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Posts Tagged ‘Bipartidismo’

Es indiscutible que Estados Unidos experimenta un proceso de decadencia y descomposición que la elección presidencial de este año podría acelerar. Atrás quedaron los años de hegemonía e influencia global. Hoy, los Estados Unidos enfrentan serios retos en un mundo cada vez más multipolar y al cual el liderato estadounidense tiene problemas adaptándose.

La causas de esta decadencia son muchas, y como bien nos señalan los periodistas Iker Seisdedos y Miguel Jiménez en esta nota publicada en el diario El País, una de ellas es el estancamiento y la crisis de su sistema político. Según ellos, Estados Unidos es una democracia defectuosa por varias razones. La primera es que su constitución, que fue escrita en 1787,  es casi sagrada y muy difícil de cambiar y, por ende, de adaptar a las necesidades actuales de la nación estadounidense. En segundo lugar, gracias al colegio electoral, Estados Unidos es la única democracia de este planeta cuyo presidente no es electo de forma directa por los ciudadanos. Tercero, un rama legislativa disfuncional  y atrapada por el filibusterismo y la polarización política. En cuarto lugar está el bipartidismo y la crisis de los partidos nacionales. La rama judicial, y en especial la Corte Suprema con jueces nombrados a perpetuidad y sin limitaciones éticas, ocupa el quinto lugar.  Sexto, el famoso gerrymandering, es decir, la redistribución de los límites de los distritos electorales para favorecer a uno u otro de los dos partidos nacionales. Séptimo, la corrupción de la financiación de las campañas políticas que, por ejemplo, le permite a Elon Musk invertir $75 millones en la elección de Donald Trump. Y por último, la tendencia histórica a dificultar el derecho al voto por diversos medios y obstáculos.

Como bien señalan los autores, resolver estos problemas para democratizar a  Estados Unidos es muy complicado por los intereses políticos en pugna.  Pareciera que no hay forma de frenar la decadencia de la que la Madeline Albright llamara en un rapto de arrogancia imperial la nación indispensable. Están por verse las consecuencias de la decadencia del imperio estadounidense.


 

¿Estados Unidos sigue siendo el país de las oportunidades? Un experto analiza el “sueño americano” de hoy | Internacional | Noticias | El Universo

Por qué Estados Unidos es una democracia defectuosa

Iker Seisdedos      Miguel Jiménez

El País  19 de octubre de 2024

El decano de la Facultad de Derecho de Berkeley, Erwin Chemerinsky, imagina en su nuevo libro una solución a los problemas que, considera, se derivan de la virtualmente irreformable Constitución estadounidense: “Un divorcio no violento, de mutuo acuerdo, del que surgieran dos o más países”, escribe en No Democracy Lasts Forever (ninguna democracia dura para siempre, sin edición en español). Los Estados de la costa oeste formarían una nueva nación, llamada Pacífica, a la que podrían unirse los territorios demócratas de la otra costa “e incluso Illinois”. Las partes republicanas del sur y del Medio Oeste se irían por su lado, aunque entre ambos bloques salidos de esa secesión sería necesario un acuerdo para asegurar la libertad de movimientos de sus ciudadanos y el libre comercio.

Algo no funciona cuando los juristas se ven empujados a ejercer de novelistas de ciencia ficción. Para Chemerinsky, eso que no funciona es la Constitución estadounidense, y no está solo en su análisis. Un coro de voces, sobre todo desde la izquierda, coincide en señalar los defectos del texto fundamental como una de las amenazas más graves para el futuro de la democracia más longeva y estable del mundo, después de que sus aciertos hayan cimentado más de dos siglos de prosperidad y libertades. En ese documento, aprobado en 1787 y que no se toca desde hace medio siglo, está, según ese análisis, el origen de tres problemas: la institución del Colegio Electoral, la composición del Senado y el funcionamiento del Tribunal Supremo.

Esos problemas —junto a otros como la supresión del voto de las minorías o la invasión del dinero sucio en las campañas electorales— no son nuevos, pero adquirieron otra dimensión con el ascenso de Donald Trump al poder en 2016, año en el que el índice de The Economist sacó al país del saco de las democracias plenas para meterlo en el de las defectuosas. “Seguimos siendo una democracia, pero sumamente enferma”, coincide Steven Levitsky, cuyo último libro, The Dictatorship of the Minority, escrito junto a Daniel Ziblatt, es una contundente llamada de atención sobre ese deterioro. La proximidad de las elecciones, las más trascendentales que se recuerdan, es una oportunidad para radiografiar los fallos del sistema y plantear, con la ayuda de expertos, posibles soluciones.

US Constitution Fast Facts | CNN

La Constitución ¿intocable?

Del musical Hamilton a la obligación de memorizar su preámbulo en primaria, la Constitución sigue reverencialmente presente en la vida estadounidense. Pero ¿aún es útil un texto escrito hace más de dos siglos para una nación pequeña y en ciernes? “Nadie pudo imaginar entonces que se convertiría en una república tan grande y expansiva”, advierte Josep M. Colomer, politólogo de la Universidad de Georgetown, en Washington. “Su redacción fue un experimento nuevo, y, consecuentemente, sus redactores pagaron la novatada”.

Cambiarla es tan difícil que esa certeza ha matado frecuentemente el debate antes de nacer: hace falta una mayoría cualificada de dos terceras partes de ambas Cámaras y el acuerdo de tres cuartas partes de los 50 Estados, números hoy por hoy inalcanzables, con el Senado y la Cámara de Representantes limpiamente divididos por la mitad. Al texto se le han hecho 27 enmiendas, 10 de las cuales llegaron pronto, cuatro años después de su aprobación y como parte del paquete de la Carta de Derechos. La última vez que se modificó fue en 1971, para rebajar a los 18 años la edad para votar.

