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Esta semana conmemoramos uno de los magnicidios más importantes del siglo XX: el asesinato  del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos,  John. F. Kennedy (JFK).  Este evento marcó el inició de una de las décadas más violentas en la historia estadounidense. A la muerte de JFK  le seguirán la de Malcolm X, Martin Luther King, Robert F. Kennedy y la de miles de soldados estadounidenses y civiles vietnamitas y camboyanos.

Para recordar esta fecha  comparto con mis lectores esta corta nota de José Antonio Gurpegui analizando los pro y contras de la figura de Kennedy. Santificado tras su muerte,  JFK es un personaje complejo y sobre todo, muy humano. El Dr. Gurpegui es Director del Instituto Franklin-UAH y Catedrático de Estudios Norteamericanos en  la Universidad de Alcalá de Henares. Es doctor en Filología Inglesa por la Universidad Complutense y doctor en Derecho por la Universidad Rey Juan Carlos.


John F. Kennedy: Luces y sombras de una breve presidencia

 

El 22 de noviembre de 1963 era asesinado en Dallas el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy. Como ocurre en este tipo de acontecimientos luctuosos, cuando el protagonista es alguien popular, joven y atractivo, que vive en el momento cumbre de su vida, moría la persona y nacía el mito.

Además de la referida juventud –Kennedy tenía 46 años-, su origen “aristocrático” –la suya era una de las familias más populares y poderosas de Estados Unidos-, su matrimonio con la hermosa y carismática Jaqueline Kennedy -incluso tras casarse con Onassis continuó siendo conocida como Jackie Kennedy-, sus devaneos amorosos con la rutilante estrella cinematográfica Marilyn Monroe –protagonista de una memorable felicitación de cumpleaños-, convirtieron su breve mandato presidencial en un referente icónico considerado por algunos como una suerte de un moderno Camelot.

La versión oficialista de President´s Commission on the Assassination of President Kennedy, popularmente conocida por Comisión Warren al ser presidida por Earl Warren, presidente de la Corte Suprema, dictaminó que la autoría del atentado se debía atribuir únicamente a Lee Harvey Oswald, un extraño personaje de convicciones comunistas que se autoexilió a Rusia donde vivió tres años. Oswald fue a su vez asesinado dos días más tarde por Jack Ruby, dueño de un club nocturno próximo a ambientes mafiosos, para “redimir” a la ciudad de Dallas de tan bochornoso suceso.

60 años después del magnicidio el legado de Kennedy parece interesar en los dos motivos mencionados: su vida personal y los numerosos interrogantes planteados en torno a su asesinato. También han trascendido dos de sus frases más famosas “No te preguntes qué puede hacer tu nación por ti, sino qué puedes hacer tú por tú nación” –pronunciada el día de su toma de posesión- y “Ich bin ein Berliner” –“Yo soy un berlinés” pronunciada en Berlín en plena Guerra Fría- como un canto de libertad en contraposición al comunismo.

Lee Harvey Oswald

Sin embargo, escasa atención se ha prestado al discurrir político de quien consiguió su acta de congresista con tan solo 30 años –por el estado de Massachusetts-; fue merecedor del prestigioso Premio Pulitzer en 1957 en la categoría de biografía por Perfiles de coraje, un libro sobre ocho senadores estadounidenses que en algún momento determinado de su carrera política se opusieron a los dictámenes de sus respectivos partidos; o se impuso en la contienda electoral, de forma sorprendente, al experimentado republicano Richard Nixon. Victoria, dicho sea de paso, excesivamente banalizada al serle atribuida a su éxito en el primer debate presidencial televisivo.

La suya fue una presidencia tan breve como intensa. Obviando aquellas relativas a las guerras mundiales, no creo exagerado calificarla como la más determinante, internacionalmente, en la historia de los Estados Unidos del siglo XX. En el ámbito internacional su presidencia estuvo marcada por los avatares de la Guerra Fría y acontecieron tres eventos de calado internacional y especial importancia: los conflictos coloniales en el sudeste asiático que desembocarían en las Guerras de Vietnam y Corea, la Crisis de los Misiles en Cuba, y la carrera espacial. La resolución de estos conflictos tuvo, como no podía ser menos, sus luces y sus sombras. Fue Kennedy quien bajo el paraguas de “asesores militares” envió las primeras tropas a Vietnam involucrando a los Estados Unidos en una contienda que supuso su primera humillación internacional. Sin embargo, la resolución de un conflicto tan enrevesado como el cubano le granjeo el aura de estadista destacado. También fue él quien inició la carrera espacial cuando en 1962 pronunció en la universidad de Texas su discurso “Elegimos ir a la luna” compitiendo exitosamente con la supremacía espacial rusa.

En el ámbito doméstico su presidencia se situó en el epicentro de la lucha por los derechos civiles. Sus controvertidas actuaciones presidenciales estuvieron marcadas por el mismo pragmatismo político de su época como congresista. Durante el “Macartismo” adoptó una tibia posición evitando condenar, censurar siquiera, las actuaciones del inquisidor. Así fue su posicionamiento como presidente, evitando molestar a los votantes blancos, entonces mayoritariamente demócratas en los estados sureños, ante los desmanes racistas.

No logré traducir  este trabajo de la Dra. Candance Cunningham antes de la fecha en que los estadounidenses recuerdan a sus veteranos de guerra, pero igual lo comparto con quienes leen esta bitácora porque hace un análisis breve, pero muy bueno de los problemas que enfrentaron los afroamericanos durante y, especialmente, después de la segunda guerra mundial.

Cunningham es profesora de Historia en la Florida Atlantic University. Se especializa en historia afroamericana, estudios de mujeres y género, e historia pública. Su investigación se centra en la experiencia afroamericana del siglo XX con un énfasis especial en los derechos civiles, la educación, el género y el Sur.


Violencia policial contra veteranos negros de la Segunda Guerra Mundial

Candace Cunningham 

Black Perspectives

9 de noviembre de 2023

Los afroamericanos se alistaron en números récord para servir a su país durante la Segunda Guerra Mundial. Lo hicieron a pesar de una larga historia de trato desigual. Por ejemplo, después  de la Guerra Civil, la combinación de un proceso burocrático difícil, agentes de reclamos sin escrúpulos y personal prejuicioso hizo que fuera increíblemente difícil para los veteranos negros y sus sobrevivientes acceder a sus pensiones, a pesar de que las leyes que crearon esas pensiones militares federales eran neutrales en cuanto a la raza. A raíz de los grandes avances que los afroamericanos hicieron durante la Reconstrucción, y probablemente como reacción a ellos, los soldados negros en la Guerra Hispano-Estadounidense vieron su heroísmo socavado por la prensa blanca y el futuro presidente Theodore Roosevelt, quien “minimizó, ignoró o tergiversó” sus actos de valentía convirtiéndolos en “cuentos de cobardía“. Para los afroamericanos, la Segunda Guerra Mundial no tuvo un comienzo prometedor, ya que las ramas locales de reclutamiento, especialmente en el sur de Jim Crow, rechazaron regularmente  a los voluntarios negros. Sin embargo, a pesar de todo esto, los afroamericanos seguían prestando atención  al llamado del Pittsburgh Courier a  la “Campaña de la Doble V”, el concepto de que mientras los estadounidenses blancos apoyaban el esfuerzo de guerra para derrotar al fascismo en el extranjero, los estadounidenses negros querían derrotar al fascismo en el extranjero y al  racismo en casa. Los afroamericanos creían (o esperaban) que su participación activa en la Segunda Guerra Mundial finalmente se traduciría en derechos políticos tangibles y avances socioeconómicos.

