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Archive for the ‘Homofobia’ Category

En este interesante artículo, Borja Bas examina cómo la homosexualidad fue disfrazada en las películas de gánsteres de Hollywood. Enfoca en total 9 películas y una serie de televisión (Los Sopranos, 1999-2007). Estas incluyen a Little Ceaser (1931), The Maltese Falcon  (1931), Gilda (1946), White Heat (1949), His Kind of Woman (1951), The Big Heat (1953), Performance (1970), Reservoir Dogs (1992) y Lost Highway (1997).

Bas es periodista del diario español El País.


Little Caesar. 1931. Directed by Mervyn LeRoy | MoMAViolencia explícita, sexo sugerido: cómo Hollywood disfrazó la homosexualidad en el cine de gánsteres

BORJA BAS

Icon –  13 de febrero de 2024

No es un chiste: ¿en qué se parecían un gánster y un homosexual? Llevaban una doble vida, se veían envueltos en conductas delictivas, se entregaban a encuentros clandestinos y ocultaban sus actividades en las sombras. Desde los años treinta hasta el cambio de siglo, estas dos figuras han vivido una evolución en su representación cinematográfica que redobla su marginalidad en la figura del gánster homosexual.

“Los expertos en cine negro responden a un perfil heterosexual muy canónico que, desde la reverencia y la mitificación, no han podido o no han querido ver las innumerables connotaciones maricas que palpitan en los grandes clásicos”, explica Juan Dos Ramos, autor del ensayo Gangsters maricas. Extravagancia y furia en el cine negroilustrado por Álex Tarazón. Además, desde hoy al 18 de febrero esta iniciativa editorial se traslada a la Cineteca de Matadero (Madrid), en el ciclo Gangsters maricas con la proyección de Gilda, Al rojo vivo, Los sobornados, Performance y Carretera perdida. A continuación, una cronología de este subgénero infiltrado con sus más ilustrativos ejemplos.

El gánster que entiende, pero no entiende nada

En Hampa dorada (Marvin Leroy, 1931), Edward G. Robinson es un atracador de poca monta que se muda a Chicago junto a su compinche, que prefiere hacerse bailarín en busca del éxito. Mientras su amigo prospera y se enamora de una bailarina, el pequeño César Rico Bandello escala en el hampa y se pasa toda la cinta intentando que su exsocio, el único en quien depositaría su confianza, regrese a su lado como mano derecha de la banda. “Las mujeres no van con los negocios”, le suelta.

Hacia el final de la película, Rico tiene encañonado a su amigo, pero no le salen las balas. “Su mirada desesperada en ese momento lo dice todo. Es casi como una escena de ruptura, el gánster ahí pierde todo por exponerse. Esa es la gran tragedia de Rico: el hombre que él quería se ha ido con una mujer”, señala Dos Ramos. Un patinazo emocional que le obliga a esconderse de la policía para acabar ametrallado en un callejón bajo un cartel que anuncia el nuevo espectáculo del que fue su amor secreto.

El halcón maltés (película de 1941) - Wikipedia, la enciclopedia libre

Humphrey Bogart: un macho asediado por gays

El editor de la novela El halcón maltés solicitó a su autor, Dashiell Hammett, que rebajara el tono homosexual. Cuando John Huston la llevó al cine en 1941, recogió las pistas que dejaba el libro para desplegar toda una paleta de moralidades dudosas, especialmente en el trío de gánsteres descaradamente homosexuales que sumen en el embrollo de búsqueda de la preciada figura del halcón a Humphrey Bogart, detective con pocas barreras éticas.

Juan Dos Ramos apunta: “Aquí se cumple otra de las reglas del cine negro: la de amariconar a los secundarios para apuntalar la hombría del detective protagonista. Es un recurso que el mismo Raymond Chandler decía que abundaba entre los narradores de novela negra”. Peter Lorre compone aquí uno de los roles más brillantes de su carrera: el de Joel Cairo, un gánster que no oculta su diferencia desde el minuto uno. Se presenta en el despacho de Bogart precedido por una tarjeta con aroma a su perfume de gardenias y durante la charla con el detective acaricia con remilgo su bastón. El personaje del gánster gordo (Sydney Greenstreet) siempre con su amigo pistolero cerca (Elisha Cook Jr.), al que quiere “como un hijo”, tampoco anda con disimulos. Cuando decide traicionar al joven esbirro, dice: “Si pierdes un hijo siempre es posible conseguir otro”.

Gilda o el triángulo amoroso como coartada

Gilda - www.posterissim.comGilda (Charles Vidor, 1946), ha pasado a la historia como gran precursora del destape (ese guante de Rita Hayworth), pero se marca otro tanto: el de plantear un posible triángulo amoroso bisexual. No hay más que asomarse a la escena de arranque. Glenn Ford sale de una timba ilegal en un antro del puerto de Buenos Aires tras jugársela con sus dados trucados. Un maleante ve su intento de atracarle frustrado por el golpe de un bastón que oculta una punta de cuchillo. Lo maneja un misterioso hombre atildado, el gánster encarnado por George Macready. Ya desde ese momento, todo son equívocos y dobles sentidos en el diálogo.

“Es un amigo fiel y obediente. Guarda silencio cuando quiero que esté callado y habla cuando quiero que hable”, dice Macready sobre su bastón. “Esa es mi idea de la amistad”. “Muy alegre su vida”, le responde Ford (ese “alegre” es gay en el guion original que, aunque ya está en desuso, en esa acepción servía para definir algo feliz o divertido). Y celebran su recién estrenada amistad fumando un cigarro y paseando juntos por la zona portuaria. “El que hace su propia suerte como yo, reconoce a sus semejantes”, dice el gánster antes de despedirse.

