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Archive for the ‘Afganistán’ Category

Comparto este trabajo del Dr. Andrea Betti,analizando el efecto de los antentados terroristas de 11 de setiembre de 2001 en el sistema internacional y su impacto en la política exterior de Estados Unidos. Betti es  profesor de Teoría de las Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas.

Han pasado 20 años desde los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Algunas de las preguntas principales de analistas y observadores en estos días son de qué manera ha cambiado el sistema internacional en las últimas dos décadas y cómo se ha visto afectada la política exterior de Estados Unidos.

Aunque los intereses nacionales de un país no suelen variar en tan solo dos décadas, es indudable que algo ha cambiado en el comportamiento internacional de Estados Unidos. Las razones han de encontrarse, sobre todo, en una serie de sucesos que han tenido lugar en el sistema internacional.

En una época de relativo éxito de las opciones populistas, es bastante natural relacionar el comportamiento de Estados Unidos con su situación política interna. Muchos análisis científicos y periodísticos han descrito en detalle la presunta regresión democrática que estaría caracterizando la política nacional estadounidense.

Para explicar la actitud aislacionista y nacionalista de Estados Unidos en los últimos años se suele mencionar la prevalencia de la política identitaria, el abuso de las cuestiones divisivas y polarizadoras (wedge issues), el uso desproporcionado de la propaganda (y de las falsedades) en las redes sociales, el ascenso de líderes autoritarios y demagógicos, el choque entre extremistas y defensores del statu quo y la consecuente incapacidad de los dos mayores partidos, republicanos y demócratas, para consensuar reformas sensatas frente a problemas de interés nacional.

Sin embargo, hay una tendencia a exagerar el impacto de tales factores nacionales y no siempre se han tenido en debida cuenta los factores internacionales, menos atractivos desde el punto de vista mediático, pero de gran influencia a la hora de determinar la posición internacional de un país.

Las transformaciones se aceleraron

Los atentados del 11 de septiembre no hicieron más que acelerar el impacto de algunas de las grandes transformaciones internacionales que comenzaron con el fin de la Guerra Fría. En primer lugar, la desaparición de la Unión Soviética fue ciertamente una buena noticia desde el punto de vista del avance de los valores democráticos. Sin embargo, para los países de la OTAN supuso la desaparición de una amenaza clara y fácilmente identificable que había permitido la definición de objetivos comunes.

EE. UU. y el mundo 20 años después del 11-S

Hoy en día, las amenazas son más difusas, más difíciles de identificar en un estado o un territorio concreto. Su impacto puede variar mucho, lo cual cambia su manera de ser percibidas y el tipo de alarma que provocan. El ejemplo más evidente se dio con la intervención estadounidense en Irak en 2003, que reflejaba la existencia de enfoques diferentes entre europeos y estadounidenses sobre cómo combatir el terrorismo. Frente a este tipo de amenazas, es más difícil llegar a acuerdos, incluso entre aliados.

En segundo lugar, el fin de la Guerra Fría intensificó un proceso de globalización que, después de una primera fase, en los años noventa, de grandes promesas de bienestar para todos, empezó a mostrar su cara menos agradable.

La libre circulación de bienes, personas y capitales no significaba solo oportunidades, sino también riesgos, por ejemplo, unas nuevas desigualdades, evidentes con la crisis de 2008, o unos nuevos desafíos en materia de acogida e integración de personas, evidentes con las frecuentes crisis migratorias.

Populismo y globalización

La globalización ha supuesto la aparición de nuevas inseguridades que favorecen la huida de muchos electores de los partidos centristas hacia soluciones más extremas y demagógicas. En este sentido, son varios los analistas que explican el populismo como una consecuencia y una reacción contra la globalización. No casualmente, desde el punto de vista internacional, el populismo se acompaña, a menudo, con un mensaje aislacionista y nacionalista, presentado como el único antídoto en un entorno internacional inseguro.

Por estas razones, cuando se analiza el aislacionismo de Estados Unidos en estos últimos tiempos no se puede recurrir solo a explicaciones nacionales. Como argumentó Peter Gourevitch hace más de 40 años, la distribución internacional del poder político y económico puede tener efectos decisivos en la política interna de un país, incluso cuando se trata de una superpotencia como Estados Unidos.

