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Archive for the ‘Primera guerra mundial’ Category

Las películas no son productos inocentes, pues responden a los contextos culturales, políticos, económicos y sociales de sus  creadores. Como bien refleja esta interesante entrevista a David J. Skal, las películas de terror no escapan a esta realidad. Un buen ejemplo, es el caso de “Nosferatus”, pues según Skal, el monstruo llegó a simbolizar “al vampiro cósmico de la guerra misma, que había drenado la sangre de Europa” durante el primera guerra mundial. Otro ejemplo es Godzilla, asociada a la destrucción radioactiva de la guerra fría.

David J. Skal  es un historiador cultural especialista en el análisis de películas y literatura de terror. Skal es entrevistado por la periodista y escritora Cori Brosnahan para la página web  American Experience de la Public Broadcasting Service (PBS).


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La historia del miedo estadounidense

Cori Brosnahan

American Experience    28 de octubre de 2022

David J. Skal es un historiador del terror y autor de “The Monster Show” y “Hollywood Gothic”. Su libro más reciente, “Something in the Blood”, explora al creador de “Drácula”, Bram Stoker. American Experience le habló sobre la historia de las películas de terror estadounidenses, el encanto del gore y lo que simbolizan los zombis en la mente moderna.

Has pasado décadas escribiendo sobre el horror y la historia estadounidense. ¿Qué has aprendido?


Las películas de terror proporcionan una historia secreta de los tiempos modernos. Todos los grandes cataclismos sociales y traumas de al menos el siglo 20 parecen haber puesto en movimiento, década tras década, nuevos patrones en los tipos de entretenimiento que usamos para asustarnos. Y creo que lo que estamos haciendo es procesar información desagradable de tal manera que no tengamos que mirarla demasiado directamente. No es exactamente catarsis; inventé el término “catarsis interruptus”, que tal vez lo describe mejor como un medio remedio, un mecanismo de afrontamiento temporal para lidiar con los enigmas, desafíos y traumas de la vida moderna. Algo que al menos nos ayuda a pasar la noche.
 

¿Cuándo empezamos a ver películas de terror en Estados Unidos? ¿Cómo son estas primeras películas?


En el cine mudo estadounidense, a menudo había historias de miedo y personajes aterradores, generalmente interpretados por Lon Chaney, el famoso “hombre de las mil caras”. Pero siempre fueron seres humanos, y si algo parecía ser fantasmal o sobrenatural, tenía que ser explicado como una empresa criminal.

Ese no fue el caso en Europa, donde el cine primitivo abrazó lo fantástico absoluto desde el principio: las películas de truco de Georges Méliès, por ejemplo. Y luego estaban los clásicos expresionistas alemanes como “El gabinete del Dr. Caligari” y “Nosferatu”, que no eran entretenimiento escapista, sino más bien películas de arte autoconscientes destinadas a encarnar metáforas sobre la Gran Guerra. En “Caligari”, tienes a esta figura autoritaria maligna enviando a su sonámbulo a matar y ser asesinado, tal como lo había sido un número incalculable de soldados en la Gran Guerra. Y en la promoción original de “Nosferatu”, existía la idea de que el vampiro representaba al vampiro cósmico de la guerra misma, que había drenado la sangre de Europa.

Drácula (1931) - FilmaffinityLas tradiciones europeas y estadounidenses se unieron al comienzo de la era del cine sonoro, cuando Universal Pictures produjo “Drácula”, que fue la primera vez que Hollywood se arriesgó con una premisa sobrenatural. Drácula no era un criminal; Era un demonio del infierno de 500 años. La película fue un gran éxito. Salió en 1931, el peor año de la Gran Depresión, y literalmente salvó a Universal de la bancarrota, al igual que “Frankenstein”, que sacaron muy rápidamente después de darse cuenta del éxito que tenían en sus manos con “Drácula”. Entonces, aunque “Drácula” no es una película pulida o artísticamente innovadora, de hecho, sigue siendo una de las películas más influyentes que Hollywood haya lanzado porque abrió las posibilidades latentes de lo fantástico y lo sobrenatural.

Vampiros, zombis, fantasmas: estos monstruos nunca desaparecen, pero el interés en ellos parece ir y venir. ¿Existe una conexión entre la popularidad de un monstruo y el momento cultural en cuestión?

 
Sí. La década de 1930, la era de la Depresión, fue un momento en que todas las promesas de los locos años veinte y la fe en el progreso y la ciencia, y todas estas cosas que iban a mejorar nuestras vidas simplemente se estrellaron y se quemaron. Y no creo que sea un error que hayamos visto el ascenso del científico loco, el experto, la cabeza de huevo, las personas que se suponía que debían arreglar las cosas por nosotros, pero que en cambio tuvieron una influencia maligna. La imagen del monstruo de Frankenstein es una imagen proletaria: botas esparcidoras de asfalto y ropa de trabajo. Es como un símbolo mudo de toda la clase obrera que ha sido abandonada por las personas que se suponía que debían cuidarlo.

Los monstruos atómicos de la década de 1950 (Godzilla fue el primer y más ampliamente imitado ejemplo) son obviamente una reacción a la guerra y las nuevas ansiedades que planteó. No había verdaderos monstruos radiactivos gigantes, pero hubo ansiedades gigantes durante la Guerra Fría. Así que el refugio de lluvia radiactiva reemplazó la cripta de Drácula.

Lost Boys: la generación perdida – Desde la otra veredaLuego ocurrió la epidemia del SIDA en la década de 1980. La gente estaba pensando en la sangre, y se ve el resurgimiento de los vampiros en las novelas de Anne Rice y películas como “The Lost Boys”, “Near Dark” y “Fright Night”. La idea de sangre corrompida y enfermedades misteriosas que se llevaban a los jóvenes, eran parte integrante de las viejas historias de vampiros. Y el vampiro siempre ha existido en los límites de la propiedad sexual y la transgresión sexual, que, por supuesto, también fue parte de la epidemia del SIDA. Así que los vampiros se volvieron muy importantes y realmente no han perdido mucho de su poder de permanencia. Cuando la gente me pregunta: ‘Bueno, ¿por qué los vampiros son tan populares otra vez?’ Yo digo: ‘Bueno, no han sido impopulares en bastante tiempo’.

Los suburbios estadounidenses florecieron en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y pronto se convirtieron en un escenario favorito para las películas de terror. ¿Por qué?

La gente estaba ansiosa por los suburbios, esta era una forma completamente nueva de tratar con sus vecinos, de tratar con su comunidad. Hubo mucha alienación que vino con los años 50: la gente estaba esencialmente amurallada en sus familias nucleares discretas, y no tenías la vida callejera de las grandes ciudades de donde se mudaban todas estas personas. La alienación tiende a engendrar malos pensamientos, ansiedad y horror, por lo que no es sorprendente que los años 50 y 60 fueran un caldero tan maravilloso para el burbujeo del horror de la imaginación suburbana.

Más tarde, los suburbios se convirtieron en un escenario popular para las películas de terror porque el terror funciona mejor en entornos muy familiares. Las películas de terror más populares no están ambientadas en mundos lejanos, no son fantasía completa, realmente parecen tener su mordida y su patada cuando podrían suceder en nuestros propios patios traseros.

Comparando películas de terror antiguas y modernas, una cosa que te llama la atención es cuánto más gore hay hoy en día. ¿Qué explica la atracción por las películas sangrientas?

 
La sangre es uno de los temas de terror más infalibles; ya sea que se muestre explícitamente o no, tiende a generar mucho horror. En la película original de “Drácula” con Bela Lugosi, solo se muestra una gota de sangre en la punta del dedo de un personaje, eso es todo; En una película de vampiros de hoy, eso es casi impensable. Así que creo que en nuestro presente excesivamente tecnologizado, el gore cumple una función diferente: es un recordatorio de que somos de carne y hueso. Cuando se nos dice que no somos más que máquinas o extensiones de máquinas, en algún nivel no compramos eso. El horror es un reino en el que podemos explorar esta idea de que no somos componentes de computadora, no somos seres completamente racionales, somos desordenados y estamos llenos de sangre, agallas y emociones rebeldes, y todas estas cosas que tienden a celebrarse en el horror gore.

El paisaje de terror de los últimos años ha estado dominado por zombis. ¿A qué metáfora sirven?

Creo que ahora los zombis representan la idea del otro; las hordas de zombis, representan a cualquier extraño que quieras. Ahora somos una sociedad muy polarizada cultural y políticamente. Una cosa que vemos en la fórmula zombie es que los que tienen contra los que no tienen, los que tienen vida contra los que no, encerrados en una lucha a muerte.

Dawn of the Dead - Wikipedia, la enciclopedia libre

Pero al igual que los vampiros, los zombis se prestan a todo tipo de dimensiones metafóricas. George Romero produjo “La noche de los muertos vivientes” en 1968, otra pieza cinematográfica extremadamente influyente. Para cuando hizo su primera secuela llamada “Dawn of the Dead”, intuyó que había sátira social y crítica social en la idea de los zombis como los consumidores finales, la crítica definitiva de la sociedad de consumo con su hambre voraz e insaciable.

Has hablado de encontrar consuelo en los monstruos. ¿Puede explicar por qué?


Creo que solo desde un punto de vista personal, la razón por la que muchos de nosotros nos sentimos atraídos por las películas de terror en la década de 1950 y principios de los 60 fue que la Guerra Fría estaba sucediendo. No tenía miedo de los monstruos cuando era niño, pero estaba aterrorizado por la Guerra Fría y las pruebas atómicas y la crisis de los misiles cubanos y todo eso. Eso me asustó muchísimo. Como seres que no podían morir, los monstruos eran tranquilizadores: eran como mantas de seguridad nuclear. Crecí en un mundo que parecía estar totalmente fuera de control, y mi favorito, Drácula, tenía el control total. Creo que esa es una parte importante de su atractivo para mí.

Esta entrevista ha sido editada y condensada para mayor claridad.

Publicado originalmente el 28 de octubre de 2016.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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Comparto este artículo del Adam Hochschild analizando la represión que sufrió el American Socialist Party durante la primera guerra mundial. Hochschild nos narra el crecimiento impresionante que experimentó el partido en los primeros años del siglo XX, convirtiéndole en una amenaza para el establisment estadounidense. La entrada de Estados Unidos a la gran guerra dio al Estado la excusa necesaria para perseguir a los socialistas encarcelándoles, negándole acceso a sus publicaciones al correo, presionando a quienes los apoyaban, etc. El ejemplo clásico, pero no el único caso, es del Eugene Debs quien fue condenado a diez años de cárcel en 1918. En palabras del autor, «Para cuando Debs murió en 1926, el partido que una vez había elegido a 33 legisladores estatales, 79 alcaldes y más de 1,000 miembros de  consejos de varias ciudades y otros funcionarios municipales había cerrado la mayoría de sus oficinas y se había quedado con menos de 10,000 miembros en todo el país.»

Dada la influencia de los socialistas en la reforma social, el autor se pregunta en un ejercicio contrafáctico, cuál habría sido el desarrollo de Estados Unidos si el Partido Socialista no hubiera sido destruido en la década de 1910. Hochschild juega con la idea de que fue la destrucción del Partido Socialista  lo que explica que hoy Estados Unidos sea el único país desarrollado que no cuente con un «un seguro de salud nacional», que sus ciudadanos inviertan miles de dólares en la educación universitaria de sus hijos y que aún en estados ricos como California miles de personas duerman en las calles.

