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Archive for the ‘Nazismo’ Category

Ahora que los fascistas están a las puertas del poder en Estados Unidos con la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de 2024, es necesario recordar que el fascismo no es ajeno a la historia estadounidense. Basta recordar la organización pronazi de alemanes residentes de los Estados Unidos conocida como la German American Bund (la Federación Germano-Americana),  el mitin fascista celebrado en el Madison Square Garden y las marchas nazis en la ciudad de Nueva York, ambos a pocos meses del comienzo de la segunda guerra mundial. Y en tiempos muchos más cercanos podríamos mencionar los !Hail, Trump! con lo que los sectores más radicales de la derecha estadounidenses saludaron la «victoria» de Trump en las elecciones de 2016.

En este ensayo, el Dr. Evan Friss nos habla de la  Aryan Library (Librería Aria), que describe como “el cuartel general de facto del nazismo estadounidense”. Esta librería fascista abrió sus puertas en la ciudad de Los Ángeles el mismo mes y año que Franklin D. Roosevelt llegó a la Casa Blanca: marzo de 1933.

Según Friss, el objetivo de la librería era claramente proselitista, pues funcionaba como centro de propaganda pronazi y de reclutamiento. Todo ello con un fuerte mensaje anti-judío que, además, explotaba con fines proselitistas la crisis socioeconómica de la Gran Depresión.

Curiosamente, las autoridades no le prestaron tanta atención a la actividades de los nazis que regenteaban la Aryan Libray, pero los judíos estadounidenses sí. Según el autor, un judío norteamericano llamado Leon Lewis organizó un grupo de personas – judíos y gentiles– que espiaban la librería. Parece que la información que estos recopilaron es una de las fuentes del autor para precisar las actividades que se celebraban en la librería, pero este no lo deja claro.

Friss dedica la segunda parte de su ensayo al análisis de  las librerías de los trabajadores que funcionaron exitosamente antes que  la revolución rusa convirtiera al socialismo en una “amenaza nacional”, y se desatara el famoso red scare de los años 1920. En consecuencia, las librerías socialistas fueron perseguidas por las autoridades federales y estatales.

Evan Friss es profesor de historia en la Universidad James Madison y autor de tres libros: The Cycling City: Bicycles and Urban America in the 1890s (University of Chicago Press, 2015), On Bicycles: A 200-Year History of Cycling in New York City (Columbia University Press, 2019), y The Bookshop: A History of the American Bookstore (Viking, 2024)


Venta de libros intolerantes: cuando los nazis abrieron una librería de propaganda en Los Ángeles

Evan Friss

LITHUB       21 de agosto de 2024

En la primera mitad del siglo XX, las librerías radicales adoptaron muchas formas y, a menudo, sirvieron como parte de campañas multicanal más grandes. Los nazis, al igual que los comunistas y los socialistas, organizaron festivales y desfiles, bailes y conciertos, y escuelas y campamentos para difundir las críticas a la democracia y el capitalismo estadounidenses. Las librerías servían como sus centros intelectuales, los lugares donde circulaban las ideologías, y lugares a los que se les otorgaba al menos un barniz de respetabilidad.

De hecho, la Aryan Library (Librería Aria) era mucho más que un lugar para comprar algo. Fue el cuartel general de facto del nazismo estadounidense.

*

Bigoted Bookselling: When the Nazis Opened a Propaganda Bookstore in Los Angeles ‹ Literary HubLa Librería Aria abrió sus puertas en marzo de 1933, el mismo mes en que Franklin Delano Roosevelt asumió la presidencia y, al otro lado del Atlántico, cuando un antisemita de mediana edad, nacido en Austria, subió al poder. El mensaje de odio de Hitler fue hilado y difundido por una elaborada máquina de propaganda, una máquina con su corazón oficial en Alemania y extremidades que se extendían por todo el mundo a través de un ejército de facilitadores. El objetivo era una revolución internacional, un Imperio Alemán restaurado, una tierra poblada por una raza aria.

Para ganarse a los estadounidenses, se centraron en Los Ángeles, y en Hollywood en particular. Aunque los nazis eran más famosos por quemar libros, también los vendían. La destrucción de libros y el establecimiento de librerías fueron un reconocimiento tácito de la misma verdad: los libros tienen poder.

La librería no ocultaba sus objetivos. En la planta baja, era la parte más visible de la operación de South Alvarado Street que también contaba con un restaurante, una cervecería al aire libre y una sala de reuniones. La comida, la bebida, la socialización y las conferencias de los invitados, junto con la lectura, la discusión y la navegación, tenían la intención de reclutar californianos para la causa nazi.

A medida que se desarrollaba la Depresión, los transeúntes curiosos, incluidos los vagabundos desempleados, aparecían, miraban a su alrededor y charlaban con los libreros, quienes les daban explicaciones fáciles sobre la causa raíz de su sufrimiento. La mayoría de las teorías se reducían fundamentalmente a esto: los judíos controlan todo, y los judíos lo arruinan todo.

Cuánto son seis millones de parados? España, como en tiempos de la Gran Depresión | elmundo.es

Estadounidenses desempleados en los años 1930

La tienda describía sus especialidades como el anticomunismo y el antisemitismo, que definía como una misma cosa. Una mujer comentó que la librería “realmente le abrió los ojos a las condiciones judeo-comunistas en nuestro país”.

En una noche típica de viernes, veinticinco personas lo visitaron, en su mayoría hombres de unos veinte años que conducían Pontiacs, Buicks y Studebakers. Conocemos estos detalles, así como sus números de matrícula y las horas exactas en las que llegaron y partieron, porque a la vuelta de la esquina había un espía.

