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Posts Tagged ‘Expansionismo’

Es necesario reconocer que el afán expansionista de Donald J. Trump de las pasadas semanas tomó por sorpresa a muchos historiadores. Su énfasis en la adquisición de Groenlandia, la “recuperación” del canal de Panamá y la anexión de Canadá marcó el regreso a un tipo de imperialismo que caracterizó a Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX, y que parecía superado. No me malinterpreten, pues no estoy negando la naturaleza imperial de los Estados Unidos, sino que hace mucho tiempo los estadounidenses cambiaron la expansión territorial por la construcción de un imperio tecnológico-financiero-comercial, apoyado en una red de bases militares que le permite defender sus intereses y proyectar su poder a nivel global. De ahí que la última colonia adquirida por Estados Unidos fueran la islas Vírgenes en plena primera guerra mundial. Sin reparos Trump ha manifestado la “necesidad” de un crecimiento territorial como parte de su estrategia para “reconstruir” el poder estadounidense. Además, como los imperialistas de finales del siglo XIX, tiene bien claro cuáles son los territorios que apetece.

En esta entrevista del periodista Tim Murphy publicada en la revista Mother Jones, el historiador Daniel Immerwahr  responde una serie de preguntas que buscan  entender las expresiones de Trump desde una perspectiva histórica. En otras palabras, ¿cómo la historia del expansionismo estadounidense puede ayudar a  explicar el neoimperalismo trumpista? ¿Marcan las expresiones de Trump un retroceso o el comienzo de algo nuevo? ¿Se le debe tomar en serio?

Para Immerwahr, Trump podría estar fanfarroneando o siguiendo su estrategia de crear escándalos que destantean a los liberales y venden muy bien entre sus seguidores, añadiría yo. Sin embargo, reconoce que Estados Unidos vive un “nuevo momento histórico en el que  cosas nuevas son posibles”.

Al enfocar el deseo de Trump de cambiarle el nombre al golfo de México por golfo de América,  Immerwahr hace comentarios muy interesantes sobre el uso del concepto América para referirse a Estados Unidos. Según él, este se comenzó a usar de forma dominante a partir de finales del siglo XIX y comienzos del XXI. Esto formó parte del giro imperialista estadounidense. En otras palabras, de un sentido de imperio. Nuevamente vemos a Trump conectado con el pasado imperial de Estados Unidos.

La ausencia de Puerto Rico en el mapa de su America soñada que Trump compartió en la red social Truth Social le sirve a Immerwahr para reflexionar sobre uno de los elementos básicos del imperialismo estadounidense: el deseo de adquirir territorios, pero no a los pobladores de estos, sobre todo, si no son blancos. Al dejar a Puerto Rico fuera de su mapa y a haber planteado el deseo de vender a la isla, Trump coincide con la mentalidad racista de los imperialistas del siglo XIX y principios del XX, a quienes les quitaba el sueño la composición étnica de los territorios adquiridos por Estados Unidos.

Immerwahr no nos da un respuesta precisa a la preguntas planteadas sobre la seriedad de los arranques expansionistas de Trump. Para él, el patrioterismo de Trump podría ser otra de sus provocaciones o un interés real. Curiosamente señala que, de ser los segundo, las aspiraciones del nuevo inquilino de la Casa Blanca podrían formar parte de un renacer imperialista del que la guerra en Ucrania y las ambiciones chinas sobre Taiwán son claros ejemplo. De esta forma estaríamos entrando en una nueva era de anexiones territoriales de las que las aspiraciones de Trump formarían parte.

Una cosa es clara para Immerwahr: contrario a sus predecesores demócratas y republicanos que lo negaron sistemáticamente, Trump no tiene reparos en reconocer que Estados Unidos es un imperio.

Immerwahr es profesor de historia en Northwestern University y autor del   libro   How to Hide an Empire: A History of the Greater United States (2019) que reseñé en diciembre de 2020 (El imperio invisible).

Para un enfoque más detallado del proceso de expansión territorial estadounidense ver mi ensayo El expansionismo norteamericano, 1783-1898.


Lo que la historia de la expansión estadounidense puede decirnos sobre las amenazas de Trump

Tim Murphy

Mother Jones, 15 de enero de 2025

El presidente electo, que impulsó una invasión de México durante su primer mandato, ha pasado el mes previo a la toma de posesión de la próxima semana publicando sobre invitar a Canadá a unirse a Estados Unidos, negándose a descartar el uso de la fuerza militar para obligar a Dinamarca a vender (o regalar) Groenlandia, y prometiendo recuperar la Zona del Canal de Panamá, que Estados Unidos devolvió como parte de un tratado de 1979. Los republicanos y sus aliados se han alineado rápidamente. Charlie Kirk y Donald Trump Jr. hicieron recientemente un viaje de un día a Groenlandia. Algunos conservadores han comparado las adquisiciones amenazadas con la compra de Alaska y Luisiana.

¿Es esto solo un retroceso al pasado de construcción del imperio del país, o un reconocimiento de algo nuevo? Para entender la retórica reciente de Trump, hablé con Daniel Immerwahr, profesor de historia en la Universidad Northwestern, cuyo libro de 2019, How to Hide an Empire: A History of the Greater United States,  contó la historia del pasado y el presente imperial de Estados Unidos.

¿Qué pensó cuando vio al presidente electo Trump anunciar que estaba pensando en adquirir, de alguna manera, Groenlandia?

Aquí vamos de nuevo. Literalmente hemos pasado por todo esto. Lo hemos pasado en Estados Unidos: los presidentes solían estar muy interesados en adquirir terrenos estratégicamente relevantes, y hay una larga historia de eso. También lo hemos pasado con Donald Trump, porque lo hizo durante su primer mandato: amenazó con adquirir Groenlandia. Se consultó a los historiadores: “¿Ha ocurrido esto? ¿Cuándo fue la última vez que sucedió esto? Fue mucha fanfarronería entonces, o al menos creo que fue mucha fanfarronada; no tuve la sensación de que el ejército estadounidense estuviera preparado para hacer algo dramático, y no tuve la sensación de que el gobierno danés estuviera interesado en vender. Así que la pregunta sigue siendo en este momento: ¿Es este un nuevo momento histórico en el que nuevas son posibles? (Y hay algunas razones para pensar que tal vez, sí lo es). ¿O es que Trump está haciendo lo que Trump hace tan bien, que es acabar con los liberales proponiendo cosas escandalosas?

Cómo Groenlandia se convirtió en la principal preocupación de seguridad  para Dinamarca (por delante del terrorismo) tras el interés de Trump en su  compra - BBC News Mundo

Antes de Trump, ¿estaba Groenlandia en el radar de los imperialistas estadounidenses?

Groenlandia se volvió mucho más interesante para los Estados Unidos en la era de la aviación, porque si dibujas las rutas aéreas más cortas desde los Estados Unidos continentales hasta, por ejemplo, la Unión Soviética, encontrarás que algunas de ellas pasaban cerca o sobre Groenlandia. Así que Groenlandia fue un sitio importante de la Guerra Fría.

Estados Unidos almacenó armas nucleares allí. También sobrevoló armas sobre Groenlandia: lo que eso significa es que los aviones se mantendrían en el aire y listos para entrar en acción en caso de que sonara la alarma. La película Dr. Strangelove tiene imágenes de este tipo de aviones sobre Groenlandia.

También hay una historia de accidentes nucleares en Groenlandia.

¿Accidentes nucleares?

En la década de 1950, tres aviones realizaron aterrizajes de emergencia en Groenlandia mientras transportaban bombas de hidrógeno. Algo salió mal y los aviones se detuvieron. En 1968, un B-52 que volaba sobre Groenlandia con cuatro bombas de hidrógeno Mk-22, no aterrizó, simplemente se estrelló a más de 500 millas por hora, dejando un rastro de escombros de cinco millas de largo. El combustible para aviones se incendió y todas las bombas explotaron. Lo que sucedió en estos casos es que las bombas fueron destruidas en el proceso, pero no detonaron. Sin embargo, estuvo a punto de fallar, y es pensable, dada la forma en que se construyeron las bombas, que estrellarse contra el hielo a 500 millas por hora habría hecho detonar. Se puede ver por qué [tener armas nucleares en la isla] era una propuesta peligrosa para los europeos, y particularmente para la gente de Groenlandia.