En cambio, los militares negros se encontraron con formas explícitas de racismo durante su tiempo en el ejército. Fueron segregados en diferentes cuarteles e instalaciones recreativas, y se enfrentaron a epítetos raciales y amenazas de violencia dentro y fuera de las bases militares. Cuando regresaron a casa, los veteranos negros no recibieron la bienvenida de héroe que merecían. En cambio, el país al que servían, el país que alegaba que estaba luchando por la libertad y la democracia, esperaba que aceptaran una ciudadanía de segunda clase. Según los informes, los veteranos negros que regresaban y viajaban por el sur de Estados Unidos en tren bajaron las persianas de los vagones segregados para que los blancos racistas no los vieran y se enfurecieran por su mera presencia. Este (mal)trato contrastaba con el trato que recibían los prisioneros de guerra nazis. Por ejemplo, a los prisioneros de guerra nazis se les permitía sentarse en los mismos vagones de tren y cenar en las mismas instalaciones que los soldados blancos.

Sin embargo, a pesar de que el mundo estaba en guerra, muchos militares negros probaron la libertad durante su tiempo en el servicio. Aquellos que viajaban fuera de los Estados Unidos ahora conocían la libertad personal de poder moverse sin ser molestados, sin que sus movimientos fueran vigilados constantemente. Esto creó una dicotomía entre los blancos racistas que tenían una larga historia de mantener el orden racial a través de la violencia y una generación de veteranos negros que ya no podían cumplir con las costumbres raciales de la región.

Photo Asset | John H. McCray (1910-1987) | Road Trip | Knowitall.org

John H. McCray

Una de las personas que entendió esta dicotomía e informó sobre ella fue el activista, político y editor/editor de Lighthouse & Informer, John McCray. El 16 de marzo de 1947, McCray dio un discurso en Claflin College, una universidad históricamente negra ubicada en Orangeburg, Carolina del Sur. Su discurso “Los héroes se hacen, no nacen” describió los actos heroicos de los negros de Carolina del Sur y los desafíos únicos que enfrentaron en un estado al que McCray se refirió como el “líder de todo lo que es malo en los hombres blancos en el Sur”. McCray dedicó gran parte de su discurso específicamente a la Segunda Guerra Mundial y a la violencia rutinaria que enfrentaron los veteranos negros cuando regresaron a su hogar en Carolina del Sur, donde los blancos locales no estaban dispuestos a reconocer sus contribuciones a la guerra o incluso su humanidad. Afirmó que “la campaña contra nosotros está tan viva como antes de Pearl Harbor”.

Una de las personas que se enfrentó a este odio racial fue el cabo Linwood Brown. En febrero de 1946, el cabo Brown y el cabo William Seabrooks acababan de regresar de China después de servir en Saipán, Guam, laPBS to air 'Blinding of Isaac Woodard' documentary isla Russell y Okinawa. Formaban parte de la 20ª Compañía de Depósitos de Marines, que recibió una Mención del Presidente por su valentía más allá del deber. En el tren, viajaban a su casa en Carolina del Sur cuando el conductor le dijo al cabo Brown que se bajara de la plataforma del tren. Brown no accedió. En cambio, respondió: “Si tuvieras un vagón adicional en el tren, podríamos tener asientos y no estar ni en los pasillos ni en el andén”. El conductor se ofendió con la respuesta del cabo Brown y llamó a la policía de Union, Carolina del Sur, para arrestar a Brown. De camino a la comisaría, el agente de policía lo golpeó con un garrote. El cabo Seabrooks fue a Columbia, Carolina del Sur, donde averiguó dónde vivía James Hinton, presidente de la Conferencia de Ramas de la NAACP de Carolina del Sur, y se presentó en la casa de Hinton en medio de la noche en busca de ayuda para el cabo Brown. Hinton se puso en contacto con la comisaría de policía de Union y consiguió que Brown fuera liberado sin multas ni cargos. Pero antes de irse, la policía de la Unión le dijo a Brown que estaba “de vuelta en Carolina del Sur y que debía tener cuidado con la forma en que hablaba”. En otras palabras, ni siquiera el servicio honorable en el ejército le daría a un hombre negro en Carolina del Sur acceso a la igualdad y la hombría.

A pesar de lo vergonzoso que fue el trato del cabo Brown, otros soldados negros que regresaban se enfrentaron a cosas mucho peores. El caso que atrajo la atención de los medios de comunicación nacionales y estimuló al presidente Harry Truman a hacer de los derechos civiles una prioridad nacional mediante la formación del Comité Presidencial de Derechos Civiles, fue la ceguera del sargento Isaac Woodard. Woodard, que acababa de regresar de Japón, se dirigía a Winnsboro, Carolina del Sur, cuando abordó un autobús Greyhound en Augusta, Georgia, el 12 de febrero de 1946. Planeaba encontrarse con su esposa allí y luego dirigirse a Nueva York para ver a sus padres. Aproximadamente una hora después del viaje, el conductor del autobús se detuvo en una farmacia y Woodard le pidió que esperara mientras iba al baño. Woodard dijo que el conductor lo insultó. Él maldijo y dijo que era “un ser humano que podía entender el lenguaje civil”. Al igual que con el cabo Brown, cuando el autobús llegó a Batesburg, Carolina del Sur, el conductor hizo arrestar al veterano con la excusa de que perturbaba la paz. Según John McCray, el conductor, y varios otros blancos, Woodard estaba borracho. McCray también alegó que dos de los compañeros veteranos de Woodard, incluido un joven estudiante blanco de la Universidad de Carolina del Sur, testificaron que no estaba borracho ni era abusivo. Aun así, Woodard fue llevado a la cárcel de Batesburg. En el camino, el oficial, Lynwood Lanier Shull, le hizo varias preguntas a Woodard. Woodard respondió “sí” o “no”. El oficial Shull encontró estas respuestas insatisfactorias porque no había respondido “sí señor” y “no señor” y golpeó a Woodard. Cuando Woodard trató de levantarse, Shull procedió a golpearlo con la cachiporra hasta que quedó tendido en la acera sangrando. Luego metió la cachiporra en los dos ojos de Woodard hasta que se hincharon y se cerraron. Woodard fue encarcelado durante la noche.

Woodard recordó que lo despertaron a la mañana siguiente y le dijeron que saliera de la celda. Cuando no pudo debido a la pérdida de la vista, lo llevaron a un lavabo para lavarse la cara y le dijeron que estaría bien. Pero no estaba bien, y cuando el soldado ciego fue llevado ante el alcalde H. E. Quarles, cuñado de Shull, se le impuso una multa de cincuenta dólares. No tenía los cincuenta dólares, así que se llevaron todo el dinero que tenía encima. Lo que posiblemente fue la parte más conmovedora de la breve audiencia de Woodard fue la respuesta del juez al escuchar su versión de los hechos. El juez le dijo: “No tenemos ese tipo de cosas aquí abajo”, una indicación clara y concisa de que creía que Woodard estaba saliendo de su posición consignada en la sociedad sureña y, por lo tanto, merecía lo que le sucedió. Como McCray le dijo más tarde a un grupo en Charleston, Woodard “luchó bien contra los japoneses durante 4 años, venció a todo tipo de animales salvajes, pero no pudo vencer a la marca de democracia de Batesburg”.