Aunque las autoridades minimizaron la amenaza nazi, los judíos estadounidenses no lo hicieron. El mismo año en que abrió la Librería Aria, un abogado judío llamado Leon Lewis estableció un equipo de agentes encubiertos, hombres y mujeres, judíos y gentiles, para exponer los complots nazis, complots para apoderarse de Hollywood y, en última instancia, de Estados Unidos.

El entonces gerente, Paul Themlitz, de treinta y un años, saludaba a todos sus clientes. “Echen un vistazo a esto”, les decía, llevándolos al último número de Liberation, un periódico fascista. Si se mostraban receptivos, los invitaba a una de las oficinas privadas de la trastienda. Aquí estaba el centro neurálgico de los Amigos de la Nueva Alemania, un grupo de inmigrantes alemanes pro-Hitler.

En su tiempo libre, Themlitz escribía cartas a empresas de propiedad alemana advirtiendo sobre los boicots judíos, una obsesión suya. Escribió las cartas en papel oficial con la insignia de la tienda en relieve, un óvalo rojo que rodeaba una gran esvástica.

Themlitz a menudo trabajaba solo, pero a veces empleaba a otro librero, a quien le pagaba un dólar a la semana más alojamiento y comida. Los empleados ideales eran estadounidenses que ya estaban familiarizados con los principios del nazismo. Mein Kampf era lectura obligatoria.

Los periódicos, revistas, folletos y libros, algunos en inglés y otros en alemán, no llegaron por medios tradicionales. La tienda era alimentada por una combinación de editores estadounidenses de nicho que imprimían o reimprimían folletos antisemitas y por barcos de vapor alemanes que transportaban obras ocultas en arpillera. Los funcionarios de aduanas del puerto de Los Ángeles no fueron un gran obstáculo. Themlitz se regodeó (y probablemente exageró) cuando afirmó que un poco de dinero en efectivo y una botella de champán generalmente funcionaban.

Los barcos alemanes también llegaron al muelle 86 de Manhattan, donde los libros llegaron a las estanterías de la librería Mittermeier. Miembro del Partido Nazi, F. X. Mittermeier tenía una tienda en la calle Ochenta y Seis Este. Vendió Mein Kampf, Los judíos te miran y El programa del partido de Hitler.

Cuando los nazis tomaron Manhattan y coparon el Madison Square Garden con esvásticas

Nazis marchando en Nueva York, 1939

En preparación para un mitin de simpatizantes en el Madison Square Garden, la tienda encargó dos mil copias de los cancioneros del Partido Nazi. Una melodía se llamaba “Muerte a los judíos”. Había otras librerías nazis en Chicago y San Francisco.

El negocio en la Librería Aria creció lo suficiente como para justificar un traslado a una ubicación más grande en Washington Boulevard. En la acera había un cartel que dirigía a la multitud, en su mayoría hombres, todos trajes, hacia el interior. Un vendedor de periódicos vendía ejemplares del Silver Ranger. “¡La libertad de expresión se detuvo por los disturbios judíos!”, gritó. Sobre los generosos escaparates de la librería había tres letreros:

ARYAN BOOK STORE
TRUTH BRINGS LIBERATION
SILVER SHIRT LITERATURE

(LIBRERÍA ARIA

LA VERDAD TRAE LIBERACIÓN

LITERATURA DE CAMISAS DE PLATA)

En el interior había un mostrador, un escritorio y una mesa central de tamaño decente. La combinación de colores era verde (para la esperanza) y rojo (para la lealtad). Los discursos de Hitler se reproducían en un fonógrafo.

Un pasillo conducía a una sala de lectura con un generoso pozo de luz donde se reunían los clientes habituales. Doblaron volantes e intercambiaron teorías conspirativas. (Por ejemplo, el presidente Roosevelt era judío, y también lo era el Papa, a pesar de su “nombre italiano”). Fuera de la sala de lectura estaba la oficina de Hermann Schwinn, el líder de los Amigos de la Nueva Alemania y uno de los nazis más notorios de Estados Unidos. La librería no estaba separada de la organización política.

A medida que los espías se infiltraban en la tienda haciéndose pasar por clientes amistosos, otros resistían al aire libre. En dos ocasiones diferentes en 1934, ladrillos y rocas se estrellaron contra las ventanas. Themlitz culpó a los comunistas.

Poco después, Themlitz fue llamado a testificar, aunque no sobre el vandalismo. El Comité McCormack-Dickstein, dirigido por Samuel Dickstein, un congresista judío de Nueva York, fue uno de los varios comités del Congreso de la década de 1930 encargados de investigar las “actividades antiestadounidenses”.

Themlitz no negó haber portado obras antisemitas. Insistió en que no había nada desleal en ello; simplemente estaba compartiendo “la verdad sobre Alemania”. Cuando le mostraron una fotografía de dos banderas con la esvástica en su librería, pidió que el registro reflejara que también había una bandera estadounidense justo fuera de la vista. Y se ofendió gravemente por la acusación de participar en cualquier actividad considerada “antiestadounidense”, un término que consideraba sinónimo de comunismo.

—Si bajaras y miraras por encima de mis ventanas, verías que tengo bastantes libros anticomunistas en mi tienda —añadió con aire de suficiencia—.

Dickstein también interrogó a F. X. Mittermeier, el librero y miembro del Partido Nazi que pagaba cuotas. “¿Tienes a Shakespeare ahí?”, insistió el congresista. —¿Tienes ahí las obras de Dickens?

Mittermeier dijo que no. No era ese tipo de librería.

*

¿Qué era lo que más inquietaba de las librerías? Sin duda, las librerías difundían propaganda y funcionaban como centros de reclutamiento. Sin embargo, el gobierno a menudo sobreestimó la amenaza, especialmente en términos del número y el poder de los comunistas en particular. De hecho, mientras que algunos políticos pintaban a los enemigos con brocha gorda, agrupando a un variopinto grupo de descontentos políticos bajo el singular paraguas del radicalismo, la mayoría de las veces, los nazis estadounidenses (y sus librerías) no eran la principal preocupación.