Adiós Golfo de México en EEUU: 'Golfo de América' aparece por primera vez en documento oficial

Otro de los grandes anuncios recientes fue la promesa de Trump de cambiar el nombre del Golfo de México por el de “Golfo de América”. Usted escribió en su libro que el término América para referirse a Estados Unidos solo se puso realmente de moda en la época de Theodore Roosevelt. ¿Cuál es la conexión entre ese nombre y este sentido de imperio?

Hubo alguna discusión, no mucha, pero sí alguna, en los primeros años de la república sobre cuál debería ser la abreviatura para referirse a Estados Unidos. Columbia era un término literario que la gente usaba y aparecía en muchos himnos del siglo XIX. Freedonia fue probada, como “la tierra de la libertad”, pero lo interesante es que, desde nuestra perspectiva, la taquigrafía obvia -”América”- no fue la dominante para referirse a los Estados Unidos a lo largo del siglo XIX. Una razón para ello es que los líderes de los Estados Unidos eran plenamente conscientes de que estaban ocupando una parte de América y que también había otras partes de América. Había otras repúblicas en las Américas.

No es hasta finales del siglo XIX que se empieza a ver a “América” como la abreviatura dominante. Una gran razón para ello es que justo a finales del siglo XIX, los Estados Unidos comenzaron a adquirir grandes y populosos territorios de ultramar, de modo que gran parte de la taquigrafía anterior (la Unión, la República, los Estados Unidos) parecían descripciones inexactas del carácter político del país.

Así que “América” es un giro imperialista en dos sentidos. Una es que sugiere que este único país de las Américas es de alguna manera la totalidad de las Américas, como si los alemanes decidieran que en adelante iban a ser “europeos” y que todos iban a tener que ser ingleses-europeos o franceses-europeos o polacos-europeos, y solo los alemanes eran “europeos”. También es imperialista en el sentido de que surgió en un momento en que la gente se preguntaba cuál sería el carácter político del país, y se preguntaba si la adición de colonias hacía que Estados Unidos ya no fuera realmente una república, una unión o un conjunto de estados.

Trump dijo recientemente que iba a “traer de vuelta el nombre de Mount McKinley porque creo que se lo merece”. ¿Cómo se compara lo que está haciendo, y la forma en que habla de lo que está haciendo, con lo que William McKinley y Theodore Roosevelt decían y hacían a finales del siglo XIX?

En cierto modo, se compara claramente, porque hubo una larga época en la historia de Estados Unidos, y no fueron solo McKinley y Roosevelt; fue hasta ellos y un poco después, donde, cuando Estados Unidos se hizo más poderoso, se hizo más grande. El poder se expresaba en la adquisición de territorio. Los Estados Unidos se anexionaron tierras, tierras contiguas de la Compra de Luisiana y tierras de ultramar; Filipinas, Puerto Rico, Guam, etc. Esa es la historia que Trump está invocando, y en la que se imagina participando.

La época de la colonización estadounidense de ultramar fue también una época en la que otras “grandes potencias” colonizaban territorios de ultramar en África y Asia. No me queda claro si estamos en el momento en el que vamos a empezar a ver a los países más poderosos adquiriendo colonias, como solían hacer. Trump está apuntando a ese momento, pero no me queda claro, por ejemplo, cuántos en su base están realmente fuertemente motivados por esto. No está claro a cuántos otros republicanos les importa esto más allá de preocuparse por la lealtad a los caprichos de Trump. Por lo tanto, no es obvio que se trate de un movimiento social, sino más bien de una forma de acabar con los oponentes de Trump y posiblemente distraerlos.

¿Hay alguna lección para Trump y el gobierno de Trump sobre cómo terminó esa era de expansionismo y la reacción violenta a ella?

Hay dos cosas que hicieron que un imperio de esa naturaleza colonial fuera mucho más raro a finales del siglo XX. Una fue una revuelta anticolonial global que comenzó en el siglo XIX pero llegó a su clímax después de la Segunda Guerra Mundial, y simplemente hizo mucho más difícil para los posibles colonizadores mantener o tomar nuevas colonias. La otra es que los países poderosos, incluido Estados Unidos, buscaron encontrar nuevos caminos para la proyección de poder que no implicaran la anexión de territorios, en parte porque se dieron cuenta de que un mundo en el que cada país garantizara su seguridad y expresara su poder mediante la anexión de territorios crearía una situación en la que los países grandes chocarían entre sí.

Así que las dos lecciones, yo diría, de la Era del Imperio son que es extremadamente cruel con aquellos que son colonizados porque están sujetos a un gobierno extranjero que generalmente no tiene sus intereses en mente. Y es extraordinariamente peligroso porque enfrenta a las grandes potencias entre sí de una manera que puede conducir rápidamente a la guerra. Y si las guerras de principios de la primera mitad del siglo XX fueron guerras extraordinariamente sangrientas, al menos, no implicaron intercambios nucleares de ambos bandos, como podrían implicar las versiones del siglo XXI de esas guerras.

Trump asked if Puerto Rico could be sold | Bizzare response to Hurricane Maria

La administración Trump en la primera vuelta pareció toparse con otra parte de esto, que era que realmente no le gustaba tener que lidiar con Puerto Rico. No le gustaba tener que financiar la reconstrucción de Puerto Rico después del huracán María. De hecho, había gente que se refería a Puerto Rico como un país diferente. ¿Es eso parte de este alejamiento del imperio, de no querer tener que lidiar con la gente que has colonizado?

Siempre ha habido una discusión, incluso entre los imperialistas, sobre si las cargas del imperio valen las ventajas. El racismo a veces ha actuado como una ruptura en el imperio. Encontrarás momentos, incluso en la historia de Estados Unidos, en los que a los expansionistas les gustaría, por ejemplo, poner fin a una guerra entre Estados Unidos y México tomando una gran parte de México, y luego los racistas dirán: “Oh no, no, no; si tomamos más de México, por lo tanto, tomaremos más mexicanos”. Y ese tipo de debate se repitió una y otra vez en el siglo XIX en Estados Unidos y a principios del siglo XX.

Esta tendencia se puede ver en la mente de Trump, porque por un lado, expresa una predisposición expansionista, y amenaza con mover las fronteras de EE.UU. hacia varios otros lugares del hemisferio occidental. Por otro lado, Trump imagina claramente a Estados Unidos como un lugar contiguo alrededor del cual se puede construir un muro alto. Y es bastante hostil con los extranjeros.

Cuando habla de Puerto Rico durante la primera administración, tenemos informes desde dentro de la administración Trump que dicen que Trump quería vender a Puerto Rico. Así que esos son, de alguna manera, los dos impulsos enfrentados en las mentes de Trump, y en realidad coinciden bastante bien con algunos de los impulsos dominantes en los líderes estadounidenses del siglo XIX y principios del XX: por un lado, el deseo de crear más territorio; por otro lado, una profunda preocupación por incorporar a más personas, particularmente personas no blancas, dentro de los Estados Unidos.

Me encantaría decir que esa es una situación del pasado, y que estamos muy más allá de ella, porque ya no tenemos los deseos de anexión ni el racismo excluyente que la impulsó. Pero Trump parece estar resucitando, al menos instintivamente, a ambos.

¿Viste el mapa que compartió en Truth Social?

Lo estoy mirando ahora. Así que hablemos de este mapa. Este es un mapa de los Estados Unidos que imagina que sus fronteras se extienden hasta Canadá y abarcan a Canadá, pero también imagina que las fronteras de los Estados Unidos no incluyen a Puerto Rico. Así que es una visión de un Estados Unidos más grande y un Estados Unidos más blanco. Y aborda la contradicción del imperio: tanto el deseo de los imperialistas de expandir el territorio, como el deseo de curar poblaciones dentro de ese territorio. Y se puede ver esto como la ambición de Trump de tener un Estados Unidos más grande, pero también un Estados Unidos más pequeño.