Las presiones económicas y militares globales reducen el abanico de las opciones a disposición de un líder político. Es muy probable que en los próximos años la tendencia de Estados Unidos a enfocarse más en sus intereses nacionales continuará, sea quien sea el presidente o el partido en el poder. Es la consecuencia de un nuevo entorno multipolar, en el que varias potencias compiten entre sí, mientras que ninguna de ellas tiene la suficiente influencia política y económica para imponer las decisiones a las demás o para garantizar la seguridad internacional.

How 9/11 Changed U.S. Foreign Policy

El liderazgo de EE UU se tambalea

Es verdad que el sistema de relaciones internacionales que Estados Unidos construyó después de la Segunda Guerra Mundial para proporcionar seguridad a sus aliados y para contener a sus rivales sigue vigente, por ejemplo, en organizaciones internacionales como la ONU o la OTAN.

Sin embargo, es también cierto que la redistribución de poder a nivel internacional dificulta la posibilidad de que Estados Unidos siga jugando el papel de líder del sistema. Por un lado, escasean los recursos para poder hacerlo, por ejemplo, en Afganistán, mientras que, por el otro, su legitimidad se tambalea frente a potencias que exigen un papel protagónico.

Esto no significa que el orden internacional liberal esté destinado a desaparecer a corto plazo, y con ello las relaciones transatlánticas, el libre comercio o los valores democráticos. Cambios de esta envergadura pueden requerir mucho tiempo.

Lo que sí es cierto es que tanto sus aliados como sus adversarios tienen que prepararse para un mundo en el que Estados Unidos se dedicará cada vez más a sus intereses nacionales de una manera que podrá resultar, a veces, insolidaria y agresiva. Esto no será simplemente la consecuencia de un líder u otro, sino el efecto de unas transformaciones globales difíciles de parar.

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En esta corta nota, el Dr.

El  autor es profesor de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense. Es, además,  profesor de política exterior de EE.UU. en la Escuela Diplomática y de Seguridad Internacional en el  UCM-CESEDEN. García Cantalapiedra es investigador colaborador en el Instituto Franklin-UAH e investigador principal sobre EE.UU. del Real Instituto Elcano.

 


The cost of the Afghanistan war: Lives, money and equipment lost

Por qué Estados Unidos se ha retirado de Afganistán

 

Introducción

7279 días transcurrieron entre “Jawbreaker”, la inserción de oficiales de la CIA en Afganistán a bordo de un helicóptero de fabricación soviética Mi-17 con el número simbólico de cola 91101 el 26 de septiembre de 2001, y el momento en que el general de división Christopher Donahue, comandante de la 82 División Aerotransportada, subió a bordo de un C-17 en Kabul el 30 de agosto de 2021 para convertirse en el último estadounidense en abandonar Afganistán. 7279 días.

Antecedentes – “Es Pakistán, estúpido”

Durante estos 20 años el acrónimo para describir la zona de operaciones era siempre AF-PAK, narrativa que, paradójicamente, ha desaparecido, a pesar de que es imposible hablar de este tema separando uno de otro. Se suele olvidar que tras el derrocamiento de los talibanes y la destrucción de Al Qaeda en Afganistán, la Administración Bush tenía claro el problema de fondo que podía hacer intratable Afganistán: las relaciones entre India Y Pakistán sobre Cachemira. Así impulsó y protegió el diálogo comprehensivo entre Pakistán y la India, razón última de fondo de la política de Pakistán hacia Afganistán, la guerra contra los soviéticos y la creación del Talibán. Pakistán y, en última instancia su ejército y su servicio de inteligencia, el ISI, buscaron desesperadamente, tras la derrota de la guerra de 1971 con India “profundidad estratégica” con un régimen “amigo” en Kabul y un programa nuclear, que se desarrollaría en secreto. El fracaso de los sucesivos planes salidos de todas las negociaciones y el mantenimiento de las redes talibanes desde Pakistán hacía imposible cualquier “victoria militar”. Esto llevó a las operaciones a partir de 2014 y el progresivo abandono del país con la creación de un estado viable y capaz de mantener su estabilidad y seguridad. El problema es que como en el conflicto de Vietnam (uso de la ruta Ho Chi Minh a través de Camboya), esto no podía ser posible mientras hubiera un país que saboteara continuamente estos esfuerzos y fuera el santuario de los talibanes.