En las audiencias del Congreso sobre la propaganda nazi, eso se reconoció explícitamente: “Estamos igual de interesados, si no más, en los asuntos anticomunistas”. Las posteriores y más famosas audiencias del Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes se centraron en los comunistas.

De hecho, mientras que algunos políticos pintaban a los enemigos con brocha gorda, agrupando a un variopinto grupo de descontentos políticos bajo el singular paraguas del radicalismo, la mayoría de las veces, los nazis estadounidenses (y sus librerías) no eran la principal preocupación.

Los congresistas estaban alarmados por el creciente número de librerías comunistas. A finales de la década de 1930, probablemente había cerca de cien en los Estados Unidos, algunos dirigidos directamente por el Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA), que enfatizó la importancia de la lectura para que “los trabajadores se armen con el conocimiento teórico como arma indispensable en la lucha de clases”. La organización mantenía “escuadrones de literatura” regionales, con libros en inglés, ruso, alemán y yiddish fácilmente disponibles.

No muy lejos de la Librería Aria de Los Ángeles había una Librería de los Trabajadores, una de las tres tiendas comunistas de la ciudad. También había librerías obreras en Hartford, Pittsburgh, Toledo, Cleveland, Detroit, Filadelfia, Seattle y Minneapolis.

Había una Librería de los Trabajadores de Yugoslavia y otras tres en Chicago (una no muy lejos de Marshall Field & Company). En Nueva York, a mediados de la década de 1930, había una Librería de los Trabajadores en el Bronx, otra en Yonkers, dos en Brooklyn y cuatro en Manhattan, incluida la más prominente de todas en el piso principal (gire a la izquierda) de un edificio de nueve pisos en East Thirteenth Street.

Inaugurada originalmente en 1927 a lo largo de Union Square, la tienda de Manhattan tenía largas filas de libros que abarcaban teoría, “novelas proletarias”, literatura infantil, cultura soviética, artes, sindicalismo, imperialismo y capitalismo. Si existía un barrio radical, era este. Era el hogar de las oficinas del Partido Comunista de los Estados Unidos de América, el cuartel general de las Nuevas Misas y el sitio de los desfiles anuales del Primero de Mayo.

También fue el hogar de los socialistas, concretamente de la librería Rand School, la librería socialista más importante de Estados Unidos. La Escuela Rand de Ciencias Sociales abrió sus puertas en 1906. Con una espantosa desigualdad de ingresos, condiciones de trabajo inseguras y sin un verdadero estado de bienestar, los estadounidenses recurrían cada vez más al socialismo.

Eugene Debs

En 1912, el socialista Eugene Debs se postuló para presidente, obteniendo más de novecientos mil votos. Esto fue antes de la Gran Guerra. Antes de que el socialismo se volviera tan aterrador. Antes de que Debs fuera encarcelado.

La Escuela Rand era el núcleo educativo del movimiento, ofreciendo cursos sobre la historia y la teoría del socialismo, composición y oratoria, así como una escuela dominical para niños. Destacados pensadores, escritores, activistas y autores, socialistas o no, impartieron clases y conferencias nocturnas, entre ellos W.E.B. Du Bois, William Butler Yeats, Jack London, Charlotte Perkins Gilman, Carl Sandburg, Bertrand Russell, Elizabeth Gurley Flynn, Upton Sinclair, Clarence Darrow, Helen Keller, John Dewey, H.G. Wells y Diego Rivera.

En 1918, más de cinco mil estudiantes, en su mayoría trabajadores veinteañeros, muchos de ellos inmigrantes judíos, asistían a clase en la Casa del Pueblo, un hermoso edificio de piedra rojiza y ladrillos con su nombre estampado en letras de gran tamaño en el quinto piso. Cualquiera que pasara por East Fifteenth Street entre la Quinta Avenida y Union Square, a solo unas vueltas de Book Row, no podía perderse la línea de ventanas enmarcadas en arcos. En el interior había pilas de libros y revistas, periódicos y folletos, y tablones de anuncios con volantes.

Aunque vendía textos a los estudiantes, el Rand era más que una librería escolar. Era un lugar de reunión con un restaurante cooperativo en el mismo edificio. Mientras que otras librerías luchaban por atraer trabajadores (“Nunca llegamos realmente a los trabajadores”, se lamentaban los libreros del Sunwise Turn), el Rand lo hizo, y ganó dinero haciéndolo.

Durante el año académico 1918-1919, totalizó más de $50,000 en ventas, mucho más que la librería promedio. La gente hacía pedidos por correo desde todo el país, y los clientes sin afiliación a Rand hojeaban la selección de periódicos y revistas alternativos de la tienda: The New York Communist, The Workers’ World y Margaret Sanger’s Birth Control Review. Floreció una amplia gama de folletos y libros, algunos publicados por la propia tienda, incluidas las ediciones de El Manifiesto Comunista, Mujeres del Futuro y El hombre asalariado.

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En junio de 1919, los funcionarios estatales lanzaron una redada contra organizaciones de Nueva York sospechosas de conspirar para derrocar al gobierno. Cincuenta agentes marchando en parejas saquearon la librería de la Escuela Rand, llevándose cajas de libros hasta bien entrada la noche. El New York Times aplaudió y calificó al Rand como un centro de lavado de cerebro que fomentaba el “odio”. El fiscal general de Nueva York prometió cerrar la librería para siempre con el argumento de haber distribuido “el tipo más rojo de propaganda roja” y, lo que es peor, de haber radicalizado a “los negros”.

Bajo la Administración de Recuperación Nacional, el gobierno finalmente les había dado a los editores y a la Asociación Estadounidense de Libreros lo que habían estado presionando durante mucho tiempo (y lo que la Corte Suprema había negado anteriormente): una legislación que prohibiera a los libreros hacer descuentos.