Has usado el término “puntillista“ para describir cómo se ve el imperio estadounidense ahora, con una serie de bases militares y pequeños territorios repartidos por todo el mundo. Ha habido una aceptación dentro del gobierno de los Estados Unidos de la conveniencia de ese acuerdo. ¿Cuánto de esto es solo una forma de hablar de la fuerza, separada de un plan real para hacer cualquier cosa?

Trump a menudo tiene un juicio político terrible, pero tiene instintos políticos interesantes, y a menudo es capaz de ver posibilidades que otros políticos han rechazado, de ver cosas que parecen escandalosas pero que en realidad podrían asegurar una base de votantes. Una gran pregunta sobre todo este patrioterismo que Trump ha estado imponiendo es si se trata simplemente de otra de sus provocaciones y otra de sus idiosincrasias, o si está respondiendo a algo real.

Si se argumentara que Trump está respondiendo a algo real —que las condiciones y las posibilidades reales han cambiado, y que de hecho podríamos estar entrando en una nueva era de imperio territorial, donde el poder se expresa mediante la anexión de grandes franjas de tierras, ni siquiera solo controlando pequeños puntos— señalaría a Ucrania, y señalaría las ambiciones de China de apoderarse de Taiwán. Se podría decir que estamos entrando en una nueva era de anexiones, y que Trump lo percibe y a menudo admira el tipo de fuerza que se expresa en las anexiones semicoloniales, y lo ve como un futuro potencial para Estados Unidos.

Me llama la atención eso, porque a los políticos de ambos partidos les gusta decir que no somos un imperio, lo que significa, al menos, que no nos gusta pensar en nosotros mismos como un imperio. Y el tipo de Trump dice, en realidad, tal vez sí, y hay una corriente subterránea en la que la gente quiere pensar en sí misma como tal.

Básicamente, desde William McKinley, casi todos los presidentes han dicho alguna versión de “Estados Unidos no es un imperio; No tenemos ambiciones territoriales, no codiciamos el territorio de otros pueblos”. Presidente tras presidente, demócratas y republicanos, todos dicen alguna versión de eso. Excepto por Trump. Esa es una piedad liberal sostenida no solo por los demócratas, sino también por los republicanos, en la que Trump parece no tener ninguna inversión. Y creo que en ese sentido, tiene razón, porque cuando los presidentes han dicho que no somos un imperio, siempre han estado hablando desde un país que tiene colonias y tiene territorios. Así que Trump tiene razón al no seguir ese camino, aunque creo que es bastante peligroso que vea la negación del imperio no solo como algo de lo que burlarse, sino como algo que debe ser rechazado desafiantemente por la búsqueda de ambiciones territoriales.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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En este breve escrito, el historiador Aaron Coy Moulton enfoca uno de los temas más comentados en lo que va del año 2025: los reclamos expansionistas del presidente Trump. El nuevo residente de la Casa Blanca se ha manifestado a favor de la compra de Groenlandia, la anexión de Canadá y la recuperación –por la fuerza de ser necesario– del canal de Panamá. Curiosamente, en estos comentarios Trump ha planteado los mecanismos históricos del expansionismo estadounidense: la compra, la anexión y la agresión. A Coy Moulton le interesa en particular el tema del canal de Panamá, que ubica correctamente como uno medular para la derecha más conservadora estadounidense.

Antes de ver los planteamientos del autor es necesario recordar el significado simbólico e ideológico del canal en el desarrollo del imperialismo estadounidense. El proceso de “adquisición” de los terrenos para la construcción del canal fue uno de los episodios centrales del intervencionismo imperialista de comienzos del siglo XX. Todavía resuenan las palabras de Teddy Roosevelt: “I took Panama”.  Que los estadounidenses hubieran triunfado donde los franceses fracasaron estrepitosamente, fue para muchos una prueba no solo del ingenio y de la capacidad  de Estados Unidos, sino también de su excepcionalidad y superioridad racial. En otras palabras, el canal se convirtió en un elemento de la identidad nacional estadounidense. Tras su construcción, la defensa del canal se convirtió en una prioridad para los estadounidenses. Defender el canal se convirtió así en una extensión de la doctrina Monroe y una expresión de la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental. Otro tema relacionado con el canal es el de la propiedad, muy bien definida en la famosa cita de Reagan, quien dijo “We Built It, We Paid for It, It’s Ours”. En otras palabras, al devolverle el canal a los panameños se renunciaba, traicioneramente,  a una propiedad, a un pedazo de Estados Unidos. En conclusión, desde su construcción hasta la firma del tratado Carter-Torrijos, el canal fue para muchos estadounidenses un símbolo del poder de los Estados Unidos. De ahí la fuerte reacción que la devolución del canal a los panameños generó en algunos sectores de la sociedad estadounidense.

Es en esa reacción que se concentra Coy Moulton con un análisis breve, pero muy valioso de cómo la oposición al tratado Carter-Torrijos fue usado en los años 1970 para unir a las derecha más rancia estadounidense. Rechazar la devolución del canal sirvió de base para  unir a la derecha y facilitar la victoria de Ronald Reagan en las elecciones de 1980. Para el autor, los reclamos sobre el canal podrían jugar un papel similar para mantener unido “al diverso movimiento MAGA” durante la segunda presidencia de Trump.

Aaron Coy Moulton es profesor asociado de historia latinoamericana en la Stephen F. Austin State University.


El Canal de Panamá podría ser lo que unifique a los partidarios de Donald Trump

Aaron Coy Moulton / Hecho por la historia

16 de enero de 2025

Durante casi un mes, el presidente electo Donald Trump ha advertido que el gobierno panameño necesita reducir las tarifas de envío y las tarifas impuestas a los buques con base en Estados Unidos que atraviesan el Canal de Panamá, a menos que quiera que Estados Unidos recupere el canal. En una reunión de la organización conservadora Turning Point USA el 22 de diciembre, Trump proclamó: “Nos están estafando en el Canal de Panamá como nos están estafando en todas partes“. Luego insinuó que el Canal podría caer en las “manos equivocadas”, las de China. Inmediatamente después, Trump publicó en Truth Social: “¡Bienvenidos al Canal de Estados Unidos!” con una imagen generada por IA de una bandera de EE. UU. a la que le faltan dos de sus 13 franjas.

Trump también ha reflexionado sobre la posibilidad de convertir a Canadá en el estado número 51 y adquirir Groenlandia. Su enfoque expansionista ha provocado un fervor mediático. Algunos se han preguntado si los intereses comerciales de Trump podrían estar impulsando el pensamiento del presidente electo. Pero tal especulación no tiene en cuenta el potencial impulso político que Trump podría obtener al hablar con dureza sobre el Canal de Panamá.

La historia indica que podría ser un buen tema unir al díscolo movimiento Make America Great Again. En la década de 1970, diversas fuerzas de la derecha se unieron para luchar contra la cesión del control del canal a Panamá, considerando que la medida era débil y antitética a los intereses estadounidenses. El tema tapó los desacuerdos divisivos entre los conservadores sobre cuestiones sociales y culturales. Ahora, en 2025, es posible que la amenaza de Trump sea una forma de utilizar las políticas de Estados Unidos Primero para unificar una vez más una coalición conservadora y populista diversa.

A mediados del siglo XX, con los movimientos independentistas anticoloniales estallando en todo el mundo, la frustración panameña por el control estadounidense del Canal comenzó a desbordarse. Se desató una ola de protestas nacionalistas, algunas de las cuales se tornaron violentas y provocaron la muerte de soldados estadounidenses. Reconociendo el potencial explosivo de tales frustraciones, los presidentes estadounidenses, comenzando con Dwight Eisenhower, exploraron posibles compromisos que podrían aliviar los resentimientos sin darle a Panamá el control del canal de inmediato.

Pero mientras los presidentes de ambos partidos veían esto como una necesidad para prevenir más conflictos dentro del hemisferio occidental, la idea de entregar el canal a Panamá enfureció a la derecha. Los conservadores habían sido escépticos durante mucho tiempo de tales llamamientos, y pensaban que las negociaciones personificaban todo lo malo en ambos partidos políticos y en la política de consenso liberal contra la que la derecha había estado luchando durante décadas. Como resumió William Loeb, editor del periódico conservador Manchester Union Leader de New Hampshire: “Si podemos bloquear esto, puede que se detenga esta precipitada retirada para retirarse de todo”.