Por qué, entonces, Estados Unidos se retira de Afganistán

NATO vows to keep funding Afghan military through 2020 – POLITICO

  • Los aliados, y sobre todo los europeos de la OTAN empezaron a mostrar “fatiga de combate” (junto con problemas políticos internos ante las operaciones y las bajas) y mantenían la mayor parte de ellos una serie de limitaciones nacionales (caveats) y en las reglas de enfrentamiento diferentes a las fuerzas norteamericanas, de Gran Bretaña, Canadá o Australia. Ya desde el principio apoyaron el plan de desescalada propuesto por la Administración Obama. La OTAN asumiría el liderazgo de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) en Afganistán el 11 de agosto de 2003. Por mandato de las Naciones Unidas, el objetivo principal de la ISAF era permitir al gobierno afgano proporcionar seguridad efectiva en todo el país y desarrollar nuevas fuerzas de seguridad afganas. A partir de 2011, la responsabilidad de la seguridad se transfirió gradualmente a las fuerzas afganas y asumieron la responsabilidad total de la seguridad a fines de 2014. El 1 de enero de 2015 se lanzó una nueva misión más pequeña que no es de combate (“Resolute Support”) para proporcionar más capacitación, asesoramiento y asistencia a las fuerzas e instituciones de seguridad afganas.
  • En la Cumbre de la OTAN de julio de 2018 en Bruselas, los Aliados y sus socios operativos se comprometieron a extender el sostenimiento financiero de las fuerzas de seguridad afganas hasta 2024. Esta financiación está actualmente congelada.
Afghan Talks With Taliban Reflect a Changed Nation - The New York Times

Representantes de los Talibanes en las negociaciones con los estadounidenses en Doha, Qatar.

  • En febrero de 2020, EE. UU. y los talibanes firmaron un acuerdo sobre la retirada de todas las fuerzas internacionales de Afganistán para mayo de 2021. En abril de 2021, tras varias rondas de consultas, los ministros de Defensa y Exteriores aliados decidieron iniciar la retirada de tropas de Afganistán el 1 de mayo de 2021 y completarla en unos meses. También decidieron seguir apoyando a Afganistán de otras formas. Así lo confirmaron los Jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN en la Cumbre de la OTAN en Bruselas el 14 de junio de 2021. La OTAN mantenía 7000 fuerzas a parte de las norteamericanas.

Como vemos, EE. UU. y los aliados occidentales ya se habían “retirado” de Afganistán hace tiempo. El problema ha sido la narrativa de retirada y derrota producida por los talibanes, pero sobre todo por nuestros propios medios de comunicación y gobiernos. Ahora veremos publicaciones hablando de un nuevo capítulo del Gran Juego en Asia, sin embargo, este lleva en marcha más de una década.

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El regreso de los talibanes al poder ha levantado serias preocupaciones por el futuro de las afganas. Muchos temen, no sin razón, que los talibanes restablezcan un regimen opresivo que coarte las libertades y derechos de las mujeres.

En esta breve nota publicada en JSTOR, el escritor Matthew Wills comentá un artículo publicado en el año 2003 por la socióloga Kim Berry, analizando cómo, tanto estadounidenses y talibanes, usaron  a las afganas políticamente. De su análisis quedan claro dos cosas. Primero,  las politicas estadounidenses de los años 1980 allanaron el camino de los fundamentalistas al poder, y , por ende, fueron responsables de los problemas de las mujeres en Afganistán.  Segundo, que en la invasión de 2001, el bienestar de las afganas no era, realmente, una prioridad para los políticos en Washington.


Rules the Taliban Imposed on Women When It Last Took Over Afghanistan

¿Una guerra para liberar a las mujeres afganas?

Matthew Wills 

JSTOR   23 de agosto de 2021

La difícil situación de las niñas y las mujeres bajo el gobierno de los talibanes fue uno de los principales asuntos para promover  la invasión del Afganistán en 2001. Dos décadas después, con la retirada de las fuerzas extranjeras del país y el regreso de los talibanes al poder, la difícil situación de las mujeres y niñas afganas ha vuelto a ocupar un lugar central.

Kim Berry | Critical Race, Gender & Sexuality Studies

Kim Berry

El sociólogo Kim Berry detalla cómo el conocimiento público de las «estrategias represivas de género» de los talibanes se extendió durante la concepción inicial de la “guerra contra el terrorismo” después del 9/11. Pero, ¿podría un esfuerzo militar para perseguir a los autores intelectuales de los ataques del 9/ll ser también una guerra de liberación para las mujeres?