Adam Hochschild enseña en la Graduate School of Journalism de la Universidad de California en Berkeley. Es autor de 11 libros, entre ellos Rebel Cinderella: From Rags to Riches to Radical, the Epic Journey of Rose Pastor Stokes (2020),  Spain in Our Hearts: Americans in the Spanish Civil War, 1936-1939 (2016), To End All Wars: A Story of Loyalty and Rebellion, 1914-1918  (2011) y  King Leopold’s Ghost: A Story of Greed, Terror and Heroism in Colonial Africa  (2002).  Su libro más reciente es  American Midnight: The Great War, a Violent Peace, and Democracy’s Forgotten.


Socialist Party History and Geography - Mapping American Social Movements

La destrucción  del socialismo estadounidense

ADAM HOCHSCHILD

TomDispatch    6 de octubre de 2022

Donald Trump ha tenido la necesidad de aplastar muchas cosas, incluyendo las últimas elecciones. Así que debo admitir que me pareció inquietantemente divertido que, cuando el FBI entró en su finca en Mar-a-Lago recientemente, lo hicieron bajo una orden autorizada por la Espionage Actde 1917. La historia ciertamente tiene una extraña forma de regresar a nuestro mundo y también de aplastar alternativas. Independientemente de lo que haya hecho Trump, ese acto tiene un historial lamentable tanto en su propio tiempo como en el nuestro cuando ha sido utilizado, incluso por su administración, para silenciar a los filtradores de información del gobierno. Y debido a que mi último libro, American Midnight: The Great War, A Violent Peace, and America’s Forgotten Crisis, trata sobre el aplastamiento de alternativas hace un siglo en este país, en medio de todo esto, no pude evitar pensar en una parte de nuestra historia que The Donald sin duda habría sido el primero en aplastar,  si tuviera la oportunidad.

American Midnight: The Great War, a Violent Peace, and Democracy's  Forgotten Crisis: Hochschild, Adam: 9780358455462: Amazon.com: Books

Pero permítanme comenzar con un evento personal más cercano al presente. Mientras visitaba Dinamarca recientemente, desarrollé una infección en mi mano y quería ver a un médico. El hotel en la ciudad provincial donde me alojaba me dirigió a un hospital local. Rápidamente me llevaron a una sala de consulta, donde una enfermera me interrogó y me dijo que esperara. Solo pasaron unos minutos antes de que un médico entrara en la habitación, me examinara y dijera en excelente inglés, sí, de hecho, necesitaba un antibiótico. Rápidamente giró en su silla, abrió un gabinete detrás de él, sacó una botella de píldoras, me la entregó y me dijo que tomara dos al día durante 10 días. Cuando le di las gracias y le pregunté a dónde debía ir para pagar la consulta y el medicamento, respondió simplemente: “No tenemos instalaciones para eso”.

No hay facilidades para eso.

Es una frase que me vuelve cada vez que me recuerdan cómo, en la nación más rica del mundo, todavía no tenemos un seguro de salud nacional completo. Y eso está lejos de ser lo único que nos falta. En una multitud de formas, somos conocidos por tener una red de seguridad social mucho más débil que muchos otros países ricos y detrás de eso se encuentra una historia en la que la Espionage Act jugó un papel crucial.

Un amigo danés que me visitó recientemente se horrorizó al encontrar a cientos de personas sin hogar que vivían en campamentos de tiendas de campaña en Berkeley y Oakland, California. Y eso sí, este es un estado progresista y próspero. Los pobres son aún más propensos a caer a través de las grietas (o abismos) en muchos otros estados.

Los visitantes del extranjero se sorprenden de manera similar al descubrir que las familias estadounidenses pagan regularmente matrículas universitarias astronómicas de sus propios bolsillos. Y no solo los países europeos acomodados lo hacen mejor en proveer a sus ciudadanos. El costarricense promedio, con una sexta parte del ingreso anual per cápita de su contraparte estadounidense, vivirá dos años más, gracias en gran parte al sistema nacional integral de salud de ese país.

¿Por qué a nuestro país no le ha ido mejor, en comparación con tantos otros? Ciertamente hay muchas razones, entre ellas el incesante bombardeo de propaganda de décadas de la derecha estadounidense, que pinta cada fortalecimiento propuesto de la salud y el bienestar públicos, desde el seguro de desempleo hasta el Seguro Social, Medicare y Obamacare, como un paso siniestro en el camino hacia el socialismo.

Esto es una tontería, por supuesto, ya que la definición clásica de socialismo es la propiedad pública de los medios de producción, un tema de la agenda que no está en ningún horizonte político estadounidense imaginable. En otro sentido, sin embargo, la acusación es históricamente precisa porque, tanto aquí como en el extranjero, los avances significativos en salud y bienestar a menudo han sido encabezados por los partidos socialistas.

El primer sistema nacional de salud del mundo, en la Alemania Imperial, fue, por ejemplo, impulsado por el Reichstag por el canciller Otto von Bismarck en 1883 precisamente para flanquear a los socialistas alemanes, que durante mucho tiempo habían estado abogando por medidas similares. Tampoco fue sorprendente que el Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña fuera instalado por el Partido Laborista cuando tomó el poder después de la Segunda Guerra Mundial.

Y en los Estados Unidos, a principios del siglo pasado, algunos de los modestos movimientos del presidente Theodore Roosevelt para regular los negocios y romper los trusts fueron, de hecho, diseñados para robar una marcha a los socialistas de este país, a quienes temía, como escribió a un amigo, que fueran “mucho más siniestros que cualquier movimiento populista o similar en tiempos pasados”.

Socialist Party of America - WikipediaEn aquel entonces, por sorprendente que parezca hoy, el American Socialist Party era de hecho parte de nuestra realidad política y, en 1904, se había pronunciado a favor del seguro nacional de salud obligatorio. Una docena de años después de eso, el congresista socialista de Nueva York Meyer London presentó un proyecto de ley sorprendentemente similar a la Affordable Care Act de la administración Obama de más de un siglo después. En 1911, otro congresista socialista, Victor Berger de Wisconsin, propuso una pensión nacional de vejez, un objetivo que no se realizaría hasta dentro de otro cuarto de siglo con la aprobación de la Ley de Seguridad Social de 1935.

El socialismo nunca fue un movimiento tan fuerte en los Estados Unidos como en tantos otros países. Aún así, una vez fue al menos una fuerza a tener en cuenta. Los socialistas se convirtieron en alcaldes de ciudades tan dispares como Milwaukee, Pasadena, Schenectady y Toledo. Los miembros del partido ocuparon más de 175 cargos estatales y locales solo en Oklahoma. La gente comúnmente señala a 1912 como la marca de agua alta del partido. Ese año, su candidato a la presidencia, Eugene V. Debs, obtuvo el 6% del voto popular, incluso ganándole al candidato republicano en varios estados.

Eugene V. Debs and the Endurance of Socialism | The New Yorker

Eugene Debs

Aún así, el verdadero pico de la popularidad del socialismo estadounidense llegó unos años más tarde. El carismático Debs decidió no volver a postularse en 1916, aceptando erróneamente la promesa implícita del presidente Woodrow Wilson de mantener a los Estados Unidos fuera de la Primera Guerra Mundial, algo que a la mayoría de los socialistas les importaba apasionadamente. En abril de 1917, Wilson los enfureció al llevar al país a lo que había sido, hasta entonces, principalmente un conflicto europeo, mientras reprimía ferozmente a los disidentes que se oponían a su decisión. Ese otoño, sin embargo, los socialistas lograron avances impresionantes en las elecciones municipales, ganando más del 20% de los votos en 14 de las ciudades más grandes del país, más del 30% en varias de ellas, y 10 escaños en la Asamblea del Estado de Nueva York.

Durante esa campaña, Wilson estaba particularmente consternado por la popularidad del partido en la ciudad de Nueva York, donde el abogado socialista Morris Hillquit se postulaba para alcalde. El presidente le preguntó a su conservador fiscal general texano, Thomas Gregory, qué se podía hacer con las “declaraciones escandalosas” de Hillquit contra la guerra. Gregory respondió que temía que procesar a Hillquit “le permitiera hacerse pasar por un mártir y probablemente aumentaría su fuerza de voto. Estoy haciendo que mis representantes en la ciudad de Nueva York observen la situación con bastante cuidado, y si se llega a un punto en el que se pueda proceder contra él, me dará mucho placer”. Hillquit perdió, pero obtuvo el 22% de los votos.

Los socialistas jubilosos sabían que si les iba igual de bien en las elecciones de mitad de período de 1918, su total de votos nacionales podría por primera vez aumentar a millones. Para Wilson, cuyos demócratas controlaban la Cámara de Representantes por el más estrecho de los márgenes, la posibilidad de que los socialistas obtuvieran el equilibrio de poder allí era horrible. Y así, ya en guerra en Europa, su administración en efecto declaró la guerra a los socialistas en casa también, utilizando como su herramienta principal la criminalización radical de Wilson de la disidencia, la nueva Espionage Actde 1917. El saldo sería devastador.

El hacha del gobierno cae

Ya la mujer más popular del partido, la ardiente oradora nacida en Kansas Kate Richards O’Hare, conocida como Red Kate por su política y su masa de cabello rojo, había sido condenada a cinco años bajo la Espionage Actpor hablar en contra de la guerra. Aún libre en apelación, O’Hare, que conocía las dificultades de la vida agrícola de primera mano y se había postulado tanto para la Cámara de Representantes como para el Senado, continuó atrayendo audiencias a miles cuando habló en los estados de las praderas. En poco tiempo, sin embargo, su apelación fue denegada y fue enviada a la penitenciaría de Jefferson City, Missouri, donde se encontró en la celda contigua a la anarquista Emma Goldman. Los dos se convertirían en amigas de por vida.

En 1918, el gobierno persiguió a Debs. El pretexto era un discurso que había dado desde un quiosco de música de un parque en Canton, Ohio, después de una convención estatal de su asediado partido. “Siempre les han enseñado que es su deber patriótico ir a la guerra y que ustedes mismos sean masacrados a sus órdenes”, dijo a la multitud. “Pero en toda la historia del mundo, ustedes, el pueblo, nunca tuvieron voz para declarar la guerra”.

SOCIALIST PARTY OF AMERICA (1897-1946) history

Eso fue más que suficiente. Dos semanas más tarde, fue acusado y llevado rápidamente ante un juez federal que resultó ser el ex socio del bufete de abogados del secretario de guerra del presidente Wilson. En ese juicio, Debs pronunció palabras que serían citadas durante mucho tiempo:

“Su Señoría, hace años reconocí mi parentesco con todos los seres vivos, y decidí que no era ni un poco mejor que el más malo de la tierra. Dije entonces, digo ahora, que si bien hay una clase baja, yo estoy en ella; si bien hay un elemento criminal, yo soy de él; mientras haya un alma en prisión, no soy libre”.

Los espectadores jadearon cuando el juez pronunció sentencia contra el cuatro veces candidato presidencial: una multa de $ 10,000 y 10 años de prisión. En las elecciones de 1920, todavía estaría en la penitenciaría federal de Atlanta cuando recibió más de 900.000 votos para presidente.

