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Archive for the ‘Constitucion de Estados Unidos’ Category

Es indiscutible que Estados Unidos experimenta un proceso de decadencia y descomposición que la elección presidencial de este año podría acelerar. Atrás quedaron los años de hegemonía e influencia global. Hoy, los Estados Unidos enfrentan serios retos en un mundo cada vez más multipolar y al cual el liderato estadounidense tiene problemas adaptándose.

La causas de esta decadencia son muchas, y como bien nos señalan los periodistas Iker Seisdedos y Miguel Jiménez en esta nota publicada en el diario El País, una de ellas es el estancamiento y la crisis de su sistema político. Según ellos, Estados Unidos es una democracia defectuosa por varias razones. La primera es que su constitución, que fue escrita en 1787,  es casi sagrada y muy difícil de cambiar y, por ende, de adaptar a las necesidades actuales de la nación estadounidense. En segundo lugar, gracias al colegio electoral, Estados Unidos es la única democracia de este planeta cuyo presidente no es electo de forma directa por los ciudadanos. Tercero, un rama legislativa disfuncional  y atrapada por el filibusterismo y la polarización política. En cuarto lugar está el bipartidismo y la crisis de los partidos nacionales. La rama judicial, y en especial la Corte Suprema con jueces nombrados a perpetuidad y sin limitaciones éticas, ocupa el quinto lugar.  Sexto, el famoso gerrymandering, es decir, la redistribución de los límites de los distritos electorales para favorecer a uno u otro de los dos partidos nacionales. Séptimo, la corrupción de la financiación de las campañas políticas que, por ejemplo, le permite a Elon Musk invertir $75 millones en la elección de Donald Trump. Y por último, la tendencia histórica a dificultar el derecho al voto por diversos medios y obstáculos.

Como bien señalan los autores, resolver estos problemas para democratizar a  Estados Unidos es muy complicado por los intereses políticos en pugna.  Pareciera que no hay forma de frenar la decadencia de la que la Madeline Albright llamara en un rapto de arrogancia imperial la nación indispensable. Están por verse las consecuencias de la decadencia del imperio estadounidense.


 

¿Estados Unidos sigue siendo el país de las oportunidades? Un experto analiza el “sueño americano” de hoy | Internacional | Noticias | El Universo

Por qué Estados Unidos es una democracia defectuosa

Iker Seisdedos      Miguel Jiménez

El País  19 de octubre de 2024

El decano de la Facultad de Derecho de Berkeley, Erwin Chemerinsky, imagina en su nuevo libro una solución a los problemas que, considera, se derivan de la virtualmente irreformable Constitución estadounidense: “Un divorcio no violento, de mutuo acuerdo, del que surgieran dos o más países”, escribe en No Democracy Lasts Forever (ninguna democracia dura para siempre, sin edición en español). Los Estados de la costa oeste formarían una nueva nación, llamada Pacífica, a la que podrían unirse los territorios demócratas de la otra costa “e incluso Illinois”. Las partes republicanas del sur y del Medio Oeste se irían por su lado, aunque entre ambos bloques salidos de esa secesión sería necesario un acuerdo para asegurar la libertad de movimientos de sus ciudadanos y el libre comercio.

Algo no funciona cuando los juristas se ven empujados a ejercer de novelistas de ciencia ficción. Para Chemerinsky, eso que no funciona es la Constitución estadounidense, y no está solo en su análisis. Un coro de voces, sobre todo desde la izquierda, coincide en señalar los defectos del texto fundamental como una de las amenazas más graves para el futuro de la democracia más longeva y estable del mundo, después de que sus aciertos hayan cimentado más de dos siglos de prosperidad y libertades. En ese documento, aprobado en 1787 y que no se toca desde hace medio siglo, está, según ese análisis, el origen de tres problemas: la institución del Colegio Electoral, la composición del Senado y el funcionamiento del Tribunal Supremo.

Esos problemas —junto a otros como la supresión del voto de las minorías o la invasión del dinero sucio en las campañas electorales— no son nuevos, pero adquirieron otra dimensión con el ascenso de Donald Trump al poder en 2016, año en el que el índice de The Economist sacó al país del saco de las democracias plenas para meterlo en el de las defectuosas. “Seguimos siendo una democracia, pero sumamente enferma”, coincide Steven Levitsky, cuyo último libro, The Dictatorship of the Minority, escrito junto a Daniel Ziblatt, es una contundente llamada de atención sobre ese deterioro. La proximidad de las elecciones, las más trascendentales que se recuerdan, es una oportunidad para radiografiar los fallos del sistema y plantear, con la ayuda de expertos, posibles soluciones.