Berry argumenta que hubo “omisiones críticas y tergiversaciones” en el uso simbólico de mujeres y niñas afganas durante la movilización para la guerra.

Por un lado, la historia del apoyo estadounidense a los talibanes y sus precursores fue ignorada. Durante la guerra soviético-afgana (1979-1989), Estados Unidos y sus aliados canalizaron unos $10.000 millones de dólares a los muyahidines fundamentalistas. Esto, escribe Berry, estableció las “condiciones materiales e ideológicas para la eventual dominación de los islámicos en la política afgana”.

Una vez que los soviéticos se retiraron de Afganistán, en 1989, el vacío de poder resultante llevó a muchos afganos a dar la bienvenida a los talibanes, formados por elementos de los muyahidines, en nombre de la ley y el orden. Los funcionarios estadounidenses, por otro lado, estaban preocupados por las perspectivas de que UNOCAL, una compañía petrolera con sede en Texas, construyera un gasoducto de gas natural y de una ofensiva talibán contra el opio. El estatus de las mujeres era mucho menos importante para los estadounidenses.

Todo esto cambió, al menos retóricamente, después del 9/11. Por ejemplo, en un discurso por radio, la primera dama Laura Bush argumentó que “la lucha contra el terrorismo es también una lucha por los derechos de las mujeres”. La representante Carolyn Maloney usó un burka en el Congreso, mientras que el Departamento de Estado emitió un informe  que detallaba la misoginia de los talibanes. Los principales medios de comunicación lo siguieron, incluida una historia de portada de Time  titulada “Levantando el velo”.

User Clip: Rep. Carolyn Maloney wears burka on House floor (discussing  Taliban treatment of Afghan women) | C-SPAN.org

Pero entonces la agenda declarada de liberar a las mujeres se encontró con la realidad de Afganistán. Grupos como la Alianza del Norte, aliada con la fuerza de invasión liderada por Estados Unidos, a menudo estaban compuestos por ex muyahidines que podían ser tan violentamente patriarcales como los talibanes. Aliados individuales anti-talibanes como el general Rashid Dostum fueron acusados por grupos de derechos humanos de “asesinatos en masa, tortura, secuestro y violación”.

Mientras tanto, el eufemismo de “daños colaterales” abarcaba bombardeos y ataques con misiles de crucero que mataron a civiles, es decir, mujeres y niñas, así como hombres y niños. Berry cita a un crítico de la guerra que argumentó que la supuesta preocupación por las mujeres puso un “brillo feminista en algunos de los bombardeos más brutales”.

Al final, escribe Berry, tanto los estadounidenses como los talibanes usaron a las mujeres como símbolos para sus respectivas causas.

Wars Are Not Fought to Liberate Women' - FAIR

Para los talibanes, el control de las mujeres simbolizaba la adhesión a la combinación de las tradiciones pastunes con una interpretación radical del Islam, su receta para la creación de una sociedad ideal. Estados Unidos ha utilizado a las mujeres afganas como símbolo para legitimar su campaña de bombardeos… y más ampliamente para legitimar su “guerra contra el terrorismo”.

Todo esto hizo que fuera una forma contradictoria de “luchar por los derechos y la dignidad de las mujeres”, como dijo Laura Bush.

Berry, K. (2003). THE SYMBOLIC USE OF AFGHAN WOMEN IN THE WAR ON TERROR. Humboldt Journal of Social Relations, 27(2), 137-160. http://www.jstor.org/stable/23524156

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

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El cine americano posterior al 11-S

Linda Mokdad

Estudios de Política Exterior  AFKAR/IDEAS No. 46  Verano 2015

Desde 2001, Hollywood ha recurrido al realismo, la historia y la personificación para incorporar un discurso de victimización y trauma en sus películas.

