteriales y los debates sobre para qué debían educarse las niñas en la nueva sociedad emergente.

Resulta reveladora la referencia a la relación entre el analfabetismo, la masculinidad y la guerra, en el contexto del rechazo masivo del ejército estadounidense de los varones puertorriqueños que no sabían leer y escribir y sus efectos en la discusión pública del momento. El análisis revalida la necesidad de encarar sin ambages el tema del género en cualquier proyecto de reforma escolar. En el capítulo cuatro se destacan los asuntos de la raza y la clase social, ambos estrechamente vinculados tanto a las visiones imperiales sobre Puerto Rico como a las respuestas de las élites puertorriqueñas a la nueva situación. La intersección de raza y clase social se torna particularmente aguda en el caso de la creciente diáspora puertorriqueña en Estados Unidos.

El texto analiza un estudio sobre los niños puertorriqueños en Nueva York encomendado por la Cámara de Comercio de esa ciudad en 1935 a un grupo de científicos sociales. Los investigadores concluyeron que los estudiantes boricuas constituían un grupo inferior intelectualmente en comparación con otros sectores de la población. Recomendaron que se restringiera la migración de Puerto Rico hacia Estados Unidos.

La respuesta de prominentes educadores puertorriqueños no fue mejor. Para impugnar el estudio, un subcomisionado de educación de Puerto Rico alegó que la muestra no era representativa de los puertorriqueños de la isla, pues la mayoría de los estudiantes estudiados eran negros y pobres. Otro indicio, según la autora, de cómo el imaginario sobre la diáspora se ha ido moldeando tanto por la visiones circuladas por sectores diversos de la sociedad estadounidense como por los grupos profesionales, intelectuales y políticos dominantes en Puerto Rico.

Una contribución importante del libro es la conexión que establece entre las políticas educativas implantadas en Puerto Rico y las desarrolladas por los reformadores estadounidenses para Hawai, Filipinas, los pueblos indígenas, las comunidades negras del Sur y los grupos de nuevos inmigrantes. Coloca, además, las iniciativas impulsadas en Puerto Rico en el contexto mayor de los desarrollos pedagógicos del momento en la América Latina y el Caribe.

Se trata de una lectura iluminadora del pasado con aplicaciones de valor para el presente.

Fuente: http://www.elnuevodia.com/columna-educacioneimperio-1597160.html

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Gracias al gran trabajo de difusión del Reportero de la Historia, puedo compartir con mis lectores este interesante artículo escrito por Felipe Portales y publicado en Clarín. En su artículo, titulado “El negacionismo estadounidense”, Portales critica lo que él describe como la tendencia de los estadounidenses a negar “hechos evidentes de su realidad histórica”,  y que no es otra cosa que una manifestación de la idea del excepcionalismo norteamericano que hemos examinado en esta bitácora en varias ocasiones.

El negacionismo estadounidense

Felipe Portales

Clarín, 19 de agosto de 2013

El término “negacionismo” se ha acuñado para referirse a los intentos de negar la verdad histórica respecto del genocidio sufrido por el pueblo judío bajo el nazismo, el peor crimen contra la humanidad cometido en la historia. Pero en el fondo apunta a un concepto tan viejo como la misma humanidad: a la idea de que personas, grupos o naciones son muchas veces dominados por la tentación de negar hechos evidentes de su realidad histórica que vulneran gravemente la dignidad humana o la justicia o de atribuirles un significado exculpatorio, con el objeto de percibirse a sí mismos como impolutos.

Pareciera que el negacionismo adquiere un peso particularmente grave en situaciones de guerra virtual o real. Como lo afirma el dicho popular, la primera víctima de una guerra es la verdad. Pero en conexión con ello, constatamos desgraciadamente que ha predominado también el negacionismo en la generalidad de la autoconciencia nacional a lo largo de la historia, inclusive en tiempos de paz. De este modo, y partiendo por la desinformación tan común en la formación escolar de los pueblos, se va socializando la idea de que nuestra nación ha tenido siempre toda la razón en los conflictos internacionales en que se ha involucrado; de que prácticamente nunca ha hecho nada malo; y de que, en el peor de los casos, frente a hechos históricos completamente innegables y que hoy son incuestionablemente condenables, se considera que ellos fueron justificables en el contexto de la época. Y aún más, la formación escolar enfatiza también la excelencia general de la propia historia nacional en su ámbito propiamente interno. Todo esto en contradicción con la moral más elemental que postula y constata la esencial ambigüedad de la condición humana en esta tierra.

En este sentido, llama particularmente la atención el extremo a que se llega en Estados Unidos; y es muy preocupante, dada la gran hegemonía que aún tiene aquel país en el mundo.