Sin embargo, el gobierno no se limitó a procesar a luminarias como O’Hare y Debs. También persiguió a los miembros de base del partido, sin mencionar a los ex candidatos socialistas a gobernador en Minnesota, Nueva Jersey y Dakota del Sur, así como a los secretarios estatales del Partido Socialista de al menos cuatro estados y un ex candidato socialista al Congreso de Oklahoma. Casi todos ellos serían condenados en virtud de la Espionage Act por oponerse a la guerra o al reclutamiento.

No muy contento con esto, la administración Wilson también atacaría a los socialistas en muchos otros frentes. Había entonces más de 100 diarios, semanarios y mensuales socialistas y la Espionage Act le dio al director general de correos de Wilson, el segregacionista Albert Burleson de Texas, el poder de considerar tales publicaciones no debían ser enviadas por correo. En poco tiempo, Burleson prohibiría del correo prácticamente toda la prensa socialista, que, en los años anteriores a la guerra, tenía una circulación combinada de dos millones. Algunos diarios, que no necesitaban la Oficina de Correos para llegar a sus lectores, sobrevivieron, pero para la mayoría de ellos tal prohibición fue un golpe mortal.

El gobierno paralizó el movimiento socialista de muchas maneras menos formales también. Por ejemplo, la oficina de correos de Burleson simplemente dejó de entregar cartas hacia y desde la sede del partido en Chicago y algunas de sus oficinas estatales y locales. El personal de un periódico socialista en Milwaukee generalmente notó que no estaban recibiendo correspondencia comercial. Incluso sus suscripciones por correo al New York Times y al Chicago Tribune ya no llegaban. Pronto los ingresos publicitarios comenzaron a agotarse. En medio de esto, Oscar Ameringer, un escritor del periódico, llamó a un partidario de mucho tiempo, un panadero que de repente había dejado de comprar anuncios. Según Ameringer, el hombre “se desplomó en una silla, se cubrió los ojos y, con lágrimas corriendo por sus dedos, sollozó: ‘Dios mío, no puedo evitarlo … Me dijeron que si no sacaba mi publicidad me rechazarían… harina, azúcar y carbón’“.

Socialism in America - Dissent Magazine

Victor Berger, Bertha Hale White y Eugene V. Debs en 1924 (Library of Congress)

También siguieron las señales de la administración en ese asalto en tiempos de guerra los políticos locales y los vigilantes que atacaron a los oradores socialistas o les negaron salas de reuniones. Después de que los progresistas y los miembros de los sindicatos organizaron una marcha contra la guerra en el Boston Common, por ejemplo, los vigilantes allanaron la oficina cercana del Partido Socialista, rompieron sus puertas y ventanas, y arrojaron muebles, papeles y la maleta de un activista viajero por las ventanas destrozadas a una hoguera.

En enero de 1918, el alcalde de Mitchell, Dakota del Sur, ordenó la disolución de la convención estatal del partido y la expulsión de todos los delegados de la ciudad. Un líder del partido fue capturado “en las calles por cinco hombres desconocidos y empujado a un automóvil en el que lo condujeron a cinco millas de la ciudad”, informó un periódico local. “Allí fue puesto en la pradera y… le dijeron que se dirigieran a su casa en Parkston [una caminata de 18 millas] y le advirtieron que no regresara”.

El gran “¿Y si?” Pregunta

Los socialistas estuvieron lejos de ser los únicos en sufrir la ola de represión que barrió el país en el segundo mandato de Wilson. Otros objetivos incluían el movimiento obrero, los dos pequeños partidos comunistas rivales del país y miles de radicales que nunca se habían convertido en ciudadanos estadounidenses y fueron objeto de deportación. Pero entre todas las víctimas, ninguna organización fue más influyente que el Partido Socialista. Y nunca se recuperó.

Cuando Debs volvió a salir a la carretera después de ser finalmente liberado de la prisión en 1921, a menudo, en el último minuto, se le negaron los lugares que había reservado. En Cleveland, el City Club canceló su invitación; en Los Ángeles, el único lugar donde podía hablar era en el zoológico de la ciudad. Aún así, lo tuvo más fácil que el escritor socialista Upton Sinclair quien, cuando comenzó a dar un discurso en San Pedro, California, en 1923, fue arrestado mientras leía la Primera Enmienda en voz alta.

Para cuando Debs murió en 1926, el partido que una vez había elegido a 33 legisladores estatales, 79 alcaldes y más de 1,000 miembros del consejo de la ciudad y otros funcionarios municipales había cerrado la mayoría de sus oficinas y se había quedado con menos de 10,000 miembros en todo el país. Kate Richards O’Hare escribió a su amiga Emma Goldman, que había sido deportada de los Estados Unidos en 1919, que se sentía una “especie de huérfana política ahora sin lugar para recostar mi cabeza”.

A pesar de su condición de minoría, los socialistas habían sido una fuerza significativa en la política estadounidense antes de que la histeria de guerra patriótica provocara una era de represión. Hasta entonces, los legisladores republicanos y demócratas habían votado a favor de medidas de reforma de principios del siglo XX, como las leyes de trabajo infantil y el impuesto sobre la renta, en parte para evitar las demandas del Partido Socialista de cambios más grandes.

Si ese partido hubiera permanecido intacto en lugar de ser tan despiadadamente aplastado, ¿por qué más podrían haber votado? Este sigue siendo uno de los mayores “qué pasaría si” en la historia de Estados Unidos. Si el Partido Socialista no hubiera estado tan cojeando, ¿podría al menos haber empujado a los principales a crear el tipo de red de seguridad social y sistemas nacionales de seguro de salud más fuertes que la gente hoy da por sentado en países como Canadá o Dinamarca? Sin la Ley de Espionaje, ¿se podría haber dejado a Donald Trump pudrirse en Mar-a-Lago en un mundo en el que tanto podría haber sido diferente?

La última vez que intentó pagar una factura médica, ¿podría, de hecho, haberle dicho: “No tenemos instalaciones para eso”?

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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La revista The Economist ha desarrollado una sección en la que invita a opinar a analistas, diplomáticos y pensadores de relevancia global sobre un tema muy pertinente a esta bitácora: el futuro del poder estadounidense. Entre quienes ha colaborado con The Economist destacan Gordon Brown, Paul Kennedy, Gérard Araud, Arundhati Roy y Niall Ferguson. Este último publicó el pasado 20 de agosto un interesante artículo titulado “Por qué el fin del imperio de Estados Unidos no será pacífico”,  analizando desde su perspectiva conservadora la decadencia estadounidense y sus posibles consecuencias. Su visión no es muy optimista, pues nos recuerda que, «el fin de un imperio rara vez, o nunca, es un proceso indoloro».

Ferguson es  senior fellow del Hoover Institution  de Stanford University y director general de Greenmantle, una firma de asesoría político-económica. Prolifero escritor, es autor de importantes trabajos de análisis histórico, entre los que destacan Empire: How Britain Made the Modern World (Penguin, 2003), The Pity of War (Penguin, 1998); The House of Rothschild Empire and Civilization y Kissinger, 1923-1968: The Idealist (Penguin, 2015), que ganó el Premio Arthur Ross del Consejo de Relaciones Exteriores.


Interview with Prof. Niall Ferguson: A Brief History of Tomorrow (Part one)  | St. Gallen Symposium

Niall Ferguson

Por qué el fin del imperio de Estados Unidos no será pacífico

Niall Ferguson

The Economist.  20 de agosto de 2021

«Las multitudes permanecieron sumidas en la ignorancia… y sus líderes, buscando sus votos, no se atrevieron a deshacerse de ellos». Así lo escribió Winston Churchill sobre los vencedores de la Primera Guerra Mundial en The Gathering Storm. Recordó amargamente recordó «la negativa a enfrentar hechos desagradables, el deseo de popularidad y el éxito electoral independientemente de los intereses vitales del estado». Los lectores estadounidenses, observando la ignominiosa partida de su gobierno de Afganistán y escuchando el tenso esfuerzo del presidente Joe Biden para justificar el desastre afgano que ha provocado, podrían encontrar incómodamente familiar parte de la crítica de Churchill a la Gran Bretaña de entreguerras.Amazon.com: The Gathering Storm (Winston S. Churchill The Second World Wa  Book 1) eBook : Churchill, Winston S.: Tienda Kindle

El estado mental de Gran Bretaña fue el producto de una combinación de agotamiento nacional y «sobrecarga imperial», para tomar prestada una frase de Paul Kennedy, un historiador de Yale. Desde 1914, la nación había soportado la guerra, la crisis financiera y en 1918-19 una terrible pandemia, la gripe española. El panorama económico se vio ensombrecido por una montaña de deuda. Aunque el país seguía siendo el emisor de la moneda global dominante, ya no era insuperable en ese rol. Una sociedad altamente desigual inspiró a los políticos de la izquierda a exigir la redistribución, si no el socialismo absoluto. Una proporción significativa de la intelectualidad fue más allá, abrazando el comunismo o el fascismo.

Mientras tanto, la clase política establecida prefirió ignorar el deterioro de la situación internacional. El dominio global de Gran Bretaña se vio amenazado en Europa, en Asia y en el Medio Oriente. El sistema de seguridad colectiva, basado en la Sociedad de Naciones, que se había establecido en 1920 como parte del acuerdo de paz de posguerra, se estaba desmoronando, dejando solo la posibilidad de alianzas para complementar los recursos imperiales escasamente extendidos. El resultado fue el desastroso fracaso de no reconocer la escala de la amenaza totalitaria y no acumular los medios para disuadir a los dictadores.

¿Nos ayuda la experiencia de Gran Bretaña a entender el futuro del poder estadounidense? Los estadounidenses prefieren extraer lecciones de la historia de los Estados Unidos, pero puede ser más esclarecedor comparar al país con su predecesor, el hegemón global anglófono, ya que en hoy en día Estados Unidos se parece en muchos aspectos a la Gran Bretaña del período de entreguerras.

Como todas las analogías históricas, esta no es perfecta. La vasta amalgama de colonias y otras dependencias que Gran Bretaña gobernó en la década de 1930 no tiene una contraparte estadounidense en la actualidad. Esto permite a los estadounidenses reafirmar su idea de que no son un imperio, incluso cuando retiran a sus soldados y civiles de Afganistán después de una presencia de 20 años.

A pesar de su alta mortalidad por covid-19, Estados Unidos no se está recuperando del tipo de trauma que Gran Bretaña experimentó en la Primera Guerra Mundial, cuando un gran número de hombres jóvenes fueron masacrados (casi 900,000 murieron, alrededor del 6% de los hombres de 15 a 49 años murieron, por no hablar de 1.7 millones de heridos). Estados Unidos tampoco se enfrenta a una amenaza tan clara y presente como la que la Alemania nazi representó para Gran Bretaña. Aún así, las semejanzas son sorprendentes, y van más allá del fracaso de ambos países para imponer el orden en Afganistán. («Está claro», señaló The Economist  en febrero de 1930, después de que las reformas modernizadoras «prematuras» desencadenaran una revuelta, «que Afganistán no tendrá nada de Occidente»). Y las implicaciones para el futuro del poder estadounidense son desconcertantes.

World War I casualties - Wikipedia

En las últimas décadas se han escrito tantos libros y artículos prediciendo el declive estadounidense que el declinism se ha convertido en un cliché. Pero la experiencia de Gran Bretaña entre las décadas de 1930 y 1950 es un recordatorio de que hay peores destinos que un declive suave y gradual.