“Todo son signos para el ojo queer”, apunta Juan dos Ramos. “Se encuentran en el puerto, zona de cruising por antonomasia, rodeados de criminales y marineros. El gánster aparece en escena levantando el bastón como símbolo de una erección. Pronto ofrece a este hombre, con el que quiere ligar, una carrera meteórica en el hampa. La dinámica del triángulo amoroso también es muy divertida. Este mafioso es consciente de que Glenn Ford es un bomboncito heterosexual y se trae del brazo a Gilda como subterfugio para que acaben los tres juntos. Y para que no haya dudas morales, el villano muere ensartado por su propio bastón: el penetrador es penetrado”.

James Cagney y el complejo de edipo

Para Al rojo vivo (1949), James Cagney quiso dar vida a un matón sensible al que vemos llorar o dejarse arrullar en las rodillas de su madre, la matriarca de una banda criminal de eterno luto por su marido. Cuando fallece, el protagonista traslada sus afectos a un policía infiltrado en la banda. Como deduce el autor de Gangsters maricas: “El falso socio criminal pasa a ocupar su lugar. De él espera la protección y firmeza que encontraba en su progenitora. Es con él con quien tiene las escenas más íntimas, con quien quiere repartir el botín, mientras que a la mujer florero que le han puesto por guion (la explosiva Virginia Mayo) la desprecia sistemáticamente. Tras el desengaño amoroso mayúsculo que supone la revelación de la verdadera identidad del agente del orden, por supuesto, el desenlace del gánster es dramático y violento, digno de un loco, el único retrato posible para un marica. Hay un afán por desmontar un tipo de masculinidad y yo creo que Cagney era muy consciente de lo que estaba haciendo”, bromea.

Si es homosexual, es depravado

Desde 1934 hasta 1967 el código Hays (impulsado por el líder republicano William H. Hays y que velaba por la moralidad en pantalla) obligó a directores y guionistas a ser audaces. Como explica Dos Ramos: “Utilizaban ciertos apuntes como ponerle una flor en el ojal a un tipo corpulento, señores que van mucho al teatro, que van perfumados… A eso hay que sumarle el uso de la elipsis narrativa para resolver determinadas situaciones que sugieren encuentros sexuales. El código Hays permitía cierta relajación si la homosexualidad se percibía como una pincelada que subrayase la naturaleza monstruosa del gánster, además”.

Las fronteras del crimen (1951) - FilmaffinitySin embargo, algunas producciones dejaban traslucir un catálogo particularmente retorcido de perversiones sexuales. Es el caso de Howard Hughes, el magnate y productor. El playboy no disimulaba su voracidad bisexual. Para Las fronteras del crimen (1951) contó con dos sex symbols, Jane Russell y Robert Mitchum. El gánster marica en este caso lo encarna Raymond Burr, fornido actor gay que se había fabricado una biografía falsa encadenando matrimonios y que más tarde triunfaría en la serie Perry Mason. Burr se transforma en Las fronteras del crimen en el alter ego de Howard Hughes para desatar las fantasías más perversas de dominación sobre el macho heterosexual encarnado por Mitchum. En la escena final, después de que el protagonista se cuele en el barco de los malos, el villano Burr se deleita dando órdenes a sus hombres para que le den una paliza, lo descamisen, lo aten a un mástil, lo zurren con la hebilla de un cinturón y rematen la tortura encerrándolo en una sala de máquinas llena de vapor cuyos sudores emulan sin tapujos los de una sauna. Una fiesta bondage solo tolerada porque el bueno vence y acaba abrazando a la chica.

Y por fin salió del armario

Probablemente la película pionera en el gánster abiertamente homosexual sea Los sobornados (Fritz Lang, 1953). La secuencia de arranque presenta al maduro Alexander Scourby, envuelto en un pijama de seda en la cama con un guapo y atento joven en albornoz de pie a su lado que se dedica a marcarle llamadas de teléfono y prenderle los cigarrillos. Luego descubriremos que tiene una hija, pero ni rastro de esposa. Poco importa. “El relajamiento del código Hays permitió atender a las realidades de la calle y a las demandas de un público en busca de historias que reflejaran situaciones más reales”, deduce Dos Ramos.

En ese contexto nace, por ejemplo, la despiadada pareja de pistoleros gais de Agente especial (Joseph H. Lewis, 1955), que quizás por ser una cinta de serie B, se permitió mayores licencias. “No puedo comer más salami”, dice uno de ellos. “Es todo lo que hay”, responde el otro. “La policía nos buscará hasta en los armarios”, aventuran antes de encontrar un trágico final. Aunque el primer film que nos brindaría por fin a un señor del crimen liberadamente marica fue británico. El gangster (1971) constituye un punto de inflexión, además, por contar por primera vez en un rol así con alguien que ya era una superestrella: Richard Burton. En ella vemos a Burton y su amante Ian McShane entrar y salir del dormitorio en albornoz (eso sí, el beso que se rodó quedó fuera del montaje final). A pesar de ello, dice el autor de Gangsters maricas, “es una película que conserva su atractivo. Además, le añade una capa al género que solo desde la tradición europea podían darle: mientras que el cine negro americano es más prefabricado en su estética, aquí asoma el dandismo que predicaba Oscar Wilde. La ropa en el gánster es esencial, y eso los británicos lo cultivan muy bien”.

El personaje de Burton se basa en uno de los gemelos Kray, célebres figuras reales del crimen organizado inglés. Con planta impecable, pinta de tipo duro y abiertamente homosexual, Ron Kray se ha convertido en un icono de la cultura pop. Tanto que hasta hemos visto desde un biopic, The Krays (1990), protagonizado por los hermanos Kemp de Spandau Ballet, hasta una pirueta interpretativa de Tom Hardy interpretando a ambos gemelos simultáneamente en Legend (2015). Lo que nos lleva al siguiente punto: el inevitable encuentro entre la figura del gánster y la de la estrella de la música.