Quienes creen en la urgencia de mejorarla —o incluso redactarla de nuevo— consideran que los enormes cambios sociales registrados en ese medio siglo obligan a pensar que es posible. Recuerdan que en ella está también el pecado original de esta nación, porque sus redactores no hicieron nada por acabar con la institución de la esclavitud. Los que la veneran como un milagro de adaptación a los tiempos, casi siempre desde posiciones conservadoras, suelen echar mano de una frase del escritor abolicionista Frederick Douglass: “La Constitución no significa lo que dice”. El politólogo Yuval Levin, que defiende que en el texto fundamental está la “solución y no el problema” de la democracia estadounidense, es uno de ellos. Son, una vez más, dos bandos irreconciliables. “[Este país] se fundó sobre un conjunto de ideas, pero los estadounidenses están tan divididos que ya no se ponen de acuerdo, si es que alguna vez lo estuvieron, sobre cuáles son, o eran, esas ideas”, escribe la historiadora Jill Lepore en These Truths (estas verdades, sin edición en español).

Presidente contra la voluntad del pueblo

Estados Unidos es la única democracia presidencial en el mundo en la que el presidente no es elegido directamente por los votantes, sino por un Colegio Electoral. Eso posibilita que el presidente pueda ser elegido sin una mayoría de votos: George W. Bush y Donald Trump llegaron a la Casa Blanca con menos votos de los que obtuvieron sus rivales, Al Gore y Hillary Clinton, en las elecciones de 2000 y 2016. Esa situación puede repetirse el próximo 5 de noviembre.

La Constitución otorga a cada uno de los 50 Estados un número de electores en el Colegio Electoral equivalente a su representación en el Congreso y el Senado. Con las excepciones de Maine y Nebraska, el candidato que vence en un Estado se lleva todos sus votos electorales, sin importar que gane por un voto o por tres millones. Para salir elegido presidente hay que lograr 270 de los 538 votos electorales. Pese a lo obsoleto y potencialmente antimayoritario de la figura, el Colegio Electoral tiene sus defensores. Como la personalidad de la derecha estadounidense Dennis Prager, para el que más que un obstáculo se trata de una “idea brillante” de los fundadores, que “no querían una democracia, querían una república”. Según Levitsky y Ziblatt, la idea de que el Colegio Electoral forma parte de un sistema de controles y contrapesos calibrados con minuciosidad “no es más que un mito”. Fue una solución de compromiso ante la falta de mejor acuerdo.

Colomer explica que el sistema se diseñó cuando no se esperaba que existiesen partidos. Se contaba con que, al no alcanzarse la mayoría suficiente en el Colegio Electoral, la elección del presidente pasase a la Cámara de Representantes. “Eso muestra el desconocimiento de cómo funcionaría la democracia en un país nuevo, sin experiencia, sin precedentes, sin referencias de otros países para consultar”.

La regla de que el ganador de un Estado se lleva todos sus votos, unida a la sobrerrepresentación de los menos poblados, permite ganar las elecciones a un candidato que pierda en el voto popular. Hoy por hoy, eso favorece a los republicanos, más fuertes en los Estados sobrerrepresentados en el voto popular. En la mayoría de los Estados hay un claro favorito y solo siete están realmente en juego: Arizona, Georgia, Míchigan, Pensilvania, Wisconsin, Nevada y Carolina del Norte. “La presidencia se dirime según los deseos de entre 150.000 y 200.000 votantes indecisos de unos pocos condados clave, en un puñado de Estados bisagra. Ellos serán los que decidan el próximo presidente”, advierte David Schultz, editor de Presidential Swing States (Estados péndulo presidenciales, sin edición en español).

Capitolio de EEUU reabrirá sus puertas con el año nuevo - Prensa Latina

Gangrena legislativa

El imponente Capitolio de Washington encierra bajo su cúpula un Congreso disfuncional. El Senado, cuyos 100 miembros gozan de un mandato de seis años que se renueva por tercios cada dos, es una cámara de representación territorial, en la que cada Estado tiene dos senadores, con independencia de su población, lo que acarrea una sobrerrepresentación de los menos poblados. Eso no es tan infrecuente en otras democracias como el hecho de que la Cámara alta sea más poderosa que la baja, la Cámara de Representantes. Su composición (435 miembros, que se renuevan cada dos años) sí atiende a criterios de población, pero no se actualiza desde 1929.

Para la aprobación de cualquier ley, hace falta el concurso de ambas Cámaras. Cuando cada partido tiene mayoría en una de las dos, como sucede desde 2023, la parálisis legislativa y el riesgo de cierre parcial de la Administración por falta de aprobación de los presupuestos suelen estar garantizados, dada la polarización entre partidos, que se traslada a las instituciones, explica Colomer.

La mayoría en el Senado —que tiene además la potestad de ratificar el nombramiento de los jueces federales (incluidos los del Supremo) y otros altos cargos— se puede lograr con una minoría de votos, como ocurre con la elección del presidente. Pero los Estados menos poblados nunca admitirán una reforma constitucional que les hurte una sobrerrepresentación que, de nuevo, favorece hoy en día al Partido Republicano.

Por si esa distorsión fuera poca, la normativa de la Cámara alta abrió la veda del filibusterismo, la obstrucción parlamentaria. Inicialmente, no se podía someter un asunto a votación hasta que no acabase el debate, lo que generó intervenciones maratonianas. Como resultaba cansado, solo se recurría a ese subterfugio en casos extremos. La norma se reformó. Por una parte, ya no hacía falta mantener vivo el debate, sino que bastaba manifestar que se quería seguir tratando el tema. Por otra, se permitía que una mayoría cualificada pudiera someter un proyecto de ley a votación en cualquier momento. En la práctica, eso se ha traducido en que no se puede aprobar casi ninguna ley si no se cuenta con 60 de los 100 votos. La buena noticia es que abolirlo no requiere cambios constitucionales ni legales. Muchos consideran que tiene los días contados.

La trinchera bipartidista

Para sus detractores, no hay mejor ejemplo práctico de la crisis del sistema bipartidista estadounidense, que ya se temió George Washington, que la relación de ambos partidos con sus candidatos a estas elecciones. Por un lado, está alguien que, pese a instigar una insurrección y estar condenado por 34 delitos graves, ha logrado tallar a su imagen y semejanza la formación republicana, y ha desterrado a la vieja y no tan vieja guardia del conservadurismo estadounidense, que, nueve años después, aún es incapaz de plantarle cara. Por otro, hay una aspirante que no salió elegida en las primarias, sino que se hizo con las riendas demócratas —a lomos de un enorme entusiasmo inicial entre sus simpatizantes, eso sí— gracias a la renuncia de Joe Biden, un candidato sobre cuyas mermadas capacidades nadie se atrevió a llevarle la contraria hasta que no se hicieron dramáticamente patentes en público.