The Tragic, Forgotten History of Black Military Veterans | The New Yorker

Un grupo de soldados afroamericanos en Gran Bretaña durante la segunda guerra mundial. Photograph by David E. Scherman / The LIFE Picture Collection / Getty

Lamentablemente, la violencia a la que se enfrentaron Brown y Woodard no fue inusual. No solo se atacó a los veteranos negros, sino que sus ataques a menudo tuvieron lugar mientras aún vestían sus uniformes militares. El servicio militar, lo mismo que supuestamente ganaba respeto y demostraba el compromiso de alguien con su país, era visto como una amenaza cuando lo hacían hombres negros. Intelectualmente, es probable que esto esté relacionado con un miedo mucho más prolongado a armar a los hombres negros, un temor arraigado en gran medida en la historia de la esclavitud y el miedo constante a las rebeliones de esclavos. Pero el historiador Matthew Delmont también señala que los estadounidenses blancos entendieron que los veteranos negros no iban a aceptar la misma ciudadanía de segunda clase bajo la que vivían antes de su tiempo en el ejército. Los policías que atacaron a Brown y Woodard probablemente entendieron que “estos veteranos iban a regresar y ser líderes en el movimiento por los derechos civiles”. Los oficiales en la interacción del cabo Brown y el juez en el encuentro con el sargento Woodard indicaron inequívocamente que creían que estos hombres negros se pasaron de la raya. Recordar la violencia que enfrentaron los veteranos negros es clave para entender los cambios sociales masivos que estaban por venir. El cambio, fomentado por un movimiento nacional por los derechos civiles de los negros que atraería la atención internacional e inspiraría a activistas de todo el mundo, estaba en el horizonte. Tal vez las personas que podían ver ese horizonte con mayor claridad eran las mismas personas que más temían la agitación social que llegó a definir las décadas siguientes.


Traducido Norberto Barreto Velázquez

William J. Astor analiza en esta nota cómo la incapacidad de los estadounidenses para reconocer sus grandes pecados (esclavitud, genocidio de los nativo americanos etc.) no les permite condenar las acciones de Israel en Gaza por lo que son: una atrocidad. Esta incapacidad es claramente un producto ideológico y cultural facilitado por el desconocimiento y la manipulación de la historia estadounidense. Añadiría que es, además, una expresión del excepcionalismo que ha dominado la representación de sí mismos que han hecho los estadounidenses desde las Trece Colonias.

Como bien señala Astor, israelíes y estadounidenses se consideran pueblos elegidos, lo que le ha ayudado a desconocer sus crímenes y alegar su inocencia y bondad innatas. Yo le añadiría que ambas son sociedades fundamentadas en el settler colonialism o colonialismo de asentamiento. En este tipo  de colonialismo, los pueblos indígenas que habitan  una región colonizada son desplazados, principalmente por la fuerza, por colonos llegados del exterior que terminan formando sociedades permanente en los territorios conquistados. En otras palabras, ambos son poderes coloniales que operan dentro de una mentalidad colonialista.


The Second City

América, tierra de inocentes

W. J. Astor

Bracing Views  11 de noviembre de 2023

Es deprimentemente cierto que ninguna nación o pueblo es inmune a cometer atrocidades. La historia está llena de ellos. Es decir, atrocidades.

¿Cometió Hamas atrocidades, sobre todo el 7/10? Sí. ¿Ha cometido Israel atrocidades en Gaza desde esos ataques terroristas? Sí.

Cualquier ser humano en su sano juicio se indigna por un comportamiento atroz. Lo que es particularmente irritante acerca de las atrocidades de Israel es que el gobierno de Estados Unidos las está permitiendo mientras afirma que Israel y Estados Unidos son los buenos, y que, sin importar cuántos inocentes mueran debido a las bombas, balas y misiles de Estados Unidos e Israel, todo es culpa de Hamas.

Incluso los asesinos en serie a veces saben que son monstruos. Nos imaginamos inocentes.

¿Por qué? Porque Estados Unidos es un país “bueno”. Menos mal que nunca promovimos la esclavitud ni participamos en masacres de nativos americanos.  O el encarcelamiento masivo de japoneses-estadounidenses en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.  O la misoginia generalizada. (Recordemos que a las mujeres ni siquiera se les permitió votar en las elecciones presidenciales hasta 1920). Lo bueno es que siempre hemos abrazado a los judíos, nunca los hemos discriminado ni rechazado a judíos desesperados durante el Holocausto.

Los estadounidenses deberían saber por nuestra propia historia que las personas “buenas” pueden hacer cosas horribles porque, como país, las hemos hecho nosotros mismos.

La mayoría de los estadounidenses ven a Israel como un aliado, una democracia moderna similar a la de Estados Unidos. Eso no significa que Israel sea inmune a un comportamiento atroz; Una vez más, nuestra propia historia muestra que Estados Unidos es capaz de masacrar a millones de personas en nombre del “destino manifiesto”. En el pasado, la mayoría de los estadounidenses estaban de acuerdo en que teníamos nuestros propios “animales humanos”, nuestros propios salvajes, y que “el único indio bueno es el indio muerto”. Así que, en nombre del destino, incluso de Dios, matamos a los valientes.

Evidence of the Massacre at My Lai | American Experience | Official Site |  PBS
Civiles vietnamitas masacrados por soldados estadounidenses en My Lai, 1968

El otro día, como distracción de la actualidad, volví a leer los ensayos y aforismos de Schopenhauer. Como europeo que vivía cuando la esclavitud estaba muy viva en los Estados Unidos antes de la guerra, Schopenhauer dijo lo siguiente sobre la “crueldad” y la “crueldad” en los “estados esclavistas de la Unión Norteamericana”:

Nadie puede leer [los relatos de la esclavitud en la América anterior a la guerra] sin horror, y pocos no se verán reducidos a lágrimas: porque cualquier cosa que el lector pueda haber oído, imaginado o soñado sobre la infeliz condición de los esclavos, de hecho sobre la dureza y la crueldad humanas en general, se desvanecerá en la insignificancia cuando lea cómo estos demonios en forma humana,  estos sinvergüenzas intolerantes, que van a la iglesia y observan el sábado, especialmente los párrocos anglicanos entre ellos, tratan a sus inocentes hermanos negros a quienes la fuerza y la injusticia han entregado en sus diabólicas garras. Este libro [Sobre la esclavitud en los EE.UU.] despierta los sentimientos humanos a tal grado de indignación que uno podría predicar una cruzada por la subyugación y el castigo de los estados esclavistas de América del Norte. Son una mancha en la humanidad.

Schopenhauer no se andaba con rodeos, y con razón. Sin embargo, todavía hay quienes en Estados Unidos argumentan que la esclavitud no era del todo mala, que algunos esclavos aprendieron habilidades útiles. Aunque no escucho a tales apologistas ofrecerse como esclavos ellos mismos.

Si un plan de estudios en Florida todavía puede poner una cara feliz a la profunda iniquidad de la esclavitud, que Estados Unidos eliminó (al menos por ley) en 1865, ¿nos sorprende que muchos puedan poner una cara feliz a lo que Israel está haciendo en Gaza?

¿Genocidio? ¿Genocidio? He estado allí, he hecho eso. Pero no pasa nada: “ellos” eran salvajes. “Nosotros”, los elegidos, no teníamos otra opción. ¿O sí?


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

La batalla naval de Santiago de Cuba es uno de los episodios más trágicos de la guerra hispana-cubana- estadounidense. Obligado por las circunstancias, el 29  abril de 1898 el Almirante Pascual Cervera y Topete zarpó de Cadiz con su flota en un viaje del que sabía no habría regreso. Su misión era llegar a Cuba, donde se enfrentaban el ascendente imperio estadounidense y el moribundo imperio español. Cervera sabía que  no estaba en condiciones de enfrentar a la flota superior  del Almirante  William T. Sampson. El resultado fue inevitable: todos los barcos españoles fueron hundidos o deshabilitados el fatídico 3 de julio de 1898.  Unida a la derrota de la flota española del Pacífico dos meses antes, la victoria de Sampson marcó la transformación de Estados Unidos en una potencia mundial.

En una nota publicada en el diario El País, Vicente G. Olaya, redactor especializado en arqueológicos y de patrimonio cultural,  reseña un artículo de Teodoro Rubio Castaño publicado en el número más reciente de la Revista General de Marina, con el título  «Pecios de la escuadra del almirante Cervera en Santiago de Cuba«. Olaya comenta  el papel que jugaron los barcos que componían la flota de Cervera durante la batalla de Santiago y las condiciones en que se encuentran sus pecios en aguas cubanas.

