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Archive for mayo 2024

La representación metropolitana de las colonias adquiridas por Estados Unidos en 1898 es un tema que ha recibido la atención de académicos estadounidenses, filipinos y puertorriqueños. Me refiero a los trabajos de Paul Kramer, Julian Go, Lanny Thompson, José Anazagasty Rodríguez, entre otros. Estos han examinado cómo Puerto Rico, Filipinas, Guam y Háwai fueron representados en Estados Unidos por académicos, militares, viajeros, oficiales coloniales, políticos, etc.

En este, que parece ser la primera parte de una serie de ensayos, el historiador puertorriqueño Mario Cancel hace algo que me parece necesario y muy valioso: ver cómo Estados Unidos era representado en el Puerto Rico decimonónico. En otras palabras, Cancel invierte el enfoque y analiza cómo los puertorriqueños vieron y entendieron a su futura metrópoli. Esto le permite identificar vínculos novedosos entre ambos países anteriores al “quiebre” que significó la guerra hispano-cubano-estadounidense. El autor se concentra en dos áreas:  la representación política y la social. En la primera nos describe la ambigüedad del discurso de la elite criolla boricua entre la fidelidad a España y la admiración a Estados Unidos. La segunda está dominada por la esclavitud y el abolicionismo, temas cruciales para ambos países, especialmente, en las décadas de 1860 y 1870. No me voy a explayar con más detalles del contenido del ensayo, pues mi objetivo es que lo lean, no que se conformen con mis comentarios introductorios.

El Dr. Cancel  – quien no  es un autor ajeno a esta bitácora, pues  hemos compartido algunos sus trabajos (ver: ¿Por qué mirar una vez más el 1898? y Nacionalistas: vigilancia y represión entre 1927 y 1936) – es Catedrático de Historia en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico. Es autor de un número impresionante de obras, no solo de carácter histórico, sino también literario. Su libro más reciente es Historiografía y enfoques de la historia: pensamiento y escritura histórica (Editorial Plaza Mayor, 2023).


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Representaciones de Estados Unidos en el siglo 19 puertorriqueño: notas iniciales

Mario Cancel

Claridad   28 de mayo de 2024

Las relaciones económicas y culturales entre Puerto Rico y Estados Unidos crecieron de forma dramática a partir de la implementación de la Real Cédula de 1815. Aquel documento autorizado por Fernando VII, “El Deseado”, a su regreso al poder, ratificó la fragilidad de las prácticas económicas intervencionistas y monopólicas de raíces mercantilistas en un orden internacional nuevo. En el contexto de las luchas separatistas hispanoamericanas el crecimiento de la actividad económica y, claro está de los recaudos del estado, requeriría el desarrollo de relaciones más intensas con el que se perfilaba como el adversario principal de España en el hemisferio: Estados Unidos.

La articulación de las reglas de 1815 se apoyó en el intercambio de bienes de capital y consumos de aquel país y el aprovechamiento de la producción azucarera puertorriqueña. Las autoridades hispanas confiaban en que Puerto Rico seguiría siendo español, pero el temor de que el “virus del separatismo” prosperara en la colonia se generalizó en las esferas de gobierno.  Las prevenciones respecto de que grupos de interés de Estados Unidos o de la Gran Colombia fundada en 1819, animaran el movimiento separatista con fines anexionistas a uno u otro poder, emergieron entre los sectores de poder de inmediato. Dos conjuras, una de 1822 y otra de 1823, atribuidas a Luis Guillermo Doucoudray Holstein y a Antonio Valero de Bernabé respectivamente, ratificaron el recelo[1]. Las reflexiones de Pedro Tomás de Córdova[2], Secretario del gobernador Miguel de la Torre, están plagadas de afirmaciones de esa índole cercanas a las teorías de la conspiración. Todo sugiere que la nacionalidad española se bruñó alrededor de unos miedos precisos. Así como la invasión francesa de 1808 insufló a su identidad con un aliento antifrancés que giraba alrededor de los fantasmas de 1789, la situación surgida a partir del 1815 alentó el celo nacional con un fuerte componente anti sajón.

Representaciones políticas: integristas y separatistas 

 La situación era delicada y algo confusa. Aunque la fidelidad de las elites criollas de Puerto Rico a España era incuestionable y el “virus del separatismo” si bien contaminó a algunos sectores como temía Córdova, no alcanzó el éxito, nadie podía negar la admiración que despertaban los logros materiales y jurídicos de Estados Unidos en el liderato liberal y en un sector del conservadurismo. En términos generales el amor a España no inhibía ni estaba competido con la admiración a Estados Unidos. Los discursos económicos y políticos progresistas no iban de la mano. La fidelidad política no obligaba a la fidelidad económica. El progreso era un discurso que se ubicaba más allá de las especulaciones nacionalistas de la hispanidad en el siglo 19. Por eso, los criollos de tendencias liberales reformistas y autonomistas, que eran integristas convencidos siempre ansiosos de que se les reconociera como iguales por los peninsulares, vacilaban entre simpatía y la antipatía cuando del sajón, identificado como “norteamericano”, se trataba. La ambigüedad penetraba su representación de aquel poderoso competidor.