US Constitution Fast Facts | CNN

La Constitución ¿intocable?

Del musical Hamilton a la obligación de memorizar su preámbulo en primaria, la Constitución sigue reverencialmente presente en la vida estadounidense. Pero ¿aún es útil un texto escrito hace más de dos siglos para una nación pequeña y en ciernes? “Nadie pudo imaginar entonces que se convertiría en una república tan grande y expansiva”, advierte Josep M. Colomer, politólogo de la Universidad de Georgetown, en Washington. “Su redacción fue un experimento nuevo, y, consecuentemente, sus redactores pagaron la novatada”.

Cambiarla es tan difícil que esa certeza ha matado frecuentemente el debate antes de nacer: hace falta una mayoría cualificada de dos terceras partes de ambas Cámaras y el acuerdo de tres cuartas partes de los 50 Estados, números hoy por hoy inalcanzables, con el Senado y la Cámara de Representantes limpiamente divididos por la mitad. Al texto se le han hecho 27 enmiendas, 10 de las cuales llegaron pronto, cuatro años después de su aprobación y como parte del paquete de la Carta de Derechos. La última vez que se modificó fue en 1971, para rebajar a los 18 años la edad para votar.

Quienes creen en la urgencia de mejorarla —o incluso redactarla de nuevo— consideran que los enormes cambios sociales registrados en ese medio siglo obligan a pensar que es posible. Recuerdan que en ella está también el pecado original de esta nación, porque sus redactores no hicieron nada por acabar con la institución de la esclavitud. Los que la veneran como un milagro de adaptación a los tiempos, casi siempre desde posiciones conservadoras, suelen echar mano de una frase del escritor abolicionista Frederick Douglass: “La Constitución no significa lo que dice”. El politólogo Yuval Levin, que defiende que en el texto fundamental está la “solución y no el problema” de la democracia estadounidense, es uno de ellos. Son, una vez más, dos bandos irreconciliables. “[Este país] se fundó sobre un conjunto de ideas, pero los estadounidenses están tan divididos que ya no se ponen de acuerdo, si es que alguna vez lo estuvieron, sobre cuáles son, o eran, esas ideas”, escribe la historiadora Jill Lepore en These Truths (estas verdades, sin edición en español).

Presidente contra la voluntad del pueblo

Estados Unidos es la única democracia presidencial en el mundo en la que el presidente no es elegido directamente por los votantes, sino por un Colegio Electoral. Eso posibilita que el presidente pueda ser elegido sin una mayoría de votos: George W. Bush y Donald Trump llegaron a la Casa Blanca con menos votos de los que obtuvieron sus rivales, Al Gore y Hillary Clinton, en las elecciones de 2000 y 2016. Esa situación puede repetirse el próximo 5 de noviembre.

La Constitución otorga a cada uno de los 50 Estados un número de electores en el Colegio Electoral equivalente a su representación en el Congreso y el Senado. Con las excepciones de Maine y Nebraska, el candidato que vence en un Estado se lleva todos sus votos electorales, sin importar que gane por un voto o por tres millones. Para salir elegido presidente hay que lograr 270 de los 538 votos electorales. Pese a lo obsoleto y potencialmente antimayoritario de la figura, el Colegio Electoral tiene sus defensores. Como la personalidad de la derecha estadounidense Dennis Prager, para el que más que un obstáculo se trata de una “idea brillante” de los fundadores, que “no querían una democracia, querían una república”. Según Levitsky y Ziblatt, la idea de que el Colegio Electoral forma parte de un sistema de controles y contrapesos calibrados con minuciosidad “no es más que un mito”. Fue una solución de compromiso ante la falta de mejor acuerdo.

Colomer explica que el sistema se diseñó cuando no se esperaba que existiesen partidos. Se contaba con que, al no alcanzarse la mayoría suficiente en el Colegio Electoral, la elección del presidente pasase a la Cámara de Representantes. “Eso muestra el desconocimiento de cómo funcionaría la democracia en un país nuevo, sin experiencia, sin precedentes, sin referencias de otros países para consultar”.