La intensidad de la oposición en la derecha se hizo evidente en las primarias presidenciales republicanas de 1976. El desafío del ex gobernador de California Ronald Reagan al presidente Gerald Ford se tambaleaba cuando comenzó a criticar a Ford por pedir negociaciones con Panamá. Reagan denunció cualquier compromiso como una renuncia a la soberanía estadounidense frente a los desafíos internacionales, y estos llamados ayudaron a resucitar su campaña. Aunque Ford finalmente triunfó por un estrecho margen, Reagan demostró el potencial político de utilizar el control estadounidense del canal para señalar el apoyo a la hegemonía estadounidense de una manera que energizó y unió a las diferentes facciones de la derecha.

Jimmy Carter terminó ganando la presidencia ese año, y prometió durante la campaña no ceder el control del canal. Sin embargo, cambió de opinión después de ganar las elecciones y en septiembre de 1977 firmó tratados que entregarían el canal a Panamá en el cambio de milenio.

Firma del tratado Carter-Torrijos

Los opositores de derecha a la medida comenzaron a organizarse para oponerse a la ratificación incluso antes de que los negociadores terminaran de discutir los términos del acuerdo. Una vez que Carter firmó los tratados, se inició una movilización total que reunió a una coalición de grupos de derecha previamente incómoda, incluida la John Birch Society (JBS), cargada de teorías de conspiración rabiosamente anticomunistas, el creciente grupo conservador antifeminista y pro estadounidense de Phyllis Schlafly, y aquellos alineados con segregacionistas anteriormente vocales como el senador de Carolina del Norte Jesse Helms.

La JBS desplegó etiquetas postales y calcomanías en los parachoques que exigían: “¡No le den a Panamá nuestro Canal! ¡Dales a [Henry] Kissinger [Richard Nixon y al secretario de Estado de Gerald Ford] en su lugar”. Mientras tanto, Schlafly se unió a Loeb y otros líderes conservadores en el Comité de Emergencia para Salvar la Zona del Canal de EE.UU. para criticar cualquier cesión del Canal como una amenaza para la seguridad de la nación. Se cohesionaron en torno a “Keeping the Canal”, a pesar de estar en desacuerdo en otros asuntos con otros miembros, como el antisemita Pedro del Valle. Del mismo modo, el activista y agente Paul Weyrich gastó alrededor de 100.000 dólares en sus propios esfuerzos de “Keep the Canal”, incluso mientras trabajaba en contra de la legalización del aborto y a favor de reducir drásticamente las regulaciones comerciales.

El esfuerzo se convirtió en una pieza central de un floreciente impulso para hacer crecer el movimiento conservador de base utilizando una nueva técnica: el correo directo. Uno de los pioneros de la industria, Richard Viguerie, era un experto en descubrir temas que pudieran despertar respuestas emocionales y generar donaciones y apoyo para una variedad de causas conservadoras. Entendió que la lucha por el Canal era uno de sus mejores temas. Distribuyó a todo el país los materiales de ‘Keep the Canal’.

La gente de la derecha de base se vio inundada por cartas de grupos de interés superpuestos que parecían duplicar y diluir los esfuerzos de los demás. Sin embargo, Viguerie estaba desplegando una estrategia intencional al compartir listas de correo de un grupo a otro, lo que le permitió llegar a los estadounidenses que priorizaron una gran cantidad de organizaciones y temas, lo que indicaba que simpatizarían con la lucha contra la cesión del canal.

Reagan también vio la oposición a los tratados como una forma de mantenerse en el ojo público y generar apoyo para otra candidatura a la presidencia. Su Comité para la República y su principal asesor político, John Sears, denunciaron los preparativos de Carter para el tratado, proclamando: “El único hombre que puede reunir a la opinión pública abrumadora contra estas acciones desastrosas es Ronald Reagan”.

Oponerse a los tratados se convirtió en algo no negociable para cualquier político o grupo que buscara el apoyo de los conservadores.

Mientras el Senado se preparaba para debatir la ratificación, un autoproclamado Truth Squad formado por el senador de Kansas Robert Dole, el representante de Illinois Philip M. Crane, el representante de California John Rousselot y otros líderes del Congreso se prepararon para torpedear los tratados. La presión popular inundó a los senadores con una avalancha de cartas y peticiones de “Keep the canal”.

Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el Senado ratificó los tratados por un margen de 68-32. Al final, el control demócrata del Congreso hizo imposible detener los tratados, especialmente dada la fuerza persistente del ala más moderada del Partido Republicano de Ford.

Sin embargo, la fuerte presión de las bases obligó al líder de la minoría del Senado, Howard Baker, que desempeñó un papel fundamental en la obtención de suficiente apoyo bipartidista para ratificar los tratados, a dar marcha atrás durante su campaña para la nominación presidencial republicana de 1980. Revelando la continua potencia del tema, la campaña de Reagan se vio inundada de cartas que le rogaban que derogara los tratados y mantuviera el poder estadounidense en el extranjero si era elegido.

En 2025, la derecha se ve significativamente diferente de lo que era en la década de 1970. Una cosa que sigue igual, sin embargo, es la naturaleza díscola de la coalición de Trump. Las tensiones sobre el techo de la deuda y el gasto ya han llevado a Trump a convocar un desafío en las primarias al representante de Texas Chip Roy. Estas divisiones amenazan con crearle dolores de cabeza a Trump.

Muchos en la órbita de Trump han hecho a un lado sus amenazas sobre el Canal como una mera táctica de negociación. Sin embargo, una vez más, el Canal de Panamá puede demostrar ser un área que puede unir al diverso movimiento MAGA. Al igual que en la década de 1970, las demandas para restaurar un supuesto declive del poder estadounidense en el extranjero podrían amplificar el nacionalismo populista que subyace en las facetas aparentemente paradójicas de las políticas de “Estados Unidos primero” de Trump y, al menos temporalmente, allanar los cismas republicanos que amenazan con descarrilar su agenda.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

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Revisando viejos archivos, encontré este ensayo sobre el expansionismo norteamericano que escribí hace ya varios años por encargo del Departamento de Educación del gobierno de Puerto Rico. Desafortunadamente,  el libro de ensayos del que debió formar parte nunca fue publicado. Lo comparto con mis lectores con la esperanza  que les sea interesante o útil.  

 La expansión territorial es una de las características más importantes del desarrollo histórico de los Estados Unidos. En sus primeros cien años de vida la nación norteamericana experimentó un impresionante crecimiento territorial. Las trece colonias originales se expandieron  hasta convertirse en  un país atrapado por dos océanos. Como veremos, este fue un proceso complejo que se dio a través de la anexión, compra y conquista de nuevos territorios

Es necesario aclarar que la expansión territorial norteamericana fue algo más que un simple proceso de crecimiento territorial, pues estuvo asociada a elementos de tipo cultural, político, ideológico, racial y estratégico. El expansionismo es un elemento vital en la historia de los Estados Unidos, presente desde el mismo momento de la fundación de las primeras colonias británicas en Norte América. Éste fue considerado un elemento esencial en los primeros cien años de historia de los Estados Unidos como nación independiente, ya que se veía no sólo como algo económica y geopolíticamente necesario, sino también como una expresión de  la esencia nacional norteamericana.

No debemos olvidar que la  fundación de las trece colonias que dieron vida a los Estados Unidos formó parte de un proceso histórico más amplio: la expansión europea  de los siglos XVI y XVII. Durante ese periodo las principales naciones de Europa occidental se lanzaron a explorar y conquistar  dando forma a vastos imperios en Asia y América. Una de esas naciones fue Inglaterra, metrópoli de las trece colonias norteamericanas. Es por ello que el expansionismo norteamericano puede ser considerado, hasta cierta forma, una extensión del imperialismo inglés.

