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Posts Tagged ‘Corrupción’

En este breve ensayo, Robert Reich hace una comparación muy atinada entre  las actitudes e ideas que predominan entre  la oligarquía y la clase política estadounidenses actuales, con la de sus homólogos de un periodo de la historia estadounidenses conocida como la Gilded Age.

Finalizadas la guerra civil  y la reconstrucción del Sur, la sociedad estadounidense experimentó importantes cambios económicos y sociales. Este periodo que se extendió hasta las primeras décadas del siglo Siglo XX, fue bautizado por el escritor Mark Twain como la Gilded Age. Durante este etapa, la agricultura se mecanizó convirtiendo a los Estados Unidos en una potencia agrícola mundial. Sin embargo, los granjeros terminaron siendo víctimas de su éxito, afectados severamente por la caída de los precios de sus productos, sus deudas y su dependencia en los ferrocarriles. Su respuesta fue organizarse en alianzas regionales y fundar un partido político. La manufactura creció hasta convertir al país en una potencia industrial. Con la industrialización surgió una un clase media pujante y una numerosa clase trabajadora, que se organizó sindicalmente para reclamar mejores salarios y condiciones de trabajo.

El crecimiento económico dio vida a una fuerte e influyente oligarquía. Los empresarios   explicaron su éxito personal como el resultado del trabajo duro y la persistencia, y convirtieron esas características en los principios de una nueva religiosidad basada en la búsqueda de riqueza.  El llamado “evangelio de la riqueza” fue usado para justificar los excesos de los empresarios norteamericanos que la industrialización dio vida: corrupción, individualismo, materialismo, superficialidad, egoísmo, etc.  Como bien señala Reich, las ideas de Charles Darwin sobre la evolución de las especies sirvieron para justificar  la acumulación de la riqueza, la desigualdad y la explotación. Es así como surge el llamado darwinismo social, asociado a la figura del pensador inglés Herbert Spencer, quien aplicó de forma casi mecánica las ideas expuestas por Darwin en su clásico libro On the Origin of the Species (1859). Según los defensores del darwinismo social, las relaciones entre los seres humanos estaban determinadas por la competencia y la “supervivencia del más apto”.

El profeta del darwinismo social en Estados Unidos fue el profesor William Graham Sumner de la Universidad de Harvard, quien en 1883 escribió un libro titulado What Social Classes Owe Each Other, alegando que sólo un pequeño grupo de seres humanos era capaz de superar los placeres personales y producir el capital necesario para movilizar la economía. Por lo tanto, las riquezas que estos acumulaban eran producto de su superioridad, no de la corrupción o de la explotación de sus trabajadores. Para Sumner, la inferioridad del resto de la población los condenaba a vivir en  la pobreza. Pretender alterar este orden “natural” con programas de ayuda a los pobres o de redistribución de la riqueza  era para Sumner,  no solo un error, sino también un peligro para la sociedad.

De manera muy atinada, Reich identifica los fuertes componentes del darwinismo social que caracterizan el pensamiento y el accionar de quienes hoy gobiernan y controlan la riqueza en Estados Unidos. La continuidades son impresionantes. Está por verse si como hizo a principios del Siglo XX la sociedad estadounidense actual podrá derrotar a lo que Reich llama el segundo Gilded Age.

Robert Reich es un economista estadounidense con una larga carrera universitaria y de servicio público. Fue Secretario de Transportación durante la primera administración de Bill Clinton y formó parte del consejo asesor de Barack Obama. Ha sido profesor en la Universidad de California en Berkeley y en la Universidad de Harvard.


On the Metaphor of Social Darwinism Inherent to the American Progress Narrative - Mike Hilbig

El resurgimiento del darwinismo social

Robert Reich 29 de mayo de 2025

Amigos,

Recortar Medicaid para dar a los multimillonarios un enorme recorte de impuestos. Pero, ¿por qué?

Dicen que quieren un gobierno más pequeño, pero no puede ser.

La mayoría busca una defensa nacional más grande y una seguridad nacional más fuerte. Casi todos quieren ampliar los poderes del gobierno de búsqueda y vigilancia dentro de los Estados Unidos, expurgando a los inmigrantes indocumentados, “asegurando” las fronteras de la nación. Quieren sentencias penales más severas. Muchos también quieren que el gobierno se entrometa en los aspectos más íntimos de la vida privada.

Muchos se llaman a sí mismos conservadores, pero tampoco es así.

No quieren conservar lo que ahora tenemos. Preferirían hacer retroceder al país: antes de la Environmental Protection Act, antes de Medicare y Medicaid, antes del New Deal y su provisión para la Seguridad Social, el seguro de desempleo, la semana laboral de 40 horas, antes del reconocimiento oficial de los sindicatos, incluso antes del primer impuesto nacional sobre la renta, las leyes antimonopolio y la Reserva Federal.