La regla de que el ganador de un Estado se lleva todos sus votos, unida a la sobrerrepresentación de los menos poblados, permite ganar las elecciones a un candidato que pierda en el voto popular. Hoy por hoy, eso favorece a los republicanos, más fuertes en los Estados sobrerrepresentados en el voto popular. En la mayoría de los Estados hay un claro favorito y solo siete están realmente en juego: Arizona, Georgia, Míchigan, Pensilvania, Wisconsin, Nevada y Carolina del Norte. “La presidencia se dirime según los deseos de entre 150.000 y 200.000 votantes indecisos de unos pocos condados clave, en un puñado de Estados bisagra. Ellos serán los que decidan el próximo presidente”, advierte David Schultz, editor de Presidential Swing States (Estados péndulo presidenciales, sin edición en español).

Capitolio de EEUU reabrirá sus puertas con el año nuevo - Prensa Latina

Gangrena legislativa

El imponente Capitolio de Washington encierra bajo su cúpula un Congreso disfuncional. El Senado, cuyos 100 miembros gozan de un mandato de seis años que se renueva por tercios cada dos, es una cámara de representación territorial, en la que cada Estado tiene dos senadores, con independencia de su población, lo que acarrea una sobrerrepresentación de los menos poblados. Eso no es tan infrecuente en otras democracias como el hecho de que la Cámara alta sea más poderosa que la baja, la Cámara de Representantes. Su composición (435 miembros, que se renuevan cada dos años) sí atiende a criterios de población, pero no se actualiza desde 1929.

Para la aprobación de cualquier ley, hace falta el concurso de ambas Cámaras. Cuando cada partido tiene mayoría en una de las dos, como sucede desde 2023, la parálisis legislativa y el riesgo de cierre parcial de la Administración por falta de aprobación de los presupuestos suelen estar garantizados, dada la polarización entre partidos, que se traslada a las instituciones, explica Colomer.

La mayoría en el Senado —que tiene además la potestad de ratificar el nombramiento de los jueces federales (incluidos los del Supremo) y otros altos cargos— se puede lograr con una minoría de votos, como ocurre con la elección del presidente. Pero los Estados menos poblados nunca admitirán una reforma constitucional que les hurte una sobrerrepresentación que, de nuevo, favorece hoy en día al Partido Republicano.

Por si esa distorsión fuera poca, la normativa de la Cámara alta abrió la veda del filibusterismo, la obstrucción parlamentaria. Inicialmente, no se podía someter un asunto a votación hasta que no acabase el debate, lo que generó intervenciones maratonianas. Como resultaba cansado, solo se recurría a ese subterfugio en casos extremos. La norma se reformó. Por una parte, ya no hacía falta mantener vivo el debate, sino que bastaba manifestar que se quería seguir tratando el tema. Por otra, se permitía que una mayoría cualificada pudiera someter un proyecto de ley a votación en cualquier momento. En la práctica, eso se ha traducido en que no se puede aprobar casi ninguna ley si no se cuenta con 60 de los 100 votos. La buena noticia es que abolirlo no requiere cambios constitucionales ni legales. Muchos consideran que tiene los días contados.

La trinchera bipartidista

Para sus detractores, no hay mejor ejemplo práctico de la crisis del sistema bipartidista estadounidense, que ya se temió George Washington, que la relación de ambos partidos con sus candidatos a estas elecciones. Por un lado, está alguien que, pese a instigar una insurrección y estar condenado por 34 delitos graves, ha logrado tallar a su imagen y semejanza la formación republicana, y ha desterrado a la vieja y no tan vieja guardia del conservadurismo estadounidense, que, nueve años después, aún es incapaz de plantarle cara. Por otro, hay una aspirante que no salió elegida en las primarias, sino que se hizo con las riendas demócratas —a lomos de un enorme entusiasmo inicial entre sus simpatizantes, eso sí— gracias a la renuncia de Joe Biden, un candidato sobre cuyas mermadas capacidades nadie se atrevió a llevarle la contraria hasta que no se hicieron dramáticamente patentes en público.