Sigue el dinero

Comencemos con las montañas de deuda. La deuda pública de Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial aumentó del 109% del PIB en 1918, a poco menos del 200% en 1934. La deuda federal de Estados Unidos es diferente en aspectos importantes, pero es comparable en magnitud. Alcanzará casi el 110% del PIB este año, incluso más alto que su pico anterior inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. La Oficina de Presupuesto del Congreso estima que podría superar el 200% para 2051.

Una diferencia importante entre los Estados Unidos de hoy y el Reino Unido hace aproximadamente un siglo es que el vencimiento promedio de la deuda federal estadounidense es bastante corto (65 meses), mientras que más del 40% de la deuda pública británica tomó la forma de bonos perpetuos o anualidades. Esto significa que la deuda estadounidense de hoy es mucho más sensible a los movimientos en las tasas de interés que la de Gran Bretaña.

Otra diferencia clave es el gran cambio que ha habido en las teorías fiscales y monetarias, gracias en gran medida a la crítica de John Maynard Keynes a las políticas de entreguerras de Gran Bretaña.

La decisión de Gran Bretaña en 1925 de devolver la libra esterlina al patrón oro y al precio sobrevalorado de antes de la guerra condenó a Gran Bretaña a ocho años de deflación. El aumento del poder de los sindicatos significó que los recortes salariales se quedaron atrás con relación a los recortes de precios durante la depresión. Esto contribuyó a la pérdida de empleos. En su nadir en 1932, la tasa de desempleo era del 15%. Sin embargo, la depresión de Gran Bretaña fue leve, sobre todo porque el abandono del patrón oro en 1931 permitió la flexibilización de la política monetaria. La caída de las tasas de interés reales significó una disminución en la carga del servicio de la deuda, creando un nuevo margen de maniobra fiscal.

Tal reducción en los costos del servicio de la deuda parece poco probable para Estados Unidos en los próximos años. Los economistas liderados por el ex secretario del Tesoro, Lawrence Summers, han pronosticado peligros inflacionarios de las actuales políticas fiscales y monetarias. Donde las tasas de interés reales británicas generalmente disminuyeron en la década de 1930, en Estados Unidos se proyecta que se vuelvan positivas a partir de 2027 y aumenten constantemente hasta alcanzar el 2,5% a mediados de siglo. Es cierto que los pronósticos de aumento de las tasas han sido erróneos antes, y la Reserva Federal no tiene prisa por endurecer la política monetaria. Pero si las tasas aumentan, el servicio de la deuda de Estados Unidos costará más, exprimiendo otras partes del presupuesto federal, especialmente los gastos discrecionales como la defensa.

Eso nos lleva al quid de la cuestión. La gran preocupación de Churchill en la década de 1930 era que el gobierno estaba postergando, la razón subyacente de su política de apaciguamiento, en lugar de rearmarse enérgicamente en respuesta al comportamiento cada vez más agresivo de Hitler, Mussolini y el gobierno militarista del Japón imperial. Un argumento clave de los apaciguadores fue que las restricciones fiscales y económicas, sobre todo el alto costo de administrar un imperio que se extendía desde Fiji hasta Gambia, desde Guayana hasta Vancouver, hacían imposible un rearme más rápido.

Hitler, Stalin, Mussolini - Especiales - 14/09/2018 - EL PAÍS Uruguay

Puede parecer fantasioso sugerir que Estados Unidos enfrenta amenazas comparables hoy en día, no solo de China, sino también de Rusia, Irán y Corea del Norte. Sin embargo, el mero hecho de que parezca fantasioso ilustra el punto. La mayoría de los estadounidenses, como la mayoría de los británicos entre guerras, simplemente no quieren contemplar la posibilidad de una gran guerra contra uno o más regímenes autoritarios, además de los ya extensos compromisos militares del país. Es por eso que la disminución proyectada del gasto de defensa estadounidense como proporción del PIB, del 3,4% en 2020 al 2,5% en 2031, causará consternación solo a los churchillianos. Y pueden esperar la misma recepción hostil, las mismas acusaciones de belicismo, que Churchill tuvo que soportar.

El poder es relativo

Una disminución relativa en comparación con otros países es otro punto de semejanza. Según las estimaciones del historiador económico Angus Maddison, la economía británica en la década de 1930 había sido superada en términos de producción no solo por Estados Unidos (ya en 1872), sino también por Alemania (en 1898 y nuevamente, después de los desastrosos años de guerra, hiperinflación y depresión, en 1935) y la Unión Soviética (en 1930). Es cierto que el Imperio Británico en su conjunto tenía una economía más grande que el Reino Unido, especialmente si se incluyen los Dominios, tal vez el doble de grandes. Pero la economía estadounidense era aún más grande y seguía siendo más del doble del tamaño de la de Gran Bretaña, a pesar del impacto más severo de la Gran Depresión en los Estados Unidos.

Estados Unidos hoy tiene un problema similar de disminución relativa de la producción económica. Sobre la base de la paridad del poder adquisitivo, que permite los precios más bajos de muchos productos nacionales chinos, el PIB de China alcanzó al de Estados Unidos en 2014. Sobre una base de dólar corriente, la economía estadounidense sigue siendo más grande, pero la brecha se proyecta que se estrecha. Este año, el PIB en dólares corrientes de China será de alrededor del 75% del de Estados Unidos. En 2026 será del 89%.

No es ningún secreto que China plantea un desafío económico mayor que el soviético, ya que la economía de este último nunca fue más del 44% del tamaño de la de Estados Unidos durante la guerra fría. Tampoco es información clasificada que China esté tratando de ponerse al día con Estados Unidos en muchos sectores tecnológicos con aplicaciones de seguridad nacional,  desde la inteligencia artificial hasta la computación cuántica. Y las ambiciones del líder de China, Xi Jinping, también son bien conocidas, junto con su renovación de la hostilidad ideológica del Partido Comunista Chino hacia la libertad individual, el estado de derecho y la democracia.

El sentimiento estadounidense hacia el gobierno chino se ha agriado notablemente en los últimos cinco años. Pero eso no parece traducirse en interés público en contrarrestar activamente la amenaza militar china. Si Pekín invade Taiwán, la mayoría de los estadounidenses probablemente se harán eco del primer ministro británico, Neville Chamberlain, quien describió notoriamente el intento alemán de dividir Checoslovaquia en 1938 como «una disputa en un país lejano,  entre personas de las que no sabemos nada».

Una fuente crucial de debilidad británica entre las guerras fue la revuelta de la intelectualidad contra el Imperio y, más en general, contra los valores británicos tradicionales. Churchill recordó con disgusto el debate de la Unión de Oxford en 1933 que había llevado a cabo la moción: «Esta Cámara se niega a luchar por el Rey y el país». Como señaló: «Era fácil reírse de un episodio así en Inglaterra, pero en Alemania, en Rusia, en Italia, en Japón, la idea de una Gran Bretaña decadente y degenerada echó raíces profundas e influyó en muchos cálculos». Esto, por supuesto, es precisamente la forma en que la nueva generación de diplomáticos e intelectuales nacionalistas «guerreros lobo» de China consideran a Estados Unidos hoy.

Nazis, fascistas y comunistas por igual tenían buenas razones para pensar que los británicos estaban sucumbiendo al odio a sí mismos. «Ni siquiera sabía que el Imperio Británico se está muriendo»

George Orwell - Wikipedia, la enciclopedia libre

George Orwell

George Orwell escribió sobre su tiempo como policía colonial en su ensayo «Shooting an Elephant». No muchos intelectuales alcanzaron la idea de Orwell de que la de Gran Bretaña era, sin embargo, «mucho mejor que los imperios más jóvenes que iban a suplantarla». Muchos, a diferencia de Orwell, abrazaron el comunismo soviético, con resultados desastrosos para la inteligencia occidental. Mientras tanto, un número sorprendente de miembros de la élite social aristocrática se sintieron atraídos por Hitler. Incluso los lectores del Daily Express estaban más inclinados a burlarse del Imperio que a celebrarlo. «Big White Carstairs» en la columna Beachcomber era una caricatura aún más absurda del tipo colonial que el Coronel Blimp de David Low.

El fin de los imperios

Aunque el imperio de Estados Unidos no se manifieste en  dominios, colonias y protectorados como el británico, la percepción de dominio internacional, y los costos asociados con la sobrecarga imperial, son similares. Tanto la izquierda como la derecha en Estados Unidos ahora ridiculizan o injurian rutinariamente la idea de un proyecto imperial. «El imperio estadounidense se está desmoronando», se regodea Tom Engelhardt, periodista de The Nation. A la derecha, el economista Tyler Cowen imagina sardónicamente «cómo podría ser la caída del imperio estadounidense». Al mismo tiempo que  Cornel West, el filósofo progresista afroamericano,  ve «Black Lives Matter y la lucha contra el imperio estadounidense  [como] uno y el mismo», dos republicanos pro-Trump, Ryan James  Girdusky  y Harlan Hill, llaman a la pandemia «el último ejemplo de cómo el imperio estadounidense no tiene ropa».

La derecha todavía defiende el relato tradicional de la fundación de la república, como un rechazo del dominio colonial británico, contra los intentos de la izquierda «despierta» de reformular la historia estadounidense como principalmente una historia de esclavitud y luego segregación. Pero pocos en ambos lados del espectro político anhelan la era de hegemonía global que comenzó en la década de 1940.

En resumen, al igual que los británicos en la década de 1930, los estadounidenses en la década de 2020 se han enamorado del imperio, un hecho que los observadores chinos han notado y disfrutan. Sin embargo, el imperio permanece. Por supuesto, Estados Unidos tiene pocas colonias verdaderas: Puerto Rico y las Islas Vírgenes de los Estados Unidos en el Caribe, Guam y las Islas Marianas del Norte en el Pacífico norte, y Samoa Americana en el Pacífico sur. Para los estándares británicos, es una lista insignificante de posesiones. Sin embargo, la presencia militar estadounidense es casi tan omnipresente como lo fue la de Gran Bretaña. El personal de las fuerzas armadas estadounidenses se encuentra en más de 150 países. El número total desplegado más allá de las fronteras de los 50 estados es de alrededor de 200.000.

Por qué EE.UU. tiene unas 800 bases militares por todo el mundo? - RT

La adquisición de responsabilidades globales tan extensas no fue fácil. Pero es una ilusión creer que deshacerse de ellos será más fácil. Esta es la lección de la historia británica a la que los estadounidenses deben prestar más atención. La   decisión del presidente Joe Biden de una «retirada final» de Afganistán fue solo la última señal de un presidente estadounidense de que el país quiere reducir sus compromisos en el extranjero. Barack Obama comenzó el proceso saliendo de Irak demasiado apresuradamente y anunciando en 2013 que «Estados Unidos no es el policía del mundo». La doctrina de «Estados Unidos primero» de Donald Trump era solo una versión populista del mismo impulso: él también tenía el dolor de salir de Afganistán y sustituir los aranceles por la contrainsurgencia.