Los Estados Unidos  experimentaron dos tipos de expansión en su historia: la continental y la extra-continental. La primera es la expansión territorial contigua, es decir, en territorios adyacentes  a los Estados Unidos.  Ésta fue  vista como algo natural y justificado pues se ocupaba terreno  que se consideraba “vacío” o habitado por pueblos “inferiores”. La llamada expansión extra-continental se dio a finales del siglo XIX y llevó a los norteamericanos a trascender los límites del continente americano para adquirir territorios alejados de los Estados Unidos (Hawai, Guam y Filipinas). Ésta  provocó una fuerte oposición y un intenso debate en torno a la naturaleza misma de la nación norteamericana, pues muchos le consideraron contraria a la tradición y las instituciones políticas de los Estados Unidos.

 El Tratado de París de 1783

El primer crecimiento territorial de los Estados Unidos se dio en el mismo momento de alcanzar su independencia. En 1783, norteamericanos y británicos llegaron a acuerdo por el cual Gran Bretaña reconoció la independencia de las  trece colonias y se fijaron los límites geográficos de la nueva nación. En el Tratado de París las fronteras de la joven república fueron definidas de la siguiente forma: al norte los Grandes Lagos, al oeste el Río Misisipí y al sur el paralelo 31. Con ello la joven república duplicó su territorio.

Los territorios adquiridos en 1783 fueron objeto de polémica,  pues surgió la pregunta de qué hacer con ellos. La solución a este problema fue la creación de las Ordenanzas del Noroeste (Northwest Ordinance, 1787). Con ésta ley se creó un sistema de territorios en preparación para convertirse en estados. Los nuevos estados entrarían a la unión norteamericana en igualdad de condiciones y derechos que los trece originales. De esta forma los líderes norteamericanos rechazaron el colonialismo y crearon un mecanismo para la incorporación política de nuevos territorios. Las Ordenanzas del Noroeste sentaron un precedente histórico que no sería roto hasta 1898: todos los territorios adquiridos por los Estados Unidos en su expansión continental serían incorporados como estados de la Unión cuando éstos cumpliesen los requisitos definidos para ello.

La compra de Luisiana

La república estadounidense nace en medio de un periodo muy convulso de la historia de la Humanidad: el periodo de las Revoluciones Atlánticas. Entre 1789 y 1824, el mundo atlántico vivió un etapa de gran violencia e inestabilidad política producida por el estallido de varias revoluciones socio-políticas (Revolución Francesa, Guerras napoleónicas, Revolución Haitiana, Guerras de independencia en Hispanoamérica). Estas revoluciones tuvieron un impacto severo en las relaciones exteriores de los Estados Unidos y en su proceso de expansión territorial.

Para el año 1801 Europa disfrutaba de un raro periodo de paz. Aprovechando esta situación   Napoleón Bonaparte obligó a España a cederle a Francia el territorio de Luisiana. Con ello el emperador francés buscaba crear un imperio americano usando como base la colonia francesa de Saint Domingue (Haití). Luisiana era una amplia extensión de tierra al oeste de los Estados Unidos en donde se encuentran ríos muy importantes para la transportación.

Esta transacción preocupó profundamente a los funcionarios del gobierno norteamericano por varias razones. Primero, ésta ponía en peligro del acceso norteamericano al río Misisipí y al puerto y la ciudad de Nueva Orleáns, amenazando así la salida al Golfo de México, y con ello al comercio del oeste norteamericano. Segundo, el control francés de Luisiana cortaba las posibilidades de expansión al Oeste. Tercero, la presencia de una potencia europea agresiva y poderosa como vecino de los Estados Unidos no era un escenario que agradaba al liderato estadounidense. En otras palabras, la adquisición de Luisiana por Napoleón amenazaba las posibilidades de expansión territorial y representaba una seria amenaza a la economía y la seguridad nacional de los Estados Unidos. Por ello no nos debe sorprender que algunos sectores políticos norteamericanos propusieran una guerra para evitar el control napoleónico sobre Luisiana. A pesar de la seriedad de este asunto, el liderato norteamericano optó por una solución diplomática. El presidente Thomas Jefferson ordenó al embajador norteamericano en Francia, Robert Livingston, comprarle Nueva Orleáns a Napoleón. Para sorpresa de Livingston, Napoleón aceptó vender toda la Luisiana porque el reinició de la guerra en Europa y el fracaso francés en Haití frenaron sus sueños de un imperio americano. En 1803, se llegó a un acuerdo por el cual los Estados Unidos adquirieron Luisiana por $15,000,000, lo que constituyó uno de los mejores negocios de bienes raíces de la historia.

La compra de Luisiana representó un problema moral y político para el Presidente Jefferson, pues éste era un defensor de una interpretación estricta de la constitución estadounidense. Jefferson pensaba que la constitución no autorizaba la adquisición de territorios, por lo que la compra de Luisiana podía ser inconstitucional. A pesar de sus reservas constitucionales, el presidente adoptó una posición pragmática y apoyó la compra de Luisiana. Para entender porque Jefferson hizo esto es necesario enfocar su visión de la política exterior y del expansionismo norteamericano. Jefferson era el más claro y ferviente defensor del expansionismo entre los fundadores de la nación norteamericana. Éste tenía un proyecto expansionista muy ambicioso que pretendía lograr de forma pacífica.  Según él, los Estados Unidos tenían el deber de ser ejemplo para los pueblos oprimidos expandiendo la libertad por el mundo. De esta forma Jefferson se convirtió en uno de los creadores de la idea de que los Estados Unidos eran una nación predestinada a guiar al mundo a una nueva era por medio del abandono de la razón de estado y la aplicación de las convicciones morales a la política exterior. Esta idea de Jefferson estaba asociada a la distinción entre  republicanismo y monarquía. Las monarquías respondían a los intereses de los reyes y las repúblicas como los Estados Unidos a los intereses del pueblo, por ende, las repúblicas eran pacíficas y las monarquías no. Jefferson rechazaba la idea de que las repúblicas debían de permanecer pequeñas para sobrevivir. Éste creía posible la expansión pacífica de los Estados Unidos, es decir, la transformación de la nación norteamericana en un imperio sin sacrificar la libertad y el republicanismo democrático.

Territorio adquirido en la compra de Luisiana

Para Jefferson, conservar el carácter agrario del país era imprescindible para salvaguardar la naturaleza republicana de los Estados Unidos, pues era necesario que el país continuara siendo una sociedad de ciudadanos libres e independientes. Sólo a través de la expansión se podía garantizar la abundancia de tierra y, por ende, la subsistencia de las instituciones republicanas norteamericanas. Al apoyar la compra de Luisiana, Jefferson superó sus escrúpulos con relación a la interpretación de la constitución para garantizar su principal razón de estado: la expansión.

La era de los buenos sentimientos

Años de controversias relacionadas a los derechos comerciales de los Estados Unidos culminaron en 1812 con el estallido de una guerra contra Gran Bretaña. El fin de la llamada Guerra de 1812 trajo consigo un periodo de estabilidad y consenso nacional conocido como la  Era de los buenos sentimientos. Sin embargo,  a nivel internacional la situación de los Estados Unidos era todavía complicada, pues era necesario resolver dos asuntos muy importantes: mejorar las relaciones con Gran Bretaña y definir la frontera sur. La solución de ambos asuntos estuvo relacionada con la expansión territorial.

Mejorar las relaciones con Gran Bretañas tras dos guerras resultó ser una tarea delicada que fue facilitada por realidades económicas: Gran Bretaña era el principal mercado de los Estados Unidos.En 1818, los británicos y norteamericanos resolvieron algunos de sus problemas a través de la negociación. Los reclamos anglo-norteamericanos sobre el territorio de  Oregon era  uno de ellos. Los británicos tenían una antigua relación  con la región gracias a sus intereses en el comercio de pieles en la costa noroeste del  Pacífico.  Por su parte, los norteamericanos basaban sus reclamos en los viajes del Capitán Robert Gray (1792) y en famosa la expedición de Lewis y Clark  (1804-1806). En 1818, los Estados Unidos y Gran Bretaña acordaron una ocupación conjunta de Oregon.  De acuerdo a ésta, el territorio permanecería abierto por un periodo de diez años.