El artículo de Teodoro Rubio Castaño viene acompañado de otro del Almirante en retiro José María Treviño itulado «El Almirante  Rickover y el hundimiento del USS Maine», que podría ser del interés de los lectores de esta bitácora.


Crucero español Cristóbal Colón

La escuadra del almirante Cervera permanece ‘intacta’ bajo las aguas de Cuba 125 años después del Desastre del 98

Vicente G. Olaya

El  país  27 de octubre de 2023

A las 21.40 horas del 15 de febrero de 1898, el acorazado estadounidense USS Maine saltó por los aires. La bahía de La Habana se iluminó inesperadamente. Las autoridades de Estados Unidos acusaron a España de la muerte de 256 de sus marineros y declararon la guerra. Este año se cumple el 125º aniversario de un enfrentamiento que provocó la pérdida de las últimas posesiones españolas en América y el Pacífico y que dio pie al nacimiento de un nuevo imperio, el estadounidense. Ahora, el artículo Pecios de la escuadra del almirante Cervera en Santiago de Cuba, publicado por la Revista General de Marina, del Ministerio de Defensa, da cuenta del parque arqueológico subacuático en el que yacen —colapsados por el tiempo y por la historia— los restos de la que fuera la temida Escuadra de Operaciones de las Antillas: los cruceros acorazados Cristóbal Colón, Vizcaya, Almirante Oquendo, los destructores Furor y Plutón y el carbonero estadounidense USS Merrimac. Sin embargo, el buque insignia, el Infanta María Teresa, no se encuentra en aguas cubanas, sino que está hundido en Cat Island, en las Bahamas.

Ante la no disimulada escalada y presión bélica norteamericana (Estados Unidos había ya intentado en varias ocasiones comprar Cuba), el Gobierno de España envió preventivamente el 29 de abril una flota, mientras los estadounidenses mandaron dos claramente superiores técnicamente. Los EE UU habían declarado la guerra el 24 de abril con carácter retroactivo desde el 21 de ese mes, ya que ese día el cañonero USS Nashville había apresado al vapor español Buenaventura sin motivo alguno. El almirante Pascual Cervera y Topete, ante la superioridad tecnológica y de fuego estadounidense, decidió no presentar batalla, sino mantener a resguardo sus barcos en puerto de Santiago de Cuba. La escuadra de Estados Unidos, por su parte, se mantenía en alerta en el exterior de la bocana.

El 3 de junio de 1898 el teniente Hobson, acompañado de siete hombres, intentó hundir el carbonero estadounidense USS Merrimac para impedir una posible salida de los buques de Cervera en la bahía de Santiago de Cuba; pero los españoles se adelantaron y lo echaron a pique en un lugar que no impedía la navegación. Teodoro Rubio Castaño, autor del informe y el único español que ha buceado entre todos los pecios del llamado Desastre del 98, recuerda que el “Merrimac yace desde entonces en el lecho fangoso, entre los 16 y los 23 metros de profundidad, perpendicular a la línea de costa”. “Su casco de acero se encuentra bastante bien conservado a pesar de los 125 años que lleva hundido, e impresiona la oscuridad de su interior, que le da un aspecto fantasmagórico”, dice.

En 1892, la corbeta española Nautilus dio la vuelta al mundo. Su capitán, Fernando Villaamil, visitó así los arsenales de la Marina de Guerra estadounidense en Filadelfia. Quedó sorprendido al descubrir “el nivel de eficiencia de sus buques, la última expresión de la arquitectura naval”. Desconocía que esos mismos barcos de guerra acabarían con el destructor Furor y le costarían la vida. El Furor está hundido frente a la playa de Mar Verde, cerca de Santiago de Cuba, a una milla de la costa aproximadamente. El pecio yace a una profundidad de entre 24 y 27 metros sobre un fondo arenoso con bastantes formaciones coralinas. El navío estalló antes de su completo hundimiento, por lo que en el fondo no se distingue la típica silueta de un barco.

En la noche del 3 de junio de 1898 el destructor Plutón logró torpedear al carbonero norteamericano USS Merrimac. Después, su capitán, y ante la superioridad estadounidense, decidió embarrancarlo entre las playas de Buey Cabón y Rancho Cruz. Pero debido a la falta de profundidad y a los envites del Caribe está irreconocible. Solo permanecen los restos de sus máquinas, bielas, toberas, proyectiles y un sinfín de objetos metálicos de lo que fuera la estructura. Los cuatro o cinco metros de fondo arenoso a los que se halla y su proximidad a la costa permiten que se pueda visitar con o sin equipo de buceo autónomo.

Faja acorazada de la banda de babor del acorazado 'Vizcaya', en la bahía de Santiago.

Restos de la cubierta del acorazado ‘Vizcaya’. VICENTE GONZÁLEZ DÍAZ

Por su parte, Juan Bautista Lazaga, máximo responsable del crucero Almirante Oquendo, sabía que las posibilidades de salir con vida de la batalla eran mínimas. “Sea cual fuere el resultado del primer encuentro, juro no arriar el pabellón español, y demostraré a ese enemigo odioso que los hijos de esta tierra hidalga saben morir antes que rendirse”. Y así fue. Falleció en la batalla.

El pecio del Oquendo está situado frente a la playa de Juan González, a unos cien metros de la orilla y a una profundidad de entre 8 y 14 metros. De él emerge casi en su totalidad el cañón González Hontoria de 280 milímetros y parte del de proa, proporcionando una visión exterior espectacular. Su estado general es considerablemente bueno, a pesar de la poca profundidad a la que se encuentra y a estar sometido a la presión de las rompientes de los temporales. “Se aprecia casi toda su eslora de 103 metros de longitud y está apoyado en su quilla sobre un lecho de arena”, explica Rubio Castaño.

El crucero Vizcaya sufrió varias explosiones y un incendio, por lo que terminó embarrancado frente a la playa de Aserradero, a media milla de la costa. Está incrustado en un arrecife paralelo a tierra. “Es todo un espectáculo introducirse en la barbeta [parapeto del cañón] que permanece fuera del agua y tener la misma visión que tuvieron en su día los artilleros españoles. Es impresionante recorrer su cubierta colapsada a lo largo de toda la eslora y apreciar las varengas [pieza curva de la quilla] de su coraza de acero, sus calderas reventadas por la acción del mar y del tiempo y una de sus enormes anclas de almirantazgo, de la que cuelga una cadena de inmensos grilletes”.

Imagen del destructor 'Furor'.

Imagen del destructor ‘Furor’.

El comandante Cousteau, en su documental Cuba: las aguas del destino, describió el pecio del crucero Colón así: “Atravesando la barrera del tiempo, flotamos sobre la irreconocible chimenea que impulsó al Colón en una carrera por la supervivencia, que estaba perdida de antemano. Perseguido, el pesado crucero, acabó sucumbiendo”. Se encuentra en la desembocadura del río Turquino, a unas 48 millas náuticas de la bahía de Santiago de Cuba y a unos 64 metros de la costa, a una profundidad de entre nueve metros la popa y 32 la proa. Los restos yacen sobre un lecho de arena, siendo su estado general bueno, a pesar de los 125 años transcurridos desde su hundimiento, ya que la profundidad ha protegido al Colón de la erosión de las rompientes, conservando casi todo el pecio de una sola pieza, pues su superestructura ha resistido el paso del tiempo y los envites de los huracanes. De hecho, son visibles hoy en día las escotillas de bronce, piezas de artillería Armstrong de 152 y 120 mm, algunos cañones de tiro rápido Nordenfelt de 57 y 37 mm y muchas balas del calibre 7,62 para el fusil Mauser modelo 1893, que los marineros españoles nunca pudieron disparar.