Performance (1970) – B&S About Movies

El gánster ‘glitter’

Esta evolución del gánster glitter nos la brindó Performance (Donald Cammell y Nicolas Roeg, 1971). Un agresivo mafioso escondido de su propia banda, James Fox, y un rockero en pleno bloqueo creativo, Mick Jagger, se transmutan el uno en el otro. En mitad de este tripi (literalmente, en pleno viaje de setas), Anita Pallenberg (novia por entonces de otro Rolling, Keith Richards) le dice al matón camuflado bajo maquillaje y peluca que su amante músico es “un hombre mujer-hombre al que su demonio le ha abandonado”. También vemos al criminal acostarse con una andrógina groupie a la que le murmura en pleno acto: “Pareces un muchachito”. La actuación imaginaria de Jagger caracterizado de gánster, con los ambiguos y rollizos miembros del hampa despelotándose a su alrededor, es tan imposible que solo se puede aplaudir que exista.

A todo esto hay que sumarle la más que abierta naturaleza homosexual del capo que persigue al protagonista: un tipo calvo, peludete, del montón, al que vemos recibiendo a chaperos y ojeando revistas de culturistas rodeado de su banda de bichos raros. Es, en palabras de Dos Ramos, “un milagro de película. No solo por equiparar la figura de la estrella del pop con el gánster americano que acaparaba titulares en la era dorada, también por desarrollar todas esas nuevas masculinidades que trajo la liberación sexual a finales de los sesenta y la apertura de mentes que propiciaron las drogas psicodélicas”.

el primer (y casi único) papel masculino que compuso la drag queen Divine, musa de John Waters: el gánster ególatra, autoritario y misógino de Inquietudes (Alan Rudolph, 1985). A pesar de sus escasas apariciones, se alza como gancho incontestable del film componiendo lo que Juan Dos Ramos llama, “un gánster posmoderno, por encima de todos los clichés”.

David Lynch lo retuerce todo

Cuando hablamos de que el término gánster marica, o gay, o queer nunca es blanco ni negro, sino que ocupa una amplia gama de grises, no contábamos con la paleta de oscurísimos tonos que maneja David Lynch. En dos de sus obras maestras, Terciopelo azul (1986) y Carretera perdida (1997), nos enfrenta a unos villanos de sexualidad poco ortodoxa, extravagantes y aterradores. En palabras de Dos Ramos, “probablemente responda a la devoción de Lynch por el cine negro clásico. Cuando creces viendo a este tipo de personajes más ambiguos siempre presentados como depravados y con una vida interior torturada, no separas la parte criminal de la orientación sexual. Me imagino a David Lynch viendo de joven esas películas e intuyendo que no solo son malvados, sino que tienen una sexualidad oscura, casi indescriptible. Algo que él se apropia y potencia. El retrato que hace en estas dos pelis puede resultar hasta homófobo, pero le sirve para hacer aún más siniestros a sus personajes en busca de un impacto estético brutal”.

Pensemos en el personaje de Dean Stockwell en Terciopelo azul, crooner siniestro maquilladísimo, con boquilla de fumar y camisa de chorreras, que establece una conexión eléctrica con el retorcido Dennis Hopper. Comparten drogas, miradas abismales y extorsionan a la femme fatale (Isabella Rossellini) bajo la mirada del antihéroe Kyle MacLachlan. La escena, por supuesto, deriva en un Hopper desatado llevándose a la pareja secuestrada y exclamando “¡Vamos a joder! ¡Me joderé a todo lo que se mueva!”. De ahí, los somete a un viaje al fin de la noche en el que, sin parar de inhalar nitrito de amilo de una bombona (la droga conocida en el mundo gay como poppers), primero le quiere pinchar los pechos a ella y después le cubre a él la cara de besos con pintalabios para acabar dándole una paliza.

En Carretera perdida, el mafioso caracterizado por Robert Loggia no se presenta tan desaforado, pero sí igualmente inquietante. Tras obligar a su joven mecánico de confianza (Balthazar Getty) a subir a su coche para hacerle partícipe de un accidente provocado, tantea sus posibilidades invitándole a ver porno. En un paralelismo con Gilda (cinta de la que Lynch es declarado fan), intenta a continuación captar al joven presentándole a una bellísima rubia, Patricia Arquette. “Loggia introduce a Arquette de la misma forma que el gánster del casino presenta a Rita Hayworth en Gilda: primero sondea al muchacho, pero ve que no va a conseguir nada. Y un día aparece con la chica despampanante a su lado”. Cambian los tiempos, las pulsiones depravadas permanecen.

Lost Highway (1997) title sequence - YouTube

Si eres hombre, te va a gustar

Quentin Tarantino lo ha dicho muchas veces: “El subtexto gay siempre mejora una película”. En Reservoir Dogs (1992) lo materializó en el trasfondo romántico que une al Señor Blanco (Harvey Keitel) y el Señor Naranja (Tim Roth). Después de que en el atraco todo haya salido mal, Blanco pasa la mitad del metraje acunando a un Naranja moribundo sobre un charco de sangre con la esperanza de que, al menos, el compinche con el que se ha encariñado sobreviva a un tiro en el estómago. Son un ejemplo de lo que Juan Dos Ramos ha bautizado como “el superamor. No estamos hablando de una naturaleza gay en su literalidad, sino de los vínculos que generan estos hombres que viven en unos ambientes hipermasculinos, en constante peligro, siempre con miedo a no saber en quién confiar. Se enfrentan juntos a unas situaciones tan críticas que desarrollan otras dinámicas emocionales en las que la mujer tiene muy poco peso”.

Algo que se manifiesta también en Lock & Stock (Guy Ritchie, 1998), donde todo juega en favor de una desbordante y testosterónica camaradería, abundan los chistes de maricones y la figura de la mujer brilla por su ausencia. “Son tipos que se ponen cachondos entre ellos hablando de sus cosas de hombres. Es casi como una película de sexo gay quinqui, filmada en unos sótanos insalubres del East London, con las escenas explícitas suprimidas”.