El abogado de la Rand School, que trabajaba pro bono y se identificaba a sí mismo como antisocialista, argumentó que la librería vendía miles de títulos, incluidos clásicos que no tenían nada que ver con el socialismo. “La Biblioteca Pública de Nueva York y probablemente todas las demás grandes bibliotecas públicas y librerías tienen en sus estantes cientos de libros del carácter que usted condena”, escribió. “¿Por qué no confiscar sus propiedades y abrir sus cajas fuertes?”

Acusó al Estado de “malgastar” tiempo y dinero “desenterrando” libros expuestos abiertamente en los amplios ventanales, impresos en catálogos y anunciados en los periódicos.

Con facciones que tiraban en direcciones opuestas, el Partido Socialista de América se dividió en 1919, lo que llevó a la formación del CPUSA. El comunismo creció a medida que el Partido Socialista —y las librerías socialistas— comenzaron a desvanecerse. A mediados de la década de 1930, la librería Rand School, que una vez había ayudado a financiar la escuela, tenía solo alrededor de $ 8,000 en ventas anuales, en comparación con los más de $ 50,000 de dos décadas anteriores. Los pequeños gastos —teléfono, toallas, papelería, limpieza de ventanas— se sumaban. La tienda estaba sangrando dinero.

Dos cuadras al sur, la Librería de los Trabajadores se convirtió cada vez más en un destino. Albergaba grupos de lectura, exposiciones sobre la historia del marxismo y una biblioteca circulante donde los miembros del partido tomaban prestados libros por quince centavos a la semana. También se puso a la venta ropa procomunista. Muestre su apoyo a la causa, instó el personal de la tienda, con un botón anti-Hearst o una tarjeta de felicitación progresista.

La tienda ofrecía ventas periódicas a los trabajadores (disponibles en cualquier Librería de Trabajadores de todo el país), distribuía folletos, emitía un boletín informativo regular y vendía entradas para bailes, bailes y charlas de Emma Goldman. Era un centro físico donde cualquiera podía leer sin cesar sobre el comunismo y conocer a los verdaderos comunistas.

Archivo:El libro negro del terror nazi en europa.jpg - Wikipedia, la enciclopedia libreLa Librería de los Trabajadores también almacenaba obras antinazis. Entre ellos se encontraba El Libro Marrón del Terror de Hitler, que afirmaba que el gobierno nazi era responsable del incendio del Reichstag, sede del Parlamento alemán.

En 1934, A.B. Campbell lo encontró en la estantería. Estaba alarmado. No era el contenido. El precio era demasiado bajo. Bajo la Administración de Recuperación Nacional, el gobierno finalmente les había dado a los editores y a la Asociación Estadounidense de Libreros lo que habían estado presionando durante mucho tiempo (y lo que la Corte Suprema había negado anteriormente): una legislación que prohibiera a los libreros hacer descuentos.

La administración Roosevelt coincidió en que la reducción de precios “oprimió a los pequeños libreros independientes”. El nuevo Código de los Libreros exigía que los libros tuvieran un precio, al menos durante los primeros seis meses después de la publicación, a los precios de lista de los editores. Una Autoridad Nacional del Código de Libreros de nueve personas se encargó de la supervisión. En realidad, la ABA se encargó de la mayoría de las quejas.

Resultó que la acusación contra la Librería de los Trabajadores se derivó de una pista de alguien de Macy’s, el objetivo mismo de la legislación federal. El Daily Worker calificó a la tienda departamental como “uno de los más notorios recortadores de precios, cuando se trata de vender la basura de los editores”. Al final, el caso fue abandonado y el Código de los Libreros duró poco más de un año. En ese momento, la Corte Suprema la anuló una vez más, considerando que la NRA era inconstitucional.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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Además del video, incluyo la transcripción de la entrevista.

“Gangsters of Capitalism”: Jonathan Katz on the Parallels Between Jan. 6 and 1934 Anti-FDR Coup Plot

Democracy Now   January 26, 2022

We speak to award-winning journalist Jonathan Katz about his new book “Gangsters of Capitalism: Smedley Butler, the Marines, and the Making and Breaking of America’s Empire.” The book follows the life of the Marines officer Smedley Butler and the trail of U.S. imperialism from Cuba and the Philippines to Haiti, the Dominican Republic, Nicaragua and Panama. The book also describes an effort by banking and business leaders to topple Franklin D. Roosevelt’s government in 1934 in order to establish a fascist dictatorship. The plot was exposed by Butler, who famously declared, “War is a racket.” The far-right conspiracy to overthrow liberal democracy has historical parallels to the recent January 6 insurrection, says Katz.

Transcript

This is a rush transcript. Copy may not be in its final form.

AMY GOODMAN: This is Democracy Now!, democracynow.org, The War and Peace Report. I’m Amy Goodman, with Juan González.

As the January 6th House committee and federal prosecutors continue investigation into last year’s deadly insurrection at the U.S. Capitol and Donald Trump’s efforts to overturn the election, we turn to look at a largely forgotten effort to topple the U.S. government in the past.

It was 1934. Some of the nation’s most powerful bankers and business leaders plotted to overthrow President Franklin Delano Roosevelt in order to block the New Deal and establish a fascist dictatorship. The coup plotters included the head of General Motors, Alfred P. Sloan, as well as J.P. Morgan Jr. and the former president of DuPont, Irénée du Pont. The men asked the celebrated Marine Corps officer Smedley Butler to lead a military coup. But Butler refused and revealed what he knew to members of Congress. This is a clip of General Smedley Butler speaking in 1934.

MAJOR GENSMEDLEY BUTLER: I appeared before the congressional committee, the highest representation of the American people, under subpoena to tell what I knew of activities which I believed might lead to an attempt to set up a fascist dictatorship.