Además de desprovistos de defensas con las que contaron en otro tiempo para evitar el ascenso de alguien como Trump, los dos partidos han dejado atrás en la última década su vieja aspiración de contener multitudes (a la manera de Walt Whitman) para hundirse más en sus trincheras a medida que la polarización se iba acentuando (y ambas formaciones también iban acentuando) en la vida pública estadounidense. Hasta entonces, “Estados Unidos”, según Lee Drutman, autor de Rompiendo el círculo vicioso del bipartidismo, “tenía algo más parecido a una democracia multipartidista dentro de su sistema bipartidista”. Para revertir esa deriva, Drutman propone una reforma del sistema electoral actual, basada en la idea del ganador-que-se-lo-lleva-todo.

“Desde mediados del siglo pasado, ambos partidos se han ido vaciando: los candidatos a la presidencia, al Senado o los que optan a gobernador de los Estados deciden presentarse por su cuenta, recaudan fondos y luego ganan las primarias. Y entonces esperan que el partido los apoye si ganan”, argumenta el historiador Michael Kazin, autor de la biografía de referencia del Partido Demócrata. “El resultado es que en muchos lugares la estructura del partido no pinta mucho antes de la campaña electoral, y los consultores profesionales son mucho más importantes para el éxito de los candidatos. Creo que sería bueno que hubiera un resurgimiento de las organizaciones partidarias en todos los niveles, pero será difícil revertir esta descentralización a largo plazo. La creación de partidos estatales fuertes ―como han hecho los demócratas en Wisconsin― ayudaría”.

El porcentaje (dos terceras partes) de quienes verían bien un tercer partido registra niveles récord, según Gallup. Aunque esto tampoco podrá ser. La historia de quienes han intentado una tercera vía es la de un fracaso detrás de otro. Como resume el historiador estadounidense Richard Hofstadter (1916-1970): “Los terceros partidos son como las abejas. Una vez han picado, mueren”. Es decir, que lo máximo a lo que pueden aspirar es a hacer daño a un lado o a otro y desaparecer después.

Justices

Un juez del Supremo es para siempre

Más excepcionalidades: Estados Unidos es también el único sistema democrático del mundo en que los magistrados del Tribunal Supremo mantienen el cargo de por vida. Todas las demás democracias consolidadas establecen un límite a su mandato, una edad obligatoria a la que jubilarse, o ambos, según Levitsky y Ziblatt. Ese carácter vitalicio se decidió cuando la esperanza de vida era mucho menor y el cargo no tenía la relevancia actual, con lo que no era raro que los magistrados lo dejasen a la mitad de sus carreras.

Como explica Paul Collins, profesor de Derecho de la Universidad de Massachusetts, ese sistema es en parte responsable de que el tribunal haya dado un giro brusco hacia la derecha, y haya cambiado fundamentalmente la sociedad estadounidense en áreas como la libertad reproductiva, el control de armas y los derechos civiles. Ese volantazo se ha producido con una supermayoría conservadora de seis jueces a tres, conseguida pese a que los republicanos solo han ganado una vez las elecciones en voto popular desde 1992. Trump, que no llegó respaldado por una mayoría de los electores, nombró a tres de esos jueces. El apoyo popular al Supremo ha caído a mínimos históricos por su divorcio de la opinión pública y por los escándalos éticos que afectan a algunos de los magistrados.

“Las dos reformas más urgentes son la limitación del mandato de sus miembros y la aplicación de un código ético de obligado cumplimiento”, sostiene Collins. Es una propuesta que lanzó el actual presidente, Joe Biden, entre los planes para su despedida del cargo, poco después de anunciar que no se presentaría a la reelección. Collins le ve poco futuro. “Dado que el tema de la reforma del Tribunal Supremo se ha polarizado tanto —con los demócratas generalmente a favor y los republicanos en contra—, es poco probable que se produzca, a menos que los primeros se hagan con el control tanto de la Cámara de Representantes como del Senado, y estén dispuestos a eliminar el filibusterismo”, explica.

‘Gerrymandering’: la salamandra que se muerde la cola

El gerrymandering, esa práctica tan estadounidense de dibujar los distritos electorales con fines partidistas, es un mecanismo complejo que resume con contundente sencillez una frase de uso común a la que recurre a menudo el congresista Jamie Raskin, una de las voces más influyentes del Partido Demócrata: “Es como si los políticos escogieran a sus votantes, y no al revés”.