Los costos políticos de aquel doble discurso eran altos. En aquel complejo contexto aquella anfibología podía conducir a que se les acusara de separatistas. Los liberales resentían tanto que se les acusara de independentistas como de anexionistas porque ambas posturas implicaban una traición a la nacionalidad con la que se identificaban. La lealtad retórica duró hasta los días difíciles del 1898. Todavía en marzo de aquel año los autonomistas en el poder, agradecidos por un régimen concedido  con prisa bajo la amenaza de una guerra, confiaban en que el heroísmo hispano echaría al sajón del territorio como lo habían hecho en 1797 con los ingleses.[3] La situación solo cambió una vez ocupado el territorio y declarado el cese al fuego cuando los autonomistas, fusionistas y ortodoxos, aceptaron sin resistencia la separación de España y comenzaron a elaborar alianzas tácticas con el nuevo soberano. El referido espíritu anti sajón disuelto en el meandro de la invasión de 1898 renacería, con nuevos contenidos en un contexto diferente, en el seno del nacionalismo puertorriqueño posterior al 1920. La deuda del discurso nacionalista de 1920 y 1930, el moderado y el radical, con el discurso liberal reformista, es un tema que valdría la pena tratar en algún momento.

Representaciones sociales: esclavismo y abolicionismo

 Otro elemento clave para la figuración de la imagen de Estados Unidos en la clase política puertorriqueña fue la experiencia de la esclavitud. Aquel sistema laboral fue una nota común en ambos escenarios hasta 1865. La experiencia compartida favoreció la identificación de numerosos sectores de interés de Puerto Rico con el sur esclavista y agrario estadounidense. Aquel era un mercado importante para los productos tropicales y un suplidor de mano de obra para su reproducción. Hasta el final de la Guerra Civil, incluso muchos conservadores españoles estaban en posición de identificarse de algún modo con aquel país a pesar de las aprensiones políticas manifiestas en la retórica de Córdova y de la Torre, entre otros, y la retórica abolicionista de ciertos sectores liberales de aquel país. La situación cambió en el contexto de la Reconstrucción posguerra civil entre 1865 y 1877. Estados Unidos sin esclavitud tendría que ser resignificado.

La Reconstrucción, me parece importante resaltarlo, coincidió con lo que se ha denominado el Ciclo Revolucionario Antillano (1865-1878).[4] Desde la perspectiva de los abolicionistas el cese de la esclavitud en Estados Unidos al cabo de la guerra resaltaba aún más el carácter reaccionario y tozudo de España ante el “problema social”, eufemismo común para denominar aquel régimen laboral. Entre los defensores del abolicionismo, fuesen gradualistas y moderados o inmediatistas o radicales, se generalizó la práctica de invocar el ejemplo estadounidense de una diversidad de formas. La situación era complicada. El Ciclo Revolucionario Antillano puede ser interpretado como una intensa crisis política asociada al aumento de la presión abolicionista y separatista de tendencias independentistas y anexionista. Pero la crisis política se combinó con un importante desajuste en el mundo azucarero. Después de todo, lo que he llamado el “orden de 1815”, celebrado por la historiografía puertorriqueña emergente del siglo 19 por su eficacia tanto por historiadores conservadores como liberales, había terminado a mediados de la década de 1840.

Al interior del liberalismo integrista defendido por reformistas y autonomistas, la percepción de que la abolición de la esclavitud era un peldaño que había que subir para asegurar la ruta del progreso se incrementó. Lo mismo puede afirmarse de los abolicionistas que asociaban aquel reclamo como una necesidad en el tránsito hacia la separación para fines independentistas o anexionistas. Después de 1865, por ejemplo, un Puerto Rico esclavista no era un buen candidato a la anexión. Como se sabe, la Revolución de Septiembre de 1868 abrió las puertas para la redacción de un decreto de abolición en 1873. El proceso fue comedido y gradual, requirió leyes preparatorias y acabó por someter a los libertos, concepto que acabó por transformarse en un estigma social, a una condición de desigualdad ante la ley en Puerto Rico por un término de 5 años. El temor que, sobre la base de profundos prejuicios raciales animó la reforma de 1873, era extraordinario.

No todos los abolicionistas comprometidos celebraron el hecho. Dentro del sector separatista independentista, dominado por los inmediatistas o radicales, produjo incluso molestia. Betances sugería que el “ruido” que se hacía con la abolición era desproporcionado y que “lejos de ser (un acto) espontáneo” se anunciaba cuando “no ha sido posible eludirlo por más tiempo”.[5] Aquel no era un acontecimiento digno de ser celebrado, sugería, e invitaba a España a mirarse en el espejo de Estados Unidos a la luz de su guerra civil. El dato es valioso. En alguna medida aquel país sin esclavitud y donde el trabajo libre era la ley, se ratificó en el espectro político puertorriqueño como el modelo adecuado para “ser modernos”. Este no es el lugar para documentar la representación de ese fenómeno en el pensamiento integrista (liberal o conservador) o separatista (independentista o anexionista) pero la revisión de un caso emblemático servirá para calibrarlo.