Serie Los Soprano: argumento, análisis y reparto - Cultura Genial

Los Soprano: la homosexualidad no se perdona

El triste final en Los Soprano de Vito Spatafore, uno de los gánsteres más fieles de Tony Soprano, pone de manifiesto los complejos del mafioso italoamericano ante cualquier alternativa que desafíe su hombría. Esta subtrama está basada en el caso real de John D’Amato, más conocido como Johnny Boy, jefazo de la familia DeCavalcante, la más poderosa de Nueva Jersey. Su misma esposa filtró que iban a clubs de intercambios de pareja y que su marido tenía particular propensión en esos encuentros a entregarse a otros hombres. Fue asesinado a tiros por soldados de sus propias filas en 1992. En la investigación de su muerte, un informante deslizó que “nadie va a respetarnos si tenemos a un capo homosexual discutiendo asuntos de La Cosa Nostra”.

En la teleserie, Vito Spatafore pasa de respetable matón a repudiado al ser descubierto ligando, vestido del poli de Village People, en una discoteca gay. Su inmediato autoexilio le trae una ilusión efímera de felicidad junto a un tipo gay corriente. Aunque añora sus fechorías y regresa pidiendo perdón a la banda y proponiendo a su mujer tener otro hijo, amparándose en una enajenación homosexual transitoria provocada por una medicación. Pero la mafia no perdona. Spatafore aparece muerto en un hotel con un bate de béisbol metido por el recto. “La elección de un final tan gráfico y bestia responde a la necesidad de los guionistas de reforzar ese pensamiento monolítico y tradicional del hombre italoamericano, herencia de actitudes de las viejas mafias sicilianas, donde probablemente solo violar la omertà [la ley del silencio] sea un pecado mayor que ser homosexual”, concluye Dos Ramos.

¿Adiós al gánster marica?

Los modelos de gánster (marica o no) quedaron caducos con el cambio de siglo. En la era de la hipertecnificación y las distopías adelantadas, su figura podría tomar cualquier forma, desde un algoritmo villano que roba y extorsiona valiéndose de la inteligencia artificial hasta la encarnación de un megalómano tipo Elon Musk, capo de las estratosferas. O, más vulgarmente, la de banqueros, políticos o presidentes de club de fútbol. En cualquier caso, con el tabú de la homosexualidad prácticamente desarticulado en pantalla, el concepto de gánster marica deja de tener un sentido claro para el futuro. Concluye el autor de este ensayo: “La sexualidad termina siendo irrelevante cuando tienes poder. Otra cosa es explorar lo queer sobre este nuevo escenario en el que se ha desmoronado el sistema patriarcal, proliferan en los medios nuevos modelos de masculinidad y los logros LGTBI dibujan un nuevo marco donde situar ficciones. En esa nueva realidad, el gánster marica ya no va a ser algo tan raro ni tan sofisticado. De igual manera, el hombre heterosexual moderno se ha apropiado de comportamientos y acciones antes impensables por considerarse femeninas. Así que si decimos adiós al macho, también decimos adiós al gánster marica”.

 

 

 

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Cuando hablamos del liderato  de los afromericanos en su lucha por la igualdad suelen surgir los mismos nombres: Martin Luther King, Jr., Malcolm X, Rosa Parks, Stokely Carmichael, entre otros. Así quedan en un segundo plano, o peor, en el anónimato, un extenso grupo de hombres y mujeres que sacrificaron vida y hacienda combatiendo la segregación racial.  Uno de esos líderes fue Bayard Rustin, quien organizó la Marcha sobre Washington de 1963.  Negro, pacifista, socialista y gay, Rustin tuvo que enfrentar varios tipos de discrimen durante su intensa vida.

En este ensayo, Peter Dreier utiliza como excusa el estreno de la película Rustin (2023)  para analizar la vida de este gran líder afroamericano. Dirigida por George C. Wolfe y producida por Barack y Michelle Obama, este largometraje rescata del olvido las aportaciones de Bayard Rustin en los años 1950, 1960 y 1970 como organizador, orador, escritor y estratega político.

El doctor Dreier es profesor de política en el Occidental College y autor de The 100 Greatest Americans of the 20th Century: A Social Justice Hall of Fame (Nation Books, 2012), Es también coeditor de We Own the Future: Democratic Socialism, American Style (The New Press, 2020).


Rustin (2023)

La vida y el legado de Bayard Rustin

PETER DREIER

The Progressive Magazine 15 de diciembre de 2023

A solo tres meses de la Marcha sobre Washington programada para el 28 de agosto de 1963, el organizador Bayard Rustin se ocupó de todos los detalles, desde la organización de los autobuses necesarios para llevar a 250.000 personas a la capital de la nación, la organización del sistema de altavoces, la confirmación del número y la ubicación de los orinales portátiles, la especificación de los lemas en los carteles de los piquetes,  y establecer la lista y el orden de los oradores.

En una reunión, su pequeño equipo de jóvenes activistas le dijo con orgullo a Rustin que planeaban proporcionar sándwiches de queso a los manifestantes. Pero, como se muestra en la nueva película  Rustin, Rustin se opuso. El queso podría echarse a perder con el calor de ochenta grados, dijo. Conviértalo en sándwiches de mantequilla de maní y mermelada en su lugar.

Rustin en una rueda de prensa en el Hotel Statler, Washington, D.C., el 27 de agosto de 1963. Library of Congress

La genialidad  de Rustin, al igual que la de su protagonista, es que muestra cómo los movimientos han hecho historia y han cambiado Estados Unidos para mejor, impulsados por una combinación de visiones utópicas, elevación moral, reformas escalonadas y astucia política práctica, que incluye forjar coaliciones entre personas que no están de acuerdo o incluso se disgustan entre sí. Esto lo convierte en una película convincente.