Sucede cada 10 años, tras la publicación del nuevo censo. Los legisladores estatales diseñan los mapas del voto para las elecciones federales, estatales y locales, y crean formas caprichosas que los benefician porque diluyen la fuerza electoral de sus contrarios. El nombre de gerrymandering se debe a Elbridge Gerry (1744-1814), quinto vicepresidente de Estados Unidos, quien, para favorecer a un amigo, imaginó un condado con forma de salamandra (y de ahí la segunda parte del neologismo).

Es una práctica que ejercen ambos partidos, aunque donde gobierna el republicano acostumbra a expresarse de modo más extremo. Y suele desencadenar una cascada de impugnaciones en los tribunales que puede retrasar varios años la entrada en vigor de los nuevos mapas. Es la salamandra que se muerde la cola: su objetivo es que los que están en el poder se perpetúen en él. Además, desincentiva a sus víctimas, normalmente minorías como afroamericanos, latinos o asiáticos, que pierden el interés en la cosa política al no verse representados. Con esas minorías se emplean, según los expertos, tres tácticas: diluirlas en una mayoría de población blanca (stacking), desgajarlas del distrito en el que estaban (cracking) o empaquetarlos en otros condados en los que sus votos quedan amortizados porque ya se dan por perdidos (packing). “La solución al problema está clara”, explica el analista Ricardo Ramírez, especializado en derecho al voto, “arrebatar ese proceso de las manos de los políticos, separarlo de la ideología y encomendar la tarea a una comisión independiente”. Nueve Estados, como California y Nueva York, ya han tomado ese camino. “Es la única salida en un momento como este, en el que hay tanta división, considera Ramírez.

Citizens United Fuels Movement for Overhaul - The American Prospect

La financiación de las campañas: dinero sucio

La Comisión Federal Electoral prohibió en 2008 a Citizens United, entidad conservadora sin ánimo de lucro, emitir tres anuncios de Hillary, la película, un filme pagado por ellos y crítico con la entonces candidata, porque contravenía un siglo de restricciones sobre la financiación electoral. La cruzada legal por conseguirlo desembocó dos años después en una sentencia del Tribunal Supremo que permitió a empresas y otros agentes externos gastar sin límite en campañas electorales. La última manifestación de ese cambio en las reglas del juego democrático llegó esta semana, cuando se supo que el hombre más rico del mundo, Elon Musk, había invertido 75 millones de dólares en intentar devolver a Trump a la Casa Blanca.

Los cinco jueces que votaron a favor del fallo consideraron que la transparencia en las donaciones sería suficiente para evitar la corrupción del sistema. El Supremo no contó con que una parte de ese gigantesco caudal de dinero se canalizaría a través de unas entidades conocidas como Super PAC, que pueden recibir donaciones de organizaciones opacas financiadas de forma anónima. Esas donaciones se conocen como “dinero oscuro” y riegan de fondos a ambos partidos por igual. El gasto en campañas de empresas y otros grupos externos aumentó casi un 900% entre 2008 y 2016, y en 2020 alcanzó el récord de 14.400 millones de dólares, un ciclo en el que esas Super PAC gastaron 3.400 millones de dólares. Casi el 70% de ese dinero lo aportaron solo 100 donantes. En aquella campaña presidencial, Biden superó a Trump en recaudación.

Se trata de un problema conectado con la crisis del sistema de partidos, vulnerables y vaciados del contenido que solían tener, según explica la profesora de Derecho de la Universidad de California en Davis Mary Ziegler, que ha estudiado cómo el movimiento antiabortista inundó de fondos a los republicanos hasta que “acabó secuestrándolo”. “Destruyeron su jerarquía tradicional”, añade, y eso allanó el camino a “líderes populistas”, siempre que “estos cumplieran con el objetivo de colocar jueces en el Supremo dispuestos a criminalizar el aborto”.

Cuando votar es una proeza

En la mayoría de los países, el Estado incentiva la participación en las elecciones. Se suelen celebrar en domingo, los ciudadanos disfrutan de permisos laborales para ir a votar y el censo se elabora de forma automática, sin que sea necesario registrarse. “En Estados Unidos es difícil apuntarse, es difícil obtener información sobre cómo votar, se vota en un día laborable… El derecho a votar no está en la Constitución y durante toda nuestra historia hemos sufrido episodios de gobiernos que lo dificultan”, explicó Levitsky en una conversación reciente. Además, cada Estado regula el acceso a las urnas a su manera: los hay que lo ponen muy fácil, y los hay que ponen trabas, que afectan principalmente a las minorías.