Una vez resuelto los problemas con Gran Bretaña los norteamericanos se enfocaron en las disputas con España con relación a Florida. El interés norteamericano en la Florida era viejo y basado en necesidades estratégicas: evitar que Florida cayera en manos de una potencia europea. En 1819, España y los Estados Unidos firmaron el Tratado Adams-Onís por el que Florida pasó a ser un territorio norteamericano a cambio de que los Estados Unidos pagaran los reclamos de los residentes de la península hasta un total de $5 millones. La adquisición de Florida también puso fin a los temores de los norteamericanos de un posible ataque por su frontera sur.

La Doctrina Monroe

El fin de la era de las revoluciones atlánticas a principios de la década de 1820 generó nuevas preocupaciones en los  Estados Unidos. Los líderes estadounidenses vieron con recelo los acontecimientos en Europa, donde las fuerzas más conservadoras controlaban las principales reinos e imperaba un ambiente represivo y extremadamente reaccionario.  El principal temor  de los norteamericanos era la posibilidad da una intervención europea para reestablecer el control español en sus excolonias americanas. A los británicos también les preocupaba tal contingencia  y tantearon la posibilidad de una alianza con los Estados Unidos. La propuesta británica provocó un gran debate entre los miembros de la administración del presidente James Monroe. El Secretario de Estado John Quincy Adams  desconfiaba de los británicos y temía que cualquier compromiso con éstos pudiese limitar las posibilidades de expansión norteamericana. Adams temía la posibilidad de una intervención europea en América, pero estaba seguro que  de darse  tal intervención Gran Bretaña se opondría de todas maneras para defender sus intereses, sobre todo, comerciales. Por ello concluía que los Estados Unidos no sacarían ningún beneficio aliándose con Gran Bretaña. Para él, la mejor opción para los Estados Unidos era mantenerse actuando solos.

Los argumentos de Adams influyeron la posición del presidente Monroe quien rechazó la alianza con los británicos. El 2 de diciembre de 1823, Monroe leyó un importante mensaje ante el Congreso. Parte del  contenido de este mensaje pasaría a ser conocido como la Doctrina Monroe. En su mensaje, Monroe enfatizó la singularidad (“uniqueness”) de los Estados Unidos y definió el llamado principio de la “noncolonization,” es decir, el rechazo norteamericano a la colonización, recolonización y/o transferencia de territorios americanos. Además, Adams estableció una política de exclusión de Europa de los asuntos americanos y definió  así las ideas principales de la Doctrina Monroe. Las palabras de Monroe constituyeron una declaración formal de que los Estados Unidos pretendían convertirse en el poder dominante en el hemisferio occidental.

Es necesario aclarar que la Doctrina Monroe fue una fanfarronada porque en 1823 los Estados Unidos no tenían el  poderío para hacerla cumplir. Sin embargo, esta doctrina será una de las piedras angulares de la política exterior norteamericana en América Latina hasta finales del siglo XX y una de las bases ideológicas del expansionismo norteamericano.

El Destino Manifiesto

John L. O’Sullivan

En 1839, el periodista norteamericano John L. O’Sullivan escribió un artículo periodístico justificando la expansión territorial de los Estados Unidos. Según O’Sullivan, los Estados Unidos eran un pueblo  escogido por Dios y destinado a expandirse a lo largo de América del Norte. Para O’Sullivan, la expansión no era una opción para los norteamericanos, sino un destino que éstos no podían renunciar ni evitar porque estarían rechazando la voluntad de Dios. O’Sullivan también creía que los norteamericanos tenían una misión que cumplir: extender la libertad y la democracia, y ayudar a las razas inferiores.  Las ideas de O’Sullivan no eran nuevas, pero llegaron en un momento de gran agitación nacionalista y expansionista en la historia de los Estados Unidos.  Éstas fueron adaptadas bajo una frase que el propio O’Sullivan acuñó, el destino manifiesto, y se convirtieron en la justificación básica del expansionismo norteamericano.

La idea del destino manifiesto estaba enraizada en la visión de los Estados Unidos como una nación excepcional destinada a civilizar a los pueblos atrasados y expandir la libertad por el mundo. Es decir, en una visión mesiánica y mística que veía en la expansión norteamericana la expresión de la voluntad de Dios. Ésta estaba también basada en un concepto claramente racista que dividía a los seres humanos en razas superiores e inferiores. De ahí que se pensara que era deber de las razas superiores “ayudar” a las inferiores. Como miembros de una “raza superior”, la anglosajona, los norteamericanos debían cumplir con su deber y misión.

La anexión de Oregon

Como sabemos, en 1819, los Estados Unidos y Gran Bretaña acordaron ocupar de forma conjunta el territorio de Oregon. Ambos países reclamaban ese territorio como suyo y al no poder ponerse de acuerdo optaron por compartirlo.  Por los próximos veinte cinco años, miles de colonos norteamericanos emigraron y se establecieron en Oregon estimulados por el gobierno de los Estados Unidos.

Las elecciones presidenciales de 1844 estuvieron dominadas por el tema de la expansión. La candidatura de James K. Polk por los demócratas estuvo basada en la propuesta de “recuperar” Oregon y anexar Texas. Polk era un expansionista realista que presionó a los británicos dando la impresión de ser intransigente y estar dispuesto a una guerra, pero que en el momento apropiado fue capaz de negociar. En 1846, el Presidente Polk solicitó la retirada británica del territorio de Oregon aprovechando que complicada por problemas en su imperio, Gran Bretaña no estaba en condiciones para resistir tal pedido.  Tras una negociación se acordó establecer la frontera en el paralelo 49 y todo el territorio al sur de esa  frontera pasó a ser parte de los Estados Unidos.

American Progress, John Gast , 1872

Texas

En 1821, un ciudadano norteamericano llamado Moses Austin fue autorizado por el gobierno mexicano a establecer 300 familias estadounidenses en Texas, que para esa época era un territorio mexicano. La llegada de Austin y su grupo de emigrantes marcó el origen de una colonia norteamericana en Texas. El número de norteamericanos residentes en Texas creció considerablemente  hasta alcanzar un total de 20,000 en el año 1830. Las relaciones con el gobierno de México se afectaron negativamente cuando los mexicanos, preocupados por el gran número de norteamericanos residentes en Texas, buscaron reestablecer el control político del territorio. Para ello los mexicanos recurrieron a frenar la emigración de ciudadanos estadounidenses y a limitar el gobierno propio que disfrutaban los texanos (norteamericanos residentes en Texas). Todo ello llevó a los texanos a tomar acciones drásticas. En 1836, éstos se rebelaron contra el gobierno mexicano buscando su independencia.  Tras una derrota inicial en la Batalla del Álamo, los texanos derrotaron a los mexicanos en la Batalla de San Jacinto y con ello lograron su independencia.

Después de derrotar a los mexicanos y declararse independientes, los texanos solicitaron se admitiera a Texas como un estado de la unión norteamericana. Este pedido provocó un gran debate en los Estados Unidos, pues no todos los norteamericanos estaban contentos con la idea de que Texas, un territorio esclavista, se convirtiera en un estado de la unión. Los sureños eran los principales defensores de la concesión de la estadidad a Texas, pues sabían que con ello aumentaría la representación de los estados esclavistas en el Congreso (la asamblea legislativa estadounidense). Los norteños se  oponían a la concesión de la estadidad a Texas porque no quería fortalecer políticamente a la esclavitud dando vida a un nuevo estado esclavista. Además, algunos norteamericanos estaban temerosos de la posibilidad de un guerra innecesaria con México por causa de Texas, pues creían que el gobierno mexicano no toleraría que los Estados Unidos anexaran su antiguo territorio.

El tema de Texas sacó a flote las complejidades y contradicciones de la expansión norteamericana. La expansión podría traer consigo la semilla de la libertad como alegaban algunos, pero también de la esclavitud y la autodestrucción nacional. Cada nuevo territorio sacaba a relucir la pregunta sobre el futuro de la esclavitud en los Estados Unidos y esto provocaba intensos debates e inclusive la amenaza de la secesión de los estados sureños.