The plan, as outlined to me, was to form an organization of veterans to use as a bluff, or as a club at least, to intimidate the government and break down our democratic institutions. The upshot of the whole thing was that I was supposed to lead an organization of 500,000 men which would be able to take over the functions of government.

I talked with an investigator for this committee who came to me with a subpoena on Sunday, November 18. He told me they had unearthed evidence linking my name with several such veteran organizations. As it then seemed to me to be getting serious, I felt it was my duty to tell all I knew of such activities to this committee.

My main interest in all this is to preserve our democratic institutions. I want to retain the right to vote, the right to speak freely and the right to write. If we maintain these basic principles, our democracy is safe. No dictatorship can exist with suffrage, freedom of speech and press.

AMY GOODMAN: At the time, Marine Major General Smedley Butler was one of the most celebrated Marine officers in the country, having played key roles in U.S. invasions and occupations across the globe, including in Cuba, Nicaragua, Puerto Rico, Haiti, Mexico and the Philippines. But Smedley Butler later spoke out against U.S. imperialism, famously writing, “War is a racket. It always has been. It is possibly the oldest, easily the most profitable, surely the most vicious. … It is the only one in which the profits are reckoned in dollars and the losses in lives. … It is conducted for the benefit of the very few, at the expense of the very many,” Butler said.

We’re joined now by the award-winning author Jonathan Katz, author of the new book Gangsters of Capitalism: Smedley Butler, the Marines, and the Making and Breaking of America’s Empire, also the author of The Big Truck That Went By: How the World Came to Save Haiti and Left Behind a Disaster.

Welcome back to Democracy Now!, Jonathan. This is a fascinating book. I mean, for people who don’t know about, for example, this attempted coup of 1934, can you talk more about exactly how it unfolded? The parallels to these days are quite interesting, but let’s start with the original story that took place, what, like 90 years ago.

Gerald MacGuire and the Plot to Overthrow Franklin Roosevelt | Connecticut  History | a CTHumanities Project

Gerald C. MacGuire

JONATHAN KATZ: Yeah. So, it actually starts in 1933. A representative of a prominent Wall Street brokerage house named Gerald C. MacGuire starts trying to recruit Smedley Butler to — it actually starts out as like kind of an internal plot to get him to speak against Franklin D. Roosevelt taking the dollar off the gold standard at an American Legion conference in Chicago, but it broadens from there. And by 1934, MacGuire is sending Butler postcards from the French Riviera, where he’s just arrived from fascist Italy, from Berlin, and then he comes to Butler’s hometown of Philadelphia and asks him to lead a column of half a million World War I veterans up Pennsylvania Avenue for the purpose of intimidating Franklin Delano Roosevelt into either resigning outright or handing off all his executive powers to a all-powerful, unelected cabinet secretary who the plotters who were backing MacGuire were going to name.

Butlerdogs

JUAN GONZÁLEZ: And, Jonathan, didn’t Butler also claim, in addition to these corporate leaders, that there were folks like Prescott Bush involved in this, the father of George Herbert Walker Bush and grandfather of George W. Bush?

JONATHAN KATZ: So, there’s actually a kind of a game of broken telephone going on with his name being involved in this. So, Bush was actually — Prescott Bush was actually too much involved with the actual Nazi Party in Germany to be involved with the business plot. Bush was a partner at Brown Brothers Harriman, which is still a major investment bank based in New York, across the street from Zuccotti Park, their headquarters. And Bush was the — Brown Brothers Harriman was the subject of a different investigation by the same congressional committee, because that committee’s ambit was to investigate all forms of sort of fascist influence and all attempts to subvert American democracy. And because Brown Brothers was part of a separate investigation, they end up sort of in the same folder at the National Archives, and then it ends up sort of getting mixed up in a documentary that came out about 10 years ago. So that’s actually a misunderstanding. Butler never brought up Prescott Bush’s name. But it was because Prescott Bush was too involved with the actual Nazis to be involved with something that was so homegrown as the business plot.

JUAN GONZÁLEZ: And in terms of why they were recruiting Butler, his importance in the early and mid-20th century as a military hero, could you talk about that, as well?

JONATHAN KATZ: Yeah. So, Butler was — you know, he was the Zelig. He was like the Forrest Gump of American imperialism in the early 20th century. He joined the Marines in 1898. He lied about his age. He was 16 years old. And he joined to fight in the Spanish-American War, or the Spanish-Cuban-American War, against Spanish imperialism in Cuba. But from there, he rides a wave of imperial war, and he’s everywhere. He’s in the Philippines. He invades China twice. He helps seize the land for the Panama Canal. He overthrows governments in Nicaragua, in Haiti. He invades the Dominican Republic, etc. He’s also a general during World War I.

And so he had this very, very long and renowned résumé in the Marine Corps — he was twice the recipient of the Medal of Honor — that made him a big star in America. And he was also — he had a reputation as being sort of a Marines general, like he was somebody who had the deep and abiding respect of his enlisted men. And because of that résumé of having overthrown a lot of democracies overseas and also having, you know, the loyalty of so many members of the Marine Corps, that, for the best — the best as we can tell, is why Gerry MacGuire, and probably his boss Grayson Murphy, went to Butler to lead their putsch.

AMY GOODMAN: Now, we want to get into this early history, because it is fascinating. When you, you know, mention the Philippines, when you mention Cuba and Puerto Rico, people are not really aware — most people, I think — of what the U.S. role was. But just on this plot in 1934, what did General Motors and J.P. Morgan have to do with this? What was the Liberty League? And how far did this go?