De partida, la consideración estadounidense de que su democracia nace con su independencia no resiste análisis. ¡Cómo va a ser democracia un sistema social con esclavitud por casi un siglo! Además, fue de los últimos países occidentales en abolirla y para ello tuvo que padecer una cruenta guerra civil. Luego, durante otro siglo, Estados Unidos mantuvo una discriminación oficial y de apartheid contra los negros, que se mantuvo en ciertas instituciones nacionales y en varios Estados del sur. Recién en 1948 se terminó con ella en el Ejército y en 1954 respecto de la educación. Pero hubo que esperar hasta 1965 para que se le reconocieran a toda la población negra del país el conjunto de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. Es decir, solo se puede hablar de democracia en Estados Unidos –considerándolo como un sistema político basado en un sufragio universal efectivo- desde esa fecha bastante reciente. A lo anterior hay que agregar que con la complicidad o tolerancia –al menos- de muchas autoridades sureñas se mantuvo durante décadas una virtual violencia institucional contra los negros, representada principalmente por la acción del Ku Klux Klan

Otro elemento fundamental del negacionismo estadounidense lo constituyó su expansión hacia el oeste que fue justificada como un “mandato divino” (Ver Albert K. Weinberg.- Destino Manifiesto) y que incluyó el desplazamiento y exterminio de casi toda su población autóctona. Esto significó uno de los peores genocidios –si no el peor- cometidos por la humanidad durante el siglo XIX. Y en vez de haberlo reconocido posteriormente, la sociedad estadounidense se envaneció de aquel durante el siglo XX, convirtiendo por décadas la matanza de indígenas en uno de los temas “épicos” de su cinematografía; siendo solo desechado luego de su desastrosa experiencia bélica en Vietnam.

Un tercer elemento está referido a su auto-percepción de haber generado una sociedad de acuerdo a los valores cristianos del amor, cuando en realidad un ethos fundamental de su sociedad ha sido el individualismo, materialismo y consumismo que no pueden ser más antitéticos con los valores evangélicos. Dicho espíritu se ha reflejado en la conformación de una sociedad riquísima pero con una muy mala distribución de bienes, generando millones de personas que, escandalosamente, subsisten precariamente. Y, por otro lado, ha sido un país que ha agudizado las diferencias de ingreso a nivel mundial, desarrollando para ello un imperialismo y explotación económica que ha perjudicado especialmente a los pueblos latinoamericanos.

Un cuarto elemento ha sido la consideración de haber sido una nación promotora de la libertad y la democracia en el mundo, cuando uno de los elementos fundamentales y permanentes de su política exterior –especialmente respecto de América Latina- ha sido su imperialismo político. Así tenemos que se apoderó en el siglo XIX de cerca de la mitad de México; a fines del mismo siglo conquistó Puerto Rico y Filipinas, y hegemonizó Cuba; en la primera mitad del siglo invadió esporádicamente México y varios países del Caribe; luego de la segunda guerra mundial, a través de la Escuela de las Américas, deformó a la oficialidad de las Fuerzas Armadas de los países americanos en las doctrinas de la “seguridad nacional”, para que se ajustaran a sus intereses hemisféricos; para terminar en las décadas de los 60 y 70 apoyando numerosos golpes de Estado orientados por dicha doctrina.

Otro negacionismo particularmente chocante ha sido su “buena conciencia” respecto del uso de la bomba atómica en dos ocasiones contra cientos de miles de civiles inermes; sin duda el peor crimen de guerra efectuado en la historia. Y producto de ello ha seguido desarrollando de forma virtualmente demencial –y en lo que le han acompañado desgraciadamente varias otras naciones- un cada vez más apocalíptico arsenal nuclear.

Además, -y sin pretender ser exhaustivo- tenemos que en las últimas décadas la sociedad estadounidense parece creer que uno de sus objetivos fundamentales ha sido la promoción universal de los derechos humanos. Por cierto que en diversos casos lo ha hecho; pero más preponderante ha sido el apoyo brindado a dictaduras que se han subordinado a sus roles hegemónicos. Esto se ha visto especialmente en Asia, Africa y el Medio Oriente. Incluso, Estados Unidos ha llegado a invadir un país como Irak, en contra de la voluntad de Naciones Unidas. Y ha aplicado la violación del derecho internacional, la tortura y el asesinato como políticas oficiales. De este modo, ha ordenado la detención sin juicio por años de centenares de personas de diversas nacionalidades; ha aplicado “legalmente” formas de tortura como el “submarino”, el aislamiento por largos períodos de tiempo y el mantener detenidos en forma vejatoria e inhumana; y ha ordenado el asesinato de personas como fue el caso de Bin Laden.

Lo anterior se ha expresado en la región en el fomento o apoyo a las deposiciones de los presidentes de izquierda de Haití, Honduras y Paraguay; y en la sistemática hostilidad hacia gobiernos democráticos de izquierda de la región, como los de Bolivia, Ecuador y Venezuela; utilizando para ello argumentos reales o supuestos de violaciones de algunos derechos civiles y políticos. Mientras que respecto de gobiernos de derecha como los de Colombia y México, donde se viola gravemente el derecho a la vida, Estados Unidos ha mantenido una clara complacencia.

Por cierto, la sociedad estadounidense le ha aportado a la humanidad notables avances; particularmente en los ámbitos de la libertad religiosa; de la libertad académica; del desarrollo de la ciencia y tecnología para fines pacíficos; y de los modelos racionales de organización. Pero mientras continúe con sus negacionismos en temas tan relevantes como los anteriores y siga actuando sobre esas bases, no solo ensombrecerá todas sus contribuciones, sino que también estará colocando en grave peligro –particularmente por el riesgo de un conflicto nuclear- la subsistencia misma de la civilización humana.

Fuente: http://www.elclarin.cl/web/index.php?option=com_content&view=article&id=9014:el-negacionismo-estadounidense&catid=13&Itemid=12

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