Proyecto Para La Abolicion De La Esclavitud En Puerto Rico 1959

Me refiero al Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, manifiesto presentado en la Junta Informativa de Reformas de 1867 de Madrid, a pesar de la oposición de la mesa presidencial y de que el tema no estaba en agenda. Leo este documento como el testimonio más preciso del variopinto liberalismo en su tiempo y como una de las articulaciones más precisas del liberalismo puertorriqueño de la era del Ciclo Revolucionario Antillano. Si se interpreta la Junta de 1867, lo que me parece ajustado, como un preámbulo de la Insurrección de Lares de 1868, repensar el episodio con una mirada fresca puede ser de un valor incalculable. La convocatoria a la Junta en 1865 había estimulado una convergencia entre abolicionistas de afiliación integrista, es decir, liberales reformistas, y separatistas en general. José Julián Acosta y Francisco Mariano Quiñones traducían a los primeros; Segundo Ruiz Belvis y su asesor Ramón E. Betances Alacán, quien había pretendido la representación puertorriqueña en la reunión de Madrid, a los segundos. Antes y después del evento de 1867, el liderato de ambos sectores se había consultado sobre ese y otros temas.[6]

Los separatistas, por su parte, se encontraban en un momento de inflexión que tenía que ver en gran medida con Estados Unidos. Desde 1865 cubanos y puertorriqueños en el exilio se debatían entre la estrategia independentista y la anexionista para culminar la separación del país sin que aquel asunto afectara sus lazos de solidaridad. El balance ideológico en el liderato de Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico es un ejemplo de ello. La cuestión de una confederación antillana para una u otro fin, como se sabe, no estaba en el panorama todavía y solo maduró después del 1868.

En los capítulos 3, 4 y 5 del Proyecto… se invocó el caso de Estados Unidos al menos 4 veces con el fin de llamar la atención de España sobre la necesidad de una abolición inmediata y sin compensación a los esclavistas.[7] Tómese en cuenta que la abolición no era otra cosa que un proceso de expropiación forzosa que ratificaba la condición de res o cosa del esclavo, considerado este una forma de propiedad más, por lo que la indemnización por la pérdida de ese bien era un aspecto importante.  Nótese que lo que se pedía, a sabiendas de que sería negado, era algo por completo distinto a lo que impuso el gobierno de la Revolución de Septiembre en 1873 en Puerto Rico. Razones tenía Betances para devaluar la emancipación en 1873.

La primera referencia en el Proyecto… era para afirmar la tesis de que el trabajo libre era más “fecundo” y “barato” que el trabajo esclavo. La argumentación delataba la superexplotación con un “mínimo de subsistencia” a la que sometían algunos esclavistas de aquel país a sus trabajadores a fin de justificar lo contrario (61). La segunda aparecía al enumerar los avances de la emancipación durante el siglo 19 y celebraba la abolición en aquel país “después de una guerra sin ejemplo” mientras asumían, erróneamente, que aquella significó la “consagración de sus derechos” (66).

La tercera alusión poseía una peculiar importancia que podía ser considerada incluso premonitoria. Utilizaban el temor español a la “intervención de pueblos extraños en la vida de las Antillas”, fobia in crescendo desde 1815, para mover su voluntad política. Al afirmar que ese peligro era “mucho mayor” para una España esclavista desde el fin de la guerra civil, liberales reformistas y separatistas apelaban al fantasma de la agresión sajona y del anexionismo. Le recordaban a España que Estados Unidos, “que no han desistido nunca de ser el pensamiento y la cabeza de América”, podían consagrar sus esfuerzos a forzar la abolición de la esclavitud desde afuera e imponérsela en el futuro. El otro fantasma al que apelaban para mover el ánimo de España era la posibilidad de una “guerra de razas” tan temida en un orden dominado por el racismo institucional. Los negros esclavos de los ingenios insulares, conocedores de que sus “hermanos de los Estados Unidos” habían conseguido su libertad en medio del “ruido de las armas”, podrían reproducir el hecho en el país y alzarse contra sus amos (68).

IberlibroLa cuarta era una referencia para atenuar el temor a un levantamiento de los libertos una vez disuelta la institución, preocupación que incluso compartían algunos abolicionistas moderados y radicales. Dejando el caso de Haití a un lado, alegaban, los procesos de abolición por lo general no había estimulado las venganzas raciales. En Estados Unidos, afirmaban, gracias a un orden de hierro y a una “inhumanidad hasta un extremo que pone espanto en el ánimo”, ese tipo de confrontación no se había dado (70). En general, dado que asumían que el trabajo era una condición “natural”, aseguraban que los libertos, una vez festejaran y holgaran, regresarían sin remedio a las labores que el hábito, la necesidad y el mercado les habían impuesto (74). Un último detalle. No deba pasarse por alto que el lema que abría el Proyecto… era una cita de una Historia de los Estados Unidos escrita por Eduardo Renato Lefebvre de Laboulaye entre 1855 y 1866, un autor al cual Betances Alacán prologó para el público antillano el libro El Partido Liberal su progreso y su porvenir en 1869.[8]

Notas que no son finales

La representación de Estados Unidos en el Proyecto… de 1867 era bastante ambigua. En ocasiones se asume como un modelo a seguir y un fenómeno que se admira. En otras se invoca como un espantajo para atemorizar al gobierno de España y se le reconoce una voluntad hegemónica amenazante de la cual esta debe cuidarse. Su relectura sigue siendo útil para comprender cualquier disgusto de los abolicionistas radicales con la abolición de 1873. Igual que en cuestiones de mercado Estados Unidos tuvo un papel protagónico en la historia del país, su presencia en la reflexión política y social no fua nada detestable.