Desde la década de 1940 hasta la de 1960, Rustin reunió sus considerables talentos como organizador, estratega, orador y escritor para desafiar el status quo económico y racial. Siempre un outsider, ayudó a catalizar el movimiento por los derechos civiles con valientes actos de resistencia. Rustin era un pensador y estratega brillante, pero dadas sus responsabilidades políticas (era gay, negro, pacifista y socialista), también confiaba en su increíble encanto para ganar adeptos a las causas de la paz y los derechos civiles.

La nueva película Rustin está dirigida por George C. Wolfe y producida por Barack y Michelle Obama. Está protagonizada por Colman Domingo (como Rustin), Chris Rock (Roy Wilkins), Aml Ameen (Martin Luther King), Jeffrey Wright (Adam Clayton Powell), CCH Pounder (Anna Hedgeman), Glynn Turman (A. Philip Randolph) y Audra McDonald (Ella Baker). Su objetivo es presentar a Rustin a un público más amplio y restaurar su reputación como activista pionero de los derechos civiles.

La película, estrenada en cines a mediados de noviembre, ya está disponible en streaming en Netflix. Abarca toda la vida de Rustin, desde su nacimiento en 1912 hasta su muerte en 1987, pero se centra en su papel como principal organizador de la Marcha, un trabajo para el que parecía haberse preparado toda su vida. Fue, en ese momento, la marcha de protesta más grande en la historia de Estados Unidos y ayudó a catalizar la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, una de las victorias seminales del movimiento.

Nacido en 1912, el menor de ocho hermanos, Rustin fue criado por sus abuelos en West Chester, Pensilvania. Aunque asistían a la iglesia Metodista Episcopal Africana de su abuelo, Rustin estaba fuertemente influenciado por la fe cuáquera de su abuela, quien fue una de las primeras miembros de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP). Algunos líderes de la  NAACP,  entre ellos W. E. B. DuBois, se quedaron con los Rustin cuando estaban en giras de conferencias.

Rustin era un estudiante talentoso, un atleta sobresaliente, un hábil orador y poeta, y un tenor excepcional. Al principio de su vida reveló una fuerte conciencia social. En la escuela secundaria fue arrestado por negarse a sentarse en el balcón segregado del cine West Chester, apodado “Nigger Heaven”. Asistió a dos universidades negras (Wilberforce University y Cheyney State) antes de mudarse a la ciudad de Nueva York en 1937. Allí, se matriculó brevemente en el City College de Nueva York y se involucró con la rama universitaria de la Liga de Jóvenes Comunistas. Se sintió atraído por sus esfuerzos antirracistas, incluida la lucha contra la segregación en el ejército.

Como muchos otros, Rustin rompió con el Partido Comunista cuando éste dio su apoyo acrítico al dictador soviético José Stalin; pero a diferencia de muchos ex comunistas que más tarde se pasaron a la política de derechas, Rustin siguió siendo un socialista comprometido por el resto de su vida.

Rustin cantó en clubes nocturnos con el  cantante de blues Josh White, grabó álbumes de gospel y canciones isabelinas, y apareció con Paul Robeson en el musical de Broadway “John Henry”. Podría haberse ganado la vida como artista, pero encontró otras formas de canalizar su prodigiosa energía, su indignación por el racismo y su creciente talento como organizador.

Rustin veía la resistencia no violenta como una “forma de vida”, no solo como una política.

Tuvo dos mentores que dieron forma a su filosofía y lo emplearon como organizador. Uno de ellos fue A. Philip Randolph, un socialista que fundó la Hermandad de Porteadores de Coches-Cama, el primer sindicato afroamericano. Randolph fue el líder de derechos civiles más militante de la nación de su tiempo. El otro mentor, A. J. Muste, era un ministro radical y ex organizador sindical, que dirigía la Fraternity of Reconciliation (FOR), un grupo pacifista cristiano. Muste, a quien  la revista Time llamó el “pacifista número uno de Estados Unidos”, introdujo a Rustin en las enseñanzas de Gandhi. El compromiso de Rustin con los principios de Gandhi, junto con sus creencias cuáqueras (se unió oficialmente a  la iglesia en 1936), dieron forma a su activismo por el resto de su vida.

Randolph contrató a Rustin en 1941 para encabezar una Marcha sobre Washington planeada anteriormente, diseñada para presionar al presidente Franklin Roosevelt para que abriera puestos de trabajo de defensa a los trabajadores negros mientras Estados Unidos se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. Temeroso de la amenaza de Randolph de llevar a 100.000 manifestantes a Washington, Roosevelt accedió a emitir una orden ejecutiva que prohibiera la discriminación racial en las industrias de defensa. Randolph canceló la protesta, pero el episodio hizo que Rustin se diera cuenta del poder de la protesta, o incluso de la amenaza de la misma.

Bajo la dirección de Muste y Randolph, Rustin comenzó una serie de trabajos de organización con FOR, el Comité de Servicio de los Amigos Americanos (una organización cuáquera) y la Liga de Resistentes a la Guerra. Se trataba de organizaciones pequeñas, en su mayoría blancas, que proporcionaron a Rustin una base de operaciones, un título, un boletín informativo y una red de activistas en todo el país.

Bayard Rustin hablando en Nueva York, 1965.

Orador carismático, Rustin mantuvo una agitada agenda de viajes, predicando el evangelio de la no violencia y la desobediencia civil en los campus, en las iglesias y en las reuniones de sus compañeros pacifistas. Rustin veía la resistencia no violenta como una “forma de vida”, no solo como una política. Muchos estudiantes se comprometieron con la causa después de escucharlo hablar. Reclutó a la siguiente generación de activistas por los derechos civiles y contra la guerra.