A la luz de las consecuencias inmediatas y duraderas del 11 de septiembre de 2001, tanto nacionales como internacionales, estudiar la construcción histórica de los ataques terroristas sigue siendo una tarea difícil, aunque apremiante. Ya se vea el 11-S como justificación de la “guerra contra el terror” o como excusa ilegítima para la expansión ilimitada del poder ejecutivo –la firma de la Ley Patriota (USA Patriot Act), las prácticas de la detención indefinida y de entregas extraordinarias (extraordinary rendition), el recurso a la tortura o las invasiones de Irak y Afganistán–, la narración cinematográfica de ese día es motivo de complejos debates y enfrentamientos en torno a la historia. En la trama de determinadas películas tras el 11-S se ha apostado por un marco estadounidense o nacional para aislar o contener el significado de los atentados, mientras que en otras se ha insistido en situar esa jornada de 2001 en un contexto global que pone de relieve la historia de la política exterior de Estados Unidos y su intervención en otros lugares del mundo. También ha habido relatos que, de modo ambivalente, han oscilado entre estas dos posturas, acomodando pero también reajustando la historia, para remodelar el papel de EE UU más allá de sus fronteras. A partir de estas tramas, este artículo describe cómo en el cine hollywoodiense posterior al 11-S se observan tres tendencias importantes en las representaciones de Oriente Medio o de los árabes/musulmanes.

Primero, varias de estas películas activan estrategias que señalan una inquietud con respecto al “realismo”. Segundo, también muestran la tendencia a situar el 11-S y la “guerra contra el terror” en otros escenarios e historias habitualmente utilizados para designar la relación problemática entre Oriente Medio y Washington (incluido el fundamentalismo islámico, las invasiones de Afganistán e Irak, el conflicto árabe-israelí o la lucha por el petróleo). Por último, el cine posterior al 11-S sugiere la supresión de la persona con respecto a la figura del árabe/musulmán, sustituida por una inversión creciente en el trauma y psicotrauma del norteamericano. En última instancia, estas pautas dejan entrever que Hollywood ha usado y abusado del 11-S y la posterior “guerra contra el terror” como oportunidades de moderar, regular y, a menudo, reelaborar los encuentros y enfrentamientos históricos entre Washington y Oriente Medio.

Apuesta por el ‘realismo’

El énfasis que las películas posteriores al 11-S ponen en el realismo no se explica solo por lo ocurrido ese día. De hecho, como película rodada años antes de los ataques –pero después del primer ataque a las Torres Gemelas–, Estado de sitio (Edward Zwick, 1998) ha sido calificada a menudo de pionera por el modo en que emplea la historia al construir y representar a personajes árabes y araboestadounidenses. Con una trama basada en una ola de ataques perpetrados por una red terrorista islámica fundamentalista en respuesta a la captura de un clérigo iraquí por el ejército estadounidense, Estado de sitio aborda Oriente Medio y el problema del terrorismo en un marco más amplio de la política exterior y la geopolítica norteamericanas. De hecho, a diferencia del género de cine de acción hollywoodiense, con títulos como Mentiras arriesgadas (James Cameron, 1994), Decisión crítica (Stuart Baird, 1996) o Reglas de compromiso (William Friedkin, 2000), que presentaban temerariamente a malos de caricatura y, por ende, imágenes de terroristas árabes o musulmanes fácilmente desechables, los productores de Estado de sitiose esforzaron claramente por evitar acusaciones de intolerancia racial o religiosa. De forma irónica, este tratamiento conscientemente sobrio del terrorismo puede ser en parte responsable de que se boicoteara la película, y de los estragos que causó entre los grupos de defensa de árabes y musulmanes. Hussein Ibish, de la ADC (American-Arab Anti-Discrimination Committee), distinguía esta película de muchos otros productos de Hollywood que caían en estereotipos sobre árabes y musulmanes, y afirmaba: “[Las representaciones anteriores] eran tontas y unidimensionales. Estado de sitio pretende ser un producto socialmente responsable”. (“Los musulmanes se sienten asediados”, 1998).

Si bien Estado de sitio demuestra que la gran industria del cine ya había empezado a responder y a incorporar la crítica poscolonial y el multiculturalismo, tales estrategias regulan y gestionan cada vez más las historias, ahora “intrusivas”, del “Otro” árabe/musulmán tras los ataques de 2001. Esto es, el cine norteamericano posterior al 11-S apunta a un interés aun más fetichista por el realismo y la historia. Al recurrir o confiar en el periodismo incrustado, títulos como Gunner Palace (Petra Epperlein y Michael Tucker, 2004), En el valle de Elah (Paul Haggis, 2007), Restrepo (Sebastian Junger y Tim Hetherington, 2010) y La noche más oscura (Kathryn Bigelow, 2012) tratan de dotar de autoridad a sus “verdades” sobre árabes/musulmanes o la “guerra contra el terror”. Además, muchas de esas películas toman prestadas técnicas o estrategias del cine documental (incluidos los movimientos bruscos cámara en mano o la vertiginosa fotografía de guerra), para dar más protagonismo y reforzar la identificación con la perspectiva de los soldados estadounidenses.