No me cabe la menor duda de que los eventos de 1868 y de 1873, y los debates que generaron al interior del liberalismo puertorriqueño abrieron una fosa entre los integristas y los separatistas que nunca sanó del todo. Las posibilidades de cooperación entre ambos sectores ideológicos quedaron cerradas después de aquellos eventos. El Ciclo Revolucionario Antillano marcó en fin de una época y el inicio de otra. La actitud que se adoptara ante Lares y la abolición escindió el liberalismo puertorriqueño en dos sectores que, si bien nunca dejaron de comunicarse, representaban extremos opuestos irreconciliables. Los hechos del 1898 atenuaron esa situación por algún tiempo como trataré de demostrar en otra ocasión.

Por último, si bien la frontera entre ambos territorios discursivos era bastante movediza y porosa, el tránsito de liberales de uno a otro campo también es un tema que aguarda una indagación cuidadosa.

El autor es historiador

[1] Germán Delgado Pasapera (1984) Puerto Rico sus luchas emancipadoras (Río Piedras: Cultural): 28-29.

[2] Véase el fragmento y el comentario al respecto en Mario R. Cancel-Sepúlveda (20 de marzo de 2011) “Historia oficial: Pedro Tomás de Córdova, Miguel de la Torre y el separatismo (1832)” en Puerto Rico entre siglos. URL: https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/2011/03/20/historia-oficial-pedro-tomas-de-cordova-miguel-de-la-torre-y-el-separatismo-1822/

[3] Luis Muñoz Rivera según citado en Nieve de los Ángeles Vázquez (2023) El Jefe: populismo y corrupción en el Puerto Rico de 1898 (Illinois): 153.

[4] Uso el concepto según lo inscribió Andrés Ramos Mattei (1987) Betances en el ciclo revolucionario antillano: 1867-1875 (San Juan: ICP), pero redefino la cronología para fines ilustrativos solamente.

[5] Refiero al interesado a Ramón E. Betances (1872) “La abolición de la esclavitud en Puerto Rico y el gobierno radical y monárquico de España” en Ada Suárez Díaz (1980) El doctor Ramón Emeterio Betances y la abolición de la esclavitud (San Juan: ICP): 119-126.

[6] Ver Delgado Pasapera (1984): 68-83 donde sugiere en la página 70 la existencia de un frente de facto en aquella circunstancia.

[7] Segundo Ruiz Belvis, José Julián Acosta y Francisco Mariano Quiñones (1969) Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico (San Juan: ICP): 61, 66, 68, 70, 74.

[8] Haroldo Dilla y Emilio Godínez (1983) Ramón Emeterio Betances (La Habana: Casa de las Américas): 98-99.

 

 

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En este corto, pero excelente ensayo, el historiador Steven Hahn analiza el desarrollo de las ideas y prácticas anti-liberales en la historia estadounidense. Su mensaje es claro: “el antiliberalismo estadounidense está profundamente arraigado en nuestro pasado y se alimenta de prácticas, relaciones y sensibilidades que han estado cerca de la superficie, incluso cuando no han estallado a la vista”. En otras palabras, el trumpismo no marca “un cambio excepcional en la historia del país” porque Trump es parte de una  tradición antiliberal que ha formado “conjuntos coherentes de ideas” y cuyo origen Hahn ubica en el periodo colonial. Hahn demuestra cómo las ideas anti-liberales se han  desarrollado y adaptado a lo largo de toda la historia republicana estadounidense.

Hahn es profesor en la New York University y ganador de los premios Pulitzer y Bancroft por su libro A Nation Under Our Feet: Black Political Struggles in the Rural South from Slavery to the Great Migration (Belknap Press, 2003). Su obra más reciente es   Illiberal America: a History (Norton, 2024).


The Illiberalism at America's Core | The New Republic

Las raíces profundas y enmarañadas del antiliberalismo estadounidense

Steven Hahn

New York Times 4 de mayo de 2024

En una entrevista reciente  en el Time Magazine, Donald Trump prometió un segundo mandato autoritario caracterizado por el  amiguismo administrativo, las deportaciones masivas de indocumentados, el acoso a las mujeres por el aborto, las guerras comerciales y la venganza contra sus rivales y enemigos, incluido el presidente Biden. “Si dijeran que un presidente no obtiene inmunidad”, dijo Trump a Time, “entonces Biden, estoy seguro, será procesado por todos sus crímenes”.

Una prueba más, al parecer, de los esfuerzos de Trump por construir un mundo político como ningún otro en la historia de Estados Unidos. Pero, ¿qué tan inédito es, realmente? El hecho de que Trump siga liderando las encuestas debería dejar claro que él y su movimiento MAGA son más que malas hierbas nocivas en un suelo democrático liberal.

Muchos de nosotros no hemos querido verlo así. “Esto no es lo que somos como nación”, exclamó un periodista en lo que fue una respuesta común a la violencia del 6 de enero, “y no debemos permitirnos a nosotros mismos ni a otros creer lo contrario”. Biden ha dicho más o menos lo mismo.

Si bien es cierto que Trump fue el primer presidente en perder una elección e intentar mantenerse en el poder, los observadores han llegado a reconocer la necesidad de una visión más amplia del trumpismo. Aun así, son propensos a imaginar que hubo un tiempo, no hace mucho tiempo, en el que prevalecía la “normalidad” política. Lo que no han entendido es que el antiliberalismo estadounidense está profundamente arraigado en nuestro pasado y se alimenta de prácticas, relaciones y sensibilidades que han estado cerca de la superficie, incluso cuando no han estallado a la vista.

The Illiberalism at America's Core | PortsideEl antiliberalismo es generalmente visto como una reacción violenta contra las ideas y políticas liberales y progresistas modernas, especialmente aquellas destinadas a proteger los derechos y promover las aspiraciones de grupos empujados durante mucho tiempo a los márgenes de la vida política estadounidense. Pero en Estados Unidos, el anti-liberalismo se entiende mejor como conjuntos coherentes de ideas que están relacionadas pero que también cambian con el tiempo.

Este antiliberalismo celebra las jerarquías de género, raza y nacionalidad; homogeneidad cultural; la fe religiosa cristiana; el marcaje de enemigos internos y externos; familias patriarcales; heterosexualidad; la voluntad de la comunidad sobre el Estado de Derecho; y el uso de la violencia política para alcanzar o mantener el poder. Este antiliberalismo echó raíces desde la época de la colonización europea y se extendió desde pueblos y ciudades hasta los niveles más altos del gobierno. De una forma u otra, ha dado forma a gran parte de nuestra historia. El antiliberalismo ha sido con frecuencia un caballo de batalla, si no en el círculo de los ganadores. Casi nunca ha sido derrotado rotundamente.

Algunos ejemplos pueden ser ilustrativos. Aunque la colonización europea de América del Norte se ha imaginado a menudo como una ruptura brusca con las costumbres de los países de origen, los sueños neofeudales inspiraron la creación de sociedades euroamericanas desde las Carolinas hasta el valle del Hudson, basadas como estaban en fincas y mano de obra forzada, mientras que las ciudades puritanas de Nueva Inglaterra, con sus propias jerarquías,  exigían la sumisión a la fe y vigilaban duramente a sus miembros y a los posibles intrusos por igual. El interior comenzó a llenarse de colonos hambrientos de tierras que generalmente formaban enclaves basados en la etnia, miraban a los forasteros con sospecha y, con raras excepciones, esperaban librar a su territorio de los pueblos nativos. La mayoría de los que llegaron a América del Norte entre principios del siglo XVII y la época de la Revolución Americana estaban esclavizados o en servidumbre, y la jurisprudencia amo-sirviente dio forma a las relaciones laborales mucho después de que se aboliera la esclavitud, un fenómeno que se ha descrito como “feudalismo tardío”.

El anticolonialismo de la Revolución Americana fue acompañado no sólo por la guerra contra los pueblos nativos y las recompensas para los esclavizadores, sino también por un anticatolicismo profundamente arraigado, y la hostilidad hacia los católicos siguió siendo una potente fuerza política hasta bien entrado el siglo XX. Las soluciones monárquicas fueron discutidas durante la redacción de la Constitución y la primera década de la República Americana: John Adams pensó que el país se movería en esa dirección y otros líderes de la época, incluidos Washington, Madison y Hamilton, se preguntaron en privado si sería necesario un rey en caso de que fracasara un “remedio republicano”.

La década de 1830, comúnmente vista como el apogeo de la democracia jacksoniana, estuvo atormentada por violentas expulsiones de católicos, mormones y abolicionistas de ambas razas, junto con miles de pueblos nativos desposeídos de sus tierras natales y enviados al “Territorio Indio” al oeste del Mississippi.

La nueva política democrática de la época a menudo estaba marcada por la violencia del día de las elecciones después de que las campañas estuvieran impregnadas de cadencias militares, mientras que los funcionarios electos generalmente requerían el apoyo de los patrocinadores de la élite para garantizar los bonos que tenían que pagar. Incluso en las legislaturas estatales y en el Congreso, se podían blandir armas y organizar duelos; Los “matones” imponían las voluntades de sus aliados.

Cuando los esclavistas de los estados sureños recurrieron a la secesión en lugar de arriesgar su sistema bajo la administración de Lincoln, dejaron claro que su Confederación se basaba en la piedra angular de la esclavitud y la supremacía blanca. Y aunque su aplastante derrota trajo consigo la abolición, el establecimiento de la ciudadanía por nacimiento (excepto para los pueblos nativos), la exclusión política de los confederados y la extensión del derecho al voto a los hombres negros —los resultados de una de las grandes revoluciones del mundo—, no pasó mucho tiempo antes de que la revolución retrocediera.

El gobierno federal pronto permitió que los ex confederados y sus partidarios blancos regresaran al poder, destruyeran el activismo político negro y, acompañados de linchamientos (que expresaban la “voluntad” de las comunidades blancas), construyeran el edificio de Jim Crow: segregación, privación de derechos políticos y un duro régimen laboral. Ya anticipado en el Norte anterior a la Guerra Civil, Jim Crow recibió el imprimátur de la Corte Suprema y la administración de Woodrow Wilson.