Como cuáquero y objetor de conciencia, Rustin tenía derecho legal a hacer un servicio alternativo en lugar del servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial. Pero por principio, oponiéndose a la guerra en general y a la segregación de las fuerzas armadas en particular, se negó a servir incluso en el Servicio Público Civil. “La guerra está mal”, escribió  a su junta de reclutamiento en 1943. “El reclutamiento para la guerra es incompatible con la libertad de conciencia, que no es simplemente el derecho a creer, sino a actuar según el grado de verdad que uno recibe, a seguir una vocación que es inspirada y dirigida por Dios”.

En 1944, Rustin fue condenado por violar la Ley de Servicio Selectivo y cumplió dos años en una prisión federal, primero en Ashland, Kentucky, y más tarde en Lewisburg, Pensilvania. En Kentucky, protestó contra la segregación generalizada dentro de las prisiones, enfrentándose a la violencia tanto de los guardias de la prisión como de los presos blancos. En Pensilvania, los funcionarios de la prisión mantuvieron a Rustin alejado de otros reclusos para que no los influyera con sus ideas radicales. Como escribió Rustin  después de su liberación en junio de 1946:

Estábamos allí en virtud de un compromiso que habíamos asumido con una posición moral; Y eso nos dio una actitud psicológica que el prisionero promedio no tenía. . . . Teníamos la sensación de ser moralmente importantes, y eso nos hizo responder a las condiciones carcelarias sin miedo, con una sensibilidad considerable hacia los derechos humanos. Al ir a la cárcel llamamos la atención de la gente sobre los horrores de la guerra.

Después de salir de prisión, Rustin se reincorporó a la Fraternidad de Reconciliación y reanudó su carrera como organizador itinerante. En abril de 1947, lideró el Viaje de Reconciliación interracial del grupo, viajando en autobuses en cuatro estados del sur para desafiar las leyes de segregación, participando en actos no violentos de desobediencia civil. Él y otros fueron arrestados en Chapel Hill, Carolina del Norte, y Rustin pasó veintidós días en una chain gang. Estas manifestaciones sirvieron como precursoras de los Viajes por la Libertad de principios de la década de 1960.

Foto policial de Bayard Rustin, fecha desconocida. Oficina Federal de Prisiones/Dominio público

El Viaje de la Reconciliación no estuvo exento de controversia, incluso entre los grupos de derechos civiles. Thurgood Marshall, quien dirigió la división legal de la NAACP (y a quien el presidente Lyndon Johnson nombró más tarde como el primer juez negro de la Corte Suprema), advirtió que el “movimiento de desobediencia por parte de los negros y sus aliados blancos, si se emplean en el Sur, resultaría en una matanza al por mayor sin ningún bien logrado”.

En 1948, Rustin volvió a trabajar para  Randolph, presionando al presidente Harry S. Truman para que hiciera cumplir y ampliara la orden antidiscriminatoria de Roosevelt. Organizaron protestas en varias ciudades y en la Convención Nacional Demócrata de 1948. Funcionó: Truman eliminó la segregación en el ejército y prohibió la discriminación racial en la administración pública federal ese mismo año.

A finales de la década de 1940 y principios de la de 1950, mientras aún trabajaba para FOR, Rustin visitó la India, África y Europa, donde entró en contacto con activistas de varios movimientos independentistas y pacifistas. Cada vez más, veía la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos como parte de un movimiento mundial contra la guerra y el colonialismo.

Fue durante este tiempo, cuando los homosexuales eran considerados “desviados” y el sexo gay era un delito en todos los estados, que la homosexualidad de Rustin se convirtió en un problema público para él. En 1953, después de dar una charla en Pasadena, California, Rustin fue arrestado por “indecencia pública” que involucraba a otros dos hombres en un automóvil estacionado. Muste, que mantuvo a Rustin en la nómina mientras mantenía su homosexualidad fuera de los medios de comunicación,  lo despidió por poner en peligro la ya inestable reputación de FOR. Pero Randolph le consiguió un trabajo similar en la Liga de Resistentes a la Guerra, donde Rustin trabajó durante los siguientes doce años.

Una de las pocas meteduras de pata de la película es retratar a Muste, en la única escena en la que aparece, como un homófobo intolerante, lo que priva a los espectadores de una comprensión de su notable vida como un valiente e influyente activista laboral y por la paz.

Durante la siguiente década, Rustin continuó desempeñando un papel fundamental entre bastidores como organizador dentro del movimiento por los derechos civiles. A instancias de Randolph, fue a Montgomery, Alabama, en 1955 para ayudar a los líderes locales a organizar un boicot de autobuses a gran escala. Allí, Rustin comenzó a asesorar al reverendo Martin Luther King Jr., que no tenía experiencia directa en organización, sobre la filosofía y las tácticas de la desobediencia civil.

Rustin (2023) - IMDb

Rustin fue “el mentor perfecto para King en esta etapa de la carrera del joven ministro”, observó John D’Emilio, autor de Lost Prophet: The Life and Times of Bayard Rustin. Durante “los meses y años siguientes”, escribió D’Emilio, “Rustin dejó una profunda huella en la evolución del papel de King como líder nacional”. Gran parte de los consejos de Rustin fueron dados a distancia, en llamadas telefónicas, memorandos y borradores de artículos y capítulos de libros que escribió para King. Tuvo que acortar su primera visita a Montgomery porque, como hombre gay y ex miembro del Partido Comunista, era un lastre político para el floreciente movimiento por los derechos civiles. Justo en el momento en que Rustin podría haber ayudado a liderar el movimiento de masas por el que había estado trabajando toda su vida adulta, tuvo que retirarse a las sombras.