Además de desprovistos de defensas con las que contaron en otro tiempo para evitar el ascenso de alguien como Trump, los dos partidos han dejado atrás en la última década su vieja aspiración de contener multitudes (a la manera de Walt Whitman) para hundirse más en sus trincheras a medida que la polarización se iba acentuando (y ambas formaciones también iban acentuando) en la vida pública estadounidense. Hasta entonces, “Estados Unidos”, según Lee Drutman, autor de Rompiendo el círculo vicioso del bipartidismo, “tenía algo más parecido a una democracia multipartidista dentro de su sistema bipartidista”. Para revertir esa deriva, Drutman propone una reforma del sistema electoral actual, basada en la idea del ganador-que-se-lo-lleva-todo.

“Desde mediados del siglo pasado, ambos partidos se han ido vaciando: los candidatos a la presidencia, al Senado o los que optan a gobernador de los Estados deciden presentarse por su cuenta, recaudan fondos y luego ganan las primarias. Y entonces esperan que el partido los apoye si ganan”, argumenta el historiador Michael Kazin, autor de la biografía de referencia del Partido Demócrata. “El resultado es que en muchos lugares la estructura del partido no pinta mucho antes de la campaña electoral, y los consultores profesionales son mucho más importantes para el éxito de los candidatos. Creo que sería bueno que hubiera un resurgimiento de las organizaciones partidarias en todos los niveles, pero será difícil revertir esta descentralización a largo plazo. La creación de partidos estatales fuertes ―como han hecho los demócratas en Wisconsin― ayudaría”.

El porcentaje (dos terceras partes) de quienes verían bien un tercer partido registra niveles récord, según Gallup. Aunque esto tampoco podrá ser. La historia de quienes han intentado una tercera vía es la de un fracaso detrás de otro. Como resume el historiador estadounidense Richard Hofstadter (1916-1970): “Los terceros partidos son como las abejas. Una vez han picado, mueren”. Es decir, que lo máximo a lo que pueden aspirar es a hacer daño a un lado o a otro y desaparecer después.

Justices

Un juez del Supremo es para siempre

Más excepcionalidades: Estados Unidos es también el único sistema democrático del mundo en que los magistrados del Tribunal Supremo mantienen el cargo de por vida. Todas las demás democracias consolidadas establecen un límite a su mandato, una edad obligatoria a la que jubilarse, o ambos, según Levitsky y Ziblatt. Ese carácter vitalicio se decidió cuando la esperanza de vida era mucho menor y el cargo no tenía la relevancia actual, con lo que no era raro que los magistrados lo dejasen a la mitad de sus carreras.

Como explica Paul Collins, profesor de Derecho de la Universidad de Massachusetts, ese sistema es en parte responsable de que el tribunal haya dado un giro brusco hacia la derecha, y haya cambiado fundamentalmente la sociedad estadounidense en áreas como la libertad reproductiva, el control de armas y los derechos civiles. Ese volantazo se ha producido con una supermayoría conservadora de seis jueces a tres, conseguida pese a que los republicanos solo han ganado una vez las elecciones en voto popular desde 1992. Trump, que no llegó respaldado por una mayoría de los electores, nombró a tres de esos jueces. El apoyo popular al Supremo ha caído a mínimos históricos por su divorcio de la opinión pública y por los escándalos éticos que afectan a algunos de los magistrados.

“Las dos reformas más urgentes son la limitación del mandato de sus miembros y la aplicación de un código ético de obligado cumplimiento”, sostiene Collins. Es una propuesta que lanzó el actual presidente, Joe Biden, entre los planes para su despedida del cargo, poco después de anunciar que no se presentaría a la reelección. Collins le ve poco futuro. “Dado que el tema de la reforma del Tribunal Supremo se ha polarizado tanto —con los demócratas generalmente a favor y los republicanos en contra—, es poco probable que se produzca, a menos que los primeros se hagan con el control tanto de la Cámara de Representantes como del Senado, y estén dispuestos a eliminar el filibusterismo”, explica.

‘Gerrymandering’: la salamandra que se muerde la cola

El gerrymandering, esa práctica tan estadounidense de dibujar los distritos electorales con fines partidistas, es un mecanismo complejo que resume con contundente sencillez una frase de uso común a la que recurre a menudo el congresista Jamie Raskin, una de las voces más influyentes del Partido Demócrata: “Es como si los políticos escogieran a sus votantes, y no al revés”.

Sucede cada 10 años, tras la publicación del nuevo censo. Los legisladores estatales diseñan los mapas del voto para las elecciones federales, estatales y locales, y crean formas caprichosas que los benefician porque diluyen la fuerza electoral de sus contrarios. El nombre de gerrymandering se debe a Elbridge Gerry (1744-1814), quinto vicepresidente de Estados Unidos, quien, para favorecer a un amigo, imaginó un condado con forma de salamandra (y de ahí la segunda parte del neologismo).

Es una práctica que ejercen ambos partidos, aunque donde gobierna el republicano acostumbra a expresarse de modo más extremo. Y suele desencadenar una cascada de impugnaciones en los tribunales que puede retrasar varios años la entrada en vigor de los nuevos mapas. Es la salamandra que se muerde la cola: su objetivo es que los que están en el poder se perpetúen en él. Además, desincentiva a sus víctimas, normalmente minorías como afroamericanos, latinos o asiáticos, que pierden el interés en la cosa política al no verse representados. Con esas minorías se emplean, según los expertos, tres tácticas: diluirlas en una mayoría de población blanca (stacking), desgajarlas del distrito en el que estaban (cracking) o empaquetarlos en otros condados en los que sus votos quedan amortizados porque ya se dan por perdidos (packing). “La solución al problema está clara”, explica el analista Ricardo Ramírez, especializado en derecho al voto, “arrebatar ese proceso de las manos de los políticos, separarlo de la ideología y encomendar la tarea a una comisión independiente”. Nueve Estados, como California y Nueva York, ya han tomado ese camino. “Es la única salida en un momento como este, en el que hay tanta división, considera Ramírez.