En 2015, las aguas donde se produjo el enfrentamiento fueron declaradas Monumento Nacional y denominadas Parque Arqueológico Subacuático Batalla Naval de Santiago de Cuba 1898. Es la huella sumergida de la valentía y del fin de un imperio.

Comparto un comunicado de la revista Modern American History (MHA) anunciando que a partir de enero del próximo año, sus artículos serán de acceso totalmente libre. MHA es publicada por la Cambridge University Press. Es coeditada por Darren Dochuk (University of Notre Dame) y Sarah B. Snyder (American University). AHA  publica investigaciones sobre la historia de los Estados Unidos desde la década de 1890. Sus  objetivos son estimular el debate y establecer conexiones significativas entre entre subespecialidades.

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Nos complace anunciar que, a partir  de enero de 2024, Modern American History se convertirá en una revista de acceso totalmente abierto. Todos los artículos aceptados para su publicación en la revista a partir del 20 de septiembre de 2023 se publicarán en acceso abierto con licencia Creative Commons.

Para  la comunidad MAH,  el acceso abierto significa que la investigación innovadora publicada en la revista está  disponible de forma gratuita y permanente para todos, lo que respalda las oportunidades de descubrimientos de investigación. Para nuestros autores, el acceso abierto proporciona  más exposición, un alcance más amplio y mayores descargas, ya  que el 75% de los artículos publicados en revistas de Cambridge University Press reciben entre un 30 y un 50% más de citas que sus equivalentes no AA.

Tenemos varias rutas disponibles  para los autores que buscan financiar la publicación de acceso abierto, lo que garantiza que todos los autores puedan publicar y disfrutar de los beneficios del acceso abierto.

Gracias al amigo Jorge Moreno (@historiador)  me enteré de esta nota del periodista Iker Seisdedos sobre la historiadora estadounidense Alice L. Baumgartner. Publicada en el diario español El País el 15 de agosto de este año, Seisdedos dedica su nota  al trabajo de la Dr. Baumgartner sobre el papel que jugó México como destino para esclavos fugitivos del sur estadounidense. Así como también de la colaboración que existió entre los gobiernos de Lincoln y Juárez durante la guerra civil estadounidense. .

Baumgartner es doctora en historia por Yale University. Actualmente se desempeña como profesora  de historia en la Universidad del Sur de California. Su libro South to Freedom: Runaway Slaves to Mexico and the Road to the Civil War, fue publicado por Basic Books en el año 2020.

Iker Seisdedos es corresponsal de El país en Washington.


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Ferrocarril subterráneo rumbo al Sur: la desconocida historia de los esclavos que huían a México

Iker Seisdedos

El País 15 de agosto de 2023

El patrón del Metacomet descubrió la deserción de los hermanos Frisby, George y James, cuando en el verano de 1857 el barco de vapor estaba listo para regresar de Veracruz a Nueva Orleans a por más algodón. El tipo dio aviso a la policía, pero se guardó un dato: los Frisby eran negros, propiedad de un plantador de Luisiana, y, según la Constitución recién aprobada, cualquier esclavo se convertía en un hombre libre con solo poner un pie en México, cuyo Congreso había abolido la servidumbre humana en 1837. A George lo apresaron rápido. James supo esconderse mejor, pero sobre todo acertó al contar su historia a las autoridades cuando al fin dieron con él. Por eso, no lo enviaron de vuelta al Metacomet, pese a la queja formal del embajador estadounidense.

La de los Frisby es una de las muchas historias humanas que la joven historiadora estadounidense (nació en 1987) Alice L. Baumgartner, profesora de la Universidad del Sur de California, relata con pulso narrativo y empatía en South to Freedom (Sur hacia la libertad, cuyo subtítulo dice: “Esclavos fugitivos a México y el camino que llevó a la Guerra Civil”). El ensayo revela que también hubo un ferrocarril subterráneo (underground railroad) en el sur de Estados Unidos, una red de casas y personas que ayudaban a los fugitivos en su huida hacia México en busca de la libertad desde los estados esclavistas de Texas o Luisiana y, en menor medida, Carolina del Norte. Además, el libro analiza de una forma novedosa cómo la decisión de erradicar la esclavitud precipitó las discusiones en el vecino del norte que acabaron desembocando en la Guerra de Secesión.

South to FreedomLa ruta del sur no gozó de tanta fama como la del norte y fue menos transitada: Baumgartner calcula que si la frontera con México la cruzaron de tres a cinco mil fugitivos esclavizados, entre 30.000 y 100.000 atravesaron la línea Mason-Dixon, división geográfica y mental que separa a la altura de Pensilvania las dos Américas que se enfrentarían entre 1861 y 1865.

“Era más fácil arriba. Quienes partían de los estados esclavistas más al norte, Maryland, Virginia o Delaware, contaron con mejor ayuda, pero también les aguardaba un peor porvenir”, explicó recientemente la historiadora en la elegante biblioteca del Instituto Cultural Mexicano en Washington, donde el día anterior habló sobre su libro como parte de los actos de conmemoración del bicentenario de las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos. “En el colegio, todos conocíamos a [la líder antiesclavista] Harriet Tubman y el mito de una ruta de casas con velas encendidas en las que las personas esclavizadas podían refugiarse. Ese mito dice que era una red formada fundamentalmente por blancos, cuando también hubo negros libres que fueron esenciales. Esas ideas han sido revisadas en los últimos tiempos”.

Fueran en la dirección que fueran, les esperaban el racismo y el riesgo de ser secuestrados. En México, adonde llegaban con permisos falsificados de sus dueños, se hacían pasar por blancos con pelucas falsas o montaban caballos robados, tenían dos opciones: sumarse a las colonias militares que defendían la frontera del Nordeste de las incursiones de los indios o integrarse en lo más bajo de la fuerza laboral. “Hay pruebas en los archivos de que algunos fueron capaces de reclamar tierra y la ciudadanía. Eso no pasaba en el norte, donde disfrutaban de lo que [el escritor y político] Frederick Douglass definió como ‘una dudosa libertad’. En la lucha entre el derecho a la propiedad y el derecho a la libertad tendió a imponerse el primero incluso en las zonas antiesclavistas de Estados Unidos. Existía el debate sobre si los descendientes de africanos podían ser considerados ciudadanos en absoluto”, explica.

Baumgartner empezó a escribir su ensayo en 2012, sin saber que contaría con la ayuda del autor Colson Whitehead, que en 2017 sacó el ferrocarril subterráneo de los manuales de historia para instalarlo en la cultura popular con una novela homónima (publicada en español por Literatura Random House), que le valió su primer Pulitzer y que luego adaptaría en una serie Barry Jenkins (Prime Video). La historiadora se había decidido por el tema a partir del caso de Haití; tras hacer la revolución contra los franceses, el país tumbó la esclavitud en 1804, y promulgó en 1819 una ley que daba la libertad a quien pusiera un pie en su territorio. Eso provocó turbulencias en los países vecinos. Así que Baumgartner indagó en las consecuencias que tuvo en Estados Unidos la decisión de México de abolir la servidumbre, sobre todo tras la conquista de Texas en la guerra de 1848. “En 1837, el Congreso prohibió la esclavitud en todo el país. Esta política de abolición elevó la moral entre los mexicanos, galvanizó el apoyo internacional para el país”, escribe en el libro. “Sin esa decisión, que puso nerviosos a los propietarios de esclavos“, aclaró en la entrevista, “tal vez nunca se habría dado la Revolución de Texas, y quién sabe si ese territorio seguiría siendo hoy mexicano. Estoy de acuerdo con [el historiador] Enrique Krauze, cuando dice que a los pecados originales de mi país, la esclavitud y el genocidio del pueblo indígena, hay que sumar un tercero: la usurpación de esos territorios mexicanos”.