El problema, como ilustra perfectamente la debacle de este mes en Afganistán, es que la retirada del dominio mundial rara vez es un proceso pacífico. Independientemente de cómo lo exprese, anunciar que está renunciando a su guerra más larga es una admisión de derrota, y no solo a los ojos de los talibanes. China, que comparte un corto tramo de su vasta frontera terrestre con Afganistán, también está observando de cerca. También lo es Rusia, con zloradstvo—ruso para Schadenfreude. No fue una mera coincidencia que Rusia interviniera militarmente tanto en Ucrania como en Siria pocos meses después de la renuncia de Obama a ejercer como policía global.

Why is the Taliban's Kabul victory being compared to the fall of Saigon? -  BBC News

La creencia de Biden (expresada a Richard Holbrooke  en 2010) de que uno podría salir de Afganistán como Richard Nixon salió de Vietnam y «salirse con la suya» es una mala historia: la humillación de Estados Unidos en Indochina tuvo consecuencias. Envalentonó a la Unión Soviética y a sus aliados para que se hicieran problemas en otros lugares: en el sur y el este de África, en América Central y en Afganistán, que invadió en 1979. Recrear la caída de Saigón en Kabul tendrá efectos adversos comparables.

El fin del imperio estadounidense no fue difícil de prever, incluso en el apogeo de la arrogancia neoconservadora después de la invasión de Irak en 2003. Había al menos cuatro debilidades fundamentales de la posición global de Estados Unidos en ese momento, como argumenté por primera vez en Colossus: The Rise and Fall of America’s Empire (Penguin, 2004). Estas son un déficit de mano de obra (pocos estadounidenses tienen algún deseo de pasar largos períodos de tiempo en lugares como Afganistán e Irak); un déficit fiscal (véase supra); un déficit de atención (la tendencia del electorado a perder interés en cualquier a gran escala intervención después de aproximadamente cuatro años); y un déficit de historia (la renuencia de los responsables de la formulación de políticas a aprender lecciones de sus predecesores, y mucho menos de otros países).

El  imperialismo británico nunca padeció estos déficits. Otra diferencia, en muchos aspectos más profunda que el déficit fiscal, es la posición de inversión internacional neta (PIIN) negativa de los Estados Unidos, que es poco menos del -70% del PIB. Una PIIN negativa significa esencialmente que la propiedad extranjera de activos estadounidenses excede la propiedad estadounidense de activos extranjeros. Por el contrario, Gran Bretaña todavía tenía una NIIP enormemente positiva entre las guerras, a pesar de las cantidades de activos en el extranjero que se habían liquidado para financiar la Primera Guerra Mundial. Desde 1922 hasta 1936 estuvo constantemente por encima del 100% del PIB. En 1947 se redujo al 3%.

Vender la plata imperial restante (para ser precisos, obligando a los inversores británicos a vender activos en el extranjero y entregar los dólares) fue una de las formas en que Gran Bretaña pagó por la Segunda Guerra Mundial. América, el gran imperio deudor, no tiene un nido de huevo equivalente. Puede permitirse pagar el costo de mantener su posición dominante en el mundo sólo vendiendo aún más de su deuda pública a extranjeros. Esa es una base precaria para el estatus de superpotencia.

Enfrentando nuevas tormentas

El argumento de Churchill en The Gathering Storm no era que el ascenso de Alemania, Italia y Japón fuera un proceso imparable, condenando a Gran Bretaña al declive. Por el contrario, insistió en que la guerra podría haberse evitado si las democracias occidentales hubieran tomado medidas más decisivas a principios de la década de 1930. Cuando el presidente Franklin Roosevelt le preguntó cómo debería llamarse la guerra, Churchill respondió «de inmediato»: «La guerra innecesaria».

De la misma manera, no hay nada inexorable en el ascenso de China, y mucho menos en el de Rusia, mientras que todos los países menores alineados con ellos son casos de canasta económica, desde Corea del Norte hasta Venezuela. La población de China está envejeciendo aún más rápido de lo previsto; su fuerza laboral se está reduciendo. La altísima deuda del sector privado está pesando sobre el crecimiento. Su mal manejo del brote inicial de covid-19 ha perjudicado enormemente su posición internacional. También corre el riesgo de convertirse en el villano de la crisis climática, ya que no puede dejar fácilmente el hábito de quemar carbón para alimentar su industria.

Y, sin embargo, es demasiado fácil ver una secuencia de eventos que podrían conducir a otra guerra innecesaria, muy probablemente sobre Taiwán, que  Xi codicia y que Estados Unidos está (ambiguamente) comprometido a defender contra la invasión, un compromiso que carece cada vez más de credibilidad a medida que cambia el equilibrio del poder militar en el este de Asia. (La creciente vulnerabilidad de los portaaviones estadounidenses a los misiles balísticos anti-buque chinos como el DF-21D es solo un problema para que el Pentágono carece de una buena solución).

Ascenso pacífico': China busca sustituir a EEUU como superpotencia |  HISPANTV

Si la disuasión estadounidense fracasa y China apuesta por un golpe de estado, los Estados Unidos se enfrentarán a la sombría elección entre librar una guerra larga y dura—como lo hizo Gran Bretaña en 1914 y 1939— o plegarse, como sucedió en Suez en 1956.

Churchill dijo que escribió The Gathering Storm para mostrar:

cómo la malicia de los malvados se vio reforzada por la debilidad de los virtuosos; cómo la estructura y los hábitos de los Estados democráticos, a menos que estén unidos en organismos más grandes, carecen de esos elementos de persistencia y convicción que por sí solos pueden dar seguridad a las masas humildes; cómo, incluso en asuntos de autoconservación … los consejos de prudencia y moderación pueden convertirse en los principales agentes del peligro mortal… [cómo] se puede encontrar que el curso medio adoptado de los deseos de seguridad y una vida tranquila conduce directamente al ojo de buey del desastre.

Churchill terminó este libro con una de sus muchas máximas concisas: «Los hechos son mejores que los sueños». Los líderes estadounidenses en los últimos años se han vuelto demasiado aficionados a los sueños, desde la fantasía de «dominio de espectro completo» de los neoconservadores bajo George W. Bush hasta la oscura pesadilla de la «carnicería» estadounidense conjurada por Donald Trump. A medida que se reúne otra tormenta global, puede ser hora de enfrentar el hecho de que Churchill entendió demasiado bien: el fin de un imperio rara vez, o nunca, es un proceso indoloro.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Comparto este interesante ensayo del  profesor Juan F. Correa Luna, miembro de la Facultad de Derecho de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, comentando la participación de los famosos Harlem Hellfighters en la primera guerra mundial. Desconocía  que una tercera parte de los músicos de la banda de este regimiento de soldaldos negros, dirigida por  James Reese Europe, eran puertorriqueños. Entre ellos, Rafael Hernández, quien se convirtirá en uno de los más grandes compositores de la música latinoamericana.


James Reese Europe, Rafael Hernández Marín y los “Harlem Hellfighters»

Una de las unidades de combate más valerosas durante la primera guerra mundial se conoció como el Regimiento de Infantería 369 de la guardia nacional de Nueva York, mejor conocida como los “Harlem Hellfighters”. Para la primera guerra mundial el ejército de los Estados Unidos se encontraba segregado racialmente. Por ello el Regimiento 369 estaba compuesto exclusivamente por soldados afroamericanos y puertorriqueños. También contaba con una banda musical dirigida por el teniente James Reese Europe uno de los más famosos y brillantes músicos de Jazz. Reese Europe desempeñó un papel protagónico durante la época conocida como el Harlem Renacentista en Nueva York a principios del siglo pasado. A James Reese Europe se le llegó a conocer como la versión de Martin Luther King en el campo de la música. Fue el primer compositor que ofreció un concierto de música negra en el Carnegie Hall en 1912. El concierto llevó por título en inglés “A Symphony of Negro Music”. Todas las composiciones musicales fueron compuestas por músicos negros. Reese Europe respetaba la calidad musical de los compositores blancos, pero consideraba que los músicos negros no tenían que imitar a los blancos ya que tenían su propia música la cual gozaba de méritos propios y personas de todas las razas debían también tener la oportunidad de escuchar y disfrutarla. Seleccionó a cada uno de los miembros de la banda musical del regimiento 369 de infantería. Por ello no escatimó esfuerzos para allegar a los mejores músicos para su banda.

Lo que muchos no conocen es que una tercera parte de esos músicos eran puertorriqueños. Uno de ellos fue nuestro querido y reconocido compositor, a nivel mundial, Rafael Hernández Marín. Rafael Hernández fue reclutado junto a su hermano Jesús Hernández y otros 16 músicos puertorriqueños por el propio Reese Europe. Ya para ese entonces se conocía de la excelencia, talento, capacidad y profesionalismo de los músicos puertorriqueños y muy en particular la de Rafael Hernández Marín quien ya a la edad de 26 años componía música y dominaba a la perfección seis instrumentos musicales. Entre ellos: trombón, tuba, bombardino, piano, guitarra y clarinete. Rafael Hernández recibió rango de Sargento y fue asistente de Reese Europe en la banda del Regimiento 369.

Al igual que los soldados afroamericanos que le precedieron en la guerra civil y los soldados afroamericanos que le sucedieron hasta el presente, los soldados afroamericanos y puertorriqueños en la primera guerra mundial pelearon en guerras por un país y un gobierno que rehusó y todavía rehúsa reconocerles como iguales en dignidad y derechos. La oficialidad del ejército norteamericano no quería reconocer la capacidad de los afroamericanos y puertorriqueños para pelear en el frente de guerra durante la primera guerra mundial y tampoco favorecía que se mezclaran con los soldados blancos. De ahí que fueran segregados y relegados a tareas de servicios de apoyo. La unidad 369 de Nueva York fue enviada al estado de Carolina del Sur, uno de los estados más racistas para la época y donde los soldados recibirían un adiestramiento deficiente ya que no contaban con el equipo ni los recursos necesarios para el adiestramiento militar. Durante su entrenamiento fueron víctimas de muchos ataques físicos y abusos verbales raciales. Muchos soldados afroamericanos al igual que Reese Europe consideraban que era importante que se les diera la oportunidad para participar en la guerra a fin de demostrarles a los blancos y al gobierno que los soldados negros eran igualmente capaces de defender a su país con valentía y heroísmo. Veían su participación como una oportunidad para educar a los blancos y en el proceso lograr que se les reconocieran a plenitud sus derechos como ciudadanos. A pesar de sus esfuerzos se les negó su participación junto al ejercito norteamericano en el frente de guerra.

La oficialidad militar prefirió enviarle el regimiento 369 a Francia para que estuviera bajo la dirección del gobierno y el cuerpo militar francés no sin antes advertirle que no debían confiar en estos soldados ya que no los consideraban capaces de combatir y de realizar otras tareas importantes durante la guerra. Una carta del Coronel Linard de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense (AEF) al cuartel militar francés resume las tensiones raciales entre negros y blancos en el momento en que Estados Unidos entró en la guerra:

“… Los aproximadamente 15 millones de negros en los Estados Unidos presentan una amenaza de mestizaje racial a menos que se mantenga a negros y blancos estrictamente separados [Por lo tanto,] los franceses no deberían comer con ellos, ni estrecharles la mano, ni visitarlos ni conversar, excepto cuando sea requerido por asuntos militares.”

Se dice que a los franceses les consternó las advertencias racistas de los norteamericanos y aunque ellos también tenían su cuota de abusos raciales en sus colonias como lo fue el caso de Argelia, necesitaban desesperadamente soldados para combatir en el frente de guerra, así que aceptaron al regimiento 369 y decidieron no hacerle caso a la oficialidad militar norteamericana. De inmediato incorporaron a sus unidades de combate a los soldados afroamericanos y puertorriqueños. El gobierno norteamericano solo les proveyó uniformes a los soldados del regimiento 369. Los franceses les tuvieron que suplir las armas que utilizaron durante la guerra, municiones, cascos, cinturones y alimentos.

Reese Europe quien además de ser el director de la banda ocupo el rango de teniente llegaría a decir un poco en broma, pero consiente de la posibilidad de que ocurriese, lo siguiente:

“He estado pensando que si capturan a uno de mis puertorriqueños con el uniforme de un regimiento francés de Normandía y este hombre negro les dice en español que es un soldado estadounidense en Nueva York del Regimiento de la Guardia Nacional, el dolor de cabeza que le provocara al departamento de inteligencia alemán tratar de entender esa realidad”.

Antes de ser embarcadas los regimientos militares estadounidenses a Europa, se decidió realizar un festival y una marcha de despedida a los soldados. La división militar denominada el Rainbow Division o Division Arcoiris en español, estaba compuesta por varias unidades de la guardia nacional provenientes de unos 24 de estados. Las unidades marcharían por toda la 5ta avenida de la ciudad de Nueva York. Sin embargo, le fue denegada la participación a la banda musical dirigida por Reese Europe y a todos los demás soldados del Regimiento 369. Los oficiales militares a cargo del evento expresaron los motivos de su rechazo diciendo que “el color negro no se encontraba entre los colores del arcoíris”. Aunque no les permitieron tocar ni participar en el evento de Nueva York a su llegada al muelle francés, los soldados de la banda musical del Regimiento 369 sorprendieron y deleitaron a los soldados y civiles franceses con una versión impecable de la Marsellesa en Jazz.

La valentía y heroísmo desplegado en el frente de combate durante la primera guerra mundial por todos los miembros del Regimiento de infantería 369 a quienes se dice que los propios alemanes le dieron el nombre de los “Harlem Hellfighters” o Luchadores Infernales de Harlem y los franceses le llamaran “Los Hombres de Bronce” por su valor y heroísmo, le mereció a cada uno, el más alto honor otorgado por el gobierno francés y su presidente, la medalla de la Cruz de Guerra. Estuvieron destacados en el frente de guerra por más de 191 días, más que ninguna a otra unidad militar americana. Nunca retrocedieron en sus incursiones en terreno enemigo y nunca permitieron que los alemanes tomaran como prisionero a uno de sus soldados.

Las proezas, el valor y la disciplina demostrada en el frente de guerra no fue el único legado de importancia que dejo el Regimiento 369 durante la primera guerra mundial, algunos historiadores han expresado, que la destreza en el campo de batalla del regimiento 369 fue casi eclipsada por su contribución a la música, ya que a la banda musical del Regimiento 369 de los “Harlem Hellfighters” compuesta por una selección de los mejores músicos de jazz de Harlem y Puerto Rico, también se le atribuyó la singular proeza de haber exportado por vez primera, la música jazz, por toda Europa. Sus presentaciones en teatros, calles, plazas, muelles y otros espacios públicos no solo levantó la moral de los soldados, expuso además a la población civil y las clases trabajadoras a una experiencia musical memorable.

Finalizada la guerra, la ciudad de Nueva York les recibió con un gran desfile a lo largo de la 5ta Avenida. Un honor que les fue denegado, por motivos raciales, cuando partieron hacia Europa. A pesar de ello la celebración no duró mucho ya que como muy bien expresara el escritor norteamericano Max Brooks: “Regresaron a casa en los momentos de mayor violencia racial en la historia de los Estados Unidos, el verano rojo de 1919”. Lo que se conoció como el verano rojo fue el periodo comprendido entre fines del invierno y principios del otoño de 1919 durante el cual grupos supremacistas blancos desataron una de las peores oleadas de asesinatos, linchamientos, violencia y ataques terroristas contra los afroamericanos en más de tres docenas de ciudades de los Estados Unidos.

Rafael Hernández Marín al igual que su hermano Jesús y los demás soldados puertorriqueños recibieron los reconocimientos otorgados por el gobierno francés y la Cruz de Guerra por su alto heroísmo y valor durante la guerra. Rafael fue dado de baja honorablemente como soldado y desempeñó un rol destacado en la banda musical del Regimiento 369 como Trombonista y asistente del propio Reese Europe. A su regreso a Nueva York participó de las grabaciones de Jazz con la orquesta de Reese Europe. Se ha dicho que muchas de sus composiciones y arreglos musicales como El Cumbanchero y Cachita reflejan cómo fue influenciado por el sonido del “big band” que era típico de las bandas de jazz. Rafael Hernández ha sido y es considerado uno de los más grandes compositores a nivel mundial superando en composiciones musicales, con más de 2000, a otros gigantes compositores latinoamericanos de su época, como lo fueron Agustín Lara de Méjico y Ernesto Lecuona de Cuba.

El discrimen racial que observó y vivió como puertorriqueño y negro en los Estados Unidos y como soldado durante la primera guerra mundial lo llevaron también, al igual que a Don Pedro Albizu Campos a denunciar y criticar el gobierno norteamericano y al estado de sujeción y control colonial de la isla por parte de los Estados Unidos. En 1932 escribió y compuso “Mi Patria Tiembla”. La canción interpretada por Davilita y el trío Borinquen dice que Puerto Rico tiembla porque los nobles patriotas que yacen en sus tumbas al serles imposible salir de su morada para defender la isla de las infamias y tiranías que se cometen contra ella, se rebelan y se agitan en sus tumbas provocando que la Patria tiemble. La letra finaliza expresando que es preferible que Puerto Rico se hunda y se la trague el mar antes de verla esclava.

En 1937 en una de sus más reconocidas y famosas composiciones musicales, “Preciosa”, describe a los Estados Unidos como un tirano que trata a Puerto Rico con negra maldad. Rafael estaba muy claro de que esa maldad siempre provino del blanco americano. Unos años después se dice que Muñoz Marín, le llegaría a pedir que bajara el tono antiamericano en ‘Preciosa’. Sugiriéndosele incluso cambiar la frase “no importa el tirano te trate” por la frase “no importa el destino te trate”. Al final Rafael no cedió ante las presiones que se le hicieron y el tirano americano se quedó como lo que es y ha sido siempre un Tirano. No fue casual que Rafael Hernández decidiera inmortalizar el final de la canción con la frase que más emociona y agita los corazones a todo puertorriqueño y puertorriqueña que la escucha y canta: “Preciosa te llaman los hijos de la libertad”.

Referencias:

Martínez , E (Spring – Summer 2014). Rafael Hernández and the Harlem HellfightersVoices; The Journal of New York Folklore, Volume 40: 1–2: https://nyfolklore.org/wp-content/uploads/Voices-2014a.pdf

 Trickey, E (May 2018): One Hundred Years Ago, the Harlem Hellfighters Bravely Led the U.S. Into WWI; , Smithsonian Magazine https://www.smithsonianmag.com/history/one-hundred-years-ago-harlem-hellfighters-bravely-led-us-wwi-180968977/

Brooks M: Harlem Hellfifhters Broadway Books (2014)

Basilio, S. (April 2019) Boricua Pioneer, Rafael Hernández Revista Digital Jazz DeLa:https://jazzdelapena.com/puerto-rico-project/boricua-pioneer-rafael-hernandez/

Moskowitz, D.(June 2020) Jazzman James Reese Europe Taught White America How to SwingHistory net.com : https://www.historynet.com/jazzman-james-reese-europe-taught-white-america-how-to-swing.htm

Hernández R. (1932) Mi Patria Tiembla,, Interpretada por Trio Borinquen; Davilita /Mario Hernandez : https://www.youtube.com/watch?v=WEwh_Rqg5-s


 

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 The Surprising Evidence hat Woodrow Wilson Was Suffering from a Brain Malfunction Before the Stroke that Crippled Him

Richard Striner

HNN   June 15, 2014

This is part three of a three-part series distilling the thesis of Richard Striner’s new book, Woodrow Wilson and World War One: A Burden Too Great to Bear, published by Rowman & Littlefield in April 2014. (Click here for Part 1 and here for Part 2.) Mr. Striner is a professor of history at Washington College. His other books include Father Abraham: Lincoln’s Relentless Struggle to End Slavery and Lincoln’s Way: How Six Great Presidents Created American Power.   – See more at: http://hnn.us/article/155787#sthash.W5bIvaw3.dpuf

 

Almost everyone who knows anything about Woodrow Wilson agrees he was a tragic figure. But the admirers and detractors of Wilson have differed sharply down the years as to whether Wilson’s tragedy was essentially his own fault. One critical fact about the tragedy was obviously not his fault: the stroke that he suffered on October 2, 1919. And due to the underlying condition of arteriosclerosis (diagnosed as early as 1906), distinguished medical observers have theorized that Wilson suffered from a progressive cerebro-vascular deterioration resulting in episodic dementia as early as 1917.

As one studies the historical record in detail — a record set forth in magnificent abundance by the editorial team led by the late Arthur S. Link that produced the 69-volume Papers of Woodrow Wilson — there is much to support the belief that he was hampered by his medical condition.

Wilson’s judgment seemed grossly impaired by the war years. He was extraordinarily petulant and irrational by 1918, and contemporaneous observers who were in a position to know commented often on his strange and quirky ways.

In 1919, Wilson’s pre-existing medical and mental conditions arguably led to a breakdown months before his paralytic stroke, which occurred on October 2. The nature of this breakdown could be seen as early as February, in a series of words and actions that prefigured his behavior of November and December, at which point he was clearly out of his mind.

When Wilson sailed to Europe aboard the USS George Washington, he had — typically — no substantive strategy for preventing the kind of vindictive peace that he had warned against in his 1917 “Peace Without Victory” speech. One of the advisers recruited for the U.S. peace delegation, Yale historian Charles Seymour, recalled that Wilson turned to him during the voyage and asked, “What means, Mr. Seymour, can be utilized to bring pressure upon these people in the interest of justice?” It was very late indeed for Wilson to be thinking in these terms, especially after the many missed opportunities in 1917 and 1918 to build the political pre-conditions for “peace without victory.”

John Maynard Keynes, at that time serving as an adviser to David Lloyd George, argued in his best-selling book The Economic Consequences of the Peace that Wilson could have come to Europe with a formidable basis for pressuring the allies. Keynes wrote that “Europe was in complete dependence on the food supplies of the United States; and financially she was even more absolutely at their mercy. Europe not only already owed the United States more than she could pay; but only a large measure of further assistance could save her from starvation and bankruptcy.” Referring to Wilson, Keynes wrote that “never had a philosopher held such weapons wherewith to bind the princes of this world.”

If Wilson had explored the possibility of offering a debt moratorium to the allies, the reparations that the British and the French would inflict upon the Germans might have been far less severe. But Wilson never seriously considered that option in 1918 or 1919, as the historical record demonstrates.

The negotiations over reparations and territorial settlements were grueling, but Wilson consoled himself with the fact that the League of Nations won general approval at the Paris Peace Conference in January, though the task of hammering out the details of its overall plan and structure was difficult. Wilson returned briefly to the United States in late February to sign legislation that the lame-duck Congress had passed in its final session. Here was an opportunity to test and adjust the domestic politics regarding both the League and the overall treaty.

Wilson’s behavior in February and early March shows clearly that a mental breakdown was beginning. Some of his behavior, to be sure, was quintessentially Wilsonian: his proclamations, for instance, that pure idealism had won the war and that power politics had nothing to do with the outcome were symptomatic of the escapism that was intermittently a factor in his thinking. In Boston, he delivered the following incantation: “In the name of the people of the United States I have uttered as the objects of this great war ideals, and nothing but ideals, and the war has been won by that inspiration.” He had engaged in this sort of hyperbole many times and it had rendered him largely incapable of strategic thinking since the war began. But some other episodes during this visit showed a new and shocking deterioration.

At the suggestion of Col. House, he sponsored a dinner at the White House to explain the preliminary terms of the League covenant to select members of Congress. The results of this meeting showed clearly that the League was in trouble on Capitol Hill. Several worried Democrats suggested that Republican feedback should supply the basis for revisions that Wilson could bring with him when he returned to Paris. But Wilson refused to consider this.

Two days later, Henry Cabot Lodge made a powerful and persuasive speech on the floor of the Senate denouncing the preliminary structure of the League. Wilson’s response was appallingly simple: he threw a public temper tantrum. In remarks at a meeting of the Democratic National Committee, he proclaimed that all who opposed the preliminary plans for the League were imbeciles. Listen to him: “Of all the blind and little provincial people, they are the littlest and most contemptible . . . . They have not even got good working imitations of minds. They remind me of a man with a head that is not a head but is just a knot providentially put there to keep him from raveling out . . . . They are going to have the most conspicuously contemptible names in history. The gibbets that they are going to be erected on by future historians will scrape the heavens, they will be so high.”

Just before Wilson returned to Paris, Lodge circulated in the Senate a document in which the signatories declared that they would under no circumstances vote for the League in its existing form. Lodge obtained more than enough signatures to show Wilson he was beaten unless he made revisions to the League.

Wilson did so when he returned to Paris, and these new deliberations were as grueling as the earlier ones had been. But Wilson refused to have any contact with Lodge and his supporters, which meant that all of his work was a waste of time, for Lodge was engaging in a simple game of payback, an exercise for the fun of it to make Wilson humble himself and give Republicans a “piece of the action.” Surely at some level Wilson sensed what was going on, but his vanity, his stubbornness, and his indignation were becoming more severe.

Wilson’s signature in 1913

 

 

His health began to give way in recurrent bouts of illness. But something drastic seemed to happen to him on April 28 — something that did not come to light until many years later, when historian Arthur S. Link was editing the Wilson documents from 1919. Let Link and his editorial colleagues tell the story: “It became obvious to us while going through the documents from late April to about mid-May 1919 that Wilson was undergoing some kind of a crisis in his health . . . . Whatever happened to Wilson seems to have occurred when he was signing letters in the morning of April 28” when his handwriting changed and became almost bizarre.

Wilson’s signature in spring 1919

 

The editors continue: “Wilson’s handwriting continued to deteriorate even further. It grew increasingly awkward, was more and more heavily inked, and became almost grotesque.” Link summoned some medical specialists who told him that in their own opinion there was simply no doubt about it: Wilson had suffered a stroke on the morning of April 28.

And then he threw away yet another opportunity to strike a blow for “peace without victory.” When the terms of the Versailles treaty were made public there was widespread outrage regarding their severity. David Lloyd George, the British prime minister, was stricken, and he called the British delegation together on June 1. Their decision was unanimous: the terms of the treaty should be softened.

But when Wilson was approached, he declared that the severe terms were perfectly appropriate. According to one account, he proclaimed that “if the Germans won’t sign the treaty as we have written it, then we must renew the war.”

When he returned to the United States, his mental decline proceeded rapidly. He seemed to be more and more convinced that a religious drama was being enacted, a drama that he could understand more than others. When he presented the treaty to the Senate on July 10, he declared that “the stage is set, the destiny disclosed. It has come about by no plan of our conceiving, but by the hand of God who led us into this way. We cannot turn back. We can only go forward, with lifted eyes and freshened spirit, to follow the vision.” A Democrat, Senator Henry Fountain Ashurst, reacted to the speech as follows: “Wilson’s speech was as if the head of a great Corporation, after committing his company to enormous undertakings, when called upon to render a statement as to the meanings and extent of the obligations he had incurred, should arise before the Board of Directors and tonefully read Longfellow’s Psalm of Life.” Republican responses to the speech were even less charitable.

In August Wilson came to his senses and began to engage in discussions with congressional opponents, including some Republicans known as “mild reservationists” who supported the treaty but insisted on some clarifications to the League covenant, especially in regard to the issue of military force. But on August 11, his mood changed abruptly, and he made his fateful decision to appeal to the American people on a speaking tour that would take him to the West Coast and back.

Before he left, however, he made a significant (if private) concession: he gave his preliminary assent to some secret text for a possible “reservation” to the League covenant that was drafted by Democratic Senator Gilbert Hitchcock.

The speaking tour broke his health permanently, and after falling ill in Pueblo, Colorado, he returned to Washington, where the paralytic stroke occurred on October 2. After a medical team diagnosed the stroke, Wilson’s wife made the very bad decision to conceal the diagnosis from the public. Wilson could and should have been relieved of his presidential duties. As an invalid who had suffered a severe brain injury, he became more irrational and petulant than ever before.

The preliminary showdown in Congress over the Versailles treaty and its League covenant happened in November. Lodge had drafted a series of reservations, the most important of which concerned Article 10, which pertained to collective security and the use of military force under League auspices. Lodge’s text was negative and grudging: it declared that the United States would never participate in collective security actions as recommended by the League unless Congress approved through its constitutional prerogative to declare war. As Arthur Link noted years ago, the Lodge reservation was essentially the same as the Hitchcock reservation that Wilson had secretly approved, though the tone of Lodge’s reservation was of course nasty and negative. But both of them said essentially the same thing: the United States could never be drawn into war against the opposition of the people’s elected representatives.

Wilson, however, was convinced that the Lodge reservation “cuts the very heart out of the treaty.” A caucus of Democratic senators had voted to obey the president’s wishes, so bipartisan discussions with Republican “mild reservationists” were called off. The treaty went down to defeat on November 19.

The reaction was one of bipartisan shock, especially with Republicans such as former President William Howard Taft, who supported the League and who declared that the Lodge reservation “does not modify the original article nearly so much as a good many people have supposed it did.”

So bipartisan discussions resumed in January 1920. Success was approaching as more and more Democrats rebelled against Wilson’s delusional position. Wilson ranted that he would never tolerate “disloyalty,” and he did his best to use party discipline to force recalcitrant Democrats into line. When the treaty was considered again on March 19, twenty-two Democrats broke with Wilson and voted for the treaty with the Lodge reservations attached. But that was seven votes shy of the necessary two-thirds majority. The treaty of Versailles was rejected once and for all on that spring day in 1920. And the blame must be placed where it belongs: at the bedside of Woodrow Wilson.

In the opinion of John Milton Cooper, Jr., one of Wilson’s greatest admirers among academic historians, “in the first three months of 1920” Wilson seemed to be in the grip of “mental instability, if not insanity . . . . He should not have remained in office.”

As this series has attempted to argue — and as my book Woodrow Wilson and World War I: A Burden Too Great to Bear seeks to demonstrate at length — the catastrophe of Wilson’s wartime leadership started long before his madness. For a long time, qualified medical observers have theorized that Wilson suffered from a cerebro-vascular condition that warped his judgment for several years before the stroke. To the extent that these theories are justified, Wilson was not to blame for the blunders and follies that characterized his behavior during World War I. On the other hand, if his mistakes — especially his earlier mistakes when his mind was more lucid, the mistakes that resulted from aversion to strategic thinking — sprang from character flaws that can afflict any one of us, the judgment of history must be severe.

But one thing seems certain to me after studying the record in detail: Woodrow Wilson was not the right leader for the United States during World War I.

 Richard Striner (Washington College) is a historian focused on political and presidential history.

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Woodrow Wilson’s Four Mistakes in the Early Years of World War I 

HNN  June 1, 2014

This is part one of a three-part series distilling the thesis of Richard Striner’s new book, Woodrow Wilson and World War One: A Burden Too Great to Bear, published by Rowman & Littlefield in April 2014.  Mr. Striner is a professor of history at Washington College. His other books include Father Abraham: Lincoln’s Relentless Struggle to End Slavery and Lincoln’s Way: How Six Great Presidents Created American Power 

 

Wilson addressing the U.S. Congress, April 8, 1913

Wilson addressing the U.S. Congress, April 8, 1913

The case can be made that Woodrow Wilson made some profound mistakes when World War I broke out in the summer of 1914. He made four particularly bad mistakes, and he admitted to one of them later: he refused to listen to people like Theodore Roosevelt who argued at the time that the United States should build up its military power to be ready for future contingencies.

The second mistake was understandable and pardonable in its early phases: he envisioned himself as a peace-maker who could end the war through mediation. He offered his services to the belligerents during the first month of the war. This was of course a noble gesture, but the casualties in the first few months of the war —— hundreds of thousands dead by the end of 1914 —— would make the prospect for peace in the years that followed an empty hope. As the fortunes of war veered back and forth, the leaders of the side that was losing would naturally be receptive to the idea of a cease-fire through which they could contain their losses. But the leaders of the side that was winning would of course be motivated to press their advantage, redeeming all the sacrifice and death through total victory. More than one observer in the war years regarded the leaders of the allied and central powers as akin to so many Macbeths, “in blood stept in so far that should I wade no more, returning were as tedious as go o’er.” Even the most gifted of political strategists would probably have found it impossible during these years to bring the leaders of both sides to the peace table.

But Wilson clung stubbornly to the illusion that he could end the war through a single magnificent gesture. And that illusion was abetted by the man who during most of the war years served as Wilson’s closest confidante —— and, appallingly, who served at times his sole adviser on issues of war and foreign policy —— Col. Edward M. House. House was a flatterer who reveled in the thrill of making history behind the scenes. At times he was capable of giving shrewd advice, but he also worsened some of Wilson’s worst delusions. On September 18, 1914, he told Wilson that “the world expects you to play the big part in this tragedy, and so indeed you will, for God has given you the power to see things as they are.”

155786-WWilsonJacketThe third mistake that Wilson made in the first year of the war was his failure to engage in bipartisan consultations on issues of war and peace. Wilson’s own party was profoundly anti-interventionist during these years. As a consequence, contingency planning for the possible use of force would have been enhanced by quiet behind-the-scenes consultations with Republicans like Theodore Roosevelt and Henry Cabot Lodge. But instead of cultivating such men, Wilson antagonized them.

All through 1915 —— the year of the Lusitania sinking when the Germans commenced their submarine campaign against allied shipping —— Wilson was motivated first and last by his hope of acting as a mediator. In a speech in Indianapolis, Wilson asked the following rhetorical question: “Do you not think it likely that the world will some time turn to America and say: ‘You were right, and we were wrong. You kept your heads when we lost ours; you tried to keep the scale from tipping, but we threw the whole weight of arms in one side of the scale. Now, in your self-possession, in your coolness, in your strength, may we not turn to you for counsel and assistance?’”