Citizens United Fuels Movement for Overhaul - The American Prospect

La financiación de las campañas: dinero sucio

La Comisión Federal Electoral prohibió en 2008 a Citizens United, entidad conservadora sin ánimo de lucro, emitir tres anuncios de Hillary, la película, un filme pagado por ellos y crítico con la entonces candidata, porque contravenía un siglo de restricciones sobre la financiación electoral. La cruzada legal por conseguirlo desembocó dos años después en una sentencia del Tribunal Supremo que permitió a empresas y otros agentes externos gastar sin límite en campañas electorales. La última manifestación de ese cambio en las reglas del juego democrático llegó esta semana, cuando se supo que el hombre más rico del mundo, Elon Musk, había invertido 75 millones de dólares en intentar devolver a Trump a la Casa Blanca.

Los cinco jueces que votaron a favor del fallo consideraron que la transparencia en las donaciones sería suficiente para evitar la corrupción del sistema. El Supremo no contó con que una parte de ese gigantesco caudal de dinero se canalizaría a través de unas entidades conocidas como Super PAC, que pueden recibir donaciones de organizaciones opacas financiadas de forma anónima. Esas donaciones se conocen como “dinero oscuro” y riegan de fondos a ambos partidos por igual. El gasto en campañas de empresas y otros grupos externos aumentó casi un 900% entre 2008 y 2016, y en 2020 alcanzó el récord de 14.400 millones de dólares, un ciclo en el que esas Super PAC gastaron 3.400 millones de dólares. Casi el 70% de ese dinero lo aportaron solo 100 donantes. En aquella campaña presidencial, Biden superó a Trump en recaudación.

Se trata de un problema conectado con la crisis del sistema de partidos, vulnerables y vaciados del contenido que solían tener, según explica la profesora de Derecho de la Universidad de California en Davis Mary Ziegler, que ha estudiado cómo el movimiento antiabortista inundó de fondos a los republicanos hasta que “acabó secuestrándolo”. “Destruyeron su jerarquía tradicional”, añade, y eso allanó el camino a “líderes populistas”, siempre que “estos cumplieran con el objetivo de colocar jueces en el Supremo dispuestos a criminalizar el aborto”.

Cuando votar es una proeza

En la mayoría de los países, el Estado incentiva la participación en las elecciones. Se suelen celebrar en domingo, los ciudadanos disfrutan de permisos laborales para ir a votar y el censo se elabora de forma automática, sin que sea necesario registrarse. “En Estados Unidos es difícil apuntarse, es difícil obtener información sobre cómo votar, se vota en un día laborable… El derecho a votar no está en la Constitución y durante toda nuestra historia hemos sufrido episodios de gobiernos que lo dificultan”, explicó Levitsky en una conversación reciente. Además, cada Estado regula el acceso a las urnas a su manera: los hay que lo ponen muy fácil, y los hay que ponen trabas, que afectan principalmente a las minorías.

La participación suele ser baja. En 2020, cuando se batieron récords de las últimas décadas, llegó solo al 67%. Tras esa alta asistencia y en vista de la derrota de Trump, las acusaciones infundadas de fraude electoral desencadenaron una oleada legislativa sin precedentes para dificultar el voto en lugares como Georgia. “Los votantes de más de la mitad de los Estados se enfrentarán a obstáculos para votar que nunca habían encontrado en unas elecciones presidenciales”, indica el Brennan Center for Justice, referencia en la denuncia de lo que en Estados Unidos se conoce como supresión del voto, pues es el fin que se atribuye a unas leyes —en su mayoría impulsadas por los republicanos— que imponen requisitos que alejan de las urnas de forma desproporcionada a las minorías —que suelen votar demócrata—. Desde 2020, al menos 30 Estados han promulgado 78 leyes restrictivas. El congresista demócrata por Ohio Greg Landsman tiene clara la solución: “Aprobar la Ley John Lewis de Derechos Electorales”, cuyo debate ha sido torpedeado en varias ocasiones en el Capitolio por los republicanos. La ley quiere devolver las cosas a su sitio: las jurisdicciones con un historial de discriminación en el voto deben obtener la aprobación del Departamento de Justicia o de un tribunal antes de cambiar sus leyes para votar. “Ohio solía ser un famoso Estado decisivo”, aclara Landsman. “Si dejaran votar a la gente, volvería a serlo”.

 

 

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Aunque han existido más de dos partidos nacionales de manera simultánea, la historia política de los Estados Unidos ha estado caracterizada por la presencia dominante de dos partidos políticos. El nombre y la orientación política de estos dos partidos  ha variado a lo largo de la historia estadounidense.

El bipartidismo estadounidense nace en los primeros años de vida independiente de la nación norteamericana bajo la influencia de los eventos asociados a la Revolución Francesa. La crisis internacional provocada por los acontecimientos en Europa atrapó a los Estados Unidos entre las dos principales naciones en lucha: Francia y Gran Bretaña. La joven y aún vulnerable república norteamericana se vio amenazada por un conflicto del que no era responsable ni podía controlar.

En este contexto, la lucha entre dos grupos políticos provocó el desarrollo de los primeros partidos políticos norteamericanos: el Partido Federalista y el Partido Republicano. Los federalistas estaban liderados por Alexander Hamilton y se identificaban con los intereses de la región más urbana y comercial del país, el noreste. Éstos proponían el desarrollo de los Estados Unidos como un país manufacturero y comercial, por lo que defendían la creación de un banco nacional, el pago de la deuda nacional y el cobro de aranceles a los productos importados. A nivel internacional, los federalistas veían con recelo los eventos de la Revolución Francesa y no escondían sus simpatías por Gran Bretaña. Los republicanos estaban liderados por Thomas Jefferson y representaban los intereses del sur esclavista y agrario. Éstos favorecían el desarrollo de una economía agrícola de pequeños propietarios y se oponían a los aranceles y a la creación de un banco nacional porque creían que afectarían los intereses de los ciudadanos comunes. A nivel internacional, Jefferson y sus seguidores simpatizaban con la Francia revolucionaria y manifestaban una actitud claramente anti-británica.