La unión de esos puntos es tal vez la gran aportación del libro, que toma un camino poco transitado: contar la historia de ambos países como un relato interconectado. “A muchos les sorprendió cuando lo publiqué; les costaba admitir que México hubiera tenido un papel en los debates estadounidenses de la época sobre la esclavitud”.

‘Bad hombres’

Fue, explica, otra expresión de la condescendencia con la que sus compatriotas acostumbran a mirar al sur. “Hubo muchos momentos al revisar las fuentes del siglo XIX en los que no podía evitar pensar en lo que cada día veía en las noticias. Por ejemplo, cuando [Donald] Trump empezó con la retórica de que los mexicanos eran bad hombres y violadores, o cuando decía que haría que pagaran por el muro. Me recordó a aquel político estadounidense [Jacob W. Miller, congresista de Nueva Jersey], que dijo que México pagaría por la guerra contra Estados Unidos con su propio territorio. Me interesé por la historia del siglo XIX porque me parecía un lugar muy distinto de la vida moderna. Pero a veces resultan inquietantemente similares”.

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Baumgartner explica que el virreinato de Nueva España fue siempre un lugar mucho más diverso que Estados Unidos, y en cierto sentido, también más avanzado. “Las diferencias demográficas explican las distintas aproximaciones al tema racial en ambos lugares. En 1810, había 10.000 esclavos en Nueva España, frente al millón aproximadamente de Estados Unidos”, recuerda. En el libro, lamenta que esa disparidad llevara a los historiadores de su país a concluir erróneamente que México abolió en 1837 la servidumbre humana porque le era más fácil, dado que su población esclava estaba en declive. “Creo que se tomó esa decisión por motivos humanitarios y políticos, pero sobre todo se hizo con Texas en la cabeza, como una manera de parar los pies a los colonos”.

El libro, que llega hasta 1867, también se detiene en las peripecias de algunos protagonistas del siglo XIX norteamericano. Como Vicente Guerrero, líder rebelde en la guerra de la independencia con España y descendiente de esclavos africanos que, durante su breve presidencia, abolió la esclavitud por decreto en 1829. O Abraham Lincoln, que, siendo congresista, se opuso a la guerra de Texas, y Benito Juárez, cuyas efigies destacan en el mural del Instituto Cultural de Washington, encargado a Roberto Cueva del Río por recomendación de Diego Rivera.

“La alianza de Lincoln y Juárez contribuyó a estrangular a la Confederación”, considera Baumgartner. “Y ahí fue esencial la figura fascinante del diplomático Matías Romero, representante mexicano en Estados Unidos. Fue el primer enviado extranjero en felicitar a Lincoln tras lograr la presidencia. Así empezó una interesante relación entre ambos, recogida en sus cartas. Romero, desde el principio, vio algo que solo más adelante Lincoln llegaría a ver: que México y Estados Unidos tenían el compromiso compartido con la igualdad y la libertad, y que eso podría ser la base de la cooperación entre los gobiernos de Juárez y Lincoln”.

Aquel fue, considera la autora, uno de los momentos estelares de la relación entre dos países separados (y unidos) por 3,200 kilómetros de frontera y condenados a entenderse. Una relación que aún define una socorrida frase atribuida inexactamente al presidente Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.

 

La histeria anticomunista que embargó a Estados Unidos en los primeros años de la guerra fría tuvo consecuencias terribles en la sociedad estadounidense. Acabó de cerrar un periodo en la historia de Estados Unidos y abrió uno caracterizado por el miedo, la persecución política y la represión. Una de las instituciones que más abonó a este clima  fue el Comité de Actividades Antiamericanas  de la Cámara de Representantes (HUAC- House Committee on Un-American Activities), que desató una cacería de brujas contra comunistas reales, pero sobre todo, imaginarios.

En esta nota publicada en el seminario puertorriqueño Claridad, el abogado Manuel de J. González comenta la visita del HUAC a Puerto Rico en noviembre de 1959. Basa sus comentarios, en parte, en un libro del historiador Félix Ojeda Reyes que, según González,  pronto será publicado bajo el título La protesta armada.


Resisting HUAC – A Grassroots Success Story - Defending Rights & Dissent

Cuando el “Un-American Committee” vino a Puerto Rico

Claridad  8 de a

El “macartismo” toma su nombre del senador Joseph McCarthy, pero ni comenzó con el funesto personaje ni terminó cuando este falleció sumido en el alcoholismo a los 48 años, en 1957. La brutal persecución desatada en Estados Unidos contra todo lo que oliera a “comunismo”, mayormente estuvo alimentada y alentada por el FBI de Edgar Hoover, y comenzó varias décadas antes de que McCarthy llegara al senado en 1947. Además del FBI, que Hoover comandaba como una guardia pretoriana personal, en la amplia campaña que se desató contra personas e instituciones liberales y progresistas participó todo el aparato gubernamental estadounidense y varios comités del Congreso. El más importante de estos, el llamado “House Un-American Activities Committee” (HUAC), operó desde la Cámara de Representantes entre 1938 y 1975, utilizando el poder investigativo del Congreso para perseguir e intimidar a toda persona considerada de izquierda.

Aquel periodo, que a cada rato reaparece en la política estadounidense, está ahora mismo a la vista de todos gracias a la película Oppenheimer, donde se expone con dramatismo la persecución de que fue víctima el físico Robert Oppenheimer luego de que liderara el grupo de científicos que produjo la bomba atómica en 1945. En la película no aparece el HUAC, sino otro de los múltiples comités y procesos que se desataron en Estados Unidos mayormente durante la década de 1950.

Como era lógico esperar, el macartismo también impactó a Puerto Rico, y no solo porque aquí llegaron algunos académicos estadounidenses perseguidos allá por su pensamiento liberal. Ese traslado tuvo un efecto positivo porque algunos de esos académicos, que utilizaron a Puerto Rico como refugio, se incorporaron a la docencia universitaria aportando al crecimiento de la UPR. Pero antes y después de los académicos refugiados también llegó el HUAC.

Gracias a un libro del querido compañero Félix Ojeda Reyes de próxima publicación me enteré de que el HUAC extendió sus tentáculos directamente contra los puertorriqueños en 1959. Dice Ojeda: “Días antes de celebrarse en Ponce la primera asamblea constituyente del MPI (en 1959), distintas organizaciones independentistas se lanzaron a la calle para repudiar la pretendida investigación de actos subversivos que llevaría a cabo en San Juan el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos. Cientos de activistas se alborotaron contra aquellos intrusos que pretendieron transgredir los derechos civiles de personas que no habían cometido delito alguno. Hasta el morador de La Fortaleza, don Luis Muñoz Marín, manifestaba su oposición –muy light, por cierto– a la intromisión de los federales.”

El comité perseguidor del Congreso sesionó en Puerto Rico durante los días 18 al 20 de noviembre de 1959 utilizando una sala del Tribunal Federal, entonces solo ubicado en el Viejo San Juan, como centro de operaciones. Previo a llegar a Puerto Rico sesionó otros dos días en Nueva York para investigar a boricuas radicados en esa ciudad. Añade Ojeda: “En la gran manzana comparecieron ante los inquisidores Jesús Colón, don Félix Ojeda Ruiz, Jorge W. Maysonet, Armando Román, José Santiago, Richard Levins y otros.” Esos citados, una y otra vez se negaron a declarar ante el Comité, manteniendo su negativa aun después de la advertencia de que serían acusados de desacato.

La visita del comité del Congreso a Puerto Rico generó gran expectativa. En la edición de El Mundo de 22 de octubre con el titular “Convocan aquí vistas sobre subversión” se informa sobre su próxima llegada, añadiendo que la oficina del Alguacil federal estaba a cargo de notificar a las personas que serían citadas a comparecer. En la edición de 4 de noviembre se informa que 17 personas ya habían sido citadas para comparecer ante los congresistas inquisidores.