But even as Wilson strove to maintain impeccable neutrality, he was complicit in American policies that “tipped the scale” of the wartime power balance. For American firms began selling weapons and munitions, and only one of the two sides could purchase the arms. The German high seas fleet was bottled up in the North Sea, unable to escort German freighters across the Atlantic. But the British Royal Navy was supreme in the Atlantic sea lanes —— except for the fact that the Germans were able to send their submarines hunting for British freighters. To reduce the risk of interruptions to the wartime shipping, the British started to ship arms and weapons in the holds of passenger liners like the Lusitania. And the Germans knew it. American civilians were travelling on these liners.

Wilson had a number of options for confronting this oceanic peril. One was the option of banning the sale of arms and munitions to nations at war —— the sort of thing that the isolationist Neutrality Act of 1935 was crafted to achieve a generation later. A bill introduced by Rep. Richard Bartholdt proposed to ban the sale of arms and munitions, but Wilson opposed it. Another option was proposed by Wilson’s first secretary of state, William Jennings Bryan: warning Americans not to travel on British passenger vessels or advising them that they did so at their own risk. Wilson opposed this policy as well. And this, it could be argued, was his fourth major mistake.

He was committed to upholding every single neutral right that the United States and its citizens possessed. If international law permitted the sale of arms, then Americans had to make vigorous use of that right. If international law permitted American civilians to travel the seas unmolested, that right must be exercised as well to the fullest extent possible. Wilson’s attitude was so rigid that Bryan resigned as secretary of state. Wilson replaced him with Robert Lansing, a state department official whom Wilson promoted. But Wilson had no respect for Lansing, and he continued to use House as his paramount adviser.

Why was Wilson’s attitude in these matters so legalistic? Because —— far-fetched though the proposition might appear —— he had convinced himself that to have any hope of ending the war through mediation, the United States had to prove itself impeccably neutral, and the only way to prove this was to insist upon every single jot and tittle of neutral rights under international law. He wrote to Walter Hines Page, the American ambassador to Great Britain, as follows: “If we are to remain neutral and to afford Europe the legitimate assistance possible in such circumstances, the course we have been pursuing is the absolutely necessary course.” And the course he had been pursuing, he explained, was to do “everything that it is possible to do to define and defend neutral rights.”

And so instead of pulling the United States out of harm’s way —— instead of preventing American policy from being held hostage by heedless citizens who chose to put themselves in peril —— Wilson warned the Germans he would hold them to “strict accountability.” But how did he mean to enforce this threat? Realizing by summer 1915 that his previous opposition to preparedness had stripped him of leverage, he instructed his secretary of the navy and his secretary of war to draft preparedness legislation.

This was a wise thing to do under the circumstances, and Wilson —— in one of his better moments —— admitted in a speaking tour that he made on behalf of his preparedness program in January 1916 that his previous opposition to preparedness had been a mistake. But the task of pushing this legislation through Congress proved arduous because of opposition from Wilson’s own party. The politics of election year 1916, when Democratic speakers touted the claim that their party and its leader had “kept us out of war” made the task even harder. By the time the legislation went into effect in the autumn of 1916, only half a year of peace remained for the United States. Wilson’s delay in preparedness planning would rob him of critical leverage with the allies on the issue of war aims in 1917 and 1918. The lead time necessary for mobilization was considerable. And he would not be able to deliver the troops when the British and French needed them.

In the meantime, Wilson continued to promote himself as a mediator. In the winter of 1915-1916, he and House had pursued a strategy of demanding that both sides declare themselves ready for peace talks at the risk that America would help the enemies of whichever side refused first. House enthused in a message to Wilson that “a great opportunity is yours, my friend, the greatest perhaps that has ever come to any man.”

This initiative led to an early but meaningless agreement with the British foreign minister —— meaningless because events overtook it right away and the process led nowhere. Various details of these negotiations were botched to an extent that prompted Wilson scholar Arthur S. Link to describe the results as demonstrating “the immaturity and inherent confusion of the President’s policies.”

Repeatedly in 1916 he spoke about the providential role that he and the American people were destined to play in world history. “What Europe is beginning to realize,” he claimed in one speech, “is that we are saving ourselves for something greater that is to come. We are saving ourselves in order that we may unite in that final league of nations . . . which must, in the providence of God, come into the world.”

Wilson’s intense Christian piety —— he was the son of a Presbyterian minister —— was not unusual in his own time or (for that matter) in our own. But Wilson’s piety was perhaps quite unusual in its millennial expectations. More and more, as America was drawn into the maelstrom of war, Wilson expressed his belief that the providence of God was about to usher in the great peace foretold in Isaiah, and with divine providence guiding events in this way, there was little need for presidential strategy. God would make it all happen in the end.

And so it was that Wilson proceeded to ignore —— or throw away —— a long series of opportunities when strategic thinking and contingency planning might have given him a real opportunity to shape the flow of events, and especially so when it came to the war aims of the allies. It was beautiful ideals expressed in beautiful words that would turn the tide of war, Wilson thought.

He was pre-positioning the American people for a colossal and catastrophic let-down.

Richard Striner is a writer and historian whose books and articles have covered political and presidential history, literature, economics, film, architecture, and historic preservation.

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The Cartoon that Made People Scare to Go War in 1914

 Charles F. Howlett

HNN   May 1i, 2014

Historians, journalists, and leading political figures are now commemorating the one hundredth anniversary marking the beginning of World War 1. At the time of this tragic event it was called the Great War and would be referred to in history textbooks as such for a mere twenty-one years after its conclusion. Sadly, the world experienced another global conflict starting in 1939 and the Great War became World War 1.

At the time armed conflict began in August 1914, it was considered the Great War because it was total and its impact felt worldwide. Primarily, in the low countries of Western Europe and France fierce battles were waged marked by trench warfare so graphically depicted by German soldier Eric Remarque’s powerful work All Quiet on the Western Front and visually displayed in the 1939 movie of the same name starring American actor Lew Ayers; Ayers, by the way, though classified as a conscientious objector, served as my dad’s Army combat medic in the Philippines in 1944-45. Battles were also fought on the high seas, principally in the North Atlantic where the submarine came to symbolize a new twist to conventional warfare, abandoning all forms of civility with respect to terms of engagement. There were also large cannons capable of launching shells twenty-plus miles, mechanized tanks, battleships, which the Germans proudly referred to as dreadnoughts, and worst of all, mustard gas. Indeed, over the course of four years, Europe, America, and parts of the decaying Ottoman Empire were thrust into the worst war civilization had ever encountered. It was a game changer and by the time it was over, November 11, 1918, at least 8.5 million combatants were killed and many more wounded, untold numbers of civilians died, whole empires were destroyed, and societies were devastated by modern technological warfare. Physical, moral, and psychological shock reverberated throughout the European continent and elsewhere.

No one could have predicted how catastrophic it would be. But at the start of hostilities when Germany officially invaded Belgium on August 4, 1917, bringing Great Britain into the war on the side of France and Russia, a cartoonist by the name of John Tinney McCutcheon burst upon the scene in an effort to capture the realities of the time. He would not disappoint as his vivid imagination and poignant realism gave instant credibility to the popularity of wartime cartoons as a serious form of journalism. Indeed, other cartoonists such as J.N. Ding (Jay Norwood Darling), James Harrison “Hal” Donahey, and Edwin Marcus would follow suit as they, too, used their artistic talents to depict the costs of war.

But it was McCutcheon who got the ball rolling. He was certainly an interesting and dynamic person who loved the thrill of adventure; he went where the story was, regardless of the dangers involved. He was born on an Indiana farm in 1870, but destined to travel worldwide. At the age of sixteen he entered Purdue University, switching majors from mechanical engineering to industrial arts because he hated math. He chose wisely as his skills as a graphic artist would eventually garner him a Pulitzer Prize in 1931 for his cartoon, “A Wise Economist Asks a Question.” He worked for the Chicago Tribune for forty years, entertaining thousands of readers each day as his cartoons appeared on the front page just above the fold. But none would have as much long lasting impact as the one that was published on August 7, 1914.

It was while he was working for the Chicago Tribune covering the political turmoil in Mexico, where he also met Pancho Villa and drew a cartoon of this Mexican revolutionary sitting at a table with a pistol laying on top, that war officially broke out in Europe. McCutcheon, the adventurer, promptly left Mexico for Chicago to obtain correspondent credentials. While awaiting a ship bound for England to cover the hostilities—he was one of only four American newspapermen to be on-the-scene reporters at the war’s beginning and would make two others trips, one riding in a French warplane that was shot at by the Germans—he sketched five noted war cartoons capturing his feelings about the European conflict. One stood out. He succinctly titled it “The Colors.”

The cartoon quickly captured the attention of a wide readership not only among Tribune subscribers but also among readers throughout the country. His cartoon was widely distributed and supporters of peace relied upon it to call attention to the dangers of war. Peace activists were moved by the depictions of McCutcheon’s cartoon. It provided anti-preparedness advocates with a simple, yet powerful, message that the burden of war is shouldered by all. “The Colors” also inspired a later effort by the newly-established Woman’s Peace Party to display its own “War Against War” exhibit, replete with peace/antiwar cartoons, attracting thousands of visitors in May 1916 in cities across the United States. In 1919, moreover, when George J. Hecht published his The War in Cartoons: A History of the War in 100 cartoons by 27 of the most prominent American Cartoonists, he promptly took notice of McCutcheon’s “The Colors.” It remains one of the most famous antiwar cartoons of all time.

When it first appeared no one, not even McCutcheon, could have guessed how influential it would become. But at the top of the first page in The Chicago Tribune on August 7, readers were instantaneously focused on a simple, yet compelling, cartoon with four panels. As readers gazed at each panel they were suddenly drawn to the words below each one: “Gold and green are the fields in peace”; “Red are the fields in war”; “Black are the fields when the cannons cease”; “And white forevermore.”

Each line takes on even greater significance when attached to the picture above. Readers are first drawn to a harvest of peaceful abundance as a farmer tills his soil while bundling his wheat. Then reality sets in as the field is littered with dead soldiers and smoke billowing upward from exploding cannon shells. In the aftermath of the battle are the mourners, grieving at the loss of so many innocent lives. Finally, one is led to white gravestones marking the place where the soldiers died. All the while three of four trees remain intact—nothing goes unscathed from war’s wrath—as witness to the tragic events that just took place, yet symbols of survival and future hope. Civilization must press on. His words, coupled with such powerful images, highlight the somber significance of war’s real impact on life.

And so, we have “The Colors.”

One hundred years later as we reflect on McCutcheon’s words and images in “The Colors,” we should be reminded, as the eminent peace historian Lawrence Wittner points out, that in the past century wars led to the deaths of over a hundred million people, and today, we live in a world armed with some 17,000 nuclear weapons. Many additional lives continue to be lost in the present century due to ongoing internal fighting and external war. Sadly, “the colors” haven’t changed.

This is the black and white version readers saw in the Chicago Tribune:


 Charles F. Howlett is a Professor in the Education Division’s Graduate Programs at Molloy College. He has authored, co-authored, and co-edited books numerous book in American history and education, including the forthcoming Antiwar Dissent and Peace Activism in World War I America with Scott Bennett. He will be presenting a talk, “Images of Peace Activism in World War 1,” at the First World War Conference in October at Georgian Court University in New Jersey.

 

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