Trump plans to hold news conference on January 6 riot anniversary

Pocos progresistas de principios del siglo XX tuvieron muchos problemas con esto. La segregación parecía una forma moderna de coreografiar las “relaciones raciales”, y la privación del derecho al voto resonaba con su desencanto con la política popular, ya fuera impulsada por los votantes negros en el sur o por los inmigrantes europeos en el norte. Muchos progresistas eran devotos de la eugenesia y otras formas de ingeniería social, y en general favorecían el imperialismo de ultramar; algunos comenzaron a imaginar el andamiaje de un Estado corporativo, todos anticipando los oscuros giros en Europa durante las próximas décadas.

De hecho, en la década de 1920 surgieron impulsos fascistas que provenían de varias direcciones en Estados Unidos y, al igual que en Europa, se dirigieron a los radicales políticos. Benito Mussolini ganó elogios en muchos sectores estadounidenses. El laboratorio donde trabajaba Josef Mengele recibió el apoyo de la Fundación Rockefeller. El fundamentalismo protestante blanco reinaba en las ciudades y en el campo. Y la Ley de Inmigración de 1924 estableció límites al número de recién llegados, especialmente los del sur y el este de Europa, que se pensaba que eran política y culturalmente inasimilables.

Lo más preocupante es que el Ku Klux Klan, energizado por el anticatolicismo y el antisemitismo, así como por el racismo contra los negros, marchó descaradamente en ciudades grandes y pequeñas. El Klan se convirtió en un movimiento de masas y ejerció un poder político significativo; fue crucial, por ejemplo, para la aplicación de la Ley Seca. Una vez que la organización se desmoronó a finales de la década de 1920, muchos hombres y mujeres del Klan encontraron su camino hacia nuevos grupos fascistas y la derecha radical en general.

Marginada por la Gran Depresión y el New Deal, la derecha antiliberal recuperó terreno a finales de la década de 1930, y durante la década de 1950 ganó el apoyo de las bases a través de un vehemente anticomunismo y la oposición al movimiento por los derechos civiles. Ya en 1964, en una carrera por la nominación presidencial demócrata, el gobernador George Wallace de Alabama comenzó a perfeccionar una retórica de agravio blanco y hostilidad racial que tenía atractivo en el Medio Oeste y el Atlántico Medio, y la campaña de Barry Goldwater ese año, a pesar de su fracaso, puso vientos en las velas de la Sociedad John Birch y los Jóvenes Americanos por la Libertad.

Cuatro años más tarde, Wallace movilizó suficiente apoyo como candidato de un tercer partido para ganar cinco estados. Y en 1972, una vez más como demócrata, Wallace acumuló victorias en las primarias tanto en el norte como en el sur antes de que un intento de asesinato lo obligara a abandonar la carrera. Las crecientes reacciones contra la desegregación escolar y el feminismo echaron más leña al fuego de la derecha, allanando el camino para el ascenso conservador de la década de 1980.

A principios de la década de 1990, el neonazi y miembro del Klan David Duke había ganado un escaño en la Legislatura de Luisiana y casi tres quintas partes del voto blanco en las campañas para gobernador y senador. Pat Buchanan, que buscaba la nominación presidencial republicana en 1992, pidió “Estados Unidos primero”, la fortificación de la frontera (una “valla Buchanan”) y una guerra cultural por el “alma” de Estados Unidos, mientras que la Asociación Nacional del Rifle se convirtió en una fuerza poderosa en la derecha y en el Partido Republicano.

Cuando Trump cuestionó la legitimidad de Barack Obama para servir como presidente, un proyecto que rápidamente se conoció como “birtherism”, hizo uso de un tropo racista de la era de la Reconstrucción que rechazaba la legitimidad de los derechos políticos y el poder de los negros. Al hacerlo, Trump comenzó a cimentar una coalición de votantes blancos agraviados. Estaban listos para hacer retroceder la creciente diversidad cultural de la nación, encarnada por Obama, y los desafíos que veían a las jerarquías tradicionales de familia, género y raza. Tenían mucho sobre lo que construir.

En la década de 1830, Alexis de Tocqueville, en “La democracia en América”, vislumbró las corrientes antiliberales que ya enredaban la política del país. Si bien se maravillaba de la “igualdad de condiciones”, la fluidez de la vida social y la fortaleza de las instituciones republicanas, también se preocupaba por la “omnipotencia de la mayoría”.

Opinion | The Deep, Tangled Roots of American Illiberalism - The New York Times

“Lo que encuentro más repulsivo en Estados Unidos no es la extrema libertad que reina allí”, escribió Tocqueville, “sino la escasez de garantías contra la tiranía”. Señaló que las comunidades “se toman la justicia por su mano” y advirtió que “las asociaciones de ciudadanos sencillos pueden componer cuerpos muy ricos, influyentes y poderosos, es decir, cuerpos aristocráticos”. Lamentando su conformidad intelectual, Tocqueville creía que si los estadounidenses alguna vez renunciaban al gobierno republicano, “pasarían rápidamente al despotismo”, restringiendo “la esfera de los derechos políticos, quitando algunos de ellos para confiarlos a un solo hombre”.