La guerra con México

La elección de Polk como presidente de los Estados Unidos aceleró el proceso de estadidad para Texas. Éste era un ferviente creyente de la idea del destino manifiesto y de la expansión territorial. Durante su campaña presidencial, Polk se comprometió con la anexión de Texas. En 1845, Texas fue no sólo anexada, sino también incorporada como un estado de la Unión. Ello obedeció a tres razones: la necesidad de asegurar la frontera sur, evitar intervenciones extranjeras en Texas y el peligro de una movida texana a favor de Gran Bretaña. Como habían planteado los opositores a la concesión de la estadidad a Texas, México no aceptó la anexión de Texas y  rompió sus relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Con la anexión de Texas, los Estados Unidos hicieron suyos los problemas fronterizos que existían entre los texanos y el gobierno de México, lo que eventualmente provocó una guerra con ese país. La superioridad militar de los norteamericanos sobre los mexicanos fue total. Las tropas estadounidenses llegaron inclusive a ocupar la ciudad capital del México.

Las fáciles victorias norteamericanos desataron un gran nacionalismo en los Estados Unidos y llevaron a algunos norteamericanos a favorecer la anexión de todo el territorio mexicano. Los sureños se opusieron a la posible anexión de todo México por razones raciales, pues consideraban a los mexicanos racialmente incapaces de incorporarse a los Estados Unidos.  Algunos estados del norte, bajo la influencia de un fuerte sentimiento expansionista, favorecieron la anexión de todo México. Tras grandes debates sólo fue anexado una parte del territorio mexicano.

Territorio arrebatado a México en 1848

En el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848)  que puso fin a la guerra, los Estados Unidos duplicaron su territorio al adquirir los actuales estados de California, Nuevo México, Arizona, Utah, y Nevada; México perdió la mitad de su territorio; México reconoció la anexión de Texas y los Estados Unidos acordaron pagarle  a México una indemnización de  $15 millones. Con ello los Estados Unidos lograron expandirse del océano Atlántico hasta el océano Pacífico. La guerra aumentó del poder de los Estados Unidos, fortaleció la seguridad del país y se abrió posibilidades de comercio con Asia a través de los puertos californianos. Sin embargo, la expansión alcanzada también expuso las debilidades domésticas de los Estados Unidos, exacerbando el  debate en torno a la esclavitud en los nuevos territorios, lo que endureció el problema del seccionalismo y llevó a la guerra civil. La victoria sobre México también promovió la expansión en territorios en poder de los amerindios norteamericanos lo que desembocó en  las llamadas guerras indias y en la reubicación forzosa de miles de nativos americanos.

Expansionismo y esclavitud

La década de 1850 estuvo caracterizada por un profundo debate en torno al futuro de la esclavitud en los Estados Unidos. Los estados sureños vieron en la expansión territorial un mecanismo para fortalecer la esclavitud incorporando territorios esclavistas a la unión norteamericana. Con ello pretendían alterar el balance político de la nación a su favor creando una mayoría de estados esclavistas. Es necesario señalar que los esfuerzos de los estados sureños fueran bloqueados por el  Norte que se oponía  a la expansión de la esclavitud.

El principal objetivo de los expansionistas en este periodo fue la isla de Cuba por ser ésta una colonia esclavista de gran importancia económica y estratégica para los Estados Unidos. En 1854, los norteamericanos trataron, sin éxito, de comprarle Cuba a España por $130 millones de dólares. Los Estados Unidos tendrían que esperar más de cuarenta años para  conseguir por las armas lo que no lograron por la diplomacia.

La compra de Alaska

William H. Seward

En el periodo posterior a la guerra civil la política exterior norteamericana estuvo desorientada, lo que frenó el renacer de las ansias expansionistas. El resurgir del expansionismo estuvo asociado a la figura del Secretario de Estado William H. Seward (1801-1872). Seward era un ferviente expansionista que tenía interés en la creación de un imperio norteamericano que incluyera  Canadá, América Latina y Asia. Los planes imperialistas de Seward no pudieron concretarse y éste tuvo que conformarse con la adquisición de Alaska.

Alaska había sido explorada a lo largo de los siglos XVII y XVIII por británicos, franceses, españoles y rusos. Sin embargo, fueron estos últimos quienes iniciaron la colonización del territorio. En 1867, los Estados Unidos y Rusia entraron en conversaciones con relación al futuro de Alaska. Ambos países tenían interés en la compra-venta de Alaska por diferentes razones. Para Seward, la compra de Alaska era necesaria para garantizar la seguridad del noroeste norteamericano y expandir el comercio con Asia. Por sus parte, los rusos necesitaban dinero, Alaska era un carga económica y la colonización del territorio había sido muy difícil. Además, el costo de la defensa de Alaska era prohibitivo para Rusia. En marzo de 1867 se llegó a un acuerdo de compra-venta por $7.2 millones.

El problema de Seward no fue comprar Alaska, sino convencer a los norteamericanos de la necesidad de ello. La compra enfrentó fuerte oposición, pues se consideraba que Alaska era un territorio inservible. De ahí que se le describiera con frases como  “Seward´s Folly,” Seward´s Icebox,” o “Polar Bear Garden.” Tras mucho debate, la compra fue eventualmente aceptada y aprobada por el Congreso. Lo que en su momento pareció una locura resultó ser un gran negocio para los Estados Unidos, pues hoy en día Alaska produce el 25% del petróleo de los Estados Unidos y posee el 30% de las reservas de petróleo estadounidenses.

Hawai

Para comienzos de la década de 1840, Hawai se había convertido en una de las paradas más importantes para los barcos norteamericanos en un ruta a China. Esto generó el interés de ciertos sectores de la sociedad norteamericana.  Los primeros norteamericanos en establecerse en las islas fueron comerciantes y misioneros.  A éstos le siguieron inversionistas interesados en la producción de azúcar. Antes de 1890 el principal objetivo norteameamericano no era la anexión de Hawai, sino prevenir que otra potencia controlara el archipiélago. La actitud norteamericana hacia Hawai cambió gracias a la labor misionera, la creciente importancia de la producción azucarera como consecuencia de la reciprocidad comercial con los Estados Unidos y la importancia estratégica de las islas. El crecimiento de la población no hawaiana (norteamericanos, japoneses y chinos)  despertó la preocupación de los locales, quienes se sentían invadidos y temerosos de perder el control de su país ante la creciente influencia de los extranjeros.  La muerte en 1891  del rey Kalākaua y el ascenso al trono de  su hermana Liliuokalani provocó una fuerte reacción de parte de la comunidad norteamericana en la islas, pues la reina era una líder nacionalista que quería reafirmar la soberanía hawaiana. Los azucareros y misioneros norteamericanos la destronan en 1893 y solicitaron la anexión a los Estados Unidos. Contrario a los esperado por los norteamericanos residentes en Hawai, la estadidad no les fue concedida. Además, el Presidente Grover Cleveland encargó a James Blount investigar lo ocurrido en Hawai.  Blount viajó  a las islas y redactó un informa muy criticó de las acciones de los norteamericanos en Hawai, concluyendo que a mayoría de los hawaianos favorecían a la monarquía. Cleveland era un anti-imperialista convencido por lo que el informe de Blount lo colocó en un gran dilema: ¿restaurar por la fuerza a la reina o anexar Hawai?  Lo controversial de ambas posibles acciones llevó a Cleveland a no hacer nada.

Liliuokalani, última reina de Hawaii

Ante la imposibilidad de la estadidad, los norteamericanos en Hawai optaron por organizar un gobierno republicano. El estallido de la Guerra hispano-cubano-norteamericana en 1898 abrió las puertas a la anexión de  Hawai. Noventa  y cinco  años más tarde el Presidente William J. Clinton firmó una  disculpa oficial por el derrocamiento de la reina Liliuokalani.