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Comunicado de prensa del Comité de Emergencia de Libertades Civiles protestando contra la presencia del Comité de Actividades Antiamericanas en Puerto Rico, 19 de noviembre de 1959. (https://considerthesourceny.org/activity/protest-against-un-american-activities-committee-1959)

Las vistas comenzaron el 18 de noviembre de 1959 y entre los citados figuraron César Andréu Iglesias, dirigente del MPI, escritor, periodista y activista sindical, el dirigente obrero Juan Sáez Corales, el abogado y profesor universitario Pablo García Rodríguez, José Enamorado Cuesta, Consuelo Burgos, y el entonces presidente del Partido Comunista, Juan Santos Rivera. Apunta Félix Ojeda que “Eugenio Cuevas Arbona, Ramón Mirabal Carrión y Juan Antonio Corretjer también habían sido convocados. Los primeros dos se hallaban en Cuba. Corretjer andaba por Venezuela y luego se trasladaría a La Habana.”

“La indignación predominaba en los sectores liberales de Puerto Rico” continúa Ojeda. “El Colegio de Abogados nombró a una batería de letrados que, sin recibir remuneración, defendería a los comunistas. Entre los letrados designados se destacaban: Abraham Díaz González, Santos P. Amadeo, Gerardo Ortiz del Rivero, Manuel Abreu Castillo, Benicio Sánchez Castaño, Pedro Muñoz Amato, Marcos A. Ramírez y otros.”

Igual a los boricuas citados en Nueva York, los convocados en Puerto Rico se negaron a declarar ante el Comité, también manteniéndose firmes luego de ser amenazados con un procesamiento por desacato. En la edición de El Mundo del 6 de abril de 1960, con el titular “Imputan a 13 de aquí desacato al Congreso” se informa que, sesionando en Washington, el HUAC le solicitó al Departamento de Justicia que presentara cargos por desacato contra el grupo, lo que nunca ocurrió.

Como vemos, el macartismo también pisó en la colonia del imperio, siete años después de que se había aprobado la constitución del “ela”. En la edición de El Mundo del 4 de noviembre de 1959 se informa que uno de los abogados de los citados, Gerardo Ortiz del Rivero, estaba considerando alegar que el comité del Congreso carecía de jurisdicción sobre Puerto Rico porque, luego de 1952, nuestro país había dejado de ser territorio de Estados Unidos. Según el periódico, como autoridad citaba a la ONU y un discurso de Luis Muñoz Marín. El diario no informa si la moción efectivamente se presentó, pero todos sabemos cuál sería el resultado.

El libro de Félix Ojeda Reyes aquí citado, “La protesta armada”, estará en circulación en los próximos meses.

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Por insistencia de mi esposa que me empuja al autobombo, agradezco a las más de 700 personas que desde marzo de este año han descargado mi artículo «Las buenas intenciones no bastan: la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina en el siglo XX«. Publicado  en la revista Histórica de la Pontificia Universidad Católica del Perú, este artículo es la traducción al castellano de una ponencia que presenté en 2018 en China. En él analizo el desarrollo de las relaciones de Estados Unidos y América Latina a lo largo del siglo XX, enfatizando los intentos estadounidenses para mejorar sus relaciones con sus vecinos latinoamericanos. Es el producto de años de enseñanza de la historia de las relaciones entre Estados Unidos y los países latinoamericanos, y del convencimiento de la necesidad de una autocrítica regional que reconozca dos cosas: que las intenciones del Imperio no han sido siempre malévolas y que la «hegemonía» estadounidense en la región solo ha sido posible gracias a la colaboración de agentes locales, con agendas y preocupaciones propias.  Buscaba subrayar las limitaciones del Imperio para enmendarse y el papel imprescindible de sus «socios» locales en la promoción y defensa de los intereses estadounidenses en la región a lo largo del siglo XX.

Gracias a todos y todas que han descargado este artículo y espero que las haya sido útil o por lo menos interesante.

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En esta corta nota W. J. Astore lanza un pregunta cada vez más pertinente: ¿qué efecto tiene la edad del liderato estadounidense en la decadencia del imperio norteamericano? Los datos son claros: Biden ya llegó a los ochenta años y su principal contendor no está muy lejos con setenta y siete años. Lo que motiva la reacción de Astore es el reciente episodio protagonizado por Mitch McConnell, líder de la minoría republicana en el Senado. Con 81 años, McConnell es uno de los políticos más poderosos en los Estados Unidos, cuya salud quedó cuestionada tras quedarse congelado en medio de una conferencia de prensa.  Tras ser “rescatado” por su colegas senadores, McConnell regresó a la conferencia de prensa negando tener problemas de salud.

Astore recuerda las críticas que en los años 1980 se lanzaban en Estados Unidos contra la gerontocracia que gobernaba a la Unión Soviética y se pregunta si no viene siendo hora de una renovación del liderato estadounidense.


American Gerontocracy - by Charlie Sykes - Morning ShotsGerontocracia y la decadencia del imperio estadounidense

W. J. Astore

Bracing Views   30 de julio de 2023

Hace un año, pregunté si Joe Biden y Donald Trump eran demasiado viejos para servir como presidente. Recientemente, las preocupaciones sobre la edad avanzada y la mala salud han pasado a primer plano en el Congreso. La senadora Diane Feinstein, de 90 años, recientemente tuvo que ser informada por sus ayudantes de votar «sí». El senador Mitch McConnell, de 81 años, recientemente se congeló a mitad de la oración en una  conferencia de prensa; puede haber sufrido un mini derrame cerebral, posiblemente relacionado con una mala caída que tuvo anteriormente que resultó en una conmoción cerebral. Mientras tanto, las preocupaciones sobre la edad del presidente Biden y el deterioro de la salud se están ventilando abiertamente incluso entre los demócratas, con Hillary Clinton opinando que la edad de Joe es un tema legítimo de campaña. A la temprana edad de 75 años, ¿está tratando de ir al rescate en las elecciones de 2024?

Glenn Greenwald hizo un largo segmento sobre la gerontocracia de Washington que vale la pena ver. Un punto que hizo es uno que repetí en mi artículo de hace un año. En la década de 1970, Estados Unidos señaló a una supuesta gerontocracia en la Unión Soviética para criticar la naturaleza oculta del Partido Comunista allí y la forma en que sus líderes estaban frenando reformas muy necesarias.

Lo mismo, por supuesto, es ahora cierto para el imperio estadounidense y su partido único de facilitadores republicanos y demócratas. Una gerontocracia estadounidense con un control casi mortal del poder está frenando reformas muy necesarias aquí, especialmente reducciones a las enormes sumas de dinero que el gobierno federal gasta en armas y guerra.

Al igual que la antigua Unión Soviética, Estados Unidos es un imperio en declive que ha sido debilitado por guerras constantes e innecesarias y un gasto desenfrenado en armamento. Se necesita una nueva forma de pensar. ¿Recuerdas la glasnost y la perestroika? ¿Apertura y reestructuración? Fueron introducidos por Mikhail Gorbachev en la década de 1980, quien a los 54 años era relativamente joven cuando asumió las riendas del poder en la URSS.

Gerontocracy, the shade of young America | The DONG-A ILBO

Todavía recuerdo cuando los estadounidenses se burlaban de los líderes soviéticos de la «vieja guardia» y usaban palabras como «esclerótico» para describirlos. Eran un símbolo visible del cansancio y la decadencia soviéticos, la basura del pasado en comparación con un Estados Unidos más joven y vigoroso con su economía mundial dominante y pujante.

¿Quién se ríe ahora?