Thomas Jefferson

Estos dos partidos se enfrentaron por primera vez en las elecciones de 1796. Los federalistas resultaron victoriosos, ganando la mayoría del Congreso y eligiendo a John Adams como el segundo presidente de los Estados Unidos. Éste mantuvo una política pro-británica, provocando serios problemas con Francia. En las elecciones de 1800 resultó electo Jefferson presidente, marcando el inicio de un dominio político republicano sobre el gobierno federal.

Ambos partidos mantuvieron una dura lucha hasta que la guerra de 1812 conllevó el fin del Partido Federalista. Los fracasos sufridos por las fuerzas norteamericanas durante la guerra –unida al costo económico del conflicto– provocaron críticas y una oposición popular, especialmente, donde los federalistas eran más poderosos: los estados de la zona de Nueva Inglaterra, al noreste del país. Dado que eran la principal fuerza política de la región, los federalistas lideraron la oposición a la guerra. En diciembre de 1814, un grupo de delegados de los estados de Nueva Inglaterra se reunieron en la ciudad de Hartford en el estado de Connecticut, para discutir las quejas contra la guerra y el gobierno del entonces Presidente James Madison, un republicano. Como parte de los debates de la convención se discutió la posibilidad de la secesión, es decir, de que la región se independizara y formara un nuevo país. Aunque los seguidores de esta idea eran una minoría, la euforia nacionalista provocada por la victoria de Andrew Jackson en la batalla de Nueva Orleans en 1814, hizo que los participantes de la Convención de Hartford fueron considerados unos traidores, lo que condenó a muerte al Partido Federalista.

La crisis y eventual desaparición del Partido Federalista llevó a los republicanos a dominar el escenario político nacional hasta 1824. Ese año las elecciones presidenciales fueron disputadas por cinco candidatos: John Quincy Adams, John C. Calhoun, William Crawford, Henry Clay y Andrew Jackson. Este último obtuvo la mayoría de votos populares, pero no la cantidad de votos electorales necesaria, por lo que la Cámara de Representantes tuvo que decidir entre los tres candidatos con más votos: Jackson, Adams y Crawford. Adams resultó electo con el apoyo de Clay, entonces Presidente de la Cámara, provocando las críticas de Jackson, quien fundó un nuevo partido político, el Demócrata.

En 1828 Jackson ganó las elecciones convirtiéndose en séptimo presidente de los Estados Unidos. El estilo personalista y enérgico de Jackson provocaron duras críticas entre sus opositores, que le acusaron de ser un dictador. En 1834, un grupo de legisladores se unieron para oponerse Jackson. Éstos se autodenominaron como los “whigs”, en alusión a los británicos que se opusieron a las arbitrariedades del rey Jorge III durante el periodo revolucionario. Los whigs alegaban que ellos se enfrentaban a un presidente que se comportaba como un rey tiránico y abusivo. Liderados por Calhoun, Clay y Daniel Webster, los whigs se convirtieron en una fuerza política coherente y organizada que defendía que el gobierno estuviese controlado por hombres capaces. En otras palabras, los whigs defendían un elitismo político basado en el talento: que los “mejores” gobernaran al país. A nivel económico, favorecían la libre empresa, la iniciativa privada, la expansión del gobierno federal y el estimulo al desarrollo industrial y comercial del país. Según ellos, Estados Unidos debía convertirse en una nación industrial con un comercio vigoroso El tema de la expansión al oeste era uno delicado para los whigs, pues temían que el crecimiento territorial produjera inestabilidad política. Rechazaban la lucha de clases, alegando que el crecimiento económico redundaría en beneficios para todos los norteamericanos, fuesen éstos agricultores, trabajadores o dueños de las fábricas.

Aunque los whigs tuvieron más simpatías entre los comerciantes y empresarios del noreste, también hubo whigs entre los sureños, quienes apoyaron el nuevo partido por razones muy especificas. Los whigs sureños no simpatizaban con el cobro de aranceles a las importaciones, pero sí tenían inversiones en bancos y ferrocarriles y, por ende, les atraía el programa económico del partido. Otros eran hacendados que querían acabar con el poder político que habían alcanzado los granjeros blancos libres durante la presidencia de Jackson. Algunos whigs sureños se había unido al partido en reacción a la actitud que asumió Jackson con relación a los derechos de los estados y el caso de Carolina del Sur y la teoría de la invalidación en 1828. En el oeste, los whigs fueron apoyados por una clase comercial emergente que favorecía el programa de mejoras internas y que estaba compuesta por inmigrantes.

Los seguidores de Jackson estaban agrupados bajo el Partido Demócrata. La filosofía de éstos estuvo influida por las políticas y acciones de Jackson. De ahí que éstos favorecieran limitar la intervención económica del gobierno federal, promovieran los derechos de los estados y se declararan defensores de los trabajadores, los granjeros y los “hombres honrados”, y enemigos de los monopolios, los aristócratas y los corruptos. Contrario a los whigs, los demócratas favorecían la expansión territorial porque creían que ésta aumentaría las oportunidades para los norteamericanos comunes. Los demócratas defendían la remoción y el traslado de los indios. Su base de apoyo político estaba entre los pequeños comerciantes y trabajadores del noreste y los agricultores sureños. Contrario a los líderes whigs, los líderes demócratas eran menos ricos y de origen popular.

Whigs y demócratas compitieron por el control del gobierno entre 1836 y 1852, alternándose en la presidencia. En 1836 fue electo presidente Martin Van Buren, un demócrata. Cuatro años más tarde fue electo William H. Harrison, un whig. En 1844, los demócratas volvieron a la Casa Blanca con la elección de James K. Polk, pero fueron derrotados en 1848 por Zachary Taylor, un whig veterano de la guerra con México. En el año 1852 se dio el último enfrentamiento entre estos dos partidos y los demócratas lograron la victoria con la elección de Franklin Pierce como décimo cuarto presidente de los Estados Unidos.

En la década de 1840 surgió un partido anti-inmigrante conocido como el Partido Americano, también conocido como el Partido Know Nothing. El origen de este nombre está en el hecho de cuando alguien les preguntaba algo a alguno sus miembros, éste respondía que no sabían nada (“know nothing”) y de ahí les quedo el calificativo. El nuevo partido contaba con el apoyo de pequeños granjeros, hombres de negocios modestos y gente trabajadora. Los “Know Nothings” poseían una rara combinación entre un fuerte nacionalismo anti-inmigrante conocido como “nativism” y anti-esclavismo, pues se oponían abiertamente a la inmigración de irlandeses y alemanes católicos (como también de los chinos) y su segmento norteño rechazaba la esclavitud. Su fuerte anti-catolicismo les llevaba a plantear la existencia de una conspiración entre el Papa y los propietarios de plantaciones esclavistas contra la democracia norteamericana. La llegada de miles de pobres inmigrantes católicos era, según ellos, parte de este complot, que amenazaba la idea que tenían los Know Nothings de los Estados Unidos como una sociedad protestante de individuos libres e iguales.

Aunque  logró algunas victorias electorales en ciudades de la zona de Nueva Inglaterra, el Partido Know Nothing entró en crisis como consecuencia de las divisiones internas, especialmente, sobre el tema de la esclavitud y eventualmente desapareció.

El tema de la esclavitud no afectó solamente a los Know Nothing. Los debates sobre el futuro de la esclavitud que caracterizaron la década de 1850 tuvieron serias consecuencias sobre otros partidos políticos. En 1854 fue aprobada por el Congreso la Ley Kansas-Nebraska revocando el Acuerdo de Missouri que prohibía la esclavitud al sur de paralelo 36º30´, permitiendo así que los territorios a sur de ese paralelo fuesen organizados sobre la base de la soberanía popular. Los residentes de los territorios de Kansas y Nebraska decidirían a través del voto si eran territorios, y por ende, estados esclavistas o no.

La ley Kansas-Nebraska tuvo consecuencias desastrosas para el sistema político norteamericano, pues destruyó al Partido Whig y dañó severamente al Demócrata. Los whigs y demócratas opuestos a la ley la denunciaron como un esfuerzo más para imponer la esclavitud en el país. Estos abandonaron sus respectivos partidos y se unieron a los “free-soilers” –un partido político opuesto a la expansión de la esclavitud fundado en 1848– y los grupos abolicionistas para fundar, en 1854, un nuevo partido político, el Republicano. Este partido estaba formado por grupos muy diferentes unidos por su rechazo de la esclavitud. Los miembros del Partido Republicano afirmaban los valores republicanos de libertad e individualismo, y consideraban que la esclavitud negaba ambos. La lucha entre republicanos y demócratas fue intensa en el periodo previo a la guerra civil.

El detonante de la guerra civil fue la victoria en las elecciones presidenciales de 1860 del Partido Republicano y de su candidato Abraham Lincoln. Estas elecciones jugaron un papel decisivo en la historia de los Estados Unidos. La victoria de Lincoln fue facilitada por la división del Partido Demócrata. La lucha por la candidatura presidencial llevó a los demócratas a una crisis interna y a la destrucción de ese partido. Como el Partido Demócrata agrupaba tanto a sureños como norteños, había jugado un importante papel como instrumento de conciliación durante las crisis regionales que vivió el país en la década de 1850. Su destrucción no sólo facilitó la victoria de Lincoln, sino que dejó a la nación sin una herramienta útil para enfrentar la crisis regional más severa de su historia: la secesión del Sur.

Los delegados del Partido Demócrata se reunieron en abril de 1860 en la ciudad de Charleston, Carolina del Sur, para elegir su candidato a la presidencia. El Senador Stephen Douglas contaba con una mayoría de votos, pero no tenía el apoyo necesario de dos terceras partes de los delegados. Para ello necesitaba el apoyo de los delegados sureños, que le exigieron garantizar la protección de la esclavitud en los territorios. Para Douglas, ello conllevaba violar su apoyo histórico a la doctrina de la soberanía popular, por lo que declinó la oferta de los sureños. Sin el apoyo de los sureños, la convención no pudo elegir un candidato. En junio de 1860, los delegados demócratas se reunieron nuevamente en la ciudad de Baltimore, Maryland, para intentar resolver las diferencias entre las facciones norteñas y sureñas y elegir un candidato a la presidencia. Esta segunda convención fue un total fracaso, pues los delegados sureños abandonaron la asamblea y luego nominaron John C. Breckinridge como su candidato presidencial. Sin la participación de los demócratas sureños, los norteños nominaron a Douglas su candidato presidencia, lo que selló la división y destrucción del Partido Demócrata.

Por su parte los republicanos nominaron a Abraham Lincoln como su candidato presidencial. Para complicar aún más la situación política, algunos whigs sureños se unieron a nativistas y crearon el Partido Unión Constitucional, con John Bell como su candidato a presidente.

Durante la campaña electoral, Breckinridge apoyó la extensión de la esclavitud en los territorios, mientras Lincoln se manifestó claramente a favor de su exclusión. Douglas buscó mantener un punto medio con su apoyo a la doctrina de la soberanía popular. Bell también buscó un compromiso, pero de forma más vaga que Douglas. Douglas fue el único candidato que alertó con insistencia sobre el peligro de la secesión.

Esta elección histórica produjo una enorme participación popular, pues votó el 81% de los electores. La división de los demócratas posibilitó la victoria de Lincoln, quien obtuvo 180 votos electorales y 1,865,593 votos populares. Breckinridge llegó en segundo lugar con 72 votos electorales y 848,356 votos populares. Bell llegó en tercer lugar con 592,906 votos populares y 39 votos electorales. Los 1,382,713 votos populares que obtuvo Douglas sólo le permitieron ganar dos estados y acumular 12 votos electorales. El resultado de la elección fue de un marcado regionalismo, pues todo el sur voto por Breckinridge, mientras Lincoln ganó en todos los estados libres de esclavos. Tan regionalista fue esta elección que en diez estados sureños el nombre de Lincoln ni siquiera apareció en la papeleta electoral.

Elecciones de 1860

El trauma de la guerra civil marcó el desarrollo de los partidos políticos en los años de la posguerra. El Partido Democrático resurgió con un claro control de los estados sureños, mientras que el Republicano controlaba el Norte. Entre 1860 y 1894, los republicanos ganaron 8 de las10 elecciones presidenciales que se celebraron. Sin embargo, no pudieron romper el dominio demócrata en el sur, y prueba de ello es que entre 1880 y 1924, ningún candidato republicano a la presidencia ganó ni uno solo de los estados que fueron parte de la Confederación.

Uno de los fenómenos políticos más importantes de la segunda mitad del siglo XIX fue el surgimiento de un partido de los granjeros norteamericanos. El nacimiento de este nuevo partido político estuvo directamente vinculado a los cambios económicos que experimentó la sociedad estadounidense en las últimas décadas de siglo XIX. Los granjeros norteamericanos comenzaron a organizarse a partir de la década de 1860 en respuesta a los problemas que enfrentaban, especialmente, con los precios de sus productos. El gran crecimiento de la agricultura a nivel mundial provocó la caída de los precios y, por ende, de los ingresos de los agricultores. Los agricultores tenían también problemas con los bancos por los altos intereses que pagaban por sus préstamos e hipotecas de sus fincas. En otras palabras, los granjeros vieron sus ingresos reducir, haciendo difícil el pago de sus hipotecas y poniendo en riesgo su supervivencia económica y, por ende, su forma de vida.

La dependencia en los ferrocarriles era otro serio problema que enfrentaban los agricultores, dado que la única forma rentable que tenían de enviar sus productos a los mercados era través de los trenes y las compañías ferrocarrileras se aprovechaban de esto cobrándoles tarifas abusivas.

La primera organización nacional de agricultores fue fundada en 1867 en la zona del medio oeste y fue conocida como los “Patrons of Husbandry”. También conocida como el “Grange” –otro palabra en inglés para granja– esta organización creció rápidamente entre los agricultores de las grandes planicies y entre agricultores al oeste y sur del río Misisipi, afectados todos por el descenso de los precios de sus productos. En poco tiempo el Grange llegó a tener 1,500,000 miembros.

El Grange concentró sus ataques contra los bancos, los ferrocarriles y los productores de maquinaria agrícola. A los bancos se les acusaba de cobrar intereses demasiado altos por sus préstamos. A los fabricantes de maquinaria, les acusaban de abusar de los agricultores vendiendo sus productos a precios más altos en los Estados Unidos que en Europa. A las compañías ferrocarrileras le acusaron de sobornar a legisladores estatales para cobrarle a los granjeros tarifas discriminatorias, ya que cobraban más caro por transportar productos agrícolas en rutas corta que en las largas. Gracias a la presión de los miembros del Grange varios estados del medio oeste aprobaron leyes estableciendo tarifas máximas de transporte ferroviario.

En la década de 1870 la economía estadounidense entró en una crisis económica que afectó severamente a los agricultores y acabó con el Grange. Para 1880, su membresía se había reducido a 100,000 personas. Además, el Tribunal Supremo llegó a varias decisiones que afectaron los logros legislativos alcanzados por el Grange a nivel estatal.

El fin del Grange no puso fin a los problemas de los agricultores y, por ende, a su necesidad de estar organizados. Por el contrario, la década de 1880 fue testigo del surgimiento de poderosas alianzas regionales de agricultores. En el sur, los agricultores se unieron para enfrentar el descenso en los precios del algodón y fundaron la Alianza Sureña de Granjeros en 1877. A los granjeros afroamericanos del Sur se les negó acceso a la Alianza Sureña por lo que se vieron obligados a fundar, en 1886, su propia organización, la Alianza de los Granjeros de Color (“Colored Farmer´s Alliance”). En el norte fue fundada la Alianza de Agricultores Norteños, que ganó mucha fuerza en estados como Nebraska, Iowa y Minnesota. Contrario a la Granger, las alianzas dieron más importancia a la participación política. Éstas desarrollaron una visión política que buscaba no sólo defender sus intereses, sino también crear un nuevo tipo de sociedad que dejase a un lado la competencia y estuviera basada en la cooperación.A finales de la década de 1880, las crecientes frustraciones convencieron al liderato de las alianzas de la necesidad de crear un partido nacional para defender sus intereses e iniciar una renovación nacional. En 1889, las alianzas del norte y el sur decidieron cooperar.

En diciembre de 1890, celebraron una convención nacional en la Ocala, Florida y aprobaron lo que se convertiría en la plataforma de un partido político, las llamadas Exigencias de Ocala. Los delegados decidieron seguir adelante con la fundación de un tercer partido nacional que atrajese no sólo a los granjeros, sino también a las organizaciones laborales y reformistas. En febrero de 1892, 1,300 delegados de las alianzas agrícolas (incluyendo a los afro-americanos) y de un sindicato nacional conocido como los Knights of Labor se reunieron en la ciudad de San Luis, y fundaron el Partido del Pueblo o Partido Populista.

Miembros del Partido Populista, Nebraska, 1892

El programa del nuevo partido era muy ambicioso, ya que proponía la nacionalización de la banca, los ferrocarriles y los telégrafos, la prohibición de latifundios de propiedad absentista, la elección directa de los senadores federales, la creación de un impuesto gradual a los ingresos, el establecimiento de la jornada laboral de ocho horas y la restricción de la inmigración. Los populistas, como fueron llamados los seguidores de este nuevo partido político, querían que el gobierno federal construyera almacenes donde pudieron ser depositados las cosechas hasta que sus precios mejorasen y que concediera préstamos a muy bajo interés a los agricultores para que pudieran sobrevivir la espera de mejores precios.

Los populistas participaron en las elecciones de 1892, obteniendo victorias en Idaho, Nevada, Kansas y Dakota del Norte. A nivel nacional, eligieron tres gobernadores, diez representantes y cinco senadores. Su candidato a la presidencia, James B. Weaver, recibió 1,000,000 de votos y acumuló 22 votos electorales. Aunque Partido del Pueblo demostró muy poca fuerza en los centros urbanos del este, es incuestionable que hizo una gran demostración política, sobre todo, si tomamos en cuenta que era un partido de menos de un año de vida.

En las elecciones de 1896, los populistas se enfrentaron un gran dilema, pues el candidato del Partido Demócrata, William Jennings Bryan, tenía un discurso muy cercano al del Partido Populista y, por ende, se ganó el apoyo de un buen número de agricultores. Temerosos de que Bryan les debilitara, los populistas decidieron nominarle como su candidato a la presidencia, pero rechazaron una fusión o alianza con el Partido Demócrata. Por su parte, los republicanos nominaron a un veterano de la guerra civil llamado William McKinley. Éste recibió el apoyo de los grandes intereses económicos (la banca, la industria y los ferrocarriles) y ganó las elecciones con el 51% del voto popular y 271 votos electorales. Bryan obtuvo 6,492,449 votos populares y 176 votos electorales. La victoria del Partido Republicano desilusionó a los populistas y debilitó al partido, que comenzó a disolverse rápidamente.

A lo largo del siglo XX, y lo que va del XXI, el bipartidismo ha sido la norma, excepto por la aparición temporal de terceros partidos que trataron, sin éxito, retar el control tradicional de republicanos y demócratas. Veamos algunos de ellos.

  • Partido Socialista: En 1900 fue fundado el Partido Social Demócrata, mejor conocido por el Partido Socialista. Los socialistas proponían hacerle cambios a la estructura económica del país, pero estaban divididos en torno a cuáles debían ser esos cambios. Los más radicales planteaban la eliminación del capitalismo, otros proponían reformas para reducir el poder de las empresas privadas. Bajo el liderato de Eugene Debs, este partido se convirtió en una fuerza importante, pero no en una amenaza seria para los partidos principales. En las elecciones de 1912 Debs obtuvo cerca de un millón de votos procedentes de las zonas urbanas de inmigrantes, sobre todo, alemanes y judíos.
  • Partido Progresista: En 1912, diferencias políticas entre el entonces Presidente Willliam H. Taft y el ex Presidente Teodoro Roosevelt llevaron a este último a abandonar el Partido Republicano y fundar un nuevo partido, el Progresista. En su campaña presidencial Roosevelt prometió un Nuevo Nacionalismo para el pueblo estadounidense caracterizado por un aumento del poder del gobierno federal, con más planificación y regulación para defender al pueblo de los intereses privados. La división de los republicanos facilitó la victoria del candidato demócrata Woodrow Wilson.
  • Partido Verde: En agosto de 1984 un grupo de organizaciones ecologistas se reunieron en San Paul, Minnesota, y dieron vida a la primera organización nacional verde en los Estados Unidos, los Comités Verdes de Correspondencia. Con ello buscaban darle una carácter político a su lucha ecológica. A nivel estatal fueron organizados varios partidos ecologistas locales hasta que en 1996 se organizó un partido ecologista nacional, el Partido Verde. Este es una especie de confederación de partidos ecologistas locales que busca la protección del medioambiente y la creación de una sociedad más justa y democrática. Los verdes rechazan el control que, según ellos, las grandes corporaciones tienen de la política norteamericana y aspiran a una democracia popular. En el año 2000 el Partido Verde ganó notoriedad al nominar a Ralph Nader su candidato a la presidencia. Nader es un activista y abogado que por años se han enfrentado a las grandes corporaciones en defensa de los consumidores y el medio ambiente. En las elecciones del 2000 Nader no acumuló votos electorales, pero sí obtuvo 2,888,955 votos o el 2.74 de los votos a nivel nacional. Para algunos analistas, la candidatura de Nader pudo haber ayudado a la victoria del candidato republicano George W. Bush en la elección presidencial más cerrada de la historia estadounidense, ya que le restó votos a Albert Gore, candidato demócrata. Este fue un factor especialmente importante en Florida donde Bush y Gore terminaron empate, mientas Nader obtuvo 97,419 votos. En el año 2008, el Partido Verde hizo historia altener dos mujeres como candidatas a la presidencia y vicepresidencia de los Estados Unidos. La legisladora afroamericana Cynthia McKinney fue la candidata verde a la presidencia, mientras que la activista comunitaria de origen puertorriqueño Rosa Clemente fue la candidata a la vicepresidencia. McKinney sólo recibió unos 160,000 votos. o
  • Partido Reformista: En las elecciones de 1992 se presentaron tres candidatos a la presidencia: el entonces Presidente George H. W. Bush por el Partido Republicano, el gobernador del estado de Arkansas William J. Clinton por el Partido Demócrata y un multimillonario de Texas llamado Ross Perot. Este último se presentó como candidato del Partido Reformista, fundado por él en 1995, y gastó $60 millones de su fortuna en un esfuerzo para llegar a la Casa Blanca. La campaña electoral de Perot estuvo basada en su imagen de empresario exitoso. Según éste, su conocimiento del mundo de los negocios le capacitaba para resolver los problemas económicos del país. El día de la elección Clinton obtuvo 43,728,275 votos, Bush 38,167,416 y Perot un impresionante total de 19,237,247 votos.
  • Partido del Té: Uno de los fenómenos más interesantes de la política estadounidense de principios del siglo XXI es el surgimiento del Tea Party (Partido del Te). Producto de las protestas populares en contra del rescate económico de la administración de George W. Bush y de las políticas instauradas por Barack Obama a su llegada a la Casa Blanca, el Tea Party toma su nombre de uno de los eventos más importantes en la etapa previa al inicio de la guerra de independencia de los Estados Unidos. Sus miembros se oponen al incremento de los impuestos, la expansión del gobierno federal, la creación de un seguro de salud nacional, el déficit presupuestario, etc.

Norberto Barreto Velázquez, PhD

Lima, 10 de mayo de 2012

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