JONATHAN KATZ: So, the reason why we know about the Liberty League’s involvement is because Gerry MacGuire, who is the representative of this Wall Street firm, tells Butler at this meeting in 1934 that very soon an organization is going to emerge to back the putsch. And he describes them as being sort of the villagers in the opera, that they would sort of be operating behind the scenes. And a couple weeks later, on the front page of The New York Times, this new organization is announced, the Liberty League, and it started by the du Ponts, Alfred P. Sloan, all of the people that you just mentioned, and is also directly connected to MacGuire, the guy who’s recruiting Butler, because his boss, Grayson M.P. Murphy, who is really, I think, the linchpin of this thing, is the treasurer of the Liberty League.

Hake's - "AMERICAN LIBERTY LEAGUE" RARE ANTI-FDR BUTTON C. 1934.

And what the Liberty League was, was it was basically a consortium of extremely wealthy capitalist industrialists who hated Franklin Roosevelt. They also had the involvement of two former Democratic presidential candidates, Al Smith and John W. Davis, who were anti-New Deal Democrats. And basically, you know, their public-facing goal — and they were very open about this — was to dismantle the New Deal, which FDR was trying to use to save Americans, to put millions of Americans back to work and save Americans from the Depression.

What we don’t know is how far the — maybe the more senior members of the Liberty League, like the du Ponts, had gotten in the planning. And the reason why we don’t know is because the congressional committee that Butler testifies in front of, which is headed by John W. McCormack, who goes on to become the longtime speaker of the House, Samuel Dickstein, who was a Democrat of New York, they cut their investigation short. The only people who testify are Butler, a newspaper reporter who Butler has enlisted in sort of an independent investigation, Gerry MacGuire and the lawyer for one of the maybe lower-level industrialists who’s behind this, the heir to the Singer sewing machine fortune. And so, absent that more detailed investigation, we just don’t know the extent to which the du Ponts, for instance, actually were involved in the planning of the business plot. They may have already been fully involved and just stopped planning once Butler blew the whistle, or it’s possible that Murphy hadn’t got them involved yet. We just can’t say.

JUAN GONZÁLEZ: And what was the reaction of the press at the time to the claims of Butler? It might be instructive, given the things that we’re going through today.

JONATHAN KATZ: Yeah. It was ridicule. So, you know, this was big news at the time. The story ran on the front page of The New York Times, but the Times, you know, they kind of divided it in half, and half of the column inches on the front were just sort of these, like, hilarious denials by the accused. Time magazine, which was owned by Henry Luce, the billionaire son — or, millionaire son of missionaries to China, you know, ran sort of a satirical piece mocking Butler. The Times mocked Butler further in an unsigned editorial. It was basically peals of laughter.

And a couple months later, once the committee had issued its final report — again, they didn’t do a full investigation, but they did enough to say that they were able to, in their words, verify all the pertinent statements made by General Butler and that, you know, something was planned and may have been put into action at such a time as the plotters, however many there were, saw fit. That conclusion got far, far less attention. And to a certain extent, it really — it kind of — you know, it severely damaged, I would say, Butler’s reputation among the establishment, among the American elite. And it sort of helped consign the business plot to maybe not the dustbin, but kind of the forgotten marginalia of American history.

AMY GOODMAN: So, this is critical. I mean, you’re talking about them fighting FDR, calling him a socialist, the New Deal, and then jump forward almost a century to today. Talk about the parallels you see with the Capitol insurrection and beyond that.

JONATHAN KATZ: Yeah, the parallels are legion — no pun intended. I mean, so, one clear set of parallels is that Gerald MacGuire, who’s the bond salesman who tries to recruit Butler, one of the places that he went in Europe in 1934 to gain inspiration for this plot — again, it was a totally homegrown thing, but he was looking to fascist movements in Europe for inspiration — was to Paris, where, six weeks before MacGuire arrived in Paris, there was a riot of far-right and fascist groups. They tried to storm the Parliament in Paris to prevent the handover of power to a center-left prime minister. They were animated by a kind of a crazy conspiracy theory, an antisemitic conspiracy theory, that involved somebody who had committed suicide. Sort of, you know, there was a conspiracy that he hadn’t really killed himself. And that group, one of the groups that participated in that riot, called the Croix-de-Feu, or the Fiery Cross, was, in MacGuire’s terms, exactly the sort of organization that he wanted Butler to lead.

You know, you look at that, that is one of the closest historical parallels to what happened on January 6, you know, sort of a motley assortment of groups, some of which hate each other, others were kind of unaligned, but they’re all sort working together in this effort to overthrow a democracy, prevent the transfer of power to a center-left prime minister, who they see as a stalking horse for communism or socialism. And really, I mean, that’s one of the closest historical antecedents. And there are many others, including, I mean, just the fact that it was a fascist coup being plotted in the United States to overthrow American democracy at a time when liberal democracy was seen by a lot of people as being on the way out. And, you know, we see the same things here today.

JUAN GONZÁLEZ: And, Jonathan, if you could just briefly, in a few seconds, give us a sense of how Butler changed from being a soldier of imperialism to an anti-imperialist? What caused him to have this transformation?

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JONATHAN KATZ: Yeah, I mean, so that was really like the central question that I was trying to answer for myself in writing Gangsters of Capitalism. I would say that there wasn’t one single moment. To a certain extent, Butler is kind of returning to his roots. Among other fascinating things about the guy, he’s a Quaker from Philadelphia’s Main Line. And he gets into his first war at the age of 16, fighting against imperialism and tyranny. And to a certain extent, over the course of his career, he sees that the primary beneficiaries of his and his Marines’ interventions are the banks, are Wall Street, are American politicians. And then he sees the ways in which, you know — excuse me — imperialism abroad gets reimported as authoritarianism and fascism at home. And that’s really why he ends up spending the last 10 years of his life decrying the military-industrial complex, writing War Is a Racket, and trying to — ultimately, trying and, of course, failing to prevent the outbreak of World War II and the United States’ entry into it.

AMY GOODMAN: Well, we want to thank you so much, Jonathan Katz, for joining us, award-winning journalist, author. His latest book, Gangsters of Capitalism: Smedley Butler, the Marines, and the Making and Breaking of America’s Empire. His writings appear on TheRacket.news.

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Henry Ford es, sin lugar a dudas, una de las figuras más importantes de la historia de Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX. Ford hizo posible la producción en masa de automóviles a través de la creación de la línea de ensamblaje. Con ello pudo bajar considerablemente el precio de sus automóviles. Por ejemplo, el Ford Modelo T costaba $950 en 1909, $360 en 1916 y $290 en 1925. De esta forma los automóviles dejaron de ser un lujo y se convirtieron en una necesidad. Para 1923 había 23 millones de carros en los Estados Unidos. La masificación del uso del automóvil cambió de forma dramática  de vida de los estadounidenses.

Ford  fue una persona muy controversial. Además del inventor y empresario exitoso, Ford fue un feroz opositor del sindicalismo y sometió a sus trabajadores a un régimen laboral opreviso y regulador. Su antisentismo está plenamente confirmado.  Una de sus facetas menos conocidas son sus vínculos económicos con la Alemania Nazi y, en especial, la Unión Soviética.

Comparto con mis lectores una reseña del libro de Stefan J. Link titulado Forging Global Fordism: Nazi Germany, Soviet Russia, and the Contest over the Industrial Order  (Princeton University Press, 2020) escrita por la historiadora Claudia Contente.  La Dra. Contente comenta el análisis de Link sobre  la cercanía entre el  modelo empresarial de Ford – el Fordismo-  y los totalitarismos de izquierda y de derecha en la década de 1930.



Henry Ford - Biography, Inventions & Assembly Line - HISTORY

El mundo que creó Henry Ford

A Henry Ford se le puede considerar en gran parte el padre del sistema industrial del siglo XX, que es lo mismo que decir que muy posiblemente sea uno de los grandes responsables de la forma de vida de los países occidentales. Sin embargo, sorprendentemente, su huella fue mucho más allá: su concepción de la producción industrial y su propuesta social fueron muy influyentes en el periodo de entreguerras tanto en la URSS como en la Alemania nazi. Con esta última, Ford compartía además el beligerante antisemistismo.

Cuando el primer Ford T salió de la línea de producción de la Ford Motor Company en 1908, Henry Ford ya llevaba años buscando cómo mejorar el sistema para producir más y más barato. Aplicaba los principios de gestión científica del trabajo de Frederick Taylor, que dividía las tareas entre los operarios y las cronometraba para racionalizar al máximo cada gesto.

No era suficiente para él. En los mataderos de Cincinnati y Chicago encontró la fórmula para perfeccionar el sistema: hizo que el coche en construcción avanzara por una cinta trasportadora mientras cada obrero intervenía sin moverse de su lugar, tal como Chaplin inmortalizó con fina ironía en Tiempos Modernos (1936). Resultó un éxito. Pero aún quedaban otras dificultades.

Una era la rotación del personal, pues había que contratar y capacitar operarios que permanecieran en la compañía. ¿La solución? Duplicó los sueldos, con lo que además de estabilizar la mano de obra, pudo atraer a los mejores y, contra todo pronóstico, pudo reducir todavía más los costes de producción.

Los accionistas eran otro inconveniente porque, cuando los beneficios empezaron a ser consistentes, exigieron que se repartieran dividendos. Ford se negó, prefería invertir ese dinero en ampliar la compañía. La solución fue radical: compró las acciones, expulsó a los demás del negocio y la empresa quedó en manos de solo tres accionistas: su mujer, su hijo y él mismo.

Y si para los empleados, el trabajo era monótono y cansado, las mejoras salariales y la caída de los precios, además de ser un alivio, hicieron que si antes de la primera guerra mundial un trabajador medio necesitaba el equivalente de dos años de salario para comprar un coche, hacia fines de la década de 1920 el sueldo de unos tres meses era suficiente. Los propios operarios de la Ford se convirtieron en clientes potenciales, algo no previsto al principio.

Forging Global Fordism: Nazi Germany, Soviet Russia, and the Contest over  the Industrial Order (America in the World): Link, Stefan J.:  9780691177540: Amazon.com: BooksAsí, Ford había dado con la fórmula mágica que prometía tanto un crecimiento infinito como una alternativa al sistema económico mundial y el capitalismo salvaje. Stefan J. Link explica en Forging Global Fordism: Nazi Germany, Soviet Russia, and the Contest over the Industrial Order (Forjando el fordismo global: la Alemania nazi, la Rusia soviética y la lucha por el orden industrial) que naciones como Alemania, Italia, Japón o la URSS, devastadas tras la Gran Guerra, que buscaban un modelo de transformación social e industrial, vieron en la propuesta y el éxito apabullante del fordismo, la solución a sus problemas.

Ford publicó varios libros sobre sus ideas en la década de 1920. El primero fue El judío internacional. El primer problema del mundo, un panfleto antisemita plagado de argumentos sobre el complot del poder judío en el mundo. Luego fue su libro más conocido, My life and Work (Mi vida y obra), seguido por Today and Tomorrow (Hoy y mañana) que tuvieron una enorme repercusión.

Link señala que My life and Work más que consejos para hacer buenos negocios, contiene un proyecto de reforma social y una crítica al sistema industrial y a la organización económica de la sociedad. Y eso es justo lo que seguramente impactó tanto en Hitler como en los soviéticos.

Trump Hails "Good Bloodlines" of Nazi Favorite Henry Ford

El mensaje claro era, por una parte, que solo gracias a haber logrado ser independiente del capital financiero (tras el cual veía el poder judío), la empresa pudo llegar hasta donde lo hizo. Por otra parte, que la producción a gran escala es un esfuerzo colectivo. Sostenía, además, que su compañía no pagaba buenos salarios, si no que compartía beneficios con el personal en el que descansaba el éxito de la empresa.