Algunos dicen que quieren que a la clase trabajadora estadounidense le vaya mejor. Pero eso tampoco puede ser, porque están recortando Medicaid y otras redes de seguridad de las que depende la clase trabajadora para financiar un enorme recorte de impuestos para los súper ricos. Y apoyan los aranceles que aumentarán los costos de casi todo lo que compra la clase trabajadora.

La América que realmente buscan es la última que tuvimos el Gilded Age  de finales del siglo XIX.

The Social Darwinism of International Law

“Estuvimos en nuestro punto más rico desde 1870 hasta 1913. Eso fue cuando éramos un país arancelario. Y luego pasaron a un concepto de impuesto sobre la renta”, dijo Trump en enero.

Sí, tuvimos aranceles durante lasa Gilded Age. También fue una época en la que la nación estaba hipnotizada por la doctrina de la libre empresa, aunque pocos estadounidenses disfrutaban realmente de mucha libertad.

Los barones ladrones como el financiero Jay Gould, el magnate ferroviario Cornelius Vanderbilt y el magnate del petróleo John D. Rockefeller controlaban gran parte de la industria estadounidense.

Corrompieron la política estadounidense. Sus lacayos literalmente depositaban sacos de dinero en los escritorios de los dóciles legisladores.

La brecha entre ricos y pobres se convirtió en un abismo. Los barrios marginales urbanos se enconaron. Las mujeres no podían votar. Los afroamericanos estaban sujetos a la segregación racial del sistema Jim Crow.

William Graham Sumner - Wikipedia

William Graham Sumner,

Lo más revelador es que era una época en la que las ideas de William Graham Sumner, profesor de ciencias políticas y sociales en Yale, dominaban el pensamiento social estadounidense.

Sumner trajo las ideas de  Charles Darwin a Estados Unidos y las deformó, convirtiéndoles  en una teoría que se ajustaba a su tiempo.

Pocos de los estadounidenses que viven hoy en día han leído alguno de los escritos de Sumner, pero durante las últimas tres décadas del siglo XIX tuvieron un efecto electrizante en Estados Unidos.

Para Sumner y sus seguidores, la vida era una lucha competitiva en la que solo los más aptos podían sobrevivir, y a través de esta lucha, las sociedades se fortalecieron con el tiempo.

Un correlato de este principio era que el gobierno debía hacer poco o nada para ayudar a los necesitados, porque eso interferiría con la selección natural.

Escuchen los debates republicanos de hoy y escucharán una regurgitación continua de Sumner. Como escribió Sumner en la década de 1880:

“La civilización tiene una elección simple [de] libertad, desigualdad, supervivencia del más apto [o] no libertad, igualdad, supervivencia del menos apto. El primero lleva adelante a la sociedad y favorece a todos sus mejores miembros; lo último arrastra a la sociedad hacia abajo y favorece a todos sus peores miembros”.

¿Te suena familiar?

Trump y sus republicanos en el Capitolio no solo se hacen eco de los pensamientos de Sumner, sino que imitan la supuesta arrogancia de Sumner. Dicen que debemos recompensar a los “empresarios” (con lo que se refieren a cualquiera que haya ganado un montón de dinero) y nos advierten que no “mimemos” a las personas necesitadas (por ejemplo, quieren poner requisitos de trabajo en Medicaid).

Se oponen a extender el seguro de desempleo porque, dicen, no deberíamos “darle dinero a la gente por no hacer nada”.

Sumner, del mismo modo, advirtió contra las dádivas a personas a las que calificó de “negligentes, ineficientes, tontas e imprudentes”.

Trump y otros legisladores republicanos están totalmente en contra de aumentar los impuestos a los multimillonarios, basándose en la lógica estándar republicana de que los multimillonarios crean empleos.

Aquí está Sumner, hace más de un siglo:

“Los millonarios son el producto de la selección natural, que actúa sobre todo el cuerpo de los hombres para seleccionar a aquellos que pueden cumplir con el requisito de cierto trabajo a realizar. … Es porque son así seleccionados que la riqueza se acumula bajo sus manos, tanto la suya propia como la que se les confía. Pueden ser considerados con justicia como los agentes naturalmente seleccionados de la sociedad”. Aunque viven en el lujo, “el negocio es bueno para la sociedad”.

El darwinismo social ofrecía una justificación moral para las salvajes desigualdades y crueldades sociales de finales del siglo XIX, la época en la que, según Trump, “éramos los más ricos”.

El darwinismo social permitió a John D. Rockefeller afirmar que la fortuna que acumuló a través de su gigantesco Standard Oil Trust era “simplemente una supervivencia del más apto”. Era, insistía, “la realización de una ley de la naturaleza y de Dios”.

El darwinismo social también socavó todos los esfuerzos de la época para construir una nación de prosperidad de amplia base y rescatar nuestra democracia del férreo control de unos pocos en la cima. Fue utilizado por los privilegiados y poderosos para convencer a todos los demás de que el gobierno no debía hacer mucho de nada.

Unit 3: 1865 - 1898 - The Gilded Age - TAYLOREDTEACHINGS

No fue hasta el siglo XX que Estados Unidos rechazó el darwinismo social. En lugar de darwinismo social, creamos una sociedad inclusiva. Creamos la clase media más grande de la historia del mundo, que se convirtió en el núcleo de nuestra economía y democracia.

Construimos redes de seguridad para atrapar a los estadounidenses que cayeron por causas ajenas a su voluntad. Diseñamos regulaciones para proteger contra los inevitables excesos de la codicia del libre mercado.

Gravamos a los ricos e invertimos en bienes públicos —escuelas públicas, universidades públicas, transporte público, parques públicos, salud pública— que nos mejoraron la situación de todos.

En resumen, rechazamos la noción de que cada uno de nosotros está solo en una competencia competitiva por la supervivencia. Dependíamos los unos de los otros.

Pero ahora Estados Unidos está en su segunda Gilded Age, y sus nuevos barones ladrones han encontrado la misma lógica que en la Primera.

Con Trump y sus perros falderos en la Cámara de Representantes y el Senado, el darwinismo social está de regreso.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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El último número de este año de la Revista de Indias contiene un artículo de mi autoría titulado «A technical conflict of interest»: Corrupción en el programa de ayuda económica estadounidense en el Perú, 1955-1961«. En línea con la nueva historiografía de la guerra fría, en este trabajo analizo el impacto que tuvo un caso de corrupción en el programa de ayuda económica estadounidense en el Perú en la formulación de la política exterior de Estados Unidos a comienzos de la década de 1960. Comparto para los que podrían estar interesados la sumilla del artículo en cuestión:

Este artículo analiza el impacto en el proceso de discusión y aprobación de la Alianza para el Progreso de una investigación congresal sobre denuncias de corrupción en el programa de asistencia económica estadounidense en el Perú. Dicha investigación se desarrolló en medio de un proceso de transformación del programa de ayuda económica para América Latina. La reestructuración del programa de ayuda, provocada por la revolución cubana, comenzó durante la administración Eisenhower con la fundación del Banco Interamericano de Desarrollo y se profundizó con la Alianza para el Progreso propuesta por Kennedy. Planteamos que los hallazgos de esta investigación fueron usados por congresistas enemigos y críticos del programa de ayuda económica para cuestionar su eficiencia, y oponerse a la reforma y expansión propuesta por Kennedy. Este artículo está fundamentado, principalmente, en fuentes del Congreso de Estados Unidos.

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El historiador Nelson Lichtenstein (@NelsonLichtens1) -profesor en la University of California, Santa Barbara- reacciona en este artículo, a la orden ejecutiva firmada por Joe Biden el 9 de julio de 2021, buscando promover la competencia y combatir los monopolios. Lichtenstein nos brinda un conciso pero muy interesante análisis del desarrollo de lo que él denomina  «la gran tradición antimonopolística» estadounidense. El Dr. Lichtenstein es director del Center for the Study of Work, Labor, and Democracy.


Trust Busting the Two-Party System

Biden está restaurando la tradición de Estados Unidos de luchar contra las grandes empresas

Nelson Lichtenstein

The New York Times   July 13, 2021

El viernes, el presidente Biden firmó una amplia orden ejecutiva destinada a frenar el dominio corporativo, mejorar la competencia empresarial y dar a los consumidores y trabajadores más opciones y poder. La orden cuenta con 72 iniciativas que varían ampliamente en el tema: neutralidad de la red y ayuda auditivas más baratas, mayor  escrutinio de la big tech y una ofensiva contra las altas tarifas que cobran los transportistas marítimos.

El presidente calificó su orden como un regreso a las «tradiciones antimonopolísticas» de las presidencias de Roosevelt a principios del siglo pasado. Esto puede haber sorprendido a algunos oyentes, ya que la orden no ofrece una llamada inmediata para la ruptura de Facebook o Amazon, que es la idea distintiva del antimonopolio.

Pero la orden ejecutiva del Sr. Biden hace algo aún más importante que el abuso de confianza. Devuelve a Estados Unidos a la gran tradición antimonopolística que ha animado la reforma social y económica casi desde la fundación de la nación. Esta tradición se preocupa menos por cuestiones tecnocráticas como si las concentraciones de poder corporativo conducirán a precios al consumidor más bajos y más por preocupaciones sociales y políticas más amplias sobre los efectos destructivos que las grandes empresas pueden tener en nuestra nación.