La participación suele ser baja. En 2020, cuando se batieron récords de las últimas décadas, llegó solo al 67%. Tras esa alta asistencia y en vista de la derrota de Trump, las acusaciones infundadas de fraude electoral desencadenaron una oleada legislativa sin precedentes para dificultar el voto en lugares como Georgia. “Los votantes de más de la mitad de los Estados se enfrentarán a obstáculos para votar que nunca habían encontrado en unas elecciones presidenciales”, indica el Brennan Center for Justice, referencia en la denuncia de lo que en Estados Unidos se conoce como supresión del voto, pues es el fin que se atribuye a unas leyes —en su mayoría impulsadas por los republicanos— que imponen requisitos que alejan de las urnas de forma desproporcionada a las minorías —que suelen votar demócrata—. Desde 2020, al menos 30 Estados han promulgado 78 leyes restrictivas. El congresista demócrata por Ohio Greg Landsman tiene clara la solución: “Aprobar la Ley John Lewis de Derechos Electorales”, cuyo debate ha sido torpedeado en varias ocasiones en el Capitolio por los republicanos. La ley quiere devolver las cosas a su sitio: las jurisdicciones con un historial de discriminación en el voto deben obtener la aprobación del Departamento de Justicia o de un tribunal antes de cambiar sus leyes para votar. “Ohio solía ser un famoso Estado decisivo”, aclara Landsman. “Si dejaran votar a la gente, volvería a serlo”.

 

 

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Uno de los libros que más ha influido en mi desarrollo como historiador es, sin lugar dudas, la obra de Charles A. Beard, An Economic Interpretation of the U.S. Constitution. Publicado en 1913, el libro de Beard cuestionó de forma brillante, directa y sin tapujos los mitos que habían adornado la creación de la constitución estadounidense presentándole como uno de los principales ejercicios democráticos en la historia de la Humanidad. Sin compasión alguna por los llamados Padres Fundadores, Beard analiza cómo la defensa de los intereses económicos de la oligarquía estadounidense fue el factor determinante en la redacción de la constitución.  Obviamente, esta obra no fue bien recibida por el establishment académico y Beard se convirtió en un historiador marcado, lo que eventualmente le terminó costando su trabajo en la Universidad de Columbia. Su salida de la gran universidad neoyorquina no detuvo su trabajo. Junto a su esposa Mary Beard, otra gran historiadora, continuó desmontado mitos históricos

En este corto ensayo, el doctor Richard Drake reacciona ante acusaciones de racismo hechas en contra de los Beard. Drake resalta el antisemitismo y el rechazo a la esclavitud de los Beard. El profesor Drake ocupa la Cátedra de Investigación Lucile Speer en Política e Historia en la Universidad de Montana. Es autor de Charles Austin Beard: The Return of the Master Historian of American Imperialism (2018) y de The Education of an Anti-Imperialist: Robert La Follette and U.S. Expansion (2013).

Charles Beard: Bob La Follette's Friend - Progressive.org

¿Fue Charles Austin Beard un historiador racista?

Richard Drake

Counterpunch

10 de febrero de 2023

La controversia sobre Charles Austin Beard comenzó en 1913 cuando publicó An Economic Interpretation of the U.S. Constitution.  Cumplió treinta y nueve años ese año. Hasta entonces, sus libros habían aparecido con elogios generalizados dentro de la profesión y con el descuido benigno del público lector en general. Un profesor de gran éxito en la Universidad de Columbia y un prolífico autor y crítico de libros sobre inglés e historia estadounidense, avanzó rápidamente en la profesión. Como muestra de su promesa profesional, la principal revista en su campo lo buscó temprano para servir en su junta de editores.

El ascenso profesional normal de un académico talentoso, enérgico y ambicioso cambió repentinamente su trayectoria en 1913. Lo hizo bruscamente en dos direcciones. Los socialistas y los liberales progresistas elogiaron a Beard por su análisis realista de la Convención Constitucional como el lugar de nacimiento de un gobierno nacional destinado desde el principio a servir como el ayudante político de las élites económicas del país. Para la izquierda, Beard se convirtió y siguió siendo una figura heroica y un avatar de la forma en que se debe escribir la historia crítica. Los conservadores, sin embargo, nunca perdonarían a Beard por su retrato de los Padres Fundadores como una asamblea de políticos, por muy brillantes y eruditos que fueran, actuando necesariamente en el engrandecimiento de las élites que los habían enviado a Filadelfia en 1787, más o menos estableciendo el patrón de la política estadounidense desde entonces. Por hacer tal argumento y documentarlo, se convirtió en el historiador más famoso e influyente del país, pero también en el más notorio y controvertido.

