José Ragas
NoticiasSER.pe
26 de febrero de 2014
En algún momento de 1853, Salomon Northup decidió contar su historia para el que sería su primer y único libro: “12 Years a Slave”. En él, Salomon dejó por escrito lo que le había ocurrido durante más de una década de vivir como un esclavo en el Estados Unidos anterior a la Guerra Civil. Como se estilaba en aquella época, la portada fue acompañada de un largo subtítulo que no dejaba dudas sobre el contenido de la obra: “Narración de Salomon Northup, ciudadano de New York, secuestrado en la ciudad de Washington en 1841 y rescatado de una plantación algodonera cercana al río rojo en Louisiana en 1853”. El libro es, en buena cuenta, su narración personal sobre cómo descendió a los infiernos y el testimonio de quien pudo sobrevivir a dicha experiencia para transmitirlo a las generaciones futuras.
La película que se ha estrenado en estas semanas se basa precisamente en la trayectoria de Salomon. Nacido libre, pues su padre había sido liberado por el amo cuyo apellido tomaría para sí y sus hijos, Salomon fue llevado con engaños a Washington y vendido como esclavo. Demás está decir que de nada sirvieron sus explicaciones y ruegos. Su entrada al circuito de la esclavitud nos ofrece un camino distinto al de las narraciones a las que estamos acostumbrados: bien de esclavos que no pudieron escapar de tal condición o de quienes finalmente lo hicieron, ya sea fugándose, siendo liberados o comprando ellos mismos su manumisión. Pero el cambio brusco de estatus de libre a esclavo nos sumerge en un universo de explotación y brutalidad sin límites, apenas matizado por actos de misericordia y cierta protección legal que hizo posible que Salomon fuese ubicado y devuelto a su familia.
El largo periodo de tiempo incluido en la narración, así como la diversidad de escenarios, permiten apenas comprender la complejidad de una institución como la esclavitud. Institución porque tenía un marco legal sustentado en un discurso religioso y una estructura social y racial, el mismo que amparaba la propiedad de otro ser humano, su explotación y disciplinamiento (en algunos casos hasta la muerte misma). Se trató de un sistema que hoy reconocemos como bárbaro que se extendió por tres continentes por más de cuatrocientos años y que apenas fue abolido hace no más de ciento cincuenta. Si bien la más extendida fue la de la población africana, existió también la esclavitud indígena con población americana y más adelante traída de la Polinesia. Sin mencionar, por supuesto, las condiciones en las que los coolies chinos reemplazaron a los esclavos de origen africano.
El momento en que la película es exhibida es privilegiado. “12 Years a Slave” ha sido acompañada de otras películas que han narrado la experiencia de la comunidad afro-americana desde las plantaciones hasta la Casa Blanca. “The Butler” (“El Mayordomo”) aborda la historia real de un mayordomo afroamericano que sirvió a varios presidentes en la segunda mitad del siglo XX. Desde la ficción, Tarantino hizo de “D’Jango” un esclavo en busca de venganza añadiéndole una calculada violencia fotográfica al tema, además de llevar la trama no al campo de algodón sino al interior de la casa hacienda. “The Help”, por otra parte, se aproxima a las vidas íntimas de un grupo de sirvientas y su interacción con las familias blancas en el Mississippi de los años 60.
Estas películas llegan en medio de la conmemoración del sesquicentenario de la Guerra Civil norteamericana, que terminó con la esclavitud casi una década después que esta era abolida en Perú. Por supuesto, la llegada del primer presidente afroamericano a la Casa Blanca, Barack Obama, ha incentivado esta mirada retrospectiva hacia esta difícil historia, que tiene en febrero un mes dedicado a celebrarla. Por estos meses también se ha recordado medio siglo de la lucha por los derechos civiles que llevó, un siglo después del fin de la esclavitud, a un impresionante movimiento popular a buscar terminar con esta división, ya sea por medio de las marchas pacíficas promovidas por el Dr. King, el discurso militante de las Panteras Negras o la espiritualidad política del Islam como lo sugería Malcolm X. Fue necesario que el gobierno norteamericano ejerciera su autoridad para poner fin a la segregación que hacía de ciertas partes de Estados Unidos una prolongación de Sudáfrica, y obligaba a las personas ‘blancas’ a viajar, comer o bailar en espacios distintos que las ‘de color’.
En su momento, el libro de Salomon Northup fue acogido muy favorablemente. Un primer tiraje vendió alrededor de ocho mil ejemplares, y el haber sido publicado casi coincidentemente con “La cabaña del Tío Tom”, de Harriet Betcher Stowe, le dio un impulso inusitado. El libro siguió vendiéndose bien hasta 1856, la última edición que Salomon vería en vida. Posteriormente, fue casi imposible conseguir un ejemplar, ya sea en colecciones particulares o en bibliotecas, menos aún copias a la venta. Un aviso en la prensa de New Orleans en 1922 expresaba este malestar porque “los expertos” no podían conseguir ningún ejemplar. Solo en 1968 se pudo nuevamente acceder a una versión anotada, gracias a que una entusiasta de nombre Sue Ekin descubriera el libro de casualidad a los doce años en la biblioteca de una casa hacienda y decidiera hacer su tesis sobre la vida de Upnorth. Una edición posterior, de 2007, incluyó materiales provenientes de su investigación y es la que sirvió de base para la película.
José Ragas es un historiador peruano, candidato doctoral en la Universidad de California en Davis, padre de una de las mejores bitácoras de historia que conozco (http://historiaglobalonline.com/) y un buen amigo.
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