Boston_tea_party

Boston Tea Party

En 1773, cuando los patriotas estadounidenses arrojaron té de la Compañía Británica de las Indias Orientales al puerto de Boston, estaban protestando no sólo por un impuesto injusto, sino también por la concesión de un monopolio por parte de la corona británica a un favorito de la corte. Ese sentimiento floreció en el siglo 19, cuando los estadounidenses de todas las tendencias vieron concentraciones de poder económico que corrompían tanto la democracia como el libre mercado. Los abolicionistas se basaron en el espíritu antimonopolio cuando denunciaron el poder esclavista, y Andrew Jackson trató de desmantelar el Segundo Banco de los Estados Unidos porque sostenía los privilegios de una élite comercial y financiera del este.

Las amenazas a la democracia se volvieron aún más apremiantes con el surgimiento de corporaciones gigantes, a menudo llamadas trusts. Cuando el Congreso aprobó la Ley Antimonopolio Sherman en 1890, su autor, el senador John Sherman de Ohio, declaró: “Si no soportamos a un rey como poder político, no debemos soportar a un rey por la producción, el transporte y la venta de cualquiera de las necesidades de la vida”. Cuarenta y cinco años después, el presidente Franklin Roosevelt se hizo eco de ese sentimiento cuando denunció a la realeza “económica” que había  “creado un nuevo despotismo”. Veía el poder industrial y financiero concentrado como una “dictadura industrial” que amenazaba la democracia.

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La Standard Oil y otros trusts se convirtieron en el blanco de demandas antimonopolísticas no solo porque aplastaron a los competidores y aumentaron los precios al consumidor, sino también porque corrompieron la política y explotaron a sus empleados. Dividir estas compañías gigantes en unidades más pequeñas podría ayudar, pero pocos reformadores pensaron que las iniciativas antimonopolio del gobierno ofrecían la solución principal al desequilibrio de poder tan cada vez más frecuente en el capitalismo moderno. Lo que se necesitaba era una mayor regulación gubernamental y sindicatos poderosos.

En la era progresista, los tribunales dictaminaron que una amplia variedad de corporaciones e industrias “de interés público” podrían estar sujetas a las regulaciones gubernamental — que cubre precios, productos e incluso normas laborales — que en los últimos años se ha restringido en gran medida a las compañías eléctricas y de transporte. Dos décadas más tarde, los partidarios del Nuevo Trato trataron de desafiar el poder monopólico no sólo mediante una renovación de los litigios antimonopolio, sino también alentando el crecimiento del sindicalismo con el fin de crear una democracia industrial dentro del corazón mismo de la propia corporación.

Esa tradición antimonopolio se desvaneció después de la Segunda Guerra Mundial, colapsando en un discurso árido que no hacía más que una pregunta: ¿La prevención de una fusión o la desintegración de una empresa reduciría los precios al consumidor? El profesor de derecho conservador Robert Bork y una generación de abogados y economistas de ideas afines convencieron a la administración Reagan, así como a los tribunales, de que la antimonopolio bloqueaba la creación de formas de negocio eficientes y amigables para el consumidor. Incluso liberales como Lester Thurow y Robert Reich consideraron que la antimonopolio era irrelevante si las empresas estadounidenses competían en el extranjero. En 1992, por primera vez en un siglo, ningún punto antimonopolio apareció en la plataforma del Partido Demócrata.

How Biden Executive Order Affects Big Tech on Antitrust, Net Neutrality |  News Logic

Biden firmando la orden ejecutiva

El Sr. Biden ha declarado correctamente que este “experimento” de 40 años ha fracasado. “Capitalismo sin competencia no es capitalismo”, proclamó en la firma de la orden ejecutiva. “Es explotación¨.

Tal vez la parte más progresista de la orden ejecutiva es su denuncia de la forma en que las grandes corporaciones suprimen los salarios. Lo hacen monopolizando su mercado laboral —piensen en las presiones salariales ejercidas por Walmart en una pequeña ciudad— y obligando a millones de sus empleados a firmar acuerdos de no competencia que les impiden aceptar un mejor trabajo en la misma ocupación o industria.

El presidente y su gabinete antimonopolio han volteado de cabeza a un aspecto importante de la competencia empresarial tradicional. Durante demasiado tiempo, aquellos que abogan por una mayor competencia entre las empresas han ofrecido a los empleadores una orden judicial por recortar los salarios y las prestaciones, así como por subcontratar los servicios y la producción. Pero el Sr. Biden imagina un mundo en el que las empresas compitan por los trabajadores. “Si su empleador quiere mantenerlo, él o ella debería hacer que valga la pena quedarse”, dijo el Sr. Biden el viernes. “Ese es el tipo de competencia que conduce a mejores salarios y mayor dignidad en el trabajo”.

La tradición antimonopolio de la nación surge una vez más.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

 

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