Las batallas sobre la interpretación de Beard de la Constitución palidecieron en comparación con las consecuencias del papel que desempeñó durante los debates nacionales sobre la intervención estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Para entonces también era el principal intelectual público del país. Utilizó su influencia para oponerse a la política intervencionista de Franklin Delano Roosevelt, argumentando que esta guerra, como la Gran Guerra que la precedió, se refería principalmente al imperio. Basó su apelación en las tradiciones imparciales de política exterior consagradas en el discurso de despedida de Washington. Abandonar esas tradiciones en favor de apoyar a los imperios británico, francés y soviético en una guerra que sería la más catastrófica de la historia le pareció el principio del fin de una auténtica civilización democrática estadounidense.

An Economic Interpretation of the Constitution of the United States: Beard,  Charles A.: 9780486433653: Amazon.com: BooksBeard despreciaba a los nazis, pero pensaba que su derrota era sólo incidental al objetivo principal del gobierno de los Estados Unidos, establecer su hegemonía sobre la economía mundial. Al igual que con la Convención Constitucional y todas las guerras estadounidenses que comenzaron con la Revolución en 1775, entendió la Segunda Guerra Mundial en su nivel más profundo como un evento económico. El espectacular ascenso del poder del gobierno estadounidense que luego comenzó con la creación del complejo militar-industrial sería el principal legado de la guerra y convertiría a los Estados Unidos en un estado de guarnición permanente en eterna vigilancia para el bienestar y el aumento del orden capitalista corporativo. Beard no entendió todo bien sobre la Segunda Guerra Mundial, pero vio claramente la dirección en la que se dirigía el país.

En septiembre del año pasado, Beard fue atacado en un tercer frente, su presunto racismo. El ataque ocurrió en las páginas de The New York Review of Books en un artículo de uno de los historiadores más eminentes del país, Eric Foner. En reacción a ese cometario escribí la siguiente carta a los editores de esa publicación.

A los editores:

En “La complicidad de los libros de texto” (NYRB, 22 de septiembre de 2022), Eric Foner afirma: “Charles y Mary Beard, en un libro de texto escrito en la década de 1920, prácticamente ignoraron el movimiento abolicionista, reflejando no solo el racismo, ciertamente presente en su libro, sino también la comprensión ‘beardiana’ de la historia como una serie de luchas entre clases económicas, con ideologías políticas que son esencialmente máscaras para el interés económico propio”.

Los Beards ciertamente no estaban imbuidos de todas las actitudes iluminadas de nuestro tiempo hacia la igualdad humana. Como podríamos esperar de la mayoría de los estadounidenses nacidos en la década de 1870, es poco probable que alguno de ellos pueda aprobar un examen estrictamente calificado de entrenamiento de sensibilidad en el lugar de trabajo.

Sin embargo, a los Beards les fue bien en los debates sobre la igualdad humana de su propio tiempo. Mary Ritter Beard avanzó la historia de las mujeres como un campo de investigación vital. The Rise of American Civilization, el libro de texto citado por el profesor Foner y que ella coescribió con su esposo, atrajo nueva atención a los problemas de las mujeres.

Charles Austin Beard, el principal historiador e intelectual público de la época, se opuso vigorosamente al antisemitismo en la vida estadounidense. En 1917, protestó por el despido en la ciudad de Nueva York de tres maestros de escuela judíos de izquierda: Samuel Schmalhausen, Thomas Mufson y A. Henry Schneer, quienes, según el New York Times, habían sido despedidos por “tener puntos de vista subversivos de buena disciplina y de socavar la buena ciudadanía en las escuelas”. Beard avaló a estos hombres y protestó en una carta citada por  el Times que había habido “no poco sentimiento antisemita en el caso”. También se involucró en otro notorio episodio de antisemitismo más de veinte años después, la denegación de un nombramiento para el historiador Eric Goldman en la Universidad Johns Hopkins a pesar del respaldo unánime del departamento de historia. Beard, un profesor visitante allí en ese momento, criticó la decisión como un caso flagrante de prejuicio.