Seguramente, Estados Unidos necesita una nueva generación de líderes que estén dispuestos a luchar por la glasnost (mucha mayor apertura y transparencia en el gobierno) y la perestroika (una reestructuración del gobierno lejos del imperialismo, las armas y la guerra). El colapso de la Unión Soviética debería enseñarnos algo sobre el destino de los imperios escleróticos que se niegan a cambiar.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

El estreno de una película dedicada a la figura del físico J. Robert Oppenheimer ha renovado el interés por la vida este controversial personaje de la historia estadounidense. Padre del programa que llevó a la creación de las primeras armas atómicas, Oppenheimer pasó de héroe a villano al cuestionar el discurso oficial del gobierno estadounidense en los primeros años de la guerra fría. Esto le costó su carrera, pues se le etiquetó de comunista y de espía soviético.

En esta corta nota, Robert C. Koehler comenta la reciente decisión del gobierno estadounidense de exonerar póstumamente a Oppenheimer restaurando la autorización de seguridad que le fue revocada injustamente en 1954.

Koehler es  un reportero y editor de Chicago con más de 30 años de experiencia desde un enfoque pacifista. Es autor de Courage Grows Strong at the Wound (Xenos Press, 2010)


Quién fue Oppenheimer, padre e inventor de la bomba atómica | Marca

Exoneración póstuma de Oppenheimer

 Robert C. Koehler

Common Dreams 18 de julio de 2023

Apenas 55 años después de su muerte, el gobierno de Estados Unidos ha restaurado la autorización de seguridad de J. Robert Oppenheimer, que la Comisión de Energía Atómica le quitó en 1954, declarándolo no simplemente un comunista sino, con toda probabilidad, un espía soviético.

Oppenheimer, por supuesto, es el padre de la bomba atómica. [Y ahora es objeto de una importante película]. Dirigió el Proyecto Manhattan durante la Segunda Guerra Mundial, que dio a luz a Little Boy y Fat Man, las bombas que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, matando a varios cientos de miles de personas.

Lo que sucedió después, sin embargo, fue la Guerra Fría, y de repente los comunistas, los antiguos aliados de Washington, fueron la personificación del mal y estaban en todas partes. Estados Unidos, en su infinita sabiduría, sabía que no tenía más remedio que continuar con su programa de armas nucleares y, por el bien de la paz, poner al mundo al borde del Armagedón y perseguir la bomba de hidrógeno.

La guerra, el componente básico de las entidades gubernamentales del mundo durante incontables milenios, había evolucionado hasta el borde de la extinción humana. La política oficial del gobierno equivalía a esto: ¿Y qué?

Oppenheimer y Einstein. (US Govt. Defense Threat Reduction Agency, Public domain, Wikimedia Commons)

Oppenheimer desafió esta política oficial y destrozó su carrera. De hecho, vio inmediatamente, cuando la bomba recién desarrollada fue probada en Alamogordo, Nuevo México, el 16 de julio de 1945, que el planeta Tierra estaba en peligro.

Un equipo de físicos acababa de exponer su máxima vulnerabilidad y él notó, mientras presenciaba la nube en forma de hongo, que las palabras del Bhagavad-Gita hindú  habían entrado en su mente: “Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”.

No se había opuesto a lanzar las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, como hicieron algunos de los científicos del Proyecto Manhattan, como Leo Szilard. Pero cuando terminó la guerra, se comprometió profundamente a eliminar toda posibilidad de guerras futuras.

Una de las primeras acciones que tomó, una semana después de los bombardeos, fue escribir una carta al Secretario de Guerra Henry Stimson, instándolo a abrazar el sentido común con respecto a un mayor desarrollo de armas nucleares.

“Creemos”, escribió,

“Que la seguridad de esta nación, a diferencia de su capacidad para infligir daño a una potencia enemiga, no puede residir total o incluso principalmente en su destreza científica o técnica. Sólo puede basarse en hacer imposibles las guerras futuras. Es nuestra recomendación unánime y urgente para usted que, a pesar de la actual explotación incompleta de las posibilidades técnicas en este campo, se tomen todas las medidas, se hagan todos los arreglos internacionales necesarios, con este fin”.

Haciendo imposibles futuras guerras. ¿Qué pasaría si las fuerzas políticas estadounidenses tuvieran suficiente cordura para escuchar a Oppenheimer? Varios meses después de escribir esta carta, visitó al presidente Harry Truman, tratando de discutir la colocación del control internacional sobre un mayor desarrollo nuclear.

El presidente no tendría nada de eso. Echó a Oppenheimer de la Oficina Oval.

Oppenheimer mantuvo su compromiso de trascender la guerra, trabajando con la Comisión de Energía Atómica (AEC) para controlar el uso de armas nucleares, y manteniéndose firme en su oposición a la creación de la bomba de hidrógeno.

Continuó su oposición incluso cuando el desarrollo de la bomba progresó y las pruebas nucleares comenzaron a extender la lluvia radiactiva sobre partes “prescindibles” del mundo. Pero luego vino la era McCarthy y el susto rojo que lo acompañaba.

No hay ninguna descripción de la foto disponible.En 1954, después de 19 días de audiencias secretas, la AEC revocó la autorización de seguridad de Oppenheimer. Como  señaló The New York Times, esto “llevó su carrera a un final humillante. Hasta entonces, un héroe de la ciencia estadounidense, vivió su vida como un hombre roto”. Murió a los 62 años en 1967.

“Un elemento clave en el caso contra Oppenheimer”, informó el Times, ”Se derivó de su resistencia a los primeros trabajos en la bomba de hidrógeno, que podría explotar con 1.000 veces la fuerza de una bomba atómica. El físico Edward Teller había abogado durante mucho tiempo por un programa de choque para idear tal arma, y dijo en la audiencia de 1954 que desconfiaba del juicio de Oppenheimer. “Me sentiría personalmente más seguro”, testificó, “si los asuntos públicos descansaran en otras manos”.

‘Antiamericano’

Pero, por supuesto, la “marca negra de la vergüenza” que permaneció pegada a Oppenheimer por el resto de su vida fue que era un “comunista”, y tal vez un espía, en otras palabras, totalmente antiamericano.

Esta fue la mentira básica utilizada contra aquellos que desafiaron los principios de la Guerra Fría. Las audiencias secretas de la comisión permanecieron clasificadas durante 60 años.

Después de que fueron desclasificados en 2014, los historiadores expresaron su asombro de que prácticamente no contuvieran evidencia condenatoria de ningún tipo contra Oppenheimer, y muchos testimonios simpatizantes de él. Las revelaciones aquí parecen exponer principalmente el interés del gobierno en cubrir sus propias mentiras.

En diciembre pasado, la secretaria de Energía Jennifer Granholm, presidenta del departamento en el que se había transformado la Comisión de Energía Atómica, anuló la revocación de la autorización de seguridad de Oppenheimer, declarando que la audiencia de 1954 era un “proceso defectuoso”.

Hiroshima y Nagasaki, una reconsideración | Política Exterior

Hiroshima, 1945

Lograr que el gobierno deshiciera su error fue un proceso largo  y arduo, emprendido por Kai Bird y Martin J. Sherwin, los autores de American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer. Les tomó alrededor de 16 años. Finalmente lograron limpiar su nombre.

Si bien aplaudo su enorme esfuerzo y su resultado, aún queda mucho por hacer. Esto es más que simplemente un asunto personal, más que la corrección de un mal burocrático hecho a un hombre. El futuro de la humanidad sigue en juego.

El gobierno de Estados Unidos ha gastado varios billones de dólares  en el desarrollo de armas nucleares a  lo largo de los años, ha realizado más de mil pruebas nucleares y actualmente está en posesión de 5.244 ojivas nucleares, de un total mundial de unos 12.500. Tal vez es hora de empezar a escuchar —y escuchar— las palabras de Oppenheimer.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez