¿Por qué mirar una vez más el 1898?
Mario Cancel Sepúlveda
80 grados 24 de octubre de 2014

En un curso general de historia de Puerto Rico en el Recinto Universitario de Mayagüez, luego de discutir con reserva las corrientes culturales que convergen en la noción de lo puertorriqueño (la problemática teoría de las “tres fuentes”) sugerí un asunto polémico. Pregunté si la presencia etnocultural anglosajona en Puerto Rico (antes y) después de 1898 debía ser considerada un componente (i)legítimo de la cultura puertorriqueña. Lo cierto es que lo sucedido alrededor del 1898 guarda, cierta correspondencia con lo que pasó después de1508. El 1898 fue un proceso de recolonización cultural y reconstrucción política. La anglosajonización y/o americanización, se constituyó en una promesa y un problema. Tanto en 1508 como en 1898, se desarrolló una relación asimétrica.
Una diferencia visible y vulgar entre el pos 1508 y el pos 1898, había sido la ausencia del mestizaje biológico masivo que caracterizó al primero: la separación racial, ineficaz en el siglo 16, funcionó en el siglo 20. A pesar del contraste entre el proceso de colonización y el de recolonización, hacia 1930 se aceptaba que la cultura anglosajona era un componente de relevancia del puertorriqueño común. Desde 1950 a esta parte, me parece innegable, la integración de modelos culturales estadounidenses ha avanzado sin cesar en el escenario del mercado y el consumo. La revolución de los medios masivos de comunicación y la revolución de la Internet, han servido para acelerar un proceso que no termina. La pregunta sobre el elemento anglosajón como una “cuarta fuente”, quedó, como era de esperarse, sin respuesta.
Mis lecturas de los comentaristas, cronistas e historiadores estadounidenses que produjeron materiales intelectuales sobre “our new possession” entre 1898 y 1926, tarea que elaboré con el Dr. José Anazagasty Rodríguez en dos volúmenes publicados en 2008 y 2011, me habían demostrado que la conciencia de la anglosajonidad en aquellos escritores era enorme. El imperialismo sajón y el 1898 eran la expresión del cumplimiento de un deber providencial. Aquel discurso de la anglosajonidad sirvió para articular una imagen despreciativa de la hispanidad que se dejaba “atrás” (en el pasado) con el propósito de legitimar una “ruptura” en nombre de la “modernización”. Convencer a los colonos de la validez de ese argumento no parecía complicado: los “nativos”, seres simples e ineducados, metáfora del “buen salvaje”, eran pura tabula rasa, naturalmente dóciles y fieles. A lo sumo, el puertorriqueño, identificado con el jíbaro y el indio, no era visto sino como la víctima de una hispanidad descuidada, inhumana y cruel, por lo que no podía señalarse como responsable de su pusilanimidad.
El problema de los comentaristas, cronistas e historiadores estadounidenses estaría en otra parte. Con las elites educadas locales la situación sería distinta. Los ideólogos separatistas anexionistas vinculados al 1898 en el estilo de Julio Henna y Roberto Todd, no tuvieron ningún problema en hacer suyo aquel discurso propenso a la anti-hispanidad del imperialismo benévolo. De igual manera, la imagen agresivamente antiespañola que dominaba los textos estadounidenses, convergía con la que poseían los ideólogos del separatismo independentista antes de 1898: Ramón E. Betances y Segundo Ruiz Belvis. Aquel conjunto de pensadores siempre han sido difíciles de convocar como modelos de hispanofilia, inclusive en el momento más feroz de aquella fiebre. La devaluación de la hispanidad también rindió un valioso servicio para las elites intelectuales liberales y autonomistas que, aunque esperaban mucho de España, miraban con asombro hacia Estados Unidos cuando se trataba de asuntos como la abolición, la economía y la educación. Salvador Brau Asencio y Francisco del valle Atiles son quizá el mejor modelo de ello.
Sin embargo, para quienes resintieron la invasión de 1898 y no llegaron a ver en la anglosajonidad un aliado en la ruta de la modernización, el desprecio anglosajón por la hispanidad acabó por transformarse en una injuria. La versión de la identidad nacional que aquellos sectores asumieron acabó en ver en la hispanidad, con sus virtudes y sus defectos, una condición sine qua non de la puertorriqueñidad. El nacionalismo político del momento de José De Diego (1914), José Coll y Cuchí (1923) y Pedro Albizu Campos (1930) representó un contrapunto interesante. Su análisis cultural y su revisión del pasado español a la luz de la modernización con la que se sueña, significó un contrapunto para la propuesta de los comentaristas, cronistas e historiadores estadounidenses.
Ante aquella glosa de la modernización que miraba con reticencia hacia el pasado, elaboraron otro relato de la modernización que miraba con reverencia hacia el pasado. Un elemento en común en ambos proyectos utópicos es que ninguno quería regresar al pasado. El progresismo y el liberalismo de ambas es evidente: lo que difiere es la función que se le adjudica a la hispanidad en el futuro imaginado.
Ambas utopías se apoyaban, debo reconocerlo, en una versión parcial y nebulosa del periodo ante bellum 1898. Frederick A. Ober (1899) y R. A. Van Middeldyk (1903), producen una imagen tan ilusoria y frágil como la de Brau Asencio (1903). El pasado que se vivió al lado del hispano (la nostalgia que producía el malo conocido), y el futuro que se aguardaba al lado del sajón (el optimismo que generaba el bueno por conocer), no diferían en un asunto. Al momento de precisar su tema central -la “nación”-, ambos la concebían como un apéndice o dependencia de otro. Bajo aquellas circunstancias, a nadie debe sorprender que el 1898 hubiese sido apropiado como una “frontera confusa”. En el caso de los estadounidenses, servía para completar el sueño de elaborar un imperio ultramarino donde cebarse materialmente y completar su obra civilizadora. En el caso de los puertorriqueños, significaría un tipo de año cero o un renacimiento que marcaba un antes y un después reconocibles. Las soluciones ideológicas a la “confusión” no fueron eficaces. El planteamiento de un problema de esa naturaleza siempre ameritará nuevas revisiones.
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