Vuelta al pasado

La inversión en el realismo del cine posterior al 11-S comprometido con Oriente Medio, consolidada por el uso del periodismo incrustado o técnicas de documental, se ve reforzada por las referencias a las situaciones históricas y geopolíticas, una información muchas veces reprimida en las películas anteriores al 11-S. Por ejemplo, Syriana (Stephen Gaghan, 2005), inspirada en el bestseller autobiográfico del antiguo agente de la CIA, Robert Baer, See No Evil, establece conexiones explícitas entre el militarismo y la política exterior de Washington, los monopolios de los recursos petrolíferos, la explotación de trabajadores paquistaníes en Oriente Medio y el fundamentalismo islámico. Red de mentiras (Ridley Scott, 2008) también reproduce debates en torno a la contribución de la política exterior de la CIA y de EE UU al auge del terrorismo en Oriente Medio. Un corazón invencible (Michael Winterbottom, 2007) vuelve sobre el asesinato real del reportero del Wall Street Journal, Daniel Pearl, perpetrado por extremistas religiosos. Argo se remonta a la crisis de los rehenes de Irán, en 1980. Y aun viaja más atrás Múnich (Steven Spielberg, 2005), trasladándonos hasta la crisis de los rehenes de las Olimpiadas de Múnich, en 1972, para formular una tesis sobre el 11-S y el terrorismo en nuestros días.

En cierto modo, podríamos considerar un avance la atención que estas películas prestan a la historia y a los aspectos geopolíticos, o la complicidad de la política exterior estadounidense. A diferencia de Black Sunday (John Frankenheimer, 1977), The Delta Force (Menahem Golan, 1986) o Navy Seals (Lewis Teague, 1990), estas películas pueden sugerir análisis de los conflictos entre EE UU y Oriente Medio más complejos y reflexivos que las representaciones monolíticas anteriores de árabes y musulmanes que a menudo los han mostrado, a ellos y su relación con la violencia, aislados de la historia. Ahora bien, al integrar el 11-S en otros puntos del conflicto de Oriente Medio, el cine posterior al 11-S ha generado una y otra vez analogías históricas y relatos teleológicos simplistas e interesados. Por ejemplo, Múnich, en lugar de situar en primer término el contexto histórico inmediato que da pie a la masacre de 1972 en las Olimpiadas de Múnich, ubica y filtra “Múnich” a través de la memoria del Holocausto y los hechos del 11-S. En otras palabras, el Holocausto, la masacre de Múnich y el 11-S se presentan como ejemplos de violencia que son parte de la misma trayectoria histórica. Mike Chopra-Gant ha afirmado que la última imagen del World Trade Center (con la que acaba Múnich) establece una “relación causal directa” que resulta “simplista y reduccionista”. La pretensión de Golda Meir en la película de que la masacre en la ciudad alemana “es algo nuevo” y que “lo que pasó en Múnich lo cambia todo” recuerda a la ya conocida retórica posterior al 11-S sobre la excepcionalidad norteamericana, que dio a la Casa Blanca licencia para invadir Afganistán e Irak, imponiendo y aprobando la violencia israelí como respuesta al terrorismo.

Inversión creciente en el trauma y psicotrauma del norteamericano

La tendencia del cine estadounidense posterior al 11-S a producir imágenes más realistas de Oriente Medio, así como a aportar más datos históricos (aunque reformulados y revisados) a la hora de retratar a árabes o musulmanes, no puede considerarse sin pensar en la tercera estrategia habitual utilizada en estas películas. Aunque aceptemos que, en el mejor de los casos, puedan abordar el papel de la política exterior de Washington en su lucha contra la violencia procedente de Oriente Medio, debe plantearse en qué medida su potencial de crítica se ve mermado por el modo en que sitúan y contraponen estadounidenses y árabes/musulmanes.