A finales de 1956, la Corte Suprema dictaminó que el sistema de autobuses segregados de Montgomery era ilegal. La victoria podría haber seguido siendo un triunfo local en lugar de un referente nacional, pero Rustin, junto con la organizadora Ella Baker y el abogado Stanley Levinson, (ambos asesores cercanos a King) tuvieron una idea para construir lo que Rustin llamó un “movimiento de masas en todo el Sur”. Esta fue la génesis de la Southern Christian Leadership Conference, concebida por Rustin y fundada con King como su primer presidente. Rustin se convirtió en el estratega de King, escritor fantasma y enlace con los liberales y sindicatos del norte.

Un botón conmemorativo de la Marcha sobre Washington de 1963. NARA.

Los grupos locales de derechos civiles habían estado trabajando en el registro de votantes, la eliminación de la segregación y otras campañas en todo el país, pero en 1963, Randolph, como el estadista más veterano del movimiento, creyó que era el momento adecuado para una gran manifestación que pudiera unir a las facciones liberales y progresistas de la nación en torno a una agenda común. Reunió a los líderes de las principales organizaciones de derechos civiles, laborales y religiosas liberales y expuso su plan para una marcha en Washington, D.C.

El propósito de la  marcha era impulsar una legislación federal, en particular la Ley de Derechos Civiles, que prohibía la discriminación racial en lugares públicos, incluidos restaurantes, parques, autobuses y otras instalaciones. El presidente John F. Kennedy había propuesto la ley, pero se había estancado en el Congreso. Las demandas del evento  incluían un importante programa de obras públicas para proporcionar empleos a los trabajadores desempleados, un aumento en el salario mínimo federal y una nueva ley que prohíba la discriminación racial en la contratación pública y privada. Como señaló en su discurso el presidente del sindicato United Auto Workers, Walter Reuther : “La cuestión del empleo es crucial, porque no resolveremos la educación, la vivienda o los alojamientos públicos mientras millones de negros estadounidenses sean tratados como ciudadanos económicos de segunda clase y se les nieguen empleos”.

Los líderes que Randolph reunió respaldaron el plan. Pero el presidente de la NAACP Roy Wilkins, se opuso a poner a Rustin a cargo de la marcha debido a su radicalismo y su homosexualidad. Randolph superó a Wilkins al anunciar que él sería el director de la marcha y elegiría a su propio adjunto: Rustin, por supuesto. Randolph tampoco se dejaría intimidar por Kennedy, quien trató de disuadir a los líderes de los derechos civiles de realizar la marcha, argumentando que socavaría el apoyo a la Ley de Derechos Civiles.

Tres semanas antes de la marcha del 28 de agosto, el senador Strom Thurmond, un segregacionista de Carolina del Sur, atacó públicamente a Rustin en el Senado de Estados Unidos al leer en voz alta los informes de su arresto en Pasadena por comportamiento homosexual una década antes. Esto, como  señaló el biógrafo John D’Emilio, convirtió a Rustin en “quizás el homosexual más visible de Estados Unidos”. Rustin, sin embargo, mantuvo su atención en la organización de la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad.

Una de las principales asesoras de Rustin, Anna Arnold Hedgeman, una veterana líder de los derechos civiles y feminista, se opuso a la ausencia de mujeres en la lista de oradores. El problema pareció tomar a Rustin por sorpresa. Finalmente, Daisy Bates, miembro de la junta nacional de la NAACP,  y la celebridad internacional Josephine Baker fueron invitadas a hablar desde el podio frente al Monumento a Lincoln. Además, la cantante de gospel Mahalia Jackson, Marian Anderson, Camilla Williams y Joan Baez, junto con los SNCC Freedom Singers, entretuvieron a la multitud.

Rustin habló en el evento, junto con Randolph, Reuther, el secretario ejecutivo de la NAACP, Roy Wilkins, el presidente del SNCC, John Lewis, y varios otros. Fue un gran éxito. Asistieron más de 250.000 personas. King pronunció su famoso discurso “I Have a Dream” (Tengo un sueño). Una semana después de la marcha, la revista semanal LIFE, de amplia circulación,  puso a Randolph y Rustin en su portada. Diez meses después, tras el asesinato de Kennedy, el Congreso aprobó la Ley de Derechos Civiles.

¿Cómo consiguió Rustin que tanta gente se presentara en Washington en ese caluroso día de agosto? Esto fue antes del correo electrónico y las redes sociales, antes de las máquinas de fax y los teléfonos celulares. Las llamadas de larga distancia eran bastante caras. El Servicio de Parques Nacionales, que controlaba el National Mall, puso numerosos obstáculos en el camino de Rustin.

Vista del National Mall hacia el Monumento a Washington durante la Marcha de 1963 en Washington por el Trabajo y la Libertad.

La clave del éxito de la marcha fue recurrir a una amplia coalición de grupos ya organizados para llevar a la gente de pueblos pequeños y grandes ciudades a Washington, D.C. Los principales entre ellos fueron las iglesias negras y los sindicatos liberales, varios de los cuales, entre ellos el Sindicato Unido de Trabajadores Automotrices, el Sindicato Internacional de Trabajadoras de la Confección, el Sindicato Amalgamado de Trabajadores de la Confección,  y el Distrito 65 (un sindicato de trabajadores minoristas)— ayudaron a pagar el personal y la logística de la marcha, incluido el alquiler de autobuses, trenes e incluso aviones. Otros grupos, como la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés), el Consejo Nacional de Iglesias y el Congreso Judío Estadounidense, también fueron clave para la gran participación.

Dos años más tarde, tras la marcha de Selma a Montgomery y otras campañas de desobediencia civil, el Congreso aprobó la Ley de Derecho al Voto de 1965.