La expansión extra-continental

Como hemos visto, a lo largo del siglo XIX los norteamericanos se expandieron ocupando territorios contiguos como Luisiana,  Texas y California. Sin embargo, para finales del siglo XIX la expansión territorial norteamericana entró en una nueva etapa caracterizada por la adquisición de territorios ubicados fuera  de los límites geográficos de América del Norte. La    adquisición  de Puerto Rico, Filipinas, Guam y Hawai dotó a los Estados Unidos de un imperio insular.

La expansión de finales del siglo XIX difería del expansionismo de años anteriores por varias razones. Primero, los  territorios adquiridos no sólo no eran contiguos, sino que algunos de ellos estaban ubicados muy lejos de los Estados Unidos. Segundo, estos territorios tenían una gran concentración poblacional. Por ejemplo, a la llegada de los norteamericanos a Puerto Rico la isla tenía casi un millón de habitantes. Tercero, los territorios estaban habitados por pueblos no blancos con culturas, idiomas y religiones muy diferentes a los Estados Unidos. En las Filipinas los norteamericanos encontraron católicos, musulmanes y cazadores de cabezas. Cuarto, los territorios estaban ubicados en zonas peligrosas o estratégicamente complicadas. Las Filipinas estaban rodeadas de colonias europeas y demasiado cerca de una potencia emergente y agresiva: Japón. Quinto, algunos de esos territorios resistieron violentamente la dominación norteamericana. Los filipinos no aceptaron pacíficamente el dominio norteamericano y se rebelaron. Pacificar las Filipinas les costó a los norteamericanos miles de vidas y millones de dólares. Sexto, contrario a lo que había sido la tradición norteamericana, los nuevos territorios no fueron incorporados, sino que fueron convertidos en colonias de los Estados Unidos. Todos estos factores explican porque algunos historiadores ven en las acciones norteamericanas de finales del siglo XIX un rompimiento con el pasado expansionistas de los Estados Unidos. Sin embargo, para otros historiadores –incluyendo quien escribe– la expansión de 1898 fue un episodio más de un proceso crecimiento imperialista iniciado a fines del siglo XVIII.

Para explicar la  expansión extra-continental se han usado varios argumentos. Algunos historiadores  han alegado que los norteamericanos se expandieron más allá de sus fronteras geográficas por causas económicas. Según éstos, el desarrollo industrial que vivió el país en las últimas décadas del siglo XIX hizo que los norteamericanos fabricaran más productos de los que podían consumir. Esto provocó excedentes que generaron serios problemas económicos como el desempleo, la inflación, etc. Para superar estos problemas los norteamericanos salieron a buscar nuevos mercados donde vender sus productos y fuentes de materias primas. Esa búsqueda provocó la adquisición de colonias y la expansión extra-continental.

Otros historiadores han favorecidos explicaciones de tipo ideológico. Según éstos, la idea de que la expansión era el destino de los Estados Unidos jugó, junto al sentido de misión, un papel destacado en el expansionismo norteamericanos de finales del siglo XIX. Los norteamericanos tenían un destino que cumplir y nada ni nadie podía detenerlos porque era la expresión de la voluntad divina.

La religión y la raza también ha jugado un papel importante en la explicación de las acciones imperialistas de los Estados Unidos. Según algunos historiadores, los norteamericanos fueron empujados por el afán misionero, es decir, por la idea de que la expansión del cristianismo era la voluntad de Dios. En otras palabras, para muchos norteamericanos la expansión era necesaria para llevar con ella la palabra de Dios a pueblos no cristianos.  Como miembros de una raza superior –la anglosajona– los estadounidenses debían cumplir un papel civilizador entre las razas inferiores y para ello era necesaria la expansión extra-continental.

Alfred T. Mahan

Los factores militares y estratégicos también han jugado un papel de importancia en la explicación del comportamiento imperialista de los norteamericanos. Según algunos historiadores, la necesidad de bases navales para la creciente marina de guerra de los Estados Unidos fue otra causa del expansionismo extra-continental. Éstos apuntan a la figura del Capitán Alfred T. Mahan como una fuerza influyente en el desarrollo del expansionismo extra-continental . En 1890, Mahan publicó un libro titulado The Influence of Sea Power upon History que influyó considerablemente a toda una generación de líderes norteamericanos. En su libro Mahan proponía la construcción de una marina de guerra poderosa que fuera capaz de promover y defender los intereses estratégicos y comerciales de los Estados Unidos. Según Mahan, el crecimiento de la Marina debía estar acompañado de la adquisición de colonias para la construcción de bases navales y carboneras.

Una de las explicaciones más novedosas del porque del expansionismo imperialista recurre al género. Según la historiadora norteamericana Kristin Hoganson, el impulso imperialista era una manifestación de la crisis de  la masculinidad norteamericana amenazada por el sufragismo femenino y las nuevas actitudes y posiciones femeninas. En otras palabras, algunos norteamericanos como Teodoro Roosevelt defendieron y promovieron el imperialismo como un mecanismo para reafirmar el dominio masculino sobre la sociedad norteamericana.

La expansión norteamericana de finales del siglo XIX fue un proceso muy complejo y, por ende, difícil de explicar con una sola causa. En otras palabras, es necesario prestar atención a todas las posibles explicaciones del imperialismo norteamericano para poder entenderle.

La Guerra hispano-cubano-norteamericana

En 1898, los Estados Unidos y España pelearon una corta, pero muy importante guerra. La principal causa de la llamada guerra hispanoamericana fue la isla de Cuba. Para finales del siglo XIX, el otrora poderoso imperio español estaba compuesto por las Filipinas, Cuba y Puerto Rico. De éstas la más importante era, sin lugar a dudas, Cuba porque esta isla era la principal productora de azúcar del mundo. La riqueza de Cuba era fundamental para el gobierno español, de ahí que los españoles mantuvieron un estricto control sobre la isla. Sin embargo, este control no pudo evitar el desarrollo de un fuerte sentimiento nacionalista entre los cubanos. Hartos del colonialismo español, en 1895 los cubanos se rebelaron provocando una sangrienta guerra de independencia.  Al comienzo de este conflicto el gobierno norteamericano buscó mantenerse neutral, pero el interés histórico en la isla, el desarrollo de la guerra, las inversiones norteamericanas en la isla (unos $50 millones) y la cercanía de Cuba (a sólo 90 millas de la Florida) hicieron imposible que los norteamericanos no intervinieran buscando acabar con la guerra. La situación se agravó cuando el 15 de febrero de 1898 un barco de guerra norteamericano, el USS Maine, anclado en la bahía de la Habana, explotó  matando a 266 marinos. La destrucción del Maine  generó un gran sentimiento anti-español en los Estados Unidos que obligó al gobierno norteamericano a declararle la guerra a España.

El Maine hundido en la bahía de la Habana

La guerra fue una conflicto corto que los Estados Unidos ganaron con mucha facilidad gracias a su enorme superioridad militar y económica. En el Tratado de París que puso fin a la guerra hispanoamericana, España renunció a Cuba, le cedió Puerto Rico a los norteamericanos como compensación por el costo de la guerra y entregó las Filipinas a los Estados Unidos a cambio $20,000,000. A pesar de lo corto de su duración, esta guerra tuvo consecuencias muy importantes. Primero, la guerra marcó la transformación de los Estados Unidos en una potencia mundial. El poderío que demostraron los norteamericanos al derrotar fácilmente a España dio a entender al resto del mundo que la nación norteamericana se había convertido en un país poderoso al que había que tomar en cuenta y respetar. Segundo, gracias a la guerra los Estados Unidos se convirtieron en una nación con colonias en Asia y el Caribe lo que cambió su situación geopolítica y estratégica. Tercero, la guerra cambió la historia de varios países: España se vio debilitada y en medio de una crisis; Cuba ganó su independencia, pero permaneció bajo la influencia y el control indirecto de los Estados Unidos; las Filipinas no sólo vieron desaparecer la oportunidad de independencia, sino que también fueron controladas por los norteamericanos por medio de una controversial guerra; Puerto Rico pasó a ser una colonia de los Estados Unidos.

Con la expansión extra-continental de finales del siglo XIX se cerró la expansión territorial de los Estados Unidos, pero no su crecimiento imperialista ni su transformación en la potencia dominante del siglo XX.

            Norberto Barreto Velázquez, PhD

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