Para la mayoría de películas centradas en Oriente Medio posteriores al 11-S, sería casi imposible ignorar la violencia causada por la invasión de Afganistán o Irak (Green Zone: distrito protegido, Paul Greengrass, 2010) o las torturas que tuvieron lugar en las cárceles clandestinas de la CIA (El sospechoso, Gavin Hood, 2007 o La noche más oscura, 2012). Sin embargo, lo que debe tenerse en cuenta es el modo en que esta violencia se representa y reparte entre colectivos distintamente codificados. Si la movilización o reproducción de estrategias relacionadas con el periodismo incrustado ha priorizado a menudo las experiencias de los estadounidenses, los árabes/musulmanes están muy vehiculados, tecnologizados y asociados al pasado y la historia. El ejemplo más reciente, y tal vez el más extremo, de película posterior al 11-S en que prevalece la persona (y la psique) del soldado americano por encima de los árabes/musulmanes a quienes mata es El francotirador (Clint Eastwood, 2014). Basada en la historia real del francotirador miembro del cuerpo de los Navy SEAL, Chris Kyle, la crítica que hace de la guerra se limita básicamente a plantear el impacto negativo que ha tenido en el soldado, al tiempo que subestima o racionaliza la pérdida de vidas árabes. El francotirador contó con una gran publicidad (positiva y negativa), pero no es más que una de las muchas películas de guerra posteriores al 11-S en que se distingue entre ciudadanos norteamericanos y árabes, pidiendo al público que se sumerja completamente del lado de los primeros. Una estrategia habitual para fomentar la identificación con los estadounidenses tras el 11-S consiste en dedicarse a rodar películas sobre la guerra y la vuelta a casa, centradas en el trastorno de estrés postraumático. Títulos como Badland (Francesco Lucente, 2007), Homeland (Christoper C. Young, 2009), En tierra hostil (Kathryn Bigelow, 2008) o En el valle de Elah otorgan un trato de excepción al estadounidense, distinguiéndolo del árabe/musulmán.

A diferencia del personaje masculino invulnerable y militarizado del cine de acción hollywoodiense de los años ochenta y noventa,  muchas tramas militares posteriores al 11-S ponen de relieve la vulnerabilidad del soldado estadounidense. Por ejemplo, incluso una película como En el valle de Elah, que aborda el abuso sufrido por civiles iraquíes a manos de los soldados, relativiza esos abusos, atribuyéndolos al trauma y postrauma sufrido por las tropas estadounidenses. Tal como sugiere el propio título, el soldado norteamericano es el valeroso pero vulnerable David que se enfrenta al poderoso y monstruoso Goliat. Estas películas posteriores al 11-S, pues, pueden probar una voluntad aun mayor de mostrar abusos y torturas, incluso los cometidos por los propios americanos, pero se racionalizan como una respuesta aceptable y un comportamiento comprensible por parte de una persona y una nación traumatizados. El abuso contra civiles iraquíes que se muestra en En el valle de Elah se capta, vehicula y mantiene a distancia gracias a la tecnología de la videocámara, y se califica de perteneciente al “pasado.” El soldado norteamericano traumatizado y postraumatizado, en cambio, invita a la identificación emocional y engendra mucho más afecto, al estar situado en el “presente” de la película, y dotado de una voz y una trayectoria como personaje que se niega al árabe/musulmán. En estos casos, las inquietudes inmediatas del presente superan los pecados del pasado, abstraídos y vehiculados.

El cine de guerra y vuelta a casa posterior al 11-S, que alterna recuerdos de la batalla y problemas de readaptación posteriores al conflicto, se convierte en el vehículo perfecto para distinguir entre americanos y árabes/musulmanes, al mostrar registros temporales tan dispares. Asimismo, el visionado y revisionado de las escenas de tortura grabadas en La noche más oscura no solo produce y reproduce el personaje musulmán criminalizado y legible, sino que, además, lo priva de cualquier humanidad.

En conclusión, aunque el cine posterior al 11-S pueda sugerir unos retratos más sensibles de los árabes/musulmanes, al reconocer la historia y hasta la complicidad de Washington, toda crítica que puedan ofrecer, en definitiva, se ve empañada por el modo en que la historia se reajusta para redimir y dar prioridad a los norteamericanos. En última instancia, Hollywood ha recurrido al realismo, la historia y la personificación en el cine posterior al 11-S para incorporar un discurso de victimización y trauma.

Linda Mokdad es Profesora auxiliar de Inglés y Estudios Cinematográficos, St. Olaf College. Northfield.

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Want to See How Afghanistan Will Turn Out After the U.S. Withdrawal? Look to Latin America 

HNN   March 31, 2014 

Image via Wiki Commons.

Many who reacted to President Obama’s recent suggestion that he might pull out all U.S. troops from Afghanistan by December have used the U.S. occupations of Germany and Japan after World War II to argue that troops can bring the security and stability needed for long-term nation building.

Although the occupations in Europe and Asia were logical responses to wars against the United States just as the U.S. invasion of Afghanistan followed upon 9/11, the analogy should end there. Successful nation building does not depend mostly on the occupying force but rather on the capacity — more important, the willingness — of the occupied society to carry it out. The Germans and Japanese under occupation had the capacity to rebuild their nations simply because they had already been industrial, centralized nations before the war. They also had the willingness because anti-Nazis in Germany and anti-militarists in Japan, who hated the ideologies behind the aggression of their nation, were now in charge.

A far better analogy for the situation in Afghanistan takes us back a generation further, to the U.S. occupations in Central America and the Caribbean around World War I. Then as now, the United States perceived a security threat — German gunboats, schemes to build another canal in Central America — that compelled them to occupy small, poor, agricultural nations.

Like Afghanistan, those places strained the definition of “nation.” Nicaragua (occupied 1912-1933), Haiti (1915-1934), and the Dominican Republic (1916-1924) were all afflicted by caudillos, strongmen whose power rested on their control of small private armies and especially their ability to resist centralized power. “Leaders” in Managua, Port-au-Prince, and Santo Domingo were beholden to these regional power brokers. Presidents were weak, corrupt, and isolated. They expressed nationalism but didn’t really care about the future of their country. Such characters should sound familiar to anyone who has dealt with Hamid Karzai.

Seeing decentralization as debilitating to security or development, occupying Americans tried to build nations. They had locals build roads and string telegraph wires alongside them. They funded hospitals and reorganized schools. They surveyed lands, to make them easier to buy and sell. Most important, they trained national constabularies that were, for the first time, able to use those roads to put down any caudillo’s regional challenge.

None of it magically created the “national feeling” that occupiers wanted. It didn’t help that Americans also used forced labor, torture, racism, and strong-arm diplomacy to speed up nation building. But even without such brutality, centralization was a pipe dream that barely advanced, even after decades of occupation.

The unwillingness of Latin Americans to centralize and adopt other behaviors of industrialized democracies was made most evident, as it is now in Afghanistan, when talk of withdrawal came up. After World War I, when the Germans no longer threatened the Caribbean basin, the strategic rationale for troops evaporated. Even violent insurrectionary movements had been wiped out or had laid down their weapons.

So it was time for U.S. troops to go, but they soon learned that withdrawal would be a long, drawn-out process that entailed coming to terms with the painful reality that nation building had failed. Marines oversaw elections in each of these three occupations, but in each, candidates made wild promises and vicious accusations while they betrayed political allies. They remained wedded to personalism, following leaders who presented absolutely no program for the betterment of their nations. They continued draining the treasury and using governments not to implement policy but to hand out jobs to friends and family.

American occupiers were without good options, as the Obama administration is today. If they insisted on keeping a high level of troops, they faced calls for “self-government” from Latin Americans and cries from back home that the money would be better spent in the United States, especially as the Great Depression stifled budgets. If they kept a small amount of troops in country, as they did in Nicaragua for thirteen years and as Obama is now considering, those troops merely propped up a puppet government that fell as soon as they left. And the more Americans negotiated withdrawal agreements, the more they gave in to Latin American demands to control their own politics. Delay, then as now, was a losing strategy.

When the Marines did leave the Caribbean, the result they witnessed in each occupation was the worst of all worlds: dictators used the coercive power of national constabularies to destroy, rather than build up, what incipient democracy there was. Anastazio Somoza in Nicaragua, Rafael Trujillo in the Dominican Republic, and eventually François Duvalier in Haiti crushed caudillos and “nationalized” power without the required nationalism.

The lessons for Afghanistan today are dispiriting and opaque. There will be no happy ending, no riding into the sunset. Leaving earlier rather than later, as most Americans seem to want, makes sense, but isn’t a panacea. Afghans will sooner or later have to face their own demons and progress at their own pace. Peoples cannot be forced into nationalism; they must build it through their own initiative, trauma, and tears.

Alan McPherson is professor of international and area studies at the University of Oklahoma and the author of The Invaded: How Latin Americans and Their Allies Fought and Ended U.S. Occupations.

 

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