Beard también atacó el antisemitismo como una fuerza maligna en todo el mundo. A principios y mediados de la década de 1930, cuando muchos en Europa y Estados Unidos vitorearon a Adolf Hitler como un baluarte contra el comunismo soviético, Beard atacó implacablemente al régimen nazi. Condenó a los nazis por su antisemitismo y actitudes racistas en general. Escribiendo para The New Republic  en 1933 y 1934, condenó “el salvajismo nazi habitual en el trato con los judíos” y protestó por las conferencias de los portavoces nazis que intentaban influir en los estadounidenses “en beneficio del juego de propaganda de Hitler”. En un discurso pronunciado en 1934 en la New School for Social Research, Beard retrató el nazismo como “una filosofía diabólica baja” responsable de un reino de terror en el corazón de Europa. Ese octubre, criticó a Roscoe Pound, decano de la Facultad de Derecho de Harvard, por aceptar un título honorario de la Universidad de Berlín. Un honor de los nazis contó en contra del destinatario, en la economía moral de Beard. En un  artículo de Foreign Affairs  de 1936, criticó el sistema nazi de educación por su obsesión con la higiene racial y el programa de aplastar “toda libertad de instrucción y toda búsqueda independiente de la verdad”.

¿La interpretación económica de los Beards de la Guerra Civil reflejó motivos racistas como afirma el profesor Foner? Los Beards odiaban la esclavitud como una institución irremediablemente malvada. Su relato de la esclavitud comienza: “En los amargos anales de los humildes no hay capítulo más espantoso que la historia de este comercio de carne humana”. La esclavitud surge para una discusión sostenida a lo largo del primer volumen, siempre como una tragedia para el país. Entre los escritores de la época de la Guerra Civil que los Beards admiraban, Ralph Waldo Emerson recibe elogios singularmente altos y no solo por su penetrante discernimiento de las conexiones entre la propiedad y la política. También señalan con evidente aprobación sus “golpes rotundos a la esclavitud como institución”. Presentan el caso a favor de la esclavitud que el Sur se hizo a sí mismo, al tiempo que señalan que su naturaleza autoengañosa condujo a la aplastante derrota militar de la región y a la ruina económica a largo plazo. También examinan la agenda económica del Norte, esencialmente siguiendo el razonamiento presentado brevemente por Henry Adams, un historiador ejemplar para ellos, en su autobiografía. Adams sintetizó en una sola imagen el significado último de la Guerra Civil como el triunfo de los intereses económicos del Norte: “El mundo después de 1865 se convirtió en un mundo de banqueros”.

El análisis de los Beards, sin embargo, no puede atribuirse legítimamente al racismo. Escribieron su libro inmediatamente después de la Gran Guerra. Partidarios de la política intervencionista del presidente Wilson en ese conflicto, posteriormente se desilusionaron por la codicia imperialista que triunfó en la Conferencia de Paz de París de 1919. La guerra para hacer que el mundo fuera seguro para la democracia había enseñado a los Beards a descartar las profesiones de idealismo sobre la libertad como una explicación persuasiva de las políticas de guerra de Washington. A esta regla, no hicieron una excepción para la Guerra Civil. No el racismo, sino la lógica de su convicción sobre la guerra en general los guió en su interpretación de la Guerra Civil.

Richard Drake

Missoula, Montana

Mary Beard and the Beginning of Women's History - JSTOR Daily

Mary Beard

La carta no encontró el favor de los editores de NYRB. Este resultado era quizás comprensible. Los editores explican en su sitio web que reciben miles de tales cartas. Sin embargo, es necesario hacer algunos esfuerzos para aportar equidad y precisión al debate sobre Beard. Se lo debemos. Fue, después de Henry Adams, nuestro mayor historiador. Su idea de seguir el rastro del dinero para una comprensión adecuada del imperialismo y el militarismo estadounidenses constituye un rayo de luz en la niebla de propaganda que nos envuelve hoy. Descartar a Beard como racista en esta época puede ser un medio efectivo, aunque históricamente irresponsable, para deshacerse de él de una vez por todas. Como siempre desde 1913, cancelar Beard vendría como una consumación devotamente deseada por los guardianes de nuestras mitologías nacionales.

Traducido por Norberto Barreto Velázquez

 

 

 

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