Ese año, Rustin también escribió un controvertido artículo, “De la protesta a la política”, en la entonces revista liberal Commentary. En él, argumentaba que la coalición que se había reunido para la Marcha sobre Washington necesitaba poner menos énfasis en la protesta y centrarse en la elección de demócratas liberales que pudieran promulgar una agenda política progresista centrada en el empleo, la vivienda y los derechos civiles. Rustin también redactó un “Presupuesto de la Libertad“, publicado en enero de 1967, que abogaba por la “redistribución de la riqueza”, un programa ampliado de bienestar social, pleno empleo y salarios dignos. Las ideas de Rustin influyeron en King, quien  comenzó a hablar cada vez más sobre la importancia de los empleos, los sindicatos y la redistribución de la riqueza.

Muchos de los jóvenes radicales del SNCC no confiaban en los sindicatos ni en el Partido Demócrata. Para entonces, el grupo se había convertido en un importante defensor del Poder Negro, una idea a la que Rustin se opuso porque socavaba su compromiso con la política de coalición y la integración racial. Los afroamericanos eran solo alrededor del  10 por ciento de la  población de la nación. Para obtener victorias significativas en las urnas y en el Congreso, dijo Rustin, necesitaban aliados liberales blancos.

Pero el mayor obstáculo para el programa Freedom Budget de Rustin (y King) fue la guerra de Vietnam. Ambos reconocieron no solo que los pobres y los negros se llevaron la peor parte de las bajas en Vietnam, sino también que el dinero que Estados Unidos estaba gastando en la guerra (y en el complejo militar-industrial en general) estaba agotando fondos que podrían usarse para resolver problemas a nivel nacional, particularmente en las ciudades.

Rustin fue una de las primeras figuras públicas en pedir la retirada de todas las fuerzas estadounidenses de Vietnam del Sur, pero cuando el presidente Lyndon Johnson intensificó la guerra, Rustin silenció sus críticas. Quería evitar alienar a LBJ, a los demócratas clave y a los líderes sindicales que apoyaban la guerra. Los discursos antibelicistas de King causarían una ruptura entre él y Rustin. Como resultado, Rustin, que durante décadas había sido uno  de los pacifistas más importantes de la nación  y mentor de King en materia de no violencia, estuvo ausente del movimiento contra la guerra, lo que le costó credibilidad entre los activistas estudiantiles de la Nueva Izquierda.

Durante los últimos veinte años de su vida, Rustin continuó su trabajo de organización dentro de los movimientos por los derechos civiles, la paz y los trabajadores. Viajó al extranjero para apoyar las luchas anticoloniales y sirvió como vigilante electoral. Todavía era solicitado como orador público y todavía era valorado por su brillantez estratégica. Pero nunca volvió a tener la misma influencia que tuvo cuando organizó la Marcha sobre Washington.

Irónicamente, la homosexualidad de Rustin se convirtió en una pieza central de sus últimos años. Había desconfiado del floreciente movimiento por los derechos de los homosexuales, que explotó después de los disturbios de Stonewall en la ciudad de Nueva York en 1969. Pero al final de su vida, cuando estuvo involucrado en una relación estable, comenzó a hablar públicamente sobre la importancia de los derechos civiles para gays y lesbianas.

Durante las últimas dos décadas, la vida y el legado de Rustin han recibido merecidamente más atención. En 2002, la junta escolar dominada por los republicanos en West Chester, un distrito escolar conservador que tenía un 89 por ciento de blancos, votó para nombrar a su nueva escuela secundaria en honor a Rustin. En la escuela secundaria Bayard Rustin, donde una enorme imagen suya adorna una pared, los maestros de hoy incorporan aspectos de su vida en sus clases. Hace una década, la directora Phyllis Simmons me dijo: “Nuestros estudiantes saben quién es Bayard Rustin”.

La historia real de 'Rustin' (Netflix), el Luther King gayRustin ha sido objeto de varias biografías, y sus escritos han sido recopilados en varios volúmenes. Bayard Rustin: A Legacy of Protest and Politics, una nueva colección de ensayos editada por Michael G. Long, se publicó en septiembre. Un documental de PBS de 2002, Brother Outsider, ayudó a convertirlo en un ícono para los activistas por los derechos de los homosexuales. En 2013, el presidente Barack Obama le otorgó a Rustin, a título póstumo, la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto honor otorgado a civiles estadounidenses. En 2020, el gobernador de California, Gavin Newsom, indultó póstumamente a  Rustin por su arresto y condena en 1953 en Pasadena.

La izquierda de hoy necesita gente como Rustin que vea el panorama general y pueda forjar coaliciones, y que entienda que la lucha por la democracia y la justicia social no requiere velocistas, sino corredores de larga distancia.

En 1986, un año antes de morir de un apéndice reventado, el escritor y activista por los derechos de los homosexuales Joseph Beam le pidió a Rustin que contribuyera con un ensayo a un volumen sobre la experiencia de los hombres negros homosexuales. Rustin se negó. Pero su respuesta a Beam proporciona un resumen elocuente de los fundamentos de la obra de su vida. Escribió:

Mi activismo no surgió de mi homosexualidad o, para el caso, de mi condición de negro. Más bien, está arraigado fundamentalmente en mi educación cuáquera y en los valores que me inculcaron mis abuelos que me criaron. . . . La injusticia racial que estaba presente en este país durante mi juventud fue un desafío a mi creencia en la unidad de la familia humana. Exigía mi participación en la lucha por lograr la democracia interracial.

Hoy en día hay muchos más activistas progresistas sin fines de lucro y grupos de defensa, y muchos más organizadores pagados que en la época de Rustin. Están trabajando en la justicia ambiental, los derechos de las mujeres, los derechos laborales y de los trabajadores, la justicia racial, la igualdad LGBTQ+, el antimilitarismo, la reforma fiscal, la reforma migratoria, los derechos de los inquilinos, la educación, la reforma de la justicia penal y más. Pero el movimiento progresista debe ser mayor que la suma de sus partes. La izquierda de hoy necesita gente como Rustin que vea el panorama general y pueda forjar coaliciones, y que entienda que la lucha por la democracia y la justicia social no requiere velocistas, sino corredores de larga distancia.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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