El deslizamiento hacia el despotismo que Tocqueville temía puede estar en marcha, sea cual sea el resultado de las elecciones. Incluso si tratan de engañarse a sí mismos pensando que Trump no cumplirá, millones de votantes parecen dispuestos a confiar sus derechos a “un solo hombre” que ha anunciado su intención de usar poderes autocráticos para la retribución, la represión, la expulsión y la misoginia.

Solo reconociendo a lo que nos enfrentamos podemos montar una campaña efectiva para proteger nuestra democracia, apoyándonos en las importantes luchas políticas —abolicionismo, antimonopolio, socialdemocracia, derechos humanos, derechos civiles, feminismo— que han desafiado al anti-liberalismo en el pasado y ofrecen la visión y los caminos políticos para guiarnos en el futuro.

Nuestro mayor error sería creer que estamos asistiendo a un cambio excepcional en la historia del país. Porque desde el principio, Trump ha aprovechado raíces antiliberales profundas y en constante expansión. La historia del antiliberalismo es la historia de Estados Unidos.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

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La protestas en universidades estadounidenses – especialmente en Columbia– han tomado a muchos por sorpresas porque desconocen el papel que estas han jugado en diversos momentos históricos, como centros de oposición a la política exterior de Estados Unidos. Uno de esos periodos fue finales de la década de 1960 y comienzos de los años 1970, cuando los universitarios se rebelaron contra la guerra de Vietnam. En la siguiente sesión de preguntas y respuestas, el Dr. Stefan Bradley  enfoca los parecidos y las diferencias entre las protestas contra la guerra de Vietnam y las de ahora en contra del genocidio en Gaza. Bradley es profesor de historia en Amherst College y  autor de Upending the Ivory Tower: Civil Rights, Black Power (2018) y  de Harlem vs. Columbia University: Black Student Power in the Late 1960s (2009).


Universidad de Columbia extiende negociaciones con estudiantes que protestan por el campamento después del "diálogo constructivo" durante la noche

Las protestas de la Universidad de Columbia se parecen cada vez más a las de 1968

Stefan Bradley   

The Conversation  2 de mayo de 2024

¿En qué se diferencian las protestas actuales de las de 1968?

Las similitudes radican en la oposición de los estudiantes a la guerra, el racismo y los prejuicios.

Una diferencia clave son las redes sociales, que han contribuido en gran medida a la capacidad de movilización de los estudiantes. Las noticias de diversas acciones y protestas se difunden rápidamente.

La violencia o la amenaza de violencia es otra diferencia. Las manifestaciones iniciales en la Universidad de Columbia en abril de 1968 comenzaron con la amenaza de violencia entre estudiantes radicales que querían poner fin a los vínculos de la universidad con la investigación de la guerra durante la Guerra de Vietnam y terminar un proyecto de construcción de un gimnasio universitario y atletas en su mayoría blancos que querían seguir adelante con él. El gimnasio había sido diseñado para que los residentes de Harlem, en su mayoría negros y latinos, entraran por una puerta y los afiliados de Columbia por otra. Los afiliados de Columbia también tendrían un mayor acceso a varias partes del gimnasio, lo que llevó a los residentes a referirse a la situación como “Gym Crow”.

Teniendo en cuenta la historia de expansión de la institución y los levantamientos que rodearon los asesinatos del reverendo Martin Luther King Jr. que tuvieron lugar apenas unas semanas antes, la tensión estaba en el aire. Al llevar la manifestación al gimnasio, los activistas estudiantiles se enfrentaron con la policía en el parque antes de regresar al campus para tomar el Hamilton Hall, el mismo edificio donde decenas de activistas estudiantiles de Columbia en las protestas de este año por Gaza fueron arrestados la noche del 30 de abril de 2024.

Hasta el 30 de abril, los estudiantes eran menos disruptivos de lo que habían sido en el pasado. Los campamentos en el jardín sur no impidieron las principales funciones de la universidad.

Pero después de que los estudiantes se apoderaron de Hamilton Hall, el cálculo ha cambiado. Al irrumpir en el edificio y atrincherarse, los activistas del campus proporcionaron a los administradores aún más justificación para pedir a la policía que los desalojara.

¿Cómo es eso?

En 1968, los funcionarios llamaron a la policía de la ciudad para que sacara por la fuerza a los estudiantes, que posteriormente se habían apoderado de cuatro edificios más, y para que hiciera arrestos. Rápidamente se tornó violento. La policía irrumpió en los edificios y alrededor del campus para hacer arrestos. En un edificio llamado Math Hall, los activistas, entre ellos Tom Hayden, autor de la Declaración de Port Huron, un manifiesto izquierdista que llamaba a los estudiantes a trabajar contra el racismo, el imperialismo y la pobreza, contraatacaron. La policía golpeó con porras a observadores y activistas por igual.

Con las críticas de larga data a la universidad en sus mentes, y la muerte de King en sus corazones, los residentes de Harlem estaban listos para apoyar a los estudiantes que protestaban.

 

1968 y 2024: ¿En qué se parecen y en qué no las protestas en la Universidad de Columbia?