Pese a las diferencias abismales que separaban ideológicamente a EE.UU. de soviéticos y nazis, Ford ofrecía al mundo un modelo productivo, social y cultural seductor que encajaba con las ambiciones y necesidades de ambos regímenes. Cada uno de ellos encontró en aquel modelo elementos que, más allá de la producción en serie, influyeron en la sociedad que querían construir. Además, si querían ponerse al día y competir, necesitaban desesperadamente alcanzar las capacidades productivas de los EE.UU. en lo relacionado con la industria pesada y tecnología.

Trabajadores rusos junto a empleados estadounidenses que participaron en la construcción de la planta de Ford en la URSS

Trabajadores rusos junto a empleados estadounidenses que participaron en la construcción de la planta de Ford en la URSS. Bettmann Archive

De modo que las fábricas automotrices de Detroit, y en particular la de Ford, se convirtieron en la meca a la que peregrinaban una multitud de ingenieros y especialistas de todo el mundo para ver, copiar y si fuera necesario, robar, las técnicas de fabricación. Ford, dada la ideología populista de la compañía, a menudo dio acceso ilimitado a sus instalaciones a todo aquel que quisiera visitarlas.

Link señala que, según Stalin, la “esencia del leninismo era la combinación de la limpieza de la revolución soviética y la eficiencia estadounidense”. Así que se pusieron manos a la obra. Había que obtener su tecnología al precio que fuera, pero también pretendían mantener los extranjeros a distancia, de modo que firmaron un acuerdo por el que comprarían automóviles y repuestos a Ford que, a cambio, se comprometió a transferir tecnología y brindarles asistencia técnica para que construyeran su planta de producción de Gaz en Gorky, lo que dio lugar a un fluido intercambio de personal que pronto fue capaz de innovar y diseñar por su propia cuenta.

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Especialistas estadounidenses en la fábrica de autos diseñada por el arquitecto Albert Kahn en Cheliábinsk en 1932

Los alemanes, en cambio, encararon su transformación industrial de otra manera: invirtiendo en su propio territorio. Dado que algunas empresas como Ford o la General Motors ya tenían intereses allí, la estrategia empleada por el nacionalsocialismo consistió en combinar presión política, incentivos e intercambios económicos.

El propósito era obligar a los industriales estadounidenses a desplegar su tecnología en territorio alemán y, además, enviaron varias delegaciones a Detroit en busca de ideas, máquinas, reclutando incluso a veteranos de Ford (de preferencia de origen alemán) a los que propusieron condiciones fantásticas para que fueran a impulsar el desarrollo de Volkswagen en su tierra natal.

Henry Ford, en el momento de recibir la Gran Cruz del Águila, la mayor condecoración nazi a un extranjero

Henry Ford, en el momento de recibir la Gran Cruz del Águila, la mayor condecoración nazi a un extranjero. Bettmann Archive

Así, tanto Ford como la GM invirtieron y desarrollaron sus plantas de producción en Alemania. GM fue incluso más receptiva a las presiones del régimen y construyó en Brandeburgo en asociación con Opel y, en coordinación con las autoridades militares, una fábrica de camiones que combinaba tecnología de vanguardia e instalaciones de producción fácilmente adaptables a la producción militar.

El resultado fue que cuando estalló la guerra, entre el 50 y 70% de la flota alemana de camiones había salido de una planta de propiedad estadounidense. Está de más decir que en ese momento aquellas fábricas pasaron a producir armamento y se convirtieron en objetivo de bombardeos aliados. De hecho, fueron bombas norteamericanas las que destruyeron la planta de la GM en Brandeburgo.

Justo antes de la guerra, en 1938, cuando las relaciones entre los EEUU y Alemania estaban ya muy deterioradas, en un gesto por recomponer la situación, Henry Ford y James Mooney (director ejecutivo de la GM) fueron condecorados con la Orden del Águila alemana por el régimen nazi.

Grandes empresas y los nazis (V) | DocumaniaTV

Link piensa que la significativa colaboración norteamericana con los nazis se debió esencialmente a que, tras la crisis de 1929 y el derrumbe de la economía norteamericana, ambas compañías apostaron por las posibilidades de recuperación económica que brindaba Alemania, más allá de consideraciones ideológicas.

En todo caso, las realidades de postguerra y la llegada de Henry Ford II al frente de la empresa, haría que el centro de gravedad de la compañía pasara de los talleres y líneas de producción a la sala de juntas y acabarían con la visión populista de la producción en cadena. El tiempo de Henry Ford y su sueño de reformar la sociedad había terminado.

Claudia Contente es historiadora en la Universitat Pompeu Fabra.

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Huellas2

Acaba de ser publicado un nuevo número de la revista Huellas de Estados Unidos. Este excelente proyecto de los colegas de la Cátedra de Estados Unidos  (UBA) ya suma catorce números, todos dedicados a promover un análisis latinoamericano de la historia estadounidense. Este número incluye ensayos sobre temas muy variados: la Guerra contra la Pobreza de Lyndon B. Johnson y el movimiento negro, los afiches (posters) del famoso Wild West de Buffalo Bill  y el asesinato «moral, intelectual e ideológico» de Martin Luther King. Este número también contiene ensayos sobre temas de gran actualidad, como el endeudamiento de los  estudiantes universitarios y la recién aprobada reforma tributaria impulsada por Donald Trump. Además de una sección de reseñas y ensayos bibliográficos, este número también incluye una conferencia dictada por el gran historiador estadounidense Eric Foner titulada La historia de la libertad en el “Siglo Estadounidense” (Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Argentina. 28 de septiembre de 2017).  Vayan, nuevamente, nuestras felicitaciones y agradecimientos al equipo editorial de Huellas de Estados Unidos.

Norberto Barreto Velázquez

29 de abril de 2018

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