Líderes del movimiento Black Power como Stokely Carmichael y H. Rap Brown explicaron a la prensa que si Columbia no negociaba con los estudiantes negros de Hamilton, entonces la universidad tendría que lidiar con los “hermanos de las calles” de Harlem. La amenaza de una coalición con los vecinos de Harlem ayudó al éxito de los activistas en poner fin a la construcción de un gimnasio privado en el cercano Morningside Park y al cese de los vínculos de la escuela con el Instituto de Análisis de Defensa, un consorcio de instituciones de educación superior emblemáticas y de élite que realizaban investigaciones de defensa financiadas por el gobierno durante la Guerra Fría.

La amenaza de violencia se cernía con la reciente captura del edificio y los arrestos en Hamilton. La protesta de 2024 está empezando a parecerse a la protesta de 1968 en términos de que los estudiantes se sienten incómodos con la toma de decisiones de su universidad y los administradores se sienten obligados a recuperar el control del campus. Las diferencias son cada vez más delgadas y las similitudes más gruesas.

¿Qué pasa con el uso del simbolismo?

En 1968 y en la actualidad, los estudiantes usaban el simbolismo para enviar un mensaje.

Hace cincuenta y seis años, los manifestantes también tomaron el Hamilton Hall, que lleva el nombre de Alexander Hamilton, rebautizándolo como Universidad Malcolm X y colgando imágenes de Stokely Carmichael.

Hoy, los manifestantes le cambiaron el nombre a Hind’s Hall, en honor a una niña palestino de 6 años que murió por disparos de tanques israelíes en Gaza, y ondearon una bandera palestina desde una ventana de Hamilton.

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¿Cuál es el legado de la protesta de 1968?

El principal legado es que los estudiantes son la brújula moral de estas instituciones de élite bien dotadas, incluso si se involucran en comportamientos disruptivos. Están dispuestos a actuar en el campus cuando nadie más lo hará. Si se dejara en manos de los fideicomisarios, administradores, profesores y personal, la universidad probablemente estaría callada y civilizada mientras espera que el mercado de ideas y los innumerables comités determinen qué hacer con las crisis humanitarias en tiempo real.

Los jóvenes siempre han sido impacientes en sus peticiones de justicia. En 1968, los problemas fueron la construcción de un gimnasio en West Harlem y la relación de la universidad con la IDA; en la década de 1980, fueron los intereses financieros de la universidad en la Sudáfrica del apartheid; y en la década de 2010, las inversiones de la escuela en corporaciones de prisiones privadas. La rebelión de 1968 enseñó a las generaciones posteriores a no aceptar la matanza indiscriminada y la injusticia.

Otro legado es que el despliegue de la policía para disolver las manifestaciones puede poner fin a los disturbios a corto plazo, pero también puede terminar radicalizando a los estudiantes moderados que ven cómo sus amigos son arrestados o heridos.

¿Qué hace que una protesta tenga éxito?

Por supuesto, los estudiantes quieren que se satisfagan todas las demandas, pero a menudo es poco probable que eso suceda. Una mejor señal de éxito es la disrupción del statu quo y la cantidad de atención que atraen a los problemas. En ese sentido, las protestas han sido un éxito.

El conflicto en un lugar como Columbia llama la atención debido a su ubicación en la capital mundial de los medios de comunicación. Cuando los administradores responden a los problemas que plantean los estudiantes centrándose en las políticas y procedimientos, puede dar la impresión de que los problemas no son importantes.

Hace cincuenta y seis años, los activistas universitarios inspiraron a los estudiantes en el extranjero a corear “¡Dos, tres, muchas Columbias!“ Es posible que los administradores quieran permanecer apolíticos, pero los manifestantes del campus quieren saber a dónde va su matrícula y opinar sobre cómo se gasta. Poner de relieve el conflicto entre las principales fuentes de financiación -los estudiantes que pagan la matrícula y los principales donantes de la escuela- es una victoria notable.

¿Qué tan inéditos son los arrestos de estudiantes?

Hay precedentes para los arrestos de estudiantes dentro y fuera del campus. El Departamento de Policía de Nueva York arrestó violentamente a más de 700 estudiantes en abril de 1968 y a docenas más en mayo.

Cuando los estudiantes del siglo XX se rebelaron contra la idea de que se suponía que la universidad debía actuar en lugar de sus padres, los funcionarios de educación superior recurrieron a las fuerzas del orden con la esperanza de que los estudiantes cumplieran.

Hubo arrestos en el Instituto Fisk en 1925 por protestas contra las estrictas reglas estudiantiles, incluidas aquellas que limitaban la participación en los movimientos por los derechos civiles; hubo el Movement for Freedom of Expression de Berkeley, cuando los estudiantes exigieron el derecho a repartir literatura sobre los derechos civiles en el campus.

Kent State University , mayo 1970

En 1970, también hubo tiroteos de estudiantes en los que participó la policía o la Guardia Nacional en Jackson State y Kent State, una universidad predominantemente blanca.

En 2016, la policía se enfrentó a estudiantes que protestaban por los aumentos de matrícula en California. No hubo tiroteos fatales, pero se desplegaron armas no letales como gas pimienta. Invitar a la policía al campus introduce un elemento que concede poder a aquellos que no están interesados en el bienestar educativo de los estudiantes.


Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

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